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Número 289-290

Serie XXIX

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Las cartas de Evelyn Waugh

LAS CARTAS DE EVELYN WAUGH
POR
JOAQUÍN TORRENTE GARCÍA lJB LA MATA
·. Evdyn Waugh (1903-1966), uno de los primeros entre los
grandes novelistas ingleses de
este siglo, es una figura escasamen­
ie conocida por el público español, acaso más familiarizado con
los nombres de. Aldóus Huxley, Somerset M~ugham . o Graham
Greene.
En 1983, una resurrección t.devisiva -la emisión de ,la
~~rie ·«Retorno a Brideshead»-llevó a los escaparates y a los
mostradores de las librerías ésta y otras novdas de Waugh; aun,
que . muy pobre, o. por . lo menos· muy equivocada idea de este
autor obtendrían quienes
se contentaran con este .. sucedáneo da­
):,orado con media docena de buenos actores, suntuosos · medios
técnicos y, coronándolo todo, un .desconocimiento absoluto del
eje argumental de esta novda --el resurgir de la fe cató!ica,entre
las circunstancias más adversas-que. quedaba convertido en un
simple demento decorativo ,entre los muchos que componían la
puesta en escena. , · · . .
Contrariamente a lo que aquí sucede ( cosa por otra .parte
comprensible, ya que la obra de Waugh, representativa como
P,ocas dd carácter y del genio inglés, carece en apariencia de la
universálidad
que Ja. haría fácilmente trasladable a idiomas. y
mentálidades extrajías), la popularidad de Waugh nunca ha ¡1.,._
caído. en Inglaterra,· donde sus novdas se reeditan todos los alío,¡
y con frecuencia aparecen estudios biogrifficos y críticos en tomó
aS. . ...
. Christopher Sykes, autor de una biografía de Waugh de óbli,.
gada referencia, reconocía. en 197 5 ( 1) que su obra no podía ser
sino una .. más entre las muchas que· p0dfa inspirar. Ja. abundante
documentación que
se conserva. Y es que Evelyn Waugh, .al
margen de su actividad ee>mo novelisti¡, colaboró con asidui en la prensa como corresponsal de guerra, columnista y crítico
literario, llevó, con escasas interrupciones, un diario desde su
niñez hasta uÍl año· an'.tes de sU mllette~ ··yJ sob!é tQdó, "fue. µn.
(1) Evelyn Waugh: A biogr•phy. Óttistopher Sykee; o;nu;., 1975.
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10.AQUIN TORRENTE G.ARCIA DEL.A MATA.
infatigable escritor de cartas, en las que, dice Sykes, «puso todo
su talento literario a disposición de sus amigos».
El interés por las personas y
la obra de Waugh es tan gran­
de que este abundante material (y no sólo sus más olvidados
artlculos y
crónica~ sino _ 'también sus _ eic;ritos ;no_ destinados a
la difusión pública), saliendo de manos de biógrafos y ensayis­
tas,
se ha ofrecido a la curiosidad general. La editorial lon­
dinense Weidenfield and Nicholson (2), que en 1975 habla pu­
blicado los
Diarios de Evelyn Waugh, sacó a la luz en 1980 una
selección de 850 cartas entre las aproximadamente 4.500 que se
conservan.
La edición de estas cartas estuvo _ ~ _ cargo de Mark
Amory {3 ), quien; sigajendo _de c_etca la biografía de Sykes, las
distribuyó
-en seis - ¡,erfodos, cada uno de ellos precedido de _umt
breve introducción; y concluyó con_ éxito la agotadora _t_area de
anotarlas, incluyendo un-a¡,únte biográfico de los cientos de per­
sonajes que_ a_ lo Jargo de ellas desfilan, y orientando al lector _a
ttavés de la. maraña de alusiones, acontecimientos y situ~ciones
que dan vida _ a esta correspondencia. _ _
En la v_ida de_ Waugh encontramos un dato que puede servir
par~ ex¡,Hcar su_ abundante actividad epistolar. Después de su
segundo matrimonio, Waugh résolvió convertirse en un apacible
propietario rural,' y _vivir en el cam¡,o goz¡mdo _ del afecto_ de _ su
fámiliá y del_ respetó de sus yecinos. Conscientewente se_ esfo,;zo
eii adquirir un aite respetable_ y en apártarsé del jubiloso am­
biente londinel1se en el que hasta entonces había viviqo. Pero,
como reconocía en 1945 a Ronald Knox, «Metroland
(la sociedad
por él descrita en_ Vile Bodies) es mi mundo, en el que he cre­
cido, y
no conozto ningún otro sino de segunda m~no <> a larga
distancia,,. De aquellos divertidos años de juventud, Waugh con­
servó un brilla11te grupo de amigos -y sobre todo de amigas-­
a los que escribla ininterrumpidamente: Lady Diana Cooper, de
imperecedera belleza, hija del duque de Rutland
y_ esposa de
Duff Cooper, embajador y míoistro. Waugh la conoció cuando
ella_ representaba" a la_ Virgen_ en el espectáculo musical_ «El .. Mi­
lagro,;, y ·a ¡,esar de considerar la obra repulsiva y blasfema, y
de lamentar (carta a lady Dorothy Lygon, 16 de abril de 1932),
la presencia en el público del -duque de Norfolk, cabeza_ visible
pe los católicos ingleses, su fascinación por-la aristocdtica actriz
le ]levó a acompañarla en su recorrido teatral por provincias,
, (2) --Th! Diaries •f Evelyn Waugh. Edited by Mlchael Davis. Weidén­
field and Nicholson, 1975. (,3) The !etters of Epeling Waugh. Edited _by Mark J\Jno¡y, Wei and Nichols<>rt, 1980. - --
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LAS CARTAS DE BVELYN WAUGH
hasta Escocia. Esta admiración habría de convertirse con el tiem­
po en la que posiblemente fue la más profunda
,y duradera amis­
tad de Evelyn Waugh, que fue aumentando a la vez que crecía
su antipatía por Duff
Cooper, provocando más de un desagrada­
ble incidente.
También pertenecían a este
círculo tres de las hermanas Mit­
ford: Nancy, que acogió a Waugh tras la deserción de su primera
esposa, y que abandonó Inglaterra para vivir en
París lo más
cerca posible del inalcanzable Gaston Palewski; Deborah, ca­
sada con el duque de Devonshire, y Diana, por quien Waugh
sintió siempre una inquebrantable
veneración, confesada en dos
cartas escritas pocos días antes de su muerte, y que
se casó en
segundas nupcias con sit Oswald Mosley, compartiendo con
él
sufrimientos en la cárcel y en el exilio.
La amistad
de Waugh con estas tres hermanas tenía algo de
enamoramiento colectivo, parecido al que había sentido en
sus
años de Oxford por los Lygon (Hugh y Elmley, y las hermanas
Dorothy y Mary), amistad que
se fortaleció cuando trágicos acon­
tecimientos -la desgracia y el exilio del padre, lord Beauchamp,
y la inesperada muerte de Hugh-sacudieron la vida de esta
familia tan querida de Waugh.
Estas cartas a sus amigos de juventud, frívolas, intrascenden­
tes, plagadas de alusiones intencionadas, y de maliciosos comen­
tarios y habladurías, están en ocasiones escritas en un lengua­
je críptico que sólo un limitado círculo
de personas debía com­
prender; pero dejan entrever el torbellino en que se agitó aque­
lla generación dorada, retratada
. para siempre en las páginas de
Vite Bodies.
Y este es el mérito principal de la correspondencia de Evelyn
Waugh. Mark Amory, su editor, ha comprendido perfectamente
que no
es posible reconstruir la vida de W augh partiendo de sus
cartas, ya que no todas se conservan, ni son todas aptas para
su publicación, ni necesariamente todos los sucesos que le afec­
taron se ven reflejados en sus lineas. Lo que importa es el re­
trato de Waugh que estas cartas ofrecen, y que viene a com­
pletar, o incluso a rectificar, la imagen un tanto negativa que de
él hemos recibido, y que el propio Waugh se complacía en fo.
mentar. Dejemos esta idea simplemente apuntada, porque
so­
bre ella volveremos más adelante.
La insuficiencia de material
se convierte en escasez tratándo­
se de los primeros años de la vida de Waugh. Sus biógrafos nos
han narrado su soledad y su angustia en el colegio, su deseo de
ser admitido en
la implacable sociedad infantil, y han descrito
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JOAQUIN TORRENTE' GARCIA DE.LA MATA
su rebeldía, la pérdida de la fe religiosa y su estancia en Oxford;
etapas de su vida de las
. que sus cartas apenas hablan. Sólo en
1955, escribiendo
a. su hijo Auberon, que le suplicaba le dejase
abandonar el colegio, deja escapar alguna confidencia: «Esperan­
do comprenderte mejor
he estado leyendo el Diario que lleva­
ba a
tu edad. Me avergüenza ver.qué odioso y qué fatuo era. Dis­
cutir, pdear,. intrigar para medrar, ateísmo y sobrealimentación
parecen haber sido mis pasatiempos en Lancing». Y en 1957, en
parecida situación, confesaba a su hija Margaret: «Me sentía. des­
gtaciadísimo en Lancing, y todo el tiempo le pedía a
mi padre
que
me cambiara. Me alegto ahora de que no lo .hiciera .. Lo mis­
mo pasa con Bron. La mayor parte de nuestra vida es una prue­
ba y una preparación para
el Cielo -y en su mayor parte fas­
tidiosa-. De igual modo, cada parte de nuestra vida es una
prueba o preparación fastidiosa para algo mejor. Creo que te
gustaría mucho Oxford y lo aprovecha.rías
al máximo. Pero no
puedes llegar
allí sin mucho trabajo, aburrido y .mucha discipli­
na».
En 1928, Waugh contrajo matrimonio con Evelyn Gardner.
Su unión terminó abruptamente un año después, como Waugh
explicaba a
sus padres en una carta dido a Alee ( su hermano) que os. dé la triste y para m1 absoluta­
rpente desconcertante noticia de que Evelyn se ha ido a vivir con
un hombre llamado John Heygate. En consecuencia, estoy trami­
tando una solicitud de divorcio. Me temo que
va .a ser un golpé
para vosotros, pero os aseguro que no es tan grande como el que
ha supuesto para
ml. ( ... ) El abandono de Evelyn no vino pre­
cedido de ninguna pelea o distanciamiento. Creía que éramos se­
renamente felices». Otra carta a Harold Acton, de igual fecha,
está escrita en un tono
for:¡adamente frívol.o: «Dos palabras para
contarte lo que
ya sabrás: Que a Evelyn le ha apetecido poner­
me los cuernos con Heygate, y que he hecho una solicitud de
divorcio». Un
mes más tarde, el destinatario de la carta es él
mismo, pero
el estilo ha cambiado: «No pensé que se pudiera ser
tan desgraciado y continuar viviendo, pero
me han dicho que ésta
es una experiencia frecuente». Y, a finales de 1929, Waugh pa­
rece ver las cosas de modo diferente, cuando dice a Henry Y
or­
ke: «He decidido que ya he llegado demasiado lejos en mi fase
de sentimentalismo, y que voy a dejar de esconderme de todos
(
... ). La conclusión a la que he llegado es que no me gusta Eve­
lyn, y que realmente Heygate es lo que ella se merece».
Waugh logró sobrellevar
el inmenso dolor que le produjo
la ruptura de su matrimonio gracias al afecto de Nancy Mitford,
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LAS CARTAS DE EVELYN WAUGH
y al de la hermana de ésta, Diana, entonces casada con Brian
Guiness. El 9 de
marzo de 1966, .un mes antes de morir, Waugh
explicaba a Diana (ahora lady Mosley) las razones por las.
que,
en· aquellas circunstancias, se habla distanciado de ella: «Me pre­
guntas por qué
se rompió nuestra amistad. La explicación me
deja en mal lugar: puros celos. Tú (y Brian) fuisteis inmensamen­
te cariñosos conmigo en un. momento en. que yo necesitaba .afec­
to, después del abandono de mi primera mujer. Yo me enamoré
de ti. Por supuesto, no es que aspirase a tu lecho,
pero te quería
como especial confidente y compañera. Después del nacimiento
de Jonathan, empezaste a ampliar.
tu círculo. Me consideré por
debajo de
Harold.Acton y Robert.Byron en el orden de tus afec­
tos, y -no supe competir, o resignarme a ese puesto inferior. Esta
es la triste y sórdida verdad. La política ( ¿alusión a sir Oswald
Mosley?) no
habla levantado aún su fea cabeza».
. Si 1929 fue el año de la separación de Waugh, 1930 fue el
de su conversión al catolicismo. Algunos ( entre ellos su hermano
Alee)
han presentado este hecho ,como una reacción emocional
moúvada por su fracaso; si bien del tesúmonio del padre d'Arcy,
su instructor en la fe, parece desprenderse que se trató de un
proceso principalmente intelectual, en
el que el sentimiento ape­
nas intervino. En la correspondencia de Waugh existe una alu­
sión tardía a .su conversión, én la que Evelyn. se defiende de una
opinión
ya por entonces difundida, de acuerdo con la cual fueron
su esnobismo y
Ia frecuentación de antiguas familias aristocráti·
cas fieles a Roma las. que le habían arrastrado al catolicismo. En
julio de 1947, Waugh escribía al .director del diario irlandés T he
Bell, en cuyas páginas se había cuestionado la buena fe de su
conversión: «Tal vez su comentarista tiene razón al llamarme
snob,. si con ello quiere -decir que me encuentro a gusto en com­
pañía de europeos de clase alta; pero no creo que esta predilec­
ción sea una ofensa· contra la caridad, y menos aún contra la fe.
Puedo asegurarle que no tuvo influencia en mi conversión. En
Inglaterra
el catolicismo es principalmente la religión de los po­
bres. Hay un puñado de familias católicas y aristocráticas, pero
yo no conocía a ninguna de ellas en 1930, cuando fui recibido en
la Iglesia. Mis amigos eran agnósticos a
la moda, y la fe que yo
entonces acepté no tenía
nada del encanto que su comentarista
le atribuye».
En 1935, Waugh escribía a lady Mary Lygon: «Me he enca­
prichado enormemente de una joven llamada Laura.
¿Cómo es?
Bastante rubia, y muy guapa». Se refería a Laura Herbert, a
la
que empieza a escribir por esas fechas (1934: «Estoy triste y
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JOAQUIN TORRENTE GARCIA DE LA MATA
aburrido y necesito tu compañía»; 19 3 5: «Es descorazonador que
nunca coincidamos. Empiezo a temerme que no te volveré a
ver»); hasta que en la primavera de 1936,
poco antes de cono­
cerse la nulidad de su primer matrimonio, desvela a Laura sus
intenciones en una carta impresionante por la implacable sinceri­
dad con que Waugh
se retrata: «Te diré lo que puedes hacer
mientras estés
sola en Pixton. Piensa un poco en mí y en si, en
el caso de que esos sacerdotes lleguen a una decisión aceptable,
soportarías la idea de casarte conmigo. Por supuesto no tienes
que decidir, sólo piénsatelo. No puedo datte un consejo que me
beneficie, porque pienso que sería tremendo para ti, pero piensa
en lo agradable que sería pata
mí. Soy impaciente, caprichoso,
misántropo y perezoso, no tengo
más dinero que el que gano, y
si enfermase te morirías de hambre. Fíjate qué proposición más
miserable. Pero, por otro lado, creo que podría hacer una con­
cesión, reformarme, tener buen cuidado de no emborracharme, y
estoy muy seguro de que te
sería fiel. Además, existe la posibi­
lidad de que sobrevenga
otra gran catástrofe económica, en cuyo
caso, si te hubieses casado con un noble con una gran
casa te
morirías de hambre; mientras que
yo soy muy inteligente, y se­
guramente me ganaría la vida de cualquier modo en algún sitio.
Además, aunque estés eligiendo
un perro viejo, sabes que no
tengo costumbres fijas.
No te verás atada a un lugar o a un
grupo concreto. Además, no tengo parientes vivos salvo un
her­
mano a quien apenas veo. No te verás involucrada en una gran
familia y en todos
sus líos, y no se meterán contigo ni te man­
darán cuñadas y úas odiosas, como tantas veces ocurre. Pero to­
das estas ventajas son bien poca cosa
comparadas con lo espan­
toso
.de mi carácter. Siempre he tratado de ser simpático, y tal
vez
te habrás creído que lo soy de verdad, pero eso es una ton­
tería. Sólo lo soy para ti y por ti.
Soy celoso e irritable, y no me­
rece la pena hacer una lista de mis defectos. Eres una persona crí­
tica, y me imagino que ya te habrás dado cuenta de .todos ellos,
y de otros que yo no conozco. Pero lo que quiero dejar claro es
que casándote normalmente, te casas a la vez con un gran núme~
ro de cosas y con otras personas; mientras que si te casas con~
migo no hay ninguna otra cosa de por medio, y eso es tanto una
ventaja como·· un inconveniente. Mi única atadura es el trabajo
( ... ). Cuando digo a mis atnigos que estoy enatnorado de una chi­
ca de 19 años se quedan horrorizados y dicen "pobrecilla"; pero
yo no te considero nada infantil -ni siquiera en tu belleza-,
y me parece absurdo decir que no estás preparada todavía para
tomar una decisión que te comprometerá toda
tu vida. De todas
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LAS CARTAS DE EVELYN WAUGH
formas, no hay necesidad de que decidas o contestes. Tal vez
nunca me vea libre de tu prima Evelyn. Simplemente, da vueltas
a esto en
tu preciosa cabeza».
Evelyn Waugh y Laura Herbert
se casaron el 17 de abril
de 1937. Fueron testigos de su boda, entre otros, Hilaire Belloc,
Maurice Baring y lord Howard; y hasta 1939
el matrimonio
vivió lo que Waugh había descrito una
vez como «una vida pa­
triarcal, bastante solemne y, a la vez, bastante austera».
Declarada la guerra, Waugh no pudo satisfacer su deseo de
alistarse en
el ejército como soldado raso, y cuenta Sykes que
«sirvió como oficial, sin sobrepasar nunca el grado de capitán,
siendo
la desesperación de sus superiores, de algunos de sus com­
pañeros, y de la mayor parte de sus subordinados». Una carta
suya a Laura, fechada el 28 de septiembre de 1940, resume a
la perfección
su estado de ánimo: «El señor Saint-John escribe
páginas y páginas a su artística novia, y cuando le preguntan
so­
bre qué, responde: "'amor". Me temo que yo no sabría escribir
cartas de este tipo, pero puedo decirte esto: Cuando estábamos
esperando que
nos enviaran a una operación que por fuerza ha­
bía de ser desastrosa, me di cuent" de lo que me has cambiado
al no poder pensar
más en la muerte con indiferencia. Quería
vivir, y me alegré de que nos fuéramos». De vez en cuando, tin
destello de humor interrumpe la monótona regularidad de las car­
tas
de estos años de guerra: «He leido un libro sobre Angela
Balfour titulado
Manan Lescaut» (1941). Y en otra de junio del
mismo año: «Randolph (Churchill) cenó la otra noche con los
Lampson, y Lampson envió
un pomposo telegrama a Winston
diciendo:
"Tu hijo está en casa. Lleva en su mirada el resplandor
de
la batalla". Desafortunadamente el transmisor se equivocó y
llegó
"'el resplandor de la botella". Palabra».
La vida militar de Waugh se animó cuando Randolph Chur­
chill le pidió que le acompañase a Croacia con la 3 7' División
Militar,
cuyo objetivo era apoyar la Resistencia acaudillada por
Tito.
Se pensaba que la presencia de Waugh facilitaría el enten­
dimiento con los resistentes croatas, muchos de los cuales eran,
como él, católicos; pero sucedió que los informes de Waugh
-quien lúcidamente advirtió cómo el régimen yugoslavo deri­
vaba hacia una dictadura comunista y visceralmente antirreligio­
sa-disgustaron profundamente a sus destinatarios en los Minis­
terios británicos de Exteriores y de la Guerra, y motivaron la
destitución
de Waugh a solicitud de los comunistas.
Todavía desde Yugoslavia, Waugh escribía a Laura (enero
de 1945): «Cuando compres nuestra nueva casa, para la cual es-
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JOAQUIN TORRENTE GARCIA -DE -LA MATA
tás autorizada en cuanto encuentres una que nos convenga, ten
bien presente que debe estar muy cerca
de una Iglesia católica.
Me encantaría tener misa todos los días, a dos minutos a pie de
casa. Lo que .no. quiero es que nuestros desplazamientos a la igle­
sia se conviertan en un viaje semanal, conduciendo en la semi­
oscuridad». De acuerdo. con los deseos de ·Evelyn, los Waugh
se trasladaron a Piers Court, donde vivieron hasta 1956, y luego
a Combe Florey, donde Waugh falleció.
En esas dos casas están
fechadas la mayor parte de las abundantísimas cartas que Waugh
escribió después de la guerra, y que suelen tener como destina­
tarios a Nancy Mitford, lady Mary Lygon,
Jady Diana Cooper,
Ann Fleming, Christopher Sykes, Graham Green y John y Pe­
nelope Betjeman.
Señalábamos antes la importancia que tiene esta correspon­
dencia para rectificar la imagen
deformada o, si se quiere, com­
pletar el retrato inacabado que de Waugh nos proporcionan
otros escritos.
Su hermano Alee ha llegado a hablar de dos Evelyn
Waugh distintos: el ser despiadado, sin corazón, desdeñoso y
cruel,
cuyo reflejo literario sería el Basil Sea! de Decadencia y
caída, y otras novelas; y el hombre tierno, afectuoso y cordial,
plasmado a su vez en el héroe-víctima de
Un puñada de palva,
Tony Last. Prolongando este paralelismo, cabría decir que así
como los Diarios ofrecen un perfil más bien sombrío de nuestro
autor
-irascible, pesimista, aburrido, amargado, eternamente
descontento--, de
la lectura de estas cartas surge un persona­
je mucho
más atractivo, lleno de afecto, de . preocupación por
su familia y sus amigos, pendiente de la actividad de otros es­
critores a los que, según las ocasiones, felicita., juzga o acon­
seja, y sobre todo, cargado de humor, de ironía, de ingenio. La
prueba es que Margaret Waugh, en un escrito en que quiso sa­
lir al paso de las acusaciones que, tras la muerte de su padre, se
vírtieron contra él, ilustró su defensa con unas cuantas citas en­
tresacadas de la correspondencia de Waugh, para terminar di­
ciendo: « Nunca habría elegido un padre diferente».
Waugh no suele tratar extensamente asuntos políticos en
sus
cartas, pero están casi todas ellas sembradas de alusiones de este
tipo, bien indicativas de su conservadurismo radical.
En 1951
reconoce: «Nunca he votado en las elecciones generales porque
nunca he encontrado un conservador lo bastante
firme como para
merecer
mi respeto». Y en 1965, tras la muerte de Churchill, es­
cribe a Ann Fleming: «He recibido ofertas extravagantes de los
periódicos para escribir sobre la muerte de sir Winston. Por su­
puesto, las he rechazado. Es una persona a la que nunca tuve en
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LAS CARTAS DE BVBLYN .. WAU.GH
estima: siempre equivocado, siempre rodeado de indeseables, un
padre fracasado: simplemente una estrella
de la radio a la que
se le pasó su buen momento. ¡Decir que agrupó a la nación! Yo
era soldado en 1940. ¡Cómo despreciábamos sus discursos!».
Indudablemente, la nota más característica
de la personalidad
de Waugh fue su rellgiosidad. Evelyn Waugh fue mucho más que
un novelista entre cuyos datos personales figurara
el de profesar
la religión católica; tampoco. fue uno de esos autores de «novelas
católicas» que Claucle Roy ha descrito como los libros más eró­
ticos que pueden concebirse.
Por citar sólo tres testimonios, Chris­
topher Sykes ( 4) afirma que W augh fue un ser esencialmente
re­
ligioso, y que el catolicismo constituía el centro de su vida; Alee
Waugh asegura que durante años no logró comprender a su her­
mano Evelyn, por ser incapaz de penetrar en
.la mente de una
persona para
la cual la religión era la fuerza dominante de su
existencia; y William
F. Myers (5) explica que el genio literario
de Waugh tenía sus
raíces en la perspectiva histórica que su re­
ligión le prestaba. Resulta particularmente revelador examinar
este rasgo del carácter de W augh a la luz de sus cartas a
sus ami­
gos, de los cuales sólo unos pocos (Ronald Knox, Graham Gree­
ne o Daphne Acton) profesaban
la religión católica, siendo en su
mayor parte anglicanos, vagamente cristianos o indiferentes.
Uno de
los momentos más interesantes de esta corresponden­
cia lo constituye la polémica con John Betjeman, el poeta del
culto y de
la liturgia anglicana, a quien Waugh decía el 22 de
diciembre de 1946: «No creas que existe algo más que un
pare,
cido superficialísimo entre los Católicos y los Anglicanos. A ti
pueden parecerte similares. Un australiano, incluso uno instruido,
seguramente no podrá diferenciar un edificio restaurado y
re­
cubierto de maclera de uno auténtico de estilo Tudor; un inglés,
por muy inculto que
sea los reconoce a primera vista. La verda­
dera Iglesia
es única e indivisible, y no hay nada que ni remota­
mente se
le parezca. Esto puede que no resulte tan claro desde
fuera. Pero pienso que hacen más daño
al Cuerpo Místico los que
lo imitan, que aquellos que abiertamente lo odian. Encontrarás
un gran número de peculiaridades en
la Iglesia Católica que te
desagradarán, por la sencilla razón de que es
sui generis. Pero
te suplico que pases un año investigando. Será para ti un año
de Gracia. Puede que no
tengas otra ocasión. Y sería una pena
que fueses al infierno
.sólo porque te gusta más Henry Moore que
Miguel Angel. Esto va también
por Penélope.
(4) My brother Evelyn and other profiles. Alee Waugh.
(5) W1LLIAM F. MYERS, en British Writers.
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JOA(JUIN TORRENTE GARCIA DE LA MATA
La réplica de Betjeman --quien justificaba su permanencia
en
la Iglesia anglicana por motivos de lealtad-no se hizo es­
perar, y Waugh, convaleciente en el Hospital de San Juan y San­
ta Isabel, volvió a escribirle el 9 de enero le 1945: «No pue­
do compartir
el argumento de tu deber para con un barco que
está naufragando.
Si tu grupo de Wantage es la Iglesia católica,
no puede estar hundiéndose. Estará triunfante con los ángeles
y con los santos. Y
si se están hundiendo es porque nunca debie­
ron salir a la mar. Cientos de barcos rebeldes han sido fletados
en los últimos dos
mil años entre salvas y alborozo. Cuatro siglos
es lo más que han aguantado a flote.
En honor entre bandidos
equivale a complicidad en el crimen.
Si te das cuenta de que es­
tás en una tripulación de piratas, tu deber es desertar en segui­
da, por muy simpáticos que te parezcan tus camaradas.
No puedes confiar en una conversión
de última hora. Cada
hora que
se pasa fuera de la Iglesia es una hora perdida. Sé bien
la desventaja que supuso para
mi empezar mi vida católica con
27
años de retraso. ¡Piensa en el pobre Carlos II, que sólo tuvo
unos minutos de vida católica!».
Días más tarde, Waugh volvía sobre uno de los argumentos
preferidos de Betjeman, para
quien la Iglesia anglicana era la
verdadera Iglesia católica de Inglaterra: «Fui educado en
Lan­
cing, el más "católico" de los colegios protestantes. Muchos clé­
rigos eran devotos y virtuosos, pero en modo alguno parecían sa­
cerdotes. Los muchos capellanes que he conocido en la guerra no
no parecían tener en absoluto sentido de lo sobrenatural. Creo
que
la diferencia es que realmente no sabes lo que "'catolicismo"
significa. ( ... ) Lo que me dices es: ''Cuando esté convencido del
error, recibiré instrucción". ¿Acaso esperas una revelación di­
vina como San Pablo? Es muy presuntuoso.
¿ Y cómo puedes re­
conocer el error sin instrucción? ¿Cómo quieres que uno de los
sacerdotes de Cowley te enseñe una verdad que él desconoce?
Dices:
"¿Qué puedo aprender en Farro Street (la iglesia de los
jesuitas en Londres) que no me hayan enseñado en Wantage?".
"Todo", te digo. Pero
si te parece poco leal recibir instrucción
mientras todavía tienes 111 confesor", te sugiero lo siguiente: Vete
a un sacerdote católico ( te recomiendo a Devas) y dile: "No me
enseñe nada específicamente anti-anglicano de momento. Explí­
queme
el credo y el catecismo. Enséñeme la fe y la moral que
creo tenemos en común"; Cuando hayas estado así unos meses,
pregúntate seriamente: "¿Es esta la fe de Wantage, o hay algo
aquí radicalmente diferente?". Estoy seguro de que atisbarás un
mundo desconocido (
... ).
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LAS CARTAS DB EVELYN WAUGH
Lo de "esperar al buen momento de Dios" es intolerablemen­
te blando.
El tiempo es un concepto y una limitación humana. So­
mos nosotros los que hacemos el tiempo para Dios.
Casi todo el que se convierte al catolicismo hace algún sacri­
ficio. Algunos son muy grandes. El tuyo
sería superior al de la
mayoría, pues han cimentado
tu vida, tu saber y tu arte sobre la
Iglesia de Inglaterra. Comprendo tu resistencia a iniciar una nue-­
va vida a tu edad, con todas tus preferencias artísticas y literarias
encaminadas en otra dirección. Lo fácil es decir: "Esperará a
que venga un Arcángel a hacerme
la Anunciación en persona
cuando Dios lo crea oportuno. Mientras tanto,. creeré en la En­
carnación dos
días por semana, y continuaré mi catálogo de Igle-­
sias anglicanas».
En abril de 194 7, Waugh insistía: «Horrible tu obstinación
en el cisma y en la herejía. Infierno, infierno, infierno. Condena­
ción eterna». Y en mayo del mismo año: «Una de las causas de
tu error es que consideras la religión como una fuente de
sen­
saciones y emociones agradables y te preguntas: "¿No estoy ya
sacando de la Iglesia anglicana tanto como obtendría del catoli­
cismo?". Cuando la pregunta debería ser:
"¿Qué estoy yo dan­
do a Dios?". No hay nada bueno fuera de la entrega absoluta.·
Está clarísimo que la voluntad de Dios
es que haya un solo re­
baño y un solo pastor, y te pasas el tiempo perpetuando una
querella del siglo xvr y haciendo a otros perpetuarla. No daría
nada por tus posibilidades de salvación en este momento».
Las cartas de Waugh no produjeron el efecto deseado sobre
John Betjeman
-quien persistió en su anglicanismo y, como
anunció en su bellisiino poema "septuagesima' murió aferrado
a "la Iglesia de Inglaterra de mi nacimiento, la Iglesia más que­
rida
para mí sobre la tierra"-, pero sí sobre Penélope, la mujer
del poeta, que así describía su situación a Waugh: «Te agradezco
mucho que escribas esas cartas a John aunque
es un poco desleal
por mi parte escribirte y decirte que espero que reces mucho por
él las próximas semanas porque se encuentra en un estado espan­
toso: cree que eres el diablo y se despierta en medio de
la no­
che diciendo que me dejará si sigo adelante ... Ponte en la situa­
ción siguiente: imagínate que Laura
se levanta y te dice ma­
ñana por la mañana: "He tenido la revelación de que la VERDAD
sólo se encuentra en la secta Yogibogi, de Aldous Huxley, y me
voy a apuntar a ella". Naturalmente te quedarías un poco incó­
modo. Incluso amenazarías con abandonarla si insistiese. Pues
éso
es lo que le pasa á J ohn. Piensa que el catolicismo romano es una
religión extranjera que no tiene derecho a establecerse en este
1447
Fundaci\363n Speiro

JOÁ(JUIN TORRENTE GARCIA DE' LA MATA
país, y menos aún a tratar de hacer adeptos entre lo que él con­
sidera la auténtica religión
. católica del reino».
Este parcial fracaso de Waugh no le impidió
seguir tratando
de cuestiones religiosas con su amigo.
En 1950, después de la
publicación de Helena, John Betjeman escribió a Waugh: «Qué
libro
más maravilloso, Helena. Lo que más me choca de tu libro
es la santidad de Helena. No parece para nada una santa». A esto,
Waugh respondió: «Los santos son simplemente almas en
el Oe­
lo. Algunas personas fueron tan sensacionalmente virtuosas en
vida que sabemos que fueron directamente al Cielo, y por eso
están puestas en el calendario.

Todos tenemos que ser santos
para
ir al Cielo. Para eso está el Purgatorio. Y cada individuo
tiene su forma peculiar de santidad a la que debe llegar, o fra­
casar. No sirve para nada que yo diga:
'"Me gustaría ser como
Juana de Arco o como San Juan de la Crnz". Yo sólo puedo ser
san Evelyn Waugh
-y sabe Dios después de qué experiencias
en el Purgatorio-.
Me gustó la santidad de Helena porque es diferente de to­
das las ideas modernas sobre la santidad. No fue arrojada a los
leones, no fue una contemplativa, no
parecía un Greco. Simple­
mente descubrió lo que Dios quería de ella, y lo hizo. Y dejó en
ridículo a Aldous Huxley y

a su niebla eterna, yendo directamen­
te al hecho esencial,
físico, histórico, de la redención».
Puede sorprender la dureza con que Waugh
se expresa al di­
rigirse a Betjeman (y a otros amigos suyos), tachándole de here­
je y de cismático,
y aventurando sus juicios sobre su suerte final.
La profunda amistad que unía a estos dos escritores, y
el afecto
que Waugh despertaba en quienes le conocían eran
lo que le per­
mitía expresarse con tanta
crudeza. Efecto que era fruto de su
bondad, de aquella veta noble y generosa que Waugh ocultaba
con el mismo empeño con que proclamaba
sus defectos y mostra­
ba su pésimo carácter. En 1950, decía a la indignada Nancy Mit­
ford:
«No tienes idea de cuánto más desagradable sería si no fue­
se católico. Sin la ayuda de Dios, apenas sería un ser humano».
Es precisamente a Nancy Mitford a quien Waugh escribe con
más frecuencia en el período que se inicia una vez terminada la
guerra. En Nancy Mitford encontró Wa9cgh el correspondiente
perfecto, y en estas cartas
-escritas en un tono coloquial, ínti­
mo, desprovisto de todo artificio
literario-parece escucharse
con toda claridad la voz de Waugh hablando de literatura y de
política, bromeando sobre
el ingenuo izquierdismo de la Mitford
( 27 de noviembre de 1946: «Me imagino que habrás estado muy
ocupada haciendo campaña
a favor de los comunistas y transporc
1448
Fundaci\363n Speiro

LAS CARTAS,DE EVEiYN··WAUGH
tando terroristas judíos a Palestina»; 14 de enero de 1952: «Leo
en la prensa que los gaullistas están colaborando con
los comunis:
tas.
¿Es esto influencia tuya, o sólo una mentira más de los pe­
riódicos?»;
2.} de octubre de. 1954:. «El hecho de que apruebes
las masacres comunistas organizadas después de
la liberación es
clara evidencia de tu obediencia al partido, si no lo es de ru
pertenencia. Tengo en mi poder una fotografía tuya con Driberg
en los días del Frente Popular. No se
la mando a McCarthy por­
que te quiero. Tus preciosos dólares dejarían de fluir si se supie­
se la verdad»); y criticando a sus amigos y conocidos, fieles a
aquel aforismo según el cual "corazones delicados y amables, y
lenguas que no son ni lo uno ni lo otro, hacen la mejor compa­
ñía». Así, el 6 de enero de 19 50, Waugh comenta la concesión
de un tirulo a sir Maurice Bowra: «Es
muy raro ya que no ha he­
cho nada para merecerlo excepto ser jefe de estudios del peor
colegio de Oxford, y publicar unos cuantos libros que nadie ha
leído.
Mi versión es que ( el nombramiento) forma parte de un
tratado secreto que
han hecho en Washington míster Atlee y el
juez Frankfurter, pero como no conoces el panorama america­
no, no lo comprenderás». Y el 6 de noviembre de 1954 cuenta:
«Daphne (Fielding) ha escrito
sus memorias ( ... ). La parte de
su infancia es admirable.
La de su madurez es como si lord Mont­
gomery tuviese que escribir su vida, y no mencionar siquiera que
había servido en el ejército».
Nancy Mitford contestaba a Waugh con parecida franqueza.
En 1955
se defendía del comunismo que Waugh le imputaba
( «Sé que tú no puedes encontrar diferencias entre Lloyd George
y Stalin, pero hay gente que sí»); y en 1951, como Waugh le
aconsejó
qrie evitase toda alusión a Dios o

a
la Iglesia en sus es­
critos, dada su ignorancia en estas materias, respondió: «No pue,
do compartir la idea de que deba abstenerme de nombrar a ru
creador. Trata de recordar que El también me creó a mí».
Sin embargo, llegaban ocasiones en que Nancy Mitford
reco­
nocía su incompetencia en cuestiones religiosas, y pedía aclaracio­
nes a Waugh. Así, le explicaba a éste; en sus cartas del 9 y del
16 de junio de 1961,
los misterios del más allá: «En el momento
de
la muerte, cada alma individual es juzgada y enviada al sitio
adecuado:
los. santos directamente al Cielo, los pecadores impe­
nitentes
al Infierno, y la mayor parte (espero) al Purgatorio, don­
de, con enorme incomodidad pero con confiada esperanza nos
prepararemos para la presencia de Dios. Nuesttros cuerpos per­
manecerán en la tierra, y
se corromperán. Solamente los cuerpos
de Nuestro Señor y de la Virgen fueron llevados a un orden de
1449
Fundaci\363n Speiro

JOAQUJN TORRENTE GARCJA DE LA MATA
existencia diferente. Todo esto es bastante claro, y se llama "el
juicio particular".
El '"Juicio Final" es algo bastante diferente y muy misterioso.
Es
el final del mundo y de los tiempos. Puede suceder ahora mis­
mo, o en un remoto futuro. En el Juicio Final, los que estén
todavía con vida serán juzgados allí y entonces. Los que hayamos
muerto antes no podtemos apelar nuestras sentencias particula­
res. El cambio será la reunión con nuestros cuerpos, aunque
na­
die sabe cómo serán éstos. Serán individuales, reconocibles, y
estarán libres
de los defectos que ahora tienen. En el siglo xm
se pensaba que tendtían plena existencia física (peso, volumen, et­
cétera); pero los teólogos modernos consideran estas expresiones
poéticas y metafóricas. Nadie pretende conocer el mecauismo de
este cambio.
El principio básico es que no somos, como creen
los orientales, seres espirituales temporalmente cargados con un
cuerpo del que alegremente nos desprenderemos para unir nues­
tras individualidades en
un alma absorbente. Dios tuvo que ha­
cerse hombre y tomar cuerpo para enseñarnos esto. El cuerpo
no es sólo una fu.ente de sensaciones, tentaciones, sufrimiento y
decrepitud. Somos nosotros». Y otra vez insistía: «No, no lo
acabas de comprender bien. El cuerpo
es parte esencial de no­
sotros. Eso no quiere decir que hayamos de mimarlo. San Pablo
dice que lo ''sometamos" como si domáramos un caballo. Hay
dos herejías opuestas: Boots (Connolly), que piensa que su pre­
cioso cuerpo está hecho para a.tiborrarlo
de comida y cubrirlo de
besos; y lady Astor, que cree que su cuerpo es una ilusión.
La
gente buena (yo no) se azota con disciplinas y lleva camisas que
pinchan para recordarse sensiblemente que no somos sólo alma».
Muchos otros amigos acudían a Waugh
para solventar dudas
semejantes.
El 13 de marzo de 1963 volvía sobre la misma cues­
tión ante una consulta de Ann Fleming: «Jack Donaldson tiene
razón cuando dice que si
tú y algunos amigos tuyos vais al Cie­
lo, os recocijaréis unos en compañia de otros, pero te está toman­
do el pelo si sugiere una continuación de los placeres carnales.
Sólo los mahometanos esperan fornicar en el Cielo. Como broma,
puedes recordar uno de los problemas de Ronald Knox:
a) todo
humor brota de
la imperfección; b) ¿cómo imaginarnos a Santo
Tomás moro o a San Felipe Neri desprovisto de humor? Lo cier­
to es que seremos bien diferentes, beatíficos, perfectos, y uni­
dos en el amor de Dios y de unos a otros, pero cada uno conser­
vando su individualidad, sin mezclarnos como los budistas en una
eterna, indiferenciada unidad. Pero nadie
sabe ni puede imagi­
narse cuál será nuestra condición. Jack irá
al Cielo, me imagino.
1450
Fundaci\363n Speiro

LAS CARTAS DB BVELYN WAUGH
Pero no me imagino un beatifico y perfecto Randolph ( Chur­
chill) que fuese reconocible».
A veces Evelyn Waugh, apoyándose en la autoridad que
sus
amigos le reconocían, se dirigía por propia inaciativa a quienes
atravesaban momentos difíciles, aconsejándoles aquello que podía
ayudarles a vencer el desasasiego o la angustia. El 17 de
sep­
tiembre de 1964, decía a lady Diana Cooper: «Rezar no es pe­
dir, sino dar .. Dar ru amor a Dios sin pedir nada a cambio. Acep­
tar lo que quiera mandarte como su voluntad para ti. No decir:
nDios mío, dame por favor un día feliz", sino u'Por favor, acepM
ta Dios mío todos mis sufrimientos de hoy en ru honor". ¿ Has
experimentado la penitencia?
Lo dudo. No me extraña que estés
triste. ¿Crees en la Encamación y eo la Redención con la misma
certeza histórica con que crees eo
la batalla de El Alamein? Eso
es lo importante. La fe no es un estado de ánimo».
El texto de la carta transcrita no nos permite adivinar
la
causa de la inquietud de lady Diana. Otras veces sí, nos resulta
conocido el hecho a partir del cual Waugh abordaba probletnas
de esta índole.
El 3 de enero de 1963, escribía a Ann Fleming
con motivo de la muerte de su hermana: «Sieoto mucho enterar­
me de la peoosa muerte de tu hermana. Debes rezar por su alma.
Lo mejor
es ir a una capilla donde se custodie el Santísimo Sa­
crameoto. Arrodíllate. Aparte de ru mente cualquier otra conside­
ración. Di, no en voz alta, sino interiormente: "No tengo dere­
cho a pedirte nada. Por favor, no tengas en cuenta mis méritos o
los de mi hermana.
Tú nos hiciste lo que comos. Pero Tú en­
viaste a Jesús a morir por nosotros. Acepta su sacrificio. Con
suerte, teogo algunos años
por delante para eomeodarme. Ella no.
Así que, por favor, acepta lo que alguna vez haya yo hecho de
bueoo como una despreciable contribución al sacrificio inconmen­
surable de la Encarnación, y admite a
mi hermana en el Cielo".
¿Fácil? Sí, especialmente para ti, que no eres eo absoluto orgu­
llosa. Pruébalo». Y eo 1959 decía a lady Mary Lygon, a
la que
conocía desde los
tiempos de Oxford: «Me apena oir que estás
triste.
La pérdida de la fe es lo peor que a uno le puede suceder.
¿Realmeote
ya no crees eo la revelación cristiana ----es decir, pieo­
sas que los evangelios son falsos-o estás en ese estado de áni­
mo en el que no te importa si son verdaderos o falsos? (
... )
Creo que todo el mundo tiene, una vez en la vida, un momento
eo el que está abierto a la gracia de Dios. La gracia está, por
supuesto, esperando todo
el tiempo, peto las vidas humanas es­
tán otganizadas de manera que, normalmente, hay un momento
determinado
-a veces, como Hubert, en el lecho de muerte:-
1451
Fundaci\363n Speiro

JOAQUIN-.TORRENTE GAR_CIA .DB·LA MATA
en el. que toda resistencia se desvanece, y la Gracia puede en,
trar, inundándolo todo. No sé, querida Blondy, si esta es tu si­
tuación hora, pero si lo es, no es algo para tomarlo ~o en
serio».
El abandono de la fe preocupaba seriamente a Waugh, como
lo demuestra esta otra. carta del año 1959, con motivo de la
conversión
al catolicismo de Edih Sitwell y Alee Guiness: «¡Qué
bien recibidos son los conversos! Una
de.las tristezas de nuestra
vida católica es contar los casos de apostasía año tras año
-rara
vez por convicción, casi siempre por casarse fuera de la Iglesia.
Puedo pensar en más de
un pufutdo de buenos amigos perdidos,
espero que temporalmente. Pero cada uno
de ellos deja una he­
rida abierta. Entonces, uno oye y ve la gracia de Dios reforzrui­
do fuertemente las filas. Es un gran consuelo».
Sin duda, Evelyn Waugh pensaba en el caso de Clarissa
Churchill, que en 1952 había renegado de la religión católica
para casarse con
el divorciado sir Anthony Eden. «Ayer fue un
día triste -le escribía Waugh el 13 de agosto-: se confirmaron
los rumores, y tu querida cara emborronó todos los periódicos
(
... ). ¿Puedo encargar una misá por tu matrimonio, o es impo­
sible?» .. Y a Ann Fleming le confesaba el 1 de septiembre: «La
apostasía de Oarissa
es lo que más me ha afectado desde la muer'
te de Kick (Harrington) .. No puedo escribir o pensar en otra
cosa».
Estas letras de Waugh debieron molestar a Oarissa Churchill,
a juzgar por otras dos cartas que le dirigió, también en septiem­
bre de 1952: «No tengo tu reserva acerca de las preguntas di­
rectas. No hace mucho te pregunté directamente
si eras católica,
y me dijiste que no debía preocuparme. Luego, como sabes, me
enamoré de ti y me mantuve a distancia. Te convertiste para
mí en un privilegio qué de vez en cuando se cruzaba en mi ca­
mino. Pero confiaba en lo que me habías dicho y esperaba que,
de verte seriamente tentada por la apostasía, confiarías en
mí y
me pedirías consejo. Veo
áhora que estaba equivocado, y me
culpo porque si simplemente hubiese buscado
tu amistad, podría
haber tenido
algo de influencia. Eso es lo que quería decir cuan­
do te dije: "Comprendo que no hayas confiado en
mí". Ahora
olvídate de mí.
Por· 10 que te quiero no me importa que te bur­
les de
mí o leas esta carta por teléfono. Piensa en ti. Miles de
personas han muerto y están muriendo hoy torturados por la
fe
que tan alegremente has abandonado. Me imagino que no esco­
gerías deliberadamente la víspera de la Asunción para tu trai­
ción, ni que llegaste a propósito a una capital católica en dicha
1452
Fundaci\363n Speiro

LAS CARTAS DI!, EVELYN W.AUGH
fiesta. Pero seguro que Nuestra Señora se dio cuenta. En cual­
quier caso, en tu viaje a Portugal, ¿no entraste en ninguna iglesia
para conocer el estilo manuelino? Cuando es.tabas en presencia
del Señor, ¿qué tenías que decirle? Habrás,
en un momento o en
otro, visto
algún crucifijo en un anticuario. ¿No te paraste a
pensar que estabas contribuyendo a la soledad del Calvario con
tu deserción?. No tengo
derecho a .sermonearte, si no es por el
afecto que siento por ti. Cuando leas esto en
voz alta · a tus
amigos, déjales bien claro que no pretendo tener
más derecho
que ése».
La segunda carta de Waugb ponía fin .a la discusión:
«No te asustes. No trato de involucrarte en una correspondencia
que te aburriría. Sólo quiero
aclarar las cosas antes de que caiga
el telón, y eso
es difícil, ya que no recuerdo bien lo que escribí
en mi última carta. El encabezamiento, White's (un club londi­
nense} debería indicarte que mi cabeza no estaba en su momento
más lúcido ( ... }. ·
No me párece presuntuoso creer que podría haber influido
en
ti si no me hubiese enamorado. Todos nos influenciamos ·unos
a otros en cada instante. Creo que en tu infancia te dejaron con
un concepto
.de la Iglesia parecido a una especie de club del que
uno puede darse de baja cuando la cocina empeora. No creo que
la
vieses como un. completo modo de vida. Como amigo podría
haberte -enseñado, -pero no me gustan las "amistades amorosas"
con un sabor religioso. Puedo pensar en varias y apestan», Y
después de otras explicaciones, concluía: «Nunca pensaré mal de
ti (y quiero y conozco bastante a Randolph para pensar mejor o
peor de
él). Por favor, no me consideres un beato, un fanático
o un metementodo. Sabes que no lo soy».
Son tantas las ocasiones en que W augh alude a problemas
religiosos en su correspondencia, que .no es posible mencionarlas
todas en un modesto trabajo como éste. De aquí que, prescin­
diendo
· de algunas polémicas (la mantenida con el historiador
Trevor-Roper sobre Tomás Moro, Frisher
y los rebeldes a la
causa de Enrique
VIII, las discusiones con Graham Green e so­
bre la ortodoxia de ciertas obras de éste; o la defensa que hiw
ante el arzobispo de Westminster de su novela Black Mischief,
considerada gravemente inconveniente pcr el crítico de
T he Ta­
hlet ), pasemos a uno de los puntos más oscuros y peor conocidos
de la vida de Waugh, que
es su postura ante las reformas del
Concilio Vaticano
11.
Christopher Sykes cuenta en su biografía de W augb que
~ste la opinión de que éste, en sus últimos años, como conse­
cuencia de los cambios sufridos en la Iglesia católica, perdió la
1453
Fundaci\363n Speiro

JO.A.QUIN TORRENTE GARCIA DE LA MATA
fe que en otro tiempo había defendido con tanto celo. Las cartas
de Waugh son una ayuda inestimable para reconstruir su tra­
yoctoria espiritual, desde
la convocatoria del Concilio hasta su
muerte.
El 27 de octubre de 1962, Waugh escribía a Nancy Mitford:
«El Concilio Vaticano
II es de la mayor importancia. Igual que
en 1869-1870 los franceses y los alemanes están llenos de
mal­
dad, pero igual que entonces la verdad prevalecerá. El esplritu
del malvado padre Couturier está todavía vivo en Francia, y debe
ser desttuido». Y, aproximadamente
un mes más tarde, Waugh
publicada en
The Spectator un artículo con el significativo título
de
"Lo de siempre, por favor", en el que llamaba la atención
sobre el peligro que podría traer consigo la anunciada puesta al
día de la religión católica, mostrándose escéptico sobre los resul­
tados del ecumenismo, y muy alarmado ante la reforma de la
li­
turgia, la introducción de las lenguas vernáculas y la participa­
ción en la misa como actividad colectiva.
El 15 de marzo de 1963, escribía a Daphne Acton: «A
al­
gunas personas como Penélope Betjeman les gusta armar jaleo
en la iglesia, y no veo por qué no
han de hacerlo, igual que los
abisinios bailan y tocan las maracas. Y o
pasaría bastante ver­
güenza bailando, e incluso me
da reparo rezar en voz alta. Cada
parroquia debería tener una misa bulliciosa para los que quie­
ran,
pero debería haber también una misa pacífica para los que
nos gusta así».
Me parece una desfachatez por parte de los alemanes preten­
der enseñar al resto del mundo algo sobre religión. Deberían
estar cubiertos de ceniza y vistiendo cilicios perpetuamente para
expiar todas las atrocidades de Lutero y de Hitler.
El peor error de tu padre Davis es su casi blasfema degra­
dación del concepto del Cuerpo Místico en una especie de reu­
nión parroquial. Tú y yo, los abisinios que bailan y los santos
del Cielo somos, como bien
s"bes, parte del Cuerpo Místico. No
tenemos por qué gritar a los que están en
el banco de al lado».
Christopher
Sykes ha escrito que el rechazo de Waugh al
movimiento de reforma no era una simple manifestación de su
conservadurismo o de
sus preferencias estéticas. Creía que en su
larga vida
la Iglesia había desarrollado una liturgia que permitía
al hombre medio acercarse a Dios a través de los sentidos, per­
cibir lo sacro y lo divino, y
-<:0mo decía en la citada carta a
lady
Acton-«captar las verdades de la Iglesia aun sin entender
las palabras». Abolir ritos, devociones y prácticas que no
eran
sino la exteriorización sensible de la fe católica, en aras de una
1454
Fundaci\363n Speiro

LAS CARTAS DE EVELYN WAUGH
aventurada puesta al día, ·era tan estúpido como peligroso. Su
Diario confirma esta opiníón, y va toc;lavía más lejos, al advere
tir que algunas innovaciones litúrgicas presagiaban futuras altera­
ciones sustanciales. En Semana Santa de 1965, escribía.
«Un año
en el que
el proceso de transformación de la· liturgia ha seguido
un plan premeditado. Las protestas no sirven para nada. Una
minoría bien dispuesta, a favor o en contra de las innovaciones,
se preocupa enormemente. No creo que al resto de la gente le
importe nada.
Más que los cambios estéticos que arrebatan a la
Iglesia su poesía, su dignídad
y su misterio, son los cambios in­
sinuados en la
fe y en la moral los que me alarman. Hay una es­
pecie de anticlericalismo muy extendido que trata de disminuir
el papel sacramental exclusivo del sacerdote. Se habla de la misa
como de una "comida social" en la que "el pueblo de Dios" rea­
liza la consagración. Dios quiera que nunca apostate, pero sólo
puedo
ir a la Iglesia ahora como un acto de deber y de obe­
diencia».
Los años, las enfermedades. (Waugh sufrió alucionaciones
mentales como consecuencia de
sus hábitos de bebedor y de su
adición a los somníferos, narradas con todo detalle en La odisea
de Gilbert Pinfold), y las decepciones que estos cambios en la
Iglesia le causaron, fueron amargando su carácter. El 10 de ju­
nio de 1963, comentaba a lady Daphne Acton la muerte de Juan
XXIII: «Verás cómo toda esta fiebre de elogios es el prepara­
tivo de una
gélida recepción a su sucesor. Quiera Dios que no
sea austríaco, el de Milán o el de Palermo. No hay peligro de
que
sea Spellman. Woodruff se ha encaprichado senílmente con
un peligrosísimo
tura llamado Kung (no chino, centroeuropeo);
un hereje que en tiempos
más felices habría ido a la hoguera».
Sus últimas cartas abundan en comentarios tristes,. desengaña­
dos, algunos de indescriptible dureza. Es significativa la consul­
ta que en abril de 1965 dirigió a monseñor McReavy:
«Reve­
rendo Monseñor: Perdóneme por molestarle. Lo hago porque
me han dicho que a menudo tiene la amabilidad de aconsejar a
laicos atribulados.
Cuando fue educado en
la fe hace unos 35 años, me eoseña­
ron que la obligación de
ofr misa los días de precepto: a) se apli­
caba sólo a
los que vivían no más lejos de tres millas de una
iglesia, y que la invención del automóvil no había modificado
esta regla, y
b) que la obligación sólo comprendía desde el ofer­
torio hasta
la comunión del sacerdote.
¿Es ésta la regla todavía?
No pregunto qué
es I.o mejor para mí, sino sólo qué es lo
1455
Fundaci\363n Speiro

JQAQUIN TORRENTE _GARCIA DE LA MATA
mínimo que puedo hacer sin pecar gravemente. La nueva litur­
gia me parece una tentación contra la fe, la esperanza y la ca-
ridad, pero, Dios lo quiera, jamás apostataré». .
En estos últimos años, Margaret Waugh se ocup6 de la sac
lud espiritual de su padre. «Margaret me fuerza a ir a la iglesia,
decía Evelyn a
Ann Fleming en enero de 1966, y a su hija le
explicaba: «He ido a comulgar tres veces desde que me dijiste
que debía hacerlo. ¿Te conté que Daphne Acton cree que
iré
al Cielo?». ·
El 30 de marzo de 1966, Waugh escribió a Diana Mitford,
lady Mosley, su última carta, que terminaba con este párrafo:
«La Semana Santa significaba antes tanto para mí... Antes del
Papa Juan y su· Concilio, ellos acabaron con la belleza de
la
liturgia. No me he rociado de gasolina ni me he prendido fue­
go, pero ahora me aferro tozudamente a la fe sin alegría. El ir
a la iglesia no
es más que un paseo obligado. No viviré para ver
(la fe) restaurada. Aún es peor en otros países».
El 10 de abril de 1966, Domingo de Resurrección, Evelyn
Waugh estaba de un humor excelente. Reunido con su familia
en Combe Florey, oyó misa celebrada por su amigo el padre
Caraman según el antiguo rito, y después de desayunar,
se retiró
a su despacho. Aquella mañana sufrió un ataque
al corazón, y
a la hora de almorzar, cuando su esposa Laura fue a avisarle, lo
encontró
ya sin vida.
Algunos que habían sido víctimas del ingenio de Waugh
aprovecharon su muerte para vengarse en artículos periodísticos
y necrologías. Auberon Waugh salió en defensa de su padre en
las páginas de The Spectator, y Nancy Mitford escribió desde
París
al futuro biógrafo de Evelyn, Christopher Sykes: «¡Qué
desgracia! ¿Cuándo habíamos estado
más tristes? La necrológi­
ca del Daily Telepraph, perversa. Estoy harta de oír que (Eve­
lyn) era una especie de repartidor de leche de baja clase que
se
abrió paso en sociedad avasallando -una idiotez, si hubiesen
conocido a su
familia-».
Siete años después, en 1975, Nancy Mitford, postrada por
el cáncer, se consumía en una dolorosísima, interminable. agonía.
Alguien le llevó a su casa de París, como primicia, unos extrac­
tos del Diario de Waugh,
que· dejaban crudamente al descubier­
to las peores facetas del carácter de éste Nancy Mitford ( 6) co­
mentó a Christopher Sykes: «Tu trabajo ( como biógrafo) prome­
te ser
más interesante de lo que parecía al principio». Y a Ha­
rold Acton: «¿No era Evelyn un monstruo? ¡Cuánto le echo de
menos!».
(6) Nancy Mitford: A memoir. Harold Acton. Hamish Hamilton, 1975.
1456
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