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Número 289-290

Serie XXIX

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San Bernardo y De Gaulle, dos centenarios

SAN BERNARDO Y DE GAULLE, DOS CENTENARIOS
JORGE USCATESCU
Cuenta Malraux en uno de sus últimos libros de Memorias,
Les cMnes qu'on abbat, que al arompañar a De Gaulle, ya jubi­
lado, en uno de sus paseos por los bosques de Colombey-les deux­
Eglises, preguntó al General quién
había sido según él el perso­
naje más grande de la historia. El autor de la Condición humana,
hombre de estrecha confianza e intimidad del General, esperaba
que el gran hombre iba a referirse en su respuesta a una figura
como Alejandro,
Aníbal, Julio César, Napoleón e incluso Juana
de Arco.
Pero De Gaulle contestó sin titubear: «San Bernardo».
El paseo del General y su Ministro tenía lugar no lejos de las
tierras del Champagne y de los grandes bosques de Citeaux, de
Cluny y de Clairvaux, desde donde San Bernardo hace casi
un
milenio echaba los fundamentos de una Europa nueva. La Europa
postfeudal, abierta a futuras modernidades, una Europa
de la
Cristiandad que fascinaría siglos más tarde
la in,aginación del
poera Novalis. Pero una Europa en definitiva moderna con un
vivo y permanente sentido de la realidad, que ahora y aquí in­
tenta buscar su
fuerza en la unidad en una nueva gestación más
feliz que
en ninguna atta ocasión del pasado.
Francia celebra este año dos centenarios. Cíen años desde el
nacimiento de
De Gaulle, brindan la ocasión a los franceses de
repetir los fastos del pasado año en
el Segundo Centenario de
su Revolución. Toda Francia, con Mitterrand a la cabeza
-él, ad­
versario tenaz del General durante años largos de tensa espera
en la oposición-, conmemora a su héroe del 1940, el que pre­
tendió con su soberbia restaurar una Francia fuerte
y renovada,
«la France seule».
En un contexto más modesto, pero si cabe
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más universal, la misma Francia, la «cristianísima», celebra el
noveno centenario del nacimiento de
San Bernardo, el «úl­
timo Padre de la Iglesia», según Thomas Merton, uno de los
grandes precursores de la idea de Europa. Los fastos en
re­
cuerdo de De Gaulle son de Francia, pertenecen a Francia.
La amplia conmemoración de San Bernardo pertenece a Euro­
pa, la Europa entera. El Doctor mellifluus ( desconcierta el
apelativo «dulce como la miel», si
se piensa en la fuerza del
Santo), como lo llamaría Pío
XII en su encíclica del 24 de mayo
de 1953, en el octavo centenario de la muerte de San Bernardo,
fue el :primer Santo europeo, creador de una mentalidad europea.
Luchador en el fervor de la unidad entre papas, reyes y empe­
radores. Inteligencia ávida y poética, amante de la naturaleza en
la tradición de Plinio e Isidoro de Sevilla, político realista
de­
fensor de la fe y la doctrina. Movilizador de la Segunda Cruza­
da. De él Pío XII diría: «Casi ninguna de las regiones de la
Cristiandad desconoce
el fruto que de la Casa del Señor se obró
con
su palabra y ejemplo, cuando se dispuso a transmitir el es­
píritu de la Santa religión hasta las lejanas e incluso bárbaras
naciones».
Mientras París y Francia entera celebran el centenario de
De Gaulle, Dijon, Lyon, Citeaux, Cluny, Fontenay y, sobre todo,
Clairvaux han consagrado
al centenario de San Bernardo un pro­
grama de cursos, conferencias, conciertos, exposiciones
y festivi­
dades de impresionante alcance. Tuvimos
la satisfacción de estar
presentes en
la recordación del Gran Santo europeo, con una
conferencia, a fines de septiembre, sobre el tema:
San Bernardo,
España y la constitución de Europa. De Gaulle quiso ser en su
tiempo uno de los grandes, después de angustias y tribulaciones.
Su lema fue, en cualquier circunstancia, «la grandeur». San Bernar­
do fue uno de los grandes de su tiempo exclusivamente por la fuer­
za de su ejemplo, por su tenacidad, por su sentido de la fe operan­
te y activa en
los hombres y entre los poderosos de su tiempo.
Su lema fue, en cambio, siempre y en cualquier circunstancia,
la humildad. Grandeza sin par
en la humildad. Con la ayuda de
su humildad, levantó su obra gigantesca en toda Europa, defen-
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dió la autoridad del Papa Inocencio II y recogió la brillante he·
rencia de Gregorio el Grande. Al
papa lnocencio le defendió
contra otros pretendientes en tiempos de crisis y discordia. Fue
elemento conciliador capaz
de imponerse a todos, con su autori­
dad,
su verbo y su ejemplo, en todas partes. Su espíritu indo­
mable dominó su cuerpo
enfermizo. Venció a Abelardo, dialéc­
tico brillantísimo, en la Sorbona. Venció con su palabra y
pre­
sencia infatigable y ubicua, a reyes y guerreros bárbaros, obispos
y cardenales y prelados poderosos,
de la Europa del Norte, de
Francia, Alemania e Italia, a los emperadores
de Alemania in­
mediatos antecesores de Barbarroja. Superó sus discordias y los
movilizó a todos
en la Cruzada contra el Oriente islámico.
Son personajes de alcance europeo estos dos que dominan las
celebraciones de este año. Uno,
el General, vio en Europa una
prolongación
de la grandeza de Francia. Tuvo el gran sentido his­
tórico de someter, por lo menos formalmente, sus ambiciones a
las leyes de la democracia, a las cuales obedeció hasta el final.
El
otro, el Santo, contribuyó a la creación de una mentalidad europea
postfeudal, religiosa y poética, en la cual sus monjes difundirán,
legión interminable, las ideas
de la culrura y la unidad de la fe,
apertura libre a un humanismo cristiano, un sentido europeo de
la realidad.
En España la figura de San Bernardo tuvo una repercusión
fulminante, como en toda Europa.
Reyes de Castilla, León, Ara­
gón y Cataluña reclamaron su presencia en la Península en una
época en que
la lucha contra los árabes se llevaba con gran vigor
y eficacia. Poblet está fundado por monjes cistercienses de San
Bernardo a poco de liberarse sus alrededores del dominio moro.
El propio Santo nunca vino a España (¿sería por su repugnancia
a la vecindad árabe, por todo lo que sabía a árabe y por ello
él, hombre abierto, lector
de los clásicos, nunca quiso leer el
Corán a pesar de la insistencia de su amigo, Pedro el Venera·
ble?),
pero envió a dos hermanos suyos de sangre para fundar
conventos a petición de los reyes castellanos.
Es absolutamente impresionante el número de fundaciones
Císter en España en tiempos del Santo
de Clairvaux. También
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España debe mucho a San Bernardo eri su apertura a Europa y
en su
integración, hace casi un milenio, en una mentalidad euro­
pea. No sorprende en absoluto la admiración de De Gaulle por
el Santo compatriota suyo. Quizás había visto en la somera iden­
tidad
de fechas de nacimiento, una hermandad abierta a la histo­
ria de Francia
y de Europa, a nueve siglos de distancia. Siglos
que unen como un hilo conductor, la gestación y la plenitud de
Europa.
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