Volver
  • Índice

Deber y condiciones de eficacia. [La acción] (V)

Deber y condiciones de eficacia
Segunda parte
Los hombres
CAPÍTULO TRRCERO
Clérigos y religiosos
por
)EAN ÜUSSET
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
SEGUNDA PARTE:
Los HOMBRES.
CAPÍTULO 111
CLERIGOS Y RELIGIOSOS
Si lo que precede se aplica directamente a la acción de un
gran número de núcleos sociales, quedan otras cuya actividad, por
no decir su carácter y su influencia, exigen un estudio más ajus­
tado.
Y señaladamente esa categoría
de hombres, que, miembros del
orden sagrado, o habiendo recibido de la Iglesia el estatuto de
los religiosos, son netamente diferenciados
de los laicos y común­
mente llamados ''clérigos''.
Mientras "la gerencia de las cosas temporales", ordenada se­
gún Dios, pertenece en propiedad al laico, el clérigo es más di­
rectamente responsable de las cosas divinas, de la cura de las
almas.
Lo que permite decir que los clérigos, los religiosos, son más
especialmente los hombres de lo sobrenatural, de la oración, los
hombres de la doctrina
y bastante menos los hombres de lo tem­
poral. Caracteres cuya discriminación,
para ser bien comprendida,
presupone un conocimiento suficiente de la distinción de los dos
poderes : el espiritual y
el temporal. Fundamento doctrinal que
supondremos conocido
y que no haremos más que evocar, para li­
mitarnos a las solas repercusiones que interesen a la acción po­
lítica y social.
279
Fundaci\363n Speiro

JEAN OUSSET
l. Acción sobrenatural de los clérigos y de los religiosos.
Una acción política y social sobrenatural.
Confesémoslo: ésta es una fonna de acción poco evocada por
quienes se han afanado ruidosamente de ser poderosos eh lo
temporal.
Pero ¿ cómo es posible ~er cristiano, cómo es posible esclare­
cer, orientar todas las realidades
temporales( ... ) de tal suerte que
se realicen y prosperen constantemente según Cristo" (1 ), si no
se recurre a Él ?
¿ Es posible que en el país de Santa Juana de Arco el conjun­
to de los cristianos haya perdido hasta tal punto
el sentido de
su
intenrención? Intervención en lo que se llama hoy el dominio
de las "opciones libres", el dominio de las "tomas de posesión
política particular". Intervención totalmente divina y a la vez que
política. Divina
y dinástica. Divina y... guerrera. ¡ Horresco
referens !
¡ Pobre J nana de Arco!
Se comprende que estuviese contra ellas... y contra los po­
líticos poco dispuestos a desempeñar el papel de simples "alféreces
del
Rey del Cielo" ... y contra los clérigos preocujl0idos de estar .
"en las mejores relaciones" con los políticos en cuestión.
Pero si el Cielo, al final de esta terrible guerra de "los cien
años'.,., se dejó vencer por las oraciones de los que efltre nosotros
rehusaron creer en la indiferencia de Dios hacia nuestra patria,
¿ por qué este mismo Dios... que nunca cambia (2) nos negará
esas gracias de paz, de orden social, de salud política, que tenemos
el derecho y el deber de impetrar?
Si, como está escrito en el Evangelio, la toma de Jerusalén
por Tito, el hecho de ser arrasada una ciudad de raiz con
sus habitantes,
el hecho de no quedar "piedra sobre piedra", tu-
(1) Vaticano II Constitución dogmática: De Ecclesia.
(2) Cf. Malaquías, cap. III, vers. 6: "Ego sum Dominus, et !lOll mutor". "Yo soy el Señor y no me mudo".
280
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
viese por sola razón el que esta ciudad, el que este pueblo, no hu­
biesen reconocido el tiempo de nna cierta Visita (3), ¿ cómo negar
la importancia del aspecto sobrenatural de la acción política, ya
que la dispersión de una nación, la aniquilación de un reino (acon­
tecimientos políticos indiscutibles) han tenido por causa la infide­
lidad religiosa
?
¿ Es temerario suponer que una actitud contraria hubiese po­
dido apartar _semejante ruina?
Prueba de que hay una cierta eficacia sobrenatural en el pla­
no de la
acción política y social. De la que la Santa Escritura ofre­
ce el argumento: "Nisi Dominus custodierit civitatem... Si el
Señor no guarda la ciudad, en vano vigila el que la guarda ... " (4).
En consecuencia, en la jerarquí_a de la unidad social, en la
jerarquía de la acción, que tiene por objetivo coriservar o recon­
quistar esta unidad,
un muy destacado lugar debe corresponder
a los sacerdotes, por ser los hombres del Sacrificio; a los reli­
giosos, por ser los hombres de la alabanza divina.
¡ Hombres, todos, más especialmente dedicados a la oración!
¿ Qué acción más sobrenatural que la acción del Santo Sa­
crificio, el recurso a los sufragios de la Santísima Virgen y de
los santos?
¿ Pensamos en ellos? ... ¿ Creemos en ellos? ... ¿Prácticamente?
Para ·10s sacerdotes, los religiosos, su propia acción, decir la
misa por las intenciones de que hablamos aquí.
Para todos, la acción de hacer que se digan misas. Acción de
orar. Acción de hacer orar. Acción de ofrecer al Cielo nuestros
sacrificios pequeños y grandes.
Primerísima acción política y social cristiana.
(3) Cf. San Lucas, cap. XIX, vers. 43: "Días vendrán en los que
tus enemigos se
atr:ncherarán contra ti. Te cercarán, te presionarán por
todas partes. Te arrasarán de raíz a ti ;y a tus hijos y de ti no dejarán
piedra sobre piedra. Porque tú no has conocido el tiempo en que has
sido visitada ... ".
( 4) Salmo 126.
281
Fundaci\363n Speiro

JEAN OUSSET
De ahí los grupos ( reseaux) humanos correspondientes. Gru­
pos de personas piadosas. Y particularmente
aquellas que se sabe
más unidas a esta causa de la realeza social de Nuestro Señor.
Por encima de todo: esos hombres y esas mujeres que están con­
sagrados a la oración. A nosotros nos toca mantenerlos alerta. A
nosotros movilizarlos. O, si ya lo están, nuestro deber es unirnos
a ellos. Porque si en una nación los contemplativos son objeto de
una indiferencia general, ¿ cómo Dios podrá bendecir a esta na­
ción? Acción sobrenatural de los grupos de oración. Grupos de
conventos, de monasterios, de frailes y monjas. Sobrenatural con­
juración de las esposas de Jesucristo para el triunfo social de su
Bienamado
...
Si tuviésemos fe, todos los días confiaríamos nuestras inten­
ciones a estos orantes.
II. Los Hombres del Magisterio doctrinal. ..
Si es cierto que los pueblos no viven y no se salvan más que
por medio de sus élites, resulta evidente que, por eso mismo, la
influencia del cléro nunca debe ser subestimada.
"El clero es la primera y la más noble aristocracia de un pue­
blo, escribía
Blanc de Saint-Bonnet (5). Es su aristocracia es­
piritual, de donde dimanan las otras."
Imposible de concebir, particularmente, un desmoronamiento
social grave, sin la previa desviación, JX)T lo menos, de algunos
clérigos.
Fue siempre en la estela de las herejías donde la sociedad cris­
tiana fue siehpre quebrantada. Pero es históricamente cierto que
en ningún siglo las herejías han podido hacer algún ruído, ni
desarrollarse, si, desde su comienzo, no han tenido sacerdotes a
su servicio. Casi siempre los malos clérigos han abierto_ camino
a la subversión, ofrecie~do, al orgullo o a la codicia del poder po-
(5) J,a Restauration, libro III, cap. 18.
282
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
lítico, los argumentos susceptibles de dar una apariencia de ra­
zón a sus despropósitos o a sus ruinas.
Por la traición de los maestros de la doctrina, Jesús fue en­
tregado
al representante del César. Casi siempre es una pandilla
de falsos doctores, de m.a!os escribas, de intelectuales pervertidos,
la que sugiere a los jefes del poder público lo que les empujará a
crucificar al Señor.
Y
es significativo comprobar que la Revolución no ha tomado
vigor más que a partir de países en los que el clero, herético, cis­
mático, se había apartado de la unidad romana: Londres, Arns­
terdam, Ginebra,.Berlíru ... , más tarde: Moscú. En cuanto a Fran­
cia, el jansenismo, el quietismo, el galicanismo, habían ya pro­
ducido profundos estragos en
su clero a lo largo de los cien años
que precedieron a la explosión revólucionaria.
La influencia del clero es siempre decisiva ; ora tenga lo que
la sociedad espera de él (6), ora no tenga lo que debería tener.
Y esto
es peor.
Se ha dicho: Un clero dudoso produce revolucionarios; un
clero simplemente honrado engendra la indiferencia y la impiedad.
Un clero virtuoso hace gentes honradas. Dios sólo puede suscitar
santos.
"No se podría acusar a los clérigos más que de excesiva con­
descendencia hacia nosotros, escribía Blanc de Saint-Bonnet.
Por­
que la caridad los conduce a todas las regiones que podrían sus­
traerse a su luz ... Tanto aborrecen lo que nos aleja de Dios."
"Estudiando, desde hace dos siglos, las ideas de nuestro es­
píritu con el fin de penetrar en ellas, incluso tomando para ha­
blarnos el lenguaje que atrae la admiración de los hombres, los
(6) Cf. Pío XII, Discurso al segundo congreso mundial del aposto­
lado seglar :
"El seglar tiene el derecho de recibir de los sacerdotes todos
los bienes espirituales a
fin de realizar la salvación de su alma y de
alcanzar su perfección cristiana (canon
87, 682). Cuando se trate de
derechos fundamentales del cristiano, puede hacer valer sus exigencias
(Canon 467, 1; ·892, 1). Son el sentido y la meta misma de toda la vida
de
la Iglesia los que están aquí en juego, así como la responsabilidad
ante Dios de los sacerdotes y de los seglares".
283
Fundaci\363n Speiro

JEAN OUSSET
clérigos se han hallado, sin saberlo, en nuestro punto de vista. del
mundo
... Desde ese momento se preparó la gran catástrofe; por­
que se pasó de todos lados del punto de vista divino al punto de
vista del hombre
... "
El primer deber de los clérigos es, pues, desconfiar de las am­
biciones del siglo, de los contagios con lo temporal; permanecer
cerca de nosotros, como los representantes de
Dios de los valo­
res eternos. Testigos de lo absoluto, guardianos de la fe, de la
moral, de la doctrina. Mantenedores incorruptibles de lo que debe
escapar a las desavenencias de las querellas humanas.
Lo que bastaría para justificar la distinción de los dos pode­
res: espiritual y temporal (7).
Sólo esta distinción puede defender a los guardianes de los
principios supremos contra
las tentaciones ordinarias de inmis­
cuirse en la gestión de lo temporal.
Los imperativos doctrinales pueden parecer molestos a quien
se compromete, en efecto, con los negocios del siglo. Y siempre
existe el deseo insidioso de desviar la doctrina
en provecho de la
acción previamente contemplada.
Para que los clérigos, pues, cualquiera que sean las circuns­
tancias, puedan recordar en completa paz, eri completa serenidad,
las reglas soberanas, que el propio Estado tiene
el deber de res­
petar,
es indispensable que eviten empeñarse en ese combate tem­
poral, en
el que sólo pueden perder lo que tienen por misión de
ser en el mundo.
"¿ Qué es lo que los laicos esperan de nosotros?", se pregun­
taba un día
el Padre Lagrange. "La respuesta es clara, escribía ;
si recurren a nosotros es
para que les transmitamos la ciencia de
los santos, al menos la ciencia que hace cristianos, la verdad ca­
tólica enseñada en la Iglesia.
¿ Se exigiría de nosotros, por aña­
didura, además, una competencia en agricultura o en industria?
(7) No puede ser cuestión desarrollar aquí la teoría clásica de esa
distinción.
Hay que referirse a León XIII, encíclica Inmortale Dei,...
o_ ver tainbién aún nuestro estudio: Restablece1' el poder temporal cris­
tiano del laicado
(VERBO, núm. 32, con el título originario de Por un sano
'laicismo del laicado cristiano).
284
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
So pretexto de mostrar su simpatía por todo lo que es humano
y social, como se dice hoy día, ¿ sería preciso que el sacerdote es­
tuviese al corriente de esos problemas, cuya solución buscan, to­
davía, los especialistas? No, no es esto lo que el mundo quiere
saber de nosotros.
Se busca la simpatía y no se recoge más que
la irrisión. A un industrial que tiene sed de la palabra de Dios
le habláis de
su técnica profesional o de sus altos hornos. ¿ Pen­
sáis que un literato estará agradableme~te sorprendido de que
hayáis leído la última novela? No, él, y tantos otros, juzgarán
que estáis descaminados ... Soñaban con una aureola y no percibían
sobre vuestra frente más que --.fo dejo a vuestra elección-un
sombrero o una gorra. Conoced ·todo lo que se puede saber, na­
die se opone a ello. Pero subordinemos todo a la ciené:ia sagr~da
que se reclama de nosotros" (8).
Es en este orden en el que se establece el poder específico del
clérigo.
Es en este orden en el que nosotros le debemos obediencia.
Tengamos, pues,
el piadosísimo deseo de la pureza, .de la or­
todoxia de nuestros sacerdotes.
No temamos reclamarles lo que
tienen
por misión de dan10s. Y no otra cosa. Ello favorecerá su
santidad y la nuestra. A nosotros nos toca ayudarlos. A nosotros
sostenerlos. Sabiéndose más gustosamente escuchados, más in­
teligentemente comprertdidos en lo que nos deben aportar, sen­
tirán mayor preocupacíón
por presentarnos en su plenitud la doc­
trina de la salvación, la doctrina romana.
i Y no a Armand Dran­
court o a Teilhard de Chardin
!
III. Clérigos y laicos.
La atención de los negocios públicos, la adaptación de la doc­
trina a las diversas condiciones de tiempo
y de lugar, los mismos
clérigos saben
y enseñan que en esto consiste la obra más espe­
cífica de los laicos,
el papel propio del poder temporal. Poder
(8) Vie dominicaine, julio 1937.
285
Fundaci\363n Speiro

JEAN OUSSET
temporal cuya actual constitución democrática compromete a la
totalidad del laicado.
No es que este poder temporal sea plenamente autónomo, ya
que debe estar subordinado al poder espiritual. Pero subDrdinado
a este último en tanto que es como debe ser: guardián de los
principios, ffia_estro de la doctrina, de la moral y de la fe. Pero
en modo .alguno subordinado a un poder espiritual que se erigie­
se como rector, Organizador, gobernador DIRE:CTO de lo tem­
poral.
O dicbo de otra manera, el poder temporal debe recibir, aco­
ger lealmente, piadosamente, lo que el poder espiritual tiene por
misión de darle: Todo
lo que concierne a la vida del alma y del
espjritu, las fórmulas de la fe, los cánones de la moral, el cuerpo
de
1a doctrina ... Pero, una vez cumplido este deber, el poder
temporal permanece dueño de regir sus asuntos como estime de­
ber (o poder) hacerlo.
Si
es verdad que compete, por ejemplo, al poder espiritual el
declarar morahnente lícita la ablación de un brazo o de una pier­
na por salvar el resto del cuerpo, Su autoridad se acaba aquí. Y
no es a él, sino al cirujano, a quien compete decidir si, en tal
caso preciso, esta ablación es completamente necesaria ...
Si compete al poder espiritual declarar moralmente lícito el
hecho de tirar por la borda
la carga del navío demasiado cargado
al que las olas están hundiendo, no es al poder espiritual, sino al
comandante del barco, a quien toca la decisión si, en el caso con­
creto, tal solución se
impone realmentei
Y como padre de familia que soy tengo el deber imperioso,
dentro de mi vida conyugal, en la dirección del hogar, en la edu­
cación de los hijos, de seguir, en todo, la enseñanza del poder es­
piritual de la Iglesia. Debo vigilar que mi pequeña comunidad sea
iluminada, enfervorizada, sostenida, mantenida por la vida sacra­
mental, por
la piedad, por el conocimiento de la doctrina católica.
Materias todas que dependen, sin discusión, de la autoridad. sa­
cerdotal. Pero una vez dicho
y hecho esto, el gobierno de mi fa­
milia, la dirección de mi hogar, me pertenecen únicamente a mí.
286
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
No al párroco. Aún menos al coadjutor. Debo ayudarlos, amarlos
como a mis padres en la fe. Pero no les compete el venir a mez­
clarse en el cuidado temporal de mis asuntos.
El mismo razonamiento procede si yo fuese jefe de una em­
presa. Tengo el deber imperioso, como tal, de inspirarme en todo
en la doctrina católica sobre el traba jo, las cuestiones sociales, los
problemas económicos.
Debo velar tambien porque mi fábrica no
sea un centro de pestilencia espiritual, de deterioro moral, de de­
bilitación física. Con reserva, discreción, tengo un deber que cum­
plir de caridad espiritual y corporal hacia este prójimo más cer­
cano, que son mis empleados ... Sentado lo que precede, yo soy
el "patrón". ¡ No el párroco! Este puede, ciertamente, llamarme
al mden si no cumplo mi deber como lo quiere y enseña el ma­
gisterio ( espiritual) católico, Tengo que recibir de
él la verdadera
doctrina social de los Papas. No la doctrina de los "clubs" polí­
ticos en boga,
no las consignas de la Confederación General del
Trabajo. Y tengo el derecho
de expulsar al clérigo prngresista
que venga a mi casa a cantar las alabanzas de Karl Marx y a ani­
mar la lucha de clases.
* * *
El que resulte difícil, en ciertos casos, delimitar estas dos ju­
risdicciones no disminuye
en nada la necesidad de distinguirlas
debidamente.
Y esto
es lo que importa al buen orden de la acción.
Imposible actuar bien, en efecto, si uno se equivoca en la elec­
ción del terreno, o si uno se equivoca sobre el derecho que se
tiene a comprometerse en él.
En tanto que laicos, pues, ¿ cuál es nuestro campo de acción?
¿ Cuáles son nuestros derechos en el plano de la acción temporal ?
¿ Está permitido entregarse a ella sin "mandato", sin la tutela de
los clérigos
?
La verdad es que sería erróneo que un mandato eclesiástico
sea necesario para que un laico pueda ejercer un derecho o cum-
Fundaci\363n Speiro

JEAN OUSSET
plir un deber elemental de su vida de laico: corno casarse cristia­
namente, educar cristianamente a sus hijos,
ejercer cristianamen­
te su profesión, realizar cristiana11:,ente su papel de ciudadano, ser­
vir cristianamente a su patria ... y el colmo sería pensar que la
cualidad de cristiano llegue a ser argumento,
para el laico, de u'!la
restricción de estos derechos.
Excelente Ocasión para evocar lo que, no sin razón, ha podi­
do llamarse un "clericalismo a la inversa": clericalismo que fa­
vorece de hecho al naturalismo moderno y no a la doctrina de la
Quas prvmas (9).
En todo caso sería preciso escoger.
O bien existe clericalismo en la Iglesia ... y entonces un -seglar
cristiano, invocando la doctrina cristiana, debe poder combatir ( en
lo tempóral) al liberalismo, al socialismo, al progresismo, al cc­
munistno, s.in "mandato" de la Jerarquía.
O bien se necesita un "mandato" para ejecutar esta obra tan
evidente de la defensa de la Ciudad, y en ese caso hay que tener
la honradez de convenir
que el "clericalismo" eS flagrante ...
En realidad, como lo ha escrito muy bien el P. Bigo (10), "los
cristianos pueden también
unirse entre sí en instituciones que for­
man parte de la sociedad civil y no, de la Iglesia; sindicatos obre­
ros, asociaciones patronales, uniones agrícolas, institutos de toda
clase. Estas asociaciones pueden inspirarse en la doctrina cristia­
na sin referirse a ella explícitamente. Pero pueden, también, pro­
fesar abiertamente esta doctrina a fin de encontrar en ella una·
luz, una fuerza, una unidad, una difusión, una audiencia más gran­
des, Esta referencia explícita no las transforma de ninguna ma­
nera en movimientos de la iglesia. No las priva de su carácter de
instituciones de la sociedad civil. ..
Como
lo ha dicho Jean Madiran (11), si los hombres de Igle-
(9) Encíclica de Pío XI sobre la realeza universal y, .por ende, social
de Jesucristo.
(10) La doctrine sociale de l'Eglise, pág. 102.
(11) ltinéraires, núm. 67, pág. 203. En separata: Notre désaccourd sur
l'Algerie
et la marche du monde. 4, rue Garanci 288
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
sía, en interés de una pastoral mundial, estiman deber -rehusar
su apoyo a la defensa de ciertas patrias carnales, '1no pueden de
ninguna
manera, no pueden sin abuso, no pueden sin crimen, des­
viar a los ciudadanos de defender los humildes honores de las
casas paternas, la libertad de la ciudad,
el interés legítimo y la
misma vida
de la patria ...
"Aún más, las vicisitudes de desaparición o de supervivencia
de las fuerzas políticas de las clases sociales, de los pueblos y de
las civilizaciones son constantemente modificadas por la acción de
los. laicos. Y es sú. deber, su vocación, modificarlas, sin creerse
aprisionados en el pronóstico especulativo que haya podido ser
hecho, aun con toda exactitud, en un momento dado.
"Por ejemplo, se puede formular, en cierto momento, el pronós­
tico de que el comunismo tiene todas las posibilidades de triunfar
en un país o en un grupo de países. Ante este pronóstico, los
hombres de Iglesia toman las disposiciones o precauciones apos­
tólicas que crean deber tomar. Son sus jueces y responsables ante
Dios. Pero si, en función de este pronóstico, los hombres de
Iglesia emprenden, además, el persuadir al conjunto de los caté­
licos que deben desolarizarse de todo anticomunismo temporal,
entonces esos hombres de Iglesia aseguran de esta forma, positi­
vamente,
la victoria del comunismo, desmovilizando, dispersando
o paralizando la resistencia.
Es precisamente cuando el comunis­
mo tiene probabilidades objetivas de triunfar en un país, cuando
interesa más combatir esas probabilidades, trastrocar ese pronós­
tico especulativamente fundado, hacer la historia en lugar de so­
portarla."
Ciertamente esto implica un combate. Un combate temporal.
Y puede acontecer que en estos tiempos en que reinan la opi­
nión,
la radio, la prensa, la guerra ideológica y psicológica, el clero
esté muy legítimamente obligado a no participar en esta
lué:ha.
Por preocupaciones apologéticas, por reserva apostólica, por de­
seo de
no desagradar demasiado a quienes deberá evangelizar
mañana.
Esta es cuestión suya.
La del laico es el combate, es la guarda, es la defensa de su
· patria, de su hogar.
289
'9
Fundaci\363n Speiro

JEAN OUSSET
La victoria se concede con frecuencia a quienes se creía per­
didos, pero que supieron batirse bien
... , la traición, el crimen del
clérigo sería prohibir esa lucha, énervar esa resistencia en nom­
bre de pronósticos totahnente teoricos, atrozmente descarnados,
aunque se les presente como apostólicos.
Que haya clérigos que estimen preferible no hablar del co­
munismo sino actuar como si
el comunismo no existiese, es, una
vez más, asunto de ellos. El abuso, cuando no el crimen, no co­
mienza. sino a partir del momento en que esa actitud, ese com­
portamiento son propuestos, cuando no impuestos, al laicado como
un deber de ortodoxia cristiana, de unidad apostólica.
Como lo
ha dicho muy bien un autor poco sospechoso de anti­
dericalismo,
Jean de Fabregues, "Los clérigos, cuando quieren
actuar como clérigos en la dirección del mundo temporal, son 1os
más capacitados para sacrificar al mundo cristiano a las ambi­
güedades del poder clerical".
* * *
Se adivina eon estas evocaciones cuán indispensable y posible­
mente decisiva sea una
justa e inteligente distinción entre el po­
der espiritual y el temporal.
Tanto en interés del santuario como en interés de la ciudad.
Esta distinción es la única que puede ofrecer al apostolado, a
la evangelización, por un lado, a la acción cívica, social, política,
por otro, la libertad indispensable a sus misiones restrictivas y
complementarias.
Sólo ella puede permitirlo todo de
una manera armoniosa. s;n
excesos o abandonos culpables, en lo temporal. Sin pusilanimidad
apostólica,
en lo espiritual.
Contemplemos
el ejemplo de San Francisco de Asís soñando
en ganar a Cristo al ''Miramamolín" o gran sultán de. entonce3,
embarcándose en Ancona
para la Tierra Santa. Para facilitar el
éxito psicológico
de su misión, totalmente espiritual, no pensó .en
ningún modo ·pedir la
retirada de los que, en Oriente o en el
290
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
Mediterráneo, montaban la gnardia para impedir que los berbe­
riscos hicieran razzias· en las costas cristianas y ejercieran la pi­
ratería en el mar.
A nadie se le vino a Ja imaginación semejante locura, ya que
en aquella época se estaba plenamente imbuido del sentido de los
dos ¡x>deres independientes, complementarios, dentro de la uni­
dad de un mismo espíritu. Y los primeros franciscanos
,fueron a
Africa del Norte, en donde fueron martirizados, sin que su desig­
nio heroico se convirtiese en argumento de una menor vigilancia,
reclamada a los poderes públicos, encargados de defender el con­
junto de personas y bienes que constituian la ciudad temporal.
¡ Marca y ventaja de una prudencia divina!
Porque el orden establecido por la Providencia es demasiado
sabio, demasiado armonioso para que no haya materia en lo ex­
puesto para una gran lección.
Desde hace tiempo ha sido hecha la observación del interés
(o del placer) siempre concedido por Dios en el cumplimiento de
una noble obligación.
Hasta el punto que sería contrario a la pru­
dencia divina un orden en el que el deber de una cierta tarea in­
cumbiese (normalmente) a quien tiene menos que otro interés (o
placer) en realizarla mejor.
Ahora bien, es un hecho que el deber de defensa temporal, de
defensa cívica no ofrece al clérigo
'(normalmente) el carácter de
interés inmediato, directo, evidente, que ofrece al laico como tal.
El clérigo ... (y tanto más cuanto mejor clérigo sea) está y debe
estar mucho más despegado, personalmente, de estas contingen­
cias para ser el bueno, el verdadero defensor... según Dios.
Lo que un padre de familia tiene tanto interés como deber de
conservar y defender hasta su último suspiro, puede no ser para
el clérigo más que una ocasión de piadoso desprendimiento.
Ahora bien, ese desapego más normal de bienes temporales,
ese gusto exclusivo ( que se le supone) de las cosas espirituales,
hace correr demasiado peligro de incitar al clérigo a desconocer
la importancia de los valores que un padre de familia apreciaría
inmediatamente. Porque
una experiencia cotidiana le hace captar,
291
Fundaci\363n Speiro

JEAN OUSSET
mucho mejor que el mejor razonamiento, lo que estos valores re­
pr_esentan
para. la paz, la duración, la armonía material y moral de
su hogar.
Universo concreto, que puede y debe ser, con toda certeza, re­
gido desde lo más elevado por la doctrina de la. que es guardián
.el clérigo; pero del que el laico, más interesado en él que el clé­
rigo, está mejor situado para conocerlo y es el único en podei y
querer defenderlo hasta el fin. Es decir: hasta más allá de las
líneas
de resistencia que el poder espiritual puede eficazmente
sostener.
Porque ...
. .. o el clérigo ignora las cosas de este orden, y esta ignoratlcia
corre el peligro de ser radical, si no desastrosa, si en ellas se mez­
cla concretamente ;
... o está demasiado versado en estas cosas temporales; y nor­
malmente esto no puede ocurrir sin daño de lo que es y con_stitu­
ye su misión: médico
de las almas, testigo del espíritu. Hombre
de doctrina y no de programas.
Sólo algunos. muy escasos y muy grandes santos supieron ;:;in
perjuiciO dedicarse a trabajos de los dos órdenes. Sin que su pa~
pe! político haya dañado a su mayor utilidad sobrenatural. Sin
que su desprendimiento espiritual haya dañado a la de~ensa tem­
poral que creyero'n deber asumir.
Pero a la vista de estos· casos magníficos y... excepcionales,
la historia es, por desgracia, mucho más rica en ·ejemplos de clé­
rigos devorados por la ambición del siglo, lacayos obsequiosos del
César o cortesanos de la Opinión, presuntuosos, estériles, devas­
tadores. ¡ Por un San Bernardo ! ¡ Cuántos abates Grégoire ! ¡ Cuán­
tos
Talleyrand ! ¡ Cuántos Jacobinos ! Por un San Ambrosio
prohibiendo a Teodosio
la entrada en la iglesia de Milán, ¡ Cuántos
prelados inquietos de ser denunciados como "integristas" en Le
Monde!
* * *
292
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
Dos formas de peligro amenazan de ordinario la acción de los
clérigos en lo ''temporal''.
En primer lugar, una tendencia de desdeñar gran número ñ.e
bienes, que no dejan de ser muy respetables y defendibles. Sea
por generosidad o fervor espirituales. Sea por una especie de
de­
magogia piadosa; por el deseo de mostrar hasta qué punto la
Iglesia, corno ellos dicen, está "desprendida", en el "sentido de
la historia", sin temer a ninguna novedad. ¡ Y cuántas bajezas,
cuántas traiciones han sido cometidas por ese deseo . violento de
no ser catalogados entre las "derechas" ... (¡ cuando las ''izquier­
das" triunfan!). ~-·
La segunda forma del peligro clerical es un rigorismo "de
principio",: una concesión puramente "ideal" de las ces.as, una
aplicación brutal e inmediata, sin matices, en lo temp:>ral, de no­
ciones doctrinales, posiblemente
justas, pero demasiado abstrac­
tamente concebidas e impuestas.
Sin prestar atención a las innu­
merables condiciones de tiempo o de lugar. Sin prestar atención
a las posibilidades reales. Como si el mismo Cristo no hubiese
sabido dosificar, según sus oyentes, su mensaje de Verdad.
Lo que evoca la extrema variedad de los inconvenientes de
estas dos formas del exceso clerical: el que se podría llamar a lo
"Savonarola" ... , y el de los sacerdotes obreros que se pasan a la
Revolución.
* ....
Se comprende, en consecuencia, el interés que hay en no colo­
car ningún sacerdote en la avanzada, por poco afán que se tenga
en actuar seriamente en el plano social y político. Aunaue esta
acción fuese la más conforme a la enseñanza de la Iglesia.
Porque ...
.. . o esta acción será eficaz contra los progresos del totalita­
rismo estatal, socializante;
... o esta acción no lo será.
Si no lo es ... es casi seguro que la Revolución, sin inquietud,
293
Fundaci\363n Speiro

JEAN OUSSET
no encontrará ningún inconveniente en que clérigos, incluso en
gran número, figuren en el dispositivo.
Si, por el contrario, esta acción es eficaz ... , las reacciones, las
campañas de prensa, que
la· Subversión sabrá desencadenar serán
. tales que sacerdotes, seculares o religiosos, recibirán de su obis­
po o superior la orden de retirarse de una empresa tan compro­
metedora. Abandonando, de esta forma, a los laicos en lo
más
fuerte del combate. Lo que, bien lejos de escandalizarnos, es un
retorno al orden mismo. Pero debe observarse ... que realizado .el
abandono en semejante momento, un tal repliegue- parecerá una
desbandada, cuyo efecto es siempre desastroso sobre la moral de
la tropa.
Que se pida su consejo, pues, cuando se pueda; que se busque
apoyo, consuelo espiritual
de clérigos doctos, prudentes y santos.
Pero guardémonos de enrolarlos, abiertamente,_ en el combate de
lo
"temporal".
Evitar la confusión de planos y las discusiones.
Nunca se dirá bastante cuán importante, cuán decisivo puede
ser determinar con exactitud el campo de este combate.
Campo dentro del cual el laico está en su casa, dueño de sus
iniciativas, de sus decisiones. Campo dentro del cual el clérigo
no
puede tener el derecho de aprovecharse de su título de clérigo y
de la influencia psicológica que este título le permite ejercer para
comprometerse en asuntos que no son ya de su incumbencia.
Porque, si es cierto que, en multitud de materias --empleo
del latín, liturgia, catequesis, música sacra, etc ... ~, los laicos pue­
den expresar un deseo, emitir una opinión, formular una crítica
(como el mismo Concilio lo acaba de recordar), no les pertenece
el zanjar y decidir en estas materias. Porque este campo es de
la total y muy legítima soberanía sacerdotal.
Y es prueba de una confusión de espíritu, de una falta de
sentido práctico lamentables imaginar que se pueden llevar al
294
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
unísono, bajo el signo de una misma organización, según los mis­
mos métodos, dos suertes de actividades, una dependiente del po­
der de los laicos, la
otra del de los clérigos.
No se actúa, no se comporta uno de la misma forma cuando
está en terreno ajeno que cuando se está en el propio.
No ·Se puede actuar, no se puede escribir, hablar, organizarse,
intervenir de la misma forma según se halle uno en un campo en
el que la autoridad pertenerza, legítimamente, a otros o a uno
mismo.
Y, pues ... los organiso:110s, el objeto de las int_ervenciones, su
orientación y su estilo pueden y deben diferir.. . según se per­
siga una acción temporal ( o lo que es lo mismo: una acción en
la que la libertad, el poder de decisión pertenezcan a ]os laicos) ... ,
o según se persiga
una acción específicamente religiosa, espiri­
tual, litúrgica (
o lo que es lo mismo, una acción que dependa de
la autoridad de los clérigos).
Con el desconocimiento de estas distinciones, como algunos
se
superan en hacer, nunca se llegará más que a desarrollar la
confusión, crear· situaciones sin salida.
Sólo
una justa distinción de los dos campos: espirihlal y tem­
poral, puede ofrecer a los clér~gos y a los laicos el terreno de
su más segura eficacia y de su complementariedad armoniosa.
Tan sólo esta distinción puede apartar de su combate cívico
un cierto número de tentaciones, dificultades o trampas, causas
de innumerables defecciones o de lamentables desviaciones.
Respeto filial a loa clérigos ...
Tan sólo esta distinción ofrece a los laicos más celosos un
campo de acción donde podrán avanzar sin estar peligrosamente
amenazados por dos peligros, cuyas víctimas son innumerables.
De una parte: el peligro de debates, disputas continuas con
los que Michel. de Saint-Pierre llama "los nuevos curas".
Por otra parte: peligro de dejafse neutralizar por ellos.
295
Fundaci\363n Speiro

EAN OUSSET
JEAN OUSSET
Peligro de disputas o de controversias perpetuas con "los
nuevos curas".
Porque estas disputas son dolorosas, agotadoras; porque pro­
ducen
amargura, entenebrecen el alma, endurecen el corazón. Y
no producen provecho alguno.
Su fin ordinario es la crispación
en actitudes cerradas, definitivamente hostiles.
Sin olvidar que
el número es inlimo de los que pueden con
competencia, de modo oportuno,
"aleccionar a su párroco".
Y cuántos teniendo razón terminaron por perderla ... porque
el argumento que consideraban hábil o¡xmer a su vicario no era
el bueno ... Porque la referencia escrituraria, dogmática o canó­
nica ésgrimida en su "carta al obispo" no era adecuada· para el
caso contemplado. Porque el tono de su misiva era inadmisible,
etcétera
...
Salvo raras excepciones es inmenso el descrédito e inutilidad
que producen estas intervenciones .
. :. sin clericalismo.
Pero resulta que si es grande· el peligro de semejantes dispu­
tas, es también real y no menos
desastroso el peligro que con­
siste en dejarse envolver, neutralizar, en lo temporal,
por los
"nuevos
curas".
Peligro de desestimar la obligación de un combate eficaz con­
tra las fuerzas subversivas rpor escrúpulo clerical... Porque tal
sacerdote pretende que
Marx es mucho menos peligroso de lo
que se creyó... Porque tal
otro no se avergüenza en pretender
que las encíclicas están anticuadas. Porque los marxistas .cada
vez son más calurosamente aplaudidos
por los clérigos, religiosos
o religiosas presentes en las Semanas de los Intelectuales Católi­
cos. Mientras que los cristianos, tenidos
por integristas, son cui­
dadosamente apartados
de ellas.
Tentación que perturba tanto más cuanto que es lanzada por
doqui_er por una prensa notoriamente favorable a ese mism.J
296
Fundaci\363n Speiro

DEBER Y CONDICIONES DE EFICACIA
espíritu que es vendida en el interior de las iglesias y a. la que -se
invita perentoriamente a sostener.
Resultado: muchos laicos se hacen un deber a regañadientes,
y contra la evidencia de sus desilusiones más sangrantes (12), de
escuchar y seguir tso a los clérigos.
Porque estos laico~ no están lo bastante seguros del derecho,
que la misma Iglesia les reco~oce, decer :&N ESO a los clérigos.
Porque esto~ laicos no están bastante prevenidos, no están
bastante penetrados de la sabiduría divina de esta fundamental
distinción
entre lo espiritual y lo temporal.
Distinción que es
la única que puede permitirnos determi­
nar este campo, en el que los deberes del laicado son bastante
numerosos para que continúe complaciéndose en querellas con
su párroco.
Distinción que es
la única que permite determinar este campo,
en el
que los deberes del laico son bastante evidentes para no
dejarse envolver, neutralizar por los clérigos, aunque és~os sean
sincerós y bien intencionados.
Es tan cierto que las mejores relaciones de vecindad son aque­
llas en que el respeto al cercado ajeno es más delicadamente ob­
servado. Mientras que no se tarda mucho en tomar antipatía a]
amigo que ·no respeta cercados; ahí está ... el clérigo más o~upado
en los asuntos del siglo, más sediento del prestigio mundano por
el efecto de un "apostolado selectivo", que preocupado del cuidado
de las almas
y del esplendor del santuario.
Restablecer el poder temporal cristiano del laicado.
Campo de actuación de lo temp-oral, pues1 único campo en el
que porque sabe que en él está en su propio terreno, el seglar
(12) Cf., en el caso de Argelia, la declaración de Su Excelencia
Monseñor
Duval: "Todo hacía esperar ... "-¿ Todo?-.
Fundaci\363n Speiro

JEAN OUSSET
puede encontrar, a la vez, el lugar de su combate y de su des­
canso.
campo en el que la acción será tanto más afortunada, tanto
más eficaz, cuanto mejor conocidos y respetados sean por ambos
vecinos los límites de esta propiedad.
Campo, en
el que el doble peligro denunciando será en todo,
tanto menor cuanto más autorizado se sienta
el laico para decir
a los clérigos: 1
' ••• Respeto y amo en vosotros a mis padres en
la
fe. Sé que de vosotros podré recibir el santo maná de la Pa­
labra, de la Doctrina de la Iglesia.
·ny esto tanto más cuanto que nosotros no somos de esos lai­
cos cristianos que no cesan de reclamar a
la Iglesia el derecho de
profesar otra doctrina distinta de la suya:
el marxismo en par­
ticular. Nosotros estamos adheridos firmemente a la doctrina de
los Papas. No tenemos
otra ambición que la_ de aplicarla. En ella
está nuestra única esperanza de salvación.
"Pero esta misma doctrina de la Iglesia nos reconoce un
campo de
justa independenda, de libre iniciativa. No pensamos
que pueda haber pecado, pues, en pedir a los clérigos que
en él
nos dejan trabajar en paz. No pensamos que pueda haber pecado
en
pedir que su eventual voluntad apostólica de diálogo con los co­
munistas no Ilegue a ser, según toda evidencia, el medio más
seguro de favorecer
el acceso al poder de estos últimos.
"Y pensamos tener, por Dios y par la Iglesia, el derecho a
trabajar eficazmente para evitarlo, y hasta para impedirlo".
En una palabra y para terminar, si en la confusión actual no
queremos que desaparezcan los bienes sociales y políticos más in­
dispensables de
la vida es preciso devolver, al menos a tma élite,
un sentido agudo de la justa autonomía del poder de los laicos
en lo temporal
y un sentido menos elevado de la autoridad ele los
clérigos en este mismo campo.
Es preciso restablecer el poder temporal cristiano del laic::ido.
298
Fundaci\363n Speiro