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Número 425-426

Serie XLII

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Europa y sus raíces cristianas. A propósito de un libro de José Orlandis

I

Editorial Rialp acaba de publicar el libro Europa y sus raíces cristianas escrito por nuestro amigo, el Catedrático de Historia del Derecho, José Orlandis, especializado principalmente en historia visigótica e historia de la Iglesia, y bien conocido por los lectores de Verbo porque en sus páginas aparece periódicamente algún artículo suyo, con el que nos honra.

En la presentación de su obra recuerda unas palabras del papa JUAN PABLO II, en su primera visita a España: «Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago te lanzó vieja Europa, un grito lleno de amor: "¡Vuelve a encontrarte, se tú misma, descubre tus orígenes, aviva ¡tus raíces…!».

Esto me suscita dos preguntas: ¿Qué es Europa?; ¿se halla hoy alejada de su verdadero ser y tiene adormecidas sus raíces? La respuesta afirmativa a esta segunda pregunta, ha planteado si el nombre de Europa se contrapone hoy—aunque nos duela— al de la Cristiandad.

El año 1960 pronuncié en el Colegio de Abogados de Madrid mi conferencia La crisis del derecho, a la que entre otros asistió el Decano del Colegio de Abogados de Jerez de la Frontera, quien me invitó a repetirla allí, como hice pocos días después en el salón de actos de la jerezana Academia de San Dionisio. Con esta ocasión, José María Pemán nos invitó a almorzar en su cortijo a mi mujer y a mí, al notario de Madrid Francisco Rodríguez Pérez, que nos acompañaba, y al notario de Jerez, Ramón Fernández Purón y señora. Cuando, terminado el almuerzo, íbamos a despedirnos nos rogó Pemán que aguardáramos a que llegara Francisco Elías de Tejada, con quien había tenido una polémica periodística, él desde ABC de Sevilla, y Elías de Tejada desde el Correo Español. Llegado éste, se retomó el tema. Para Pemán, Europa es Roma desde Constantino, el Cristianismo, Carlomagno, el Sacro Romano Imperio...—, para Elías de Tejada, Europa es Lutero, Erasmo, Calvino, el Iluminismo, la Revolución Francesa... No hubo modo de entenderse.

No voy a entrar en esa disputa. Pero este tema me hace rememorar La formación de Europa, obra del profesor de la Universidad de Friburgo, Gonzague de Reynold, publicada en castellano por Ediciones Pegaso a partir de 1947, en que apareció el primero de sus seis tomos, y bajo los demás regularmente, excepto el último que apareció en 1975, con evidente retraso pues fue concluido por el autor en 1956 con cuya lectura me deleité a medida que los iba leyendo.

El primero de esos seis volúmenes precisamente se titula ¿Qué es Europa? El autor la define atendiendo a los mitos, a la geografía y, finalmente, cómo civilización. El sexto y último volumen, en el que concluye la obra, define la historia como una escalera de siete escalones, el último de los cuales —dice— «es el escalón del misterio», «¿De dónde viene la historia, a dónde va?«. Y en las últimas cinco líneas de la página final; en respuesta, dice: «La historia es una tormenta que pasa, una tormenta entrecortada por brillantes rayos de sol; y después de nuevo, la luz se apaga.

«Pero, muy alto, sobre el fondo de los nuevos nubarrones resplandece el arco iris».

De la civilización europea se ha dicho que está representada en su síntesis, por tres ciudades: Atenas, Roma y Jerusalén; es decir, por la filosofía griega, en especial por su culminación en Platón y Aristóteles, el derecho romano, y la religión cristiana.

El referido libro de Gonzague de Reynold, recoge esta idea; pues, detrás del tomo I, ¿QUÉ ES EUROPA?, siguen: II. El mundo griego y su pensamiento; III. El helenismo y el genio europeo; IV. El imperio romano; V. El mundo bárbaro: I. Los celtas, II. Los germanos; VI. Cristianismo y Edad Media. Es decir, concluye con el Medievo.

El libro de Orlandis, que aquí reseño, como muestra su título, se ciñe al examen de las raíces cristianas de Europa; y concluye: «a fines del siglo XIV, al filo yo del siglo XV, puede considerarse que había llegado a su término la milenaria empresa de la conversión de Europa al Cristianismo. El Cristianismo había logrado, por fin, perfilar la identidad europea y conferirla a todos los territorios y pueblos del Continente. Europa, desde su origen, ha tenido como denominador común las raíces cristianas».

La obra se compone: de una Presentación, de siete capítulos; de un repaso: Un milenio de historia dé la Europa cristiana; unas Consideraciones finales y una Orientación bibliográfica, más su Índice onomástico.

La Presentación —después de, indicar que Europa nació sobre las ruinas de las provincias del Imperio romano emplazadas a lo largo de la ribera septentrional mediterránea, desde el mar Negro hasta las Columnas de Hércules y el Finisterre galaico o bretón...»—, pregunta si «¿hubiera podido no serlo?», como pudo ocurrir en caso de que los ejércitos del Califato Omeya se hubieran apoderado en 717 a 718 de Constantinopla, capital del Imperio cristiano oriental —en lugar de ser rechazado por el emperador León el Esáurico—, o si los árabes procedentes de España no hubieran sido rechazados en 732 en Poitiers por Carlos Martel, con sus soldados francos cristianos, a quienes una crónica mozárabe de mediados del siglo XVIII denomina «europeenses».

«De ese modo, Europa, nacida cristiana continuó siéndolo por mucho tiempo. Y un signo claramente cristiano tuvieron los grandes intentos de unificación europea producidos a lo largo de los siglos». Así cita que un poeta irlandés contemporáneo, Cathulfo, llama a Carlomagno, «cabeza del reino de Europa» y un poema datado el 799, atribuido al francés Argilberto le dedica los epítetos «cabecera del mundo y cumbre de Europa», «faro venerable de Europa, rey padre de Europa». Así mismo —recuerda— el «eximió defensor de la unidad religiosa Europea, Carlos de Gante: Carlos I de España y V de Alemania, «con toda justicia ha merecido ser llamado Carlos de Europa».

II

Antes de ponderar el peso de la crisis no sólo católica sino incluso cristiana, que padece la Europa de hoy, conviene seguir al profesor José Orlandis en la exposición de su obra.

El primer capítulo lleva por título La época romano-cristiana, y en su epígrafe 2 leemos: «El siglo IV presenció la más prodigiosa transformación que cabía imaginar en los destinos religiosos del Imperio de Roma. Abrióse el siglo en víspera de la mayor de las persecuciones que sufrió el Cristianismo por parte del Imperio pagano, y antes de que terminada la centuria la Fe católica había sido proclamada única religión de un Imperio romano renovado y Cristiano».

Cayo Galerio «césar» del «augusto» Diocleciano, que «parece haber sido el máximo responsable de la última y más cruenta persecución contra los cristianos (304-305), una semana antes de morir, fechaba en Nicomedia el 30 de abril de 311, el edicto que otorgaba un status de tolerancia a los cristianos. Dos años después Constantino y Licinio promulgaban el Edicto de Milán que implantaba un marco jurídico de plena y abierta libertad religiosa.

Esa libertad religiosa «fue decantándose de modo progresivo a favor del Cristianismo. El "Código Teodosiano", promulgado en 438 por Teodosio II, permite apreciar a través de la legislación imperial el avance cristiano a través del siglo IV». Superado el paso atrás de Juliano, el Apóstata (360-363), -fue configurándose el nuevo marco jurídico, inspirado en buena medida por la doctrina evangélica y que se conoce con el nombre de "Derecho romano cristiano"». El paso decisivo fue edicto Curictos populos promulgada en Tesalónica el 27 de febrero de 380 por el emperador hispano Teodosio que significó la implantación del Cristianismo como única y exclusiva religión del Imperio.

A partir de Constantino la «Iglesia de comunidades» cristianas —integrada «por hombres y mujeres de un nivel sensiblemente elevado, tanto en lo religioso como en lo humano»— pasa a ser una «Iglesia de muchedumbres» de «hombres corrientes», haciéndose una «religión popular».

Las actas del concilio de Lliberis o Elvira —que tuvo lugar en esa población de la Península Ibérica en torno al año 306, durante el periodo transcurrido entre el final de la gran persecución de Diocleciano y la concesión de un estatuto legal a la Iglesia— «permiten reconstruir —dice— la "sociología" de las comunidades cristianas en unas ciudades romanas de provincias, a comienzos del siglo iv, Los cánones revelan que el Cristianismo, aunque todavía minoritario, había penetrado ya en todos los estratos de la sociedad» [...] «desde siervos y libertos hasta individuos de elevada condición, dentro del marco de la sociedad provincial». Pluralismo semejante se daba ya en el siglo n en las ciudades de Viena y Lyon.

En el siglo iv, según escribía el hispano Aurelio Prudencio: «Son innumerables las familias de la nobleza que se han adherido al signo de Cristo y se han liberado del tremendo abismo del culto abominable de los ídolos». De la tierra hispánica era —explica Orlandis—«el poderoso don familiar del emperador Teodosio, originario de la meseta peninsular y personajes de tan elevado rango en la vida pública imperial como Materno Aregio, que fue prefecto del pretorio de Oriente. Otro grupo de cristianos insignes provenía de la Tarraconense oriental, y entre ellos estaban el futuro obispo de Barcelona, Paciano, su hijo Dexter, el poeta Juvenco y el ya mencionado Aurelio Prudencio. En las Galias, la cristianización de su aristocracia senatorial —que jugarán en un destacado papel en la historia occidental del siglo v— parece ser total a finales del siglo IV. Sidonio Apolinar —el magnate, obispo y poeta que floreció bajo los reyes visigodos de Tolosa— afirmaba que fue en tiempo de su abuelo cuando su familia abrazó el Cristianismo». Y sigue exponiendo otros ejemplos relevantes.

No obstante, la progresión del Cristianismo en la legislación imperial y en la sociedad romana del siglo IV no estuvo exenta de dificultades y necesitó vencer obstáculos y resistencias. ORLANDIS enumera y explica las siguientes: el tradicionalismo aristocrático y el paganismo rural, tanto que paganus etimológicamente significaba aldeano Por otra parte se daban impurezas en la religiosidad popular, que debieron corregirse; residuos paganos, que hubieron de eliminarse, y las supersticiones con las que debió lucharse.

El capítulo, II: La conversión de los bárbaros, comienza con este párrafo: «En la primera década del siglo V dio comienzo un proceso histórico transcendental, que estaba destinado a influir de modo decisivo en los destinos del mundo romano y a configurar un nuevo mapa político del Continente europeo. Las invasiones bárbaras se precipitaron como una impetuosa oleada sobre las tierras provinciales de la propia Italia, y aquella crisis, entonces abierta, culminó antes de que terminara el siglo con la desaparición del Imperio Romano de Occidente».

A principios del siglo V las naciones bárbaras «dieron señales de una renovada actividad que amenazaba directamente el del Imperio de occidente».

Estilicón, «el primero de los "hombres fuertes" que consiguieron prolongar durante medio siglo la precaria existencia del Imperio», contuvo a Alarico, elegido rey de los visigodos, en su caminó hacia Italia, y, en 406, derrotó a las bandas de los ostrogodos mandados por Rodigaiso. A la vez, suevos, vándalos y alanos invadían las Galias, que devastaron durante tres años, para pisar en otoño del 409 a la Península Ibérica.

Pero Estilicón fue muerto por orden del emperador Honorio, quedando Italia indefensa y abierta ante los visigodos de Alarico. El 24 de agosto de 410, éstos asaltaron Roma, que saquearon durante tres días. Después prosiguieron su marcha hacia el sur de Italia. Muerto Alarico, el pueblo dirigido por Ataúlfo abandonó Italia, camino a las Galias y España, constituyendo primero un reino visigodo «tolosano». Luego, también en las Galias se constituyó un reino burgundio.

En el periodo que siguió a la extinción del Imperio de Occidente, «el mapa de Europa barbárica, constituido sobre el solar de las antiguas provincias romanas, experimentó todavía algunas importantes modificaciones, a consecuencias de una segunda oleada invasora». Los francos llegan a las Galias, venciendo a los visigodos en Voeullé (507) estableciendo el Reino merovingio. Los visigodos, perdido el Reino tolosano, se asentaron en la Península Ibérica, constituyendo el Reino toledano; que sobrevivió otros dos siglos hasta su destrucción por los árabes (711).

En la antigua provincia romana de Britania, grupos de anglos, jutos y sajones, procedentes de Germania, después de expulsar de sus tierras a las poblaciones romano-bretonas, constituyeron en la parte septentrional de la Isla, una Inglaterra anglosajona.

La Península italiana albergó en su territorio varios reinos germánicos. Primero el ostrogodo desde finales del siglo v a mediados del vi, en que fue destruido por la reconquista bizantina, promovida por el Emperador Justiniano. El año 569 los longobardos cruzaron los Alpes y formaron su reino en el norte, mientras el sur permanecía bajo la soberanía de Constantinopla.

Muchas conciencias cristianas se turbaron ante las desgracias de Roma «¿Por qué Dios permitía que Roma pereciese? ¿Podían tener sentido esos dramáticos acontecimientos dentro del orden de una Providencia? Los paganos atribuían la ruina de Roma al abandono de sus dioses tradicionales, los cuales habían dejado de protegerla al hacerse cristiana».

Orlandis analiza lo que escribieron San Jerónimo y un poeta anónimo del sur de las Galias, así como la crítica pagana al Cristianismo y, finalmente, la apologética cristiana de San Agustín, y concluye: «Hipona sitiada por los vándalos no era el símbolo de un acabamiento, sino de un futuro prometedor. El fruto providencial de tanta calamidad presente era la gestación de un nuevo mundo cristiano, que suponía un prodigioso ensanchamiento de los horizontes del reino de Dios. Un discípulo de San Agustín, el hispano Paulo Orosio, expresaba por ello un optimismo radical cuando levantaba la mirada más allá de la desabrida realidad inmediata. Aquellas pruebas dolorosas serían para bien, pues, gracias a ellas, el Evangelio y la Iglesia podrían llegar a la muchedumbre de nuevos pueblos que, junto con los viejos, iban a configurar la Europa cristiana».

Es de notar que en su camino al Cristianismo, los pueblos germánicos que constituyeron la primera oleada invasora no pasaron de modo directo desde el paganismo a la Iglesia Católica, sino atravesando antes por la herejía arriana, que los ostrogodos y los vándalos no llegaron a superar antes de desaparecer como pueblos. Otros, como los burgundios, los suevos, los visigodos o los longobardos «tuvieron tiempo de completar su periplo religioso y, tras una segunda conversión, llegaron a integrarse en la Iglesia universal».

Durante el siglo de su permanencia en la Dada (en líneas generales la Rumania actual) el pueblo visigodo había entrado en contacto con el Cristianismo. Por los residuos de la población dacio-cristiana que allí quedaron, por los viajes de los comerciantes godos al sur del Danubio y por los prisioneros capturados en las expediciones guerreras tuvieron sus principales aproximaciones a la religión cristiana.

Entre los godos que abrazaron el cristianismo se hallaba Ufilas que, por línea materna, descendía de una familia cristiana originaria de Capadona (Asia Menor). A los treinta años Ufilas era un instruido «lector» en la iglesia de Gothia, que formó parte de una embajada enviada a Constantinopla en los últimos tiempos del reinado de Constantino, cuando en la parte oriental del Imperio se vivía el postconcilio de Nicea. En Constantinopla, Ufilas fue consagrado obispo por el filoarriano Eusebio de Nicomedia para regir la comunidad cristiana de Gothia. La empresa de mayor envergadura que acometió Ufilas fue la de iniciar y rematar la versión gótica de la Biblia, para lo cual previamente compuso un alfabeto gótico, lengua hasta entonces sólo hablada. Eso dotó de «un instrumento de extraordinario valor para la labor evangelizadora entre sus antiguos connacionales».

Muerto Ufilas en 382-383, sus discípulos, los clérigos misioneros formados en su escuela lograron la conversión al arrianismo, que se hallaba en franca decadencia, de los visigodos paganos. Orlandis la califica de «anacronismo histórico con considerables consecuencias para la vida religiosa de la joven Europa». Esa opción arriana tuvo una sorprendente capacidad de atracción sobre los demás pueblos invasores del Imperio romano, que desde el paganismo llegaron a los aledaños del Cristianismo», sin traspasar «el umbral de la Iglesia», deteniéndose en el escalón del arrianismo. Así se hallaron en convivencia con el catolicismo de los pueblos indígenas-provinciales invadidos.

Orlandis explica los vicisitudes producidas de los pueblos germánicos que profesaban el arrianismo en su actitud con el Catolicismo, en sus propios pueblos, de quienes se habían convertido a él, La Iglesia Católica nunca renunció a su acción misional; y el primer hecho más importante fue la conversión al Catolicismo de Clodoveo.

El capítulo III: La segunda conversión: del arrianismo a la Iglesia, recorre la de los burgundios, asentados en la parte oriental de la Galia, con ciudades importantes como Lyon, Vienne y Ginebra; la de los suevas, en la que San Martín de Braga fue el «apóstol»; y la de los visigodos —más conocida a quienes hemos estudiado historia de España, que conllevaría: la unidad religiosa de España, ya querida por Leovigildo pero con un arrianismo atenuado; su guerra con su hijo San Hermenegildo, muerto en prisión en Tarragona el 580, en manos del carcelero, y la conversión de Recaredo y el III Concilio de Toledo de 589--, y la de los longobardos, lograda finalmente por su rey Cuniperto, después de su victoria sobre Alahis en Coronato, cerca de Bérgamo, el 693.

El capítulo IV: Los nuevos caminos de la conversión cristiana analiza:

A) Ante todo, el paganismo de los pueblos barbáricos, y el universo religioso de los>germanos y escandinavos paganos, para centrarse, a continuación en el sentido religioso de la conversión de los bárbaros, que examina atendiendo a los siguientes puntos:

a) La diferencia entre las conversiones de los ciudadanos romanos en los tres primeros siglos e incluso de las muchedumbres de cultura griego-latina qué se incorporaron a la Iglesia en los tiempos del Imperio romano-cristiano —que fueron de ordinario individuales, fruto de una adhesión personal— mientras que, en cambio, la conversión de los bárbaros en los albores del Medievo fue de pueblos enteros, que son datables en un momento preciso de la historia, a saber: el ano 500 la conversión de los francos; el 589 la de los visigodos; en 560 el «bautismo» de Polonia; el 988 el de Rusia, y en 1386 el de Lituania. Pero estas fechas referidas al bautismo de Clodoveo, la conversión de Recaredo y el III Concilio de Toledo, el bautismo del duque Mieszko y el del Príncipe San Wladimiro, para Rusia, fueron seguidas coetáneamente por todo el pueblo. Por ello tuvieron necesariamente de ir seguidos por un largo período de evangelización profunda de todo el pueblo.

b) En el camino hacia el catolicismo, hubieron pre-conversiones, en número nada despreciable de personas e incluso de familias que se adelantaron a la conversión del príncipe y a la de todo el pueblo, como fueron la de Clotilde, esposa de Clodoveo, princesa burgandia, católica ya cuando tanto el rey como su pueblo franco eran todavía arríanos, así como los miembros de la «estirpe bárbara» en el reino longobardo; también, en tiempos de Leovigildo, se habían anticipado a la conversión «colectiva» de su pueblo los obispos de Mérida, Másana y Renovado y el Abad Juan de Biclaro, godos de raza.

Entre los paganos que en los países bárbaros se encontraban por vez primera con los misioneros que anunciaban el Evangelio, advierte Orlandis que, a veces, aparecían personas con evidente hondura espiritual preocupadas por la razón y el sentido de la vida del hombre en la tierra. Como ejemplo cita, en la Inglaterra sajona, el caso de un anciano consejero del rey Edwin de Northumbria que habló al rey ante la llegada de los primeros misioneros cristianos enviados por el papa Gregorio Magno. Ello le hace plantear esta pregunta: «¿tuvo un sentido religioso la conversión de las muchedumbres de individuos que podían estimarse como el paradigma vulgar del hombre barbárico?».

Su respuesta es: «La omnipotencia aparecía ante sus ojos como el rasgo más propio de la Divinidad [...]. Premisa indispensable de la conversión había de ser la demostración de la falsedad del paganismo, de tal manera que la inanidad de sus dioses se hicieron patente a sus adoradores. En la acción apostólica de los grandes misioneros hubo, por ello, momento críticos, en los que realizaron gestos espectaculares {festinados a provocar la crisis de conciencia en las gentes barbáricas [...] con los que el misionero se jugaba la vida al destruir a la vista de todos la estatua del ídolo o al derribar el árbol sagrado, venerado desde tiempo inmemorial por el pueblo o la tribu; pero gestos necesarios para convencer de la vanidad del paganismo».

c ) La sensibilidad religiosa del hombre barbárico era tal que su adhesión al Dios de los cristianos no dejaba de encerrar dificultades. Si para Clodoveo su victoria sobre los alemanes fue la «señal del Cielo», obtenida tras pedir la ayuda del «Dios de Clotilde», luego en la catequesis prebautismal «Cristo crucificado se tornaba para el monarca en piedra de escándalo y —según Gregorio de Tours— le hacía vacilar porque, a su juicio, Cristo, al dejarse crucificar, habría dado pruebas de no poseer un poder divino. Y es que la victoria, como signo divinal de verdad y razón, era algo tan arraigado en la psicología de hombre barbárico que haría falta mucho tiempo para lograr una formación más evangélica de las conciencias».

Otro ejemplo, lo observa en la larga y sangrienta guerra de los francos cristianos de Carlomagno con el duque y heroe nacional de los germanos, Wedukind, que consideró el hecho de ser vencido militarmente como señal de que el Dios de los francos era el verdadero y poderoso Señor. Por eso se hizo cristiano y Carlomagno fue su padrino.

«Como conclusión de todo lo expuesto—dice Orlandis—, puede afirmarse que la conversión de los pueblos bárbaros germanos y eslavos que llegaron a la Iglesia desde el paganismo y contribuyeron a forjar la Europa cristiana tuvo—también a nivel del individuo— un indudable componente espiritual, consistente, en esencia, en esa doble convicción: a) la falsedad del viejo paganismo y la vacuidad de sus ídolos y otras sacralidades; y b) la creencia de que el Dios de los cristianos es el Creador del universo y Señor de cielos y tierra; y que Jesucristo, el Hijo de Dios, es el redentor del género humano y autor de la eterna salvación personal de cada hombre. Esta doble convicción era suficiente para conferir a aquellas conversiones un sentido religioso, simple pero genuino, a la medida de la mentalidad elemental del hombre barbárico europeo».

B) Los protagonistas de la historia cristiana. La conversión de Europa —observa Orlandis— «fue una epopeya multisecular, obra común de una multitud innumerable de cristianos anónimos, y en especial de heroicos misioneros que dieron en ella sus vidas, Pero esta empresa tuvo también sus protagonistas, esto es, hombres y mujeres cuya acción revistió particular importancia y ejerció mayor influencia en el desarrollo de los hechos». Éstos los muestra en tres epígrafes:

a) Papas. Considera los más sobresalientes entre ellos Gregorio Magno (590-604) y Nicolás I (858-867).

Gregorio Magno, gozoso por la conversión de Recaredo un año antes de su ascenso al pontificado, escribió a su amigo San Leandro de Sevilla, ejerció con los longobardos de modo más directo su solicitud pastoral, dirigida a su conversión al catolicismo, y también en su iniciativa misional encaminada a la evangelización de la Inglaterra anglosajona, que él mismo discurrió y proyectó.

Nicolás I, en los diez años escasos que duró su gobierno pastoral, apoyó resueltamente las actividades de los santos hermanos Cirilo y Meto dio con los eslavones de Moravia, fue el primer pontífice que «formuló claramente la idea de la "Cristiandad", como gran comunidad que formaban los pueblos cristianos del Continente por .encima de las fronteras políticas y las divisiones nacionales».

b) Los grandes misioneros. Destaca entre ellos a San Benito, patrono de Europa y «patriarca de los monjes de Occidente», fundador de las abadías de Subiaco y de Montecasino, creador y símbolo de la función preminente de la sorprendente gran obra que desempeñó él monacato en la evangelización de una parte considerable de los pueblos con los monasterios que contribuyeron a la construcción de la Europa cristiana.

Otros misioneros destacaron en la evangelización de pueblos determinados como: San Patricio en la de Irlanda; San Martín de Braga de la Galicia sueva: San Agustín de Canterbury de la Inglaterra anglosajona; San Bonifacio fue la «piedra angular» de la Iglesia en Alemania y el «apóstol de Germania».

En el siglo VI el irlandés San Columbano predicó y fundó monasterios en la Francia merovingia, en países alemanes y terminó su apostolado en tiaras longobarda« del norte de Italia; el aquitano San Amando, trató de evangelizar, al parecer con poco fruto, a los vascones del Norte del Pirineo, pero si lo obtuvo con abundancia entre las poblaciones de Bélgica actual, donde fue obispo de Maastricht, siendo considerado el apóstol de los frisios, gran promotor de la cristianización de los Países Bajos. También destaca los intentos de san Ascario por penetrar, sin lograrlo, en el sólido bastión pagano de Escandinavia; y, en fin, la de los santos misioneros bizantinos Cirilo y Metodio en los eslavos centroeuropeos.

c) Reyes y príncipes. Como ejemplos mas destacados cita a Clodoveo y a Ethelberto de Kent, la conversión de los cuales arrastró, respectivamente, la de tres mil francos, y la de diez mil anglosajones, que constituían la porción superior ymás influyente de los nobles y guerreros de la mesnada real y el estamento dirigente más cercano a los aledaños del poder. El príncipe bárbaro cristianizado fue en general, «un destacado protagonista en la historia de la conversión de su pueblo por encima de cualquier suerte de razones y consideraciones personales».

d) Mujeres cristianas. Fue básico el papel de ellas en la labor de conversión al cristianismo, de sus maridos, reyes o príncipes, como la reina Clotilde en la de Clodoveo, o el de la princesa franca Ingunda en la conversión de su marido San Hermenegildo, de Berta, hija de Cariberto, rey franco de París, esposa de Ethelberto de Kent, que preparó la llegada de San Agustín de Canterbury que convirtió al propio Ethelberto, o como Olga, viuda del gran príncipe Igor, que preparó al bautismo de Wladimiro, y Eduwigis de Polonia, casada con el gran duque de Lituania, Jagellón; y mujeres defensoras de la ortodoxia frente a las herejías y desviaciones religiosas, tales como Pulquería, hermana y sucesora en el trono de Teodosio, ante el monofisismo de León IV, y Teodora viuda de León V el Armenio frente a la hereja iconoclasta.

C) La evangelización y sus métodos es enfocada por Orlandis en una triple perspectiva: la catequesis misional; los riesgos de irenismo, y la implantación de la Iglesia.

a) La catequesis misional se dividió en dos fases: una, la catequesis bautismal y, otra, la postbautismal, «destinada a conseguir la penetración del espíritu evangélico en la existencia personal, familiar y social de las gentes». De cuáles fueron los métodos seguidores tenemos noticia por:

— San Martín de Braga en su De correctione rusticorum.

— Beda el Venerable, que la da del método seguido por San Wilibrordo (568-739) en la misionización de los físios, que comenzaba con la lectura de un texto sagrado, y seguía con su explicación a los oyentes, ilustrándola con ejemplos que facilitaran su comprensión.

— El monje de origen visigodo, P armenio, qué en el siglo VIII que compuso una especie de manual, el Scaparapsus con instrucciones sobre la vida cristiana y para combatir los residuos paganos y las supersticiones.

— Las instrucciones pastorales de San Gregorio Magno, dirigidas a San Agustín de Canterbury, acerca de la no destrucción de los templos paganos y sí solamente de los ídolos, y su sustitución por altares para el culto del verdadero Dios, colocándose en ellos reliquias; y la sustitución de la costumbre de sacrificar una multitud de bueyes en ofrendas demoniacas, por una fiesta dedicada a Dios o a un mártir, en la que se sacrificaran los bueyes para celebrar la fiesta con un festín de los fieles, que al final darán gracias a Dios por todos los bienes.

b) Los riesgos del irenismo. La flexibilidad de algunos métodos de evangeüzación y la falta de un régimen eclesiástico regular entre los misioneros conllevaba el riesgo irenista de situaciones ambiguas, que se dieron de un modo particular en la Europa del norte. Por ello sus gentes, medio paganas y medio cristianas, fueron denominadas «gentes de fe mezclada», pues profesaban un impreciso sincretismo, aceptando el Cristianismo pero seguido con ancestrales creencias y formas de vida paganas. Incluso los wikingos establecidos en la península de Normandía durante algún tiempo vivieron una religiosidad cristiano-pagana llena de contrastes.

En Escandinavia la exposición de niños mal formados, el concubinato y el divorcio no fueron formalmente prohibidas hasta la instauración de una organización regular de la jerarquía de la Iglesia.

c) La implantación de la Iglesia. «Los primeros misioneros que se adentraron en territorio barbárico, más allá de las que habían sido antaño fronteras del Imperio romano —advierte Orlandis— fueron a menudo monjes y clérigos anónimos, que no sería impropio calificar de aventureros espirituales o guerrilleros evangélicos [...]. Es indudable que esos misioneros derrocharon generosidad y heroísmo y fueron eficaces instrumentos para desbrozar el camino a los primeros intentos de penetración cristiana entre los pueblos bárbaros. Pero su acción desordenada e incluso anárquica, propia de francotiradores del Evangelio, presentaba serios inconvenientes y, en cualquier caso, tan sólo podía considerarse como una etapa transitoria de la historia misional. Tras esa primera etapa, había de venir necesariamente una segunda más ordenada y definitiva».

Ésta fue obra de los obispados territoriales y de los grandes monasterios, que fueron «ciudadelas de la Iglesia y grandes focos permanentes de cristianización de las poblaciones cercanas». Como ejemplos indica: los monasterios fundados por el irlandés San Columbano y sus discípulos, como Luxenil de Austrasia, Sant Gall en los Alpes o Bobbio en la Italia longobarda; los de Reichenem en el lago Constanza y Murbach en Alsacia, erigidos por Piorminio; el de Fulda, que fue la gran fundación de San Bonifacio en Germania, y Corvey, centro de irradiación cristiana entre los sajones. La regla de San Benito fue el código monástico que de modo general reguló la vida de las comunidades monásticas de estos cenobios.

D) Las leyes cristianizadores.

«La conversión cristiana de los pueblos germánicos demandó para su consolidación definitiva —observa Orlandis— la instauración de un ordenamiento jurídico que configurase, cada vez con mayor hondura, la nueva realidad religiosa y social, según normas y principios de Evangelio». Ese proceso lo observa el autor bajo los dos perspectivas, canónica y civil.

a) Cánones y leyes civiles.

La Iglesia para la consecución de sus fines contaba en los siglos VII y VIII con colecciones canónicas en las que se hallaba recopilada la disciplina eclesiástica forjada por ella a lo largo de los siglos.

Dos destacaban sobre todas las demás: La «Hispana», elaborada en la España visigoda en el siglo VII, cuyos códices traspasaron el Pirineo y se difundieron por Europa a raíz de la invasión de los árabes; y la de Dionisio el Exiguo, utilizada por la Iglesia romana desde principios del siglo VI, y que, en una nueva recensión enriquecida, que se llamó «Dionisio-Adriana» fue entregada por el papa Adriano I a Carlomagno, para que sirviera de código oficial a la Iglesia franca. Además concilios y sínodos reunidos durante esos siglos en tierras germánicas promulgaron nuevas leyes eclesiásticas destinadas a las poblaciones cristianizadas poco tiempo antes.

Junto a las leyes eclesiásticas, y en concurrencia con ellas, la legislación secular de inspiración cristiana, promulgada por la autoridad civil en los albores de la época medieval, contribuía eficazmente a la renovación de las sociedades barbáricas.

b) El proceso de cristianización del derecho, que observa Orlandis, ofrece diferencias según se trate de pueblos pasados directamente del paganismo al catolicismo o de los que durante un primer periodo profesaron el cristianismo arriano. Ese fenómeno es más fácil de seguir en el derecho del pueblo longobardo que hasta las postrimerías del siglo vil no se convirtió plenamente al cristianismo, y que se observa comparando el «Edicto» del arriano rey Rotario (636-652) y la legislación, un siglo posterior, del católico Luitprando (712-754).

En cambio en el derecho de alemanes y bávaros, que pasaron directamente del paganismo al catolicismo, su derecho se puso por escrito en los siglos VII-VIII en varios «códigos» que acusan una influencia jurídica visigoda: el Pactus y Lex Alemanorum, el de los alemanes, y en la Lex Baiowaiorum, el de los bávaros. En ellos se mezclan elementos de inspiración cristiana y pagana, que poco a poco se irían depurando, incluso con medidas coercitivas extremas en la famosa capitular De partibus Saxoniae, impuesta por Carlomagno.

En esa labor se observan luces y sombras, como las originadas por las disputas entre los distintos pueblos y las originadas entre latinos y griegos.

El capítulo V: trata de Las Cristiandades celta y anglosajona y su expansión misionera.

El Cristianismo había penetrado en la Britania maior o Gran Bretaña durante el Imperio romano que se había extendido a su parte meridional teniendo su frontera en el «muro Adriano», en el siglo n, y replegada hacia el sur hasta el «muro Antonio», en el siglo m, por la presión de los Pictos —«pintados», «tatuados»— paganos y bárbaros que ocupaban las tierras altas de la actual Escocia.

Desguarnecida Britania por la pretensión del jefe de las legiones romanas allí estacionadas, que quiso usurpar la púrpura imperial de Honorio y la abandonó por ello a su suerte, los indí- genas romano-bretones sólo lograron conservar su territorio cuarenta años. Como narran el monje Gildo de Rhuis, en De exilio Britaniae, y Beda el Venerable, en la Historia Eclesiástica, ante la presión de los «Pictos», algunos «Reguíos», solicitaron los bretones la ayuda de anglos, sajones y jutos, pueblos paganos procedentes de las zonas costeras de Germania, que terminaron por adueñarse de Britania, por lo cual la población indígena hubo de refugiarse en las zonas montañosas de las penínsulas de Gales y de Cornualles o, atravesando el mar, se instalaron en la península de la Armónica, que tomó el nombre de Bretaña e, incluso, algunos llegaron a la costa norte de Galicia donde crearon la diócesis de «Britania».

Ese retroceso del Cristianismo en Britania Maior coincidió con el anuncio del Evangelio en Irlanda, obra de San Patricio, en el siglo IV, donde sólo habían reducidas comunidades integradas por personas de los estratos sociales inferiores, razón por la cual el papa Celestino I, el año 431, había enviado a Irlanda al obispo Paladio con el fin de conservar y reavivar la fe de esos pocos cristianos.

San Patricio, procedía de una familia cristiana de la sociedad romanizada de Britania Maior, nació en 385 cerca de Daventry; a los 16 años fue capturado por unos piratas y llevado a Irlanda, como esclavo, Consiguió huir a su patria y se sintió llamado por Dios para la conversión de Irlanda. Se formó a las Galias, donde fue consagrado obispo por San Germán de Anxerre y, hacia 432, marchó a Irlanda, donde su labor fue tanta que, al morir el año 461, puede decirse que Irlanda se había transformado en una tierra cristiana, reajustada sobre bases monásticas, con tendencia al ascetismo y al uso de «libros penitenciales».

Una de las formas penitenciales fue la peregrinatio pro Christo, unas veces impuesta como pena y otras voluntariamente aceptada por razones ascéticas. Fue la peregrinación penitencial, a veces perpetua, a veces caminando y otras navegando, como en el caso de San Brendan o Barandán, procedente del monasterio irlandés de Coflent, que navegó del Báltico al Mediterráneo.

San Columba (521-597) procedía del monasterio de Clonard, era de estirpe real y fue condenado al exilio penitencial. Con doce discípulos cruzó el mar y en la pequeña isla de Caledonia fundó el monasterio de Hy o lona, desde donde sus monjes llevaron el Evangelio a las islas Shetland y Feroe y hasta la lejana Islandia; abordó las costas de Escocia, habitada por los salvajes «pictus», donde consiguió el favor del rey Brida o Bridius y, bajo su protección, acometió la conversión y cristianización de los pueblos indígenas de la actual Escocia,

Del monasterio de Bangor salió San Columbano (540-615), fue misionero y evangelizador de los paganos alemanes y suebos y su última fundación fue Bobbdio en la Italia longobarda.

Los anglosajones de Britania Maior fueron evangelizados por San Agustín de Canterbury, que era abad del monasterio romano de San Andrés. Enviado allí por el papa Gregorio Magno, en la primavera del año 596, con unos cuarenta monjes y varios clérigos franceses del monasterio provenzal de Lerins, desembarcó en las bocas del Támesis en 597. Fueron bien acogidos por el rey de Kent, Ethelberto, que el 1 de junio siguiente recibió el bautismo junto con un importante grupo de nobles y guerreros, y el día de Navidad la recibió una muchedumbre de sus súbditos.

Restauró la antigua iglesia de Canterbury y estableció allí su sede episcopal. Después, erigió otro episcopado en Rochester, e inició la cristianización del reino de Essex. En la capital Londres se estableció una sede episcopal, y el rey Saabyrta recibió el bautismo el año 604.

La plena cristianización de Germania se inició en Frisia, situada entre los cursos inferiores de los ríos Escalda y Ens aproximadamente, que se hallaba sometida a la presión de dos influencias antagónicas: los frisios meridionales que se hallaban dentro del ámbito político-religioso de los franco-católicos y, en parte, habían sido evangelizados; y los del norte que sufrían el influjo de los sajones paganos y se mostraban abiertamente hostiles a los francos y al cristianismo.

La circunstancia fortuita, de que el obispo Wilfrido de York, de camino hacia Roma, se viera forzado a pasar un invierno en Frisia, contribuyó a despertar las inquietudes misioneras entre los ya cristianizados anglosajones establecidos en Britania. La decisiva labor catequética fue obra de Wilidrordo, que sería monje y, al fin, consagrado arzobispo de Frisia, con el nombre de Clemente.

En la sede le sucedió Winifrido (673-754), que sería San Bonifacio, apóstol de Alemania, que de Frisia extendió su labor a Hesse y Thuringia, efectuó la restauración eclesiástica en la iglesia franco-alemana y rigió la sede arzobispal de Maguncia. Coronó su labor con el martirio el 5 de junio de 754.

La cristianización de Sajonia llegó, como ya se ha recordado, con la victoria de Carlomagno sobre Widukind y el bautismo de éste, en 785, y en la posterior labor misionera.

El capítulo VI trata de La cristianización de Escandivia y de la Europa del Este. La misión de cristianizar Escandinavia, comenzó por el envío por Ludovico Pío de dos altos prelados, el arzobispo Ebbon de Reims y el abad Wele de Corbie, pero el auténtico protagonista de la empresa fue Ansgar, San Anscamio Monje de Corvey, filial de Corbie, creada en territorio Sajón, que partió el año 826 en el séquito de Herald Klak, un pretendiente al trono danés, que se había convertido al cristianismo, mas no consiguió hacerse con el trono de Dinamarca; pero, no por eso se renunció a la penetración cristiana de Escandinavia. El emperador designó a Anscario obispo de Hamburgo, tras la destrucción de esta ciudad por los wikingos, y le concedió el obispado de Bremen, mientras el papa Gregorio IV le confería la dignidad de legado papal. Consignó fundar las parroquias de Riper y Schleswig en el sur de Dinamarca y la creación de una iglesia en Birka, centro mercantil emplazado en la costa oriental de Suecia, aunque limitándose su acción misional a comerciantes y esclavos, mientras la sociedad indígena sueca —tanto la aristocracia como el pueblo permanecía prácticamente cenada a la penetración cristiana. La muerte de San Anscario en 885 y el movimiento wikingo abrieron un periodo de oscuridad.

«La expansión normanda —advierte Orlandis— causó graves daños a las poblaciones del Occidente europeo y paralizó los primeros intentos de predicación evangélica en el mundo nórdico; pero, a la postre, terminó por abrir nuevas y mejores vías a la penetración cristiana de Escandinavia».

Allí donde los normandos se asentaron en territorios occidentales y entablaron relaciones más pacíficas con sus habitantes, como en el ducado de Normandía en Francia, o en las Islas Británicas, con un extenso dominio territorial en la parte oriental de Irlanda, el «Danelag», el contacto de los colonos wikingos con las poblaciones cristianas indígenas y los matrimonios entre unos y otros resultaron fuerte vehículo de penetración del Cristianismo en los emigrantes de origen escandinavo. Fueron los wikingos cristianizados de «Danelag» quienes jugaron un papel más importante en la cristianización de Escandinavia, no sin que se produjeran reacciones paganas y sincretismos, a los que ya se ha hecho referencia.

Dinamarca fue el primer país escandinavo que adoptó oficialmente el Cristianismo, pudiendo darse por concluido el período misional en el siglo xi, cuando Canuto el Grande reinó a la vez en Dinamarca y en Inglaterra (1018-1035), quien peregrinó a Roma y creó una organización eclesiástica regular, mediante la que alcanzó el Cristianismo todos los confines del país.

Príncipes wikingos bautizados en territorios de ultramar, comenzando por Haakon el Bueno (938-961), convertido en Inglaterra, propiciaron la implantación del Cristianismo en Noruega. El príncipe san Olaf (1014-1030), sostuvo con particular vigor la acción de los misioneros en su lucha contra el paganismo. El «Althing» o asamblea aristocrática suprema de Islandia declaró el año 1000 el Cristianismo religión oficial de la isla.

En Suecia la cristianización sufrió un evidente retraso, pero a finales del siglo XI se cerró el templo pagano de Upsala, «centro simbólico hasta entonces de la resistencia pagana», y su lugar lo ocuparía una iglesia, si bien, en el último tercio del siglo XII, y aún más tarde, las regiones montañosas del interior seguirían siendo en buena parte paganas.

Dinamarca y Suecia fueron luego punto de partida para la acción evangelizadora en los países de la ribera central del Báltico: Finlandia, en cuya parte meridional había penetrado el cristianismo hacia 1250, Livonia y Estonia. Símbolo del cristianismo de Suecia fue Santa Brígida que, con su esposo Ulf, a su regreso de una peregrinación a Compostela, se retiraron del mundo y fue fundadora de la Orden del Salvador.

La evangelización de los eslavos fue preocupación tanto de la Sede romana como del Patriarcado de Constantinopla. Las primeras conversiones de eslavos fueron las de los croatas, vencedores de los ávaros, que se habían instalado durante el siglo VII en Panomia y palmada. Este segundo grupo, asentado entre el río Drave y la costa del Adriático, fue el primero en abrirse al cristianismo, por acción misional especialmente de la Sede romana. El papa Juan IV fundó el obispado de Spelato, que con las dudades marítimas como Zara y Ragusa fueron focos de evangelización de los croatas ele la región. A finales del siglo VIII podía darse por concluida la conversión de los croatas de Dalmacia.

Los croatas de Panomia, eslovenos, eslovacos y checos, y otros pueblos eslavos centroeuropeos en tiempo de los carolingios sucesores de Carlomagno tuvieron misioneros francos, y, tras la partición del Imperio, Luis el Germánico intervino más activamente en la cristianización de los eslavos, que comenzó con el bautismo de príncipes, tras la cual comenzaba la larga tarea de evangelización de las tribus. En la novena, centuria del siglo rx, en el corazón de la Europa central se había constituido la Gran Moravia, principal potencia eslava de la región. Evangelizados por misioneros franco-germánicos esos croatas tenían como jefe al príncipe Ratislav.

Por la misma época los búlgaros habían creado un poderoso Estado, reino inmediato de la frontera norte de los territorios europeos del Imperio bizantino. El emperador Miguel III los derrotó, y su príncipe, el «khagen» Boris, recibió el bautismo en Constantinopla apadrinado por el mismo Miguel. A su vez, el príncipe Ratislav de Moravia, cuyos territorios lindaban con Germania, ante el peligro de una «entente» germano-búlgara propiciada por Boris, trató de contrapesarla con una aproximación al Imperio bizantino, dispuesto a inclinarse eclesiásticamente hacia Constantinopla. De ahí el envío por el Patriarca Focio de los hermanos Cirilo y Metodio a Moravia, siendo el primero un experto lingüista que acometió la tarea de componer la escritura «gaglótica» o «cirílica», con un alfabeto adecuado para expresar los sonidos propios de la lengua eslava, Esta labor años más tarde la completaría Metodio componiendo la versión íntegra de la Biblia en eslavón.

El papa Nicolás I invitó a Cirilo y Metodio a trasladarse a Roma a finales de 867. Cuando llegaron aquel papa había fallecido, pero fueron acogidos con todo honor por su sucesor Adriano II, quien aprobó en todo su obra, incluida la liturgia en lengua eslavónica.

Muerto Cirilo en un monasterio, en el que enfermo había ingresado, su hermano Metodio prosiguió su misión, sostenido por el apoyo de la sede romana.

A la par Boris había enviado una embajada a Roma el año 866 solicitando el envío de misioneros latinos a Bulgaria, que llego, al frente de la cual iban los obispos Formoso de Porto y Paulo de Populonia. Pero Boris, por cuestiones originadas para la elección del titular del primer arzobispado búlgaro, dirigió otra vez los ojos al Patriarcado de Constantinopla, donde el patriarca Ignacio, nombró un arzobispo y diez obispos para Bulgaria, mientras Boris expulsaba del país a los misioneros latinos.

La conversión de Rusia, iniciada en el siglo IX con reducido alcance, tuvo un gran avance en el siglo X, que, considerado seculum obscurum, corazón del «siglo de hierro», tuvo signos de utilidad para la Iglesia, cómo fueron-, la fundación de la Orden de Cluny y la renovación del Imperio cristiano de Occidente, de una parte, y de otra, la conversión de los principales pueblos del Este de Europa.

«La conversión de Rusia fue la gran conquista misional de la Iglesia bizantina». El primer paso significativo de ella fue el bautismo, recibido en Constantinopla, por Olga, viuda del gran príncipe Igor, que, desde la muerte de éste en 945, gobernaba la Rusia de Kiev. El reinado de su hijo, el pagano Soiatoslav (964-972) significó un retroceso, y hubo que esperar la llegada al poder del hijo de éste y nieto de Santa Olga, Wladimiro, que recibió el bautismo el año 988, para que diera comienzo la historia de la Rusia cristiana ensanchada con la región del Novgorod.

La evangelización de los inmensos territorios de Rusia y la eliminación de los residuos del paganismo fue empresa que se prolongó largo tiempo.

A su vez, en la Europa central tras la invasión de la cuenca danubiana por los húngaros o magiares, que no eran eslavos sino mongoles, dio lugar a la desaparición de la Gran Moravia y a la desintegración del pueblo ávaro, que obligaron a los monarcas germánicos a asumir la responsabilidad de promover la cristianización de los magiares otros pueblos eslavos de Europa central, checos, polacos y húngaros, que se prolongó durante varios siglos, con avances y retrocesos.

Los checos de Bohemia tuvieron como héroe nacional al duque San Wenceslao, que murió mártir en manos de su hermano Boleslao I.

La princesa cristiana checa Dubrawka contrajo matrimonio con el duque polaco Mieszko, que en 966 recibió el bautismo, fecha que se considera como el bautismo de Polonia, cuya evangelización fue llevada a cabo por misioneros alemanes y checos.

La conversión de los húngaros, vencidos por Otón a orillas del río Lech (955), que les obligó a asentarse en las llanuras de Panomia, se realizó por misioneros germanos que comenzaron la labor evangelizadora, El año 973 el duque magiar Geisa recibió el bautismo junto a su joven hijo Waik, que tomó el nombre de Esteban quien tras la muerte de su padre, reino de 977 a 1038, se casó con la princesa bávara Gisela, santa como él y hermana del futuro emperador Enrique II el Santo y, con anuencia de Otón III, entonces reinante, lúe coronado rey en Gran, el año 1001. Con San Esteban nació el reino de Hungría, «destinado a ser durante muchos siglos baluarte de la Cristiandad occidental frente al Oriente asiático o islámico».

Dos grandes misioneros, el checo San Adalberto de Praga y el alemán San Bruno de Querfart, que murieron mártires, son considerados como los grandes representantes —explica Orlandis— de la «muchedumbre de misioneros anónimos que consagraron su existencia a la evangelización de la Europa del Este». Primero san Aldaberto y después san Bruno, llevaron desde Polonia la fe a los paganos prussi o prusianos.

Los países bálticos del nordeste de Europa fueron los últimos reductos paganos del Continente que fueron cristianizados con una labor religioso-guerrera por los caballeros teutónicos. Las tierras de la Prusia oriental, desiertas por esas guerras, fueron repobladas por campesinos cristianos provenientes de Alemania.

Lituania fue el último país en acoger el Cristianismo. El duque Mindaguas recibió el bautismo y fue coronado rey de Lituania; pero una reacción pagana interrumpió más de medio siglo el proceso de cristianización. Mindaguas fue asesinado en 1263 y hasta finales del siglo XIV no se produjo el acontecimiento decisivo en la conversión del pueblo lituano. Fue el matrimonio del gran duque Jaguellón con la católica reina Eduwigis de Polonia. Él fue bautizado el 1386 y, con el nombre de Ladislao II, comenzó a reinar sobre Polonia y Lituania unidas bajo la nueva dinastía jagellónica. En 1337 fundó la diócesis de Vilna y favoreció cuanto pudo la evangelización de sus súbditos, considerándose ese año el del bautismo de Lituania. Sin embargo, la cristianización de todo el país y la eliminación de los residuos paganos tuvo que proseguir durante un dilatado periodo hasta que, al filo del siglo XV, pudo considerarse llegada a su término.

«El cristianismo había logrado, por fin —concluye Orlandis—, perfilar la identidad europea y conferirla a todos los territorios del Continente Europeo, que, desde su origen, ha tenido como denominador común las raíces cristianas».

III

Volviendo a las denominaciones «Europa» y «Cristiandad» es de notar, en cuanto a la primera, que, aparte de las referidas aportaciones clásicas de Gonzague de Reynold, recuerda José Orlandis que, un año antes del 800, se denominó a Carlomagno «cumbre de Europa» y «rey padre de Europa» y, en cuanto a la segunda, que el papa Nicolás I (858-867) fue el primer pontífice que formuló claramente la idea de la «Cristiandad».

Ahora bien, lo que fue social y políticamente y la importancia que tuvo la Cristiandad y sus contrastes con las posteriores ideologías laicistas europeas, nosotros las estudiamos en la X Reunión de amigos de la Ciudad Católica del 30 de octubre al 1 de noviembre de 1971, en Madrid, Colegio de San Agustín, con el título Cristiandad y sociedad pluralista laica. De dichas comunicaciones se publicaron en Verbo las siguientes: Comunidad y coexistencia (Introducción al tema general) por Rafael Gambra; La Cristiandad, por el Dr. Enrique Barrilaro Ruas (n.° 101-102); La Cristiandad medieval y el origen de sus instituciones, por Francisco Elías de Tejada; Desde el sansimonismo a la tecnocracia de hoy, por Michele Federico Sciacca (n.° 103), El nominalismo, primera crisis de identidad de la Cristiandad, por Francisco Puy Muñoz; ¿Y para qué queremos el socialismo?, por Vladimiro Lamsdorff-Galagane (n.° 104); De Maquiavelo a Hobbes, una nueva configuración social, por Manuel Fernández Escalante; La Revolución francesa, antinomia de sus ideas libertad e igualdad, por José Antonio García de Cortazar y Sagarminaga (n.° 109-110); El derecho romano como derecho común de la Cristiandad, por quien aquí reseña, y Comunidad hispánica y Cristiandad, por José Pedro Galvão de Sousa.

Después de lo expuesto, queda en el aire la pregunta de si la actual sociedad pluralista laica, que ha suplantado a la Cristiandad, monopoliza y debe monopolizar o no el nombre de Europa.

Orlandis, en sus Consideraciones finales, recuerda que el sínodo de los Obispos de 1999 alertaba frente a la «pérdida de la memoria y de la herencia cristiana», asociada a una especie de «agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa».

Y termina Orlandis: «La vieja Europa —sea ésta una última conclusión—a primera vista, puede liberarse de ser convertida en un gran desierto espiritual, sobre el que se abaten los rigores de un invierno que cubre de hielo, en el que permanecen adormecidas unas raíces cristianas, prontas a despertar de su letargo. Con la ayuda de la gracia de Dios y el renovado esfuerzo evangelizador de los cristianos, hay buenas razones para esperar que florezca una nueva primavera destinada a traer grandes bienes, no sólo a la Iglesia, sino a toda la humanidad del siglo XXI».

Para eso, sin duda, será precisa una nueva evangelización de Europa para la cual es necesario que se escuche el grito de Juan Pablo II, dirigido a ella desde Santiago; «¡Vuelve a encontrarte, se tu misma, descubre tus orígenes, aviva tus raíces…!».