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Importancia de la política

IMPORTANCIA DE LA POLITICA
por
EUGENIO VEGAS LATAPIE.
En el campo específico de acción de los seglares ocupa la
política un lugar muy destacado, supereminente. La verdadera
política está dirigida hacia el bien común, el de la '~polis", el
de la "ciudad"; hacia ese bien público que constituye la "su­
prema lex" en tomo al cual gravitan todas las actividades socia­
les. Es verdad inconcusa para los católicos que todas las activi­
dades del hombre, incluso las más indiferentes y nimias, deben
estar dirigidas al servicio y gloria de Dios y,
por lo tanto, a ese
fin también deben estar forzosamente referidas
las actividades
políticas.
"Si comiereis, si bebiereis o hicieseis cualquiera otra
cosa, hacedlo siempre en memoria de Cristo".
Es tanto lo que podría decir sobre la política y, más concre­
tamente, sobre política católica y tan reducido el tiempo que se me
ha señalado, que he estimado más oportuno limitar mi intervención
a hacer unas sencillas consideraciones sobre la importancia de
la política.
Y,
para centrar el tema, comienzo por una anécdota personal.
Hace ya bastante tiempo, terminada una larga y azarosa es­
tancia en el extranjero, fui a visitar a una hermana mía, religio­
sa adoratriz.
Al término de l.a entrevista se acercó a saludarme
la superiora del Convento; quien a las pocas palabras, y sin
haber dado
yo pretexto para ello, me dijo: "No vuelva usted
a meterse en política". Sorprendido ante este inesperado con­
sejo, pero percatado de la buena intención de quien me
lo daba,
la repliqué con las siguientes o parecidas palabras: "Me sería
egoístamente muy agradable no volver a ocuparme de política y
dedicarme a restaurar en
lo posible mi maltrecha situación pro­
fesional. Pero si la misma actitud de apartamiento y abandono
de
la política es seguida por todos los católicos, es seguro que
ese vacío será cubierto
por otros que ocuparan sin combate el
campo por nosotros abandonado, y en fecha más o menos lejana
se adueñarían de los resortes del mando los enemigos de la Re­
ligión y de la Patria. También es posible que, repitiéndose la
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historia, los futuros gobernantes se esfuercen por descristianizar
a nuestro pueblo
y persigan a la Iglesia, exp1'opien o confisquen
los Colegios y edificios de las Ordenes Religiosas e incluso inci­
ten, permitan o decreten el asesinato de sus componentes. Y a sé
que usted y mi hermana y muchos otros no tiemblan ante la
perspectiva del martirio
por estar seguros de que su cruento
sacrificio les abrirá de
par en par las puertas de la felicidad
eterna.
Pero ¿ qué sería de las cincuenta jóvenes internas en este
Convento a quienes ustedes se esfuerzan en rehabilitar
para una
vida honesta y cristiana? ¿ Qué sería de las ciento cincuenta ni­
ñas a quienes ustedes están educando cristianamente en el santo
temor de
Dios? Pues sucedería que todas esas chicas, pequeñas
y mayores, se verían abandonadas o pervertidas por maestras
impías. Y lo que digo de los colegios de ustedes igualmente su­
cedería con los de las otras órdenes e institutos religiosos y sus
hospitales, leproserías y asilos. Por lo tanto, a1 trabajar en po­
lítica para procurar que los altos puestos del Estado sean
ocu
pados por personas competentes y además· sinceramente cristia­
nas, es evidente que se
está trabajando también en servicio de
la Iglesia y de sus institutos de todo tipo, prestándoles una
eficacísima colaboración". Ante estas consideraciones, que posi­
blemente jamás habían merecido su atención, mi espontánea con­
sejera se quedó perpleja
y· terminó reconociendo la gran verdad
que las mismas encerraban.
Por desgracia, el modo de pensar que sobre la política tenía
esa superiora de un Convento de Adoratrices está extendidísimo
en muchos ambientes. Incluso lo considero como
una consigna
que sutilmente van difundiendo los agentes del mal para ador­
mecer
y desarmar a los católicos.
¡ Quién no· ha oído proferir, reiteradamente, a p~rsonas de
intachable conducta privada, expresiones como las siguientes ! :
"¡No quiero saber nada de política!", ¡ que no me hablen de
política!", "¡ ante todo nada de política!"' Este modo de pensar,
tan extendido entre las gentes de orden o "biempensantesu, se
debe indudablemente al concepto equivocado y siniestro que se
han formado de la política a la que consideran como "el arte de
mentir a sabiendas" o Hel arte de engañar a los hombres". Estos
"biempensantes", que tan honda repugnancia sienten por la po­
lítica, ignoran que ésta es
"la ciencia más noble y más alta y el
más noble
oficio que existe en la tierra". Fue Pío XI quien, di­
rigiéndose en 1927 a la "Federación Universitaria Italiana", afir­
mó que
el campo de la política en cuanto contempla los intereses
de la sociedad entera "es el campo de la más vasta caridad, de
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la CARIDAD POLÍTICA, del que puede decirse que ningún otro le
es superior, salvo el de la religión".
El amar el bien común y el sacrificarse por el bien de la
comunidad es
una virtud que está por encima del amor a sí
mismo
y del amor a nuestros familiares y allegados.
La ¡x>-lítica es "el más noble oficio que existe en la tierra",
he afirmado sirviéndome de palabras ajenas.
Pero este tan noble
oficio debe tener
por fin el servicio a la comunidad y no el ser­
vicio a sí mismo.
El que se busca, el que pretende ejercer la
política para satisfacer sus apetitos de mando, de vanidad o de
medro personal, no es digno del nombre de político cristiano.
Siempre he considerado como un axioma que la llamada "ca­
rrera política" es una carrera ilícita en cuanto tal. El comercio,
la industria, la agricultura, la abogacía, la medicina, la ense­
ñanza
... , aunque deben estar siempre sometidas a la moral y
tener
una orientación finalista, constituyen actividades suscepti­
bles de constituir la profesión, la carrera, el
'Jniodus vivendi, de
quienes las ejercen.
Por el contrario, la política nunca puede ser
objeto lícito de
una profesión o carrera ejercida para obtener
el bien privado del que a ella se consagra.
Al bien común se le
sirve pero no es lícito que ese bien común sirva
tan sólo de
pretexto o de máscara para satisfacer necesidades privadas.
Va­
rias leyes forales de Guipúzcoa sancionaban a todo aquél que
gestion_ase
ser designado para un cargo público con incapacita­
ción
para el mismo y multa; y también sancionaba con multa a
quien, siendo designado, no quisiere aceptar
y además les obli­
gaba. a ejercer el cargo. En apoyo de lo dicho estimo conveniente
exhumar
un pasaje del último capítulo de la "Vida de Santa Te­
resa de Jesús, escrita por ella misma'', que dice así: "Rogóme
una persona una vez que suplicase a Dios, le diese a entender si
sería servicio suyo
tomar un obispado. Díjome el Señor, aca­
bando de comulgar:
Cumndo entend;ere con toda verdad y C'la­
ridad que el verdadero señorío es~ no p,oseer nada~ entonces lo
P'adrá tomar; dando a entender que ha de estar muy fuera de
desearlo, ni quererlo, quien hubiere de tener prelacías o al menos
no procurarlas".
Puede verse extensamente razonado lo que antecede en el tra­
ba jo que con el título "I_,a política comó deber" publiqué en la
revista
"Acción Española", en 1933~ y en. otro posterior de igual
título, que escribí a requerimiento expreso del entonces obispo de
Tenerife,
Fray Albino-Menéndez Raigada, que temía ver en mis
proposiciones
· una peligrosa tendencia anarquista.
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Respecto a la importancia de la política, creo de gran interés
reiterar la refutación que, con harta frecuencia, me he visto obli­
gado a hacer del falso principio contenido en la manida expre­
sión: "Los pueblos tienen los gobernantes que se merecen". Este
principio, que, a fuerza de ser repetido, ha llegado a alcanzar la
categoría de verdad indiscutible de general
aceptación, consti­
tuye un aforismo altamente pernicioso por inclinar a quienes lo
profesan a la aceptación indolente y resignada de todos los malos
gobernantes. Para quienes piensan de este modo, es inútil inten­
tar cualquier esfuerzo para que accedan al poder personas com­
petentes y honestas, ya que hay que esperar a que los pueblos Se
los merezcan, es decir, que se mejoren por sí mismos, de un
modo espontáneo, y tan sólo una vez operada esa benéfica trans­
formación, habrá llegado el momento de que el pueblo en cuestión
tenga buenos gobernantes.
En otras palabras, y con perdón por
el símil, los buenos rebaños tendrán indefectiblemente buenos
pastores, en tanto que los rebaños. malos ·sólo son merecedores
de pastores que los impulsen al abismo.
Mi convicción a este respecto es exactamente la contraria.
Muy repetidas veces he mantenido en tono polémico otro princi­
pio antagónico del
anterior que dice así: "Los pueblos son lo
que quieren sus gobernantes". Este aforismo, que en mi juventud
atribuí erróneamente a San Pío X, está sacado de los versícu­
los 2 y 3 del capítulo X del Ecksiáslico que, la edición española
de Nacar-Colunga, traduce
así: "Según el juez del pueblo, así son
sus ministros y según el regidor de la ciudad así sus moradores.
El rey ignorante pierde a su pueblo, y la ciudad prospera por
la sensatez de los príncipes". Cierto es, que San Pío X, en alo­
cución pronunciada el 18
de noviembre de 1907, conmemorando
la conversión y bautismo del Clodoveo, rey de los francos, con­
versión que fue seguida de
la de todos sus súbditos, expuso, que
esto
"era una prueba más de que los pueblos son tales como los
quiere
su gobierno u.
Son numerosas las pruebas de la verdad de este último prin­
cipio que pueden espigarse en la historia de los diferentes pueblos,
pero por razones de brevedad, voy a limitarme a recordar la
situación de Castilla durante el reinado de Enrique IV, compa­
rándola con su situación durante el reinado de sus inmediatos
sucesores los Reyes Católicos.
La pestilencia de la corrompida corte de Enrique -tomo de
un historiador-infectaba el aire de toda España. "Los nobles
se consideraron reyes en sus señoríos, llegando a la guerra pri­
vada cuando tenían rencil1as con sus vecinos. Otros, como la
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moneda real carecía de valor a causa de la inflación, llegaron a
acuñar moneda propia. Los barones salteadores
de caminos infes­
taban los campos, robando en las granjas y a los campesinos y
mercaderes; y muchas de sus víctimas, incapaces de gozar de un
vivir honrado,_ terminaban volviéndose salteadores y bandidos ... ,;
(Walsh, Isabel de España, pág. 33).
"El 5 de jnnio de 1465 -leemos en la página 267 del tomo XV
de la Historia de Espwña, de Menéndez Pida!-los nobles reu­
nidos en Avila levantaron fuera de las murallas un tablado de
madera. En él colocaron un muñeco, vestido de luto, con corona
y manto, espada y cetro, representando la persona del rey. En
una comedia de gusto popular, aquellos buenos vasallos leyeron
a su soberano señor la larga lista de sus tremendos crímenes.
Carrillo le quitó la Corona, el conde de Plasencia la espada, el
de Benavente el cetro y Diego López de Stúñiga derribó el es­
pantajo a patadas acompañando
el gesto con palabras soeces".
De ser cierta
la afirmación de que los pueblos tienen los go­
bernantes que se merecen, sería forzoso admitir que la corrupción
del pueblo castellano era tal que por ella tuvo el corrompido y
anárquico gobierno de Enrique IV. Pero a la muerte de este rey
asciende al trono su hermana Isabel, la que, con la preciosa co­
laboración de su esposo Fernando de Aragón, devuelve la paz
a sus estados; extermina a los malhechores; sujeta a los nobles
rebeldes; pone
fin a la invasión musulmana reconquistando Gra­
nada, su último reducto; descubre América, apadrinando los sue­
ños de Colón, poniendo al servicio de éste buques y marinos;
inicia la colosal empresa de colonizar el nuevo continente, y para
resumir, establece con solidez los cimientos en que se había de
levantar la España del áureo siglo XVI.
¿ Cómo explicar tan radical metamorfosis? ¿ Es que el corrom­
pido pueblo castellano, que había merecido soportar
al gobierno
corruptor
de Enrique IV, se trocó de pronto en un pueblo vir­
tuoso y pacífico hasta el punto de hacerse merecedor de ser go­
bernado por los Reyes Católicos, y sus sucesores, Cisneros, Car­
los V y Felipe II? ¿ No es más verosímil y razonable pensar que
fueron los gobernantes
los que en tiempos de Enrique IV co­
rrompieron al pueblo
y que inmediatamente después la fortaleza
y justicia de los Reyes Católicos lograron devolver al pueblo cas0
tellano al camino de la virtud ?
Un crqnista, contemporáneo de los Reyes Católicos, .escribió
sentenciosamente: "Juega el rey; todos somos tahures. Estudia
la reina; todos somos estudiantes". Estas palabras .de Pedro Mar­
tín
de Angleria constituyen una confirmación histórica de aque-
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llas otras, ya citadas, de la Biblia: "Los pueblos son lo que
quieren sus gobernantes".
Es hecho probado que los gobernantes pueden influir deci­
~ivamente sobre los .pueblos, tanto para el bién, como para el mal,
y que esta influencia, benéfica o nefasta, está en relación con la
extensión
y duración de sus poderes. Sublime misión la del go­
,bernante y tremenda su responsabilidad. "Si consigo ganar un
rey
---decía Sau Alfonso María de Ligorio-habré hecho más
para la causa de Dios, que si hubiere predicado en centenares y
millares de misiones. Lo que puede hacer un soberano tocado
por la gracia de Dios en interés de la Iglesia y de las almas,
no lo harán nunca mil misiones". Del mismo modo pensaba San
Juan Eudes, cuando escribía a la reina Ana de Austria: "Nos
matamos, Señora, a fuerza de clamar contra la cantidad de des­
órdenes que existen en Francia,
y Dios nos concede la gracia
de remediar alguno de ellos.
Pero estoy cierto, Señora, que si
Vuestra Majestad quisiera emplear
el poder que Dios le ha
concedido, podríais hacer más Vos sola, para la destrucción de
la tiranía del diablo y
para el establecimiento del reino de Cristo,
que todos los misioneros
y predicadores juntos".
Pero, ¡ qué difícil es que un pueblo tenga un buen gober
nante
! Sin embargo, la dificultad no supone la imposibilidad, ni
autoriza a las clases influyentes
y directoras de un país a entre­
garse a
un indolente y resignado pesimismo para ahorrarse el
esfuerw de trabajar sin descanso para conseguir un ideal posible
por difícil que sea su consecución .
. Los nombres de San Fernando, San Luis, San Esteban, San
Eduardo, San Casimiro, etc., proclaman que ha habido no sólo
gobernantes buenos sino incluso santos canonizados.
Y no se ob­
jete que esto
fue posible tan sólo en aquellos tiempos en que
existía una sociedad totalmente inspirada en los ideales cristia­
nos, pues en pleno siglo
XIX, en ese siglo de secularización del
Estado
y de reyes y gobernantes amotinados, en mayor o menor
grado, contra
la Iglesia y contra Dios, la Providencia permitió
que existiera
un gobernante preclaro que mereció el título de
Hvengador y mártir del derecho público cristiano". Me estoy
refiriendo al presidente de
la República del Ecuador, Gabriel
García Moreno, muerto asesinado en
1875 "víctima de su fe y
de su caridad cristiana para con su patria", según dijo Pío IX,
a quien en 1887 calificó León XIII de "campeón de la fe ca­
tólica".
Garda Moreno fue un gran gobernante, porque fue un autén­
tico católico que gobernó conforme a los principios de Derecho
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IMPORTANCIA DE LA POLITICA
Público Cristiano. El Ecuador, en tiempos de García Moreno,
fue el único país del mundo en que
ha estado vigente el Syllabus
de Pío IX. Supo distinguir la independencía de los Poderes, es­
piritual
y temporal. Dio a Dios lo que es de Dios y al César lo
que es del César. Convencido de la necesidad de una radical
reforma de los eclesiásticos y religiosos de su país, que llevaban,
en general, un modo relajado de vida, solicitó de Roma que
la
realizara, pero en momento alguno pretendió hacerla por sí,
invadiendo la esfera privativa de la Iglesia. Ante la pasividad
de la Santa Sede, que temía las consecuencias que podrían pro­
ducirse de la aplicación rígida de las necesarias medidas disci­
plinarias, se limitó a eondicionar
la firma del Concordato a la
efectividad de la reforma. El escritor argentino Manuel Gálvez,
en una biografía del presidente mártir publicada no hace muchos
años, titula de "más papista que el Papa" el apartado en que
narra estos episodios. Por medio de su representante en Roma,
García Moreno hizo saber al Papa que aceptaba todos los ar­
tículos del proyecto de Concordato pero a condición de que se
efectuase la reforma eclesiástica.
"Si él no puede imponer la
reforma -dijo García Moreno-yo no puedo imponer el Con­
cordato''.
García Moreno asumió la presidencia de la república del
Ecuador con
la exclusiva intención de servir a su Dios y a su
Patria.
Al jurar por segunda vez el cargo de Presidente ex­
clamó en su discurso·:
¡¡Feliz yo si logro sellarlo con mi sangre,
en defensa de nuestro augusto símbolo, Religión y Patria".
Para impedir que nuestra patria y todas las naciones del mun­
do se hundan en los abismos del totalitarismo materialista y sean
gobernadas por el
¡¡plebeyo de satánica grandeza" que entrevió es­
tremecido
Donoso Cortés, trabajemos sin descanso y_ pidamos a
Dios que nos depare gobernantes del temple y religiosidad de
San Fernando, Felipe
II o García Moreno.
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