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Número 449-450

Serie XLIV

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Ciencia y acción del hombre y verdad y providencia divina

CIENCIA Y ACCIÓN DEL HOMBRE
Y VERDAD Y PROVIDENCIA DIVINA
«Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres»
«Un contexto como el académico invita de un modo muy peculiar a
”entrar de nuevo en el tema de la crisis de cultura y de identidad, que
”en estos decenios se presenta no sin dramatismo ante nuestros ojos.
»La Universidad es uno de los lugares más cualificados para tratar
”de encontrar los caminos oportunos para salir de esta situación, pues en
”ella se conserva la riqueza de la tradición que permanece viva a lo largo
”de los siglos —y precisamente la biblioteca es un medio esencial para
”conservar la riqueza de la tradición—; en ella se puede ilustrar la fe-
”cundidad de la verdad cuando es acogida en su autenticidad con espíri-
”tu sencillo y abierto.
»En la Universidad se forman las nuevas generaciones, que esperan
”una propuesta seria, comprometedora y capaz de responder en nuevos
”contextos al interrogante perenne sobre el sentido de la propia existencia.
”Esta expectativa no debe quedar defraudada. El contexto contemporá-
”neo parece conceder primacía a una inteligencia artificial cada vez más
” subyugada por la técnica experimental, olvidando de este modo que
”toda ciencia debe defender siempre al hombre y promover su búsqueda
”del bien auténtico. Conceder más valor al «hacer» que al «ser» no ayuda
”a restablecer el equilibrio fundamental que toda persona necesita para
”dar a su existencia un sólido fundamento y una finalidad válida.
»En efecto, todo hombre está llamado a dar sentido a su obrar sobre
”todo cuando se sitúa en el horizonte de un descubrimiento científico que
”va contra la esencia misma de la vida personal. Dejarse llevar por el
”gusto del descubrimiento sin salvaguardar los criterios que derivan de
”una visión más profunda haría caer fácilmente en el drama del que se
”hablaba en el mito antiguo: el joven Ícaro, arrastrado por el gusto del
”vuelo hacia la libertad absoluta, desoyendo las advertencias de su ancia-
”no padre Dédalo, se acerca cada vez más al sol, olvidando que las alas
687Verbo,núm. 449-450 (2006), 687-692.
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”con las que se ha elevado hacia el cielo son de cera. La caída desastrosa
”y la muerte son el precio que paga por esa engañosa ilusión. El mito
”antiguo encierra una lección de valor perenne. En la vida existen otras
”ilusiones engañosas, en las que no podemos poner nuestra confianza, si
”no queremos correr el riesgo de consecuencias desastrosas para nuestra
”vida y para la de los demás.
»El profesor universitario no sólo tiene como misión investigar la ver-
”dad y suscitar perenne asombro ante ella, sino también promover su
”conocimiento en todos los aspectos y defenderla de interpretaciones reduc-
”tivas y desviadas. Poner en el centro el tema de la verdad no es un acto
”meramente especulativo, restringido a un pequeño círculo de pensadores;
”al contrario, es una cuestión vital para dar profunda identidad a la
”vida personal y suscitar la responsabilidad en las relaciones sociales (cf.
”Ef4, 25). De hecho, si no se plantea el interrogante sobre la verdad y
”no se admite que cada persona tiene la posibilidad concreta de alcan-
”zarla, la vida acaba por reducirse a un abanico de hipótesis sin referen-
”cias ciertas.
»Como decía el famoso humanista Erasmo: “Las opiniones son fuen-
”te de felicidad barata. Aprender la verdadera esencia de las cosas, aun-
”que se trate de cosas de mínima importancia, cuesta gran esfuerzo”
”Elogio de la locura, XL, VII). Este es el esfuerzo que la Universidad
”debe tratar de realizar; se lleva a cabo mediante el estudio y la investi-
”gación, con espíritu de paciente perseverancia. En cualquier caso, este
”esfuerzo permite entrar progresivamente en el núcleo de las cuestiones y
”suscita la pasión por la verdad y la alegría por haberla encontrado.
»Siguen siendo muy actuales las palabras del santo obispo Anselmo
”de Aosta: “Que yo te busque deseando; que te desee buscando; que te
”encuentre amando; y que te ame encontrándote” (Proslogion,1). Ojalá
”que el espacio del silencio y de la contemplación, que son el escenario in-
”dispensable donde se sitúan los interrogantes que la mente suscita, en-
”cuentre entre estas paredes personas atentas que sepan valorar su impor-
”tancia, su eficacia y sus consecuencias tanto para la vida personal como
”para la social.
»Dios es la verdad última a la que toda razón tiende naturalmente,
”impulsada por el deseo de recorrer a fondo el camino que se le ha asig-
”nado. Dios no es una palabra vacía ni una hipótesis abstracta; al con-
”trario, es el fundamento sobre el que se ha de construir la propia vida.
”Vivir en el mundo “veluti si Deus daretur” conlleva la aceptación de la
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”responsabilidad que impulsa a investigar todos los caminos con tal de
”acercarse lo más posible a él, que es el fin hacia el cual tiende todo (cf.
”1 Co15, 24).
»El creyente sabe que este Dios tiene un rostro y que, una vez para
”siempre, en Jesucristo se hizo cercano a cada hombre. Lo recordó con
”agudeza el concilio Vaticano II: “El Hijo de Dios, con su encarnación,
”se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de
”hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hom-
”bre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo
”verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en
”el pecado” (Gaudium et spes,22). Conocerlo a él es conocer la verdad
”plena, gracias a la cual se encuentra la libertad: “Conoceréis la verdad
”y la verdad os hará libre”(Jn 8, 32)».
BENEDICTOXVI: Discurso durante la visita a la pontifi-
cia universidad lateranense, sábado 21 de octubre. L’Osserva-
tore Romano,edición semanal en lengua española, año 43
(1974), 27 de octubre de 2006.
No hay conflicto entre la providencia de Dios y la acción del hom-
bre en el mundo.
«El creciente “avance” de la ciencia, y especialmente su capacidad de
”controlar la naturaleza a través de la tecnología, en ocasiones ha ido
”acompañado por una correspondiente “retirada” de la filosofía, de la
”religión e incluso de la fe cristiana. De hecho, algunos han visto en el
”progreso de la ciencia y de la tecnología modernas una de las principales
”causas de la secularización y el materialismo: ¿por qué invocar el domi-
”nio de Dios sobre esos fenómenos, cuando la ciencia ha mostrado su pro-
”pia capacidad de hacer lo mismo?
»Ciertamente, la Iglesia reconoce que el hombre “gracias a la ciencia
”y a la técnica ha ampliado y continuamente amplía su dominio sobre
”casi toda la naturaleza”, de manera que “muchos bienes que esperaba
”antes principalmente de fuerzas superiores, hoy se los obtiene ya con su
”propia habilidad” (Gaudium et spes, 33).
»Al mismo tiempo, el cristianismo no plantea un conflicto inevitable
”entre la fe sobrenatural y el progreso científico. El verdadero punto de
”partida de la revelación bíblica es la afirmación de que Dios creó a los
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”seres humanos, los dotó de razón, y les dio el dominio sobre todas las
”criaturas de la tierra. De este modo, el hombre se ha convertido en ad-
”ministrador de la creación y en “ayudante” de Dios.
»Si pensamos, por ejemplo, en cómo la ciencia moderna, al prever los
”fenómenos naturales, ha contribuido a la protección del ambiente, al
”progreso de los países en vías de desarrollo, a la lucha contra las epide-
”mias y al mundo de las expectativas de vida, resulta evidente que no hay
”conflicto entre la providencia de Dios y la acción del hombre. En efecto,
”podríamos decir que la labor de prever, controlar y gobernar la natura-
”leza, que la ciencia hace hoy más factible que en el pasado, forma parte
”del plan del Creador.
»Sin embargo, la ciencia, aunque es generosa, da sólo lo que puede
”dar. El hombre no puede poner en la ciencia y en la tecnología una
”confianza tan radical e incondicional como para creer que el progreso de
”la ciencia y la tecnología puede explicarlo todo y satisfacer plenamente
”todas sus necesidades existenciales y espirituales. La ciencia no puede
”sustituir a la filosofía y a la revelación, dando una respuesta exhaustiva
”a las cuestiones fundamentales del hombre, como las que atañen al sen-
”tido de la vida y la muerte, a los valores últimos, y a la naturaleza del
”progreso mismo.
»Por esta razón, el concilio Vaticano II, después de reconocer los be-
”neficios conseguidos gracias a los progresos científicos, señaló que “el
”método de investigación utilizado por estas disciplinas se considera sin
”razón como la regla suprema para hallar toda la verdad”, y añadió
”que “existe el peligro de que el hombre, confiando demasiado en los mo-
”dernos inventos, crea que se baste a sí mismo y que no busque ya cosas
”más altas” (ib.,57).
»La posibilidad de predicción científica también plantea la cuestión
”de las responsabilidades éticas del científico. Sus conclusiones deben guiar-
”se por el respeto a la verdad y por un reconocimiento honrado tanto de
”la exactitud como de las limitaciones inevitables del método científico.
”Ciertamente, esto significa evitar predicciones innecesariamente alar-
”mantes, cuando no se apoyan en datos suficientes o superan la actual
”capacidad de la ciencia de hacer previsiones. Al mismo tiempo, se debe
”evitar lo contrario: callar por temor ante los auténticos problemas.
»La influencia de los científicos en la formación de la opinión públi-
”ca, en virtud de su conocimiento, es demasiado importante como para
”ser contrarrestada por una indebida precipitación o por una publicidad
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”superficial. Como dijo en cierta ocasión mi predecesor el Papa Juan
”Pablo II: “Los científicos, precisamente porque ‘saben más’, están llama-
”dos a ‘servir más’. Dado que la libertad de que gozan en la investigación
”les permite el acceso al conocimiento especializado, tienen la responsabi-
”lidad de usarlo sabiamente en beneficio de toda la familia humana”
”(Discurso a la Academia pontificia de ciencias,11 de noviembre de
”2002: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de no-
”viembre de 2002, pág. 7).
»Queridos académicos, nuestro mundo sigue contando con vosotros y
”con vuestros colegas para comprender claramente las posibles consecuen-
”cias de muchos importantes fenómenos naturales. Pienso, por ejemplo,
”en las continuas amenazas al medio ambiente que afectan a poblaciones
”enteras, y la necesidad urgente de descubrir fuentes de energía alterna-
”tivas, seguras y que estén al alcance de todos.
»Los científicos encontrarán el apoyo de la Iglesia en su esfuerzo por
”afrontar estas cuestiones, porque ha recibido de su divino Fundador la
”misión de guiar las conciencias de los hombres hacia el bien, la solida-
”ridad y la paz. Precisamente por esta razón, considera que tiene el deber
”de insistir en que la capacidad de la ciencia de predecir y controlar no
”se debe emplear jamás contra la vida y la dignidad del ser humano, sino
”que debe ponerse siempre a su servicio, al servicio de esta generación y de
”las futuras.
»Hay, por último, una reflexión que nos puede sugerir hoy el tema de
”vuestra asamblea. Como han puesto de relieve algunas de las relaciones
”presentadas en los últimos días, el mismo método científico, al acumular
”datos, procesarlos y utilizarlos en sus proyecciones, tiene limitaciones in-
”herentes que restringen necesariamente la posibilidad de predicción cien-
”tífica en determinados contextos y enfoques. Por tanto, la ciencia no
”puede pretender proporcionar una representación completa y determinis-
”ta de nuestro futuro y del desarrollo de cada fenómeno que estudia.
»La filosofía y la teología pueden dar una importante contribución a
”esta cuestión fundamentalmente epistemológica, por ejemplo, ayudando
”a las ciencias empíricas a reconocer la diferencia entre la incapacidad
”matemática de predecir ciertos acontecimientos y la validez del principio
”de causalidad, o entre el indeterminismo científico o contingencia (ca-
”sualidad) y la causalidad a nivel filosófico, o más radicalmente entre la
”evolución como origen de una sucesión en el espacio y en el tiempo, y la
”creación como origen último del ser participado en el Ser esencial.
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»Al mismo tiempo, hay un nivel más elevado que necesariamente
”trasciende todas las predicciones científicas, a saber, el mundo humano
”de la libertad y la historia. Mientras que el cosmos físico puede tener su
”propio desarrollo espacio-temporal, sólo la humanidad, estrictamente
”hablando, tiene una historia, la historia de su libertad. La libertad,
”como la razón, es una parte preciosa de la imagen de Dios en nosotros,
”y no puede reducirse nunca a un análisis determinista.
»Su trascendencia con respecto al mundo material debe reconocerse
”y respetarse, puesto que es un signo de nuestra dignidad humana. Negar
”esta trascendencia en nombre de una supuesta capacidad absoluta del
”método científico de prever y condicionar el mundo humano implicaría
”la pérdida de lo que es humano en el hombre y, al no reconocer su sin-
”gularidad y trascendencia, podría abrir peligrosamente la puerta a su
”explotación».
BENEDICTOXVI: Discurso a la Academia pontificia de
ciencias, con ocasión de su asamblea plenaria, lunes 6 de
noviembre. L’Osservatore Romano,edición semanal en lengua
española, año XXXVIII, núm. 46 (1977), 17 de noviembre
de 2006.
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