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Número 401-402

Serie XLI

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Daidoji Yuzan: El código del samuray: El espíritu del Bushido japonés y la vía del guerrero y Jocho Yamamoto: Hagakure

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
bal en la forma en que ella ha ido constituyéndose es la con­
cretización tangible
-y desafiante-de esta crisis que afecta en
lo más íntimo al ho1nbre mismo, aunque paradójicamente se pre­
sente como un triunfo y se celebre a sí mis1na como tal". La
segunda parte, que se titula "Interioridad trascendente", se enca­
mina precisamente a desentrañar la crisis
de la humanidad enfo­
cando
la esencia del hombre y reivindicando su trascendencia,
en la cual estriba su ser. La referencia fundamental de la criatu­
ra a su Creador -concluye-se manifiesta y confirma en la fe
y la confianza, en la aceptación libre de sus dones divinos y en
la entrega filial a su Amor.
La reflexión filosófica se entrevera, pues, gustosamente con
las caracterizaciones políticas y sociales, y se abre finalmente a
la
consumación en la teologfa. La voz de Wagner de Reyna, discí­
pulo
de Heidegger, en su juventud, católico raigado, nos ofrece
acentos dignos de ser escuchados y atendidos
con todo cuidado,
en el interior del alma, para hallar la salida a la crisis de la huma­
nidad
en la esperanza cristiana.
MIGUEL AYUSO
Daidoji Yuzan: EL CÓDIGO DEL SAMURAY:
EL ESPÍRITU DEL BUSHIDO JAPONÉS Y LA VÍA
DEL GUERRERO(')
]ocho Yamamoto: HAGAKUREi"l
Ambas obras se refieren fundamentalmente al conjunto de
normas éticas que deben regir la vida del samuray o, mejor
dicho, el
bushi, el guerrero en sentido amplio que comprende
tanto al vasallo como al
daimyo o señor feudal. Por ello, aunque
la mayoría de las normas o máximas filosóficas se refieren a la
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(') EDAF, Madrid, 1998, 126 págs.
e•) EDAF, Madrid, 2000, 132 págs.
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INFORMACIÓN B!BL!OGIIÁFICA
actividad del bushi como guerrero, son también numerosas las
que tratan de él como administrador.
Antes del año 1600,
no existe nada escrito referente a las obli­
gaciones de los samurais y las dos obras reseñadas son las úni­
cas de cierta extensión.
El Bushído fue escrito en 1686, siendo su autor casi nona­
genario, y
Hagakure en 1716, pero este último permaneció
durante siglo y medio como
un código secreto destinado a la ins­
trucción
de los daimyos y samurais del clan de los Nabeshima,
del castillo de Saga,
al que perteneció el autor.
"El espíritu del Bushido", comienza en su Introducción: "Un
samuray debe ante todo tener constante1nente en mente, día y
noche (. .. ) el hecho de que un día debe morir. Esa es su plinci­
pal tarea. Si es plenamente consciente de 'ello, podrá vivir con­
fonne a
la Vía de la Lealtad y del Deber Filial (. .. )".
Y el apartado referente
al Valor (pág. 40), comienza: "Para el
Bushido
son esenciales las tres cualidades de Lealtad, Recta Con­
ducta y
Valor".
Todo el conjtmto de normas éticas se refieren a la obliga­
ción de hacer en cada momento lo que es justo, guardar respe­
to a los mayores, veneración a los antepasados, lealtad a los
superiores, fidelidad a los lazos familiares (. .. ). Todo ello lle­
vando
una vida austera y frugal, rigiéndose por el sentido del
deber y practicando la honradez en la administración que se le
enco1niende.
Al acercarme a estas obras, he sentido la sensación de releer
algo muy familiar, y aunque es verdad que el Bushido lo había
leído
en otra edición hace ya muchos años, esa sensación de algo
conocido se refería 1nás bien al halo caballeresco que se des­
prende de estas dos obras, que recuerda no poco los libros de
caballerias
y, sobre todo, las normas que regían al hidalgo espa­
ñol del siglo
XVI como caballero y como católico, impregnadas de
austeridad y cortesía e incluso la manera concreta de entender el
cristianismo que se hizo predominante con la Compañía de Jesús.
Evidentemente, las obras tienen el barniz oriental e incluso
más concretamente del budismo Zen, imperante
en Japón, y
están desprovistas de cualquier alusión cristiana, pero queda la
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
sensación de que su substrato está petrificado en la segunda
mitad del siglo
XVI español.
Incluso el
seppuku (haraqutn), tan característico de lo que
entendemos como forma
de ser del samuray, poco tiene que ver
con el suicidio tal como se entiende en Occidente, de un acto al
que se llega por desesperación. Es más bien una inmolación
ritual plena de esperanza y fe
en el futuro, que necesita el sacri­
ficio de los mejores para la supervivencia
de la comunidad a la
que pertenece el samuray, de respeto a los antepasados de los
que es preciso mostrarse digno y al mismo tiempo es
una ofren­
da a la familia y
al propio clan al que pertenece. Es más, el sep­
puku,
precisa de un asistente u oficiante, que consuma el ritual
con la decapitación del "oferente".
La forma en que el samuray tiene presente a la muerte, no es
un sentimiento morboso patológico, sino que tiene un sentido
que podríamos considerar cristiano de dar y hacer en cada
momento lo 1nejor, con un afán de perfección.
Hagakure
Yukio Mishima, considerado por el premio Nobel, Yasuna­
ri Kawabata, como el más grande escritor japonés de todos
los tiempos, consideraba el
Hagakure como "el solo y único
libro".
Su autor, ]ocho Yamamoto, pertenecía al clan Nabeshima, que
regia el castillo de Saga en la isla de Kyushu, que en esas fechas
era católica
en una gran parte. El Hagakure, está dedicado al hijo
del fundador del clan, Naoshige Katsushige (1580-1657).
El conjunto de sentencias filosóficas que forman el libro fue­
ron escritas por su autor cuando, ya retirado como soldado, se
había convertido en monje ermitaño en un lugar apartado situa­
do al norte del castillo de Saga en la isla de Kyushu.
En esta obra se vuelve a percibir el aroma de algo que
recuerda
una educación católica clásica a lo que se ha denomi­
nado como tridentina. Baste para ello la cita de unas cuantas
máximas cogidas casi
al azar.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Pág. 51:
"La bondad o la maldad de un individuo no se reflejan, en este
mundo, por el éxito momentáneo o por el fracaso.
"El triunfo o el fracaso no son, en suma, más que manifestacio­
nes de la naturaleza , .
Pág. 66:
"Cuando era joven, yo tenía un -diario de quejas•, en el que escri­
bía día a día
mis errores. Jamás pasaba un día sin que tuviera que
abrirlo veinte o treinta veces. Y como llegué a la conclusión de:
que siempre iba a ser así, terminé por abandonarlo.
''Todavía
hoy es el día que, cuando medito, antes de domlirme,
en la jornada que ha transcurrido, me doy cuenta de que no hay
una en la que no haya cometido una equivocación, ya sea de
palabra o de obra".
Pág. 69:
"También decía el maestro Ittei: En pocas palabras: para hacerlo
bien es necesario pasar por el sufrimiento".
Pág. 71:
"El señor Naoshige decía: El valor de un ancestro se mide por el
comportamiento de sus descendientes. Un hijo debe actuar de
modo que honre a sus padres y no los deshonre. En eso consis­
te la piedad filial".
Pág.86:
"Está bien considerar al mundo como un sueño. Cuando se tiene
una pesadilla y uno se despierta, se dice que aquello no fue más
que un sueño".
Pág. 93:
"Si los dioses ignoran mis plegarias( ... ) nada puedo hacer, si no
es proseguir mis actos de devoción, .. .
"No
me olvidaré jamás de mi oración diaria
Pág. 104:
"La lealtad absoluta, frente a la muerte, deberá ponerse en prác-
tica
todos los días. ·
"Debe empezarse cada mañana meditando tranquilamente, pen­
sando en la hora fm.al ... ".
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
En fin, esta forma de entender la vida que se refleja en esta
obra
no aparece, que yo sepa, en otras culturas orientales y de
manera especial en la china, que es la de referencia en el Extre­
mo Oriente y particularmente en Japón.
Es más, no creo que exista en la bibliografia china obras
como las dos que son objeto de este comentario o
al menos no
tienen en Occidente una difusión comparable. La obra de Sun
Tzu
El arte de la guerra, seguramente la obra más genial que
existe sobre la guerra, tiene un enfoque distinto, en todo caso en
línea con la clásica de Clausewitz.
Esto resulta curioso teniendo
en cuenta que la cultura japo­
nesa es considerada, desde el siglo
XVII, como tributaria o peri­
férica de la china. Las artes marciales no siendo extrañas a esta
uiltura, no alcanzaron la enor1ne influencia que se percibe en
la cultura japonesa, hasta el punto de que es la hipertrofia de
esta faceta lo
que le da ese toque de originalidad en el Extremo
Oriente.
¿Coincidencias?
El tono de estas dos obras, resulta tan familiar para el lector
español que da
la impresión de ser común a la cultura militar y
religiosa española del siglo
XVI. ¿Es solamente una coincidencia,
o más bien es producto
de una fuerte influencia?
En principio, parece efectiva1nente una ·curiosa coincidencia
que
no existiera nada escrito sobre el código de los sa1nurais,
anterior a 1600 y que precisamente es en 1543 cuando llegan los
portugueses a la isla de Tanega y
en 1549 San Francisco Javier
evangeliza Kagoshilna, Omura, Orima y Bungo, es decir, prácti­
camente toda la isla de Kyushu y el sur de la de Hondo.
La fecunda labor iniciada por San Francisco Javier se conti­
núa y profundiza
con la llegada de numerosos misioneros jesui­
tas,
en gran parte españoles, hasta la expulsión definitiva en 1638.
Aunque a la misión en Japón se unieron, en la segunda
época, varias órdenes religiosas con base en Filipinas, el peso de
la evangelización siguió recayendo sobre los jesuitas y de mane-
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ra especial en esa preferencia por la formación de la clase diri­
gente formada por samurais y los pequeños señores feudales.
Muchos de estos religiosos, formaban parte a su
vez de la baja
y media nobleza española o
de la zona de influencia de España,
frecuentemente con una sólida formación científica. No pocos
habían sido soldados, como Benito de Goes, que había servido
como tal
en las Azores, y que en 1603 realizó el increíble recorri­
do desde
la India a China, atravesando el Himalaya y Afganistán,
para comprobar
que el fabuloso Catay era en realidad la China de
Ricci con el que enlazó cuatro años después de salir de Agra.
Aquellos jesuitas iban al Extremo Oriente para toda la vida, no
solamente con su formación religiosa y bagaje cultural, sustentada
por unas determinadas cualidades físicas, sino también con un
equipaje de libros e instrumentos científicos o técnicos modernos,
como relojes o telescopios, y
con unos objetivos bien planificados.
Tal es el caso del jesuita suizo Terrenz Schreck que
en 1618
parte de Lisboa hacia China junto a otros 22 científicos jesuitas de
diversa procedencia: austriacos, franceses, italianos, checos, espa­
ñoles y portugueses. Admirador y amigo de Galileo y ardiente
copernicano, llevó a China la
geometria, álgebra y astrononúa
modernas junto con
una biblioteca de 7. 000 volúmenes y mune­
rosos instru1nentos científicos.
Estos misioneros se encontraban en Japón en situación de
dirigirse a los samurais y daimyos no solo como a iguales desde
el punto de vista puramente humano, sino incluso desde un
plano de cierta superioridad cultural y técnica.
La intensa labor realizada por los misioneros católicos, ha
dado lugar a que el periodo de la historia japonesa comprendido
entre
1540 y 1640, se conozca como "el siglo cristiano".
Para hacerse
una idea de lo profundamente que penetró la
influencia católica
-a la que podemos añadir el apellido de his­
pana-en Japón en ese siglo, y que fue mucl10 más allá del
número de conversos, baste recordar brevemente un hecho sig­
nificativo y que fue el canto del cisne católico antes de sumer­
girse en las catacumbas.
A
principios del XVII, existían 70 iglesias en Arima, una pe­
queña provincia, y casi 300.000 fieles en Japón, la mayoría en la
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isla de Kyushu y en el Sur de la de Hondo, y contaba ya con un
noviciado y dos se1ninarios para vocaciones nativas, ordenándo­
se en 1602 los dos primeros jesuitas japoneses. La labor de los
misioneros había transformado la sociedad japonesa, desde el
ejército a la enseñanza, pasando por la ciencia y filosofía e inclu­
so el modo de entender el budismo que se encontraba en plena
decadencia
en el Japón del siglo XVI.
En esta naciente Iglesia &e producen un número creciente de
persecuciones cada
vez más duras, y que se habían iniciado en
1597 cuando fueron crucificados 26 cristianos en Nagasaki, entre
los que se encontraban tres jesuitas y seis franciscanos, siendo
todos, excepto los franciscanos, japoneses. Algo 1nás tarde, no
pudiendo resistir más la presión que les obligaba a abjurar, se
produce la rebelión católica de Shimabara (Kyushu) entre 1637
y 1638.
Los 20.000 rebeldes, enarbolando simbolos cristianos, se
apoderaron del castillo semiabandonado de Shimabara
y resistie­
ron
al ejército de 100.000 hombres del Shogun durante dos años,
que llegó a pedir a los barcos holandeses
que se encontraban en
el puerto de Nagasaki que emplearan sus cañones contra el cas­
tillo. Entre 35.000 y 37.000 personas fueron decapitadas, y
en
alguna provincia co1no en Arima, los católicos fueron literalmen­
te exterminados, acompañando a los 4.045 que les hablan prece­
dido y que fueron martirizados, a veces durante dias,
de todas las
formas imaginables, desde asados vivos hasta crucificados, aho­
gados o sumergidos en excrementos.
En las mismas fechas, 1637, los jesuitas en las "reducciones"
de Paraguay, ar1naron, entrenaron y organizaron a los indios de
las misiones, que
se enfrentaron a verdaderos ejércitos de los
cazadores de esclavos paulistas y los derrotaron.
Resumen de conclusiones
Cualquiera que conozca los elementos de estadística, sabe
que la probabilidad de que se produzca un hecho de forma real­
mente casual, tiende a
"O", cuando las "casualidades" se acumu-
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lan. A partir de 8 casualidades acumuladas, el hecho, es casi
seguro que
no es casual.
¿Casualidades?
l. 0 Antes de 1600 no hay nada escrito sobre el código que
debe regir la conducta de los samurais. Entre 1549 y
1610, se produce la más intensa evangelización
de los
jesuitas y comienza la incorporación de japoneses al
cielo.
2. 0 Hasta 1573, como se afirma en la prestigiosa revista In­
vestigación y Ciencia, edición española de ScientiJic
American (núm.
262, art. de Tony Rothman, pág. 75),
"... durante el shogunato Ashikaga, dificilmente cabía
hallar
en todo Japón una persona versada en el arte de
la división", y medio siglo más tarde, se dan matemáti­
cos a la altura de los europeos.
Pero precisamente, los jesuitas
que llegan a Japón a
partir
de 1549, tienen un notable nivel cultural, con pre­
ferencia por la geo1netria y 1natemáticas en general y por
la astrononúa, aparte por supuesto de filosofía y teolo­
gía, y
no pocos tenían una buena militar. Siguiendo las
indicaciones
de San Francisco Javier y la propia inclina­
ción de la Compañía, dirigen
su actividad a la educación
de manera especial de las clases altas y medias que en
el Japón de la época mostraban su predilección por el
arte militar y pertenecía a lo que podemos definir como
la clase samuray.
3.0 El autor del Hagakure, ]ocho Yamamoto, pertenecía al
clan Nabeshima, que regía el castillo
de Saga en la isla
de Kyushu, y que hacia 1640 era casi totalmente católi­
ca, después
de un prolongado período de evangeliza­
ción de cerca
de un siglo. Esto implica que buena parte
de los habitantes católicos de la isla eran de 4.' o inclu­
so 5.ª generación y1 por tanto, la 1nentalidad católica
habla penetrado profundamente en esa población.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
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4. º El Hagakure. está dedicado al hijo del fundador del clan,
Naoshige Katsushige (1580-1657), cuya vida transcurre
en el denominado siglo cristiano, precisamente en la isla
que está ya empapada del catolicismo entendido a la
manera ignaciana. Participó
en las luchas provocadas
por la rebelión católica de Shimabara. Tuvo que sentir
una gran admiración
por el valor, la tenacidad y la leal­
tad que mostraron esos luchadores cristianos que se
enfrentaron a la muerte con dignidad y sin renunciar a
sus creencias.
No deja de ser sorprendente que estuviera dedicado
precisamente
al hijo del fundador del clan y no al coe­
táneo del autor.
5. 0 A pesar de que el suppuko tiene unas características
especiales de inmolación, no deja de ser
un suicidio que
causa 11na especial repugnancia al católico, y mucho más
al del siglo XVII. Es casual que en el clan Nabeshima estu­
viera prohibido,
por lo que el autor del Hagakure no lo
realizó a la muerte de su señor, el jefe del clan, y fue
autorizado a hacerse 1nonje y retirarse del mundo.
6.0 El confuciano, Yamagata Bunto, poco después del cierre
de Japón, dice sucintamente:
"No hay infierno, ni cielo,
ni alma, sino solamente el hombre y el mundo material".
Esta expresión tnás que un principio confuciano, más
bien parece pensado para afinnar lo contrario de lo que
1nantenían los misioneros católicos. La influencia de un
conjunto de ideas, se mide tanto por las afirmaciones
como por
el énfasis que se pone en las negaciones.
7.º No parece lógico que el Hagakure pennaneciera secreto
durante siglo y medio para uso exclusivo del clan Nabes­
hima, sin
una fuerte razón. ¿No sería por que se percibía
que estaba impregnado de ese cristianismo
que se había
encerrado en las -eatacw11bas? Ta1nbién pudiera ser que
esa determinación y educación diera una fuerza especial
al clan
y, por tanto, una cierta ventaja ante sus competi-
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dores, pero eso demostraría que el código no era de
conocimiento común a los sa1nurais .
8. º Las armas de fuego fueron introducidas por portugueses
y españoles, pero no solo son armas lo que llegan, se
produce al mismo tiempo un cambio profundo en la
organización y estructura del ejército, que pasa de los
comienzos de la Edad Media a
la Edad Moderna. Esto
implica asimilar además
la mentalidad del que transmite
las armas, la técnica y la "doctrina ntilitar'1

Si la tesis de esta nota se confirmara con otros datos, resulta­
ría que la influencia del tradicionalismo católico fue mucbo más
lejos de lo que se
suporúa, impregnando o influyendo en la cons­
titución de la manera de ser japonesa.
ANTONIO MENDOZA
Francisco Gil Delgado: CONFLICTO
IGLESIA-ESTADO <·,
Hablar de un libro escrito y publicado hace más de un cuar­
to de siglo requiere una explicación. Sobre todo no siendo una
obra extraordinaria que se recomiende a los lectores por su
intrínseco valor. Su autor es un canónigo sevillano, nacido en
Riotinto en 1929. El libro es oportunista. Se escribió para un pre­
mio, el "Espejo de España", y no lo obtuvo. Pero, ya escrito, a
publicarlo si se consigue editorial.
Yo lo terúa perdido en mi
biblioteca, entre
esos libros que uno nunca tiene tiempo de leer,
y me acordé de él con motivo de la aparición, ahora mismo, de
la biografía del cardenal Segura que acaba de publicar en la BAC
el mismo Gil Delgado. Biografia de la que me ocuparé, si no lo
hace antes alguién más autorizado -cuántas veces se la recla1né
e) Sedmay Ediciones, Madrid, 1975, 362 págs.
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