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Número 393-394

Serie XL

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El signo de Gustave Thibon

INMEMORIAM
Como aquellos filósofos antiguos, Thibon se expresó en gran
medida
en aforismos y proverbios que resumen en golpes de luz
tanto las miserias y luchas íntimas del hombre contemporáneo
como la enfermedad radical
que aqueja a la sociedad democráti­
ca moderna.
En su condición de católico y monárquico, me
honro
en considerarlo como uno de mis más inmediato maestros,
y creo que así lo considera también la revista VERBO y quienes la
hacen. Por más
que no le hayan seguido hasta su final lógico en
su crítica al progresismo en la Iglesia de hoy, cuyos frutos enve­
nenados son
más visibles que nunca.
Entre sus libros, dos de ellos sugieren
en sus articulas la
intencionalidad profunda de su obra:
Diagnósticos (Ensayo de
fisiología social), 1940, y
Retorno a Jo real(l943). Otros títulos de
gran audiencia
han sido La Escala de facob (1942) y Destino del
Hombre
(1941). Cuando en 1968 publiqué mi libro El silencio de
Dios,
1bibon honró sus páginas con un profundo y esclarecedor
prólogo (Edit. "Criterio Libros", Madrid).
La última década del
siglo conoció la aparición de
En el ocaso de mi vida (1993) y La
ilusión fecunda (1995). Mucho antes, en 1955, había publicado
una novela de anticipación en forma de pieza teatral irrepresen­
table
(Sereis como dioses) que en muchos aspectos es ya una adi­
vinación profética impresionante. Sobre la trama de una hipotéti­
ca extinción de
la religión en Occidente, describe 1bibon su mila­
groso despertar
en la sensibilidad y la mente de una mujer (Lib.
Artheme Fayard, París).
Quie Dios tenga
en la luz de su gloria a este espíritu lumi­
noso sediento de Verdad y
de Bien.
RAFAEL GAMBRA
EL SIGNO DE GUSTAVE THIBON
No era Gustave 1bibon hombre al que cuadraran los este­
reotipos, personales o culturales. Por lo
que no resulta fácil, en
su muerte, a los noventa y siete años, en la campiña provenzal
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de Saint-Marcel-d'Ar~che, trazar su perfil. Dificultad parcialmen­
te allanada
en cambio por la continuidad en sus fidelidades, a sí
núsmo y

a una tradición católica raigadamente campesina
que no
resulta fácil de aquilatar por quienes manejan las catalogaciones,
galardones y anatemas
de las repúblicas literaria y filosófica
hodiernas.
Los escollos, pues, no se levantan por versatilidades y
adaptaciones, naturales
por lo demás en up.a larga y siempre acti­
va ejecutoria, historia de las variaciones
qúe en el caso que nos
ocupa resulta paladinamente innecesaria
por ausencia de éstas;
vienen más bien de la originalidad y autenticidad
que se escapan
-por más que busquemos asirnos a siÁ.s sombras-de los acha­
tanúentos presentes.
Sus propias memorias, en diálogo con la
escritora Daniele Masson, Au soir de ma vie, estampadas cierta­
mente
en el atardecer, en 1993, resultan por ello ligeramente
insulsas respecto de tantos vigorosos perfiles dispersos
aquí y allá
entre páginas
en buena medida menos aforisticas que delibera­
damente fragmentarias, teselas que obligan al lector a encajarlas
en un bastidor implicito y omnipresente al tiempo, según un pun­
tillismo cuya palingenesia viene dificultada
por la distancia de las
pinceladas, aunque posible
por el fondo siempre nuevo y siem­
pre distinto, repetición diferente de lo núsmo.
Como
en la vida verdadera hay un punzante deseo de sole­
dad, y
en la soledad un clamor urgente de vida, que los buenos
y grandes maestros -de atalaya en atalaya-nos ayudan a vis­
lumbrar, solidarios todos entre sí a la hora de fomentar la inelu­
dible comunidad humana y de transformar la estructura
de peca­
do que marca a las sociedades y que, por cierto, no deja de con­
tar
con obstinados valedores. Así, yacen con pasión en el Thibon
retraído la alegria y las danzas de los niños y el vino de los hom­
bres.
Es el signo del tradicionalismo medular, esencial, de buena
ley. Pues la tradición, con su idea de transnútir -pues no en
vano viene de tradere, entregar-lo útil y meritorio de cada
época a
la siguiente, con una selección que, a fuer de la del vigor
de los hechos,
es también la de su enjuicianúento ético, no sólo
no es contraria al progreso sino que es de suyo su presupuesto
necesario,
al punto de constituir la entraña núsma de lo católico,
constante encarnación de lo eterno
en lo contingente, de lo varia-
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ble en lo que sucede. Perennidad que se advierte por doquier en
las tan aireadas y trascendentales relaciones entre inteligencia y
fe, naturaleza y gracia, ser y tiempo, historia y libertad, que el
pensamiento moderno, de matriz protestante, se
empeña en
escindir y que en el orbe católico alcanzan una comprensión más
universal, luminosa, inteligente y alegre de los imponderables
de
la vida.
Gustave Thibon, a quien
se llamó "el filósofo campesino",
con intención
mal que bien devaluadora, y que recibió a lo largo
de su vida los grandes premios franceses de literatura y filosofía,
pertenecía
al gremio de los escritores sin pretensiones y piado­
sos, serenos y arraigados, auténticos. De la raza del mejor Pascal,
libre de jansenismos, y de Péguy, el debelador del mundo moder­
no, abrió también ricos veneros
en la interpretación de Nietzsche.
Cantó la tierra y la naturaleza, que a veces es madrastra, y el amor
humano, en que la carne y el alma se funden. Gabriel Marce!,
modelo de existencialistas cristianos, prologó
uno de sus prime­
ros libros, los célebres
Diagnostlcs (1940), precioso ensayo de
filosofía social, que se vertieron a nuestra lengua con unas líneas
medidas de Rafael Gambra, a quien retribuyó prologando años
después su impagable
El silencio de Dios. Fue amigo de la escri­
tora judía Simone
Weil -algunos de cuyos textos editó-y de
Maurras, al que siempre fue fiel, y del que conservó inmarchita
admiración por la pasión lógica
-pese a ser él un intuitivo-, el
cultivo de la lengua y la monarquía tradicional. Hombre sin aris­
tas, defendió
en cambio con vigor las empresas del ultramon­
tanismo francés
en las agrias luchas antimodernistas, con su
secuencia antiprogresista.
Asf, Vichy, la Argelia francesa o mon­
señor Lefebvre bullen
por entre sus vivencias con un sello dife­
rente
per diametrum del que hoy se exalta en los drculos biem­
pensantes.
Le recuerdo en algunas reuniones militantes, con sus
años a cuestas pero
la dignidad enhiesta, siempre interesado y
apasionado
por nuestra España. Y le veo con su boina y su ciga­
rrillo,
timido e irónico, natural. Y le imagino en su tierra natal y
en la que -según creo-ha muerto, cerca de donde se alza la
abadía benedictina de Santa Maria Magdalena, de cuyo abad
-como quien esto escribe, que pasa alli la semana santa y otros
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períodos de feliz recordación---- era amigo, y que entre vides,
almendros y olivos cultiva la liturgia y la disciplina católicas de
siempre. Y repaso, de su último libro,
L 'illuston féconde, de 1995,
que -a diferencia de buena parte de los anteriores--- ya no se
tradujo
al castellano, el elogio del fracaso, del fracaso aparente e
inmediato, cierto, que no es sino una exhortación a la perseve­
rancia. No conocemos sino al envés del tapiz de nuestra vida. El
haz sólo lo ve Dios.
MIGUEL AYUSO
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