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Número 289-290

Serie XXIX

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Lewis Mumford y Jean Gottmann, megalópolis: dos concepciones contrapuestas

LEWIS MUMFORD (*) Y JEAN GOTTMANN,
MEGALOPOLIS: DOS CONCEPCIONES CONTRAPUESTAS
POR
PATRICIO H. R.ANilLE
Quienes operan dentro del mito metropolita­
no, tratando los tumores cancerosos como si fue­
ran manifestaciones normales de crecimiento,
continuarán aplicando cataplasmas, ungüentos,
invocando encantamientos, mágicas relaciones
públicas y curanderismo de remedios mecánicos
hasta que d paciente muera ante sus propios
ojos,
LEWIS MUMFORD
El crceuntento urbano en general ha sido
discutido y rondenado con argumentos mora­
les desde hace tiempo. Tal debate era de
es-.
perarse y es deseable pero, en suma, la histo­
ria demuestra que la condena es injusta.
JEAN GoTTMANN
En La cultura de las ciudades ( 1 ), libro escrito durante la dé­
cada
de los años treinta, Lewis Mumford, el conocido historiador
y crítico del urbanismo norteamericano, utiliza el concepto
de
(*) Estas notas estaban terminadas cuando, este año, se produjo el
fallecimiento de Lewis Mumford. Sirvan de tal .modo como homenaje a
quien, entre otras cosas, fue un restaurador de la verdad histórica al reva­
lorar la tradición urbana de origen medieval, abogado de la regionalizaci6n
y otras formas de combatir la centtalizaci6n totalitaria y mecanicista.
(1) LEWis MuMPORD: La Cultura de las ciudades, Buenos Aires,
1.• edici6n 1945, 2.• edici6n 1957.
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Megalópolis para designar a la ciudad desbordada de este siglo,
a
la aglomeración hipertrofiada, asimilándola a otros casos que
en la historia ha habido; como forma degradada
y, en suma,
terminal de un proceso
de decadencia.
A esta etapa se llega,
según Mumford después de haber re­
corrido el ciclo de crecimiento y decadencia que consiste en cinco
fases, a saber: Eopolis (o preurbana), Polis (definición plena),
Metrópolis (desarrollo de la ciudad, primum ínter pares). La cuar­
ta, en efecto, es la
Megalópolis (fase que inaugura el camino sin
retorno de
la decadencia) y, finalmente, la Necrópolis (obviamen­
te,
la ciudad-cadáver) cuyo ejemplos abundan en la historia.
En la fase de
la Megalópolis, conforme a Mumford, ciudades
más pequeñas caen en la esfera de influencia de la Megalópolis:
practican por mimetismo los vicios de
la gran ciudad y hasta se
hunden en niveles más bajos porque les faltan
las grandes institu­
ciones del conocimiento y de la cultura que aún subsisten en los
centros
más grandes (2). O sea, que para este autor, de ningún
modo podría deducirse que este desborde urbano tenga algo de
creador culturalmente hablando.
Por el contrario, Mumford es de la opinión siguiente:
«El
crecimiento de una
gran ciudad es amiboideo: no logra dividir
sus cromosomas sociales
y formar nuevas células; la gran ciudad
continúa creciendo, desbordando, rompiendo
sus limites y acep­
tando su extensión y falta de forma como subproducto inevitable
de su inmensidad fisica.
Aquí la ciudad ba absorbido pueblos y pequeñas ciudades
reducUndolas
a

nombres de barrios, como Manhattan-vi//e
y Har­
lem en New York, alli ha dejado los órganos del gobierno local
y los vestigios de una vida independiente civica como ocurre en
Che/sea
y en Kensington, en Londres; pero de todas maneras ha
incorporado esas áreas urbanas en su organización flsica. En ese
crecimiento devorador, el
períme.tro, durante la última generación,
ha crecido más rápidamente que el centro ... ».
Esos nuevos distritos metropolitanos, fisicamente incoherentes
(2) Op. cit., pág. 365.
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y socialmente disparatadas en el mei01' de los casos, son sólo co­
lecciones estadísticas. Aquí y allá, en la masa de edificios, es po­
sible descubrir la frontera de una ciudad, pero la masa misma,
en un sentido funcional, no es una ciudad, como tampoco es un
área rural la región que la rodea (3 ).
Estos conceptos son bastante tajantes y no admiten interpre­
taciones ambiguas. Tampoco permiten distinguir entre un tejido
megalopolitano que es mera excrecencia de las metrópolis y un
supuesto tejido intersticial con células nuevas y sanas. Al contra­
rio,
Mumfo•d redondea su idea hablando de un vasto crecimiento
envolvente y sin obieto ( 4) que prosigue desarrollándose por
inercia ante la impotencia de los hombres,
de los gobiernos y de
la misma sociedad.
Peter Hall, escribiendo recientemente las páginas de cierre
de una obra sobre las Metrópolis desde 1890 a 1940 recuerda
el
pensamiento de Mumford a este respecto y escribe: no puede
caber duda de que tenia in mente a su ciudad natal (Nueva York)
cuando escribió acerca de la transición de la Megalópolis, la ciu­
dad hipertrofiada, a la Necrópolis, la ciudad de la muerte. En
aquella
época ( se refiere a los años treinta) esta visión podía pa­
recer fantasiosa. Cuarenta años después lo parece menos (5).
Sin embargo, J ean Gottmann, el geógrafo francés que pasó
buena parte de su vida en los Estados Unidos, al realizar
el in­
gente estudio de la constelación urbana de la costa noroeste de
los Estados Unidos, en
el cual creyó ver un síntoma de revitali­
zación urbana, le aplicó el nombre de Megalópolis, pero sin
nin­
guna connotación negativa.
Para Mumford, en cambio, la ciudad hipertrofiada entraña
siempre un mito; el de que por ser
más grande y más fuerte se
crea
superior o imperecedera, cuando, a su parecer, el bipercre­
cimiento urbano
es común con otras épocas de la historia y coin-
(3) LBWIS MUMFORD: Op. cit., pág. 296.
(4)
Ibidem, pág. 297.
(5) ANTONY SuTCLIFFE (ed.): Metrópolis 1890-1914, London, 1984, pá­
gina 444.
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cide ( estas son más o menos sus palabras) con al etapa final del
ciclo clásico.
Para este autor, todo crecimiento
hipertrófico es antinatural
y lleva ínsito el germen de su propia destrucción.
La dirección
de esa evolución le hace temer que
las dimensiones incontroladas
de algunas grandes ciudades
se dirigen hacia un final catastrófico,
por mucho que la tecnología sea
prodigiosa y no existiese en los
antecedentes históricos; al contrario, esa misma tecnología po­
dría estar colaborando a acelerar el proceso de disolución.
Para sustentar tal creencia es necesario compartir con Mum­
ford la idea de que la ciudad tiene una
escala humana o existen­
cial que
ningún adelanto tecnológico podría modificar, al mismo
tiempo que implica reconocer el hecho de que
la escala urbana.
no ha perdido
ya relación con el hombre sino con la misma so­
ciedad.
Es más; Mumford está convencido de que el hecho de que
la ciudad pueda
seguir creciendo no legitima ese proceso en tanto
y en cuanto pierde de vista todo modelo o, peor aún: toda fina­
lidad, todo propósito, todo ideal. Desde un punto de vista
po­
sitivista se considera que lo que está, por el mismo hecho de estar,
está bien. O sea, no se cuestionan los fines:
se trata de buscar
explicaciones a los hechos; lo que para muchos les da plena
sa­
tisfacción.
A Jean Gottmann, por su parte, no le preocupa la escala del
crecimiento en sí misma. Sostiene que aunque no siempre sea visi­
ble, entraña un cierto orden. Lo que ocurre, a su entender, es que
ese orden es
distinto del que estamos acostumbrados a concebir.
Tampoco le inquietan las analogías que destacan caracteres
comunes entre la ciudad desbordada y Leviatán, la expresión del
monstruo de la política estatal totalitaria que sería como su con­
tenido en potencia. Por el
contrario, Gottrnann cree que las ge­
neraciones futuras tendrán a su disposición medios para la reor­
ganización del ambiente y que éste está adquiriendo mayor plas­
ticidad para la acción humana concertada ( 6 ).
(6) JEAN GoTTMANN: The Re~a/ of the Geographic Environment
(Clase inaugural en la Universidad de Oxford), Oxford, 1969.
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Aquí cabría preguntarse, pero, ¿no son los fines los que ha­
cen aptos a los medios? Sin ideales urbanos definidos, ¿cómo
podría atinarse a elegir los medios más adecuados? Ciertamente,
no parece tan sólo cuestión
de «disponerse» de ellos ...
Como quiera que sea, el móvil inicial de Gottmann no podría
equipararse al de Mumford. Hay una disparidad de partida. Mien­
tras Mumford llega a la preocupación por la Megalópolis después
de haber recorrido todo el proceso de la historia y haber medi­
tado profundamente sobre el mismo, Gottmann
realiza un estudio
principalmente descriptivo
de una región urbana --<:orno si se
tratase de un laboratatio expetimental-hallando que presenta
algunas notas sorprendentemente distintas del proceso de urbani­
zación clásico.
Gottmann se introduce en esta temática a raíz de haber con­
siderado previamente la dificultad de medir la población de las
ciudades. ¿Hasta dónde se puede considerar población urbana?
¿ Cuál es la densidad mínima? ¿ Dónde están los límites físicos
precisos entre
el espacio urbano y el rural?
Conforme a esta problemática que el concepto impreciso de
suburbio no contribuye a clarificar, ni menos aún el de rurbani­
zaci6n ( acuñado para nombrar espacios de explotación rural pero
de fuerte infraestructura urbana o, dicho más llanamente: ni en­
teramente rurales, ni urbano), Gottmann se va sumergiendo en su
caso de estudio: una región urbana, de cierta densidad, con una
infraestructura potencialmente urbana.
De allí deducirá una nue­
va configuración urbana que bautizará como Megalópolis.
Este proceso
es especialmente norteameticano pero, una vez
definido en su origen, Gottmann no hesita en aplicar sus des­
cubrimientos -por analogía-a la península itálica ( 7) como si
hubiese una tendencia mundial, dentro de estos lineamientos,
verificable en otras regiones densamente pobladas.
Es sabido que el proceso
de suburbanización norteamericano,
acentuado a partir de los
años veinre con la proliferación del auta-
(7) JEAN GoTTMANN: «Verso una megal6poli de la Pian.ora Padana?»,
en
Megalopoli Medite"anea (a cura di Calogero Muscará, Milano 2.ª ed.;
1980, págs. 19-31.
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móvil, hizo que desfalleciera el corazón de las ciudades. O sea,
se debilitaron los núcleos mientras se fortalecía
la trama inter­
media; se creaba
un nuevo tipo de hábitat disperso con un gé­
nero de vida diferentes al urbano tradicional y al suburbano inicial.
Gottrnann estudia, como hemos dicho, una Megalópolis con­
creta:
la que se extiende desde el sur de New Hampshire hasta
el norte de Virginia, ateniéndose exclusivamente al área continua
que no baja
de una densidad de 20 habitantes/km.• ( 0,2 habi­
tante/Ha.) en una longitud de 700 kilómetros
y una ancho que
varía entre 150. a 250 kilómetros.
Se trata
de un caso único en el mundo. Una región urbana
floreciente
en el país más rico del mundo. Con todas las peculia­
ridades propias de ese país en esta época. Pero como es verdad
que los Estados Unidos
han pasado primero por muchas expe­
riencias que luego llegan a otros países, Gottmann deduce que
este «nuevo orden» es exportable.
En cada región --escribe---este crecimiento se desarrolla a la
largo de lineas específicas, las cuales difieren de sitio en sitio ( 8 ),
pero, aun así, sea como sea ... el e;emplo de la Megalópolis será
seguido muchas más veces que descartado
(9).
Concediendo que, en los hechos, Gottmann pudiera tener ra­
zón y que las Megalópolis se reproduzcan en otras partes del
mundo,
quedaría pendiente, de nuevo, la pregunta de si se trataría
de
un· verdadero orden -como esta Megalópolis de lujo--o se
trataría simplemente
de una hipertrofia decadente. Porque, como
él mismo dice, esta Megalópolis ha sido posible gracias al grado
de desarrollo
y alto estándar de la vida norteamericana. ¿Qué
sería una Megalópolis en
la India o Sudamética? ¿No sería más
bien una nueva forma de desorden?
Uno está tentado
de afirmar que, precisamente porque funciona
en los Estados Unidos, difícilmente funcionará fuera de ellos.
Porque no se trata de
un producto industrial de esos que pasan
(8) JEAN .GoTTMANN: }&egal6polis: Tbe Urbanized Northeastern Sea­
bord of the United States, MIT, Cambridge (Mass.), aird London, 1961,
pág. 775.
(9) Op. cit., pág. 776.
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las fronteras con sólo pagar derechos. Por falta de ciertas con­
diciones económicas, la Megalópolis puede desfigurarse sustancial­
mente y convertirse en símbolo
de degradación urbana.
Claro es que Gottmann tiene razón cuando alega que en los
Estados Unidos
se trata de una verdadera empresa nacional, com­
parable al avance de la frontera Oeste y la tnaterialización de la
frase latina Novus Ordo Seculorum que figura en el escudo
de
esa Nación y que expresa la intención de haber inaugurado una
nueva era. Mucho de
ese esp!ritu está aún vivo en la mentalidad
norteamericana
y todav!a inspira su acción ... ( 10).
Todo esto confirma que
la Megalópolis es una creación pe­
culiar de Estados Unidos, contrariamente a lo que cree Gottmann,
no de exportación como
el automóvil o el teléfono. Si es que,
además, no fuese la concreción máxima de
la desmesura y de la
admiración por lo colosal que el mismo Gottmann admite como
prototípica de ese país. Y así lo expresa cuando escribe:
.. . la
más reciente fórmula de los grandes planificadores: '11-0 hacer
planes pequeños', representa una tradición megalopolitana, llena
de vigor
y determinación, basada en experimentos audaces que
expresan confianza en el éxito final de
la empresa humana ( 11 ).
Realmente, aquí, el enfoque generalmente científico y su­
puestamente objetivo de Gottmann parece haberse desbordado a
semejanza de su Megalópolis.
En otra ocasión nos hemos expla­
yado acerca del culto de lo colosal en arquitectura
y urbanismo.
Sin duda alguna, en este caso estamos frente a una instancia
hiperbólica de la desmesura y a una insensibilidad tnanifiesta por
esa cosmovisión que Schumacher resumió en su frase célebre:
«lo pequeño es hermoso». O sea, la antítesis de la megaloma­
nía ... en todas sus formas.
Esta comparación que hace Gotttnann entre la Megalópolis y
las grandes empresas humanas mueve a reflexionar sobre los
pe­
ligros que entraña asumir la inercia megalopolitana como algo
con lo que ( sin dar
razones valederas) se puede experimentar
(10) Op. cit., pág. 772.
(11) Ibídem.
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confiadamente. Pero, ¿y si el desenlace fuese dramático? Nada
de esto parece inquietarlo.
Es la actitud opuesta a la de Mumford que expresa: si he
puesto debido énfasis
en la desintegración del escenario metro­
politano
ha sido por una sola razón: sólo aquellos que son cons­
cientes de ella serán capaces de encaminar nuestra energla colec­
tiva hacia procesos más constructivos (12). Lo que equivaldría
a afirmar que: no
se pueden encarar estos temas sin sentar la
premisa de que, en esencia1 este crecimiento urbano es patológico
· y luego que, siendo as!, se trata de conocer el mal para hallar los
remedios
o, lo que es parecido, seguir la política del mal menor;
pero sin euforias injustificadas.
Diferencia formal de la Megalópolis
Entre Mumford y Gottmann hay, además de la divergencia
valorativa de la Megal6polis, una diferencia en la concepci6n
formal de la misma. Para Mumford
la Megal6polis se produce
porque
el crecimiento de la Metr6polis se hace incontenible lite­
ralmente hablando; desborda sobre la regi6n. Pero no por ello
la considera una forma
de instalaci6n regional. Se trata de una
mera
expansi6n informe.
Para Gottmann, la Megal6polis es
un nuevo tipo de tejido
urbano, distinto a la conurbaci6n de Geddes y al mero desborde
urbano. Es un crecimiento
de tipo regional, no s6lo por la escala,
sino por
su peculiar estructura funcional. Es una malla que se va
cerrando relativamente y que crea un nuevo tipo de urbanidad
basado en
el transporte y las comunicaciones.
La discusi6n, empero, continúa, pues Mumford alegaría que
esa nueva urbanidad
es menos urbana, es un «ersatz» de ciudad,
no cumple con los fines que debe tener una ciudad. A lo cual
Gottmann
contestaría que, quiérase o no, la Megal6polis fun­
ciona y como siempre que se hace una afirmaci6n de este tipo
(12) LEwis MuMFORD: The City in History, London, 1961, pág. 560.
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se pretende, al mismo tiempo, que «funciona como debería fun­
cionar», ya que jamás se hizo ninguna provisi6n de c6mo debía
hacerlo.
Por muy opuestos que
sean los enfoques originales de Mum­
ford y Gottmann, lo que
se plantea como teoría podt!a tener un
desenlace menos antin6mico en la práctica. En efecto, pudiera
ser que la
Megal6plis, en el fondo, fuese una respuesta a la hiper­
trofia originada en
la Metr6polis; una forma de crecer descen­
tralizadamente, como parece sugerirlo Gottniann, y en este sentido
no estaría demasiado alejada del ideal de Mumford de una
re'
gionalizaci6n ordenada.
Tal
vez el punto que quedaría por aclarar es una cuesti6n ya
clásica: ¿puede haber descentralizaci6n sin subcentralizaci6n? O
sea, una verdadera descentralizaci6n exige focos, núcleos, concen­
traciones de urbanidad. En esto los temores de Mumford son
fundados. La Megal6polis de Gottmann parecería prescindir de
las grandes ciudades existentes; como si
la sustancia de la misma
fuese la malla y no los nudos de ese tejido.
Pero el propio Mumford cree advertir que éste no
es el caso.
Y, dejando una puerta abierta para el optimismo, reconoce que
«en medio de esta desintegración han aparecido nódulos frescos
de crecimiento
y, todavia más significativo, ha surgido una nue­
va configuración de vida». Entonces, ¿se trata del mismo novus
ordo
del que habla Gottmann? Prosigue Mumford: Esta pauta
se
basa necesariamente en premisas radicalmente diferentes de
las de los antiguos constructores de cohetes
y' los exterminadores
nucleares. Si pudiéramos distinguir el perfil principal de esta
eco­
nomía multidireccional y orientada vitalmente, estaríamos en con­
diciones de describir la naturaleza y funciones de la ciudad emer­
gente
y la pauta de instalación urbana del futuro.
Hasta aquí parecería que hay una coincidencia con las ideas
de Gottmann pero, en realidad, se trata de un pasaje que no debe
ser aislado del contexto
ni de la «filosofía» sustentada por Mum­
ford, pues toda esta reflexi6n se basa en una hip6tesis que él
mismo considera azarosa y que expresa a. continuación: supuesto
que la humanidad escape de la trampa mortal que nos ha tendido
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la tecnología desequilibrada, antiorgánica y subordinada a la pura
l6gica del poder. ( 13 ).
Ya hemos visto que esto no preocupa a Jean Gottmann,
siempre confiado en que el futuro nos suministrará más herra­
mientas -desconocidas e inimaginables- con las cuales superar
los problemas del crecimiento megalopolitano.
Sin embargo --es­
cribe en sus palabras finales de Megalópolis-esta confianza
requiere la duda sistemática, el autoexamen y la autocrítica de
todos. Si la complacencia y la resignación prevalecieran, el gran
experimento megalopolitano corerría peligro y el equilibrio de
nuestro mundo podría sufrir una mudanza (14).
Es que, en el fondo, tanto Mumford como Gottmann, no pue­
den desesperar y radican su última esperanza en el hombre. Oaro
que en uno y otro se trata de un hombre distinto: un modelo
clásico, completo, orgánico
y equilibrado para Mumford y otro
modelo racionalista, emprendedor, progresista, para Gottmann.
Tal
vez allí se halle la quintaesencia de esta disparidad frente al
tema de la
megalópalis.
De ninguno de los dos podría esperarse una reflexión más
trascendente como sería la que provoca la lectura de las Sagradas
Escrituras, toda
vez que allí se equipara a Babilonia -la gran
megalópolis del mundo
precristiano---con todo lo peor capaz
de ser concebido por el hombre.
En otro lugar ( 15),
me he extendido sobre el sentido religio­
so de la ciudad oponiendo dos posiciones extremas: la del calvi­
nismo, encarnada por J acques Ellul que advierte de los peligros
de la ciudad, no sin resabios maniqueos,
y la del progresismo
católico que «bendice»
la megalópolis como un bien en sí mismo,
símbolo de la «comunión humana». Dice el Salmista que
«si
Y ahveh no edifica la casa, en vano se esfuerzan quienes la edifi­
can. Si Yahveh la ciudad no guardare ... » (126.1). No dice que,
de todos modos, faltalmente, sea en vano el esfuerzo de edificar.
(13) Ibídem.
(14) }EAN GoTTMANN: Op. cit., pág. 777 .
. (15) P. H. RANnLE: T eorla de la ciudad, Buenos Aires, OIKOS, 1984,
págs. 213-272.
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Si se refiere a este ·quehacer humano no es para denostarlo, sino
· que por considerarlo éonnatutal al hombre lo elige como ejemplo.
¿No
estará allí la clave de la cuestión?
DIALOGO IMAGINARIO
Para una más rigurosa confrontación de las diferencias de
Mumford
y Gottmann sobre este tema se utiliza el método de
doble columna emparejando opiniones diversas sobre cuestiones
. comunes en base a transcripciones textuales.
MUMFORJ)
Toda la obra de Mumford re­
zuma una propensión hacia la
prospectiva.
El capítulo «Pros­
pect» de «Man's Role in Chan­
ging the Face of the World» (1)
expresa al máximo esta tendencia.
Hoy está absolutamente a la
vista el final definitivo a nuestra
civilizaci6n metropolitana (2).
Cuanto mayor sea la cantidad
de energia disponible por el hom­
bre,
más importante resulta la
antigua pregunta de los roma­
nos: «Quis custodiet custodies?»
( Quien inspeccionará a los ins­
pectores) (3 ).
La vida en la me gal6 polis exi­
ge una más y constante adecua~
ci6n al medio ( 4 ).
(1) The University of Chicago
Press, 1956, pág. 141. (2) Tbe City in History, pág. 527.
(3) Man's Role ... , pág. l.146.
(4) Ibidem, pág. 1.150.
GOTTMANN
Por
.el contrario, Gottmann
escribe:
Y o me he abstenido de
proyectarme en el futuro. Hay
suficiente
para hacer en el pre-.
sente (14).
Muchos profetas de la ruina
han barruntado en el crecimiento
de
cada aglomeraci6n de tipo ur­
bano un fen6meno perverso que
infaliblemente
causará la deca­
dencia de la civilizaci6n ( 15). ·
· ( va a haber) posiblemente un
suministra más barato de ener­
gia (16).
La vida en la megal6polis ofre­
cerá más y más opciones (17).
(14) The Renewal of the Geogra-
pbic Environment~ pág. 33. (15) Ibidem.
(16) Ibidem.
(17) Ibidem.
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Mumford señala que el propio
Gottmann
concede que en la me­
gal6polis hay una estructura ne­
bulosa
(5).
Lo
esencial de la megal6polis
es la dispersión de la población
y de
las funciones urbanas ( 6 ).
Mumford es en general pesi­
mista respecto de las tendencias
de
la hiper-urbanizaci6n contem­
poránea
(7).
Se trata del caso-tipo de la
etapa final del ciclo clásico de las
civilizaciónes, justo antes de su
completa disolución y calda (8).
La megalópolis es el resultado
final
de un movimento anti-ur­
bano:
la huida. ( de la ciudad) al
s11burbio (9).
M,iéntras rechazan la doctrina
escolástica de la causa final, estos
observadores han convertido a la
Megal6polis misma virtualmente
en su propia
causa final (10).
Construir esperanzas para el
futuro sobre tal estructura, se le
podría
ocurrir solamente a los
, muy entrenados pero humana-
(5) Megalopolis, pág. 5.
(6) The City in Histroy, pág. 546.
(7) Megalopolis: Comienza la de-
cadencia (Cfr. La Cultura de las ciu­
dades, Buenos Aires, 2.ª ed., 1957,
p,ig. 365.
(8) The City in History, pág. 525.
(9) Ibídem, pág. 486.
(10) Ibídem, pág. 727.
1410
(hay) una nueva configuraci6n
en
la organización del espacio
habitado (18).
(hay) algo más ( que disper­
sión) ( 19).
Según Gottmann la megal6po­
lis crea una vida urbana y un
ambiente. «mejorado»
(20) un
orden más diversificado y com­
pleto que resulta en una mayor
diversidad y libertad.
Se trata de un verdadero re­
nacimiento urbano (21 ).
No hay una perspectiva real
de disolución de la ciudad cen­
tral y compacta que algunos (!)
predicen (22).
El éxodo de los barrios resi­
denciales . .. refleja
la nueva di­
mensión y la nueva escala (23 ).
El concepto de megalópolis no
describe solamente un nuevo mo­
da de ordenarse del espacia ha-
(18) The Transactional City, Uni­
versity of Maryland, 1983, pág. 3.
(19) Ibídem.
(20) La Cittá invicibile, Milano,
1983, pág. 382.
(21)
Tbe Transactional City, capí­
tulo I: 'Renacimiento disoluci6n ur­
bana?'.
(22) Ibídem, pág. 59.
(23) Verso una megalopoli della
pianura padana?.
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MEGALOPOLIS: DOS CONCEPCIONES CONTRAPUESTAS
mente subdesarrollados «exper­
tos» que la han concebido ( 11 ).
La mera existencia de las 'new
towns' de Inglaterra
y Suecia,
aunque no han alterado la pauta
metropolitana dominante, sirven
empero de testimonio de la po­
sibilidad de una diferente · moda­
lidad de crecimiento urbano (12).
Se extirpan todos los órganos
comunales de
la vida cívica ex­
cepto los del Estado. Cesaris­
mo (13).
(11) Ibídem, pág. 528.
(12) lbidem.
(13) La cultura de las ciudade,,
pág. 367.
bitado sino todavla más una pro­
funda transformaci6n de la. so­
ciedad (24 ).
. . . el pesimismo de Mum­
ford
(25).
La Megal6polis no provoca
Leviatán: fuerzas libres son in­
herentes a (a diversidad regional
y a la fluidez social alentada por
la aglomeraci6n (26).
(24) Ibídem, pág. Jl.
(25) La Cittá invicibíle: Inttoduc­
cón por Calogero Muscará, pág. 17.
(26) The Renewal of the Geogra­
phic Environment, pág. 33.
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