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Número 439-440

Serie XLIII

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VV. AA.: José Rivera. Sacerdote, testigo, profeta

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
VV.AA.:
JOSÉ RIVERA. SACERDOTE,
TESTIGO, PROFETA('>
La colección Biografías de la BAC está haciendo, sin duda,
una gran labor divulgativa de personalidades eclesiales, de relie­
ve todas pero no todas suficientemente conocidas no digo ya de
la generalidad de los mortales sino incluso de personas con más
cultura eclesial. Y
don José Rivera Ramírez es una de ellas. No. en
la archidiócesis primada, donde fue un sacerdote de referencia,
pero sí en el resto de España. La Fundación "José Rivera" ha que­
lido dar a conocer a más gente la vida de este sacerdote peculiar
y santo y encargó a
una serie de personas, me imagino que todos
o casi todos sacerdotes "riverianos" una serie de capítulos que
constituyen el presente libro.
Porque en Toledo hay "riverianos". _ Bastantes riverianos. Este
libro
es buena prueba de ello. Que son también ellos unos curas
peculiares. Muy peculiares. Espirituales, ascéticos y pobres. Sobre
todo. pobres. Resultan algo molestos a la mayoría del clero tole­
dano.
Del excelente clero toledano. Porque parece que les dejan
en ma1 lugar. Tanta oración, tanta ascesis, tanta pobreza, tanto
darse a los demás, tanto darlo todo a los demás, pues parece que
deja a los otros como en incón1oda posición. Y eso no_ gusta. A
nú, que me encantan todos los carismas eclesiales, me parece
que en la Iglesia de Dios hay sitio para todos y que no todos tie­
nen que ser iguales. Y que cada uno puede santificarse, y santi­
ficar a los detnás,
de 1nodos distintos.
(•) BAC, Madrid, 2002, 258 págs.
Verbo, núm. 439-440 (2005), 841-873. 841
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Yo no conocí a don José Rivera pero sí he tenido trato, y
mucho, con personas muy próximas a él. Dos
de ellas primos
entre sí y del sacerdote de Toledo. Y
la otra un sacerdote "rive­
riano". Traigo a colación a sus parientes porque algo debe haber
en los genes familiares que im¡Julsa a ser notables a quienes los
llevan en sus células. Y mis dos amigos lo fueron. María de
Pablos y Ramírez de Arellano, Mary para los amigos, fue una
mujer excepcional entregada al apostolado. ¡Cuántas conversa­
ciones
en Madrid y en su preciosa casa gótica de Ayllón, verda­
dero monumento nacional, pueblo tan vinculado a la familia! Y
Pepe Artigas, creo que Ranúrez
de segundo apellido, aunque tal
vez fuera el tercero o el cuarto, conversador amenísimo, de sim­
patía desbordante y autor de un divertido libro, preciosamente
ilustrado
por Mingote, que se titula nada menos que Del arte
de llamarse Pepe
que conservo con cariñosísima dedicatoria. El
sacerdote riveriano se llama Gustavo Johanson Terry. Amigo de
mis hijos y por quien siento enorme cariño. Pero de convivencia
dificilísima. No por su carácter, que es
un bendito de Dios, sino
por el influjo de don José Rivera. ¡Cuántas veces sus padres se
encontraron con un pobre apestoso, no por pobre sino porque
apestaba,
en el salón de su casa porque se lo había encontrado
en la calle y le había invitado a comer o a merendar! Y era inú­
til regalarle unos zapatos nuevos porque a los tres o cuatro' días
se los había cambiado a
un pobre por sus andrajosas zapatillas.
Es un cura riveriano.
T,unbién era don José hermano de aquel simpático persona­
je que fue Antonio Rivera, "el Ángel del Alcázar". Lo que digo,
genes peculiares los de estos Riveras.
Félix del
Valle Carrasquilla es el encargado de la biografía de
nuestro personaje (págs. 13-19). Demasiado sintetizada
pero nos
da
un esbozo de la vida de este sacerdote itinerante preocupado
sobre todo por los se1ninaristas, los· sacerdotes, los pobres y,
entre estos muy especiahnente por los gitanos. Estos últimos fue­
ron quienes llevaron su ataúd a su últirrio funeral. No consintie­
ron ceder
ese honor a nadie. Y ese cura era tan pobre que no
quiso dejar nada en este mundo. Ni su propio cuerpo. Dispuso
que se entregara a la Facultad de Medicina
de Madrid para que
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con él pudieran hacer sus prácticas los estudiantes de Anatonúa.
Se¡,,uro que hay más casos de esta última generosidad. Yo sólo
conozco dos.
El de José Rivera y el de mi queridísimo amigo
Sebastián Mariner.
Pero a veces
no se cumplen los deseos de los hombres. Fue
a
Madrid el cadáver del sacerdote toledano. Y el catedrático
Jitnénez Collado no quiso que los estudiantes hicieran prácticas
con él. Tenía noticia de quien había sido y prefirió que no se
tocase. Tres años después, sabedor don Marcelo de que allí per­
manecía el cuerpo
de don José Rivera intacto hizo las oportunas
gestiones para recuperarlo, cosa que consiguió sin dificultad, y el
24 de marzo de 1994 fue enterrado
en la iglesia del Seminario de
Santa Leocadia bajo una lápida que dice:
"FORMADOR DE SACERDOTES
MAESTRO
DE VIDA ESPIRITUAL
PADRE
DE LOS POBRES"
Quien quiera mayores precisiones sobre su biografia, que
repetimos nos parece totahnente insuficiente, que acuda a
las_
páginas citadas. Nosotros nos lin1itare1nos a consignar las fechas
que abren y cierran su vida en la Ciudad Imperial: 1925-1991
El siguiente capítulo, también de Félix del Valle, nos parece,
en cambio, ttabajado y fundamental par entender a don José
Rivera.
Lo titula "Todo es gracia" (págs. 21-35), pero nos parece
más acertado el
de un simple epígrafe del mismo: "Sacerdote
arrebatado por la Gracia". Gracia con mayúscula. No soy
un
experto en Teología. Pero el capítulo golpea. Fuerte. ¡Ay, si fuec
ran asi todos los curas! Si todos "inhabitasen". Aunque no· sé si
los que so1nos cristianos mediocres seriamos capaces de seguir
esa llan1ada. a la santidad. Pero sin duda conviene que haya sacer­
dotes así. Tan entregados a la Gracia. Movidos por la Gracia.
Siendo Gracia. Otro motivo más para ser mal visto por aquellos
que confían sobre todo en sí. Por 1nuy entregados que sean. Y
no digamos ya por aquellos que no confían ni en Dios ni en
ellos. Pero que quieren que se guarden las apariencias.
José Manuel Alonso Ampuero es el responsable del capítulo
siguiente: "Una presencia de misericordia" (págs. 37-75). Y es
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otro capítulo verdaderamente desagradable. Porque revela todas
nuestras miserias y todas nuestra hipocresías. ¡Qué buenos somos
porque damos una limosna a un pobre o porque estamos suscri­
tos a Cáritas! Y al pobre le damos menos
de lo que en ese día
nos gastamos en unas cervezas. Su amor a Cristo, su entrega a
Cristo, le llevó a aquello que recordaba un parroquiano de sus
primeros días sacerdotales: "para él, pan y agua; todo para los
pobres". "Al recibir su nómina mensual pagaba todo lo que debía
y el resto del dinero lo daba: Dios providente cuidaría de él"
(pág. 44). Bien sé que sería loc\.1ra que todos viviéramos así. Pero
benditos los locos que viven
así. Él tenía 1nuy claro que lo "mío"
es de los "demás" (pág. 45). Y las anécdotas. Qué. seguro que
podrían llenar el libro. "Cuando
un gitano está preso en Ceuta,
deja todo
y hace el camino desde Toledo hasta allí para verle ... y
llevarle una guitarra". "En su primer destino como sacerdote,
parroquia de Santo Tomé en Toledo, compra un colchón para
una pobre pareja ¡amancebada! Cuando su párroco le reprende
por ayudar a quien está en situación inmoral, su respuesta es
inmediata: "sí, pero tendrán que dormir. Además, si Dios hace
salir
el sol sobre buenos y malos, también yo tendré que dar
ayuda trascendiendo la situación moral de las
persona<'.
Y parece ser que se su darse lo itnpregnaba de ternura .. Los
testimonios se multiplican y es imposible recogerlos todos. Su
amor a los pobres, su entrega a los mismos, eran absolutos. Nada
. para él. Todo para ellos. Hasta el punto de pasar hambre física.
Lo daba todo. Y cuando no tenia que dar pedía. No se puede
entender a don José Rivera ni su eclesialidad sin los pobres. Vivía
para ellos aunque sin descuidar nunca larguísimas oraciones noc­
turnas, la dirección espiritual del Seminario y la de numerosas
personas, sacerdotes sobre todo pero también seglares, de quie­
nes fue más que el director de
sus conciencias el cauce por el
que llegaba a borbotones la gracia de Dios. Ahora que conozco
algo a
don José comienzo a entender a Gustavo Johanson. Pero
esa centralidad
en su vida de los pobres y la caridad hasta extre­
mos inverosímiles sobre todo en sus últimos años nada tenía que
ver con una filantropía, que le repugnaba, sino con un inmenso
afán evangelizador. Nada que ver su eclesiología con la famosa
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INFOR,MACIÓN BIBLIOGRÁFICA
de la liberación. La política no tema que ver con don José. Todo
era pura y simple caridad. Inmenso amor.
El siguiente capítulo "Testigo de la Cruz" (págs. 77-94) lo ha
escrito quien parece hermano del autor del anterior, Julio Alonso
Ampuero y se refleja
en él la ascesis de don José, su vida sacri­
ficada, crucificada hasta extremos inverosímiles. Absolutamente
necesario para entender a este sacerdote.
El actual obispo de Tarazona, don Demetrio Fernández
González, redactó el quinto capítulo, "Vivencia del misterio de la
Iglesia" (págs.
95-131) que es mucho más biográfico que intimis­
ta en su primera mitad, aunque en sacerdote de tanta vida inte­
rior co1no don José esos aspectos aparecen siempre. Era, desde
luego, imprescindible dada la absoluta insuficiencia del "Apunte
biográfico" pero aun así nos parece escaso. Quisiéramos saber
muchas cosas más de este sacerdote que un absurdo pudor ecle­
sial, 'tan corriente en los clérigos que se meten a historiadores, se
empeña en hurtarnos. ¿Cómo fueron las relaciones de don José
con sus obispos y la
de estos con él' ¿Cuál su actitud ante el
Concilio y los desmanes que le siguieron? ¿Qué curas se le opu­
sieron y le calumniaron? ¿Qué
irúlujo tuvo en el clero de la archi­
diócesis? ¿Quiénes y cuantos son los "riverianos"? ¿Y cuál es su
actual influjo' ¿Quiénes siguen hoy criticando a don José? Sin res­
ponder a estas preguntas, y a otras análogas, que en el libro que
comentamos no tienen contestación, sie1npre quedará coja una
biografía. Es sin embargo de justicia reconocer que las páginas
que don Deme trio dedica a la eclesialidad de don José, al inmen­
so amor que tenía a la Iglesia, son excelentes.
Chtistopher Hartley Sartorius escribe el siguiente capítulo,
"Vivencia del sacerdocio" (págs.
133-157). Tratándose de don
José Rivera era un capítulo fácil. Que podría tener mucl1ísimas
más páginas. Siempre se sintió sacerdote. Siempre viti.ó su sacer­
docio enamorado. Si se quiere exageradamente enamorado. Es
imposible pedir que todos los sacerdotes sean así. Pero otras serí­
an las diócesis si hubiera
en ellas varios sacerdotes así. Es un
hermosísilno capítulo.
"Maestro de vida espiritual"
es _el siguiente capítulo, obra de
José María Iraburu Larreta (págs. 159-174). Es también interesan-
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INFORltfACIÓN BIBLIOGRÁFICA
te aunque a 1ní, particularmente, me ha irritado un poco tanto
"Rivera y yo". Que no dudo que sea cierto pero aquí estamos
hablando
de Rivera y no de "yo". Pero debemos reconocer que
es una síntesis muy aceptable de las características de la dirección
espiritual de quien fue verdaderamente maestro en tan delicado
menester.
Jordi Girau Reverter escribe las páginas que llevan por título
"Testigo
de la verdad" (págs. 175-216). Me parece una de las cola­
boraciones más flojas
de la obra aunque aporte algún dato de
interés.
La aportación del seglar José Díaz Rincón, "Alentador de
votaciones seglares" (págs. 217-240), es cariñosa, próxima y tam­
bién tlojita.
Tampoco me parece
muy importante el estudio psicológico
que hace Rafael Sancho
de San Román: "Una personalidad psi­
cológicamente rica y madura" (págs. 241-255),
aunque pueda
suscribir sin dificultad lo que el doctor Sancho afirma.
Cierra el libro
un escrito de página y media de don Baldo­
mero Jiménez Duque (págs. 257-258) en el que desde la anci~ni­
dad
retirada evoca al viejo amigo desaparecido.
Don Baldomero afirma que fue "una figura sacerdotal impre­
siona11te". Tras la lectura de este trabajo colectivo no 1ne cabe la
menor duda. Aunque, escrito desde la "Fundación José Rivera",
nos gustaría conocer también opiniones distintas y aun contrarias
a las que aquí se expresan.
Pese a esto último nos parece
un libro del mayor interés, que
se leerá con agrado y
con asombro, y que nos aproxitna a un
sac.erdote que, có1no hubiera unos cuantos como él, otro gallo
nos cantara.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CJGO!lrA
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