Índice de contenidos
Número 439-440
Serie XLIII
- Textos Pontificios
- In memoriam
- Estudios
- Actas
- Información bibliográfica
- Verbo
Autores
2005
José Manuel Cuenca Toribio: Cartas a un joven historiador. Estudios historiográficos
INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
José Manuel Cuenca Toribiá: CARTAS AUN JOVEN
HISTORIADOR. ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS<'>
El profesor Cuenca, uno de nuestros. contemporaneístas más
acreditados, y seguramente el primero en lo que a historia de la
Iglesia se refiere, es también uno de nuestros más prolíficos histo
riadores. De alú que comparezca tan frecuentemente en estas pági
nas desde las que pretendemos informar a los lectores de
Verbo,
seguramente con mejor voluntad que acierto, de algunas _de las
obras que se refieren a
la Iglesia española contemporánea. El cate
drático
_de la Universidad de Córdoba ha hecho aportaciones im
prescindibles para
la historia general y la eclesiástica.· En otras
recensiones hemos estudiado, o
al menos mencionado, sus escri..,
ws sobre los ministros de los Gobiernos de España o sobre los
obispos de nuestra patria
en general o acerca de alguno de ellos
en particular o sobre el catolicismo social y político y sus manifes
taciones.
Son, sin duda, sus obras capitales. Pero, un escritor com
pulsivo, coffio lo es, multiplica artículos, conferencias, ponencias,
comunicaciones, compromisos seguramente en ocasiones, que des
pués recoge en volúmenes que facilitan notablemente el tener que
rastrearlos en publicaciones de complicado acceso.
El trabajo al que ahora nos referimos es uno de estos últimos.
Pero
no es un cajón de sastre en el que se encuentra de todo. Estas
obras
menores,
perd no por ello carentes de importancia, del pro
fesor CU.enea tienen un hilo conductor. Eil muchas es la historia de
la Iglesia1 en alguna la literatura, el andalucismo de los persona
jes ... En la que ahora comentamos, la metodología y la historio
grafía. Y he de empezar por confesar que me interesa mucho más
la segunda que
la primera. Seguro que .se me va a. notar.
Pero algo debemos decir de la metodología. Que, además,
da
título al libro. Las cartas a un joven historiador, tres (págs. 9-26,
69-83, 115-131), se nos antojan
una ficción del historiador que.
ha querido dejar constancia de los saberes acumulados eri. una
(*) Ediciones Encuentro, Mad:rid, 2005, 177 págs.
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Fundaci\363n Speiro
INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
fecunda vida docente e intelectual y transmitirlos a los demás.
¿Cómo debe ser un historiador que se inicia en esa vocación? O,
mejor, ¿cómo debe ser un historiador? Insertas, sin duda, en la tra
dición de las "persas" o las "marruecasn, con un ámbito ciertamente
mucho más restringido, y desde 1ma 1nodestia, en mi opinión exa
gerada y que no corresponde a lo que Cuenca significa. Pero si la
inmodestia irrita
no seré yo quien critique su contrario aunque lo
constate. Sus "recomendaciones" son acertadísimas y ojalá fue
ran seguidas no por los jóvenes sino por todos los historiadores.
Siempre en su línea irenista apunta más de una vez miserias de his
toriadores
¡:>ero se calla los no1nbres. Puedo comprenderle pero
desde mi espfritu malévolo quisiera saber quienes son los bellacos.
Pero, en mi opinión, son los restantes trabajos los verdadera
mente valiosos para la historia. "La influencia de la historiogratfa
francesa sobre la española de la segunda mitad del siglo xx
(Edades Moderna y Contemporánea)" (págs. 27-67) es
un estudio
realmente importante y esclarecedor.
Al que solamente le pondria
una pega. La de la inveterada bondad del historiador con sus cole
gas. Alguno de los cuales,
por ejemplo, Tuñón, no se la merecen.
Las páginas dedicadas a Bloch, Febvre y los Annales son
sumamente ilustradoras, la influencia marxista, la gran figura
de
Braudel, Chaunu ... y, sobre todo, las deudas de. nuestros histo
riadores con esos maestros constituyen un estudio sumamente
logrado. Seguramente son las páginas más originales del libro. Y
las ·más0 reveladoras.
"Gonzalo Fernández de la Mora,
critico historiográfico" (págs.
85-114) es
un estudio sobre la ingente labor que mi admirado y
muy querido amigo llevó a cabo
en ABC durante siete años como
aitico literario. Cuenca estudia únicamente las referencias del
desaparecido intelectual a libros de historia y lo hace de
modo
magistral. La equiparación con Juan Valera me parece acertadísi
ma. Eran almas, si
no gemelas, muy parecidas. Inteligentes, cul
tos, razonalistas, no quiero·escribir racionalistas, escépticos, en el
1nejor sentido de la palabra, poco apasionados, aunque cierta-
1nente
Gonzalo Fernáridez de la Mora, al otro evidentemente no
le conocí, tenía hondas pasiones que su racionalidad dominaba
casi siempre ...
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
La caracterización que hace Cuenca de Gonzalo Femández
de la Mora respecto al siglo xvm me parece muy exacta. Gonzalo,
tan me11éndeipelayista, en eso se separó del santanderino. Yo, en
cambio, estoy con el maestro de los Heterodoxos. Y alguna vez
hablamos de ello
en unas para mi inolvidables y repetidas char
las
en su acogedora . casa de· Poyo. · Fueron muchas horas y
muchos años. Recuerdo, por ejemplo, que allí nos sorprendió el
no1nbramiento de Juan Pablo J. Y los co1nentarios que hicimos.
Por supuesto que es cierto lo que Fernández de la Mora escribió
y la interpretación que hace Cuenca. Pero, para los que tuvimos
la suerte .de ser sus amigos, _ por enci1na de. su acadenricismo,
innegable, hay otro Gonzalo, sobre todo a partir de su primer
infarto. Otro, que se resistía a descubrir pero que se le adivina
ba. Y que
no le importaba que se le adivinase. Aunque no lo
expresara. O
sí. Era mi amigo antes y lo fue después. Yo prefería
al
de después. Y él lo sabía. Era tan listo que se enteraba·de todo.
Esto es
lo que no se debe escribir en una recensión de un libro
pero, a veces,
es imposible no decir lo que siente el alma. Y
Beluca, como él la llamaba,
yo siempre la llamé Isabel, sabe que
digo verdad.
No creo que
su "cierta simpatía" por el regalismo borbónico
respondiera a sus convicciones. Era, 1nás bien, su reacción ante
la jerarquía eclesiástica, bastante deplorable, que le tocó vivir. Y
de la
que le he oído anécdotas muy instructivas. Él conoció, y
sufrió, a Dadaglio muy bien. Y ante tal personaje sólo cabía el
regalis1no. Su "silencio" ante el "jansenis1no11 que "transita _ ex
abundan tia por las páginas del libro de Martínez Albiach", de
muestra que no eran esas sus querencias ni sus esperanzas.
Cuenca señala la identificación de Gonzalo .Fernández de la
Mora con la "Escuela histórica de Pamplona" que acaudilló Fede
rico Suárez. Y que, creemos, el mismo· Suárez dejó 1norir. Las
razones se nos ocultan. Lo que fue verdadera explosión de piro
iecnia espectacular, pese a las notables carencias de algunos de
sus protagonistas, se' apagó tras una notabilísima .demostración de
fuegos ¿artificiales? El profesor Cuenca, uno de sus protagonistas
desde su espléndida biografia de Inguanzo, todavía no superada,
podría hablarnos mucho
de ello.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
No comparto las reservas de Fernández de la Mora sobre
Donoso. Por supuesto, inteligentes. Y con fundamento histórico.
Pero Valdegamas, como todos los genios, desbordaba las
inter
pretaciones al uso. Él iba mucho más allá. Y tuvo esos reconoci
mientos, mucho después de su muerte, aunque
hoy su.figura esté
apagada. Como está apagado todo lo genial. Sin embargo,
Fernández de la Mora reconoce su "lección incitadora y fértil". Y
seguramente es eso lo que tiene Donoso. Y
lo que
le hace actual.
Tantos años después de su muerte.
Las opiniones de Fernández de la Mora sobre "el noble final
de la escisión dinástica" responden ciertamente a su posición
política del momento. Pero,
¿es qué cabía otra? No queremos
decir que ésa fuera buena. Y podríamos aducir mil testimonios
privados, públicos también los hubo, de
que a él no se lo pare
ció
por los resultados. Pero la solución Barbón Parma, sostenida
por quericlísimos amigos, además de inviable, resultó funesta.
Sobre correcciones de última hora de algunos de estos amigos,
hechas ciertamente con la mejor
de las voluntades, no me voy a
pronunciar.
La Institución Libre de Enseñanza y Giner de los Ríos, "aquel
hombre honesto, infatigable e iluminado",
no podían faltar en
este excurso del profesor Cuenca ni en la critica de Fernández de
la Mora. Honestidad personal
no me cabe duda que la tuvo, aun
que esa honestidad creo que no se correspondía con la realidad
histórica. Entiendo
que esa es la que aprecia Gonzalo Femández
de la Mora y
él y yo tenemos abundantes relaciones personales,
por vía política, de familia política, para reconocerlo. La infatiga
bilidad
no se la discute nadie. Que fuera iluminado, cosa que
suscribimos, indica suficientetnente las distancias del autor, tan
poco proclive, desde su racionalidad, a los iluminismos.
Las reservas ante Ángel Herrera de Gonzalo Fernández de la
Mora nos parecen de pura obligación. No personal, sino histo
riográfica. No discutimos las virtudes personales del cardenal
obispo
de Málaga. Ciertas. Pero de la "deliscuescencia" de su
pensamiento político responde la historia.
No entramos ya en consideraciones más modernas. Cuenca
cita, sin entrar en ello, su consideración sobre un libro de otro
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
queridísimo amigo, Juan Vallet de Goytisolo, a quien esta revista,
Verbo, debe su existencia. El pmfesor de Córdoba no se interna
en más profundidades y yo tampoco voy a hacerlo. Solamente
diré que,
en mi pobre opinión, Gonzalo Fernández de la Mora no
leyó con la atención que dedicaba a todas sus criticas, el libro de
Vallet. Pero
su cordialísima relación en la Real Academia de
Ciencia Morales y Políticas, duran!<: tantos años, indica que aque
llo
no pasó a mayores. Fueron amigos. Muy buenos amigos. Y,
de las conversaciones personales que Gonzalo tuvo conmigo,
puedo dejar constancia de ello. Con matices, pensaban lo mismo
y querían lo mismo.
Juan Vallet es ya el único que podría con
tradecirme. Y, por supuesto, si lo hiciera, no iba a polemizar cün
mi queridísimo amigo y maestro en tantas cosas.
Creemos, por tanto, que José Manuel Cuenca ha hecho un
excelente análisis de la crítica literaria, en este caso limitada al
campo histórico,
de Gonzalo Femández de la Mora. Los que la
lean aprenderán no poco del pensamiento de nuestro ilustre poli
tólogo y figura más que notable en otros campos. Ciertamente en
el de la critica literaria.
Concluye Cuenca su trabajo con una "defensa e incluso apo
logía de una conmemoración: 1808-1814", pues el epílogo tiene
menor interés y apenas son seis páginas. Es un trabajo (págs. 133-
165) más voluntarista
que analítico, aunque los saberes de Cuen
ca y la rememoración de cómo se celebró én años anteriores
estén por supuesto presentes, en el deseo de una gran corurie
moración. nacional de aquellos días ante el inmediato segundo
centenario de los mismos. Que un apasionado trabajador _de la
historia, y que la conoce tan bien, se ilusione, señale caminos y
sueñe con realizaciones, lo comprendemos muy bien. Nosotros
somos
m_ucho más escépticos. Acabamos de presenciar, con
indignación dolorida, el silencio denso, oprobioso, repugnante
que se ha hecho en España en el centenario del más excelso de
nuestros monarcas. De una figura verdadera1nente universal que
fue grande en todo. Como reina y como mujer. De Isabel la
Católica. Nada, salvo
la extraordinaria exposición que la Iglesia
toledana montó
en su honór en la catedral primada. Algo más
de eco, pero también escasísimo, tuvo Cervantes que celebraba
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
cumplesiglos por las mismas lechas. No creo, por tanto, que los
hechos que señala Cuenca vayan a suscitar 1nayores entusiasmos
oficiales. Y sin la decidida actuación "oficial" nada importante
se hará.
El Partido Socialista no es heredero de aquello y no se va a
sentir involucrado.
El Partido Popular que tiene un sector liberal,
tampoco. El liberalismo que dice profesar, por unos abierta1nen
te y por otros por considerarlo palabra atractiva y que, en su per
manente síndrome
de Estocolmo, piensan puede lavarles de con
notaciones derechistas, autoritarias o tradicionales, es palabra
hueca y sin sentido. Salvo a un· controvertido comentarista radio
fónico, la Constitución de 1812 a la mayorfa de los militantes y
hasta dirigentes, ni les suena. Y ni el 1
% de los unos y de los
otros la ha leído. Y aun ese mínitno porcentaje, que no es nada,
me parece una cifra desorbitada.
Queda,
por último, la conmemoración de aquella gesta, ver
daderamente heroica,
por la que el pueblo español rehusó afran
cesarse y luchó y murió por su Dios, por su Patria y por su Rey.
Y
de un._modo especialísimo en Cataluña que entonces era, en el
sentir de todos los catalanes, más España que nadie. Pero en días
en que el senti1niento de una patria común está tan diluido, por
emplear
un eufemismo, tampoco creetnos que Zaragoza y Gero
na, Bailén y los Arapiles, el Bmch, Vitoria y San Marcial vayan a
desatar_ los entusiasmos que verdaderamente merecen.
Habrá, sin duda, conmemoraciones locales. Nos
tememos
que escasas y· de poco brillo. Se escribirán artículos y algunos
libros, estos. últimos suponemos que 1nás oportunistas y 1nercan
tilistas ....:..coincidimos totalmente con la caracterización que hace
Cuenca
en el trabajo con el que cierra el libro-, que de investi
gación sólida y memoria perdurable. Y eso será todo
.. Ojalá nos
equivoquemos y el llamamiento que hace el profesor
de Córdoba
tenga muclia más resonancia que la que nos imaginamos. Pero
somos pesünistas.
Y dos observaciones a estas últimas páginas. De mínima
i.t11portanci.:t. Que. segura1nente sobran. En más de una o~asión
nos hemos referido a la generosa bondad del catedrático cordo
bés. Aquí hace una excepción.con otro profesor untversitario: "un
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pedregoso artículo -como todos los escritos salidos de su
pluma-de Rafael Calvo Serer" (pág. 139). No seré yo quien
salga en defensa de tan controvertido personaje. Es más, suscri
bo totahnente lo que dice Cuenca. Pero no es habitual en él una
aitica tan abierta a un colega al que cita por su nombre. La otra
encaja perfectamente
en su habitual bonhomie. La encontramos
en el artículo.con el que cierra el libro: "Mercado e historia con
temporánea" (págs. 167-172). "Un gran historiador recientemente
fallecido, Javier Tusell Gómez
-acaso el más descollante de los
contemporanelstas del siglo
xx-" (pág. 170). Nos parece exage
rado. Segura1nente el afecto y la ¡Jrematura 1nuerte de su colega
movieron más la pluma que la serena imparcialidad a la que nos
tiene acostumbrados.
De su último trabajo apenas señalaremos la inteligente y rea
lísima constatación del 1nercantilismo que en nuestros días se ha
apoderado de la historia en notable medida y que ha tentado a
no pocos acreditados historiadores a buscar un lucro inmediato
con libros oportunistas que apenas son refritos de sus indudables
saberes y que las editoriales reclaman en búsqueda de un bene
ficio pronto y seguro.
libro pues recomendable en el que, como en todos los del
profesor Cuenca, el lector aprenderá historia. Supongo
que sus
lectores tendrán
menor interés por la metodología.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIG01'1A
VV.AA.: DICCIONARI D'HISTORIA ECLESIÁSTICA
DE CATALUNYA (111) ('l
En el Verbo 433-434 de marzo-abril 2005 (págs. 339-345) dimos
cuenta del gran número de errores que aparecían
en este Diccio
nario, acabada 1nuestra de catalanismo eclesiástico y defraudante
1nuestra de buen hacer histórico. Sobre la recensión sostuvimos
(*) 3 vol.s. Barcelona, Generalitat de. Catalunya y Editorial Claret, 1998, 2000
y 2001, 667, 773 y 749 págs.
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José Manuel Cuenca Toribiá: CARTAS AUN JOVEN
HISTORIADOR. ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS<'>
El profesor Cuenca, uno de nuestros. contemporaneístas más
acreditados, y seguramente el primero en lo que a historia de la
Iglesia se refiere, es también uno de nuestros más prolíficos histo
riadores. De alú que comparezca tan frecuentemente en estas pági
nas desde las que pretendemos informar a los lectores de
Verbo,
seguramente con mejor voluntad que acierto, de algunas _de las
obras que se refieren a
la Iglesia española contemporánea. El cate
drático
_de la Universidad de Córdoba ha hecho aportaciones im
prescindibles para
la historia general y la eclesiástica.· En otras
recensiones hemos estudiado, o
al menos mencionado, sus escri..,
ws sobre los ministros de los Gobiernos de España o sobre los
obispos de nuestra patria
en general o acerca de alguno de ellos
en particular o sobre el catolicismo social y político y sus manifes
taciones.
Son, sin duda, sus obras capitales. Pero, un escritor com
pulsivo, coffio lo es, multiplica artículos, conferencias, ponencias,
comunicaciones, compromisos seguramente en ocasiones, que des
pués recoge en volúmenes que facilitan notablemente el tener que
rastrearlos en publicaciones de complicado acceso.
El trabajo al que ahora nos referimos es uno de estos últimos.
Pero
no es un cajón de sastre en el que se encuentra de todo. Estas
obras
menores,
perd no por ello carentes de importancia, del pro
fesor CU.enea tienen un hilo conductor. Eil muchas es la historia de
la Iglesia1 en alguna la literatura, el andalucismo de los persona
jes ... En la que ahora comentamos, la metodología y la historio
grafía. Y he de empezar por confesar que me interesa mucho más
la segunda que
la primera. Seguro que .se me va a. notar.
Pero algo debemos decir de la metodología. Que, además,
da
título al libro. Las cartas a un joven historiador, tres (págs. 9-26,
69-83, 115-131), se nos antojan
una ficción del historiador que.
ha querido dejar constancia de los saberes acumulados eri. una
(*) Ediciones Encuentro, Mad:rid, 2005, 177 págs.
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fecunda vida docente e intelectual y transmitirlos a los demás.
¿Cómo debe ser un historiador que se inicia en esa vocación? O,
mejor, ¿cómo debe ser un historiador? Insertas, sin duda, en la tra
dición de las "persas" o las "marruecasn, con un ámbito ciertamente
mucho más restringido, y desde 1ma 1nodestia, en mi opinión exa
gerada y que no corresponde a lo que Cuenca significa. Pero si la
inmodestia irrita
no seré yo quien critique su contrario aunque lo
constate. Sus "recomendaciones" son acertadísimas y ojalá fue
ran seguidas no por los jóvenes sino por todos los historiadores.
Siempre en su línea irenista apunta más de una vez miserias de his
toriadores
¡:>ero se calla los no1nbres. Puedo comprenderle pero
desde mi espfritu malévolo quisiera saber quienes son los bellacos.
Pero, en mi opinión, son los restantes trabajos los verdadera
mente valiosos para la historia. "La influencia de la historiogratfa
francesa sobre la española de la segunda mitad del siglo xx
(Edades Moderna y Contemporánea)" (págs. 27-67) es
un estudio
realmente importante y esclarecedor.
Al que solamente le pondria
una pega. La de la inveterada bondad del historiador con sus cole
gas. Alguno de los cuales,
por ejemplo, Tuñón, no se la merecen.
Las páginas dedicadas a Bloch, Febvre y los Annales son
sumamente ilustradoras, la influencia marxista, la gran figura
de
Braudel, Chaunu ... y, sobre todo, las deudas de. nuestros histo
riadores con esos maestros constituyen un estudio sumamente
logrado. Seguramente son las páginas más originales del libro. Y
las ·más0 reveladoras.
"Gonzalo Fernández de la Mora,
critico historiográfico" (págs.
85-114) es
un estudio sobre la ingente labor que mi admirado y
muy querido amigo llevó a cabo
en ABC durante siete años como
aitico literario. Cuenca estudia únicamente las referencias del
desaparecido intelectual a libros de historia y lo hace de
modo
magistral. La equiparación con Juan Valera me parece acertadísi
ma. Eran almas, si
no gemelas, muy parecidas. Inteligentes, cul
tos, razonalistas, no quiero·escribir racionalistas, escépticos, en el
1nejor sentido de la palabra, poco apasionados, aunque cierta-
1nente
Gonzalo Fernáridez de la Mora, al otro evidentemente no
le conocí, tenía hondas pasiones que su racionalidad dominaba
casi siempre ...
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
La caracterización que hace Cuenca de Gonzalo Femández
de la Mora respecto al siglo xvm me parece muy exacta. Gonzalo,
tan me11éndeipelayista, en eso se separó del santanderino. Yo, en
cambio, estoy con el maestro de los Heterodoxos. Y alguna vez
hablamos de ello
en unas para mi inolvidables y repetidas char
las
en su acogedora . casa de· Poyo. · Fueron muchas horas y
muchos años. Recuerdo, por ejemplo, que allí nos sorprendió el
no1nbramiento de Juan Pablo J. Y los co1nentarios que hicimos.
Por supuesto que es cierto lo que Fernández de la Mora escribió
y la interpretación que hace Cuenca. Pero, para los que tuvimos
la suerte .de ser sus amigos, _ por enci1na de. su acadenricismo,
innegable, hay otro Gonzalo, sobre todo a partir de su primer
infarto. Otro, que se resistía a descubrir pero que se le adivina
ba. Y que
no le importaba que se le adivinase. Aunque no lo
expresara. O
sí. Era mi amigo antes y lo fue después. Yo prefería
al
de después. Y él lo sabía. Era tan listo que se enteraba·de todo.
Esto es
lo que no se debe escribir en una recensión de un libro
pero, a veces,
es imposible no decir lo que siente el alma. Y
Beluca, como él la llamaba,
yo siempre la llamé Isabel, sabe que
digo verdad.
No creo que
su "cierta simpatía" por el regalismo borbónico
respondiera a sus convicciones. Era, 1nás bien, su reacción ante
la jerarquía eclesiástica, bastante deplorable, que le tocó vivir. Y
de la
que le he oído anécdotas muy instructivas. Él conoció, y
sufrió, a Dadaglio muy bien. Y ante tal personaje sólo cabía el
regalis1no. Su "silencio" ante el "jansenis1no11 que "transita _ ex
abundan tia por las páginas del libro de Martínez Albiach", de
muestra que no eran esas sus querencias ni sus esperanzas.
Cuenca señala la identificación de Gonzalo .Fernández de la
Mora con la "Escuela histórica de Pamplona" que acaudilló Fede
rico Suárez. Y que, creemos, el mismo· Suárez dejó 1norir. Las
razones se nos ocultan. Lo que fue verdadera explosión de piro
iecnia espectacular, pese a las notables carencias de algunos de
sus protagonistas, se' apagó tras una notabilísima .demostración de
fuegos ¿artificiales? El profesor Cuenca, uno de sus protagonistas
desde su espléndida biografia de Inguanzo, todavía no superada,
podría hablarnos mucho
de ello.
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No comparto las reservas de Fernández de la Mora sobre
Donoso. Por supuesto, inteligentes. Y con fundamento histórico.
Pero Valdegamas, como todos los genios, desbordaba las
inter
pretaciones al uso. Él iba mucho más allá. Y tuvo esos reconoci
mientos, mucho después de su muerte, aunque
hoy su.figura esté
apagada. Como está apagado todo lo genial. Sin embargo,
Fernández de la Mora reconoce su "lección incitadora y fértil". Y
seguramente es eso lo que tiene Donoso. Y
lo que
le hace actual.
Tantos años después de su muerte.
Las opiniones de Fernández de la Mora sobre "el noble final
de la escisión dinástica" responden ciertamente a su posición
política del momento. Pero,
¿es qué cabía otra? No queremos
decir que ésa fuera buena. Y podríamos aducir mil testimonios
privados, públicos también los hubo, de
que a él no se lo pare
ció
por los resultados. Pero la solución Barbón Parma, sostenida
por quericlísimos amigos, además de inviable, resultó funesta.
Sobre correcciones de última hora de algunos de estos amigos,
hechas ciertamente con la mejor
de las voluntades, no me voy a
pronunciar.
La Institución Libre de Enseñanza y Giner de los Ríos, "aquel
hombre honesto, infatigable e iluminado",
no podían faltar en
este excurso del profesor Cuenca ni en la critica de Fernández de
la Mora. Honestidad personal
no me cabe duda que la tuvo, aun
que esa honestidad creo que no se correspondía con la realidad
histórica. Entiendo
que esa es la que aprecia Gonzalo Femández
de la Mora y
él y yo tenemos abundantes relaciones personales,
por vía política, de familia política, para reconocerlo. La infatiga
bilidad
no se la discute nadie. Que fuera iluminado, cosa que
suscribimos, indica suficientetnente las distancias del autor, tan
poco proclive, desde su racionalidad, a los iluminismos.
Las reservas ante Ángel Herrera de Gonzalo Fernández de la
Mora nos parecen de pura obligación. No personal, sino histo
riográfica. No discutimos las virtudes personales del cardenal
obispo
de Málaga. Ciertas. Pero de la "deliscuescencia" de su
pensamiento político responde la historia.
No entramos ya en consideraciones más modernas. Cuenca
cita, sin entrar en ello, su consideración sobre un libro de otro
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
queridísimo amigo, Juan Vallet de Goytisolo, a quien esta revista,
Verbo, debe su existencia. El pmfesor de Córdoba no se interna
en más profundidades y yo tampoco voy a hacerlo. Solamente
diré que,
en mi pobre opinión, Gonzalo Fernández de la Mora no
leyó con la atención que dedicaba a todas sus criticas, el libro de
Vallet. Pero
su cordialísima relación en la Real Academia de
Ciencia Morales y Políticas, duran!<: tantos años, indica que aque
llo
no pasó a mayores. Fueron amigos. Muy buenos amigos. Y,
de las conversaciones personales que Gonzalo tuvo conmigo,
puedo dejar constancia de ello. Con matices, pensaban lo mismo
y querían lo mismo.
Juan Vallet es ya el único que podría con
tradecirme. Y, por supuesto, si lo hiciera, no iba a polemizar cün
mi queridísimo amigo y maestro en tantas cosas.
Creemos, por tanto, que José Manuel Cuenca ha hecho un
excelente análisis de la crítica literaria, en este caso limitada al
campo histórico,
de Gonzalo Femández de la Mora. Los que la
lean aprenderán no poco del pensamiento de nuestro ilustre poli
tólogo y figura más que notable en otros campos. Ciertamente en
el de la critica literaria.
Concluye Cuenca su trabajo con una "defensa e incluso apo
logía de una conmemoración: 1808-1814", pues el epílogo tiene
menor interés y apenas son seis páginas. Es un trabajo (págs. 133-
165) más voluntarista
que analítico, aunque los saberes de Cuen
ca y la rememoración de cómo se celebró én años anteriores
estén por supuesto presentes, en el deseo de una gran corurie
moración. nacional de aquellos días ante el inmediato segundo
centenario de los mismos. Que un apasionado trabajador _de la
historia, y que la conoce tan bien, se ilusione, señale caminos y
sueñe con realizaciones, lo comprendemos muy bien. Nosotros
somos
m_ucho más escépticos. Acabamos de presenciar, con
indignación dolorida, el silencio denso, oprobioso, repugnante
que se ha hecho en España en el centenario del más excelso de
nuestros monarcas. De una figura verdadera1nente universal que
fue grande en todo. Como reina y como mujer. De Isabel la
Católica. Nada, salvo
la extraordinaria exposición que la Iglesia
toledana montó
en su honór en la catedral primada. Algo más
de eco, pero también escasísimo, tuvo Cervantes que celebraba
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cumplesiglos por las mismas lechas. No creo, por tanto, que los
hechos que señala Cuenca vayan a suscitar 1nayores entusiasmos
oficiales. Y sin la decidida actuación "oficial" nada importante
se hará.
El Partido Socialista no es heredero de aquello y no se va a
sentir involucrado.
El Partido Popular que tiene un sector liberal,
tampoco. El liberalismo que dice profesar, por unos abierta1nen
te y por otros por considerarlo palabra atractiva y que, en su per
manente síndrome
de Estocolmo, piensan puede lavarles de con
notaciones derechistas, autoritarias o tradicionales, es palabra
hueca y sin sentido. Salvo a un· controvertido comentarista radio
fónico, la Constitución de 1812 a la mayorfa de los militantes y
hasta dirigentes, ni les suena. Y ni el 1
% de los unos y de los
otros la ha leído. Y aun ese mínitno porcentaje, que no es nada,
me parece una cifra desorbitada.
Queda,
por último, la conmemoración de aquella gesta, ver
daderamente heroica,
por la que el pueblo español rehusó afran
cesarse y luchó y murió por su Dios, por su Patria y por su Rey.
Y
de un._modo especialísimo en Cataluña que entonces era, en el
sentir de todos los catalanes, más España que nadie. Pero en días
en que el senti1niento de una patria común está tan diluido, por
emplear
un eufemismo, tampoco creetnos que Zaragoza y Gero
na, Bailén y los Arapiles, el Bmch, Vitoria y San Marcial vayan a
desatar_ los entusiasmos que verdaderamente merecen.
Habrá, sin duda, conmemoraciones locales. Nos
tememos
que escasas y· de poco brillo. Se escribirán artículos y algunos
libros, estos. últimos suponemos que 1nás oportunistas y 1nercan
tilistas ....:..coincidimos totalmente con la caracterización que hace
Cuenca
en el trabajo con el que cierra el libro-, que de investi
gación sólida y memoria perdurable. Y eso será todo
.. Ojalá nos
equivoquemos y el llamamiento que hace el profesor
de Córdoba
tenga muclia más resonancia que la que nos imaginamos. Pero
somos pesünistas.
Y dos observaciones a estas últimas páginas. De mínima
i.t11portanci.:t. Que. segura1nente sobran. En más de una o~asión
nos hemos referido a la generosa bondad del catedrático cordo
bés. Aquí hace una excepción.con otro profesor untversitario: "un
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Fundaci\363n Speiro
INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
pedregoso artículo -como todos los escritos salidos de su
pluma-de Rafael Calvo Serer" (pág. 139). No seré yo quien
salga en defensa de tan controvertido personaje. Es más, suscri
bo totahnente lo que dice Cuenca. Pero no es habitual en él una
aitica tan abierta a un colega al que cita por su nombre. La otra
encaja perfectamente
en su habitual bonhomie. La encontramos
en el artículo.con el que cierra el libro: "Mercado e historia con
temporánea" (págs. 167-172). "Un gran historiador recientemente
fallecido, Javier Tusell Gómez
-acaso el más descollante de los
contemporanelstas del siglo
xx-" (pág. 170). Nos parece exage
rado. Segura1nente el afecto y la ¡Jrematura 1nuerte de su colega
movieron más la pluma que la serena imparcialidad a la que nos
tiene acostumbrados.
De su último trabajo apenas señalaremos la inteligente y rea
lísima constatación del 1nercantilismo que en nuestros días se ha
apoderado de la historia en notable medida y que ha tentado a
no pocos acreditados historiadores a buscar un lucro inmediato
con libros oportunistas que apenas son refritos de sus indudables
saberes y que las editoriales reclaman en búsqueda de un bene
ficio pronto y seguro.
libro pues recomendable en el que, como en todos los del
profesor Cuenca, el lector aprenderá historia. Supongo
que sus
lectores tendrán
menor interés por la metodología.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIG01'1A
VV.AA.: DICCIONARI D'HISTORIA ECLESIÁSTICA
DE CATALUNYA (111) ('l
En el Verbo 433-434 de marzo-abril 2005 (págs. 339-345) dimos
cuenta del gran número de errores que aparecían
en este Diccio
nario, acabada 1nuestra de catalanismo eclesiástico y defraudante
1nuestra de buen hacer histórico. Sobre la recensión sostuvimos
(*) 3 vol.s. Barcelona, Generalitat de. Catalunya y Editorial Claret, 1998, 2000
y 2001, 667, 773 y 749 págs.
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