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Número 289-290

Serie XXIX

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El liberalismo y la Iglesia católica. Historia de una persecución. El reinado de Fernando VII

EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICA:
HISTORIA
DE UNA PERSECUCION. EL REINADO
DE FERNANDO
VII
POR
FRANCISCO JOSÉ F.BRNÁNDBZ DE LA CIGOÑA
I. EL REY INTRUSO
El paso del reinado de Carlos IV al de Fernando VII fue
traumático.
Siglos hacía que España no conocía algo así. Por­
que la Guerra de Sucesión respondió a otras causas. Dentro de
una misma dinastía no
se había visto nada igual desde los días
de Enrique IV. La conspiración de El Escorial desembocó en el
motín de Aranjuez con la caída y la detención de Godoy y la
forzada abdicación del rey en su primogénito, el príncipe de As­
turias. Nada cambió en la realidad más que la titularidad de la
corona y
la desaparición del funesto favorito. Pero Napoleón
tenía
otros pensamientos que se apresuró a poner en práctica.
No corresponde a esta historia detenerse en el viaje a Bayona
ni
en los vergonzosos sucesos que en aquella ciudad acontecieron.
Dejemos sólo constancia del cambio de dinastía y del comienzo
del reinado
de José Bonaparte que dejaba la corona de Nápoles
para ceñir
la más gloriosa e importante de España.
La Constitución de Bayona.
El 8 de julio de 1808, «en nombre de Dios Todopodero­
so» ( 1 ), José Bonaparte -José Napoleón en el texto--, decreta
(1) PARIAS GARCÍA, Pedro: Breve historia constitucional de España,
1808-1878. Editorial Latina, S. A., Madrid, 1981, pág. 133.
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FRANCISCO lOSE FERNANDEZ DE LA CIGO.NA
la primera Constitución que tuvo vigencia en nuestra patria (2).
Su artículo primero recogía, como había exigido Carlos IV (3 ),
el principio de la unidad católica: «La religión católica, apostó­
lica, romana,
en España y en todas las posesiones españolas, será
la Religión del Rey y de la Nación, y no se permitirá ninguna
otra» ( 4).
En
el artículo cuarto · se establece que «los títulos del Rey
de las Españas serán: D. N., por la gracia de Dios y de la Cons­
titución del Estado, Rey de las Españas y de las Indias» (5). Y,
al acceder lll trono o al llegar a la mayoría de edad, según el ar­
tículo quinto, «prestará juramento sobre los Evangelios» ( 6 ),
según la fórmula que prescribe el artículo siguiente: «Juro so-­
bre los Santos Evangelios respetar y hacer respetar nuestra san­
ta religión ... » (7),
Entre los Jefes de la Casa Relll habrá «un capellán mayor» (8)
y en los ministerios uno
de «Negocios eclesiásticos» ( 9 ). Y una
Sección de «Justicia y de Negocios eclesiásticos» en el Consejo
de Estado (10).
Se establece la libertad de imprenta ( 11) y unas Cortes por
estamentos, uno de los
CUJUes será el del clero, compuesto por
veinticinco
arzobispos y obispos (12). Ya en la Constitución se
iba a suprimir la Inquisición pero el consejero de la misma, Eten­
hard, consiguió que desapareciera el artículo (
13 ).
(2) Cfr. el texto en PARIAS: Op. cit., págs. 133-150.
(3) FERNÁNDBZ DE LA CrnoÑA, Francisco José: El liberalismo y la
Iglesia española. Historia de una persecución. Antecedentes. Speiro, Ma­
drid, 1989, págs. 102-103.
(4)
PARIAS: Op. cit., pág. 133 (art. 1).
(5)
FAaIAS: Op. cit., pág. 134 (cap. 4).
(6) PARIAS: Op. cit., pág. 134 (art. 5).
(7) PARIAS: Op. cit., pág. 134 (art. 6).
(8) PARIAS: Op. cit., pág. 136 (art. 25).
(9) PARIAS: Op. cit., pág. B7 (art. 27).
(10) PARIAS: Op. cit., pág. 141 (art. 52).
(11) PARIAS: Op. cit., pág. 139 (atts. 45 y sigs.).
(12) PARIAS: Op. cit., pág. 141 (art. 62).
(13) SANZ Cro, Carlos: La Constituci6n de Bayona. Editorial Reus,
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLIC.A
Nos hallamos ante pocas novedades teóricas, en este primer
texto constitucional, respecto a
la situación de la Iglesia. Nada
se varía en lo que concierne a la unidad católica. Si el rey, ade­
más de serlo «por
la gracia de Dios», lo era también por la de
«la Constitución del Estado», .ello supone mucho más un cambio
en
la concepción política que en la religiosa. Era una fórmula
contra el absolutismo
y no contra la religión. Si bien, como en
tantas otras cosas, se trataba de una falsedad, pues allí no había
más gracia, y todos lo sabían, que la de Napoleón.
Novedad también
era, y todo hacía suponer que de mera
apariencia, la libertad de imprenta. Al menos si juzgamos por la
que disfrutaba Francia de donde la Constitución era remedo.
Los
periódicos quedaban además fuera de estas disposiciones.
Novedades
en sentido liberal,. como contraposición al abso­
lutismo anterior, las había: una cierta división de poderes aun­
que con gran preponderancia del real, la afirmación de la inde­
pendencia del poder judicial
y de la responsabilidad ministerial,
la
organización de las Cortes y el Senado, la inviolabilidad del
domicilio (14), garantías en las detenciones (15), la abolición del
tormento ( 16
), la extinción de determinados mayorazgos cuyos
bienes pasaban a la categoría de
libres ( 17) y la prohibición de
constituirlos para el futuro, salvo voluntad del rey ( 18 ), la elimi­
nación del requisito de sangre para cualquier empleo ( 19), una
amenaza a los fueros que, aunque subsistan por ahora
se exa­
minará su conveniencia en las próximas Cortes (20).
Pero estos temas, de
índole absolutamente política, no son
objeto de nuestro estudio. Todos ellos, con alguna salvedad res­
pecto a la libertad de imprenta,
podrían ser asumidos sin difi-
Madrid, 1922, págs. 226-228; MERCADER RmA, Juan: José Bonaparte. Rey
de España, 1808-1813. CSIC, Madrid, 1971, pág. 37.
(14)
PARIAS: Op. cit., pág. 148 (art. 126).
(15)
PARIAS: Op. cit., págs. 148 y 149· {arts. 127 y ,i¡¡s.),
(16) PARIAS: Op. cit., pág. 149 (art. 133).
(17)
PARtAS: Op. cit., pág. 149 (arts. 136 y 137).
(18)
PARIAS: Op. cit., págs. 149 y 150 (art. 139) .
. (19) PARIAS: Op. cit., pág. 150 (art. 140).
(20)
PARIAS: Op. cit., pág. 150 (art.144).
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGODA
cultad alguna por la Iglesia. Cierto que siglos de progresivo afian­
zamiento del absolutismo pudieron hacer creer a algunos, ecle­
siásticos incluidos, que
la costumbre, por otra parte bastante pa­
cífica, era cuasi voluntad de Dios. Y el que la Revoluci6n los
hubiera asumido incrementaba
la desconfiama. Pero en las rela­
ciones Iglesia-Estado eso era lo accidental del liberalismo
y, en
muchos casos, las modificaciones que
exigían los tiempos y la
raz6n al absolutismo regio.
Esa
no fue la gran quiebra del liberalismo en relaci6n con la
Iglesia. La limitaci6n del poder real y las Cortes se conocieron ·
en la Edad Media en pleno sistema de Cristiandad. La abolición
del tormento venía exigida
por los tiempos. La limitación o la
extinción
de los mayorazgos y vinculaciones era consecuencia de
la excesiva amortizaci6n · de los bienes inmuebles· y de la desapa­
rici6n de
la fonci6n social de la nobleza, al menos en gran parte,
que justificaba antes aquella figura que, en la época que estu­
diamos,
se había convertido en mero privilegio sin contrapartida
para la sociedad.
Todo eso acompañ6 al liberalismo pero no fue lo esencial en
la gran polémica político-religiosa que se iniciaba en nuestra
patria. Lo verdaderamente importante en
ella fue la desvincula­
ci6n de la vida política
y social de la voluntad de Dios. Del Dios
personal, creador
y redentor que dejó en este mundo su Iglesia.
No del Ser Supremo o de
la vaga noci6n de los deístas. Ahí está
la clave del problema.
Cierto que
no era fácil romper una tradici6n y una creen­
cia de siglos y algunos vestigios cristianos quedaban aún en
los filósofos . y en los políticos más radicales. Los ateos no
abundaban todavía
y permanecían unas normas éticas que eran
reflejo en cierto modo de
la moral católica. Y eso en los ambien­
tes
más contrarios a la Iglesia. Pero la soberanía reclama inde­
pendencias. Las exigió
el absolutismo (21), pese a creer los reyes
en Dios y sentirse, los católicos, hijos de la Iglesia, aunque esto
último sin menoscabo de sus regalías. Y las reclamará, más radi-
(21) FERNÁNDEZ DE LA CtGOÑA: Op. cit., passim.
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EL LIBERALIS:i,10 Y LA IGL¡SIA CATOLICA
cales, la soberanía nacional o, mejor dicho, quienes gobernaban
bajo sus banderas.
La ley va a ser ahora expresión de la voluntad general. An­
tes lo había sido de la del rey. Aunque la de éste procurara re­
ferirse a la de un Dios del que en cierto modo se consideraba vi­
cario. El nuevo voluntarismo, ya sin ninguna referencia transcen­
dente, será
la causa de todas las persecuciones. Que, además, esa
voluntad no fuera, en España, la general
es otra cuestión aunque
ciertísima. Artola, que no es sospechoso, describe exactamente
la nueva situación: «El nuevo Estado será una creación artifi­
cial, una institución fundada
por los hombres, y en ningún caso
derivada de Dios» (22).
No puede negarse históricamente que
la oposición de muchos
católicos a la nueva situación, que hería sus creencias y fidelida­
des, les
Uevó a mitificar el Antiguo .Régimen y desear su restau­
ración, creyendo que
eUo · supondría el final de sus angustias y
de sus vejaciones. Pero eso también es otra cuestión que se ana­
lizará en sucesivos capítulos.
Nos encontramos en Bayona en 1808. Tras las vergonzosas
claudicaciones de nuestros reyes, Napoleón quiso dar una
apa­
riencia de legitimación al hecho de apropiarse de la corona de
España y convocó para ello una asamblea de notables que ratifi­
cara su usurpación.
Parece que en un principio el emperador de los franceses· no
se preocupó gran cosa de la opinión de los españoles. Que, cier­
tamente,
no mejoraría al conocer personalmente a nuestros reyes
ni
al séquito que les acompañaba: Godoy, Escóiquiz, los duques
de Frías,
Híjar, San Carlos, Infantado y Medinaceli, el conde de
Fernán Núñez, Pascual Vallejo, Pedro Macanaz ... (23). Pero
Murat le convención de las ventajas
de la ratificación de su política
por importantes personajes de España y a
eUo se avino Napoleón,
(22) ARToLA, Miguel: Los afrancesados. Aliaoza Editorial, Madrid,
1989, págs. 14 y 15.
(23) EscóIQUIZ, Juan: Memorias, BAE, XCVII, págs. 65 y sigs.; AzAN­
Z,\, Miguel José y O'FARRIL, Gon2alo: Memoria sobre los hechos que ;us­
tifican su conducta política, BAE, XCVII, Madrid, 1957, págs. 343 y sigs.
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JlRANCISCO !Os¡J FERNANDEZ DE LA CIGOlvA
seguro de que nada perdería con ello (24 ). Y fue el duque de
Berg quien dictó las instrucciones para
formar la Asamblea de
Bayona (25).
Tal congreso
sería mixto, pues acudirían a él los diputados
de las ciudades con representación en Cortes, según
la antigua
legislación española,
y. una serie de personas designadas por el
duque entre miembros
de la nobleza -distinguiendo a los gran­
des de España (los duques de Frías, Medinaceli, Híjar, Parque
y Osuna, el marqués de Santa Cruz y los condes de Orgaz, Fuen­
tes, Femán Núñez y Santa Goloma) del resto de los títulos
de
Castilla-, el clero, altos funcionarios, militares, representantes
del comercio
...
Los designados por Murat entre el clero fueron los arzobis­
pos de Burgos y Laodicea, Od y Monroy y Vera y Delgado, y los
obispos de Palencia, Zamora, Orense, Pamplona, Gerona y
Ur­
ge!, que eran entonces Almonacid, Carrillo Mayoral, Quevedo y
Quintano, Arias Teixeiro,
Ramírez de Arellano y Dueña de Cis­
neros.
Ante la urgencia del trámite los busc6 Murat entre los titula­
res de sedes del norte, pues desde ellas
les serla más fácil llegar
a Bayona. Salvo el coadjutor de Sevilla, que tal
vez se encontra­
ra entonces en Madrid, todos son de ciudades que están por
en­
cima del Duero. Y sobre las que el control del ejército francés
que había penetrado en España, no hay que olvidarlo, era
más
efectivo.
Acudirían, además, seis generales de órdenes religiosas: be­
nedictinos, dominicos, franciscanos, agustinos, trinitarios calzados
y carmelitas descalzos, veinte párrocos que deberían ser nombra­
dos por los obispos designados al efecto y dieciséis canónigos o
dignidades elegidos canónicamente por
las iglesias metropolitanas.
La concurrencia a la Junta que presidiría Miguel José de Azan­
za fue ya bastante penosa para las pretensiones francesas (26).
Las sesiones se iniciaron con sólo sesehta y cinco asistentes de
(24) SANz: Op. cit., p,!gs. 65 y sigs.
(25) SANZ: Op. cit., págs. 74 y sigs.
(26) SANZ: Op. cit., págs. 97 y sigs.
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICA
los ciento cincuenta designados, aunque posteriormente fueron
llegando
algunos· más hasta llegar al número de noventa y uno.
Pero algunos de estos fueron nombrados sobre
· la marcha, y va­
rios casi sin otro título que el de hallarse circunstancialmente en
Bayona, al no acudir
el titular designado.
El ambiente en España era
ya decididamente antifrancés. Los
grandes de España, los funcionarios y los altos jefes del ejército
fueron los
más sumisos a la convocatoria. Muy próximos al rey,
creerían cumplir su voluntad tras las abdicaciones o no tuvieron
el valor de negarse a asistir pensando que era demasiado lo que
·
arriesgaban. De los diez grandes convocados asistieron todos ex­
cepto el duque. de Medinaceli y el conde de Fuentes, que fueron
sustituidos por el conde de Castellflorido y el marqués de Ari­
za (27). También asistió al completo la diputación del ejército y
la marina aunque con algunos sustitutos (28).
De los restantes títulos del reino sólo asistió el marqués de
Castellanos entre los primeramente designados, al que se unió el
marqués de Bendaña. Escasísima fue también la asistencia de los
caballeros designados por la ciudades. Eran diez
y sólo acudieron
dos: los marqueses de Múzquiz y Espeja (29).
De los cincuenta representantes del clero las ausencias fue­
ron clamorosas. De los dos arzobispos designados sólo acudió
uno:
el de Burgos. De los obispos, ninguno, aunque el de Pam­
plona mandó un representante. De
los dieciséis canónigos se pre­
sentaron cuatro, uno
de ellos nuestro antiguo conocido Juan An­
tonio Llorente. De los veinte párrocos, cinco. Y de los seis gene­
rales de órdenes religiosas, si bien acudieron cinco, la mayoría
fue en sustitución, ya que de los primeramente designados sólo se
presentaron el general de los franciscanos y el de los agustinos.
Era, pues, manifiesto que
el clero español se mostraba abier­
tamente contrario a la idea de Bayo na. Quizá
la figura paradig­
mática
sea la del gran obispo de Orense, Pedro Quevedo y Quin­
tano. Transcribimos unas palabras de su adversario pol!tico, el
(27) SANZ: Op. cit., págs. 98 y 99.
(28)
SANZ: . Op. cit., págs. 100 y 101.
(29)
SANZ: Op. cit., págs. 99 y 100.
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FRANCISCO !OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
conde de Toreno, con quien había tenido incluso enfrentamiento
personal (30), además de todos los que en las Cortes sostuvo
Toreno
por la resistencia del obispo a las ideas liberales:
«Quien aventajó a todos en la resistencia fue el reverendo
obispo de Orense, don Pedro de Quevedo y Quintano.
La con­
testación de este prelado al llamamiento de Bayona, obra señala­
da de patriotismo, unió a la solidez de las razones
un atrevimien­
to hasta entonces
desconoci de los oradores más egregios
de la antigüedad, usó con arte de la
poderosa arma de la ironía, sin deslucirla con bajas e impropias
expresiones. Desde Orense, y en 29 de mayo, no levantada
to­
davía Galicia, y sin noticia de la declaración de otras provincias,
dirigió su contestación al ministro
de Gracia y Justicia ( ... ). Di­
fícilmente pudieran trazarse con mayor vigor y maestría las ver­
dades que en
él se reproducen. Así fue que aquella representa­
ción penetró muy
allá en todos los corazones, causando impre­
sión profundísima y duradera» (31). No caben palabras más lau­
datorias provenientes de
un enemigo.
No cree el obispo que la renuncia de los reyes en Bayona
fuera hecha libremente
y pide que sea ratificada entre sus súbdi­
tos, fuera de «toda coacción y temor». «Por ahora España no
puede dejar de mirarlo
(a Napoleón) bajo otro aspecto muy .di­
ferente; se entrevé, si no se descubre, un opresor de sus Prínci­
pes, y de ella
se mira como encadenada y esclava quando se la
ofrecen facilidades, obra, aún más del artificio, de la violencia y
de un ejército numeroso que ha sido admitido
como amigo, o
por la indiscreción y timidez, o
acaso por una vil traición, que
sirve a
dar una autoridad que no es fácil estimar legítima» (32).
«La Suprema Junta de Gobierno, a
más de tener contra si
cuanto
va insinuado, su presidente armado y un ejército que la
cerca, obligan a que
se la considere sin libertad, y lo mismo su-
(30) ToRENo, conde de: Historia del levantamiento, guerra y revolu­
ción de España, BAE, LXIV, Madrid, 1953, pág. 282.
(31)
ToRENO: Op. cit., págs. 82 y 83. El texto de la carta eo ToRE­
NO: Op. cit., págs. 82 y 83 y en SANZ: Op. cit., págs. 462-467.
(32)
SANZ: Op. cit., págs. 464-465; ToRENo: Op. cit., pág. 83.
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOL1CA
cede a los consejos y tribunales de la Corte. ¡Qué confusión!
¡Qué caos y qué manantial de desdichas para
España! No puede
evitarla una asamblea convocada fuera del Reino, y sujetos que,
componiéndola, ni pueden tener libertad, ni aun teniéndola, creer­
se que la tuvieran» (33
).
«Espero, aunque reconociendo (Napoleón) no puede estar la
salud de España en
esclavizarla, no se empefie en curarla enca­
denada, porque no está ni loca ni furiosa. Establézcase, primero,
una autoridad
legítima y trátese después de curarla» (34 ).
Una síntesis del pensar de Quevedo la encontramos en la la­
cónica y enérgica respuesta del obispo a su sobrino José de Que­
vedo y Salís, interesado en la asistencia del prelado a la Junta
de Bayona. Tal es el contenido de la breve
carta: «Querido Pepe:
no va a Bayona tu
úo. Pedro» (35). Y si lo no lo dijo tan clara­
mente esa fue también la actitud de la Iglesia espafiola, que tam­
poco fue a Bayona.
No
es de extrafiar que Quevedo pasara a ser la gran figura
eclesial del momento.
Le Brun le llama «patriota de romance»,
aunque desde su liberalismo radical no comparta sus
concepcio­
nes (36). Para Argüelles, con todo lo que el asturiano significa­
ba, y

a pesar
de su abierta guerra al obispo en las Cortes gadita­
nas, era «un prelado venerable por
la pureza de sus costumbres
y su piadoso celo» (37), y reconoce que estaba «para algunos en
(33) SANZ: Op. cit., págs. 465466; ToRENo: Op. cit., pág. 83.
(34)
SANZ: Op. cit., pág. 466; TORENO: Op. cit., pág. 83.
(35) BEDOYA, Juan :Manuel: Retrato hist6rico del Eminentísimo, Exce­
lentisimo, e Ilustrisimo Señor Don Pedró de Quevedo y Quintana. Madrid,
1835, pág. 109. Tomo la cita de: QtrrNTANO Rl:POLl.ÉS, Alfonso: La casa
Quintano y sus enlazados. Madrid, 1967, pág. 367. Cfr., también, F1mNÁN·
DEZ DE LA CIGOÑA, Francisco José; «El valor de un juramento: El pensa­
miento contrarrevolucionario español: Pedro de Quevedo y Quintana, obis­
po de Orense», Verbo, enero-febrero, 1975, pág. 190.
(36) LóPEZ AYDILLO, Eugenio: El obispo de Orense en la Regencia
del año 1810. Madrid, 1918, pág. 53.
(37) ARGÜELLES, Agustín: Examen histórico de la reforma constitucio­
nal... Utilizo la edición actual de I tet Ediciones, E. A., Madrid, 1970, apa­
recida con el título de La reforma constitucional de Cádiz, pág. 142.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOifA.
olor de santidad» (38). Es, sin duda, el paradigma eclesiástico
del momento y aún volverá a aparecer en estas páginas con
mé­
ritos más que sobrados.
Por
si a alguno pudiera quedarle alguna duda acerca de cuál
era el intimo pensamiento de Napoleón, la lectura del antepro­
yecto de Constitución se la habría disipado. Por lo que toca a la
Iglesia, en punto tan fundamental como el de la religión, el títu·
lo VII se iniciaba con una fórmula verdaderamente vejatoria que
decía así: «La religión Católica, Apostólica Romana es la sola
cuyo culto puede ser tolerado en España» (39). Consecuencia, sin
duda, de la exigencia de Carlos IV para la cesión del reino era,
en su
redacción, inadmisible para los españoles. El artículo si­
guiente abolía la Inquisición.
Las órdenes religiosas se manten­
drían pero reducidas a la mitad
de sus efectivos. Y sus bienes,
en lo sobraote por esta reducción, así como los de la Inquisición,
se aplicarían en incrementar el sueldo de los curas con congrua
insuficiente, en hospitales y en la extinción
de vales reales ( 40).
El paoorama era, pues, aterrador para la Iglesia
y para los
católicos españoles.
La intervención de una Junta constituida en
Madrid ( 41) hizo llegar a Bayona una serie de propuestas que,
respecto a
la Iglesia ( 42), si no demuestran demasiado afecto,
son en cambio muy
significativas por lo que dan a entender.
Sobre
el artículo 47, tan cicatero con la religión católica, ad­
vierten a Murat: «Aplaudiendo esta declaración, aun lamentando
el fanatismo del pueblo, han sido del aviso que debía ser expre­
sado
de un modo más preciso y terminante. Por ejemplo, en los
siguientes términos: la Religión Católica, Apostólica y Romana
es en España la religión dominante y única: ninguna otra será
tolerada» ( 43 ). Comparémoslo con el artículo 12 de la Constitu­
ción liberal de Cádiz
y bien se verá por dónde iba el lamentable:
(38) ARGÜELLES: Op. cit., pág. 156.
(39)
SANZ: Op. cit., pág. 194.
(40) SANZ: Op. cit., págs. 192-194.
(41) SANZ: Op. cit., pág. 211.
(42)
SANZ: Op. cit., págs. 216 y 217.
(43)
SANZ: Op. cit., pág. 216.
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICA
fanatismo del pueblo español. Así dice el texto de 1812: «La
Religión de la Nación española es y será perpetuamente la cató­
lica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege
por leyes sabias y justas, y
prohíbe el ejercicio de cualquier otra».
El pueblo, por supuesto fanático, no iba a tolerar el texto primi­
tivo
y, por eso, que no porque ellos lo creyeran, debía modifi­
carse con
alguna concesión al fanatismo. La modificación propues­
ta estaba aún bien lejos de la declaración de Cádiz.
Respecto a
la Inquisición todos están contra ella y por su
abolición pero opinan que no debe establecerse en la Constitu­
ción sino que el nuevo gobierno, de acuerdo con los obispos,
de­
berá trabajar para acabar con ella en el plazo más breve posible,
aunque «los prejuicios
del pueblo debían decidir al Gobierno a
consumar este resultado sin anunciarle previamente» (
44 ).
La confesión acerca de los afectos del pueblo no podía ser
más meridiana.
Y lo mismo vale respecto a la reducción de los
regulares y a
la aplicación de sus bienes ( 45). El pueblo español
y su
fanatismo no coincidía con los deseos de Napoleón ni con el
de sus áulicos consejeros madrileños.
En Bayona fueron
Azanza y Urquijo las personas que más in­
fluencia tuvieron en los trabajos preparatorios ( 46 ). Decisiva fue
la intervención del consejero de la Inquisición, Raimundo Eten­
hard, que consiguió desapareciera de la Constitución
el artículo
que suprimía
el Tribunal (47). Pienso que a la defensa del con­
sejero se debió unir la recomendación mencionada de la Junta de
Madrid.
El artículo que establecía la unidad católica en su redac­
ción definitiva aún pareció insuficiente
al arzobispo de Burgos,
al prior de Roncesvalles, que había acudido en representación del
· obispo de Pamplona, al cura de Osuna y al canónigo Adurria-
(44) SANz: Op. cit., pág. 216 ..
(45)
SANZ: Op. cit., págs. 216 y 217.
(46)
SANZ: Op. cit., págs. 222 y sigs.
(47)
SANZ: Op. cit., págs. 227 y 228. El texto del informe de ETEN­
HARD en págs. 476-481.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
ga (48). «Un cierto canónigo Adurriaga» (49) que, como ya h~
señalado, ha tenido poca fortuna con los historiadores (50) que
ignoran absolutamente quién fue. Por
la despectiva alusión de
Fernández Almagro
se ve que desconoce todo de tal «cierto ca'
nónigo». Salvo lo que leyó en Sanz Cid respecto a Bayona. Diz.
Lois, que da más datos (51), no lo identifica como posterior obis­
po de Avila. Y tampoco Fontana (52), que en su animadversión
contra los
persas quiere la oscuridad de los más posibles. Pues
no fue tan
oscuro el derto canónigo.
Sobre la unidad católica, el más liberal de los pronunciados
fue
el consejero de Castilla, Ignacio Martínez de Villela, que pre­
tendía añadir al artículo la siguiente cláusula: «no se inquirirá,
y mucho menos se inquietará, a persona alguna por su religión,
con tal de que no perturbe
el orden ni ataque la Católica» (53 ).
Años después cambiará de idea, pues, aunque todavía le veremos
nombrado por José consejero de Estado (54
), pronto desaparecerá
de las
filas josefinas para apareoer en Cádiz implicado en la cons­
piración absolutista que los liberales quisieron ver en el Consejo
de Castilla (55),
y, lo que será ya absolutamente descalificador,
encargado del arresto de los liberales tras la restauración
de Fer­
nando
VII (56 ). Hay historias verdaderamente o,curas.
(48) SANZ: Op. cit., págs. 321-322.
(49) FERNÁNDEZ ALMAGRO, Melchor: Orígenes del régimen constitu­
cional en España. Barcelona, 1976, pág. 64.
(50) FERNÁNDEZ DE LA CrGOÑA, Francisco José: «Pensamiento contra­
rrevolucionario español: el manifiesto de los ''persas"». En Verbo, enero­
febrero, 1976, núm. 141-142, pág. 213.
(51) Drz.Lors, Maria Cristina: El manifiesto de 1814. Eunsa, Pam­
plona, 1967, pág. 118.
(52) FONTANA, Josep: La quiebra de la monarqula absoluta, 1814-1820.
Ariel, S. A., Esplugas de Llobregat, 1974, pág. 83; FERNÁNDEZ DE LA Cr­
GOÑA: El manifiesto ... , págs. 210 y sigs.
(53) SANz: Op. cit., pág. 322; ToRENO: Op. cit., pág. 86.
(54) MERCADER: Op. cit., pág. 109.
(55)
Diario de las discusiones y actas de las Cortes, XIII, Cádiz,
1812, págs. 339-342.
(56) ToRENO: Op. cit., pág. 522; ARTOLA: Op. cit., pág. 216. Serla
también, en los últimos días de las Cortes extraordinarias, pues jura su
1250
Fundaci\363n Speiro

EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CA.TOLICA
Los generales de las órdenes religiosas de San Francisco, San
Agustín y San Juan de Dios no se mostraron especialmente resis­
teµtes y, reconociendo los efectos que aquejaban a sus órdenes,
proponen
se constiruya un tribunal para su corrección (57). Tris­
te reflejo del estado al que habían llegado
esos firmes sostenes
de la Iglesia. Porque, si tan mala era la situación, ¿cómo ellos,
los superiores
legftimos, no la corregfan? Aunque del interesante,
reciente y parcial libro de
Ant.onio Luis Cortés Peña (58), em­
peñado en rastrear todas las miserias de los religiosos en los días
de Carlos
III, resulta mucho más la mediocridad que la perver­
sión.
También debe señalarse la pretensión de Arribas y Gómez
Hertnosilla de que los diputados no fueran eclesiásticos, «por­
que si no éstos, con
su ascendiente, acapararían todos los pues·
tos» (59). Lo que no dice pooo sobre el sentir del pueblo espa­
ñol, al menos según la opinión de quien era fiscal de la Real
Sala de Alcaldes de Corte y luego ministro de Policía de José
y de los más caracterizados por su oposición a monjes y a frai­
les (60), Pablo Arribas, y de la del notable humanista José Gó­
mez Hertnosilla.
Por último, no podemos omitir
las Reflexiones ( 61) que Ma­
riano Luis de Urquijo elevó a N"poleón el 5 de junio de 1808 y
que
terminan de dibujar la fisonomía religiosa de este personaje
ya bien puesta de manifiesto durante el tiempo en que fue mi­
nistto de Estado de Carlos IV ( 62 ).
cargo el 1 de febrero de 1813, diputado por Aragón (Diario ... , XVII, pá­
gina 93).
(57)
SANZ: Op. cit., págs. 322 y 323.
(58)
CORTÉS PEÑA, Antonio Luis: La política religiosa de Carlos III.
Universidad de Granada, Granada, 1989.
(59)
SANZ: Op. cit., pág. 356. También esto ocurriría en las Cortes
de Cádiz. Ya lo veremos. Pero conviene subrayar la lenorme influencia del
clero en el pueblo español de entonces.
(60) MERCADER: Op. cit., págs. 89 y 90.
(61) SANZ: Op. cit., págs. 468-475; ]UIU dos
en la guerra de la Ihdependencia. Ediciones Rialp, S. A., Madrid, 1962,
págs. 62 y 63.
(62)
FBRNÁNDEZ DE LA CrGOÑA: El liberalismo ... , págs. 149-169.
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FRANCISCO !OSE FERNANDEZ DE LA CIGOfifA
La disolución y venta de los bienes de las Ordenes militares
-la de San Juan de Jerusalén o de Malta «es inútil» ( 63 ), la de
Carlos
III «está llena de teólogos y de establecimientos ridículos
para la defensa del misterio de
la Concepción de la Virgen» ( 64)
--la supresión de la Inquisición (65), su vieja obsesión por las
dispensas rnstrimoniales, «sólo el Gobierno debe de dar dispen­
sas de matrimonio que están ahora entre las gracias de los
Pa­
pas por usurpación» ( 66 )--, aunque en esta ocasión quiere un
concordato
para «cubrir las apariencias» (67), seguramente el
primer intento en España de establecer un Registro civil para na­
cimientos y matrimonios ( 68 ), la supresión de órdenes religio­
sas (69) o, al menos, la prohibición de nuevas profesiones (70),
la supresión de la enseñanza en las casas de religiosos ( 71) son un
claro antecedente de posteriores medidas que pondrán en vigor
los liberales.
Porque las afinidades ideológicas entre éstos
y los afrance­
sados son tan evidentes que no
es preciso acudir a las demos­
traciones de V élez ( 72)
en aquellos dían o de Diem en los nues­
tros (73), sino que basta
un simple vistazo sobre propósitos, de­
cretos o constituciones.
( 63) URQUIJO, Mariano Luis de: Reflexiones sometidas a Su Ma;estad
Imperial y Real, en SANz: Op. cit., pág. 469.
(64) URQUIJO: Qp. cit., pág. 469.
(65)
URQUIJO: Op. cit., pág. 474.
(66) URQUIJO: Op. cit., pág. 472.
(67) URQUIJO: Op. cit., págs. 472 y 473.
(68) URQUIJO: Op. cit., pág. 473.
(69)
URQUIJo: Op. cit., pág. 474.
(70)
URQUIJO: Op. cit., pág. 475.
(71) URQUIJO: Op. cit., pág. 475.
(72) VhEZ, Rafael de: Apologla del Altar y d,{ Trono. Madrid,
1818, tomo JI.
(73) DmM, Warren: «Las fuentes de la Constituci6n de Cádin, en
Estudios sobre Cortes de Cádiz. Universidad de Navarra, Pamplona, 1967,
págs. 351486.
1252
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICÁ
José, rey intruso de España.
Como consecuencia de los hechos de Bayona nos encontramos
a José Bonaparte en la extraña figura
de rey no reconocido por
su pueblo. Si los antecedentes de su hermano el emperador: pri­
sión de
Pío VII, attículos orgánicos del Concordato francés de
180
l. .. , no eran pata que la Iglesia española se sintiera espe­
ranzada, los de José no eran mejores. Llegado a Roma como em­
bajador extraordinario de la República, en sustitución del con­
ciliador Cacault (74), se
caracteriz6 por su apoyo a los elementos
más revolucionarios, hechos que concluyeron con
el asesinato del
general francés Duphot, que iba a ser cuñado de José, la retirada
del embajador, la entrada
de los franceses en la capital de la cris­
tiandad, la deposición del Papa y su prisión y la proclamación
de la República (75). Más conciliador estuvo en la negociación
del Concordato
de 1801 pero había que ser muy optimista para
augurar buenos días a la Iglesia de España.
Siempre hubo en nuestra patria, desde los afrancesados a
nuestros días, personas empeñadas en cantar las excelencias de
este hombre gtis al que no se puede juzgar como rey porque
sólo lo fue
en apariencia. Títere en manos de su hermano, su go­
bierno apenas alcanzó las afueras de Madrid a aun allí supedita­
do el embajador francés
La Forest y al gobernador militar de
Madrid, Belliard, al que, además, odiaba.
Los mariscales no le
obedecían y en ocasiones ni le respetaban, sus escasos fieles vi­
vían entre el miedo a los patriotas y el hambre en la que un Es­
tado sin recursos les mantenía. Apenas conoció unos días her­
mosos en su viaje a Andalucía que permitió a aquel «utópico
monarca» (76),
débil, fatuo y vanidoso, creerse que de verdad
(74) PASTOR, Ludovico: Historia de los Papas desde fines de la Edad
Media.
Editorial Gustavo Gili, S. A., XXXIX, Barcelona, 1961, pág. 276;
A.RTAUD: Vida, reinado, peregrinaci6n y muerte del Papa Pio VII, monge
benedictino. Imprenta a cargo de M. Pita, Madrid, 1837, 1, pág. 33. ,
(75) PASTOR: Op. cit., XXXIX, p,!gs. 279 y sigs.; ARTAun: 01r. cit.,
I, págs. 30-37.
(76) ARTOLA: Op. cit., pág. 181.
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FRAi.VCJSCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOilA
era rey. Lo demás fueron fracasos, derrotas y abandonos. Y mil
reiteradas amenazas de abdicación nunca rematadas que no cabe
interpretar, como algunos pretenden, por muestras de dignidad
ofendida, sino como vanos intentos de
un ser débil que creía
que así conseguiría algo de su hermano el emperador, que,
co­
nociéndole bien, sentía por él un más que notable desprecio. El
testimonio de la «reina Julia» (77)
-ya es obsequiosidad lla­
marla así-que en el viaje a París de José «encontró a su es­
poso infatuado, al tiempo que desconocido, viviendo un extraño
sueño sin
ninguna consistencia» (78), nos parece definitivo: «su
ligereza no puede concebirse y su confianza
es igualmente inex­
plicable.
Se sorprende de que no le miremos con admiración, tan
convencido está de que
ha hecho grandes cosas» (79). Mucho
más esacto que el de Fernández Almagro, que nos lo presenta
como «hombre lúcido, templado y digno, aunque flaco de
vo­
luntad» (80). La frase atribuida a Napoleón y que entre otros
recoge Artola (81), excusa más comentario sobre el rey intruso:
«José
se inclina a creer que he usurpado a mi hermano mayor
la herencia del rey nuestro padre».
Este personaje sin poder real y sin cualidades se rodeó,
ade­
más, de gentes eclesialmente sospechosísitnas: Urquijo, Cabarrús,
Arce, Lloren te, Estala, Amat
... Su política religiosa tenía que ser
desastrosa para
la Iglesia. Y, como· coincidía con el sentir de su
hermano Napoleón, pudo aplicarse
más allá de a donde se exten­
día su
más que escaso poder efectivo.
En los proyectos de Constitución era incluso
el emperador
quien la promulgaba, pero, al fin, en el testo definitivo, aparece
José. Sin embargo, fue su hermano quien aprobó o denegó las
peticiones de los notables de Bayona sin que José interviniera
para nada (82).
(77) ARTOLA: Op. cit., pág. 175; MERCADER: Op. cit., pág. LGT.
(78) ARToLA: Op. cit., pág. 175.
(79) ARTDLA: Op. cit., pág. 175.
(80)
F'ERNÁNDEZ ALMAGRO: Op. cit., pág. 54.
(81) ARTOLA: Op. cit., pág. 91.
(82) SANZ: Op. cit., págs. 385-386.
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICA
El 7 de julio fue el día solemne en el que el mayor de los
Bonaparte juró la observancia de la Constitución ante el
arzo­
bispo de Burgos y también la juraron, aceptaron y fitmaron los
diputados en número de 91, siendo de notar que apenas veinte
de ellos habían sido nombrados por las provincias. Los demás,
o eran de aquellos que habían acompañado al rey Fernando o in­
dividuos de diversas corporaciones o clases residentes en
Ma­
drid o en ciudades oprimidas por los soldados franceses. Y para
que subiera la cuenta obligaron también a españoles transeúntes
casualmente en Bayona a que pusiesen
su firma en la nueva Cons­
tituci6n (
83 ). Ante ellos pronunci6 su pritner discurso el nuevo
rey prometiendo respetar la religi6n y la integridad e indepen­
dencia
del país (84). No cumplirla ni lo uno ni lo orro.
Cuando entra en España tiene sublevado contra él a todo su
reino
para el que no es más que Pepe Botella. Malo era, pues,
el
comienzo y no sería mejor la continuaci6n. Conforme se acer­
ca a Madrid, huyen de la capital todos aquellos nuevos súbditos
suyos que pueden hacerlo, muchos de ellos en precarísitnas
con­
diciones. Pero preferían un riesgo cierto y grave, abandonando a
sus familias no pocos, que aceptar la invasipn. Y le van abando­
nando incluso los que le juraron en Bayona. Después de
la de­
rrota de Bailén la desbandada fue general. Hasta algono de sus
flamantes ministros, el inefable Cevallos, que sabe acomodarse
a todas las situaciones:
ministro de Carlos IV como protegido
de Godoy, de Fernando VII a la caída de Godoy, de José y de
nuevo de Fernando VII, le traiciona.
José, vistas las dificultades, parece que apenas aspira a en­
trar victorioso en Madrid para después renunciar
a la corona y
recuperar la de Nápoles, que era mucho mán tranquila. Su her­
mano le contesta en términos durísimos, que ciertamente sobran
para consegoir del rey intruso la más ciega obediencia (85).
Y, pese a promesas y constitociones
ya desde Vitoria y Mi-
(83) ToRENO: Op. cit., pág. 86.
(84)
MERCADER: Op. cit., pág. GA.
(85) MERCADER: Op. cit., pág. 60.
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FRANCISCO JOSE FBRNANDBZ DE LA CIGOivA
randa comienza a disponer a su antojo de bienes eclesiásticos ( 86 ).
Pronto comprende Napoleón que sin su presencia no hay reino
de
España para su familia y decide venir a nuestra patria. Como
un rayo cae sobre Madrid que, sin posibilidades de defensa
ca­
pitula el 4 de diciembre de 1808. En el primer artículo de la
capitulación se estipulaba
la conservación de la religión católica
sin tolerancia de ninguna otra (87). Realmente parece que para
los
fanáticos espafioles era realmente importante, pues no cejan
en traerlo a colación en cuanta ocasión
se presenta.
Pero no era Napoleón precisamente hombre de palabra y de
ese mismo diciembre son dos decretos que tocan directamente
cuestiones religiosas.
El mismo día de la capirulación de Madrid
se reducían las casas religiosas y suprimía la Inquisición { 88 ).
Los ministros Romero, Arribas y Urquijo querían ir más allá.
Hasta la supresión de todos los regulares (89).
El 22 de enero de 1809 entra de nuevo José en Madrid y
el 24 envía una circular a los obispos asegurándoles
el respeto a
la religión (90). «Quería
el rey que obispos y fieles rogasen a
Dios por la
paz y por el acierto de su gobierno y le dieran gra­
cias por los éxitos de los ejércitos franceses, que sólo querían
nuestra felicidad. Acompafiaba a esta
circular otra del ministro
del Interior, Manuel Romero, en la que se describía con unción
la piedad del rey, cuyo primer cuidado había sido ofrecer su
co­
rona al Todopoderoso» (91 ). «Los obispos debían, pues, desim­
presionar
a sus feligreses de errores y preocupadones políticas
y hacerles ver el beneficio que Dios nos concede dándonos un
rey tan ilustrado y piadoso. A los sacerdotes toca
desengañar al
(86) MERCADER: Op. cit., págs. 66 y 67.
(87)
MERCADER: Op. cit., pág. 78.
(88)
MERCADER: Op. cit., págs. 84 y 88-90; REVUELTA GONZÁLEZ, Ma­
nuel: «La Iglesia espafioUI ante la crisis del Antiguo Régimen, 1808-1833»,
en Historia de la Iglesia española, V, BAC, Madrid, 1979, págs. 16 y 17;
REVUELTA, Manuel: «Exclaustración», en Diccionario Je Historia eclesi4s­
tica de España, Suplemento, CSIC, Madrid, 1987, pág. 302.
(89) MERCADER: Op. cit., pág. 90.
(90)
MERCADER: Op. cit., pág. 97; REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 18.
(91)
REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 18.
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICA
pueblo, p, meior conviene a su patria y a su religi6n» (92). Todo ello acom­
pañado de Te Deum cuando acontecía cualquier victoria ( 9 3) y
de amenazas, detenciones y hasta condenas a muerte para quie­
nes no
se dejaban convencer (94).
La supresión de conventos y monasterios y la de la Inqui­
sición, juntamente con
la perentoria necesidad de dinero, propi­
ciaron esa medida apuntada
ya por los absolutistas y tan cara a
los liberales de
la desamortización (95). «El Gobierno afrancesa­
do
abría, sin embargo, un precedente a las sucesivas desamorti­
zaciones eclesiásticas españolas por su decidida falta
de escrúpu­
los en la disposición de aquellos bienes sin los permisos conve­
nientes» (96).
La batalla de Tala vera lleva el pánico a Madrid y los afran­
cesados, después de quemar parte del archivo real, salen hacia
La Granja (97). Pero todo queda en nada y, dado el apoyo de
los regulares a la causa de Fernando, José decide la exclaustra­
ción por
un decreto de 18 de agosto de 1809 (98). Y, por otro
del día siguiente,
se prohíbe a estos exclaustrados predicar y
confesar (99). También
se prohibieron las ordenaciones sacer­
dotales, prohibición que no llegó a levantarse nunca, pues se
pensaba que con los exclaustrados forzosos se podían cubrir las
vacantes del clero secular que se produjeran (100). Me parece
de la mayor importancia resaltar el carácter sancionador del
de­
creto de exclaustración por la conducta patriótica del clero re­
gular. Evidentemente era así. Y se comprende la poca simpa-
(92) REVUELTA: La Iglesia. .. , pág. 18.
(93) REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 18.
(94)
REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 19.
(95)
MERCADER: Op. cit., págs. 114 y 115; REVUELTA: La Iglesia ... ,
págs. 22 y 23.
(96)
REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 23.
(97)
MERCADER: Op. cit., págs. 117-119.
(98)
MERCADER: Op. cit., págs. 121 y 123; REVUELTA: La Iglesia ... ,
págs. 19-21; REVUELTA: Diccionario ... , págs. 302-303.
(99) MERCADER: Op. cit., pág. 124.
(100)
REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 19.
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l<'RANCISCO JOSE.FERNANDEZ DE LA CIGDGA
tfa de José y los afrancesados por frailes y monjes. Pero esas
medidas no iban a contribuir a granjearle más simpatías del pue­
blo católico español, sino todo
lo contrario. Y, aunque sea tema
de capítulos posteriores, cabe apuntar ya aquí el desagradeci­
miento de los liberales hacia
una clase que tanto se con,prometía
y arriesgaba por la patria. Que, además, con ello deíendía la re­
ligión era cierto. Pero su patriotismo como predicadores de la
oposición a José y de la insurrección es innegable.
Se suprimió también el voto de Santiago, el derecho de asilo
en las iglesias
y las órdenes militares. Naturalmente con la ocu­
pación de sus bienes. Y, por supuesto, de la plata de los conven­
tos
y monasterios (101). Todo ello sin contar los saqueos ha­
bituales de la soldadesca en los templos de los pueblos que ocu­
paban. Toreno nos narra los incidentes ocurridos en el Puerto
de Santa María cuando a un oficial prisionero de Bailén
se le
h.lló en su equipaje un cáliz y una patena. La indignación po­
pular causó casi un motín, pues con aquellos robos sacrílegos
«se escandalizaba sobremanera a un pueblo que eu tan grave
ve­
neración tenía aquellas alhajas» (102).
Tras las victorias de Ocaña y Salamanca comienzan los
me­
jores días de José que se decide a viajar a Andalucía donde es
bastante bien recibido, apoderándose, especialmente en Sevilla,
de un
inmenso botín (103 ). En Andalucía, «la desamortización
eclesiástica
se aplicó con todas sus consecuencias» { 104 ).
La anexión por el emperador de la orilla izquierda del Ebro
deja a José en
pésima situación política cuando ya lo estaba en la
eclesiástica { 105). Prácticamente se quedaba sin reino. Su ami­
go y consejero Miot le aconseja la abdicación pero José no le
hace caso y envía a Azanza a París para que consiga la revoca-
(101) MERCADER: Op. cit., págs. 124 y 125.
(102)
ToRENo: Op. cit., págs. 124 y 125.
(103)
MERCADER: Op. cit., págs. 141-143.
(104)
MERCADER: Op. cit., pág. 147.
(105)
MERCADER: Op. cit., págs. 155 y sigs.; ARTOLA: Op. cit., pá­
ginas 141 y sigs.
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICÁ.
ción del decreto de 8 de febrero de 1810 (106) que en tal mal
lugar le dejaba ante los pocos fieles que tenía. Nada consigue
Azaru:a y Napoleón crea nuevos gobiernos autónomos que en
la práctica
se han independizado de José. Soult, en Andalucia,
desconoce al soberano (107), Suchet, en Valencia, prácticamente
lo mismo (108).
«Presionado por todas partes, asediado de problemas que
incesantemente van creciendo,
amenazado por el descontento de
la calle que la carestía podía hacer estallar de un momento a otro
en Madrid o por las bandas de guerrilleros que
llegaban a mos­
trarse hasta la capital, José determinóse en serio a fijar para el
1 de abril (1811) su salida de
la Península (para pedir a su her­
mano dinero y poder efectivo). Temía, empero, que
si lo divul­
gaba, el Emperador pusiese obstáculos a
la ejecución de este pro­
pósito. Todo se preparaba, pues, en secreto, cuando un aconte­
cimiento nuevo, el nacimiento del Rey
de Roma, vino a clarear
la situación y dio a José Bonaparte una oportunidad magnífica
para llevar a cabo
sus intenciones» (109). Aunque, por otra par­
te,
perdía su sueño dorado y secreto. La posibilidad de suceder
a
su hermano en el trono de Francia si Napoleón moría antes que
él y sin descendencia. Salió, pues, para Francia a felicitar a su
hertnano y cuando . ya estaba en ella recibe la orden del empe­
rador de no abandonar España, que José no atiende prosiguien­
do su viaje (110). _Napoleón le hace un frío recibimiento y el 15
de julio está de nuevo en Madrid, sin apenas haber conseguido
nada (111).
La victoria anglo-española de los Arapiles le obliga a aban-
(106) MERCADER: Op. cit., págs. 161 y sigs.; ARTOLA: Op. cit., pá-
ginas
151 y sigs.
(107) MERCADER: Op. cit., págs. 217 y sigs.
(108) MERCADER: Op. cit., pág. 335.
(109)
MERCADER: Op.cit., pág. 226; ARTOLA: Op. cit., págs. 170 y
siguientes.
(110) MERCADER: Op. cit., pág. 230.
(111)
MERCADER: Op. cit., págs. 243 y sigs.
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FRANCISCO !OSE FERNANDEZ DE LA CIG0$A
donar su capital de nuevo (112), esta vez hacia Valencia, donde
gobierna con independencia
de José el mariscal Suchet. Hubo
afrancesados que por falta de medios tuvieron que hacer el
via­
je a pie en medio de los espantosos calores del mes de agos­
to (113). «El personal de su corte errante se asombraba en Va­
lencia de poder salir de los muros de la urbe sin escolta, de re­
correr los caminos y la huerta sin ser hostigados y de ver cómo
llegaban los correos
de Francia sin temor a las bandas guerrille­
ras» ( 114
).
Ya estamos en el absoluto declive. Soult abandona Andalu­
cía. El 2 de noviembre
de 1812 entra de nuevo José en su ca­
pital donde sólo permanece cuarenta y ocho horas. Tras recha­
zar a los ingleses vuelve a Madrid el 3 de diciembre. Sería ya la
última vez. El 17 de marzo de 1813 la abandona para siem­
pre (115). Su ejército es destrozado en Vitoria y él mismo está
a punto de ser apresado ( 116
). Es el final.
Antes
de despedirle es preciso hacer referencia a otra grave
agresión
de José a la disciplina eclesial. Su intromisión en la
jurisdicción de
la Iglesia, tanto volviendo a poner en vigor el
famoso decreto de Urquijo, del que nos hemos ocupado amplia­
mente (117),
como destituyendo obispos: el arzobispo de Tole­
do y Sevilla y los obispos de Osma, Calahorra y Astorga, y
nom­
brando prelados intrusos en esas y en otras diócesis (118). Medi­
da en la que también sería imitado y ampliamente rebasado por
los liberales posteriores.
(112) MERcADBR: Op. cit., págs. 322 y sigs.; ARToLA: Op. cit.. pá-
ginas 203 y sigs.
(113)
MERCADER: Op. cit., pág. 327.
(114)
MERCADER: Op. cit., pág. 335.
(115)
MERCADER: Op. cit., págs. 366 y sigs.; ARTOLA: Op. cit .. pá­
ginas 206-208.
(116)
MERCADER: Op.cit., pág. 374; ARTOLA: Op. cit., págs. 208 y
209. (117)
FERNÁNDEZ DE LA CrnoÑA: El liberalismo ... , págs. 149-179.
(118)
REVUBLTA: La Iglesia ... , pág. 25; BERAULT-BERCASTEL: Historia
general de la Iglesia, desde la predicaci6n de los ap6stoles hasta el ponti­
ficado de Gregorio XVI. Obra escrita en francés por el abate Berault-Ber-
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EL LIBERALISMO Y LA. IGLESIA CA.TOUC.d.
El más famoso de estos obispos intrusos fue el capuchino Mi­
guel de Santander, conocidísimo misionero que «después de ha­
ber sostenido el alzamiento se dejó comprometer por el generál
Lannes, y

a
su vez comprometió a las iglesias de Zaragoza y
Huesca, en cuyo gobierno
se intrusó, apoyado por los france­
ses» (119). Lázaro de Aspurz (120), en cambio, le exculpa de
todo. Del afrancesamiento, que nunca sintió sino que, como obis­
po auxiliar que era del indignísimo Arce, metropolitano
de Za­
ragoza, «consideró un deber sagrado no huir sino estar al lado
de su pueblo y ayudarle a llevar las calamidades de la guerra.
Por eso mismo no vaciló en atenerse a los hechos consumados y
entablar buena inteligencia con el invasor; creyó este proceder
más viable y más práctico, y realmente con su influencia, con sus
recomendaciones, con
&u autoridad pudo librar a muchos sacer­
dotes y religiosos e incluso paisanos de una muerte segura o de
los horrores
de la prisión y otros castigos. Fue designado por
José Bonaparte gobernador general de las iglesias de Aragón,
pero en
su actuación hizo caso omiso de tal nombramiento. Tam­
bién fue elegido para ocupar la sede vacante de Huesca, pero
no
tomó posesión de ella hasta que el cabildo le entregó volunta­
riamente y tras
un convenio la jurisdicción» ( 121 ).
De esas entregas voluntarias que los cabildos se veían obli­
gados a conceder, siempre coaccionados y muchas veces incluso
por
la fuerza física, veremos numerosos casos en la situación ya
plenamente liberál.
castel, canónigo de Noyon, corregida y continua.da desde el año 1719, en
que la dejó su autor, hasta el año 1843, y adicionada con importantes di­
sertaciones por el barón Henrion. VIII. Madrid, Imprenta de El Cat61ico,
1855, pág. 183.
(119)
FuENTB, Vicente de la: Historia eclesiástica de España. III. Bar-. . celona, Imprenta de Pablo Riera, 1855, pág. 465.
(120) AsPURZ, Lázaro de: Diccionario ... , IV, Madrid, 1975, páginas
2.182 y 2.183.
(121)
AsPURZ: Op. cit., pág. 2.183. El Rancio y Vélez atenúan tam­
bién su afrancesamiento. Cfr. Al.VARADO, Francisco: Cartas criticas, II y
111, Madrid, 1825, págs. 377 y 386; VÉLEZ, Rafael de: Preservativo contra
la i"eligi6n, 4.• ed., Madrid, 1813, pág. 188.
1261
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FRANCISCO !OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
También sería nombrado por José arzobispo de Sevilla y en
esta ocasión para una diócesis que no estaba vacante, pues su
titular y de la de Toledo, el cardenal Borb6n, se encontraba
huido en
Cádiz (122).
«Por esa su actuación con los invasores se
le consideró como
traidor, intruso
y afrancesado, y como tal fue blanco de la ira
patriótica, viéndose obligado a retirarse a Francia con las tro­
pas de Napoleón. Aun en el destierro le persiguió la difamación
por escrito
y de ella, al igual que de todos los cargos que se le
hicieron, tuvo que defenderse con una apología autobiográfi­
ca de gran interés histórico ( 123
), publicada allende los Piri-
neos» (124).
·
Revuelta, que coincide con Menéndez Pelayo (125), nos dice
que «fue nombrado por Suchet comisario regio eclesiástico
de
Aragón. A principios de 1810 fue nombrado obispo de Huesca,
de cuya sede tomó posesión,
y a mediados de aquel año recibió
el nombramiento de arzobispo
de Sevilla y gran banda de la
Orden de España» (126).
Pese a lo que diga Aspurz, que tal
vez sea capuchino como
el P. Santander, fue uno de los afrancesados más notorios y de­
cidido propagandista de -aquel régimen que le recompensó en
cuanto estuvo en su mano, aun saltándose todas las reglas
canó­
nicas. Si muy sospechosa es su actuación en Huesca, donde su
obispo Sánchez de Cutanda había fallecido en 1809, su desig­
nación para Sevilla canónicamente
es absolutamente inaceptable
y Santander lo conocía perfectamente.
Si intentó ejercer la ju-
(122) }URETSCHKE: Op. cit., pág. 1.666.
(123)
SANTANDER, Miguel de: Apuntaciones para la apología formal de
la conducta religiosa y politica. Respuesta de este ilustre prelado a otra muy
irreverente y calumniosa que le escribi6 e imprimi6 en · Madrid, en el año
de 1815, el P. Fray Manuel Martínez, mercenario calzado. Existe en la
Colección
·documental del fraile, donde viene citado en ie1 tomo IV, página
127. Servicio Histórico Militar, Madrid, 1950.
(124) AsPURZ: Op. cit., pág. 2.183.
(12.5) MENENDEZ PELAYO, Marcelino: Historia de los heterodovos es­
pañoles, II, BAC, Madrid, 1956, pág. 712.
(126)
REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 30.
1262
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EL LIBERALISMO Y L,4 IGLESIA. CA.TOLICA
risdicción se habría colocado en una situación cismática. Si no la
ejerció, y no he visto datos al respecto que, de haberlos, estarán
en poder del cabildo de la catedral hispalense, al menos consintió
con su silencio una situación jurídicamente intolerable. Poca
glo­
ria a la Iglesia dio en estos días fray Miguel Suárez de Santan­
der, oscureciendo un
magnífico historial de misionero apostólico
en lo que logró fama
de excelso predicador.
Para la archidiócesis de Toledo, que también estaba a cargo
del citado cardenal Borbón, nombró José a Francisco
de la Cuer­
da, obispo dimisionario de Puerto Rico, cuya sede
ocupó desde
1790 a 1795, fecha en que renunció (127). Destacó también
«por
su afección al gobierno josefino», siendo asimismo agracia­
do con la Orden de España, «nombrado obispo de Málaga,
cuya
diócesis pasó a gobernar como vicario capitular de la sede vacan­
te» (128 ), y en una segunda promoción fue elevado a la sede
primada ( 129). Vale para él todo
lo dicho de Santander.
Para la diócesis de Málaga, que en
esa peculiar interpreta­
ción eclesiástica que hacía
el gobierno de José quedaba vacante
por
la promoción de De la Cuerda, se designó al obispo in parti­
bus de Licopolis, auxiliar de Sevilla, Manuel Cayetano Muñoz y
Benavente. Revuelta (130) le exculpa diciendo que «no quiere
aceptar el nombramiento en vida del titular», pero
no sabemos
a qué
titulat se referirá, pues el que lo había sido de Málaga,
José Vicente de Lamadrid había fallecido en 1809.
Si no quiso
aceptar el nombramiento sería por otros motivos, que honran
al
obispo, pero no por el alegado por Revuelta.
(127) Diccionario ... , III, pág. 2.035.
(128)
REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 29.
(129) REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 29; JuRETSCHKB: Op. cit., pág. 166.
(130) REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 28. Cuando se liberó Anda!uda
quedó sometido a plll'ificación y suspendido en sus prebendas en virtud
de los decretos contra los afrancesados de 11 de agosto y 21 de septiembre
de 1812 «por haber aceptado el deanato de que era y es poseedor don
Fnbián de Miranda y Sierra». El. cabildo sevillano intercede por Muñoz
y señala su patriotismo
manifestando que si acept6 el deanato fue «por
poderosos motivos
para bien de aquella Iglesia». Diario de las discusiones
y actas de las Cortes. Tomo XVI, Cádiz, 1812, pág. 156.
1263
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE PERNANDEZ DE -LA GIGOlvA
Para la mitra dejada vacante por Santander en Huesca, dado
su ascenso a Sevilla, se designa
al franciscano observante Manuel
María Trujillo y Jurado, obispo dimisionario de Albarracín, de
quien ya hemos hablado a
causa -de su apoyo .al decreto cismá­
tico
de Urquijo en 1800 (131).
Para Calahorra, sede cuyo titular se encontraba
en Qídiz
como diputado, se nombró al obispo in plJJ'tibus de Augustopo­
lis y
auxiliar de Toledo Alfonso Aguado y Jaraba, nombramien­
to que rehúsa aceptar en vida del titular (132).
Para Astorga, sede
que tampoco estaba vacante, pues vivía
su titular Manuel
Vicente Martlnez Jiménez, se nombró. a Ata­
nasio Puya! y Poveda,
obispo de Caristo (1790-1814) y auxi­
liar
de Toledo y no de Madrid como dicen Revuelta y Juretsch­
ke ( 133
). Cuando en enero de 1809 José entró en Madrid, Pu­
ya! pronuoció . «una arenga formularia y evasiva y llegó a ser
designado caballero de la
· Orden Real de España», pero rehusó
aceptar la mitra en vida del titular ( 134 ). En la Historia de
Berault-Bercastel se dan más datos
de este obispo, pues _nos
narra cómo al ser nombrado para Asto.rga, «presentóse a José; le
habló con una fuerza verdaderamente · apostólica de los sacrilegios
y violaciones que comerían los soldados franceses; desechó con la
mayor constancia la mitra ofrecida
y resistió heroicamente a los
ruegos y amenazas de los
ministros que llegaron a quererle inti­
midar con su confinamiento
a Francia» ( 135). No es de extrañar
que Fernando
VII, una vez restaurado en el trono, le presentara
para la mitra de Calahorra, sede que ocupó
desde 1814 hasta
1827 ( 136).
(131) l'm!NÁNDHZ DE l.A CrGOÑA: El liberalismo.:., págs, 162 y 163
y 226 y. 227. Sirva esta nota para aclarar lo que dije en la· citada página
227 respecto al nombramiento de Trujillo para Huesca.
(132) REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 28; ]URÉTSCHKE: Op. cit., pág. 166 .
.
(l33) REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 28; ]URETSCHKE: Op. cit., pág. 166:
(134) REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 28. ·
(135) BERAULT: Op. cit., VIII, pág. 183.
(136)
A. ARAouÁs, cfr. Diccionario ... , III, pág. 2.036, dice que fue
pom.brado obispo auxiliar en 1814, pero en el mismo Diccionario, 111, pá­
gina 1.795, se da la fecha de 1790 como la de su promoción al episcopado
como titular de Carlsto, in partibus infide!ium. Evidente!Dente tlos hallamos
1264
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICA
Para Zamora fue designado el canónigo doctoral de Córdoba,
Diego
López de Gordoa, de quien no poseemos más datos que
este que nos
da Juretschke ( 137).
Para la
de Osma, vacante también .por la muerte ese año de
1810 de su titular José Antonio de Gamica, fallecido el 10 de
enero de ese año, según el episcopologio
de la diócesis que pu­
blica el
Dkcionario de Historia Eclesiástica de España (138) y
destituido por decreto de 13 de junio de 1810 según Juretsch­
ke
(139), fue designado el arzobispo in partibus de Palmyra,
abad
de La Granja y exconfesor de Carlos IV, Félix Amat.
Es preciso detenetse en la figura
de este obispo de muy du­
dosa calidad política y, sobre todo eciesial. Hijo espiritual de
C]iment
y Armañá y puente . de unión del regalismo antjrromano
de algunos obispos de Carlos III y Carlos IV con el de los obis­
pos libetales de Fetnando VII y la minoría de Isabel II.
No son escasas las noticias que de él tenetnos gracias a la
fidelidad que le mostró su sobrino Félix Torres Amat, obispo de
Astorga, que nos dejó una
hagiograf!a en la Vida del Ilmo. Sr.
D. Félix Amat, arzobispo de Palmyra, Abad de San Jldefonso,
confesor del Señor Don
Carlos IV, del Conse¡o de S. M., etc.
La escribi6 por encargo de la Real Academia de la Historia su
individuo supemumerario Don Félix Torres Amat, dignidad de
sacrista de la Santa Ig/,esia de Barcelona, ahora obispo de As-
aD.te un notable · error dé Araguás. Cuando las Cortes le nombran el 28
de septiembre de 1812 individuo
de la Junta provincial de censura de
Madrid lo citan como «reverendo obispo de Caristo». También le hacen
auxiliar de Madrid. Repetimos · que se trata de un error, pues los obispos
auxiliares -lo eran de los residenciales y Madrid entonces no era sede epis­
copal, aunque habitualmente residía en Madrid uno de · los obispos auxi­
liares de Toledo. Cfr. Diario ... , XV, Cádiz, 1812, pág. 281. Se ve que
las Cortes no le tenían por afrancesado, pues en otro caso no habrían he­
cho el nombramiento. Fue uno de los escasísimos obispos que felicit6 a
las Cortes por la Gonstituci6n eo nombre del cabildo de la iglesia de san
Isidro (Diario ... , XV, págs. 314 y 315. Firma: «Atanasio, obispo de Ca­
risto»).
(137) JURETSCHKE: Op. cit., pág. 166.
(138)
Diccionario.:., III, pág. 1.848.
(139)
JURETSCHKE: Op. cit., pág. 166.
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FRANCISCO !OSE FERNANDEZ DE LA CIGOlvA
torga (140), ampliada poco después en el Apéndice a la vida del
Ilmo. Sr. Don Félix Amat, arzobispo de Palmyra, etc., que con­
tiene las notas y opúsculos inéditos que en ella. se citan, y algu­
nos otros documentos relativos a dicha vida (141). Seguidas sus­
tancialmente por Appolis en Les ¡ansénistes espagnols (142). Y
por Menéndez Pela
yo ( 14 3) con observaciones que nos parecen
atinadísimas.
Félix Amat de Palou bahía nacido en Sabadell en 1750 y la
primera etapa de su vida eclesial transcurre al abrigo del obispo
Climent, cuya semblanza
;ansenista ya hemos descrito ( 144 ). La
devoción es reciproca. El obispo le hará su secretario, biblioteca­
rio del palacio episcopal· y profesor del seminario, siendo, como
se le calificó, su «hombre de confianza» (145).
El joven clérigo
fue notablemente influido por su superior y así lo reconoce
sir­
viéndole sus consejos para «formarse ideas exactas y juiciosas
sobre las delicadas materias de
la distinción entre los poderes,
la autoridad del Soberano Pontífice sobre toda la Iglesia y la de
cada obispo en su diócesis
... » (146). Y conociendo las de Cli­
ment podemos suponer cuáles serían las exactas y iuiciosas de
Amat.
La renuncia de Climent deja a Amat sin protector aunque no
sin
amigo. El será quien pronuncie su oración fúnebre ( 147) y
(140) La publican los testamentarios del Ilmo. St. Amat. Madrid, an­
tigua imprenta Fuentenebro, 1835.
(141) Madrid, antigua imprenta de Fueotenebro, 1838.
(142) APPOLIS, Emile: Les jansénistes espagnols. Sobodi, Bordeaux,
1966, págs. 174-203.
(143)
MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, págs. 548, 553-556, 879 y 881.
(144)
FERNÁNDBZ DE LA CIGDÑA: El liberalismo ... , págs. 2236-240.
(145)
APPOLIS: Op. cit., pág. 174.
(146)
APPOLIS: Op. cit., pág. 174.
(147) Breve relación de las exequias que por el alma del Ilmo Sr. D.
Joseph Climent_ celebró su. amante familia... con la oración fúnebre que
diio el Sr. Félix Amat., su Maestro de Pages :v bibltptecario de Bibl. publ.
episcopal y un elogio histórico para la ilustración de la oración fúnebre.
Citado por SAUGNIBUX, Joel: Un prélat éclairé, Don Antonio T avira y Al­
maz6n (1737-1807). Toulouse, Ftance-Iberia Recherches, 1970, pág. 43.
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICA
quien cuide de la publicación de varias obras póstumas del pre­
lado (148).
En 1785 le vemos de canónigo magistral de Tarra­
gona con otro obispo de la misma cuerda, el agus~o Francisco
Armañá y Font (149). En esta época refuta a Filangieri a peti­
ción del arzobispo,
se interesa por Tamburini, traduce sus Lettere
di
un teologo piacentino, aunque no

las publica
y pronuncia tam­
bién
la oración fúnebre de Armañá (150). En opinión de Appo­
lis, que comparto, puede considerarse
el verdadero hijo espiritual
de ambos obispos (151).
Si su interés por Tamburini bastaría para calificarle, su sim­
patía por la Constitución civil del clero de Francia traspasa los
límites
de lo tolerable (152). Bien se comprende Ia expresión de
Menéndez Pelayo de que
«galicanizaba ex toto corde» (153).
AIIllque apunta alguna crítica a Pistoya ( 154 ), que tal vez fuera
hipócrita dado el destinatario de su carta, el obispo de Vich,
V eyán, que no era precisamente un prelado progresista sino
de­
fensor de la Inquisición (155). Su posición ante el decreto cis­
mático de Urquijo es cauta pero más bien aprobatoria y eso que
se produce
ya con el ministro caído, en 1893: «En estas circuns­
tancias (la muerte de
Pío VI) el ministerio de España tomó al­
gunas disposiciones, para qué de la vacante de la santa sede,
aunque se difiriese, :n.o reSultasen notables perjuicios a nuestras
iglesias» ( 156 ). Mucho más tajante y favorable se había mos­
trado en unas Observaciones} «que ·corrieron ma-nuscritas, y que
su sobrino publicó muchos años después, bien en detrimento de
(148) . APPOUS: Op. cit., pág. 174.
Ü49) FERNÁNDEZ DE LA ÜGOÑA: Op. cit., págs. 266 y 267.
(150)
APPoLIS: · Op. cit., pág. 175.
(151)
APPoLIS: Op. cit., pág. 175.
(152)
ApPOLIS: Op. cit., pág. 175.
(153)
MENÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 554.
(154) APPOLIS: Op. cit., pág. 175.
(155) MARTÍ GrLABERT, Francisco: La abolición de la Inquisición en
España. Eunsa, Pamplona, 1975, pág. 262.
(156)
AMAT, Félix: Tratado de la Iglesia de Jesucristo por Don Fé­
lix Amat, canónigo magistral de la S. M. l. de Tarragona. Barcelona, en
la oficina de Tecla Plá, viuda, .1803, pág. 58.
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FRANCISCO !OSE FERNANDBZ ·DE LA CIGOBA
la buena memoria del tío», aprobando el decreto de Urqui­
jo» ( 157).
De esa
tp ción del importantísimo libro de Hervás
y, Panduro sobre la Re­
voluci6n francesa que ocasiona no se autorice la edici6n (158).
Y algo posterior fue también su oposición a
la Historia universal
sacroprofana, del también jesuita Tomás Borrego, a la que re­
chaz6 «por la manera como en el libro se hablaba de jesuitas, de
jansenismo y de potestad de los papas, en términos muy impru­
dentes, capaces de excitar disturbios muy terribles contra la pú­
blica tranquilidad. Y el libro de Borrego se qued6 inédito e iné­
dito yace todavía» (159).
En cambio, «le parecía sabia y de s6lida docttina la Tentativa
de Pereira» ( 160), aunque «opin6 que las cosas no estaban bas­
tante maduras en España para arrojarse a tal publicación».
Pues este personaje, que aconsejaba alejar toda nonna de
sen­
satez de la Iglesia y de la política y más en aquellos días, fue
propuesto por la necedad
de Carlos IV para un título arzobispal
y poco después le hizo su confesor. Acababa de alcanzar un cier­
to prestigio por la publicaci6n de
su Tratado de la Iglesia de Je­
sucristo ( 161 ), «compendio bien hecho, aunque exttactado por
la mayor parte de Fleury y del cardenal Orsi» (162). Aunque la
obra es prudente y, por
lo que sabemos de Amat, disimulada,
apunta querencias que era imposible ocultar. Es de señalar
su
(157) MENIÍNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 555.
(158) MEsTRE SANcHls, Antonio: «Religi6n y cultura en el siglo
XVIII español», en Historia. de la Iglesia en .España. IV, BAC, Madrid,
1979, pág. 735; FERNÁNDEZ DE LA CrGOÑA: El liberalismo ... , págs. 284 y
285; MENIÍNDBZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 556.
(159) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 556; Fl!RNÁNDEZ DE LA
CtGOÑA: El liberalismo ... , ·pág. 293; APPOLIS: Op. cit., pág. 187.
(160) MENiíNDBz l'ELAYo: Op. cit., II, pág. 555; MARrí GnAEBRT,
Francisco: La Iglesia en España durante la Revoluci6n francesa. Eunsa, Pam­
plona, 1971, pág. 102.
( 161)
En doce tomos publicados entre 1793 · y 1803 más uno de fm!i­
ces publicado en 1807.
(162)
MENIÍNDEZ PELAYO: Op. cir.; !I, pág. 554.
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA _CATOLICA
gran defensa de Trento { 163 ), pero ante el caso de los jesuitas
se muestra totalmente parcial (164).
Si bien apunta reservas ha­
cia Quesnel ( 165), se muestra absolutamente comprensivo con
los monarcas cuando el
Monitorio de Parma ( 166 ), con . el ca­
rácter contemporizador de Clemente XIV (167) y con la conduc­
ta de Carlos III con el obispo de Cuenca .(168). Era enemigo de
la escolástica (169) y del probabilismo (170) y hace grandes ala­
banzas de Napoleón ( 171).
Llegado ese «hombre extraordinario» a
España, sin el menor
agradecimiento a su protector
y ·confesado que le había elevado
desde una canonjía
periférica a uno de fos primeros puestos de
la corte y que, si desde el sigilo sacramental conocía más mise­
rias que las públicas de. su penitente no podía valerse de ellas
para orientar su conducta política,
~e pasa con armas y bagajes al
partido antiespañol
y antieelesial.
«El 3 de junio
de 1808 escribe una pastoral confidencial a
algunos curas de su jurisdicción para que exhorten a los
fieles
a la paz y a la sutnisi6n al gran Napole6n ... , árbitro de Euro­
pa» (172). José se apresurará a publicar esta circular en la Ga-.
ceta el 17 de junio. «En toda España, reconocerá Amat, se eleva
un grito general contra ella y contra mí, como si la doctrina que
contenía fuera impía o anticristiana
y como si yo fuese un vil
adulador de Bonaparte y un traidor a tni monarca legítimo» ( 173 ).
La doctrina eta impía porque apoyaba la impiedad que, si todavía
no era manifiesta
en España podía suponerse dados fos antece­
dentes napoleónicos que
Amat conocía perfectamente. Y cierta-
(163) AMAT: Tratado ... , XI, págs. 1 y sigs.
(164) AMAT: Tratado ... , XI, págs. 236 y sigs.
(165) AMAT: Tratado ... , XII, págs: 12 y 13.
(166) AMAT: Tratado ... , XII, págs. 31 y 32.
(167) AMAT: Tratado ... , XII, págs. 33 y 34.
(168)
AMAT: Tratado ... , XII, pág. 81. ·
(169) AMAT: Tratado ... , XII, págs. 93 y 94.
(170) AMAT: Tratado ... , XII, págs. 94 l' 95.
(171) AMAT: Tratado ... , XII, pág. 122.
(172) AfPOLIS: Op. cit., pág. 188.
(173)
APPOLIS: Op. cit., pág. 188.
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FRANCiSCÓ JOSE FJiRNÁNDEZ DE LA CIGÓRA
mente era vil y traidora para con España y para con su rey, y a
este último Amat tenía· muchos
más motivos de agradecimiento
que la inmensa mayoría de los españoles.
La pastoral, mejor manifiesto político, fue violentamente re­
plicada por Francisco Mardnez de Aguilar en un folleto titulado
Reflexiones político-cristianas sobre
la carta pastoral que Don
Félix Amat,
arzobispo de Palmira y abad de San Ildefonso, del
Consejo de
S. M., etc., dirigi6 al clero y demás fieles de su aba­
.día, impreso en Valencia en julio de ese mismo año y reimpreso
posteriormente en México y Cádiz (174).
Este detestable obispo «para borrar el
mal efecto causado
por
su escrito, apuntándose a la victoria, se apresura, después de
Bailén, a dar el 14 de agosto una nueva pastoral donde explica
sus intenciones
y se pronuncia por Ferando VII» ( 175). Pero
.vuelve a sonreír la victoria a las águilas imperiales y Amat caro'
biará de bando con la misma tranquilidad .con que de camisa. El
gobierno intruso le hace comendador de la Real Orden de
Espa,
ña y, suprimida la colegiata de La Granja, es nombrado por José
obispo
de Osma (176). Su sobrino declara que acept6 la dióce­
sis por prudencia, aunque de hecho no ejerció ninguna funci6n
episcopal (177). Aunque sí public6 en Madrid, en apoyo del
bando afrancesado,
en' 1813, Deberes' del cristiano en tiempo de
revoluci6n
hacia la potestad pública; o principios propios para
dirigir a los hombres d'e bien en su modo de pensar, y en su con'.
ducta en medio de las revoluci~nes qué agitan los imperios (178).
En 1816
se ve obligadcí 'a renunciar la colegiata de San 11-
(174) A,pous: Op. cit., pág. 188; JuRETSCHKE: Op. cit., pág. TC.
(175) APPoLls: Op. cit., pág. 188. La nueva pastoral se titula: Carta
pastoral muy patriótica, con motivp de los felices sucesos de las armas
españolas y de haberse retirado del país las tropas enemigas. Cfr. MERÉN­
DEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 879.
(176) APPOLIS: Op. cit., pág; 189.
(177)
APPOLIS: Op. élt., pitg; 189.
(178)
MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 879; APPOLIS dice que
es de 1812 y que lo escribió
a sugerencia de Estanislao de LuGo: Op. cit.,
págs. 189 y 190.
1270
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ÉL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICÁ
defenso y al año siguiente, o en 1814, según Cuenca Toribio (179),
tiene que recluirse
en un convento franciscano de Cataluña, muy
leve castigo
para lo que fue su conducta (180),
Aún habremos de ocuparnos de este obispo que ha sido tra­
tado por la historia mucho mejor de lo que su comportamiento
político y eclesial merecían. Vicente de la Fuente lo considera,
con Tavira, «prelado muy sabio y celoso» (181), aunque tiene
que reconocer que «han dejado una memoria poco agradable a
los católicos
por su desafección a la Santa Sede» ( 182). Para Re­
vuelta resulta «bien afamado por su sabiduría y austeridad de
costumbres» ( 183) y recoge
el apelativo de «el Bossuet espa­
ñol» (184), al igual que Appolis (185), que nos parece tan des­
proporcionado como el de Fenelon aplicado a Tavira
(186). Cuen•
ca Toribio atenúa la gravedad de sus disidencias con Roma (187.),
Juretschke, al que creemos más acertado, hace hincapié en su re­
galismo (188) y lo retrata en las siguientes palabras: «Nos hemos
acercado a aquel grupo de personas
que se distinguieron en pri­
mer lugat por cálculos bajos y, al mismo tiempo, por una gran
carencia de entereza moral, entre los que
se ha de contat, a pesar
de sus muchas súplicas y disculpas,
al confesor de Carlos IV,
Félix Amat, quien, habiendo optado en un principio por José,
negaba, tras la vicisitud de
Bailén, haber hecho algo semejante,
y habiendo actuado durante
la segunda ocupación de Madrid
como ferviente colaboracionista, cazador de cargos y de órdenes,
tampoco tuvo empacho de proclamar luego su pureza política y
(179) CUENCA T0Rm10, José Maouel: «Amat de Palou y Pont, Fé-
lix», en Diccionario ... , I, págs. 57 y 58.
(180) AP,ous: Op. cit., pág. 191.
(181)
Fummi: Op. cit., III,. pág. 452.
(182) FUENTE: Op. cit., III, pág. 452.
(183) REVUELTA: La [gl,sia ... , pág. 29.
(184) REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 29.
(185)
APPOUS: Op. cit., pág. 174.
(186) · FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA: El liberalismo ... , págs. 261 y 262.
(187) CUENCA: Op. cit., !, pág. 58.
(188) JURETSCHKE: Qp. cit., pág. 52.
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Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO !OSE FERNANDEZ ·DE LA CIGODA
moral» (189). Menéndez Pelayo refiere «su prócer estatura y ve­
nerable y prelaticio aspecto», y nos dice que era «ejemplo raro
de severidad y templanza
en la corte de María Luisa» (190),
aunque menciona su nepotismo (191). Como hemos dicho
vol­
veremos con este obispo que no mejoró en sus últimos días su
desdichada etapa anterior.
Fue también incondicional de José
el arzobispo de Zaragoza,
Ramón José de Arce !192). Y con ellos se cierra prácticamente
la nómina de los obispos entusiastas
y aun entre los que hemos
citado los
hay como Puya! que, con nombramiento y todo, no se
muestra muy afrancesado.
Hubo otros que creyeron su deber, ante la invasión, perma­
necer con
sus ovejas. Y una vez llegados los franceses tuvieron
que contemporizar más o menos con ellos. Revuelta señala
en­
tre los más colaboracionistas al de León, Pedro Luis Blanco, al
que Villapadierna exculpa (193
). Debía el episcopado, según Ap·
polis (194), a una refutación de
la carta de Grégoire a Arce con­
tra la Inquisición (195). Era paisano de Godoy y tal vez a eso,
más que a sus ataques al obispo constitucionalista, debiera su
promoción desde el cargo de bibliotecario real (196). Morirá en
1811, con
España casi totalmente ocupada, por lo que no tene­
mos constancia de las consecuencias que hubiera tenido su con·
ducta tras la liberación.
(189) }URETSCHKE: Qp. cit., págs. 213 y 214.
(190)
MBNliNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 553.
(191) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, págs. 553 y 554.
(192) FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA: El liberalismo ... , págs. 156, 199, 202,
203, 241
y 242.
(193)
REVUSLTA: La Iglesia ... , pág. 29; Vµ.LAPADIERNA, Isidoro. de:
«El episcopado español y las Cortes de Cádiz», en Hispania Sacra, 1955,
núm. 16, pág. 9 (la numeración de las páginas de la revista comienza' con
el 1 en cada articulo).
(194) APPOLIS: Op. cit., pág. 133.
(195)
BLANCO, Pedro Luis: Respuesta pacifica de un español a la carta
sediciosa del francés Grégoire~ que se dice obispo de Blois. Madrid, en
la imprenta Real, 1798, en Colecci6n documental del fraile, IV, pág. 59.
(196) APPOLIS: Op. cit., ~-133; VILLAPADIERNA: Op. cit., pág. 9.
1272
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EL UBERA.LISMO Y LA IGLESIA CATOLICA
También permaneció entre su grey el arzobispo de Burgos,
Manuel
Qd y Monroy, el único prelado español que asistió a
Bayona, hasta que pudo huir y
refugiarse en Portugal ( 197). Re­
vuelta le cuenta entre los colaboracionistas pasivos (198). Más
bien hay que considerarle atrapado por las circunstancias. Dio
siempre muestras de saber lo que quería.
En Bayona postulaba
que la Constitución prohibiese «no sólo el culto público de otra
religión sino también sus doctrinas y prácticas privadas» ( 199
), y
en 1813 prohibía a sus párrocos la lectura del decreto suprimien­
do la Inquisición (200). Seguirá al frente
de su diócesis hasta
1822.
El obispo de Palencia, Francisco Javier Almonacid, fue «pre­
sentado como modelo
de santidad y caridad por la buena aco­
gida que hizo a las tropas francesas y nombrado comendador de
la Orden de España» (201). Y, según Juretschke, «facilitó la en­
trega de la ciudad durante la ofensiva de las tropas francesas»,
por
lo que fue elogiado en la Gaceta de Madrid (202). Había
sido de los prelados designados para acudir a Bayona y que no
compareció. Nos parece que su conducta fue resignada ante los
acontecimientos y que procuró salvar males mayores sin que
quepa calificarle
de entusiasta y ni siquiera de partidario de José.
Continuó al frente de
su diócesis hasta su fallecimiento en 1821.
El titular de Valladolid, Vicente Soto y Valcárcel, se mostró
mny patriota en los inicios
de la contienda abandonando su sede
«para no
verse obligado a besar la mano de José» (203 ). Pero,
en las idas y venidas del ejército invasor, le encontraron
en su
diócesis «y ofreció
sus respetos al rey cuando pasó por allí en
julio
de 1811» (204). Si a eso llama Revuelta colaboración pasi­
va no le contradeciremos. Pero no
se aprecia el menor entusiasmo.
(197) VILLAPADIERNA: Op. cit., pág. 54.
(198) REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 28.
(199) SANZ: Op. cit., pág. 322 •
. (200) VILLAPADIERNA: Op. cit., pág. 54.
(201) REVUELTA: iá Iglesia ... , pág. 28.
(202) JuRETSCHKE: Op. cit., págs. 172 y 173.
(203) REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 28.
(204) REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 28.
1273
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
Era obispo de Zamora Joaquín Carrillo Mayoral desde 1804.
Se niega a asistir a Bayona (205). Según Villapadierna y Martí­
nez de Velasco, preside la Junta de su provincia en oposici6n
al
francés (206). Pero, consumada la invasión, «predicó con unción
y energía la sumisión
al soberano y la fraternidad con las tropas
francesas» (207).
Su temprana muerte, en 1810, nos impide se­
guir su trayectoria. Pero nos parece mucho más resignado que
entusiasta.
Era desde 1807 obispo de Salamanca fray Gerardo V ázquez
de Parga, que «fue también de los
más precoces en exhortar la
sumisión al nuevo rey» (208). Este antiguo censor inquisito­
rial (209) y posteriormente diputado persa, es figura poco clara,
no sabemos si por escasez de entendimiento o por demasiado
avispado y presto siempre a apuntarse
al carro del vencedor. Lo
cierto es que conservó su sede hasta su muerte en 1821.
El obispo de Avila, Manuel Gómez de Salazar, tampoco es
personaje claro. Entrega a
la causa nacional toda la plata de sus
iglesias para suministrar fondos a la resistencia al francés (210).
Pero después encabeza «la diputación abulense que rinde en
Ma­
dird pleitesía a José, y al año siguiente es nombrado nada me­
nos que comendador de la Orden Real de España. Estas compla­
cencias hacia el gobierno afrancesado no impiden que, entre tan­
to, el obispo escriba a la Junta Central para defender a unos
cu­
ras de su diócesis amenazados por las tropas nacionales, mien­
tras sale al paso de las calumnias que le han levantado algunos
malintencionados y reitera su constante adhesión a Fernando
VII» (211). Su visita a José .Bonaparte fue demasiado sonada,
(205) SANZ: Op. cit., pág. 104.
(206) VILLAPADIERNA: Op. cit., pág. 3; MARTÍNEZ DE VELASCO, Angel:
La formación de la Junta Central. Eunsa, Pamplona, 1972, pág. 85.
(207) REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 28.
(208)
REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 28.
(209) BARCALA MUÑoz, Andrés: Censuras inquisitoriales a las obras
de P. Tamburini y al Slnodo de Pistoya. CSIC, Madrid, 1985, pág. 47.
(210) VILLAPADIERNA: Op. cit., . pág. 5; REVUELTA: La Iglesia ... , pá­
gina 28.
(211)
REVUELTA: La Iglesia ... , págs. 28 y 29.
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Fundaci\363n Speiro

.EL LIBERALISMO Y. LA IGLESIA CATOLICA
aunque tal vez inevitable, como para que nos olvidemos de
ella (212).
Lo cierto es que, restaurado Fernando, el obispo per­
maneció en su sede hasta su muerte en 1815.
Del arzobispo de Valencia, Joaquín Company, patriota
de
primera hora y contemporizador después, ya hemos dicho lo que
su trayectoria nos parc'CÍa (213 ). Su fallecimiento en marzo de
1813 nos impide conocer cuál habría sido la sanción a
su con­
ducta.
El obispo de la heroica ciudad de Gerona fue
también «equf,
voco» (214). Tras su patriótica conducta (215), una vez rendi­
da
la ciudad se mostró colaborador con los vencedores (216). La
muerte de Juan Agapito Ramírez de Arellano, en 1810, nos
impide también conocer las posibles consecuencias de
su con­
ducta. Aunque la numantina resistencia de la inmortal ciudad
puede hacer que se comprenda el intento del prelado, con
su
ciudad diezmada y extenuada, de salvar lo posible no sólo en lo
espiritual si no también en
lo material por poco que de ello que­
dara. Entre los afrancesados activos, además de los que hemos
se­
ñalado, Revuelta incluye al obispo de Córdoba y al arzobispo de
Granada, Pedro Antonio de la Trevilla y Juan Manuel Moscoso
Peralta (217). Ninguno de los dos merece
figurar en esa categoría
ni ciertamente entre las glorias de la Iglesia hispana. El arzobisc
po era casi un nonagenario al que no se podía pedir más de lo
que había dado al frente de su archidiócesis y ben poco era ello.
Y Trevilla era un prelado acomodaticio dispuesto a alabar al
poder cualquiera que éste fuera. Su
Carta pastoral a ,todos los fie­
les de
su diócesis sobre !{l fidelidad y obediencia que se debe al
(212) MERCADER: Op. cit., pág. 102; JuRETSCHKE: Op. cit., págs. 171
y 172.
(213) FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA: El liberalismo ... , págs. 270 y 271.
(214)
REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 29.
(215) V1LLAPADmRNA: Op. cit., pág. 7; SANZ: Op. cit., pág. 104.
(216)
JURETSCHKE: Op. cit., pág. 174.
(217)
REVUELTA: La Iglesia ... , pág. 30.
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ERA.NCISCO !OSE FERNANDEZ DE LA CIGOGA
rey (218) sólo refleja la mezquindad de su figura. Que Fernan­
do
VII le hubiera mantenido al frente de la diócesis tras su re­
tomo puede indicar que en el fondo eran tal para cual.
Y, salvo error u omisión, aquí termina
la nómina de obispos
afrancesados. Si por tales pueden tenerse a algunos de los nom­
brados cosa que nos parece difícil de sostener. Los. demás fue­
ron excelsos patriotas. Todos ellos. Con riesgo incluso físico.
Que a uno,
el de Corla, Juan Alvarez de Castro, le costó la vida
asesinado por los franceses. Y a muchos de ellos el renunciar a
la comodidad de
sus palacios y de sus sedes para irse, tras lo que
creían su deber, eclesiástico y patriótico, a una incierta aventura
que, de entrada, sólo les prometía miseria .
. Porque no podemos juzgar la historia por los resultados co­
nocidos. Aquellos obispos rehusaron someterse al vencedor del
mundo. Y
su mundo, el que tenían por delante, se terminaba en
el mar de Cádiz. Que cualquier estratega de
la época atribuiría.ª
Napoleón en escasos días. Y, sin embargo, partieron con la tris­
teza del
"bandono de sus fieles y la incertidumbre del mañana.
Lo cómodo era la adhesión a José. Y lo seguro. No voy a negar
que algunos, o
la mayoría de los que permanecieron en sus dió­
cesis lo hicieran por serias consideraciones de conciencia. Así
se­
ría. Pero a los que huyeron hay que reconocerles la decisión, el
valor y el patriotismo. Y también la eclesialidad. Porque crelan
que las fuerzas invasoras eran las enemigas de la Iglesia. Las que
tenían al Papa prisionero.
Las que se consideraban herederas de
la Revolución que había descristianizado a Francia.
Huyeron de
sus diócesis el arzobispo de Toledo y administra­
dor
de. Sevilla, Luis María, cardenal de Barbón; ~l obispo de Ca­
lahorra, Aguiriano y Gómez; el de Santander, Menéndez de Luar­
ca; el de Pamplona, Arias Teixeiro; el de Orense, Quevedo y
Quintana;
el obispo prior de San Marcos de León; el arzobispo
de Santiago, Múzquiz;
el de Túy, García Benito; el de Segovia,
Sáenz de Santamaría; el de Teruel, Alvarez de Palma; el arzobis-
(218) Córdoba, 1810. Cfr. ARTOLA GALLEGO, Miguel: Los orlgenes
de la
España contemporánea, U, IEP, Madrid, 1976, pág. 108; JURETSCHKE:
Op. cit., pág. 175.
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· EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICA
pode Tarragona, Mon y Velarde; el obispo de Lérida, Torres; el
de Urge!, Dueña y Cisneros; el de Barcelona, Sichar; el
de Tor­
tosa, Salinas; el
de Sigüenza, Bejarano; el de Plasencia, Igual
de Soria; el de Albarracín, González de Terán. Y errantes andu­
vieron por sus diócesis, con peligro inmediato de sus vidas, el
obispo de Barbastro, Abad; el
de Cuenca, Falcón, y el de Astor,
ga, Martínez Jiménez. Si a ellas se añaden las diócesis insulares
qu dente. Y
mención especial merece, porque rubricó su gesta con
su sangre, el ya citado obispo de Corla, Juan Alvarez de Castro,
asesinado a sus ochenta y
cincO años por esa vanguradia del li­
beralismo que eran los soldados de Napoleón. Con esa muerte
se inauguraba algo desconocido en España. El asesinato de obis­
pos. Pronto tendría continuación. Con el
abiopo de Vicli, Straucli,
en el Trienio liberal. No serían los únicos. Pero no adelantemos
acontecimientos.
Los afrancesados.
Por aquellos días se dio en España otro fenómeno con eI
que una parte de la historia moderna muestra notable compren­
sión: el afrancesamiento de algunos españoles. Y, sin embargo,
no tiene disculpa alguna.
La cuesti6n suele plantearse de modo sofista. Ante unos reyes
absolutos
y mediocres la parte más selecta, liberal e ilustrada de
la
nación optó por una nueva dinastía para hacer salir a Espafia
del oscurantismo borb6nico.
El planteamiento no es admisible. Porque
la realidad fue muy
otra. Un grupo de españoles, absolutamente minoritario, plena­
mente identificados con . el despotismo ilustrado de· los últimos
borbones, con su regalismo, jansenistas muclios de ellos en el
sentido amplio que
se viene dando al término, reticentes por
tanto ante el primado pontificio
y disgustados con la realidad
eclesial: monjes, frailes, escolástica, jesuitas
... , influenciados no
pocos .por la filosofía, se pusieron del lado de un monarca abso-
1277
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOGA
luto, extranjero e intruso frente a toda la nación que lo com-
batía. .
Si querían libertades, soberanía nacional, desamortización ci­
vil y eclesiástica, abolición de la Inquisición, Constitución y Cor-•
tes pudieron y debieron alinearse con los Argüelles, Toreno,
Pé­
rez de Castro, Calatrava, Oliveros, Villanueva, Muñoz Torrero ...
Odio
a los Borbones no lo habían manifestado nunca y no pocos
fueron ministros o altos funcionarios de
Carlos IV o de Fer­
nando
VII en los breves días que mediaron entre el motín de
Aranjuez y
la abdicación de Bayona: Urquijo, Caballero, Azanza,
O'Farril, Cabarrus ... No es ese el planteamiento. Su conducta
fue pura y simplemente una traición
a la patria sublevada contra
el invasor. Eso fue el afrancesamiento. No querían otra
España.
Eso lo querían los liberales y los tradicionales. Ni la misma Es·
paña. Eso lo querían los absolutistas. Ellos no querían a España.
O ponían sus intereses inmediatos por encima
de toda considera-.
ción de patria. Que es lo mismo.
A los franceses los odiaban todos los españoles. Por antica­
tólicos, por carceleros del rey, por revolucionarios, por regicidas.
Algunos, siemplemente por invasores. Ellos, no. Ellos eran
sus
amigos. Ellos eran la traición.
Y
si no se puede hacer la historia con Tavlra o con Arce
como buenos obispos, tampoco
se puede hacer con Azanza o con
Urquijo,
como buenos enpañoles.
¿ Cuántos compusieron aquella errática corte del miedo y la
vergüenza? Muy pocos. La Forest, el embajador de Napoleón en
Madrid habla de doce mil personas que acompañaron a José en
su huida a Valencia. Y el
parcialísimo y mentiroso Llorente de
doce
mil familias obligadas al exilio por afrancesadas. Si esa fue
la cifra máxima, que creo exagerada, pues ciertamente al inclig,
no canónigo le interesaba aumentarla y bien sabemos que no
sentía el mínimo escrúpulo en hacerlo cuando le convenía, vemos
cuál ha sido el peso del afrancesamiento
en la sociedad española
de
la época. Si José se sostuvo fue por las bayonetas de su her­
mano
y no por el valor real y el apoyo de los afrancesados.
Y en
ese número hay que incluir a no pocos que, viéndose
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICA
precisados por la necesidad a servir al rey intruso en los empleos
que habían desempeñado anteriormente, el miedo a las
represa­
lias les obligó a tomar el camino del exilio.
De los otros, de los verdaderos colaboradores de José y de
su catadura moral
pueden dar fe las cartas que el 8 y el 10 de
abril de 1814 escribieron a
Fernando VII dos de los más sig­
nificados personajes de la corte de José: sus ministros Azanza
y O'Farril. El primero quiere «tributarle el homenaje de mi leal­
tad, renovándole,
como lo hago, el juramento de mi sumisión y
obediencia, y ofreciéndole mis servicios para todo lo que fuere de
su soberano agrado». Y, el segundo, lo mismo: «Séame lícito;
Señor, tributar a V. M.
mis felicitaciones y renovar a sus reales
pies el homenaje de mi lealtad y obediencia dispuestas siempre
para cuanto fuere de su soberano real
agrado» (219). El cinismo
y la falta
de vergüenza alcanza en estas conductas cotas realmen­
te impensables.
Por ello
se hace difícil entender a historiadores como Mén­
dez Bejarano cuando escriben: «La Historia nos presenta una
agrupación de honrados ciudadanos, ilustres muchos de ellos
y
algunos glorias imperecederas del genio español que tal vez por
error, siempre con generosa intención, trataron de redimir la pa­
tria» (220 ). La patria se estaba salvando, precisamente, en el
otro bando.
La redención, si se precisara, ya vendría después,
porque sólo
se puede redimir lo que existe. Y España, bajo Na­
poleón, iba a desaparecer.
El mismo Artola cree que «no fueron traidores sino gentes
alucinadas» (221). Como
ya he dicho, mi opinión es otra. Que
después les fuera· mal y tuvieran que pasar penalidades sin
cuen­
to es otro cantar. Y no vaya a creerse que el resto de los espa­
ñoles, que eran la inmensa mayoría, en los territorios dominados
o en los libres lo pasaron mejor. Díganlo si no los habitantes de
Zaragoza, de Gerona, de Astorga, de Ciudad Rodrigo, de Moli­
na, de Mantesa ...
(219) ARANZA: Op. cit:, pág. 372.
(220) fillTOLA: Los afrancesados, págs. 39 y 40.
(221)
ARTOLA: Los afrancesados, pág. 42.
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FRANCISCO /OSE FBRNANDEZ DE LA CIGQ!IA
No cabe tampoco sostener, como hace Artola, que los afran­
cesados eran «los hijos espirituales del Aufklarung» (222). De
alguno puede afirmarse, como de otros que estaban en Cádiz,
como, por ejemplo, Jovellanos, pero
la mayoría no eran otra
cosa que servidores del despotismo borb6nico que pasaron a
ser­
vir, con el núsmo celo, el despotismo bonapartista. Llamar ilus­
trado a Caballero, a Suárez de Santander,
al duque de Frías y

a
la inmensa mayoría de los afrancesados es insostenible. El que
algunos de ellos lo fueran: Urquijo, Estala, Lista, G6mez
de Her­
mosilla o Meléndez Valdés no prueba la tesis. También lo fue­
ron Jovellanos, Quintana, Gallardo, Villanueva, Capmany, Saave­
dra... Y no traicionaron a España. Y mucho más liberales que
todos ellos, Argüelles, Toreno, Fl6rez Estrada, Calatrava, Gar­
cía Herreros ...
La tesis exculpatoria, de la que podríamos citar numerosos
ejemplos, llega hasta hoy
núsmo. Para Moreno Alonso (223)
son «probablemente el grupo de personas
más calumniado de la
historia de España» (224) y, por supuesto, «tan injustamente
tratados por Menéndez Pelayo» (225). No insistiremos
más en
ello pero hay que dejar constancia del patriomasoquismo de no
pocos historiadores.
Otra cuesti6n numerosas
veces planteada y

a la que ahora
es
preciso aludir aunque haya que volver sobre ella es la del pa­
rentesco ideo!6gico entre liberales de Cádiz y afrancesados (226)
que, en el extremo, podemos sintetizarla en dos frases, una de
Juretschke: «había dos clases de afrancesados, los verdaderos
colaboracionistas y los liberales de Cádiz» (
227 ), y otra de Mo­
reno Alonso: «entre ser afrancesado y patriota liberal no había
(222) ARToLA: Los afrancesados, pág. 44.
(223) MoRENo
ALONSO, Manuel: La generaci6n española de 1808.
Alianza Editorial, Madrid, 1989.
(224)
MORENO: Op. cit., pág. 154.
(225)
MORENO: Op. cit., pág. 154.
(226)
SuÁREZ, Federico: La crisis política del Antiguo Régimen en Es­
paña, 1800-1840. Ediciones Rialp, S. A., Madrid, 1950, págs. 35-38; MENÉN·
DEZ PELAYO: Op. cit., II, págs. 799 y s.igs.
(227) JuRETSCHKE: Op. cit., pág. 113.
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICA
más que un paso» (228). La tesis, tan cara a los diputados tradi­
cionalistas de las Cortes que
la insinuaban cada vez que les da­
ban ocasión
y no fueron pocas, tiene un gran fondo de verdad.
No hay
más que ver las coincidencias entre fo que salió de Cá­
diz y lo que Napoleón dispuso para España. Pero hay una. dife­
rencia.
La Constitución de 1812, el decreto de abolición de la
Inquisición, la persecución de los elementos tradicionales:
el
obispo de Orense, Lardizábal, Colón, Ros ... , fue una obra autó­
noma. Lo hicieron así porque quisieron y podrían haber hecho
otra cosa. Sin negar, por supuesto. las inHuencias francesas seña­
ladas
ya desde aquellos días por el padre Vélez y confirmadas
hoy, entre otros, por Diem.
Los seguidores de José ni siquiera
tienen la grandeza de
la propia obra. Apenas pasaban de ser unas
marionetas cuyos hilos
se movían desde el cuartel general del
emperador.
Los clérigos afrancesados.
Hemos hablado ya del afrancesamiento episcopal comproban­
do que fueron escaslsimos
los prelados incondicionales de José.
Menor es todavía, si atendemos
al número de sacerdotes y reli­
giosos que había en España, la proporción clerical entre los
afran­
cesados. La Iglesia española se volcó por la causa nacional e hi­
zo de la guerta una cruzada. religiosa. Hubo, sin embargo,
ecle­
siásticos con José y bastantes de ellos de cierta nota, aunque ge­
neralmente mala eclesialmente hablando.
En primer lugar hay que citar al «canonista áulico» (229) de
José, Juan Antonio Llorente, que «perdidas
sus antiguas es­
peranzas de obispar (230) y mal avenido con su dignidad de
(228) MORENO: Op. cit., pág. 158.
(229)
MENllNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, p,{g. 775.
(230) APPOLIS nos dice que el Consejo. de Indias le propuso para los
obispados de Mi~oacán y Buenos Aires y para el arzobispado de Manila
(op. cit., pág. 133). Cfr. GALLARDO, Guillermo: La política· religiosa· Je
Ribaddvia. · Ediciones Theoria, Buenos Aires, 1%2, págs. 55 y 57.
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FRANCISCO JOSE FBRNANDEZ DE LA CIGORA
maestrescuela de Toledo, que le parecía corto premio para sus
merecimientos, encontró lucrativo, ya que no honroso, el meterse
a incautador y
desaniortizador con el titulo de director general de
Bienes Nacionales (231), cargo de que los mismos franceses tui
vieron que separarle por habérsele acusado de una substracción,
o, como
ahora dicen, i"egularidad, de once millones de reales.
No resultó probado el delito pero Llorente no volvió a su anti­
guo destino, trocándole por el de comisario de
Cruzada. Durante
la ocupación francesa, Llorente divulgó
varios folletos, en que
llama a los héroes
de nuestra independencia plebe y canalla vil,
pagada por el oro inglés; se hizo cargo de los papeles de la In­
quisición que llegaron a sus manos (no todos afortunadamente),
quemó unos y separó los restantes para
valerse de ellos en la His­
toria, que ya traía en mientes, y escribió va.ríos opúsculos canó­
nicos» (232).
El
más conocido de éstos fue la Colecci6n diplomática de va­
rios papeles antiguos y modernos sobre dispensas matrimoniales
y otros puntas de diciplina eclesiástica
(233 ), que es una defen­
sa del decreto cismático de Urquijo (233 bis) conveniente para
justificar su nueva puesta en vigor por
el gobierno de José. Fue
refutado por Miguel Femández de Herrezuelo, lectora! de la
ca­
tedral de Santander, en su Conciso de memorias eclesiásticas y
polltico-civiles (234).
«Llorente lanzado
ya a velas desplegadas en el mar del cis­
ma, no se satisfizo con la abolición de las reservas, y quiso com­
pltétar su sistema en una Disertaci6n sabre el poder que los re­
yes españoles e;ercieran basta el siglo duod.§cimo en la divisi6n
de obispados y otros puntos de
disciplina eclesiástica, y con un
(231) Ya era consejero de Estado de José. Cfr. MERCADER: Op. cit.,
pág. 109.
(232) MEN.ÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, págs. 775 y 776.
(233)
Madrid, imprenta de !barra, 1809. Menéndez l?elayo cita por
otra edición de 1822, también de Madrid
(233 bis) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, págs. 776 y 777; FERNÁN­
DBZ DE LA C1GOÑA: El liberalismo ... , págs. 149-179.
(234) MBNÉNDEZ PELAYO: Op: ,:#.,JI, pág. 776.
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E~ LIBERALISAf.O Y L,4 IGLESIA CATOLICA
~dice de escrituras merodeadas de aquí y de allá, truncadas
muchas de ellas, apócrifas o
sosl'!'Chosas otras, y no pertinentes
las más a la cuestión principal» (235}. Sería refutado, bastantes
afíos después por el benedictino Roque de Olzinellas (236 ). El
comentario de Menéndez Pelayo nos parece definitivo: «tanta
frescura asombra, y no hay paciencia que baste ni pudor ctítico
que no
se sonroje al oír exclamar a aqucl perenne abogado de.
torpísimas causas, dos veces renegado como español y como sa­
cerdote: «Congratulémonos de qqe, por uno de aquellos cami­
nos inesperados que la divina Providencia manifiesta de cuando
en cuando, haya llegado el día feliz en que los reyes y obispos
~c;ivindiquen aquellos derechos que Dios concedió a las dignida­
des real y episcopal» (237). Una vez más el odio a Roma sirve
para justificar lo injustificable.
De 1812 es la Memoria histórica sobre cuál ha sido la opinión
nacional de España
acerca del Tribunal de la Inquisición (238),
que es su discurso de ingreso en
la Academia de la Historia leído
el año anterior. Ya hemos dejado constancia (239) del asombro
del mismo Llorente
ante la unánime aceptación de la Inquisición
por parte de los españoles.
Gracias a la documentación que había incautado del Tribu­
nal pensó en escribir una Historia
de la Inquisición, pero la re­
tirada de los franceses trastornó de momento sus planes. Sigue
a las tropas que abandonan España y
se lleva con él buena parte
de
esos documentos, «que sin escrúpulos vendió luego a la Bi­
blioteca Nacional de París, donde hoy se conservan encuaderna­
dos en
18 volúmenes» (240). Pero antes, en 1817 y 1818 le
(235) MENÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 777. Cita dos ediciones de
la disertación, a,nbas de Madrid, la prin¡era de 1810 y la segunda sin año,
que debe ser del Trienio.
(236) MENÉNDEZ l'l!LAYO: Op. cit., Il, págs. 777 y 779.
(237)
MENÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 777.
(238)
Hay una edición actual con el título de La Inquisición y los
españoles.
Miguel Castellote, editor, Madrid, 1973. Cfr. MENÉNDEZ l'ELAYo:
Op. cit., II, pág. 778.
(239)
FERNÁNDEZ DE LA CIGQjilA:" (240)
MENÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 779.
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FRANCISCO !OSE FERNANDEZ-DE LA CIGONA
sirven para publicar en París la Historia crítica de la lnquisi­
ci6n
(241). «Libro odioso y antipático, mal pensado, mal orde­
nado y mal escrito, hipócrita y rastrero, más
árido que los arena­
les de la Libia» (242). Repleto de «falsedades de número y de
falsedades
de hecho» (343 ). Su publicación caus6 tal escándalo
que
el arzobispo de París le retira las licencias de confesar y pre­
dicar e incluso se le prohíbe ejercer la enseñanza (244 ). «En­
tonces se arroj6 resueltamente en brazos de la francmasonería, a
la cual ( sabérnoslo por testimonio de Gallardo) ya pertenecía en
España, y de sus limosnas, si no es profanar tal nombre, vivió
el resto de su vida, no sin haber reclamado más de una vez su
canonjía de Toledo y
sus beneficios patrimoniales de Calahorra
y Rincón de Soto, adulando bajísimamente a Fernando
VII, que
tuvo
el buen gusto de no hacerle caso» (245).
Se dedica ahora, con ánimo de ganarse a los insurrectos de
nuestra América a hacer «una nueva edición de
las diatribas de
fray Battolomé de las Casas contra los conquistadores de
In­
dias» (246) y «publicó cierto proyecto de Constitución ,eligiosa
con la diabólica idea de que le tomasen por modelo los legisla­
dores de alguna
de aquella nacientes y desconcertadas repúbli­
cas» (247).
La Constitución la publicó «por expreso encargo de un agen­
te del gobierno de Buenos Aires» (248). Y, «tan grave es el
(241) Histoire critique de l'lnquisition d'Espagne, depuis l'époque de
son établissement par Ferdinand V ¡usqu'au regne· de Ferdinand VII,
tirée des piéces originales des archives
du Conseil de la Supréme et de
celles des Tribunaux
subalternes du Saint Of/ice. Par D. J..ean~Antoine
Uorente ... Traduite de l'espagnol sur le manuscrit et sous les yeux de
i'auteur par Alexis Pellier. París, 1817 y 1818. Eu cuatro tomos. La pri·
mera edición ca5tellana es de 1832 y hay traducciones al inglés, alemán -e
italiano. Cfr. MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 781.
(242)
MENÉNDEZ PELA Yo, Op. cit., n. pág. 781.
(243)
MENÉNDEZ PELAYo: Op. cit,, n. pág. 781.
(244)
MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II. pág. 781.
(245)
MENÉNDEZ PELA YO: Op. cit., II. págs. 781 y 782.
(246)
MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 782.
(247)
MENÉNDEZ PELAYO: Op, cit., II, pág. 782.
(248)
GALLARDO: Op. cit., pág. 46.
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,EL LIBERALISMO -Y LA IGLESIA CATOLICA.
proyecto, que el mismo Llorente no ,se atrevió a prohijarle del
todo, dándose sólo como editor y confesando que iba mucho
más allá que· la Constitución civil del clero de Francia y que se
daba la mano con el sistema de los protestantes. En rigor, es
protestante de pies a cabeza, y no ya episcopalista, sino presbite­
riano, o
más bien negador de toda jerarquía ( ... ). Limita la creen­
cia al símbolo de los apóstoles. Rechaza todas las prácticas in­
troducidas desde el siglo
rr en adelante. No admite la confesión
como precepto, sino como consejo. Reconoce en la potestad
civil el derecho de disolver el matrimonio. Tiene por inútiles los
órdenes de la jerarquía eclesiástica.
Se mofa de las declaraciones
de los concilios ecuménicos y hasta insinúa ciertas dudas sobre
la presencia real en la eucaristía y sobre
la transubstanciación
(
... ). Con esto y con an.ular los votos perpetuos y las comuni­
dades regulares,
y declarar lícito el matrimonio de los presbíte­
ros y de los obispos y poner la Iglesia en manos del
Supremo
Gobierno Nacional, que tendrá por delegados a los arzobispos,
sin entenderse para nada con el Papa, queda completo, en sus
líneas generales, este monstruoso proyecto, que el insigne bene­
dictino catalán, fray Roque de Olzinellas, discípulo de los
Ca'.
resmar y Pascual, calificó de «herético, inductivo al cisma e in­
jurioso al estado eclesiástico», en una censura teológica extendida
por encargo del provisor de Barcelona en 1820, de
la cual en
vano quiso defenderse Llorente con
sus habituales raposerías
jansenísticas. Y tanto circuló y tanto daño hizo en España aquel
perverso folleto, verdadera sentina de herejías avulgaradas y
soe­
ces, que todavía se creyó obligado a refutarle en 1823 el canó­
nigo lectoral de Calahorra, don Manuel Anselmo Nafría, en
los
ocho discursos que tituló E"ores de IJorente combatidos y des­
hechos (249), como antes la
'había hecho el mercedario P. Mar-
(249) NAFRÍA, Manuel Anselmo: Los errores de Uorente combatidos
1 desb.echos en ocho discursos, por el Dr. D. Manuel Anselmo Na/ria,,
canónigo lectoral de la Santa Iglesia catedral de Calahorra. Madrid, 1823.
oficina de D. Francisco Martíne:, Dávila.
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FRANCISCO JOSB FERNANDBZ DE ~ CIGQDA
tínez, catedrático de la Universidad de Valladolid y luego obis­
po de Málaga» (250).
También
eu la Argentina, a donde en principio iba dirigida,
fue impugnada tan impüsima obra por el franciscano Francisco
Castañeda, que afirma que el autor «desatina en política,
desa­
tina en teología, desatina en historia eclesiástica, se contradice
en cada reng]6n,
y en cada página protesta que es cat6lico, apos­
t6lico romano, y que lo será aun cuando el ppntífice y la Igle,
sia declaren lo contrario» (251).
Asimismo escriben contra Llorente el famoso deán Fu­
nes (252)
y el jesuita tucumano Villafañé (253). Y en todas las
medidas anticlesiales del primer liberalismo argentino
se nota
el tufo de
tan pestilencia! folleto.
«Tan poca impresión causaron estas censuras al autor que,
conocedor de la recomendación que para sus impíos lectores sig­
nificaba semejante condena, se apresuró a publicar en 1821 una
nueva edición, con el título de
Apologla cat6lica del proyecto de
Constitución religiosa... aumentada con la censura que) a ins­
tancia del Vicario General de Barcelona, recay6 sobre esta obra,
y la contestaci6n que dio a ella el mismo ]. A. Ilorente, impre­
sa en Burdeos y San Sebastián (254).
A Llorente, «aun le era posible descender
más bajo como
hombre
y como escritor, y de hecho acab6 de afrentar su vejez
con dos obras igualmente escandalosas e infames, aunque por
ra­
zones diversas. Es la primera el Retrato polltico de los papas,
del cual basta decir, porque con esto queda juzgado el libro y
entendido el estado de hidrofobia en que le escribió Llorente,
que admite la fábula de la papisa Juana, hasta señalar con pre­
cisión aritmética los meses
y días de su pontificado, y supone
que San Gregario
VII vivió en concubinato con la princesa Ma­
tilde. El erro libro ... , es una traducción castellana de la inmun-
(250) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., Il, págs. 782 y 784.
(251)
GALLARDO: Op. cit., págs. 58-62.
(252)
GALLARDO: Op. cit., págs. 63-65.
(253)
GALLARDO: Op. cit., págs. 65 y 66.
(254)
GALLARDO: Op. cit., pág. 50.
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EL LIBER4.LISMO Y LA IGLESIA CA.TOLICA
da novela del convencional Louvet, Aventuras del baroncito de
Faublat, ¡digna ocupación para
un clérigo sexagenario y ya en
los umbrales del sepulcro!» (255).
«Estos últimos escándalos obligaron al Gobierno francés a
arrojarle de su territorio, y
él, aprovechándose de la amnistía
concedida por los liberales en 1820, volvió a España, fallecien­
do a los pocos días de llegar a Madrid, en
5 de febrero de 1823.
Muchos tipos
de clérigos liberales hemos conocido luego en Es­
paña, pero. para encontrar uno que del todo se le asemeje hay
que remontarse al obispo don
OppasJ o al malacitano Hostegesis,
y aun a éstos
la lejanía les comunil:a cierta aureola de maldad
épica que no le
alean.za a Llorente» (256). La semblanza de Me­
néndez Pelayo, con toda su dureza, nos parece justa y acertada.
El 26 de agosto
de 1822 son llevadas al Indice la Constitu­
ción, su defensa,
la Colección dip/,omática y la Histaria crítica de
la Inquisición, el 19 de enero de 1824 el Retrato político de los
papas y el
6 de septiembre de ese mismo año la Disrtación sobre
el poder que los reyes ... y la Notas al dictamen de la comisión
eclesiástica. Es natural que con estos antecedentes haya tenido Llorente
mala prensa.
Por citar a un autor liberal aduciremos sólo el tes­
timonio de Marañón, que
se hace eco de «su habitual falta de
sentido» ( 257). Pero ha tenido también sus defensores.
Entre los
enemigos de la Iglesia dispuestos muchos de ellos a colocar sus
parcialidades por encima de
la verdad histórica. Y entre algún
católico masoquista, que nunca falta (258 ). Es igual. Llorente
está donde le coloca su vida y su obra. Con los afrancesados y
los liberales. Y contra la Iglesia. Y en su caso, además, contra
España.
Otros de los clérigos más vinculados a José fue el escolapio
(255) MENÉNDEZ !'ELAYO: Op. cit., II, pág. 784.
(256)
MENÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., II, pág. 784.
(257)
MARAÑÓN, Gregorio: Antonio Pérez, I, Espesa Calpe, Madrid.
1954, pág. 304.
(258) JIMÉNEZ LOZANO, José: La necesaria reedición d-e un clásico so­
bre la Inquisici6n. El País, 15 de marzo de 1981.
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ERANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGO!itA
Estala al que ya nos hemos referido (259). Figura en la comiti­
va
más próxima al intruso que le acompaña en su huida· a Bur­
gos ( 260
), tras la derrota de Bailén y a Valencia después de la
los Arapiles (261). He leído que, según Gallardo, se afilió a una
logia (262), pero no encontré la referencia directa. Nos parecen,
para
él y para .sus compañeros, atinadísimas las palabras de Ju­
retschke: «hombres como Estala, Melón, Alea o Miñano, inte­
lectuales ilustrados de moralidad poco estimable, que apenas
si
podían ser llamados sacerdotes» (263 ). Que coinciden con las
de Menéndez Pelayo: «de la efímera y trashumante corte del rey
José formaron parte principalisima casi todos los literatos y
abates volterianos
y toda la hez de malos frailes recogida y ba­
rrida de todos los rincones de la Iglesia española» (264).
A Juan Antonio Melón, al que Juretschke incluye entre. estos
pésimos sacerdotes, Martí nos
lo presenta como volteriano y
amigo
de. Godoy, lo que no fue obstáculo para ponerle en 1805
al frente del recién creado Juzgado de imprentas que habria de
proteger
la religión y la tranquilidad pública (265). Con esos an­
tecedentes no es extraño que se afrancesase como sus amigos
Meléndez y Moratín.
José Miguel Alea era otro abate descreído, también cortesa­
no de Godoy y asimismo partidario de José. Desesperado en el
exilio terminó sus
dias con la heroica zambullida en las aguas
del Garona.
Si siempre es triste este modo de morir, resulta es­
pecialmente trágico en un sacerdote. O se volvió Ioco o, efecti­
vamente,
había perdido por completo la fe (266).
«Entre ellos
Oos afrancesados) se distinguía uno venalísimo
(259) FERNÁNDEZ DE LA C!GOÑA: El liberalismo ... , pág. 306.
(260) ARTOLA: Los afrancesados ... , pág. 111.
(261) MERCADER: Op. cit., pág. 345.
(262) El Henares, 17 de abril de 1910.
(263) JURETSCHKE: Op. ·cit,; pág. 169.
(264) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, págs. 785 y 786.
(265)
MARTÍ: La Iglesia ... , pág. 131.
(266)
MENÉNOEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 638; MARTÍNEZ QurnTE­
llO, Esther: Los grupos liberales-antes de las Cortes de C4diz. Madrid,
1977, pág. 27.
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EL LIBERALISMO .Y LA IGLESIA CATOLICA
y malo, clérigo ap6stata, libertino, versátil, aprovechándose del
príncipe de la Paz, lo
mismo que de Napoleón y Martínez de la
Rosa, como de Egufa. Don Sebastián Miñano, que vivía con su
manceba y tres o cuatro hijos públicamente, reclamado
1I1il ve­
ces por su cabildo de Sevilla. Hechura de Godoy; edecán para
lo eclesiástico de Soult; incitador con
el maestro Ballesteros para
todas las picardías de Hacienda; gran factor de los apost6licos,
y acaba de morir (dicen) en Bayona, declarándose en su testa­
mento protestante» (267).
Si alguien piensa que la mordacidad
de García Le6n y Pizarro
se ensaña con este redomado sinver­
güenza puede elegir
la semblanza de El Espectador: «bajo adula­
dorzuelo concubinario, ap6stata, oprobio de su clase, tahur, per­
juro, vil traidor a su patria y propagador de máximas pernicio­
sas de subversi6n
y de desorden» (268). No había por donde
cogerle. Volverá a aparecer
en estas páginas cuando nos ocupe­
mos del Trienio liberal
y de sus Lamentos pol!ticos de un pobre­
cito holgazán.
Félix José Reinoso era
un can6nigo sevillano que, después
de colaborar
con José escribi6 su famoso Examen de los delitos
de infidelidad a la patria imputados a los españoles sometidos
baio la denominación francesa, que «se convirtió en el compen­
dio de los afrancesados» (269). «No sin bastante razón
llamó
Gallego a dicho libro Alcorán de los afrancesados y. Alcalá Ga­
liano dijo que debía titularse Defensa de
la traición a la pa­
tria (270). Dispuesto a cambiar de amor como quien lo hace de
canúsa intentaba ofrecer al rey restaurado el apoyo de los afran­
cesados contra los hberales
y, para ello, no vacila en llamarle
incluso «celestial» (271
). Su «lectura seguida nadie aguenta a
(267) GARCÍA ·DE LEÓN .y P!zARRO, José: Memorias~ I, Revlsta de
Occidente, Madrid, 1953, págs. 292 y 293.
(268) JURETSCHKE, Hans: Vida, obra y pensamiento de Alberto [#sta.
CSIC, Madrid, 1951, pág. 108.
(269)
JURETSCHKE: Los afrancesados ... , pág. 218. ·
(270) El Henares, 6 de marzo de 1910.
(271) ToRENo: Op. cit., pág. 438. Utilizo la edición aparecida· en
1842, en dos volúmeries, Oficina del Establecimiento Central, Madrid. Sin
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FRANCISCO,JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOilA
no haber perdido hasta la ólrima reliquia de lo noble y de lo
recto» (272). Es como si los hubieran cortado a todos por <;!
mismo patrón.
Manuel María de Arjona nos es preseatado por Juretschke
como «sacerdote de ideas janseaistas, violento crítico de la
Cu­
ria Romana y partidario de una separación de la Iglesia hispa­
na respecto de Roma, pero sacerdote católico, fervieate, celoso
y de costumbres intachables, si podemos fiarnos del testimonio
reiterado de Blanco, de quien era padre espiritual» (273
).
Blanco White, de cuyas Cartas de España recoge Juretschke
el testimonio (274), nos lo preseata efectivamente como sacerdo­
te a quien «la Historia eclesiástica,
ea la que estaba profunda­
mente versado, lo
había convertido, sin debilitar sus principios
católicos, en un adepto de aquella escuela de canonistas que tan­
to
ea Francia como en Alemania estaba visiblemente en peligro
de separarse de Roma después de haber expuesto públicamente
las falsificaciones por medio de las cuales el poder papal se
ha­
bla constituido a sí mismo superior a cualquier autotidad huma­
na. Mi amigo negaba que la Iglesia tuviera poder para fulminar
la excomunión sin una sentencia dada después del juicio del
acusado. Apoyándose
ea la fuerza de esta opinión me hizo leer
los
Discursos de Historia Eclesiástica, del abate Fleury, obra
abundante
ea invectivas contra monjes y frailes, de dudas sobre
los milagros modernos y
de críticas de las virtudes de los santos
· actuales» (275).
Con todo ello, lo de
sacerdote católico, ferviente y celoso
queda muy ateauado. De las costumbres intachables nada nos
consta en contra, pues, que su hijo espiritual confesara que «la
nombre de autor y con el título de Examen de los delitos de ínfidelidaa
a la patria. Lo de celestial aparece en 11, pág. 128.
(272) MENÉNDBZ P!ll'..AYO: Op. cit., II, pág. 789.
(273) JURBTSCHKB: Vida ... , pág. 34.
(274) JuRETSCHKE cita por la primera edici6n inglesa Letters from
Spain, Londres, 1822, págs. 116-120. Nosotros utilizamos la segunda edi­
ción española de Alianza Editorial, Madrid, 1977.
(275) BLANCO WHITB, José María: Op. cit., págs. 112 y 113.
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOLICÁ
ley inexorable que me ataba era el enemigo más duro de mi vir,
tud>> (276) no testimonia en contra de la de Arjona.
Gallardo, que no le tenía simpatía alguna habla de él y de
Javier de Burgos, otro afrancesado aunque no clérigo, como de
«dos hombres de lo
más malvado y protervo que encierra el
reino» (277). La Noticia biográfica, de Luis María Ramlrez y
de las Casas Deza (278), que tiene la ventaja de la inmediatez al
personaje, pues
se escribió en 1844 (279), es encomiástica y nos
facilita numerosos datos de su afrancesamiento.
Sus primeros
momentos fueron patrióticos, abandona Madrid huyendo de los
franceses, colabora con las autoridades sublevadas y escribió una
oda cantando la victoria de Bailén. Pero llegados
los franceses
a Córdoba no vacila en colaborar con ellos, encargándose,
entre
otras cosas, de extinguir allí la Inquisición y de la dirección y
redacción, aunque por poco tiempo, del periódico afrancesado
Co"eo polltico y militar (280). El colaboracionismo de muchos
de estos clérigos consistió, además de otros empeños en algunos,
en la propaganda de
la causa del invasor desde folletos o periódi­
cos. Lo que nos parece muchísimo más grave y comprometedor
que el del empleado o funcinario que por tener que alimentar a
su familia y no saber a dónde ir, y sin poder, también, en la
ma­
yoría de los casos, continuaron en sus covachuelas y oficinas des­
pachando sus asuntos como antes de la invasión.
De esos días afrancesados es un episodio que bien puede re­
tratar a todos estos indignos sacerdotes. Y da buena cuenta de
la firmeza de
sus ideas y de sus lealtades. Al llegar el intruso
José a Córdoba, bien por propia iniciativa o a sugerencia de
sus
amigos, Arjona le dedicó una oda (281). Que era la misma que
(276) BLANCO: Op. cit., pág. 115.
(277) FuENTES, Juan Francisco: Si no hubiera esclavos no habria tira·
nos. Madrid, 1988, pág. 201.
(278)
Poetas líricos del siglo XVIII, II, BAE, LXIII, Madrid, 1952,
págs. 499-504.
(279) RAMÍREZ: Op. cit., pág. 499.
(280)
RAI14fREz: Op. cit., págs. 500-502.
(281)
Poetas ... , págs.516 y 517.
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FRANCISCO· JOSE FERNANDEZ DE LA CIGO'fvA
había compuesto para Carlos IV, con algún retoque, cuando ·en
1796 había llegado también a Córdoba (282). Le era lo mismo
el uno que el otro. Y España también. Lo importante era estar
a bien con el poder cualquiera que éste fuere. Juretschke dice
que la oda a José, de Arjona, era la misma que había dedicado
a la victoria de Bailén (283
), pero de su lectura se deduce que
el que tiene razón es Ramírez. Si bien la «desfachatez», que para
el historiador alemán es como hay que calificar tal hecho, nos pa'
rece palabra acertadísima.
Salió bien parado de su infidencia y
llegó, incluso, a ganar
por
algún tiempo la confianza de Fernando VII, lo que es una
muestra
más del poco rigor que se usó con la mayoría de los
afrancesados y murió cristianamente en 1820 (284), lo que
es
casi sotprendente en esta clase de sacerdotes. También hay que
reconocer a Arjona que,
al contrario de la mayoría de estos clé­
rigos poetas, entre sus composiciones se encuentran varias de
terna religioso, como las odas A la Natividad de Nuestra Seño­
ra (285), A la muerte de San Fernando (286), A la Concepción
Inmaculada de
Maria (287), etc. Un Discurso, tal vez inédito,
Sobre si
para elevar altares a Osio se requiere permiso de la Silla
Apostólica (288),
nos tememos que será antirromano.
También
se afrancesó el ex fraile trinitario Luis Gutiérrez,
«autor del famoso libelo Cornelia
Bororquia» (289), que «es
muy miserable cosa, reduciéndose su absurdo y sentimental
ar­
gumento a los brutales amores de un cierto arzobispo de Sevi­
lla que no pudiendo expugnar la pudicia de Cornelia, la condena
a las llamas» (290).
El desdichado exclaustrado, de cuyos sentí:
(282) Nota de RAMÍREZ en Op. cit., pág. 516.
(283)
JURETSCHKE: Los afrancesados ... , pág. 225.
(284) RAMÍREZ: Op. cit., pág. 503.
(285)
Poetas ... , págs. 506 y 507.
(286)
Poetas .•. , págs. 507 y 508.
(287)
·Poetas ... , págs. 509 y 510.
(288)
RAMÍREZ: Op. cit., pág. 504.
(289)
MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 789.
(290)
MllNÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 789.
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIÁ CATOLJCA
mientos religiosos bien puede juzgarse por el motivo argumen­
tal de su obra, fue ejecutado
por la Junta Central. Había sido
capturado cuando
se disponía a ir a América para levantarla a
favor de José (291). Fue de los escasíslmos afrancesados ajusti­
ciados.
Pedro Pablo Bazán de Mendoza, quizá la primera figura de
los afrancesados gallegos era tan poco sacerdote que por mucho
tiempo los que
se refirieron a él ignoraron esta condición (292).
El padre Legísima, según nos sigue diciendo Barreiro, señaló su
irreligiosidad. Proscrito del claustro
universitario por su inclina­
ción a los franceses fue repuesto a comienzos de 1809 con la
en­
trada en Santiago de los invasores y se encargará de la policía de
la ciudad del Apóstol, cargo ciertamente muy sacerdotal. En 1806
había publicado en Madrid una traducción de Voltaire, al que
volverá a traducir en 1816
ya en el destierro. Dentro de esa ac­
titud ya mencionada de comprensión del fenómeno del afrancesa­
miento, podemos citar las siguientes palabras de Barreiro
Somo­
za: «Pedro Bazán de Mendoza era, pues, uno de los catedráticos
más notables de la Universidad de Santiago en su tiempo, y tie­
ne que morir emigrado en Francia, iniciando, así, en los albores
de la España contemporánea, el camino del exilio que habían de
correr hasta nuestros días otros muchos gallegos ilustres» (293).
Después de una guerra espantosa que causó innumerables muer.
tos y destrucciones, al colaborador con el enemigo derrotado y
desde
el opuesto odio de jefe de la policía, le debían haber hecho
rector de la Universidad
y, atendiendo que era clérigo, arzobispo
de Santiago.
Lo demás era una injusticia. Lástima que un Lava!
o un Quisling no hubieran encontrado historiadores tan bené­
volos. También hay que incluir
en esta lista a Francisco Martínez
(291) TORENO: Op. cit., pág. 176; MENÉNDEZ l'ELAYO: Op. cit., u,
pág. 789.
(292) BARREIRO So MOZA, José: Enciclopedia gallega, III, . págs. 156
y 157.
(293) BARREIRO: Op. cit., pág. 157.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ·DE 'LA CIGO.RA
Marina, con el que Menéndez Pelayo se niciestra especialmente
contradictorio. Nos dice que era «canónigo de la colegiata de
San Isidro, donde todos menos uno
--que no era él sino Cal­
vo---' picaban en jansenistas» (294 ). Pero, enseguida añade que
«era hombre muy de otro temple, digno de la amistad de su pai­
sano
Jovellartos. Español a las derechas, estudioso de veras, sabe­
dor como ningún otro hasta ahora de la aotigua legislación caste­
llana, austerísimo
... » (205). Para, pocas líneas más abajo, refi,
riéndose a su Ensayo crítico sobre la antigua legislación castella­
na; decimos: «el espíritú de este libro en cosas eclesiásticas es
desastroso. Asiendo la oéasión por los cabellos, ce'base Martínez
Marina en la
Primera partida, acusándola de haber propagado y
consagrado las doctrinas ultramontanas relativas a la desmedida
autoridad del papa
... » (296). Si como católico no sale bien pa­
rado el clérigo asturiano también pone el santanderino pegas a
su labor como historiador pese a los elogios anteriores: «todo
esto dicho así, con este magistral desenfado y sin
más prueba histó­
rica que referirse en tumulto, no
ya a los concilios toledanos,
porque a Marina no le parecía del. todo bien
la teocracia, sino a
las excelentes leyes municipales, a los buenos fueros y a las be­
llas y loables costumbres de Castilla y León, que en su mayor
parte nada tienen que ver con el punto de que
se trata» (297).
V ocente de la Fuente es todavía
más crítico y se refiere a su
trabajo como «obras escritas con hiel
y veneno contra nuestros
antiguos reyes y llenas de citas truncadas, de hechos tergiversa­
dos y aun falsificados» (298)
y señala también su apoyo a los
¡ansenistas (299).
José le nombra miembro de
la Junta de Insttucción Públi-
(294) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., ir, pág. 552.
(295)
MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 552.
(296) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 552.
(297) MENÉNDBZ PELA YO: Op. cit., II, pág. 553.
(298) FuENTE, Vicente de la: Historia de las sociedades secretas, an­
tig'uas y modernas en España, y especialmente· de la francmasoneria, I, ·Ma·
drid, impnenta a cargo de don R. P. Infante, 1874, pág. 267.
(299)
FUENTE: Historia .. de las ... , I, pág. 105.
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EL LIBERALISMO Y LA IGLESIA CATOL/CA
ca (300) y del Consejo Supremo de Sanidad (301) y escribió un
folleto para los afrancesados (302). Aunque, según González Mu­
ñiz, «se sabe que no colaboró con el invasor» (303 ), ¿A qué lla­
mará colaborar?
Tuvo problemas con la Inquisición sobre lo que escribió
una
Defensa (304 ), En el Trienio será elegido diputado peto su
intervención en aquellas Cortes no será relevante. Regresado
Fernando de
nuevo, otra vez se ve obligado a rerirarse de Ma­
drid. Pasó los úlrimos años de su vida como «sacerdote ejem­
plar ... retraído en Zaragoza y desengañado de vanas utopías, dic­
tó la hermosísima Vida de Cristo» (305). Para lo que hemos ve­
nido viendo es de lo mejor que militó en las filas afrancesadas.
También estuvieron en ellas, si bien con menor significación,
tres clérigos que fueron obispos y ninguno bueno: Juan Manuel
Bedoya, Antonio Posada y
Félix Torres Amat. Como habremos
de ocuparnos de ellos en
otro lugar de esta historia dejemos aho­
ra sólo constancia de sus proximidades al rey intruso.
Cerramos esta lista tan poco gloriosa para la Iglesia, para
España y para el partido afrancesado con otro. personaje de
ex­
tendida fama y que' tampoco mejorará en nada la misetia hasta
ahora expuesta: Alberto Lista
y Aragón.
, Como su accidentada vida rebasa con mucho este período nos
referiremos ahora solamente a él dejando para
más adelante sus.
actividades posteriores.
Se ordenó sacerdote tarde, cuando ya contaba veintiocho,
(300) MORENO: Op. cit., pág. 224; }URRTSCHKE: Los afrancesados ....
pág. 182,
(301) JuRETSCHKE: Los afrancesados ... , pág. 186.
(302)
}URRTSCHKll: Los afrancesados ... , pág. 672.
(303)
GoNZÁLEZ Mufuz, Miguel Angel: El clero liberal asturiano. Gi­
jón, 1976, pág. 18.
(304} MARTÍNEZ MARINA, Francisco: Defensa del doctor D. Francisco
Martínez Marina contra las censuras dadas por el Tribunal de la Inquisi­
ción a sus dos obras Teoría de las Cortes y Ensayo histórico crítico sobre
la antigua legislación de España. Madrid, 1861, según dice MORENO: Op.
cit., pág. 224.
(305) MENÉNDEZ PBLAYO: Op. cit., II, pág. 552.
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FRANCISCO JOSB FERNANDEZ DE LA CIGORA
años y realmente no sabemos para qué, pues como bien dice su
biógrafo, Juretschke, «en ninguna de las dos actividades
-a las
que princiualmente se
dedicó--, literaria y docente, dio Lista
pruebas de profundo espíritu religioso» (306). Y mejor podría­
mos decir del menor espíritu religioso.
En Sevilla participa activamente en el grupo literario de Ar­
jona, Blanco White, Reinos o
... , que tuvo algunas dificultades con
la Inquisición (307). La guerra de la Independencia le hace co­
locarse al lado de los patriotas redactando la proclama de la
Junta provincial y, como su amigo -Arjona, dedica una poesía a
la victoria de Bailén (308). Colaborando, asimismo, con la Junta
provincial
y más tarde con la central redactando los periódicos
de aquellos organismos así como
el Semanario patriótico, de Qui­
tana, que en manos de Antillón, Lista y Blanco White, su gran
amigo (309), lo que
ya es toda una recomendación, adquirirá
unos tonos radicales que alarmarán a no pocos (310). Desde
el
21 de octubre de 1809 y hasta la llegada de los franceses a Se­
villa dirige y redacta El espectador sevillano, en el que se ma­
nifiesta «lector asiduo de Montesquieu
y admirador de su siste­
ma político» (314).
Por encargo de Jovellanos escribe
el Elogio de Floridablanca.
«El escrito refleja también con bastante claridad que, en el fon­
do, el autor aprueba las medidas anticuriales y anticlericales de
Campomanes y Moñino» (312) manifestándose regalista, contra­
rio a la
casa de Austria y simpatizante de los principios de la Re­
volución francesa (313 ).
Llegados los franceses a Sevilla nuestro hombre, que estaba
en la vanguardia de la resistencia, se pasa, sin el menor reparo,
a la de la colaboración con el enemigo. Y «bien pronto se le ve
(306) JURETSCHKE: Vida .... pág. 43.
(307)
JURETSCHKE: Vida ... , págs. 29 y 30.
(308)
JuRETSCHKE: Vida ... , pág. 50.
(309) JURETSCHKE: Vida ... , pág. 21.
(310) JURETSCHKE: Vida ... , págs. 50-52.
(311)
JuaETSCHKE: Vida ... , págs. 52 y 53.
(312) JURETSCHKE: Vida ... , pág. 59.
(313) JuaETSCHKE: Vida ... , pág. 59.
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EL LIBERALISMO Y LA. IGLESIA CATOLICA
pedir favores y aceptar cargos» (314). Se le atribuyó el Discurso
de un eclesiástico a sus compatriotas,
que aconsejaba a los patrio­
tas
la suspensión de las hostilidades y la aceptación del intru­
so (315). También un artículo del mismo tenor,
Papel evangéli­
co político (dirigido) a los señores y venerables sacerdotes por un
humilde y afectlsimo compañero que desaconse;a la lucha por el
mero cambia de una persona en el trono y recuerda a los sacer­
dotes su misión de predicar la paz (316). «Y, finalmente, se atri­
buiría a Lista y causarían una violenta reacción en contra suya
los artículos del año siguiente con las insultantes definiciones del
traidor, del guerrillero y del e¡ército español, invirtiendo los tér­
minos y calificando la resistencia contra los franceses
como obra
de ambiciosos, tontos y criminales» (317).
En premio recibirá la paga de medio racionero de la cate­
dral (318): «Las relaciones de Lista con el jefe supremo de las
fuerzas de ocupación aparecen a una luz aún
más desfavorable
cuando nos enteramos de que pudo presentar,
y tal vez se ofre­
ció espontáneamente a ello, un plan de reformas. Era, pues, uno
de los asesores más íntimos de Soult, además de ser un propa­
gandista político
y cultural» (319).
«Poeta a sueldo» ( 320
), «no vaciló apenas en cambiar de
bandera. El 1 de febrero entraron Jos franceses
y el 13 del mismo
mes salió a la luz el primer número de la Gaceta de Sevilla, con
el prospecto redactado por Lista (321 ). Sus ex amigos de Cádiz
le guardarán especial rencor
y si no iban clirigados especialmente
a él, que lo
más probable es que sí, y de ese modo lo entiende
Juretschke, porque podría aplicarse a
la inmensa mayoría de los
que hemos citado, le viene como
anillo al dedo la proposición
(314) }URETSCHKE: Vida ... , pág. 63.
(315)
}URETSCHKE: Vida ... , pág. 63.
(316)
}URETSCHKE: Vida ... , pág. 63.
(317)
}URETSCHKE: Vida ... , págs. 63 y 64.
(318)
JURETSCHKE: Vida ... , pág. 64.
(319)
JURETSCHKE: Vida ... , págs. 64 y 65.
(320) }URETSCHKE: Vida ... , pág. 65.
(321) }URETSCHKE: Vida ... , pág. 65.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE -LA CIGOGA
de Capmany sobre determinados afrancesados presentada en la
sesión del 6
de septiembre de 1812 (322): «Exceptuánse de las
reglas generales,· señaladas
en los artículos anteriores, aquellas
personas que,
shi ser empleados en el servicio del Gobierno in­
truso, han obrado oficiosamente y por pura voluntad, de palabra
o por escrito, contra la causa santa de la patria: tales sn los pre­
dicadores, los gaceteros, folletistas, periodistas, los espías, los
de­
latores o soplones; porque éstos deben ser considerados como
traydores notorios y de hecho, y arrestados donde quiera que
se
les halle para hacerles el proceso correspondiente». En la rela­
ción de afrancesados que se guarda en el archivo reservado de
Fernando
VII, Lista figurará en tercer lugar (323 ).
Era normal que tras esa conducta Lista comprendiera que
con la derrota francesa
no podía seguir en España y marcha al
exilio. De donde regresará en 1817. No se puede decir que Fer­
nando fue muy riguroso con este sujeto.
Pero aún hay algo más que señalar en estos días del indigno
sacerdote.
Su afiliación a la masonería. Para cuyas logias escri­
bió y aún leyó en ellas poesías con claras alusiones masóni­
cas (324
). Nos parecen, pues, atinadísimas las signientes palabras
de Juretschke: «que Alberto Lista pudiera convertirse, pocos
años después, en uno de los grandes educadores de
la España
futura constituye un slntoma poco halagüeño para aquella
socie­
dad» (325).
En el afrancesamiento del famoso abate Marchena (326) no
nos detendremos, pues este auténtico revolucionario no llegó
nunca a ser ordenado sacerdote. Algunos otros que podriamos
nombrar son ya figuras secundarias y de menor relevancia en su
afrancesamiento. Creemos que con los referidos basta y sobra
(322) Diario ... , XV, pág. 139.
(323)
]URETSCHKE: Vida ... , págs. 66 y 67.
(324)
Ml!NÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, págs. 792 y 793; JURETSCHKE:
Vida ... , págs. 70-75.
(325)
]UEETSCHKE: Los afrancesados ... , pág. 224.
(326)
FUENTES, Juan Francisco: José Marchena. Biogra/la polltica e
intelectual. Editorial
Crírica, Barcelona, 1989, págs. 222 y sigs.
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EL LIBER.ALISMO:Y LA IGLESIA CA.T01.ICA
para demostrar que lo peor de la Iglesia de entonces se apuntó
al rey intruso. Era natural, porque José Bonaparte representaba
el anticatolicismo más neto. Lo de Cádiz aun tenía que demos­
trarse, Y hay que reconocer que el cardenal Borbón, el obispo
Nada!, Muñoz Torrero, Gallego, Oliveros, Gordillo, Villanueva,
Ruiz de Padrón
y demás eclesiásticos liberales de Cádiz compo­
nen un cuadro mucho más
preserttable que los que hemos evo­
cado del partido josefino. Estos son una auténtica vergüenza que
sólo
se puede reivindicar desde el parcialismo más acrítico.
Creo, por tanto, que no es necesario insistir en lo funesto
que fue para la Iglesia esa mezcla de liberalismo
y despotismo
que constituyó
la efímera monarquía de José. Difícilmente po­
drán reunirse, en tan pocos años, una colección de eclesiásticos
tan indigoos como los presentados. Es como si de
las cloacas de
la Iglesia
se hubiera recogido lo peor que en ellas había.
La causa era mala y sus servidores también. El protolibera­
lismo español
se manifestaba como una verdadera desgracia para
la Iglesia. Casi lo de menos, aun reconociendo su gravedad, fue­
ron los asesinatos del obispo de Caria, de numerosos sacerdotes
patriotas como el escolapio Boggiero
y el cura Sas, arrojados al
Ebro en Zaragoza (327) o
el teatino Gallifa y el sacerdote Pou,
en Barcelona (328), o los sacrificados por el mariscal Sucbet, en
Murviedro, Castellón y Valencia (329), o las violaciones de mon­
jas que en Uclés tuvieron
un carácter especialmente espanto­
so (330).
Se inauguraba la persecución de la Iglesia por el libe­
ralismo
y, curiosamente, en José Bonaparte está como prefigura­
do todo lo que después iba a ocurrir. Asesinatos, saqueo genera­
lizado de templos, incendios de varios, como la catedral de
Sol­
sona o San Juan de los Reyes en Toledo (331), el cierre de con­
ventos y la apropiación de sus bienes, las diócesis vacantes y los
(327) FuENTE: Historia eclesiástica ... , III, pág. 465.
(328) Diccionario ... , II, Madrid, 1972, pág. 969; Diario ... , XVIII,
Cádiz, 1813, págs. 331-333.
(329) MENÉNDEZ P!tt.AYo: Op. cit., II, pág. 790,
(330) MENÉNDEZ l'ELAYO: Op, cit., U, pág. 790.
('31) MENÉNDEZ PELAYO: Op. cit., II, pág. 790.
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FRANCISCO !OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
obispos intrusos ... , todo lo iniciado por el liberalismo francés lo
imitará y desarrollará el liberalismo español. Al principio con
ti­
midez pero enseguida ya a cara descubierta.
De
ahí la importancia del precedente francés que no fue por
tanto sólo una negra página de traición a
la patria. Que alguno
de sus protagonistas fuese además literato, por otra parte bien
mediocres, sólo sirve para ayudar a embaucar a papanatas.
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