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Número 477-478

Serie XLVII

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Santiago Cantera Montenegro, O.S.B.: Antonio Molle Lazo (1915-19369. Juventud, ideales y martirio

Santiago Cantera Montenegro, O.S.B.: ANTONIO MOLLE LAZO (1915-1936). JUVENTUD, IDEALES Y MARTIRIO, Ediciones Scire, Barcelona 2009. 13 x 19 cm, 136 págs.

Le habían reventado un ojo, cortado las orejas y probablemente la nariz; de su cuerpo todavía manaba sangre, que manchó un crucifijo y el suelo de la iglesia donde se celebraba su primer funeral. Nadie se atrevió a limpiarlos; los asistentes dejaron en su sitio los oscuros lamparones y recogieron como reliquias el crucifijo y diversos objetos personales del que ya tenían por mártir y santo.

No se trata de una historia sacada de las Actas de los Mártires. No es la narración de la muerte de San Cipriano, que en el 258, murió degollado bajo la persecución de Valeriano y fue acompañado al campo de su martirio por una multitud de fieles que extendieron sábanas donde había de caer su cuerpo, para que no se perdiera ni una gota de la sangre del mártir. Tampoco es la historia de un suplicio a la manera de Bizancio, donde los verdugos, al servicio de las intrigas medio palaciegas, medio teológicas, se entretenían en sacar los ojos y cortar la lengua antes de rebanar la cabeza a los enemigos del Basileus. No, es la descripción de unos acontecimientos que han presenciado los contemporáneos de nuestros padres o abuelos, y que sucedió aquí, en Peñaflor, a orillas del Guadalquivir, en Sevilla.

Su protagonista no fue un gran obispo del siglo tercero, ni un abad enfrentado a las herejías trinitarias o defensor de las imágenes contra los iconoclastas del siglo VIII, sino de un muchacho de lo más corriente, hijo de un agente comercial de poca monta, p reocupado por obtener trabajo, como cualquier joven de hoy, y cuya madre le propinó un bofetón por llegar tarde a casa. Eso sí, sus diversiones transcurrían en el círculo carlista de Jerez y sus disputas y peleas callejeras se producían porque no consentía que se blasfemara en su presencia o porque pegaba carteles de la Comunión Tradicionalista. Es decir, que ese chico tan corriente no era nada común. Era Antonio Molle Lazo, que, en 1936, defendiendo Peñaflor con unos cuantos requetés del Tercio de la Virgen de la Merced, fue aprisionado por los milicianos. Le torturaron largamente, instándole a gritar “muera la religión” o “viva Rusia” para salvar la vida, igual que los procónsules romanos prometían la libertad a los cristianos que juraran por la divinidad del emperador. Él sólo contestaba dando vivas a Cristo Rey y a España. Murió finalmente fusilado con los brazos en cruz y gritando otra vez “¡viva Cristo Rey!”. No le dieron el tiro de gracia para prolongar el sufrimiento.

Chesterton, Tomás Walsh y Luis de Wohl, cada uno con su estilo, muy diferente en conjunto a la ampulosidad retórica de otras épocas, son egregios ejemplos de la literatura hagiográfica, cultivada desde sus primeros tiempos por el cristianismo con esmero y profusión. Dentro de ese género literario, la biografía de los mártires y la descripción de su sacrificio ocupan un lugar destacado, no sólo porque su vida suele ser ejemplar, sino porque no hay testimonio más creíble que el que ha sido sellado por la tortura y la muerte. Otro importante capítulo es la biografía de santos todavía no reconocidos por la Iglesia, que se han escrito con el fin de obtener su beatificación y canonización. Conocida es la importancia que tal efecto tiene la vox populi de los católicos y la difusión de la devoción al santo.

Fray Santiago Cantera, digno émulo de otro conocido biógrafo de santos, Fray Justo Pérez de Urbel, benedictino, como él, de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, ha publicado recientemente un libro sobre Molle Lazo, que se inscribe en esas dos categorías hagiográficas. Aunque avezado historiador profesional ya antes de entrar en la orden de san Benito, aunque doctor y profesor universitario, aunque autor de minuciosas investigaciones y profundos ensayos, Santiago Cantera ha descendido de su pedestal académico para ofrecer una semblanza asequible a cualquiera.

El libro, ameno y emotivo, sintetiza en pocas páginas cuanto hace falta para entender lo que ocurrió en Peñaflor, aquella tarde del 10 de agosto del 36 en que mataron a Antonio. Narra, desde luego, su vida y sacrificio, pero, a la par, describe las circunstancias históricas en que se desarrollaron los hechos, así como los ideales carlistas que inspiraron la heroica muerte de ese requeté que fue Molle Lazo. Toda esa información, sabia y ágilmente dosificada, escrita con contagiosa emoción, logra su primer propósito de inflamar el deseo de emulación para quienes vivimos en mundo cada vez más parecido al del protagonista. Verdad es que no hay peligro inmediato de que torturen a los confesores de la fe en España. Pero las próximas leyes laicistas sí darán ocasión para el enfrentamiento, para sufrir el menosprecio, el ridículo y la sensación de abandono, incluso por parte de los eclesiásticos. A la postre, a tales padecimientos por Jesucristo se refiere la última bienaventuranza, y bueno es tener ejemplos próximos que imitar.

Quiere esta obra, además, favorecer en lo posible la beatificación y canonización de Molle Lazo. Porque, setenta años de su martirio, a pesar de su extendidísima fama de santidad, basada en testimonios directos de su martirio, a pesar de los favores que se le atribuyen y de los precedentes, todavía no ha alcanzado los altares. Uno de los aspectos más interesantes del trabajo de Cantera es la muy convincente argumentación a favor de la beatificación, por la que empieza y termina su obra.

En suma, un libro fácil de conseguir y de leer, pequeño en tamaño y grande en el provecho que de él puede sacarse, tanto espiritualmente, en el combate interior, como en la batalla exterior contra los enemigos de la fe en España. Domingo Fal-Conde Macías le ha puesto un sentido prólogo, cuya conclusión es también la nuestra:

Leamos las páginas de esta vida de Antonio Molle con la devoción que merecen y, después, dejemos que la providencia y la mano de María nos guíen en el servicio de España, de una España para Dios.

JOSÉ MIGUEL GAMBRA