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Número 401-402

Serie XLI

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Gonzalo Fernández de la Mora

INMEMORIAM
GONZALO FERNÁNDEZ DE LA MORA
Sí, es verdad, ultima necat. Así rubricó el último capítulo de
su libro de memorias, verdaderamente prodigioso por la inteli­
gencia
de la composición y la tersura del estilo, que le dio el
Premio Espejo de España de 1995. En el que evoca comprometi­
damente tres cuartas partes
del siglo xx español al remontar
-Río arriba es su título--el curso de su vida. Y en el que, al
final,
cuenta la experiencia del infarto sufrido en 1988 y deja
entrever la intensidad
con que desde entonces vivió la presencia
próxima de la muerte y la infelicidad
de su razón ante las ultimi­
dades. Estoico en su fondo último, a ese impulso obedecen sus
dos últimos libros, El hombre en desazón (1997) y Sobre la feli­
cidad (2001). Como ese estoicismo fundamental de razón verúa
tamizado por un cristianismo de tradición confío en que la hora
veinticinco que se le acaba de abrir sea la del encuentro amoro­
so con el Dios Creador y Redentor.
Gonzalo Femández de la Mora pasa a la historia de España
como uno de los pensadores políticos más agudos de nuestro
tiempo. No
es por desmerecer su actuación política, brillante aun­
que limitada en el tiempo, durante el último decenio del régimen
del General Franco, al
que -procedente del juanismo-sirvió
con más entusiasmo tras su m11erte que en su vida, en un signo
al que no han sido ajenas algunas de las inteligencias más cons­
picuas y auténticas del conservatismo y
aun del tradicionalismo.
Significativo ministro
de Obras Públicas de un Estado que él
caracterizaría precisamente como El Estado de obras (1976), su
cursum honorum fue el de los destinos diplomáticos, a cuya
carrera pertenecía, incluyendo la Subsecretaría del Ministerio de
Asuntos Exteriores y la Dirección de la Escuela Diplomática. De
Verbo, núm. 401-402 (2002), 15-19. 15
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los fundadores de Alianza Popular, y diputado de las Cortes que
elaboraron la Constitución de 1978, votó "no" a la misma y cerró
una etapa en su quehacer. Aunque permaneciera siempre, y en
tiempos nada fáciles para tal menester, fiel al pálpito de la inde­
pendencia
y de la defensa de sus convicciones. Tampoco es por
hacer de menos su labor de critico, tan destacada en las páginas
de
ABC entre los años 1964 y 1970, que dio lugar a siete volú­
menes bajo el titulo de
Pensamiento español. Y prolongada des­
pués de
1983 en Razón Española, revista bimestral de pensa­
miento
por él fundada y dirigida, y de la que puede decirse que
hacía todo: desde solicitar las colaboraciones, hasta pulir los ori­
ginales,
y redactar de su pluma una parte importante de sus pági­
nas.
El último número, el 111, correspondiente a los meses de
enero-febrero del año en curso, es buena p1ueba de lo anterior,
pues con su firma o con diversos pseudónimos su estilo incon­
fundible se distingue
en muchas de las páginas. Si sumamos su
libro sobre Ortega (1961), su opúsculo sobre
d-ors (1981) y su
libro sobre los filósofos españoles del siglo xx (1987),
son en total
varios los miles de páginas
que consagró a la tarea critica, des­
preciada
en España en los ámbitos académicos y que él prodigó
con gran generosidad.
Los últimos años, desengañado con el
devenir de
la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de
la
que era activísimo miembro, los dedicó sobre todo a la empre­
sa de
Razón Española, en la que es de desear que encuentre
continuador. Pero decía que es como pensador político original donde
Fernández de la Mora destaca sobre todo lo demás. Desde
El cre­
púsculo de las ideologías
(1965), hasta Los errores del cambio
(1986), pasando por Del Estado ideal al Estado de razón (1972),
La partitocracia (1977), La envidia igualitaria (1984) y Los teóri­
cos izquierdistas de la democracia orgánica (1985), una buena
parte de sus afanes ha quedado para la reflexión racional y cien­
tífica sobre la convivencia humana. Son tesis atrevidas
-por mi
parte diré que
no siempre compartidas, sobre todo las que incor­
poran
la pars construens de su sistema, más allá de la pars des­
truens de la democracia moderna-las que han articulado una
concepción
instrumental del Estado, convertido por lo mismo en
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relativo, critica del moderno constitucionalismo democrático y,
en particular, de la cerrada oligarquía que la partitocracia maqui­
lla pero no alcanza a esconder, del igualitarismo asentado sobre
la envidia, al tiempo
que afirmativa de una participación funda­
da sobre los intereses reales, esto es, una democracia orgánica.
Tesis,
por cierto, a su juicio, de honda raigambre krausista -aun­
que, por otro lado, también tradicionalista-, hasta el punto de
que el término lo acuñó en 1916 el socialista Fernando de los
Rios.
Gonzalo Fernández de la Mora, marginado por la cultura ofi­
cial y política dominante, estaba
en forma. F!sica e intelectual.
Acababa de dar a la estampa
el libro sobre la felicidad antes alu­
dido y seguía ilusionado con su proyecto
de Razón Española.
Tres días antes de su inesperada muerte hablamos por teléfono a
cuenta de completar su colección de
Verbo con unos números
que había extraviado y que deseaba incorporar antes
de entre­
garla a la biblioteca de la Real Academia de Ciencias Morales y
Políticas, a la que había hecho donación de sus cuantiosos y
valiosos fondos. Tetúa, como siempre, la voz jovial, y la curiosi­
dad intelectual a flor de piel. Por eso repasamos las novedades
intelectuales y políticas y recordamos libros y amigos.
• • •
Los vínculos que le ligaban con esta casa de Verbo no eran
pequeños. Aunque tampoco fueran escasas las discrepancias.
Que el sincero afecto, en todo caso, superaba sin dificultad. Así,
su relación con Eugenio Vegas fue siempre cordial. Más aún, en
algún momento de su trayectoria, debió tenerle, como todos los
de una cierta procedencia de su generación, por nuestro. Admiró
siempre en él la solidez de su formación y la firmeza de sus con­
vicciones. Los reproches apenas se desenvolvieron en el terreno
coyuntural del franquismo entusiasta de la segunda época de
Fernández de la Mora, que veía precisamente
en ese régimen,
pese a las protestas de Vegas, la ejecución de su programa. Con
Elías de Tejada tuvo gran amistad, e incluso después de la muer­
te de éste, intervino para que su notable biblioteca ingresara
en
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la de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, ejemplo
que luego siguió, como
ha quedado dicho, él mismo. También
trató frecuentemente a Rafael Gambra y a
Juan Vallet de
Goytisolo.
Más ocasionalmente a Estanislao Cantero. Finalmente,
Francisco José Fernández
de la Cigoña y quien redacta estas
líneas lo frecuentaron durante muchos años en los almuerzos
periódicos que convoca Angel Maestro y en los que Gonzalo
compartía cartel estelar con Alfredo Sánchez Bella.
Yo, además,
guardó recuerdos imborrables
de los seminarios cordobeses de
la Fundación Elías de Tejada -con Juan Vallet, Dalmacio Negro
y Manolo Femández Escalante, entre
otros--y de los encuen­
tros del Instituto Internacional
de Estudios Europeos "Antonio
Rosmini",
de Bolzano, al que yo le había introducido, y del que
había llegado a ser socio,
donde hizo amistad con los distinguidos
colegas italianos Danilo Castellano, Francesco Gentile y Pietro
Giuseppe Grasso, y donde trató al escritor francés Bernard
Dumont y al profesor austríaco -a quien había conocido antes­
Thomas Chaimowicz.
También colaboró en Verbo y participó en algunas de las reu­
niones de amigos de la Ciudad Católica. Respecto
de lo primero,
recuerdo cómo
en 1979 tuvo interés en que su firma apareciera
en Verbo, pues era la única revista de pensamiento prestigiosa de
nuestro pais en que hasta entonces no había colaborado.
Apareció asi su texto "Sobre el materialismo histórico", al que
la redacción de Verbo antepuso una nota explicativa, redactada
-si no me equivoco--por Juan Vallet y el padre Victorino
Rodríguez, para salvar algunas de las afirmaciones, consecuencia
del punto de partida positivo y no metafísico del que se valía
para la critica de la tesis marxista. A partir de alú la colaboración,
aunque espaciada, serla constante. Y frecuentemente, como en la
primera salida, discutida. Tal es lo que ocurrió de resultas de su
contribución, de 1980, "España y el fascismo", que obtuvo res­
puestas de Rafael Gambra, Manuel de Santa Cruz y José Antonio
Garáa de Cortázar. En otras ocasiones, su comparecencia fue
para precisar o discutir algunos de los juicios vertidos sobre su
obra en nuestras páginas: valgan co1no ejemplos sus notas
"Tradicionalismo y krausismo", en 1982, a propósito de un artí-
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culo de Raimundo de Miguel, y "Puntualizaciones sobre Eugenio
Vegas", del año 1986, sobre el asunto antes apuntado, en inter­
cambio de pareceres con Estanislao Cantero. Antes nuestras pági~
nas habían acogido su ensayo sobre "Brañas y la democracia
orgánica",
de 1984, y volverla en 1991 con sus "Contradicciones
de la partitocracia". Puede verse así cómo el acuerdo fundamen­
tal en cuanto a la crítica de los siste1nas políticos "modernos"
venía acompañado de discrepancias, expuestas con simpatía)
sobre el fundamento de su pensamiento. Precisamente, para con­
cluir el capítulo, sus dos inteivenciones en nuestras reuniones, la
segunda junto con su hijo Gonzalo, se centraron en esa parte cri­
tica compartida, tanto en 1982 como en 1991, la primera en una
mesa redonda sobre el futuro de la democracia -junto con
Rafael Gambra, Vintila Heria y Francisco de
Lucas----, y la última
en la brillantísima ponencia sobre las contradicciones de la parti­
tocracia, publicada
en Verbo y por lo mismo ya mencionada.
• • •
Un día, a la salida del homenaje a Rafael Gambra, que yo
había promovido y
en el que compartimos la mesa acogedora de
la Gran Peña, me espetó entre solemne, cariñoso, amenazante y
entristecido: ¡cuántas herencias van a caer sobre tí! Ese es el pro­
blema de la España tradicional, que los mejores se están yendo,
casi ya se han ido, y detrás
...
MIGUEL AYUSO
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