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Número 439-440

Serie XLIII

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VV. AA.: Diccionari d'Historia Eclesiàstica de Catalunya (III)

INFORMAC!ON BIBLIOGRÁFICA
pedregoso artículo -como todos los escritos salidos de su
pluma-ele Rafael Calvo Serer" (pág. 139). No seré yo quien
salga en defensa de tan controvertido personaje. Es más, suscri­
bo totalmente lo que dice Cuenca. Pero no es habitual en él una
critica tan abierta a un colega al que cita por su nombre. La otra
encaja perfectamente
en su habitual bonhomie. La encontramos
en el artículo con el que cierra el libro, "Mercado e historia con­
temporánea" (págs. 167-172).
"Un gran historiador recientemente
fallecido, Javier Tusell Gómez
-acaso el más descollante de los
contemporaneistas del siglo
xx-" (pág. 170). Nos parece exage­
rado. Seguramente el afecto y la prematura muerte
de su colega
movieron más la pluma que la serena imparcialidad a la
que nos
tiene acostrnnbrados.
De su último trabajo apenas señalaremos la inteligente y rea­
lísima constatación del 1nercantilismo que en nuestros días se ha
apoderado de la historia en notable medida y que ha tentado a
no pocos acreditados historiadores a buscar un lucro inmediato
con libros oportunistas que apenas
son refritos de sus indudables
saberes y que las editoriales reclaman en. búsqueda de un bene­
ficio pronto y seguro.
Libro pues recomendable en el que, como en todos los. del
profesor Cuenca, el lector aprenderá historia. Supongo que sus
lectores tendrán
menor interés por la metodología.
FRANCISCO JOSÉ fERNÁNDEZ DE LA CIG01'A
VV.AA.: DICCIONARI D'HISTORIA ECLESIÁSTICA
DE CATALUNYA (IIl)''l
En el Veibo 433-434 de marzo-abril 2005 (págs. 339-345) dimos
cuenta del gran número de errores que apare~an en este Diccio­
nario, acabada muestra de catalanismo eclesiástico y clefraudante
muestra
de buen hacer histórico. Sobre la recensión sostuvimos
e) 3 vols. Barcelona, Generalitat de Catalunya y Editorial Claret, 1998, 2000
y 2001, 667, 773 y 749 págs.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
una interesante correspondencia con el más importante de los
directores de
la obra, don Albert Manent, en la que por su parte
disculpaba, con más voluntad que argumentos, las muchas inco­
rrecciones señaladas, algunas tan llamativas como las de equivocar
las fechas de nacimiento o fallecimiento de los. dos grandes santo­
nes del catalanismo eclesiástico: el obispo Torras y Bages y el clé­
rigo Carlos Cardó.
Que viene a ser algo así como si en una obra
de la Fundación Francisco Franco se dijera
· que el Generalísimo
nació
en Pontevedra o que nuestra guerra comenzó en 1937.
Señalar tal cúmulo de inexactitudes evidentemente no agra­
dó al último responsable de la obra y, aunque el tono de sus car­
tas es correcto, cosa que le agradezco mq.cho, se le escapó un
calificativo despectivo hacia mi trabajo y me llamó caz amoscas.
No me siento nada molesto
por ello, comprendo el desasosiego
de
don Albert Manent y sin ánimo de producirle más disgustos
sino tan sólo
con el de ilustrar a eventuales lectores y darles
hecho
un trabajo a los responsables del Diccionario con vistas a
una segunda edición voy a ampliar mi primera critica.
No me parece
fácil en estos momentos la reedición de la obra
pues el catalanismo eclesial ha llevado involuntariamente por su
parte a una doble _situación muy poco favorable a que se pueda
hacer
una segunda edición del Diccionario. En primer lugar esta­
mos ante
una crisis eclesial sin precedentes que llevó a Cataluña,
verdaderamente una tierra de santos, a ser la región más seculari­
zada de España. Allí, hoy, todos los parámetros son contrarios a
la Iglesia. Es el lugar donde hay menos vocaciones al sacerdocio,
donde los
matñmonios civiles superan a los eclesiásticos, donde
menos
se pone la cruz a favor de la Iglesia católica en la declara­
ción de renta, donde hay máS contestación eclesial, donde los
obispos son más rechazados por unos o por otros, donde el idio­
ma en vez de unir a los fieles en la alabanza a Dios les separa ...
Sé que no falta quien achaque esto precisamente al catala­
nismo religioso.
Yo no voy a decir tanto. Me limitaré a constatar
la coexistencia de ambos fenón1enos.
Pero hay otra coexistencia que también algunos atribuyen a
ese catalanismo y sobre la que tampoco me voy a pronunciar. Y
es la de esa crisis eclesial con el Tripartito. Y si se quiere con el
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
proyecto de Estatuto que cuando estas líneas se publiquen tal vez
haya dejado de ser proyecto.
Si el catalanismo de Convergencia y
Unión respetaba a la Iglesia y sufragaba la edición del Diccio­
nario, el Gobierno del socialismo, Ezquerra Republicana y los res­
tos del comunismo es abiertamente antieclesial. Nadie
puede pen­
sar que vayan a subvencionar ol>ras como la que venimos comen­
tando. Ni que la Iglesia vaya a sacar la menor ventaja de ellos.
La famosa frase de Torras y Bages de que Cataluña será cris­
tiana o
no será hoy ya no se la cree nadie. La Cataluña que está
naciendo de tantas concausas va. a tener de cristiano lo que yo
de hare krisna. Cierto que quedarán los bellísimos monasterios,
las pinturas románicas, las catedrales ... Pero como en Egipto las
·Pirámides. Como reclamo turístico.
Ojalá me equivoque y
la calda en picado de la Iglesia catalana
se detenga y vuelva a remontar a
las exoelsas cotas que conoció en
el pasado. Yo no soy optimista pero en las cosas de Dios nunca se
sabe.
Es capaz de convertir las piedras en hijos de Abraham. Pero,
sea lo C[Ue sea, no es ese el objeto de esta recensión.
Ni que decir tiene que todas estas moscas que he cazado que­
dan a disposición de los directores de la obra. Y gratuitamente.
No tienen que pagarme nada
por todo lo que contribuirá a que
una eventual segunda edición sea mucho más presentable que la
primera. Sería de pura justicia
el que me citaran entre los colabo­
radores más destacados pero tengo asumido que ello
no va a ocu­
rrir. Sin duda todos los redactores, historiadores acreditad!simos,
no ina1rrieron en palmarias ignorancias sino en una disculpable
negligencia al corregir las pruebas. Los impresentables eran antes
los linotipistas y ahora los ordenadores.
Que se empeñan en dejar
en mal lugar a tanto sabio como en Cataluña hay suelto.
Y
por último está la plaga de las moscas. Porque en este caso
ya es
una plaga. Sin duda don Albert Manent. lo encontrará muy
natural. A
un panal de rica miel. Pero es que las moscas también
van a otros sitios. Y modestamente me permito opinar que, con
tanto
error, el Diccionario e$ otro sitio.
Pues, a cazar más moscas.
Josep M. Totosaus en su extensa voz sobre Acción Católica
nos dice
que se reanudan en "1946 las colonias de vacaciones,
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
inspiradas en las antiguas Colonias Escolares, que morirán como
tantas otras cosas en 1939" O, pág. 12). Pues no, señor Totosaus,
cuando -murieron muchísimas cosas, y 1nuclúsimas personas,
eclesiales no fue en 1939. Fue en 1936. ¿O es que de 1936 a 1939
la Iglesia
pudo mantener sin problema alguno sus colonias esco­
lares? Pero es que además
de vérsele demasiado la oreja va usted
contra lo que dice clarísimamente y en n1ontones de sitios _ el
mismo Diccionario.
Albert Manent se ocupa del jesuita P. Alba(!, pág. 37) y seña­
la su "fonnación integrista" cosa que yo
no le discuto. Pero lo que
se deduce del texto es que
el jesuita por propia voluntad y porque
le gustaba se formó en el integrismo como podía haberlo hecho
en el progresismo,_ en el modernismo o en el marxismo. Pues no,
su formación fue la que le dio la Compañía a él y a todos los jesui­
tas de la época.
Que muchos años después, e independientemen­
te
de su formación, que para todos fue igual, otros hennanos de
Orden eligieran otros caminos es cuestión bien distinta.
Si tomáramos al pie de la letra lo que dice Corts Blay al
hablar
Seis cartas a Iréntco a querer "impugnar las ideas del contrato
social divulgadas
por el siciliano Nicolás Spadalieri" O, pág. 69),
llegaríamos a la conclusión
de Rousseau ni de Spedalieri. Co1no no es así, y sus páginas
sobre este último en su magna obra sobre Félix A.mal (Bar­
celona, 1992, págs. 325 y sigs.) demuestran todo lo contrario,
no sabemos qué opinar al respecto. Tal vez una redacción apre­
surada.
La voz Andreu y Guerrero parece un puro dislate atribuible a
la "Redacción"
O, pág. 79). En primer lugar no sabemos qué pinta
este muerto en este entierro porque de catalán sólo debía tener
el primer apellido. Todas las fuentes que hemos consultado, salvo
Egaña y el Diccionario que le hacen nacer
en Cataluña, dicen que
nació en Tarifa. Y especifican la fecha de nacimiento que ignora
la Redacción. "Fue a Chile, donde se estableció co1no miembro
de la Congregación de Clérigos Menores de Lebrija y a la Isla de
León, donde conoció a Juan Antonio Bauzá". Algo asi como si de
alguien nacido
en Cervera se dijera: fue a Turquía y a Mollerusa.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
De donde parece deducirse que primero fue a Turquía y luego
regresó a
un pueblo de al lado del que nació. Lo de los clérigos
de
Leblija, salvo que en Chile haya un Leblija, se entiende toda­
vía menos. No sabemos si fue a Montevideo desde Chile o desde
la isla
de León que seguramente la Redacción ignora que es el
actual San Femando
en Cádiz. Charcas no está en Chile sino en
Bolivia y obispo auxiliar sólo lo fue de Charcas aunque se inmis­
cuyera en otras jurisdicciones. <:ree1nos que confunde el 1nonas­
terio de Lérez, donde fue recluido por Fémando VII, con Jeiez
de la Frontera. Si se quiere la cliterencia sólo está en la inicial y
en un acento de nada pero aun así.
Creemos que Valentí Girbau i Tapies retrasa en un año el
nacimiento del obispo
de Vich Artalejo o Hartalejo (!, pág. 136).
Creemos también
que Raguer pretende llevar a Balmes a un
can1po mucho más catalanista y liberal de aquel en el que estu­
vo
(!, págs. 186-187), que de catalanista, al menos como hoy se
viene entendiendo, no tenía nada.
Llamar a Perpignan o al Rosellón, Cataluña Norte (1, pág. 198)
cotno lo hace Roig i Montserrat nos parece ¡)or lo menos utópico.
Joaquin Millán y Rubio llama a los conocidfsimos monastelios
gallegos de Poyo y Conjo, El Poyo y El Concho (!, pág. 293).
Para Jordi Ventura i Subirats el famoso
histoliador Modesto
Lafuente es "ultraconservador"
(!, pág. 293). O no tiene ni idea
de quién es o lo confunde
con Vicente de la Fuente.
Ramón Miravall i
Do!, llama al cardenal Guisasola, Guisarola
(1, pág. 309), en lo que estamos dispuestos a reconocer un error
de teclado y no una ignorancia supina, aunque desmerezca el
texto.
Su animadversión por el obispo de Tortosa, Félix Bilbao,
parece excesiva.
Un personaje para nú totalinente desconocido, y supongo
que para la generalidad de los mortales, es el claretiano Agustín
Blanch y Ferrer. Manuel Casanoves y Casals, supongo
que tam­
bién cla.retiano por su enco1niable afán, encomiable para los cla­
retianos, de darnos a conocer a cualquier 1nediocridad de una
congregación llena de 1nediocridades, con honrosas excepciones,
nos da cuenta no sólo de este Agustín sino hasta de dos herma­
nos suyos, de sangre y
de hábito, llamados Jacinto y Benito, a
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
quienes apenas conocerían en su convento a la hora de comer.
Uno
de ellos murió mártir en 1936 y ello haril que quizá le vea­
mos en los altares. Pero sin otro mérito que ese por extraordina­
rio que sea. Aunque puntual. Pues de Agustín se nos dice que
,'fue injustamente incluido entre los libros prohibidos" su obra La
maternidad humana de Mana (Barcelona, 1906), "malinterpreta­
do
por la censura eclesiástica romana" (I, pág. 315). ¡Qué malos
son en Roma! Pero al pobre Agustín ni eso sirvió para darle fama.
Miret Magdalena
no debe saber ni que existió porque en otro
caso nos estaría restregando
opportune et inopportune la existen­
cia
de tan esclarecido teólogo.
Josep M. Marques i Planaguma nos da cuenta de uno de los
innumerables sacerdotes mártires de Cataluña
en 1936, Sane,
entiendo que Sancho, Boada i Calsada (!, pág. 319). Siempre le
había visto citado como Santos y
no como Sancho.
Nuestro ya conocido
Josep M. Totosaus se encarga de la
semblanza de Manuel Bonet i Muixí (!, págs. 332-333). Antifran­
quismo
puro y duro. Y una gran frustración para el catalanismo
eclesial pues murió muy joven. Cuando aún
no había cumplido,
o acababa de cumplir, los 56 años. No recuerdo ahora si los audi­
tores
de la Rota Romana por la Corona de España, en este caso
la
de Aragón, eran de presentación del Jefe del Estado. En el caso
de que lo fuerenen 1950 fue presentado Bonet. Eso es lo que se
llama
una persecución. Y la de 1936, agua de borrajas.
AAV, que en el Índice de siglas de colaboradores no se nos
dice quien es, aunque
por el tomo II sabemos que es Aureli Álva­
rez Villa, desconoce la fecha del fallecimiento del jesuita Agustín
Cabré
(!, pág. 373). En mi decidido afán por mejorar tan mejora­
ble Diccionario le comunicó
que murió el 24 de febrero de 1892
en Palma de Mallorca.
Ahora una ausencia, que se debería llenar en el caso de una
reedición. La del vicario capitular de Solsona, Ramón Casals, en
años complicados, hasta que h, diócesis recuperó obispo, aunque
sólo lo fuera el de Vich con carácter de Administrador apostóli­
co,
por breve tiempo, hasta que les llegó el residencial.
Joaquín Millán y Rubio
no sabe cuando nació Manuel Casa­
mada
(!, 460). Yo, desde luego, no pongo la maoo en el fuego
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
por Gil Novales pero en su Diccionario biográfico del Trienio
Liberal, también plagado
de errores, nos dice que en 1772. No
habrá
que creerse todo lo que dice pero es de obligada lectura
para escribir sobre la época.
Antón Jordá i Fernández y Albert Manen! abren dos voces
para la misma persona
(!, págs. 581-582 y 584). El obispo de
Menorca y Teruel Comes y Vida! a quien el primero llama Comas.
Pero no sólo se contradicen en una letra. El primero le mata en
1905 y el segundo en 1906. El pifiazo es notable. Me refiero sobre
todo a darlo
por duplicado.
Todas las referencias
que he visto del nacimiento del arzo­
bispo Costa y Fornaguera
lo sitúan en 1831, Ramir Viola lo ade­
lanta a 1828
(!, pág. 647).
Antón Jordá hace a Echánove y Zaldívar obispo
in partibus de
Leucosia, diócesis inexistente, cuando lo fue de Nicosia (11, pág.
49). Y el espacio
que le dedica nos parece sumamente escaso.
Antoni Pladevall i Font dedica gran extensión a la voz
Esglésía Católica a Catalunya
(11, págs. 98-105). No tengo ningún
reparo
que oponer a la extensión. Ya bastantes a su contenido.
No entraré a analizar unos siglos
que desconozco. Me limitaré a
los contemporáneos.
"La mayoría de los católicos de Cataluña,
aconsejados por el clero, se decantaron por el carlismo o el abso­
lutismo, mientras que, como reacción, el gobierno liberal proce­
día a la exclaustración de todos los religiosos (1831-1837) y a la
desamortización
de los bienes eclesiásticos (1836 y 1841), hecho
que, unido a la matanza de religiosos y, antes a la supresión de
los diezmos
y otros privilegios eclesiásticos, acabó por generar
un rechazo total de los católicos contra el gobierno liberal. En
realidad lo que pasaba era que la Iglesia se resistía a perder los
privilegios
de los que gozaba hasta entonces y no aceptaba un
estado que no fuese confesional" (11, pág. 102).
Vaya sarta
de disparates mezclados con algunas verdades.
Hasta la muerte
de Fernando VII e incluso en los primeros
momentos
de María Cristina -las Cortes de Cádiz, Napoleón y el
Trienio eran agua pasada y no tenían nada que ver con 1831-
no hubo ninguna exclaustración. La supresión efectiva de los
diezmos fue posterior a la matanza
de frailes y no anterior. Claro
que la Iglesia se resistía a que se suprimieran Jas órdenes reli-
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
giosas y a que se le despojara de sus bienes. Sólo faltaba que bai­
lara
por alegrías. Y el Estado seguía siendo confesional. En la
Constitución
de Cádiz, en la de 1837 y en la de 1845.
"Se calcula que en Cataluña fueron asesinados unos 2.500
sacerdotes y religiosos y un número muy superior de laicos por
el simple hecho de haberse significado en el campo católico" (II,
pág. 104). Ciertísimo
y nada que oponer. O algo sí. Porque, ¿es
significarse ser sacerdote o monja o ir los domingos a misa? Y
2.500 asesinados entre los curas.
No molestados, inquietados,
multados ... Asesinados.
Pero luego vino lo peor.
Lo que acabamos de decir fue una
bagatela. Lo verdaderamente grave vino después. "La dictadura
del general Franco restauró inmediatamente el culto
y reparó las
iglesias,
pero con un carácter triunfalista y de represión contra
todo aquello que tenía un carácter catalán; se acuñó el apelativo
de rojo-separatista,
que se aplicaba indistintamente a cualquier
iniciativa autónoma, y así los movimientos de formación de gru­
pos, como el scoutismo católico que promovía siempre con ries­
go el sacerdote Antonio Batlle, tenían carácter clandestino, como
la celebración de actos de culto durante la guerra civil. El monas­
terio
de Montserrat y sus publicaciones fueron durante mucho
tiempo un símbolo de resistencia a las arbitrarias disposiciones
del gobierno y un símbolo de la catalanidad oprimida; ensegui­
da se sumaron otros pequeños grupos y el obispo Ramón Mas­
nou,
de Vich, que amparó publicaciones religio~as y populares
en catalán. El despertar de la conciencia del catolicismo catalán
fue obra más
de pequeños grupos que de propuestas de la jerar­
quía, mayoritariamente no catalana, sujeta a distados extranjeros
y partidaria de celebrar actos multitudinarios y triunfales, como el
XXXV Congreso Eucarístico Internacional, que tuvo lugar en
Barcelona en 1952, o grandes asambleas generales de Acción
Católica. A partir
de la década de 1955 a 1965, coincidiendo con
un comienzo de apertura política del régimen y en especial con
los nuevos aires aportados por el Concilio Vaticano Il (1962-
1965), aparece
una nueva vitalidad en el catolicismo catalán,
manifestada
en la reanudación de la edición de revistas (Serra
d 'Or, Criterion, Qüestions de Vida Cristiana) y de libros hechos
para editoriales
como Estela, Publicacions de l'Abadia Montserrat,
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Nova Terra y otras. La acción decidida en 1966 de grupos católi­
cos catalanes consiguió
que las diócesis catalanas fueran provis­
tas con obispos del país.
Se reanudaron muchas actividades y la
Iglesia catalana volvió a tener plena conciencia de su identidad,
incluso antes de que cayera la dictadura franquista. La jerarquía
comenzó a institucionalizar reuniones periódicas y cristalizó la
celebración de un concilio de la Tarraconense (1994) orientado a
tomar el pulso del estado y necesidades
de nuestro cristianismo,
y
que fue visto con poca simpatía por la Conferencia Episcopal
Española y
por el Vaticano, que retrasó injustificadamente su
reconocimiento. Cabe remarcar el papel de eclesiásticos en el
campo de la cultura: historiadores, científicos, archiveros, teólo­
gos, liturgistas, etc., entre los cuales sobresale el jesuita Miguel
Batllori. El catolicismo catalán, consciente de su papel minorita­
rio
en una sociedad despreocupada por el problema religioso,
lucha por ofrecer caminos
de diálogo y formas que hagan atra­
yente la
fe. La creación de una Conferencia Episcopal Catalana,
propugnada
por un grupo de religiosos y laicos militantes, se ve
como una necesidad para tomar el pulso de nuestro cristianismo y
proponer los medios y los caminos para vivir la fe en un mundos
hostil o cada
vez más materializado y hedonista" (II, pág. 104).
Perdóneseme la larga cita
pero me parecía absolutamente nece­
saria para acreditar
la miseria del Diccionario y para reflejar la actual
situación del catolicismo
en Cataluña. Porque lo refleja muy bien.
La tremenda persecución religiosa que padeció Cataluña, no
conocida ni en los días romanos, está perfectamente descrita. En
muy pocas líneas. Y en el resto de las páginas del Diccionario no
se oculta. Aparecen innumerables nombres de sacerdotes asesi­
nados sin que se oculte el hecho de su asesinato, de iglesias
devastadas, de arte desaparecido. Esta no es una publicación
comunista, o socialista, o anarquista que quiera ocultar o
disimu­
lar aquellos hechos. Pero, a su lado, la verdadera persecución
que sufrió la Iglesia
en Cataluña fue por el franquismo.
Yo no voy a negar errores e incluso puñeterías de aguerridos
militantes del "Movimiento" contra algunos catalanes. Qué segu­
ro
que molestaron innecesariamente. ¿Pero es que alguien fusiló
a Batlle?
¿O a algún otro cura catalán? Los otros a 2.500. Qué se
dice pronto. ¿Alguien fusiló a monseñor Masnou? ¿O le metió en
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
la cárcel? Los otros a monseñor Irurita, obispo de Barcelona, a
monseñor Huí,c, obispo de Lérida y a monseñor Borrás, obispo
auxiliar
de Tarragona. Y los restantes salvaron de milagro. ¿Que­
maron Montserrat o asesinaron a sus monjes? Toda comparación
es de broma. De broma macabra y miserable.
Pero llegaron los nuevos tiempos. ¿Dónde está la primavera? Y
las revistas y editoriales citadas
han desaparecido prácticamente
todas
en el olvido. A la situación actual del catolicismo en Cataluña
ya me he referido antes. Y los epígonos de la nueva Jerusalén ya
se contentan con ser una minotia en una sociedad despreocupada
por el hecho religioso. Parece que ya a lo único que aspiran es a
abrir caminos
de diálogo por los que no quiere transitar nadie y
por hacer atrayente una fe que cada vez atrae a menos gente. Pues
como para
que se sientan felices en su descomunal fracaso.
"La plena época de las catacumbas del franquismo", en frase de
Josep M. Pinyol i Font (11, pág. 213) fueron una época dorada com­
parada con las verdaderas catacumbas. Aquellas
de las que si salía
un cura sab'ia que era camino de la cuneta de alguna carretera.
La voz González Martín, de la que es autor Joan Bada i Elías
(11, págs. 298-299) resulta muy cicatera con don Marcelo y no es
cierto que acogiese "a sectores conservadores del clerq en un
seminario especial". Todos sus seminaristas estaban acogidos en
el seminario diocesano que de especial sólo tenía el estar lleno
cuando los otros estaban vacíos.
La semblanza que hace Raguer del obispo Guitart OI, págs.
343-344) es la de esos héroes imaginarios que sólo existen en la
imaginación
de quien crea las leyendas. "Resistió las presiones
para que se pasase a la zona llamada ,nacional, y eludió tanto
como
pudo firmar la carta colectiva de los obispos españoles".
Pero sin que nadie le obligase se pasó a esa zona y también sin
que nadie le pusiese una pistola al cuello firmó la carta colectiva.
Por el relato parece que Franco retrasó
un año la conquista de
Cataluña para fastidiar al obispo de Urge!. Y ya lo que es de auro­
ra boreal es lo de que "se negó a colaborar en la represión contra
los vencidos".
Lo que sin duda hacían los demás obispos. Bueno,
los
que quedaban porque los asesinados poco podían colaborar.
Albert Manen! calla del clérigo y alcalde comunista
de Santa
Coloma de Gramanet, Luis Hernández, antes Alcacer y ahora
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
parece que Alciisser, primero, que fue expulsado del Ecuador y
segundo y más grave,
que simultaneaba todo: la clerecía, la alcal­
día, la simpatía del cardenal Jubany, la compañera, la nueva com­
pañera, las disputas entre ambas
... Comprendo la discreción ante
hechos que
no son públicos pero estos los conoce toda Cataluña.
Hay una fundadora
que se llama Llimargues para Paulina
Almerich i Padró (II, pág. 423) y Llimargas, pásmense ustedes,
para la misma Paulina
(II, pág. 495).
Todo el mundo sabe
que Carlos III expulsó de sus dominios
a la Compañía de Jesús
en 1767. Bueno, no todo el mundo,
Antón Jordá i Femandez
-ya es catalanismo escribir el Femán­
dez
con acento grave y digo catalanismo por no decir estupi­
dez-nos dice que fue en 1769 (II, 463).
Albert Manent
al hablar del clérigo secularizado Joan Llopis
dice
que se dedicó a divulgar la reforma litúrgica "en Cataluña,
en España y en América latina" (II, pág. 502). Él se creerá otra
cosa
pero hasta el momento Cataluña es España.
Para Salvador Ramon i Vinyes parece
que casi lo único bueno
que hizo el arzobispo tarraconense López Peláez fue aprender el
catalán (II, 516).
La voz López Pulido, escrita por Jesús Castells i Serra (II, 516),
es un modelo de simpatía hacia este obispo de Urge! de quien
apenas dice
que llegó a la diócesis "acompañado de un herma­
no camal, de otro de religión, un sobrino, un clérigo, dos pajes
y un cocinero".
A Joan Baptista Manyá se le dedica una extensión desmesu­
rada
(II, págs. 538-540), más que, por ejemplo a San Antonio
Maria Ciare! o al obispo Urquinaona, cualquiera de ellos muchí­
simo más importantes para la historia eclesiástica
de Cataluña que
este clérigo
que dentro de unos años apenas nadie sabrá quien
fue. Pero como era catalanista, pues venga incienso.
Josep M. Mundet i Gifré es responsable de un importantisimo
hallazgo histórico. Encontrar guerrilleros carlistas mucho antes
que el carlismo apareciera. Así, no sólo nos dice que Antonio
Marañón, "El Trapense", muerto en 1826, era guerrillero carlista,
sí, "guerriller carlí" sino que también fue carlista la Regencia de
Urge! que, como todo el mundo sabe, menos Mundet, era pura y
exclusivamente fernandina. También considera que la subleva-
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
ción realista contra el Trienio liberal fue la primera guerra carlis­
ta (II, pág. 542). Descomunal la ignorancia.
El artículo sobre el obispo de Tortosa, Moll y Salord, de
Ramon Miravall i Dol~ es especialmente sectario (II, págs. 642-
643). Era
un "ultraderechista de la confianza y al servicio del
general Franco". "Siempre impulsado
por el simplismo y la obs­
tinación, abrió un nuevo seminario y la casa diocesana, y actuó
enérgicamente
en el campo de la enseñanza, incidiendo en los
centros oficiales
y creando los colegios religiosos de la Inma­
culada y San Luis". Cualquier lector imparcial juzgaría favorabi­
lísimamente estas actuaciones del obispo pero para el señor
Miravall parece que sólo fue obra del simplismo y la obstinación.
"Se hizo internacionalmente famoso por su escandaloso discurso
de exaltación cuasi sacra del general Franco con motivo de la
inauguración del monumento a la batalla del Ebro, en Tortosa
(1966)". Pues el obispo debía creer, y
no sin razón, que el triun­
fo de Franco había salvado a la Iglesia en Cataluña y en el resto
de España. Y lo diría. Seguramente sería consciente de que él
mismo había salvado la vida
de milagro pues de haber estado en
Tortosa el 18 de julio tal vez hubiera sido el cuarto obispo de
Cataluña asesinado. Y lo de la fama internacional nos parece
simplemente una tontería.
"El dictador le quiso premiar con honores y dineros pero
tuvo que renunciar a ello bajo las presiones de Roma". No se
entiende bien qué honores especiales podía conceder Franco a
un obispo de los que no gozaran otros. ¿Las tropas iban a ren­
dirle
armas? ¿En vez de la marcha de infantes sonaría en su honor
el himno nacional? ¿El gobernador civil cuando se dirigiera a él
le trataría
de Su Santidad en vez de Ilustrísimo y Reverendísimo
Señor? Patrañas. Y dineros,
para el seminario u otras obras podría
darle los que quisiera sin que Roma tuviera nada que decir. No
conozco
un solo caso en el que Pablo VI obligara a devolver los
dineros
que se recibían del Estado. Que no eran pocos.
Y ahora
un lamento muy propio, y muy repetido, del catala­
nismo.
"Al crearse la diócesis de Segorbe-Castellón se dejó quitar
un gran trozo de la diócesis situada en el País Valenciano y en
Aragón, rompiendo una unidad casi tan antigua como el mismo
catolicismo". Pues tampoco. El obispo Moll no se dejó quitar
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INFORMACIÓiV BIBLIOGRÁFICA
nada. El arreglo fue entre la Santa Sede y el Gobierno español. Y
seguramente al obispo le hizo escasa gracia. Cierto
que durante
siglos había sido pacífica la pertenencia eclesial
de unos pueblos
valencianos a
una diócesis catalana. Porque sólo se trataba de
cuestiones religiosas. Y el obispo era solamente un sucesor de los
Apóstoles. Naciera donde naciera. Ello no tenía la menor impor­
tancia. Cuando se hizo cuestión política todo se rompió. Entre
otras cosas la mejor parte de la diócesis de Tortosa. Y si no perdió
más pueblos fue
por no hacerla inviable. Después vino la Franja
de Poniente de Lérida. Otra diócesis que ha quedado práctica­
mente imposible. Y antes o después Tortosa perderá las poblacio­
nes
que son valencianas y no catalanas. Y veremos desaparecer
dos diócesis históricas, Solsona y Tortosa, absorbidas
por Lérida y
Tarragona.
Se lo han buscado solos. Pues que lo lloren ellos.
Que el Concilio
no le debió agradar mucho, me lo creo. No fue
el único. Cuarenta años después es el mismo Papa quien habla de
dos Concilios, uno de los cuales resultó penoso. "Fue destituido
por la Santa Sede a petición de un grupo de tortosinos creyentes
0969)". Pues tampoco fue exactamente asi. Viéndose permanente­
mente desautorizado
por el nuncio Dadaglio que in-tentaba gober­
nar su diócesis en una injerencia abusiva y anticanónica renunció
el obispado. Y no fue el único obispo español que lo hizo. La sirua­
ción actual de Vitoria, la única diócesis de España que no cuenta
hoy con un solo seminarista cuando los tenía a centenares, nos
puede atestiguar sobre lo acertado o lo errado de la medida.
Miquel deis Sants Gros se equivoca al llemar Belloch al car­
denal Benlloch (II, pág. 693).
Canalejas
en 1912 no era minístro sino presidente del Go­
bierno (III, pág. 10) pese a lo
que diga Aureli Alvarez Villa.
El obispo de Perpignan que cita Rotll:l. Serres Bria no se lla­
maba Gaussail (III, pág. 77) sino Goussaill.
Ramir Viola i Gonzalez, otro que pone el acento llano en un
apellido tan archicatalán como González, nos traza la semblanza
del obispo
de Lérida, don Aurelio del Pino, del siguiente modo:
"de posición muy conservadora y españolista, tan humilde
en la
vida privada como aparatoso en la pública, muy celoso de su
autoridad, en 1955, en la consagración de la catedral, pronunció
un sermón de elogio a Franco que fue muy protestado porque le
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
llamó ,el dedo de Dios," (III, pág. 93). Realmente imperdonable
en una catedral cuyo obispo había sido asesinado muy pocos
años antes. Habrá lector que crea que por el mismo Franco. Pero
es que del texto mismo se deduce que pese a haber nacido en
Riaza fue un obispo extraordinario. ¿Qué tendrá que ver en su
historia un sermón de agradecimiento? Aunque estuviera equivo­
cado. Pero
para estas gentes eso constituye el acto más relevan­
te de su espléndido pontificado.
El intento de Isabel Juncosa i Ginesta de hacer de Pla y
Deniel un antifranquista notorio que tuvo con el régimen "serios
enfrentamientos" (III, pág. 103) es una auténtica fantasía moruna.
Sin negar algunas discrepancias puntuales en las que no es que
la sangre no llegara al río es que ni siquiera hubo sangre.
Josep Clara i Resplandis llama
al obispo de Barcelona Jaime
Catalá, José
(III, pág. 115).
La inclusión de Allan Kardec por Jordi Ventura i Subirats (III,
pág. 257) nos parece realmente pintoresca.
La voz Secretariat d'Apostolat Laical, redactada por Josep M.
Pinyol i Font no la traemos aquí por encontrar en ella errores sino
porque, obra de uno de los protagonistas, da cuenta de la ya
mencionada injerencia del nuncio Dadaglio en el gobierno de las
diócesis y su intervención
en el vuelco de la Iglesia española. Nos
parece
uno de los artículos más interesantes del Diccionario (III,
págs. 409-410).
Al obispo de Barcelona Sichar, a quien se hartaron de llamar
Sitjar, cuando Joan Bada i Elias redacta su voz escribe correcta­
mente su apellido aragonés
(III, pág. 445).
Valentí Serra cree que Carlos III, muerto en 1788 y Pío VII,
nombrado Papa en 1800 pudieron tener relaciones de rey a Pon­
tífice
(III, pág. 446).
Pues también muchas moscas
en esta segunda entrega de
las mismas. Y seguramente
si otro día me diera por cazarlas de
nuevo me temo que aparecerían otras tantas. Lo dicho. De panal
de rica miel, nada.
Tanta mosca ha acudido a otra cosa.
FRANCISCO JOSÉ fERNÁNDEZ DE LA C!GOÑA.
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