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Número 473-474

Serie XLVII

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Meditación sobre Eugenio Zolli y el sentido sobrenatural del pueblo judío

 

1. Lo entenderás después

Cuando leí por primera vez el libro de Eugenio Zolli, Antes del Alba, escribí en la última página: dieciséis de septiembre de 2006; me quedé unos momentos con el libro entre las manos, le hice un lugar en mi biblioteca justamente detrás de mí para tenerlo al alcance.

Y aquí estoy de nuevo. Leí también el libro de Judith Cabaud El rabino que se rindió a Cristo. Muchos temas esenciales que había estudiado más de cincuenta años atrás –cuando escribí El hombre y la historia– vinieron a mí más vivos que nunca, sobre todo al ve r cómo se “fundían” en Cristo el Antiguo y el Nuevo Testamento. Quizá por eso (porque ahora no me interesa otra cosa) estas líneas no constituyen una investigación académica; lejos de ello son solamente testimonio de una meditación que prescinde de todo aparato crítico-bibliográfico porque no lo necesita ni lo desea. Sólo citaré en el contexto el lugar de Antes del alba y al pie de página las veces que acudo al libro de Cabaud[1].

Cuando el Señor se arrodilló para lavar los pies a Pedro, éste se opuso. Y Jesús le dijo “lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora. Lo entenderás «después» (Jn 13, 7)”.

Muchos judíos se disgustaron y muchos cristianos no tienen noticia. Pero lo entenderán después: el 13 de febrero de 1945, el gran Rabino de Roma Israel Zolli y su mujer, recibieron el sacramento del Bautismo en la capilla adjunta a la sacristía de Santa María de los Ángeles, en Roma.

Zolli no se convirtió porque lo habían perseguido, tampoco por obra de Pío XII; “esta conversión fue motivada por el amor de Jesucristo, un amor que derivó de mis meditaciones sobre las Escrituras” (pág. 305); no se le debería llamar propiamente “conversión”; simplemente “irrumpió la luz en mi alma”; “Él dijo: Sígueme” (pág. 307). Lo llamaba como a todo hebreo desde siempre y lo encontró: Éste es y, como el Bautista, lo señaló. “Éste es el Cordero de Dios”. Cuando era un estudioso de Isaías no lo entendia todavía; ahora lo entendía. Después de todo, el primer expositor de la cristiandad (de la doctrina de Cristo) fue un hebreo , decía Zolli, un hebreo, Saulo, “que nunca renegó de su fe” (pág. 7).

 

2. El Crucifijo de Estanislao

Volvamos con Zolli a sus años infantiles: Israel Zoller, como era su nombre, siendo un niño, en su Galizia polaca se preguntaba: “¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo? ¿Por qué lo ha hecho?”[2].

Intuía el niño que la forma más alta de conocimiento es el amor: pero algo había que no le satisfacía. Cuenta un episodio con un compañerito: al volcarse su frasquito de tinta manchó sus útiles y su ropa. No pasó más nada; pero afirma que él era malo: no estaba indignado, no sentía odio ni desprecio, ni acusó a su compañero: “no odio y no perdono”; simplemente, el otro pasa a ser nada. Es lo que Zolli llama su mancha negra (pag. 50-51) y ahora, que ha llegado la hora de comprender, se pregunta: “¿quién me dará la fuerza de no anular, sino de amar allí donde no he sabido acompañar; ni sé amar?”. Sólo Jesucristo (pág. 52). En casa de su compañero Estanislao había un Crucifijo y “en algunas ocasiones levantaba los ojos, no sé por qué, hacia el crucifijo, y luego los fijaba en él durante largo tiempo” (pág. 57). El día de la Expiación (yom kippur) a fines de septiembre, se preguntaba: él era bueno; entonces “¿Por qué lo crucificaron?” (pág. 57). En ese tiempo Cristo no interesaba; sobre esa persona sólo el silencio; “de Cristo no se habla ni se pregunta. Interesa a los cristianos pero no a nosotros” (pág. 69); sin embargo, “a la puerta del alma ha empezado a llamar alguien invisible” (pág. 73); ¿el Siervo de Dios? No lo sé. “¿Quién era el Siervo de Dios?” (págs. 75-77); alguien llama: quizá sea el Innombrable Yhwh (págs. 78-79).

Israel sufre, espera, ahora no entiende. A veces se queda mirando interiormente el Crucifijo de su amigo Estanislao.

Paso por alto las alternativas de su preparación, de sus estudios que le conducirán a ser un doctísimo escriturista. Hay algo más que quiere germinar.

 

3. “Dios sufre”

Israel siente “un hambre extraña” (que no era de pan físico ni de conocimiento de los textos) “sino un deseo de paz y de muerte”; “alma herida” que se pregunta “quién es el Siervo de Dios” (según lee en Isaías); ¿sufre Dios? Sufre su Siervo… ¿quién es? “Se me vino a la cabeza la amplia habitación de Estanislao y… Él” (págs. 73, 76, 77); Él, Él, “cuya voz me llama-llama a todos” (pág. 79).

Sí, Dios sufre a causa del hombre que peca; “siempre está herido” sufre por Israel en el exilio… Zolli sabe entonces que no es el Dios de los filósofos y más tarde le escandaliza que se pueda hablar del “motor inmóvil” aristotélico que asimiló Maimónides hasta donde podía hebreamente, como pasó a los escolásticos cristianos. No. El Dios que golpea a Zolli es el revelado en la respuesta de Jesús cuando le arrestaron en el monte. Él dijo: “soy yo”. Los que iban en su búsqueda retrocedieron y cayeron porque en arameo les dijo: “yo soy el Señor; Yo soy Él, yo soy Dios” (Jn 18, 8). Así lo habían reconocido los discípulos en la barca (Mt 14,33) y los espíritus inmundos (Mc 3, 11; Lc 4, 41) (cfr. págs. 95-96).

El siervo sufriente de Isaías es el Cristo de la Pasión de los Evangelios: investido de la realeza mesiánica, “en Él, como dice Cabaud, las profecías del Antiguo Testamento encuentran su cumplimiento”; es “el vencedor de Satanás” que supera toda medida al enseñar que hay que perdonar a los enemigos[3].

Es misterioso para el lector que Zolli aún no afirmara lo que él mismo había dicho años antes: “Sólo existe una religión verdadera, revelada por Dios en el Sinaí” (pág. 100); faltaba agregar que la religión de Israel, del Israel nuevo es la Iglesia Católica; aún podríamos retroceder mucho más, a la narración de lo acontecido en 1917 cuando Zolli dejó el lápiz súbitamente y comenzó a invocar el nombre de Jesús: “apareció como en un gran cuadro, sin marco, en el ángulo oscuro de la habitación. Lo contemplé largo rato…” (pág. 126). Él mismo lo explica: “uno no se convierte ni antes ni después, ni cuando quiere o prefiere, sino sólo cuando llega la llamada” (pág. 127).

 

4. El misterio del pueblo judío y la Cruz de Cristo

La lectura y meditación de Antes del alba tiene la virtud de hacernos “tocar” el misterio soterológico y mesiánico del pueblo de Israel. Cuando faltaban muchos años para su Bautismo, Zolli afirmaba el “todo armonioso” del Antiguo y el Nuevo Testamento (pág. 123) y comenzaba a sentir un espontáneo amor a Jesucristo (pág. 127).

El gran escriturista hebreo y a la vez el hombre pío, señalaba en su juventud la “infiltración” del mero cumplimiento de la Ley en el “amor a Dios”; podemos leer en Jeremías (31, 31-34) el anuncio de “una alianza nueva” inscrita “en las tablas del corazón humano”, pero violada, no cumplida, a la espera de la vigilia de la luz, “la Jerusalén superior” que es Cristo-Amor (pág. 163). Aquí el israelita alcanza su cumplimiento como lo dice Bergson en su testamento (su Bautismo de deseo) y como lo cumple Edith Stein (cf. pág. 124-125, 168-171); al ingresar al Carmelo se preparaba “para llevar la Cruz de Cristo que en ese momento se colocaba sobre el pueblo judío”.

Al leer los hermosos textos de Zolli, vuelve a mi memoria la doctrina de San Agustín, porque coinciden totalmente. Para el gran hiponense Israel se parte en dos y siempre es testimonio de Cristo afirmativamente o negativamente: Et dividetur Israel in duo: “Israel quedará dividido en dos partes” dice San Agustín: una contra Cristo, otra con Cristo, el Israel de la esclava y el Israel de la libre; agrega el Santo que “el Antiguo Testamento (…) tiene un solo valor, el dar el testimonio del Nuevo. Mientras uno lee a Moisés (como hacía Zolli) se echa un velo sobre su corazón, y al pasar a Cristo se descorre el velo”[4].

El Zolli de Il Nazareno (Udine, 1938) siete años antes de su Bautismo, estaba todavía “dividido” aunque descorriendo “el velo” que había puesto Moisés, pero faltaba, desde dentro de la meditación de la Escritura, para que descorriera el velo y descubriera a Cristo. Mientras tanto, en su propio corazón vivía el inmenso drama sobrenatural del pueblo hebreo, como enseña San Agustín: “in libris suffragatores, in cordibus nostri hostes, in codicibus testes”[5].

Podríamos traducir el texto: “en sus libros nuestros sufragantes (suffrago, concedo por medio de un voto) en sus corazones nuestros adversarios (también puede traducirse como enemigos) en las Escrituras nuestros testigos”. Aún ante el velo de Moisés, sufragantes porque votan (y esperan) a Quién ha de venir: en la medida en que la medianidad soteriológica es invertida cuando rechazan al Esperado, Anás, Caifás y quienes les han seguido son adversarios del Cristianismo; el nuevo Israel nace con Cristo (el Verbo se hizo hebreo) con Pedro y Andrés, con Santiago y Juan … y con todos nosotros que constituimos el Israel Nuevo (la Iglesia). Descorrido el velo, los hebreos que rechazan a Cristo secularizan la Promesa y el reino es el mundo y, con él, el dominio del mundo. No existe neutralidad posible para el judío. Eugenio Zolli es un perfecto testigo; él, que también conocía las Escrituras, hizo como el Bautista señalando a Cristo: ¡Éste es! Zolli develó el velo de Moisés. No fue propiamente un “convertido” sino un judío, que alcanzó su hebreidad, su plenitud como judío, al reconocer al Mesías: ¡éste es!

La Iglesia los Viernes Santos, reza por los judíos. El antiguo texto era elocuentísimo: “Oremus et pro perfidis Judeaeis: ut Deus et Dominus noster auferat Velamen de cordibus eorum: ut et ipsi agnoscant Jesus Chistum Dominum nostrum”. El verdadero sentido y correcta traducción de “perfidis Judaeius” es “por los judíos que no creen” en Cristo, precisamente porque tienen un velo en su corazón. Recordemos que Pío XII ofreció esa aclaración. La evolución semántica ha hecho que muchos creyeran que decía algo así como los “perversos” judíos. No, siempre dijo y quiso aludir a la no creencia en Cristo porque tienen el corazón velado. Ahora la Iglesia lo quitó para evitar los malentendidos, pero el sentido es el mismo, el mismo que comprendió Zolli.

Además la oración aludía a “la obcecación” que les impedía creer y rogaba que “conociendo la luz de tu verdad, que es Cristo, sean liberados de sus tinieblas”. Esta oración no se pronuncia doblando las rodillas sino de pie como corresponde al pueblo peregrino para que, desde su diáspora de la no-fe, reencuentre el Jordán de aguas vivas y se transfigure en los nuevos hebreos para quienes vino primero. El Verbo se hizo Carne podría también traducirse: “el Verbo se hizo hebreo” para la salvación de los hombres.

La misión sobrenatural del pueblo sacro, esencialmente soteriólogica, se cumple con Cristo. Así como San Juan Bautista al reconocerle desaparece, así el pueblo en cuya carne vino el Mesías debe desaparecer para renacer transfigurado en la Nueva Sinagoga que es la Iglesia Católica. De lo contrario, los Anás, los Caifás harán del Reino un reino de este mundo a cuyo dominio absoluto aspiran precisamente porque es intramundano. Zolli comprendió –descorrido el velo– que el Reino es Cristo, que el Reino no es de este mundo, que el Reino está en el corazón del hombre inhabitado por la gracia de Cristo.

 

5. Los dos testamentos y la Eucaristía

Eugenio Zolli, cuando era Israel Zolli, había descubierto que “Dios sufre”, que “alguien invisible” le llama (págs. 78-79), que algo inaudito le es comunicado: amad a vuestros enemigos (págs. 101-103). Con sus primeros escritos que coinciden con su estancia en Florencia, ve que los dos Testamentos “se fundían en un todo armonioso” (pág. 123), que el “siervo sufriente” de Isaías (págs. 49-50, 60-64) es el Mesías… y que el Mesías es Jesús de Nazaret. También sabe que debe hacer lo que quiere la Virgen Inmaculada (pág. 178). El Antiguo Testamento se cumple cuando se funde en el Nuevo, visible especialmente en la Eucaristía: cuando el Señor dice “haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19) él sabe que el término hebreo significa “un eterno presente ”; el cristianismo empezaba a ser para mí, casi inconscientemente… la primavera” (pág. 190) y su libro Il Nazareno, antes de ni siquiera pensar en hacerse católico, “era una glorificación inconsciente del Cristianismo”. Por eso “de repente, en 1945, un irrumpir fulgurante de luces”; Él es, Éste es: “Cristo dijo: Sígueme”. “Y yo le seguí” (pág. 192).

 

6. Las visiones de Cristo

Como lo vieron y “sintieron” Bergson, Edith Stein, Husserl Reinach, Landsberg, Picard en la Iglesia Católica, única Iglesia y única religión verdadera, el hebreo se encuentra a sí mismo en Cristo[6]. Como Bergson, Zolli se comprendió a sí mismo como judío, sólo cuando encontró al Pobre de Yahvé, el Cristo.

Ahora sabemos que este acontecimiento el día del Yom Kippur en octubre de 1944, estuvo precedido y acompañado de hechos extáticos extraordinarios. Un año antes de su Bautismo, presidiendo las liturgias religiosas en la Sinagoga, se sintió alejado del ritual y “vi con los ojos de la mente un prado” (…). “En ese prado vi a Jesucristo vestido con un manto blanco y encima de su cabeza el cielo azul. Experimenté la mayor de las paces interiores”; Él le dijo: “estás aquí por última vez”… “la contestación de mi corazón fue: Así sea, así será, así debe ser”. Una hora más tarde, su mujer Emma le reveló: “Hoy, mientras estaba delante del Arca de la Torah, me pareció como si la figura blanca de Jesús impusiese Sus manos sobre tu cabeza, como si te estuviese bendiciendo”. Su hija Miriam le llamó desde su habitación y al acudir Zolli, la niña le dijo: “Sabes papá, esta noche estaba soñando con un Jesús muy alto y blanco, pero no recuerdo qué es lo pasaba después” (págs. 313-314). Zolli sí lo sabía (cfr. también J. Cabaud, págs. 94-96).

 

7. La persecución y la figura gigantesca de Pío XII

Mientras tanto, los judíos padecían la más atroz persecución y las leyes antijudías de la Alemania de Hitler habían sido impuestas a Italia. Paso por alto los detalles de las penurias sufridas por el gran Rabino de Roma (que el lector puede seguir en la obra de Cabaud) para concentrar la reflexión sobre la santa figura de Pío XII. Zolli escribió en 1945: “El judaísmo tiene una gran deuda de reconocimiento con su Santidad el Papa Pío XII” (Cabaud, pág. 83) que había comenzado en 1938 cuando advertía a peregrinos belgas: “es imposible para un cristiano tomar parte alguna en el antisemitismo… en el nombre de Cristo; nosotros somos la progenie espiritual de Abraham” (pág. 84). Es casi imposible enumerar cuanto hizo Pío XII sin alargar excesivamente este ensayo: el mensaje de 1942, el de 1943, año de la toma de Roma por el Reich, la secreta advertencia del embajador alemán en el Vaticano; la intervención de Pío XII podría desencadenar una violencia aun mayor (pág. 85); la apertura de los lugares de culto, de conventos, monasterios, familias amigas, suspensión de las clausuras en casas religiosas, muchas veces con gran riesgo personal (pág. 86). Se sabe que más de 400.000 judíos salvaron su vida gracias a Pío XII como lo proclamó y agradeció Golda Meier. El Papa disponía de información que le hacía saber que si consideraba en público la persecución, la violencia contra los judíos y católicos alemanes sería mucho mayor. Como dice Cabaud, “e l Papa era como un hombre obligado a trabajar entre los locos de un hospital psiquiátrico. Hizo lo que pudo” (pág. 103).

Una parte importante de los judíos “caracterizados” bajo la potestas diaboli en la vieja Sinagoga vacía porque no tiene a Cristo, continuaron siendo “in cordibus nostri hostes”; por eso se desató, por un lado una lluvia de calumnias contra Pío XII y hoy se rebelan (¿con qué derecho?) contra la beatificación del Papa Pacelli; por otro, un manto de silencio y también de calumnias cae sobre Zolli (cf. Cabaud págs. 98-103).

Anás y Caifás no quieren verlo, aunque le hayan visto hacer milagros… en sábado. Y parece que no saldrán de las tinieblas del sábado del mundo hasta que llegue el luminoso Domingo del fin de fines.

 

8. La muerte santa de Eugenio Zolli

Dios ha querido que los judíos sean “in cordibus testes” en las Escrituras nuestros testigos, más aún: ellos son los testigos positivamente como kefas (roca), negativamente como Anás. Pero siempre testigos. Zolli tuvo viva conciencia de ello. Por eso decía: “yo he renunciado a nada. El Cristianismo es el cumplimiento de la Sinagoga. La Sinagoga era una promesa y el Cristianismo es el cumplimiento de esa promesa. La Sinagoga señalaba al Cristianismo; el Cristianismo presupone la Sinagoga. Ver, por tanto, cómo la una no puede existir sin la otra”.

Por eso para mí (hebreo de la Nueva y eterna Alianza) no tienen sentido esas “oraciones compartidas” de un pseudo ecumenismo sensiblero. Nosotros tenemos que rogar por los judíos, nuestros hermanos mayores, para que reconozcan al “Dios que sufre” que es Cristo Jesús y a la única y definitiva Sinagoga Verdadera que es la Iglesia Católica Apostólica Romana.

Todo esto ocurrió misteriosamente en el corazón de Eugenio Zolli. Sintió que el Señor ya quería tenerlo en la morada que le estaba reservada y le permitió profetizar su propia muerte. Una semana antes confió a una monja que le atendía: “Moriré el primer viernes de mes a las tres de la tarde, como Nuestro Señor” . Después de recibir a Cristo eucaristía, “murió a las tres de la tarde, como Cristo. Era el primer viernes de mes” (Cabaud, pág. 113).

Esperamos que nuestro hermano Eugenio transite pronto el proceso de beatificación.

Así se cumplirán para nosotros peregrinos, sus propias palabras con las cuales concluye su libro Antes del alba: “¡Ven Señor Jesús! Te espero”.

 

[1] Eugenio Zolli, Antes del alba. La conversión del Rabino de Roma: autobiografía, 323 págs. Trad. Ana Corzo. Presentación y Epílogo de Enrico de Bernard (nieto de Zolli), Ediciones Palabra, Madrid, 2004; Judith Cabaud, El rabino que se rindió a Cristo, 128 págs., trad. de M.ª del Mar Velasco, Prólogo de Vittorio Messori, Voz de papel, Madrid,2004.

[2]  Judith Cabaud, Op. cit., pág. 24.

[3] Op. cit., págs. 51-53.

[4] De Civ. Dei., XVII, 7, 3 y 4; he desarrollado este tema en mi obra juvenil, El hombre y la historia, págs. 133, 134, Guadalupe, Bs. As., 1959, 2.ª ed., págs. 203, 204, Folia Universitaria, Guadalajara (México, 2005).

[5] De fide rerum quae non videntur, VI, 9, in fine.

[6] Cfr. el hermoso libro de otro converso hebreo, John M. Oesterreicher Siete filósofos judíos encuentran a Cristo, 485 págs. Pról. de Jacques Maritain, trad. de M. Fuentes Benot, Aguilar, Madrid, 1961.