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Número 487-488

Serie XLVIII

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La fe, fundamento de la reconstrucción de la unidad hispanoamericana

 

Agradezco a los organizadores de esta reunión sobre El Otro Bicentenario: del Pasado al Futuro, por su invitación a participar en este encuentro que esta ceñido por nuestra esperanza de reconstruir la unidad perdida. Tenemos que buscar esa reconstrucción tanto a nivel cultural como político. Esta reconstrucción se apoya sobre sólidas bases históricas. Estas bases son principalmente la Fe, una cultura compartida y la conciencia que las divisiones del presente son contrarias a la naturaleza de las cosas.

La Fe Católica que trajeron los primeros misioneros ibéricos que llegaron al continente americano es el fundamento de la unidad de la Hispanidad. Juan Pablo II afirmaba que “gracias sobre todo a esa sin par actividad evangelizadora, la porción más numerosa de la Iglesia de Cristo habla hoy y reza a Dios en español”[1]. Como consecuencia “la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad”[2]. Podemos constatar como ya en la segunda mitad del siglo XVI existía en América un orden jurídico, político y social asombrosamente fiel trasunto del orden cristiano de España[3]. Una Fe que ha echado profundas raíces y que a pesar de todas las persecuciones de estos dos últimos siglos sigue siendo la religión de la mayoría del pueblo. Acá es importante subrayar que esta religión es el fundamento de la unidad, no porque siga siendo la religión de la mayoría de la población, pero porque es la única verdadera religión. En estos tiempos en los que se hace un culto del pluralismo y del relativismo afirmar que una religión es la única verdadera puede parecer una afirmación chocante, pero si nos detenemos por un instante en el principio lógico de no contradicción, es evidente que cuando se hacen dos afirmaciones contradictorias una tiene que ser cierta y la otra no. Es obvio que ambas no pueden ser verdaderas al mismo tiempo. Tenemos que tener presente, como afirma la Instrucción Dominus Iesús, que “el perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teorías de tipo relativista, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no sólo de facto sino también de iure (o de principio)”[4]. Por eso en la presentación de la Fe se debe evitar toda ambigüedad que de algún modo debilite el contenido esencial de la fe cristiana en Cristo único Salvador de todos los hombres y en la Iglesia, sacramento necesario de salvación para toda la humanidad[5].

Creo que es útil detenernos un poco para considerar por qué la Fe es el principal fundamento de la unidad de la Hispanidad, pues la Fe es la base de la identidad nacional[6]. La Fe Católica explica por qué existe todo lo que el hombre encuentra en el mundo o sea toda la creación material y porque el hombre está en esta tierra. La revelación cristiana nos habla de la creación inicial y de la tragedia que marcó los primeros pasos del hombre en esta tierra. Nos enseña la grandeza y al mismo tiempo nos hace conscientes de la miseria del hombre. Una debilidad de la cual el hombre es plenamente consciente con su experiencia personal y por lo tanto no tiene necesidad de una re velación para conocer sus limitaciones. De cómo luego de esta tragedia el Creador le prometió un redentor y como este redentor fue la segunda persona de la Trinidad que se hizo hombre y murió y resucito para nuestra redención. Para salvarnos de las consecuencias de la tragedia inicial de nuestros primeros padres y de todos los pecados acumulados por generaciones y generaciones. Una religión que la da al hombre dos esperanzas: una de vida eterna y la otra de ayuda de Dios en esta tierra, de una intervención concreta de Dios en la historia humana. Como consecuencia esta religión enseña una moral. Una forma concreta de cómo se deberán conducir los hombres y esto tiene profundas consecuencias sociales. Como enseña Benedicto XVI: “Sin su referencia a Dios, el hombre no puede responder a los interrogantes fundamentales que agitan y agitarán siempre su corazón con respecto al fin y, por tanto, al sentido de su existencia. En consecuencia, tampoco es posible comunicar a la sociedad los valores éticos indispensables para garantizar una convivencia digna del hombre. El destino del hombre sin su referencia a Dios no puede menos de ser la desolación de la angustia que lleva a la desesperación. Sólo refiriéndose al Dios-Amor, que se reveló en Jesucristo, el hombre puede encontrar el sentido de su existencia y vivir en la esperanza, a pesar de experimentar los males que afligen su existencia personal y la sociedad en la que vive”[7].

En la historia de España y luego en la historia de las Españas de ultramar podemos citar muchos ejemplos de la intervención de Dios. Menciono solamente algunos jalones básicos que marcan presencia de la mano de Dios. Podemos mencionar el III Concilio de Toledo en el año 589 que consagra la unidad católica de España. La Reconquista que fue llevada adelante luego, con una particular asistencia de Dios. El descubrimiento y la instauración de los diversos reinos de ultramar fueron iniciados por el sentido de inspiración divina que guiaban a Cristóbal Colón y a la Reina Isabel de Castilla. Colón sentía que en su nombre que quiere decir portador de Cristo, refiriéndose al gigante generoso que llevo al Niño Dios sobre sus espaldas, estaba profetizado el sentido de su misión de llevar la verdad de la Fe a las tierras que encontrase allende al mar océano. Que en el nombre de una persona este inscrita su misión es una vieja tradición católica, basada en el nombre de Jesús, pues ese nombre indicaba su misión de salvador como le ordena el Ángel a San José[8]. Finalmente en los tiempos de nuestros padres y abuelos, Dios intervino en la última cruzada para salvarnos de las fuerzas del mal.

Creo que una prueba tangible de la asistencia de Dios, es que la práctica de la Fe ha continuado a subsistir en Hispanoamérica a pesar de los ataques y persecuciones que ha sufrido la Iglesia en estos dos últimos siglos. Como es público y notorio la trágica separación de la Américas fue fomentada y apoyada por diversas sociedades y logias inglesas que buscaban la eliminación de la religión católica o su cambio en un sentido liberal. Este ataque a la religión se continúa a lo largo de estos dos siglos por la acción de una plétora de liberales que mediante el uso de la propaganda, un monopolio no muy liberal de la enseñanza y de la persecución violenta buscan el mismo objetivo. Recordemos solamente la violenta persecución que sufre la Iglesia en Méjico, que causó miles de muertos, y el episodio de la quema de iglesias en la Argentina por grupos peronistas. En el presente a más de esos viejos enemigos tenemos otras fuerzas empeñadas en la destrucción de la Fe. Por un lado toda una serie de sectas que con financiamiento externo buscan suplantar a la Fe. Desgraciadamente en muchos lados estas sectas han tenido cierto nivel de éxito. Por otro lado la defección de tantos hombres de Iglesia que se han dejado influenciar o por el liberalismo en coloración democrática cristiana o peor por el marxismo contrabandeado como Teología de la Liberación. En Portugal el Santo Padre afirmaba recientemente que “con frecuencia nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontado que hay fe, lo cual, lamentablemente, es cada vez menos realista”[9]. Si bien es cierto que la práctica de la Fe se ha erosionado, aún subsiste y por eso estoy firmemente convencido que si se lanzase un verdadero e integral esfuerzo de re-evangelización, como Dios y el Santo Padre lo quieren, la Fe de las Españas florecerá nuevamente.

La religión lleva a una unidad entre los hombres. En primer lugar como consecuencia de la una unidad de naturaleza. Una unidad de naturaleza que como se ve en las Españas se fortalece por una cultura común. La naturaleza humana no cambia, podrán variar ciertos elementos accidentales, pero la naturaleza esencial del hombre siempre es la misma. Todos los hombres tenemos una necesidad de permanencia, continuidad, tradición y autenticidad que en realidad es una sed de Dios. Tenemos necesidad de cultiva r nuestras raíces cristianas, sobre todo en una época como la nuestra en que desde la segunda mitad del siglo XVIII se pro mueve el cambio y el subjetivismo que lleva al relativismo. El relativismo es profundamente antihumano pues niega que exista una verdad única en la cual nosotros podemos basar nuestra existencia. El Santo Padre Benedicto XVI ha hablado in muchas ocasiones del peligro de la dictadura del relativismo. Probablemente una de sus más elocuentes denuncias fue presentada en su magnífica homilía de la Misa Pro Eligendo Romano Pontefice del 18 de abril de 2005[10].

En esa ocasión subrayo también el peligro de la infiltración del relativismo en la Iglesia. Lo que nos lleva a comprender que la verdad de la Fe es la única base posible y duradera para una unión real y permanente entre los hombres.

En segundo lugar por una unidad de destino. Si los hombres tenemos un mismo destino final nos sentiremos aunados en la conquista de ese destino que es el Reino de los Cielos y de todo lo que podemos hacer juntos en la tierra para arribar a ese destino. Es la unión hacia lo alto. Esta unidad de destino en lo sobrenatural, lleva a una unidad de destino en la tierra pues el hombre debe construir en este mundo sociedades que sirvan de camino para el cielo. Como señala Santo Tomás de Aquino el hombre viviendo virtuosamente viene ordenado a un fin superior que consiste en el gozo di Dios. Es necesario que el fin de la comunidad política coincida con el fin de las personas particulares. Por lo que el fin más alto del grupo reunido en sociedad es de vivir virtuosamente con el objetivo de llegar al gozo de Dios[11]. En vez el materialismo en sus diversas manifestaciones trata de fomentar una unidad hacia el bajo, que como nos demuestra la realidad de las cosas destruye al hombre.

En tercer lugar, la religión une a los hombres en un culto social de Dios. Esto es evidente de la etimología de esta palabra que viene del latín religare o unir. Es parte de la naturaleza social del hombre que se reúna con sus semejantes para darle culto a Dios. Ahora bien en la misma forma que el hombre se asocia con sus semejantes para darle veneración a Dios, es natural que la sociedad en su conjunto le de culto a Dios. Pero ese culto no se puede limitar a ceremonias o a declaraciones, tiene que tener consecuencias que marquen profundamente la estructura de la sociedad. La experiencia histórica de España demuestra que la unidad política solo es posible cuando los pueblos contemplan la autoridad política como participación de la autoridad divina, y no como un mero reflejo de la voluntad general que por su naturaleza es cambiante. Si separamos a la sociedad políticamente organizada de la Fe Re velada, ¿dónde encontrará el fundamento de su autoridad? Si no existe una verdad última que guíe y oriente la acción política esto trae como consecuencia que la democracia sin valores se convierta fácilmente en totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia[12].

La Fe se encarnó en una sociedad que fue el fruto de la unión de diversos grupos étnicos y creó una cultura. No es por cierto inútil recordar que culto y cultura tienen las mismas raíces lingüísticas. La España peninsular fue el fruto de la unión de los pueblos hispano romanos con el aporte de los celtas, los godos y de tantos otros grupos que sería largo enumerarlos. La Hispanidad de Ultramar a su vez se constituye con la unión de la sangre española con diversos otros grupos como el indio y el africano. A estos grupos se le añade andando el siglo XIX y el siglo XX una multiplicidad de otros inmigrantes que se insertan en una realidad ya existente. Lo que les da unidad a todos esos diversos grupos es la Religión y la cultura hispánica que se manifiesta en tantos aspectos de la vida y sobre todo en una lengua común. Una Fe viva y fuerte puede corregir y guiar a una cultura contra tantas desviaciones causadas por diversas circunstancias históricas. Por ejemplo, la generosidad de los campos de ciertas regiones americanas no ha fomentado la ética del trabajo. Por eso la sociedad deberá fomentarla, premiando con realismo el empeño de los hombres en las profesiones y en los oficios. Imitando en esto a Jesús que dedicó gran parte de su vida a la profesión de carpintero. La sociedad deberá asegurar que el esfuerzo empresarial sea justamente remunerado para el bien común de la sociedad, pues sin crecimiento económico real, la justicia social es un espejismo. Esta Fe que se ha encarnado en una cultura nos debe ayudar a rectificar las influencias nefandas de una cultura globalizada que está dominada por una ideología materialista. Por eso es lícito que la sociedad política ejerza un cierto control en los medios de difusión como forma de legítima defensa cultural. Al mismo tiempo en el ejercicio de ese control se debe evitar cualquier forma de socialismo o estatismo centralista que ataque o menoscabe la organicidad cultural de la sociedad y el derecho de propiedad.

Muchas personas luchan hoy contra la tentación de la desesperación. Esta trágica tentación se ve en particular en la Hispanidad donde en muchos países la mayoría de la población vive en la terrible pobreza de las barriadas marginales de tantas ciudades sin ninguna forma de agregación orgánica. Donde un significativo porcentaje de los jóvenes están atrapados por las drogas o por las bandas que trafican la droga. La principal causa del uso de la droga es un terrible vacío interior y social[13]. Donde vemos que los distintos grupos políticos no tienen en la mayoría de los casos la capacidad de ofrecer soluciones verdaderas. Frente a esta situación trágica tenemos que proponer un retorno a la Fe. A una Fe que acepte en su totalidad el mensaje de Cristo sin falsas selecciones, ni adiciones como ha sido trasmitida por el constante magisterio de la Iglesia. A la Fe que se encarnó en nuestras regiones cuando eran parte de los Reinos de España y en las consecuencias culturales, sociales, económicas y políticas de esa Fe. La Fe no es solo un camino personal, es también un camino social, se manifiesta en obras. Si no se manifestase en obras seria una Fe muerta que no salva. Por eso en esta Fe operativa colocamos nuestra Esperanza en una verdadera restauración de la Hispanidad que reintegre la unidad perdida.

Para que la Fe sea amada y servida tiene que ser conocida en su integridad. Por eso un empeño ineludible es la presentación de la Fe con total fidelidad a la tradición milenaria de la Iglesia. Con el mismo el mismo empeño misionero de San Francisco Javier, como lo podemos ver en sus cartas a San Ignacio de Loyola. Una parte fundamental de esta presentación operativa de la Fe es la liturgia. El culto público de Dios se debe hacer con gran dignidad y profunda reverencia da dando testimonio a la majestad de Dios. Por eso la liturgia tradicional de la Iglesia debe ser preservada en su integridad. La Fe tiene que ser trasmitida con claridad y precisión, sin ningún tipo de concesiones a lo que el mundo considera, “políticamente correcto”. Muchas campañas de evangelización de nuestros tiempos no han tenido el éxito esperado por que se ha querido presentar al Fe de conformidad a lo que se pensaba que eran las exigencias del hombre contemporáneo. La Fe es algo incambiable en la misma forma que la naturaleza humana no está sujeta a cambios. Por lo tanto si en vez de presentar una fe desleída presentamos una Fe fuerte, el hombre responderá porque será una Fe que estará de acuerdo con la naturaleza del hombre que esta creado con una sed inapagable del infinito. En la misma forma que Dios se encarna, la Fe se ha encarnado en diversas sociedades que tienen una existencia histórica, por ende la presentación de la Fe se deberá hacer en conformidad con las formas particulares como esa Fe se ha encarnado en las diversas tradiciones particulares de cada región de las Españas.

Esta Fe y esta cultura compartidas piden una unidad política. Por eso tenemos que dejar de lado los nacionalismos estrechos y artificiales que surgieron a partir de 1810, que fueron fomentados por la intervención de potencias extranjeras, que fueron acrecentados por una mitología nacional contrahecha de origen liberal y agravados por luchas fratricidas entre las diversas regiones del continente americano. Esas reconstrucciones ideológicas de las historias de los diferentes estados que surgen luego de la separación de España, engañan a los pueblos sobre sus orígenes y como consecuencia marcan un mal derrotero para caminar hacia el futuro. Un análisis histórico basado en el marco de referencia de la Fe seguramente desmontará esos mitos y servirá de punto de partida para una reconstrucción de la unidad sobre esa misma Fe. Ese análisis nos libera de los falsos mitos liberales que mal fundaron esos nuevos estados americanos, y no llevará a la verdad de Cristo que es el único fundamento posible de la sociedad y de la unidad de los pueblos hispanos. Al mismo tiempo en esta unidad se podrán valorizar en su debida forma los diversos aportes regionales. Esta ruptura de la unidad como vosotros sabéis bien es antinatural y como Santo Tomás nos recuerda lo que es antinatural no puede durar[14], por eso tenemos la firme esperanza que un día se restaurará la unidad perdida.

 

(N. de la R.) Como saben nuestros lectores por la crónica del pasado número, en el mes de junio el Consejo de Estudios Hispánicos “Felipe II”, en colaboración con la Universidad Antonio de Nebrija, celebró un seminario en la Casa de América, bajo el título “El ‘otro’ bicentenario: del pasado al futuro”. Publicamos de entre las distintas ponencias, la de Monseñor Ignacio Barreiro, Presidente de Human Life International.

[1] JUAN PABLO II, Discurso en la Ceremonia de Bienvenida, Aeropuerto Internacional de Madrid-Barajas, domingo 31 de octubre de 1982.

[2] LEÓN XIII, Inmortale Dei, pág. 9. 1 de Noviembre de 1885.

[3] Miguel AYUSO, Carlismo para hispanoamericanos – Fundamento de la unidad política de los pueblos hispanos, Ediciones de la Academia de Estudios Hispánicos “Rafael Gambra”, Buenos Aires, 2007, pág. 22.

[4] Instrucción Dominus Iesus, Congregación de la Doctrina de la Fe, 6 de agosto 2000, n. 4.

[5] Cf. BENEDICTO XVI, Discurso a la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, 3 de noviembre de 2006.

[6] Cf. José ORLANDIS, “Fidelidad cristiana e identidad nacional”, Verbo n. 2010-202, enero-febrero 1982, pág. 19.

[7] BENEDICTO XVI, Discurso a la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, 3 de noviembre de 2006.

[8] “Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”. Evangelio de San Mateo, I, 20-21.

[9] BENEDICTO XVI, Homilía in Terreiro do Paço Lisboa,,Martes, 11 de mayo 2010.

[10] “¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!... La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14). A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos.” Cardinal Joseph RATZINGER, Homilía de la Misa Pro Eligendo Romano Pontefice del 18 de abril de 2005.

[11] SAN TOMÁS DE AQUINO, De Regno (De Regimini Principum) Ad Regem Cypri, I, c. 14.

[12] JUAN PABLO II, Centesimus Annus, n. 46.

[13] Marco FERRAZZOLI, Presentación del libro de Fabio Bernabei, Storia Moderna della droga, I Libri del Borghese, Roma, 2010, pág. 26.

[14] S.G., IV, c. 79, n. 4135. “Nihil autem quod est contra naturam, potest ese perpetuum”.