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Número 401-402

Serie XLI

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La cultura y el diálogo entre culturas

LA CULTURA
Y
EL DIÁLOGO ENTRE CULTURAS
Los elementos, unos estables y otros dinámicos, de la cultura como
expresión cualificada del hombre y de sus vicisitudes históricas
1:Considerando todas las vicisitudes de la humanidad, uno se queda
"asombrado frente a las manifestaciones compltjas y variadas de las cul­
"turas humanas. Cada una de ellas se diferenda de las otras por su iti­
''nerario histórico especifico y por los consiguientes rasgos caractertsticos
"que
la hacen única, original y orgánica en su propia estructura. La cul­
'tura es expresión cualificada del hombre y de sus vicisitudes históricas,
"tanto a nivel individual como colectivo. En efecto, la. infEligencia y la
"voluntad le mueven incesantemente a 'cultivar los bienes y los valores
"de
la naturaleza', plasmando en síntesis culturales cada vez más eleva­
"das y sistemáticas los conocimientos fundamentales que se refieren a
"todos los aspectos de la vida y, en particular, los que atañen a su convi­
"vencia
social y politica, a la seguridad y al desarrollo económico, a la
"elaboración de los valores
y significados existenciales, sobre toclo de na­
"turaleza religiosa que permiten a su situación individual y comunita­
"ria desarrollarse según modalidades auténticamente humanas.
»Las culturas se caracterizan siempre por algunos elementos estables
Y duraderos y por otros dinámicos y contingentes. En un primer mo­
~mento, la consideración de una cultura ofrece sobre todo los aspectos
"característicos que la
diferendan de la cultura del observador, asegu­
"rándole
un carácter típico en el cual convergen elementos de la más
"diversa naturaleza. En la mayor parte de los casos las culturas se desa­
"rrollan sobre
territorios concretos, cuyos elementos geográfi.cos, históri­
"cos y étnicos se entrelazan de modo original e irrepetible. Este 'carácter
"típico' de cada cultura
se refleja, de modo más o menos relevante, en las
"personas
que la tienen, en un dinamismo continuo de influjos en cada
"uno de los s4)etos humanos y de las aportaciones que éstos, según su ca­
"pacidad
y su genio, dan a la propia cultura. En cualquier caso, ser
Verbo, núm. 401-402 (2002), 3-14.
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Fundaci\363n Speiro

'hombre significa necesariamente existir en una determinada cultura.
"Cada persona está marcada por la cultura que respira a través de la fa­
"milia
y los grupos humanos con los que entra en contacto, por medio de
"los procesos educativru y las influencias ambientales más diversas y de
"la misma relación fundamental que tiene con el territorio en el que v.ive.
"En todo esto no hay ningún determinismo, sino una constante dialéc­
"tica entre la fuerza de los condicionamientos y el dinamismo de la Ji­
"bertad,.
JUAN PABLO II: Mensaje para la Jornada mundial de la
paz, 1 de enero de 2001. L 'Osservatore Romano, edición
semanal
en lengua española, año XXXII, núm. 50 (1668),
15 de diciembre de 2000.
Una culh.lra sin verdad es un riesgo para la verdadera libertad
dlabéis querido reafirmar la exigenda de una cultura universitaria
"verdaderamente 'humanística
', Y, ante todo, en el sentido de que la cul­
'tura debe ser a medida de la persona humana, superando las tentado­
"nes de un saber J}legado al pragmatismo o disperso en las infinitas ex­
"presiones
de la erudición y, por tanto, incapaz de dar sentido a la vida.
»Por esta razón, habéis reafirmado que no existe contradicción, sino
"más bien
un nexo lógico, entre la libertad de la investigación y el reco­
"nocimiento de la verdad, a la que tiende precisamente la invesügadón,
"a pesar de los límites y las faügas del pensamiento humano. Hay que
"subrayar
este aspecto, para no caer en el clima relativista que insidia a
"gran parte
de la cultura actual. En realidad, si no está orientada hacia
'1a verdad, que debe buscar con actitud humilde, pero al mismo tiempo
"confiada, la cultura está destinada a caer
en Jo efímero, abandonán­
"dose a la volubilidad de las opiniones y, quizá, cediendo a la prepoten­
"cia, a menudo engañosa, de los más fuertes.
»Una cultura sin verdad no es una garantla para la libertad, sino más
'bien un riesgo. Ya Jo dije en otra ocasión: 'las exigencias de la· verdad
'Y la moralidad no menoscaban ni anulan nuestra libertad, sino que,
"por el contrario, Je permiten crecer y la liberan de las amenazas que
"lleva en su interior' {Discurso a la 111 asamblea general de la Iglesia ita-
1iana en Palenno, 23 de noviembre de 1995, nwn. 3: L'Osservatore Ro­
'ínano, edición en lengua española, I de diciembre de 1995, pág. 7). En
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Fundaci\363n Speiro

"este sentido, sigue siendo perentoria la advertencia de Cristo: 'La verdad
"os hará libres' án 8, 32),.
]VAN PABLO II: Discurso a los profesores universitarios
en la sala Pablo VI, sábado -9 de septiembre. L 'Osservatore
Romano, edición semanal en lengua española, año XXXII,
núm. 37 (1655), 15 de septiembre de 2000.
Ponderación del ethos en la cultura en la polémica
acerca de ésta
KEn el pasado las diferencias entre las culturas han sido a menudo
"fuente de incomprensiones entre los pueblos y motivo de conflictos y
"guerras. Pero todavía hoy, por desgracia, en diversas partes del mundo,
"constatamos con creciente aprensión la polémica consolidación de al­
"gunas identidades culturales contra otras culturas. A largo plazo, este fe­
"nómeno puede desembocar en tensiones y enfrentamientos funestos, y
"por lo menos hace dillcil la condición de algunas minorías étnicas y
"culturales, que viven en un contexto de mayorías culturaknente diver­
"sas, propensas a actitudes y comportamientos hostiles y racistas.
»Ante esta situación, todo hombre de buena voluntad debe interro­
"garse sobre las orientaciones éticas fundament.a.les que caracterizan la
"experiencia cultural de
una comunidad determinada. En efecto, las
"culturas,
al igual que el hombre, su autor, están marcadas por el 'miste­
"rio de iniquidad' que actúa en la historia humana (cf. 2 Ts 2, 7) y tam­
"bién necesitan
purificación y salvación. La autenticidad de cada cultu­
"ra humana, el valor del ethos que lleva consigo, o sea, la solidez de su
"orienta.dón moral, se pueden
medir de alguna manera por su razón de
"ser en favor del hombre y para la promoción de su dignidad a cual­
"quier nivel y
en cualquier contexto.
,Si tan preocupante es la radicalJzación de las identidades cultura­
"les que se vuelven impermeables a cualquier influjo externo benefidoso,
"no es menos arriesgada la servil aceptación de las culturas, o de algu­
"nos de sus importantes aspectos, como modelos culturales del mundo
"ocddental que, ya desconectados de su ambiente cristiano, se inspiran
"en una concepción secularizada y prácticamente atea de la vida y en
"formas de individualismo radical. Se trata de un fenómeno de vastas
"proporciones, sostenido
por poderosas campañas de los medios de comu­
"nicación social, que tienden a proponer
estilos de vida, proyectos socia­
"Jes y económicos y, en definitiva~ una visión general de la realidad, que
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Fundaci\363n Speiro

"erosiona internamente organizadones culturales distintas y civilizado­
"nes nobilísimas. · Por su destacado carácter dentfflco y técnico, los mo­
"delos culturales de Ocddente son fascinantes y atrayentes, pero, por
"desgrada, cada vez con mayor
evJdencia muestran un progresivo em­
"pobrecimiento hwnanfsti.co, espiritual y moral. La cultura que los pro­
"duce está marcada
por la dramáüca pretensión de querer realizar el
"bien del hombre prescindiendo de
Días, Bien supremo. Pero 'sin el Crea­
"dor -advirüó el concilio Vati.cano JI-la criatura se diluye: Una cul­
"tura que rechaza la
referencia a Dios pierde su alma y se desorienta,
"transformándose en
una cultura de muerte, como atesüguan los trági­
"cos acontedmientos del siglo XX y como demuestran los efectos nihilistas
"actualmente presentes en importantes ámbitos del
mundo occidental.
»Con todo, es evidente que esta exigencia de 'equilibrio', con respec­
"to a la 'fisononúa cultural' de un territorio, no se puede lograr satlsfac­
"torlamente
sólo con instrumentos legislativos, puesto que éstos carece­
"rían de eficacia
si no· estuvieran fundados en el ethos de la población
'Y, sobre todo, estarían destinados a cambiar naturalmente, cuando una
"cultura perdiera de hecho su capacidad de animar un pueblo y un te­
"rritorio, convirtiéndose en una simple herencia guardada en museos o
''monumentos artísticos
y literarios.
,En realidad, una cultura, en la medida en que es reahnente vital,
"no tíéne motivos para temer ser dominada, de igual manera que ningu­
"na ley podrá mantenerla viva si ha muerto en el abna de un pueblo.
"Por lo demás, en el plano del diálogo entre las culturas, no se puede
"impedir a
uno que proponga a otro los valores en que cree, con tal de
"que se haga de manera respetuosa de la libertad y de la conciencia de
"las personas. 'La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma
"verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas'.,.
JUAN PABLO II: Mensaje para la Jornada mundial de la
paz,
1 de enero de 2001. L 'Osservatore Romano, edición
semanal
en lengua española, año XXXII, núm. 50 (1668),
15
de diciembre de 2000.
Ni una ·culhlra hmnalÚstica no abierta a lo trascendente ni una fé
equívocamente reducida al sentimiento
~rraígado en la perspectiva de la verdad, el humanismo cristiano
"implica ante todo la apertura
al Trascendente. Aqui residen la verdad
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Fundaci\363n Speiro

')r la grandeza del hombre, la única criatura del mundo visible capaz
"de tomar condenda de sí, reconociéndose envuelta por el misterio su­
''premo
al que la razón y la fe juntas dan el nombre de Dios. Es necesa­
"rio un humanismo en el que el horizonte de la ciencia y el de la fe ya
"no estén en conflicto.
»Sin embargo, no podemos contentarnos con un acercamiento am­
"biguo, como el que favorece una cultura que duda de la capacidad de
"la razón de alcanzar la verdad. Por este camino se corre el riesgo del
·equívoco de una fe reducida al sentimiento, a la emoción, al arte, en
"síntesis, una fe privada de todo fundamento critico. Pero esta no seria
'1a fe cristiana, que, por el contrario, exi.ge una adhesión razonable y
"responsable a cuanto Dios ha revelado en Cristo. La fe no brota de las
'Cenizas de la raZÓn. Os exhorto vivamente a todos vosotros, hombres de
"la universidad, a reallzar todos los esfuerzos posibles para reconstruir
"un horizonte del saber abierto a la Verdad
y al Absoluto,.
JUAN PABLO 11: Discurso a los profesores universitarios
en la sala Pablo VI, sábado 9 de septiembre. L 'Osservatore
Romano, edición semanal en lengua española, año XXII,
nóm. 37 (1655), 15 de diciembre de 2000.
Contra el racismo, la cultura de la acogida
«En estos últimos decenios, caracteiizados por el desarrollo de la
"globalízación y marcados
por la reaparición preocupante de naciona­
"Jismos agresivos, por violencias étnicas y fenómenos generalizados de
"discriminación
radal, la dignidad humana se ha visto a menudo seria­
"mente amenazada.
Toda conciencia recta no puede por menos de con­
'cienar decididamente el racismo en cualquier corazón o lugar anide. Por
"desgracia, resurge con formas
siempre nuevas e inesperadas, ofendien­
"do y degradando a la familia hl.Uilana. El racismo es un pecado que
"constituye ofensa grave contra Dios.
:1El concilio Vaticano JI recuerda que 'no podemos invocar a Dios,
"Padre de
{O(fos, si nos negamos a comportarnos fraternaknente con al­
"gunos hombres, creados a
imagen de Dios. (. .. ) La Iglesia, por consi­
"guiente, reprueba, como ajena
al espíritu de Cristo, cualquier discrimi­
"nación o vejación
por moti.vos de raza o color, de condidón o religión'
"{1',ostra aetate, 5).
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Fundaci\363n Speiro

.. AJ racismo se debe contraponer la cultura de la acogida recíproca,
"reconociendo en todo hombre y mujer a un hermano y a una herma­
"na con los que hay que recorrer los caminos de la solidaridad y la paz.
"Hace falta, por tanto, una vasta labor de educación en los valores que
"exaltan la dignidad de la persona y tutelan sus derechos fundamenta­
'1es. La Iglesia desea proseguir su esfuerzo en este ámbito, y pide a todos
'los creyentes su contribución responsable de conversión del corazón,
"sensibilizadón y formadón. Con este fin,
es necesaria, en primer lugar,
"la oración.
,De
manera especial, invocamos a María santísima, para que por
"doquier se desarrolle la cultura del diálogo
y de la acogida, juntamen­
"te con el respeto a todo ser humano. A ella Je encomendamos la próxi.­
"ma Conferenda de Durban, esperando. que con ella se fortalezca la
"voluntad
común de construir un mundo más libre y solidario».
JUAN PABLO 11: Meditación mariana en el palacio de
Casatelgandolfo, domingo 26 de agosto. L 'Osservatore
Romano, edición semanal en lengua española, núm. 35
(1705), 31 de agosto de 2001.
De la intrínseca naturaleza misma del hombre surge la necesidad
del diálogo entre culturas
JJe manera análoga a lo que sucede en la persona, que se realiza a
"través de la apertura acogedora
al otro y 1.a generosa donación de sí
"misma, las culturas, elaboradas por los hombres y al servi.cio de los hom­
"bres, se forman también con los dinamismos típicos del diálogo y de la
"com'tlnión, sobre la base de la originaria y fundamental unidad de la
"familia
humana, salida de las manos de Dios, que 'creó de un solo
"principio
todo el linaje humano' (Hch 17, 26).
,Desde este
punto de vista, el diálogo entre las culturas, tema del pre­
"sente
Mens~e para la Jornada mundial de la paz, surge como una exi­
'gencia
intrínseca de la naturaleza misma del hombre y de la _ cultura.
"Como expresiones históricas diversas y geniales de la unidad originaria
''de la familia humana, las culturas encuentran en el diálogo la salva­
"guardia de su carácter peculiar y de la comprensión
y comunión recf­
"procas. El concepto de comunión, que en la reveladón cristiana tiene
'su origen y modelo sublime en Dios uno y trino {el Jn 17, 11, 21), no
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"implica anula.ción en la. uniformidad o forzada homologación o asimi­
"lación;
más bien, es expresión de la convergencia de una multiforme
"variedad,
y por ello se convierte en signo de riqueza y promesa de desa­
"rrollo.
,El diálngo lleva a reconocer la riqueza de la diversidad y dispone a
'1as personas a la aceptación mutua, en la perspectiva de una auténtica
"colaboradón, que responde a
la vocadón originaria de t.oda la familia
''humana a la unidad. Como tal, el diálogo
es un instrumento eminen­
"te para realizar la civilización del amor y de la paz, que mi venerado
"predecesor, el Papa Pablo
W, indicó como el ideal en el que había que
"inspirar la vida cultural, social política
y económica de nuestro tiem­
"po. Al inicio del tercer IIlÍlenio es urgente proponer de nuevo la Vt.a del
"diálogo a un mundo marcado por tantos conflictos y violencias, desa­
"lentado a veces e
incapaz de escrutar los horizontes de la esperanza y
"dela paz,.
JUAN PABLO II: Mensaje para la Jornada mundial de la
paz,
1 de enero de 2001. L'Osservatore Romano, edición
semanal
en lengua española, afio XXXII, núm. 50 (1668),
15 de diciembre de 2000.
El diálogo de las culturas en las negociaciones y la ponderación del
bien común
.:El estilo y la cultura del diálogo son parücularmenfE significativos
"con respecto a la
compleja problemática de las migraciones, importan­
"te fenómeno social de nuestro tiempo. El éxodo de grandes masas de
"una región a otra del planeta, que constituye a menudo una dramáti­
"ca odisea humana para quienes se ven implicados, tiene como conse­
"cuenda la
mezcla de tradiciones y costumbres diferentes, con notables
"repercusiones en los países de origen
y en los de llegada. La acogida re­
"servada a los emigrantes
por parte de los países que los reciben y su ca­
"paddad de integrarse en el nuevo ambiente humano representan otras
"tantas medidas
para valorar la calidad del diálogo entre las diferentes
"culturas.
»En realidad, sobre el tema de la integradón cultural, tan debatido
"actualmente, no es fácil encontrar organizaciones y ordenamientos que
"garanticen, de
manera equilibrada y ecuánime, los derechos y deberes,
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Fundaci\363n Speiro

"tanto de quien acoge como de quien es acogido. Históricamente, los pro­
''cesos migratorios han tenido Jugar de maneras muy distintas y con
"resultados diversos. Son
muchas las civilizadones que se han desarro­
"11.ado y enriquecido precisamente con las aJX)rtaciones de la inmigradón.
"En otros casos, las diferendas,culturales de autóctonos e inmigrantes no
"se han integrado, sino que han mostrado la capacidad de convivir, a
"través del respeto recíproco de las personas y de la aceptación o toleran­
"cia de las diferentes costumbres. Lamentablemente, perduran también
"situaciones en las que las dificultades de encuentro entre las diversas
"culturas
no se han solucionado nunca y las tensiones han sido causa
"de conflictos periódicos.
»En una materia tan compleja, no hay fórmulas 'mágicas'; no obs­
"tante,
es preciso indicar algunos prindpios éticos de fondo a los que se
"ha de hacer referencia. Como primero entre todos se ha de recordar el
"prindpio
según el cual los emigrantes han de ser tratados siempre con
"el respeto debido a la dignidad de toda persona humana. A este prind­
"pio ha de supeditarse incluso la debida consideradón del bien común,
"cuando se intenta regular los flujos inmigratorios.
Se trata, pues, de
"conjugar la acogida que
se debe a toclos los seres humanos, en espedal
"si son indigentes, con la consideradón sobre las condidones indispen­
''sables para una vida digna y pacifica, tanto para los habitantes origi­
"narios como para los que han llegado. Por Jo que se refiere a las carac­
"terístícas culturales que
los emigrantes llevan consigo, han de ser respe­
"tadas y acogidas,
en la medida en que no se contraponen a los valores
"éticos universales, ínsitos en la ley natural, y a los derechos humanos
"fundamentales.
,Más diffdl es determinar hasta dónde llega el derecho de los emi­
"grantes al reconocimiento jurídico público de sus manifestaciones cul­
"turales espedflcas, cuando éstas no se acomoclan fácilmente a las cos­
"tumbres de la mayoría de
los dudadanos. La solución de este problema,
"en el marco de una apertura sustancial, está vinculada a la valoración
'Concreta
del bien común en un determinado momento histórico y en
"una situación territorial
y social concreta. Mucho depende de que arrai­
''gue en todos una cultura de la acogí.da que, sin caer en la indiferencia
"sobre los valores, sepa conjugar las J'azones en favor de la identidad y
"del diálogo.
,Por otro lado, como he indicado antes, se ha de valorar la imJXJr­
"tanda que tiene la cultura caracterfsüca de un territorio para el creci-
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"miento equJlibrado de los que pertenecen a él por nacimiento, especial­
"mente
en sus fases evolutivas más delicadas. Desde este punto de vista,
"puede considerarse plausible una orientación que tienda a garantizar
"en un territorio determinado derto 'equilibrio cultural', en correspon­
"denda con la cultura predominante que
lo ha caracterizado; un equl­
"librio que, aunque siempre esté abierto a las minorías y al respeto de sus
"derechos fundamentales, permita la
permanencia y el desarrollo de una
"'fisonomía cultural' determinada, o sea, del patrimonio fundamental
"de lengua, tradidones y valores que generalmente se asocian a la expe­
"riencia de la nación y
al sentido de la 'patria».
JUAN PABLO II: Mensaje para la Jornada mundial de la
paz/ 1 de enero de 2001. l 'Osservatore Romano, edición
semanal
en lengua española, año XXXII, núm. 50 (1668),
15 de diciembre de 2000.
Diálogo de culturas para lllla civilización del amor y la paz
dil diálogo entre las culturas, instrumento privilegiado para cons­
"truir la civilizadón del amor,
se apoya en la certeza de que hay valores
'Comunes a todas las culturas, porque están arraigados en la naturale­
"za de la persona. En tales valores la humanidad expresa sus rasgos más
"auténticos e importantes. Hace falta cultivar en las almas la conciencia
'í:le estos valores, dejando de lado prejuídos ideológicos y egoísmos par­
"tidarios, para alimentar ese
humus cultural, universal por naturaleza,
"que hace posible el desarrollo fecundo de un diálogo constructivo. Tam­
"bién las diferentes religiones pueden y deben dar
una contribudón de­
"dsiva en este sentido.
La experiencia que he tenido tantas veces en el
"encuentro con representantes de otras religiones ~recuerdo en particu­
'1ar el encuentro de Asís en 1986 y el de la plaza de San Pedro en 1999-
"me confirma en la confianza de que la apertura reciproca de los segui­
"dores de las diversas religiones puede aportar muchos be!]eficios para la
"causa de la
paz y del bien común de la humanidad, .
........................................................................\
....... ............ .
JJurante el gran jubileo, dos mil años después del nacimiento de
'Jesús, la iglesia ha vivido con particular intensidad la llamada exigen­
"te de la reconciliá.ción . .Es también una invitadón significativa en el
"marco de la compl(lja temática del diálogo entre las culturas. En efecto,
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"a menudo el diálogo es dificil, porque sobre él pesa la hipoteca de trági­
"cas herendas de guerras, conflictOS, violendas y odios, que la memoria
"sigue fomentando. Para superar las barreras de la incomunicabili.dad,
"el camino por recorrer es el del perdón y la recondliadón. Muchos, en
"nombre de un realismo desengañado, consideran utópico e ingenuo
"este camino. En cambio, desde la perspectiva cristiana, esta es la única
"vía para alcanzar la meta de la paz.
~La mirada de los creyentes se detiene a contemplar el icono del Cru­
"dficado. Poco antes de
morir, jesús exclama: 'Padre, perdónales, porque
"no saben lo que hacen' (Le 23, 34). El malhechor crucificado a su de­
"recha,
al oír estas últimas palabras del Redentor moribundo, se abre a
"la gracia de la conversión, acoge el Evangelio del perdón y redbe la pro­
"mesa de la feliddad eterna. El ejemplo de Cristo nos confirma que real­
"mente se pueden derribar muchos muros que bloquean la comunica­
"dón y el diálogo entre los hombres. La mirada al Crucificado nos infun­
"de la confianza de que el perdón y la recondliadón pueden ser una pra­
"xJ.s normal de la vida cotidiana y de toda cultura y, por tanto, una opor­
"tunidad concreta para construir la
paz y el futuro de la humanidad.
»Recordando la significativa experíenda jubilar de la purificación
'Oe la memoria, deseo dirigir a los cristianos una invítadón particular,
"a fin de que sean testigos y misioneros de perdón y recondliación, apre­
''surando, con la incesante invocación
al Dios de la paz, la realización
"de la espléndida profeda de !salas, que se puede extender a todos los
"pueblos de la tierra: "Aquel día habrá
una calzada desde Egipto a Asiria,
"Vendrá Asura Egipto y Egipto a Asiria, y Egipto servirá a Asur. Aquel día
'será Israel tercero con Egipto y Asur, objeto de bendidón en medio de la
"tierra, pues la bendecirá el Señor de los ejércitos didendo: ,Bendito sea
"mi pueblo
Egipto, la obra de mis manos Asur, y mi heredad Israel>"».
JUAN PABLO 11: Mensaje para la Jornada mundial de la
paz, 1 de enero de 2001. L 'Osservatore Romano, edición
semanal en lengua española, año XXXII, núm. 50 (1668),
15
de diciembre de 2000.
El importe de las nuevas tecnologías de la comWJicación en el diá­
logo entre culturas
«El diálogo entre las culturas resulta hoy particularmente necesario
"si se considera el impacto de las nuevas tecnologías de la comunicación
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"en la Vida de las personas y de los pueblos. Vivimos en la era de la co­
"municación global, que está
plasll!.ando la saciedad según nuevos mo­
"delos culturales, más o menos extraños a los modelos del pasado. La Jn­
"formación predsa y actualizada es, al menos en linea de principio,
"prácticamente accesible a
todos, en cualqUier parte del mundo.
»El libre aluvión de imágf!J?es y palabras a escala mundial no sólo
"está transformando las relaciones entre los pueblos a nivel político y eco­
"nómico, sino también la
misma comprensión del mundo. Este fenóme­
"no ofrece múltiples potendalidades, en otro tiempo impensables, pero
''presenta también algunos aspectos
negativos y peligrosos. El hecho de
"que un número reducido de países detente el monopolio de las 'indus­
"trias' culturales, distribuyendo sus productos en cualquier lugar de la
"tierra a un público cada vez mayor, puede ser un potente factor de ero­
"sión de las características culturales. Son productos que contienen y
"transmiten sistemas implícitos de valor y, por tanto, pueden provocar en
'1os receptores unos efectos de expropiación y pérdida de identidad,.
JUAN PABLO 11: Mensaje para la Jornada mundial de la
paz, 1 de enero de 2001. L 'Dsservatore Romano, edición
semanal
en lengua española, año XXXII, núm. 50 (1668), •
15 de diciembre de 2000.
La cultura del mundo agrícola
dJesde siempre la cultura del mundo agrícola ha estado marcada
'por el sentido del peligro que se cierne sobre las cosechas a causa de
"las imprevisibles adversidades atmosféricas. Pero hoy, a los contratiem­
"pos tradicionales, se añaden a menudo otros debidos a la negligencia
"del hombre. La actividad agrícola de nuestro tiempo ha tenido que
"afrontar las consecuencias
de la industrialización y el desarrollo no
"siempre ordenado de las áreas urbanas, con el fenómeno de la conta­
"minación ambiental
y el desequilibrio ecológico, los vertederos de resi­
"duos tóxicos
y la deforestadón. El cristiano, aun confiando siempre en
"la ayuda de la Providencia, no puede menos de emprender iniciativas
"responsables para lograr que se respete
y promueva el valor de la tierra.
"Es necesario que el trabajo agrícola esté cada vez más organizado y
"sostenido por seguros sociales que compensen plenamente el esfuerzo
"que implica y la gran utilidad que Jo distingue. Si el mundo de la téc-
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Fundaci\363n Speiro

"nica más refinada no se armoniza con el lenguaje sencillo de la natu­
"raleza en un equilibrio saludable, la vida del hombre correrá riesgos
"cada
vez mayores, de los que ya vemos actualmente signos preocupantes.
,Por tanto, amadísimos hermanos y hermanas, estad agradecidos
"con el Señor, pero, al mismo tiempo, sentíos orgullosos de la tarea que
"os asigna vuestro trabajo. Resistid a las tentaciones de una productivi­
"dad y de unos
benefídos que no respeten la naturaleza. Dios confió la
"tierra al hombre 'para que la guardara y la cultivara' (et. Gn 2, 15).
"Cuando el hombre olvida este principio, convirtiéndose en tirano y no
"en custodio de la naturaleza, antes o después ésta se rebel@.
14
JUAN PABLO 11: Homilía durante la misa en el jubileo del
mundo agrícola, domingo 12 dé noviembre. L 'Osservatore
Romano, edición semanal en lengua española, año XXXII,
núm. 46 (1664), 17 de noviembre de 2000.
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