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Número 117-118

Serie XII

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El pensamiento contrarrevolucionario español. Fray Atilano Dehaxo Solórzano

EL PENSAMIENTO CONTRARREVOLUCIONARIO ESPAAOL
FRAY ATILANO DEHAXO SOLÓRZANO.
POR
FRANCISCO JosÉ FERNÁNDEZ DE LA OGOÑA.
Entre los pensadores que a fines del siglo xvm y comieozos del
XIX se opusieron a la doctrina de la Revolución en nuestra patria,
Fray
AtHano Dehaxo

es
prácticamente desconocido.
Su obra «El
hombre en su estado natura1» editada en
la Imprenta de Fernando
Santarén, en Valladolid, el año 1819 le hace acreedor, sin embargo,
de mejor suerte. No contiene nuevas
y brillantes teorías filosóficas
o políticas, pues todos los pensadores contrarrevolucionarios se mue­
ven en un terreno menos espectacular aunque mucho más firme,
pero
ciertamenre recoge
las verdades del sentido común
y con ellas
desbarata las ideas, tampoco nuevas aunque
lo pareciesen, de las
ideologías
políticas que,

entonces, encandilaban a las clases inte­
lectuales.
El desconocimiento de Dehaxo tiene, para mí, un origen que
poco tiene que ver con
la mayor o menor bondad de su obra. Pro­
viene, simplemente,

de que en España tirios
y troyanos siguen vi­
viendo de la obra inmensa de M-enéndez y Pelayo. Y a las manos
de D. Marcelino no llegó la obra de Dehaxo o al menos no lo citó
en las obras que son
la base de todas las investigaciones españolas
desde que él vivió hasta nuestros días.
Es una prueba más de la grandeza del ilustre santanderino y de
la miseria intelectual de quienes hacen gala y profesión de un pa­
triomasoquismo enfermizo
y degenerado -la expresión es de Gon­
zalo Fernández de
la Mora--creyendo realzar unos talentos que hoy
por hoy solamente se les suponen,
atacando a
Ja gran figura de
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FRANCISCO /OSE FER.NANDEZ DE LA CIGONA
nuestro historiógrafo desde las trincheras de unos trabajos endebles
y sin el menor futuro.
Fray Mateo del Afamo, monje de Silos, nos da una brevísima
referencia biográfica en su amplio artículo sobre
la Congregación
de Valladolid en el Espasa (l). Por ella sabemos que Fray Atilano
Dehaxo era santanderino, regentó estudios en los Monasterios de
Eslonza e !rache y fue Abad en
1816 de Nuestra Señora del Espino.
Y nada más. Podemos suponer que era apreciado como intelechlal
en la Congregación benedictina, dado los cargos que se le encomen­
daban
y que a sus dotes de inteligencia debían unirse, al menos -en
teoría, otras de gobierno por lo que fue elegido abad. El
P. Guillermo Fraile en su Historia de la Filosofía Española (2)
le cita entre los benedictinos escolásticos del siglo
xv111 y no hemos
vuelto a encontrar su nombre en otros textos consultados.
La Historia general y literaria de la Congregación de San Benito
de Valladolid, que
el P. Alamo decía estar preparando, no ha visto
la luz. Y su nombre no aparece en la Biografía Eclesiástica Com­
pleta (3), en el Dictionaire d'Histoire et Géographie Ecclésiastique,
de Alfred Baudrillart (
4), en la Enciclopedia Cattolica ( 5), ni en
el Diccionario de Historia de España (
6).
En los archivos de la Congregación de Valladolid, actualmente
en Silos, y gracias a la ayuda de Fray Ernesto
Dolado, OSB,
hemos en­
contrado que en la sesión
del 8 de mayo de 1801 fue nombrado lec­
tor de vísperas en !rache un Fray Atilano Ajo
(7) que suponemos
es nuestro autor.
La fecha de este nombramiento nos hace suponer también que
cuando escribió
el libro a que nos referimos y cuando fue nombrado
(1) Enciclopedia Universal Ilustrada, t. 66, pág. 985, Espasa Calpe,
Madrid.
(2) Fraile, Guillermo-, O. P.: Historia de la Filosofía Española: Desde
la Ilustra.ión, pág. 56, BAC. Madrid, 1972.
(3) 1848.
( 4) PaIÍs, 1912.
(5)
Vaticano, 1948.
(6) Revista de Occidente, 1952.
(7) Actas de la Congregación de San Benito de Valladolid, 1725·1805
(hoy

en el Monasterio de Silos), pág. 385.
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FRAY ATILANO DEHAXO SOLORZANO
abad debía de ser un hombre de cuarenta o cuarenta y cinco años, por
lo que debió conocer posiblemente
el dolor de la desamortización
y
la disolución de una Congregación que tanta gloria había dado a
la Iglesia y a España. Todo ello son conjeturas que podrán tal vez confirmarse algún
día. Hoy nos queda casi como único dato sólido el libro que poco
tiempo antes del trienio liberal publicó en Valladolid.
La obra de Dehaxo es eminentemente polémica y va dirigida a
demostrar el absurdo de las
ideas, entonces
tan en boga, de que el
hombre era perfecto en su estado salvaje o «naturál» y de que la
sociedad era
la corruptora de la bondad y felicidad humana. El
estilo es epistolar, el joven Filandro es el destinatario de los razona­
mientos del benedictino, y tiene nna finalidad aleccionadora contra
los
«falaces discursos,

las voces encantadoras, las venenosas insinua­
ciones de la nueva filosofía» (8) que seducen a la juventud española.
Dehaxo posee un vastísimo dominio de los clásicos cuyas citas,
siempre pertinentes, llenan las páginas del libro, en mayor canti­
dad todavía que las de Jas Sagradas Escrituras, aunque su discurso se
basa sobre todo en argumentos de razón, viniendo los de autoridad en
refuerzo de los anteriores, lo que dá a
la obra una gran solidez.
También es digno de señalar que aun siendo
la fecha de edición
de la obra el año 1819, en plena restauración absolutista
y después
del sofocamiento de sublevaciones como las de Mina, Porlier,
el
Triángnlo, etc. (9), solamente hay en la obra dos alusiones al mo­
narca reinante
y en un tono tan comedido que la aparta decidida­
mente de todo carácter de adulación ( 10). Es en
el terreno de los
principios donde Dehaxo se mueve
y en él deshace los argumentos
rusonianos sobre el estado
natural del

hombre, que entonces eran
ideal de cuantos propugnaban la destrucción del Antigno Régimen
y
que aún hoy se encuentran en la base de modernas construcciones
(8) Deruixo, pág. IX.
(9) Comellas, José Luis: Los primeros pronunciamientos en España.
CSIC, Madrid, 1958.
(10) «Nuestro católico Mona.rea el Sr. D. Fernando VII (que Dios
guarde)», op. cit., págs. XI y XII y «el gobierno paternal de un mona.rea,
y de un monarca tan justo como el Sr. D. Fernando VII», op, cft., pág. 357.
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políticas, pese a que nadie se atreve a mantenerlos en su integridad
por su falsedad
evidente.
«Los monstruosos sistemas, absurdas paradojas y ridículos so­
n.mas» ( 11) que subyacen en la ideología que Dehaxo se apresta
a combatir, pueden formular~ en la frase _de Rousseau ·en que ex­
presa que «el hombre nace libre y señor de sí mismo» (12). De
aquí derivará el
Pado social, La apología del buen salvaje, la afir­
mación de que la libertad viene de Dios
y la autoridad de los hom­
bres, la oposición a los reyes, etc.
Este hombre que nace libre y al que la sociedad pone trabas y
corrompe es; sin embargo, en la tealidad, < este mundó escoltado de dolores ... no hace ni puede hacer más que
implorar con lloros y quejidos la compasión de las almas sensibles,
de cuya oficiosa humanidad
pende su
apurada subsistencia por al­
gunos años ... vive
siempre expuesto a los asaltos inevitables y fre­
cuentemente imprevistos de una enfermedad o accidente que le
postra, le despoja de todas sus fuerzas, y le reduce al impotente es­
tado de la infancia» ... hasta que la ancianidad «abate sus fuerzas,
entorpece sus órganos, debilita sus miembros, ofusca su razón ...
hasta reducirle a la triste y degradante situación de tierno y desva­
lido infante que todo necesita
y nada puede» (13). El contraste entre
la realidad y la utopía excusa por &u claridad meridiana toda ex­
plicación
y, desgraciadamente para la humanidad, es Dehaxo quien
tiene razón.
El hombre desde los primeros tiempos es uh animal social, que
nace en una familia gracias a
la cual puede sobrevivir, pues ella le
alimenta, cuida
y enseña. Esa familia está bajo la autoridad de un
padre de familia, que la
ejerce sobre todos

los miembros de la
misma, hasta que alguno por su matrimonio pasa a constituir una
nueva sociedad que aceptará la autoridad _ del nuevo cabeza. Pero
las necesidades cotidianas hacen insuficiente a esta pequeña célula
social que

no puede enfrentarse satisfactoriamente a los mil pro­
blemas que la vida le plantea. Y surge la necesidad de la agrupa-
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(11) Op. cit., pág. XI.
(12)
Op. cit., pág. X.
(13) Op. cit., págs. 66 y 67.
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ción de varias familias que acatan 1a autoridad de nn miembro de
alguna de ellas, constituyéndose así la sociedad civiL Esto es en
síntesis
la argumentación de Dehaxo que tiene muy poco de original
pero mucho de verdadera.
Y ello porque se limita a recoger la ex­
periencia mu:ltisecular de la historia
de los
hombres frente a otras
concepciones idealistas, como las que entonces imperaban, fruto de
la imaginación de «ilustrados» y «filósofos».
Esta sociedad constituida por miembros desiguales en derechos
y deberes, en inteligencias, virtudes y fuerza, no pactaba
el poder
sino que lo reconocía y aceptaba· en la autoridad. Este es el nudo
del pensamiento del benedictino frente a «los principales sistemas,
opiniones y doctrinas exóticas de los más célebres filósofos y publi­
cistas modernos»
(14). Para Dehaxo el error en el concepto de
hombre y su estado natural conduce, bien a la más total tiranía
po­
lítica y positivismo de Derecho que personifica en las doctrinas de
Hobbes, o bien a la absoluta anarquía a
la que lleva el pensamiento
de Rousseau.
Si «en el estado de naturaleza no había príncipes ni leyes que
san las

reglas supremas del bien
y del mal moral» ( 15) ·se llega
lógicamente
al < nada más natural en un total
estadO" de
insubordinación e indepen­
dencia que soltar el hombre las
riendas a la ambición, a la codicia,
y a las demás pasiones funestas que
tan imperiosamente le domi­
nan» (16).
«Y desde este punto de vista ¿qué se espera ya ver sobre la
faz de la tierra, sino todos los horrores de
la guerra más cruel y
sangrienta de unos con Otros y de ~ad.os contra todos? No hay re­
medio; todos son rivales, luego enemigos jurados unos de otros,
todos
se temen

porque siendo cada uno árbitro de sí mismo todos
pueden todo lo que quieren
y quieren todo lo que pueden, luego
siempre
están con

las armas en las manos, _ni pudieran dejarlas por
µn momento sin aventurar sus bienes y sus vidas. He aquí el ver-
(14) Op. dt,, pág. l.
(15) Hobbes: Cit., pág. 5.
(16) Op. cit., pág. 6.
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dadero carácter del estado natural, guerra universal y recíproca:
guerra encarnizada: guerra irreconciliable y ·eterna.
Cada hombre es un competidor, cada semejante un enemigo, cada
patriota un tirano, cada vecino un traidor, cada doméstico un ase­
sino.
No hay padres ni hijos, ni hermanos, ni deudos,
ni amigos ...
un
odio implacable
y feroz los anima ... mejor diré, los agita, los
enfurece a todos, porque anhelando todos al goce exclusivo de unos
mismos objetos, ninguno puede conseguirlo sin la destrucción de
los demás» (17).
Y Dehaxo señala cl.aríSimamente d vicio radical de la concep­
ción hobesiana:
«Mientras el

hombre no se transforme en fiera, es
imposible que desconozca: que debe rendir homenaje al Ser Supre­
mo; respetar a-sus padres; amar a sus semejantes; tratarlos como él
quiere ser tratado ... ; en una palabra, arreglar toda su conducta por
los sublimes principios del orden, de la justicia, de la honestidad y
decoro que prescribe
la recta razón y no por las miras bajas y sór­
didas del vil interés, de la propia comodidad, y de la conservación
o
bienestar individual que es el gran principio de Hobbes; principio
ciertamente el más propio a formar egoistas, propagar el epicureís­
mo más degradante, desmoralizar el universo. Porque sentada Ia máxi­
ma de ser la conservación d-el individuo la regla fundamental del
derecho, todo el dereoho queda reducido al arte vil y ¡necánico de
negociar la propia conveniencia» (18).
En la concepción de Dehaxo
subyare, no

podía ser de otra
ma­
nera,

el dogma del Pecado Original
y el concepto de naturaleza
caida del hombre, sujeto de pasiones, pero que conserva en el fondo
de su alma la ley natural (19), y que con el auxilio de la gracia
puede vencer sus malas inclinaciones. Por eso, leal súbdito de la
mona:rqufa española,
no ve en ésta
la
representación de la tiranía sino las cánseruencias de la doctrina de
Hobbes. La Monarquía, que desde sus más remotos antecedentes vi­
sigóticos llevaba indeleblemente impresa la senrencia isidoriana del
(17) Op. cit., págs. 7 y 8.
(18)
Op. cit., pág. 10.
(19) San Pablo: Epístola a 101 Romanos: 2, 14-15. Sagrada Biblia
Nácar-Colunga, pág. 1373. BAC, Madrid, 1955.
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FRAY ATILANO DEHAXO SOLORZANO
Rex eris si recte facias ( 20), sabía muy bien que no eran los pueblos
para los
reyes sino
los reyes para los pueblos (21) y eso aún en
días en que la dinastía borbónica había enturbiado, con reflejos
de la corte del Rey
&,l, los

superiores
criteri°" de
los regímenes po­
líticos tradicionales de España. Y así comenta a Hobbes: «La
voluntad del

príncipe es la regla de
lo justo ... ¡Es posible, Filandro,
que haya salido de la pluma de un filósofo tan indigna lisonja, o
por mejor decir, tan horrible blasfemia política y filosófica! (22).
Nada tiene, pues, que ver el absolutismo con el pensamiento tradi­
dicional español. Ha bebido en otras fuentes y buena prueba de
ello es que sus representantes más recientes> los que en nuestro siglo
han llenado de barbarie y de sangre la historia de la hwnanidad,
nada tuvieron que ver con la filosofía cristiana y sí, en cambio, con
otras que en los albores del siglo XIX el benedictino calificaba de alu­
cinaciones {23), delirios (24), sueños (25)
y cuadros afrentosos (26).
El Príncipe tiene unos deberes (27)
y si los conculca se con­
vierte en tirano (28). Y para los clásicos españoles esta palabra
tenía enormes consecuencias pues incluso podía suponer la quiebra
de los deberes del súbdito para con el soberano ( 29).
Nada más lejos, pues, que el totalitarismo de Estado y el posi­
tivismo jurídico de la mente de Déhaxo. Pero no eran sólo las in­
fluencias de Hobbes las que minaban la recta concepción política
de los Estados, según el pensar del benedictino. Si por este camino
se llegaba al absolutismo, la «desviada fantasía» (30) de
otro fi-
(20) San Isidoi-o: Etimologías, L 9, C-3. Cfr. también San Isidoro:
LoI tres libros de las Sentencia.r, L 3, cap. 48, 7. BAC, Madrid, 1971, pág. 494.
(21) Santo Tomás: De Regímine Principun, cap. 11.
(22) Dehax:o: Op. cit., pág. 12.
(23) Op. ,;,., pág. 17.
(24)
Op. cit., pág. 19.
(25)
Op. cit., pág. 19.
(26)
Op, cit., pág. 20.
(27)
Op. cit., págs. 25 y 26.
(28) Op. cit., pág. 14.
(29) Cfr. entre otros a Juan de Mariana: De rege et regis institntione,
libri 11, y más recientemente a Marcial Solana y Aniceto de- Castro Albarrán.
(30) Dehaxo:
Op. cit., pág. 36.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOl lósofo conducía al otro extremo de la degradaáón social. A la
anarquía.
«El sofista de Ginebra», (31) «este hombre singular, único en
su especie, que nunca pudo avenirse con nadie, ni aún consigo mis­
mo; este ente equívoco y contradictorio cuya posibilidad se pondría
justamente en duda a no constar con sobrada certidumbre su exis­
tencia;
es,te soñador

eterno en quien hasta el uso de la razón era
un verdadero delirio ... » (32) edificó la sociedad sobre una base
mucho más inestable qne la voluntad omnipotente del
tirano.
El

buen salvaje,
creaáón ideal
de Juan Jacobo Rousseau, es
deshecho, en argumentaciones unas felices y otras menos, por Dehaxo.
Este estado de naturaleza que luego la sociedad corrompió, es para
el benedictino una aberración de la mente humana cuando se pro­
pone como ideal (33). Y trae a Buffon en apoyo de lo que es evi­dente (34). Pero más importante que denunciar aquel pretendido
estado ideal, que no era otra cosa que una vida de · doJores y mise­
rias, es la afirmación de Dehaxo de que ese hombre era ya un ser
social pues sólo en sociedad podía lograr ese mínimo de felicidad
que en
tal estado podía apetecer (15). La cita de Aristóteles re­
sume en toda su tajante sonoridad .la argumentación de Dehaxo:
«El solitario o es Dios o bestia» (36).
Largo sería seguir a Dehaxo en su descripción de las necesida­
des humanas que hacen del hornb~e un ser social por naturaleza (37).
La niñez desvalida (38), la ancianidad (39), las distintas aptitudes
(31) Op. cit., pág, 36.
(32) Op. cit., pág. 35.
(33) Entre los miles de trabajos sóbre
«el buen

salvaje».
cfr., p. ej.,
«Libertad abstracta
y libertades concretas», de Francisco Elías de Tejada:
VERBO
núm. 63, págs. 153 y sigs.
(34) Dehaxo, Op. cit., págs. 44 y 45.
(35)
Op. cit., págs. 43 y 44; 60 y sigs.
(36) Op. cit., pág. 64. Polit. 1! cfr. Aristóteles: La Política, Edit. Es-
pasa Calpe. M:adrld, 1965, 10 edición, pág. 24.
750
(37) op. cit., pág. 65. Cfr. Aristóteles, Op. cit., cap. I.
(38) Op. cit., págs. 66 y 67.
(39)
Op. cit., pág. 67.
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FRAY ATILANO DEHAXO SOLORZANO·
de los hombres ( 40), las necesidades, en fin, de la vidac social ( 41),
vienen, con vigoroso trazo, en demostración del verdadero estado
natural del hombre.
Y este -estado no es para Dehaxo una situación de igualdad pues
no vacila en calificar «la igualdad natural de todos los hombres» de «dogma absurdo y pernicioso» causante de la Revolución fran­
cesa (42).
La naturaleza hace a los hombres desiguales. «A uno da talento:
a otro, fuerza; a este hace astuto; a aquél, sencillo; tal es ardiente,
aativo, animoso, intrépido ... rual frío, desidioso, cobarde, apático ...
Y entre éstos y otros, infinitos extremos» ( 43). Y estas desigualdades
naturales traen como consecuencia las demás, .«Los niños, por ejem­
plo, ¿podrán no depender de sus padres y estar en todo subordinwos
a

su
ifDperio? El

sexo débil ¿no es natural que se someta al más
fuerte? El ciego, el contrahecho, el en-teca ... ¿no ha de tener nece­
sidad del sano, del robusto, del que goza íntegramente el uso ex­
pedito de sus miembros?; el industrial y activo ¿no ha de ser na­
turalmente más rico y poderoso que el flojo, el haragán, el inepto?
El hombre de talento, de virtud y de mérito ¿no está en el orden
que gobierne, que domine
y dé la ley al rudo, al ignorante, al in­
útil?» (44). Para Dehaxo hay
t=bién otra

«triste verdad» ( 45) y es que «todas
las revoluciones políticas del
glóbo comenzaron

prometiendo la
li­
bertad a los pueblos : todas acabaron por m.cerlos esclavos» ( 46).
Porque «Ia absoluta libertad_ con que nos Iisorijean los espíritus re~
volucionar,ios

es tan imposible
y tan absurda como su hermana la
igualdad» ( 47). Todo esto no tiene nada que ver con las afirma·
(40) Op. dt., pág. 66.
(41)
Op. cit., pág. 67.
(42) op. cit.¡ pág. 98.
(43) Op. cit.1 pág. 99.
(44) Op. cit.1 pág. 103.
(45) Op. cit., pág. 105.
(46) Op. cit., pág. 105.
(47) Op. 'cit., pág. 105.
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
dones sofistas de que los pensadores tradicionales españoles defien­
den un régimen tiránico cuya síntesis podría ser el < cadenas».
El benedictino afirma tajantemente lo contrario. Libertas est ser­
vire rationi ( 48)
y con Isidoro, Bernardo y Tomás de Aquino añade
que «la ley injusta no es ley»
(49). Pero una vez que la ley reuna
los requisitos que la hacen merecedora de tal nombre, la sujeción
a la misma «lejos de envilecer a:! hombre, le honra y le ennoblece;
en vez de degradarlo, le exalta
y perfecciona; en lugar de violentar
y disminuir su libertad natural, la aumenta
y asegura y para decirlo
to~o en una palabra, es tan conforme a su naturaleza como la misma
vida
social ;

pues como observó Cicerón, no sólo una nación o una
ciudad, mas ni una sola casa o familia puede subsistir sin el apoyo de
las leyes» (50).
Esta ha sido desde siempre la doctrina social cristiana. Y si la
Iglesia la ha afirmado en todos los tiempos no ha sido en base de
algunas
pal•bras de

Cristo, escasas
y dispersas, pues su mensaje fue
de sa1vación sobrenatural y no d,e política terrena, sino, sobre todo,
considerando el orden sqcial, emanación también del Creador de
la Naturaleza. Así lo interpretaron San Pedro en su Epístola a los Romanos (51),
Clemente Romano en la Epístola a los Corintios
(52) y Policarpo
de Esmirna
en la Epístola a los Filipenses (53), por no citar más
que autores de los tiempos apostólicos.
Lo contrario no conduce
más que a utopías, tal vez seductoras,
aptas para halagar las pasiones humanas, pero incapaces de edificar
(48) Op. cit., pág. 111.
(
49) Op. cit., pág. 110.
(50) Op. cit., págs. 112 y 113.
(51) San Pedro I Rom. 2, 13-17. Nácar-0,lunga, pág. 1943. BAC
1955, sexta edición.
752 (52) Padres Apostólicos: BAC, págs.
234-235. Madrid,
1960.
(53) Padres Apostólicos, BAC, pág. 670, Madrid, 1950.
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FRAY ATILANO DEHAXO SOLORZANO
un orden social justo y estable .. No es otra la conolusión de Dehaxo
rimando la cita del clásico :
«Disparatando sio fin,
Nos piotan en conclusión
En las ondas al león
Y en las selvas
al delfín» (54).
La Carta Tercera, dedicada a la sociedad conyugal configura a
la familia como célula básica de toda la organización social. Y hace
especial hincapié (55) en la indisolubilidad del matrimonio, consi­
derando
el divorcio como un mal irreparable para la educación de
la prole. Una vez más se pone de manifiesto que el divorcio no es
malo porque Dios lo haya prohibido (56) sino que lo prohibió
porque era mafo. Y situaciones que particularmente pueden ser in­
justas quedan justificadas por el fin social más alto que quedaría
conculcado de admitirse
la mitigación para el caso concreto ( 5 7).
Es curioso notar cómo se repiten a lo largo de la historia las mismas
situaciones
y los mismos argumentos, pues las tesis divorcistas eran
las mismas en 1819 que en nuestros días. Esta sociedad conyugal, que
al ampliarse con el nacimiento de
los hijos concluye en la patriarcal, es para Dehaxo el embrión de
la sociedad política y
el poder

del padre de familia es el origen del
poder social (58). La autoridad de
los primeros

padres y antiguos
patriarcas no era recibida por delegación o pacto de los componentes
de la familia, pues la ostentaban antes de que los hijos naciesen
y
una vez nacidos era acatada por todos.
Pero ese régimen patriarcal «bastante para dirigir un corto nú~
mero de individuos ligados con los vínculos de la sangre y de uni­
dad de intereses, es de su
naturaleza muy

débil e insuficiente
para
mantener

en el orden una
gran multitud de familias que no reco-
(54) Dehaxoc Op. cit., pág. 118.
(55) op. cit., págs. 158 y 55
(56) Mat. 19, 3-9; Mate. 10. 2-12.
(57) Dehaxoc Op. cit., pág. 165.
(58) Op.
cit., pág. 206.
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FRANCISCO /OSE PERNANDEZ DE LA CIGOFIA
nocen un padre común, y que gozan de distintas propiedades y de­
rech06»
( 5 9). Entonces, por «ampliación natural de la autoridad
paterna.» ( 60) se constitnyó la autoridad política. Y Deha.xo cuida
de recalcar que sería ridículo pensar que aquellas personas pidieron
o esperaron el consentimiento de sus hijos y nietos para mandarlos y
hacerse obedecer de ellos» ( 61).
Las teorías pactistas son así rechazadas como ·«germen pestilen­
cia! y venenoso que disuelve todos los vínculos de la sociedad y
entrega todo el género humano a los horrores
de la anarquía» ( 62) .
Es la doctrina que León XIII a finales de siglo respalda.ría con su
autoridad desde sus luminosas Encíclicas ( 63). El respeto, pues,
y la obediencia que los hijos deben a sus padres se deriva inmedia­
tamente del Soberano Autor de la naturaleza, y no es más que una
amplificación de aquella misma obediencia y respeto que todos de­
bemos a Dios como
P"incipal autor

de nuestro ser ( 64).
Este
rechazo del

origen del poder en
~l pueblo
implica, en cierto
modo, el abandono de las tesis de Suárez, pues la lógica interna de
los principios de Rousseau exige que si el poder procede de la co­
munidad, ésta puede revocarlo a su antojo, introduciéndose de este
modo el germen de 1a revuelta en la vida social o, por utilizar las
palabras de Dehaxo, -< la anarquía» ( 65).
El poder para Dehaxo viene de Dios al gobernante, aunque,
por lo visto anteriormente, nada tiene _que ver esta concepción con
el derecho divino de los Reyes. El poder del gobernante no es ab­
soluto. Está sometido a Dios
y a la ley, pero mientras no mande
cosas injustas es preciso obedecerle,
y ello por dos razones: Por la
(59) Op. ( 60) O p. cit., pág. 324.
(61) op. cit., pág. 323.
(62) Op. cit., pág. 214.
( 63) León XIII: Diutumum 1/lud 3: Doctrina Pontificia. Documentos
Políticos,
págs. 110-111, BAC, Madrid, 1958.
( 64) Dehaxo: Op. cit., pág. 216.
(65)
Op. cit., pág. 314.
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FRAY ATILANO DEHAXO SOWRZANO
propia utilidad de la República y por el deber moral de todos de
ver en
el goberrumte una autoridad querida por Dios.
Y no es que
el pueblo no tenga nada que ver con el gobierno
de
la sociedad que tan directamente le atañe. «La multitud intervino
tal vez, en esos y otros actos de la misma especie, tan públicos como
importautes ( se refiere a determinadas elecciones históricas), ya
proponiendo, ya nombrando ... pero
jamás constituyendo» ( 66). El
Autor de la naturaleza no podía haber creado una institución de
ta!.l
transcendencia como es la autoridad para que, adoleciendo de un
vicio de raiz, estuviese destinada a consumirse en sí misma como
«la anarquía hecha costumbre» según frase feliz de Spengler. A
Filaodro decía
el benedictino: «Y ve
aquí autorizados los hijos
para
no obedecer a los padres, y los pueblos para alzarse siempre que se
les aotoje contra
sus más legítimos soberanos» ( 67).
Es este uno de los pocos lugares en que el
razonamiento del
benedictino parece oscurecerse. Los principios que sienta son tal vez
demasiado nebulosos y en algún punto quizá hasta incongruentes.
La doctrina que iba a alcanzar en Taparelli,
Liber_atore, Meyer, y, sobre
todo, en León XIII su expresión más depurada, está aquí induda­
blemente apuntada pero las conclusiones no son claras. Y así habla
de que quienes constituyen la autoridad son los Jefes de las tri~
bus ( 68) que aprueban la elección del pueblo, o las antiguas Potes­
tades -que vieron ;15urpados sus poderes y que terminan consintiendo
o cediendo sus derechos ( 69). Parece, pues, postularse una absoluta
legitimidad de origen solamente atemperada por una expresa o tá­
cita aceptación de los derechos por quienes tuvieron esa legitimidad
y un día se hao visto despojados de su autoridad. Establece clara­
mente la legitimidad de las diversas formas de gobierno conocidas,
adquiridas
y continuadas «por herencia, por elección o por derecho
de conquista>> (70). Pero aunque del contexto parece deducirse la
identidad del pensamiento
del benedictino
con las teorías arriba ex-
( 66) Op. cit., pág. 342.
(67) Op, cit., págs. 214 y 215.
(68) Op. cit., pág. 342.
(69) Op. cü., pág. 344.
(70) Op. cit., pág. 344.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
presadas, no acierta con la formulación clara de las mismas, cosa pur
otra parte fácilmente comprensible sin considerar otra cosa que la
fecha de 1a obra. De todas maneras es preciso señalar que el pensa­
miento de Rousseau, tan combatido por Dehaxo, hace introducir
a éste correcciones
en las doctrinas Suaristas (71) que, una vez más
lo decimos, apuntan decididamente en la dirección cristalizada a
fines de ese siglo. Dehaxo proclama la superioridad del régimen monárquico adu­
ciendo los argumentos clásicos, mando de uno más eficaz que el
de muchos, menos campo a las ambiciones, etc.
(72), pero reco­
noce que las otras formas de gobierno son también legítimas (73) y
que cuanto ha dÍcho en contra de la democracia era contra «la filo­
sofía, compuesta de hombres perfectamente libres, iguales e indepen­
dientes cual la trazó en su acalorada fantasía el Soñador de Gine­
bra» (74), y no contra ningún «Gobierno legitimo» de los existen­
tes (75).
Pese a ello _las ventajas de la monarquía, tal como fueron seña­
ladas ya por autores
precedentes', son

recogidas en párrafos enérgi­
cos e irrefutables : «es más fácil que abnsen del poder muchos que
uno, ya por ser menos dificultoso haber uno bueno y moderado que
muchos, y ya porque cuando uno sólo reune todo el poder, él sólo
es también responsable del abuso, y esta consideración debe necesaria­
mente arredrar'le para no comprometer su honor, su seguridad y
su trono» (76). El Rey es el primer interesado en el buen gobierno
pues, de gobernar mal, 1o _ que arriesga es mucho más que cualquier
Presidente de República que sabe que a! cabo de pocos años ha de
dejar para siempre el gobierno sin que el porvenir de su hijo
y de
su nieto quede comprometido para
nada. El

argumento del propio
interés, que un siglo después desarrollaría impecablemente Maurras,
756
(71) Op. cit., pág. 342.
(72) Op. cit., págs. 362 y sigs.
(73) Op. cit., pág. 353.
(74)
Op. cit., pág, 353.
(75) Op. cit., pág. 353.
(76) Op. cit., pág. 366.
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FRAY ATILANO DEHAXO SOLORZANO
aparece explícitamente en Dehaxo como una de las principales ven­
tajas de la Monarquía.
«Al contrario, cuando el poder está dividido entre muchos, nin­
guno
en particular se compromete, pudiendo cada uno hacer recaer
sobre sus concolegas lo odioso de su administración. Esta execrable
impunidad no puede menos que aumentar
la audacia
y animosidad
de los intrigantes
y ambiciosos: los cuales o se convienen en el cri­
minal designio de avasallar al pueblo
alzándose con
el poder exclu­
sivo, y ve aquí a otros tantos déspotas y tiranos; o se divide en ban­
dos, que
precisamente acarrean las guerras civiles con todos los ho­
rrores de la anarquía» (77). Los
males de
las Asambleas, tales como
la
impunid•d de

sus decisiones y la proclividad hacia
la dictadura,
Hitler salió de una de ellas, o hacia la anarquía
y la guerra civil,
recuérdense por no citar más ejemplos, los de
nuestras dos Repúbli­
cas,

son señalados, casi proféticamente, por el benedictino ya que
la experiencia parlamentaria que poseía no podía ser muy abun­
dante, pues, excepto la Asamblea francesa y nuestras Cortes de
Cádiz,
no había ejemplos de los que echar mano. Los años confirmaron
que aquellos frutos no eran de la casualidad sino que procedían
de la esencia misma de las Asambleas.
Y añade el siguiente ejemplo: «Si el mando de un ejército se
parte entre muchos jefes iguales, cua'.lquiera advierte ya en esta di­
visión del poder un principio de debilidad que, desde luego, anuncia
la discordia de los jefes, Ja desunión de las fuerzas, 1a derrota· del
ejército. Por
la inversa: confiado todo el mando a uno s61o, se afian­
za en el modo
posilrle la
unión, el buen
orden, la
victoria ... Podrá,
es verdad, malograrse todo por la impericia del Jefe, o por otras
causas: pero ¿se dirá por eso que habría sido mejor dividir el mando
entre muchos? No seguramente ... Estamos en el caso. Partir la so­
beranía es destruir aquel UNO ,in el cual no puede subsistir el Es­
tado: reunirla en UNO SOLO es cerrar la puerta a la división que
es el mayor contrario de la Sociedad, y preparar al Estado una du­
ración eterna ruanto cabe en lo humano» (78). Es preciso señalar
(77) Op, cit., págs. 366 y 367.
(78)
Op. cit., pág. 368 .
• 7l7
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOl'IA
de nuevo qué lejos está del pensamiento de Dehaxo el mando de
uno de la tiranía y del
absolutismo. Estos
pueden sobrevenir a la
Monarquía pero ésta dejará ya de ser tal para convertirse en despo­
tismo que, ha cuidado también de señalar, se ha
dado con

mucha
más frecuencia, si cabe, en regímenes aristocráticos y democráticos.
Esta unidad
de mando hace que «las deliberaciones de los ne­
gocios públicos sean más prontas, más secretas y más sabias. Mas
prontas, porque
el Príncipe sólo decide en oyendo el parecer de su
consejo,
y así se excusan las pro1ijas y acaloradas discusiones que
son inevitables
·en las· juntas

populares, y aun en los senados de los
magnates.
Más secretas, porque como el Monarca es único sabedor
y
depositario de
sus resoluciones y proyectos, de él sólo pende tam­
bién el secreto; pero en
la aristocracia pende de muchos y en la
democracia de todos. Mas sabias, en fin,
porque el
Príncipe supe­
rior a la ambición, a
la envidia, y a las intrigas que suelen intervenir
siempre en
las deliberaciones de la multitud ( nobles o plebeyos),
con madura reflexión
y gran sosiego pesa y examina a ~angre fría
(para
decirlo así) en su consejo
los asuntos más arduos e impor­
tantes; no proponiéndose
reglilarmente otro
fin que el mayor bien
de
sus vasallos,

del
cual depende esencialmente el suyo» (79).
Queda trazado de este modo un sistema político eo el que el
Rey, no dueño absoluto sino sujeto a Dios y a
la Ley, dispone de un
ejecutivo fuerte que aplicará
al bien común, pues de no hacerlo así
pone en peligro su dinastía. Las · modernas tendencias robustecedoras
del
poder ejecutivo

frente a los Parlamentos no vienen sino a con­
firmar
lo acertado del esquema propuesto por Dehaxo.· El Rey, que
no tiene hipotecas pues no· fue elegido por ningún grupo
y a nadie
debe su cargo~ se

encuentra en
la mejor situación para gobernar rec­
tamente a sus súbditos
y, si no lo hace, la responsabilidad es suya.
El es también el más interesa-do, por otra parte, en ese buen gobierno,
pues su autoridad está en
1a felicidad de su reino. Lo que no quiere
decir que porque exista
la Monarquía, el país pobre se convertirá
en próspero. Pero para Dehaxo resulta
más que
probado, por ar­
gumentos de razón, que en igualdad de circunstancias el sistema
(79) Op. dt., págs. 368 y 369.
758
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FRAY ATILANO DEHAXO SOWRZANO
monárquico deparará más justicia, libertad, orden y desarrollo que
cualquier otro sistema.
Lo que le lleva a concluir «que fuera del
gobierno monárquico fundado por el Soberano Autor de la Natura­
leza, sobre la autoridad paterna, no es posible hallar un punto de apoyo que afiance por mucho tiempo la unión de los ciudadanos,
ni
la duración de un Estado» ( 80).
Pehaxo estudia también las
objeciones que pueden hacerse a
la Monarquía y sigue para ello la triple clasificación de Heinecio (81).
1)
Periculum a malo Príncipe: La argumentación de Dehaxo
no alcanza aquí el vigor de Maurras, cuando demuestra que histó­
ricamente el porcentaje de necios o malvados elevados a la Suprema
Magistratura por elección es muy superior al que resulta de la heren­
cia, pero es también contundente. «¿Acaso la tiranía y el despotismo
están vinculados al Imperio de uno, como han aparentado creer
algunos periodistas? Los treinta tiranos de Atenas ¿dejaron de ser
tiranos por ser treinta?» ( 82) . Porque la tiranía nada tiene que ver
con la forma de Gobierno sino con el modo de ejercicio. Las de­
mocracias populares y los nuevos Estados africanos han demostrado
esto a la saciedad. Dehaxo lo vio muy claro al escribir que «la usur­
pación de la autoridad suprema o el abuso de ella en des precio de
todas las Leyes: he aquí los caracteres de un gobíerno tiránico. Si
los que gobieman de ese modo son muchos, serán muchos los tira­
nos, los déspotas y todo lo que se quiera» (83).'Una vez más apa­
rece señalada
la vinculación del Rey a las Leyes del reino. Leyes
por otra parte que no son su voluntad sino
<'l acuerdo
en Cortes del
Rey con su pueblo.
2) Lihl?t'tatis factura: Deha:x:o siguiendo la clara doctrina es­
colástica,

afirma que la libertad «no consiste en
la ·independencia o
en' vivir

cada uno a su antojo. Al contrario, nada·
pued~ ser
más
opuesto a la verdadera libertad. Es claro que donde a todos ies
fuese permitido hacer lo que quisiesen, apenas tendrían libertad
para nada, porque encontrándose a cada paso las voluntades, los
in-
(80) Op. cit., pág. 375.
(81) Heinecio: Du Gouv. 3 p. 1 I ch 5 a I. Citado en págs. 375 y sigs. (82)
Dehexo:
Op. cit., pág. 376.
(83) Op. ,;,., pág. 376.
759
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA ClGOf:iA
tereses y las pretensiones, todos se impedirían mutuamente y nadie
viviría a su gusto. Tampoco consiste la libertad natural en hacer
su gusto con perjuicio de tercero, porque
1a razón clama: No hagas
a otros lo que no quieras que otros hagan contigo; y el obrar contra
razón no

es usar de
la libertad que de su naturaleza es una potencia
racional, sino

abusar de ella» ( 84) . Es el sentido común el que
mueve la pluma del benedictino. ¿En qué consiste, pues, para el
la libertad? «En ser dueño de sí mismo, de sus faculta,des y de sus
bienes, pudiendo disponer de todo a su arbitrio en orden a los fines
que la naturaleza le prescribe. Estos fines prescritos por la naturaleza
son la regla esencial de nuestros deberes, y de consiguiente los tér­
minos precisos de la libertad natural» (85).
Dehaxo es de este modo un eslabón más en la cadena iusnatu­
ralista que cree que
el hombre no es independiente de la naturaleza,
sino que está integrado en un orden querido por
d Creador. Pot
ello, aunque físicamente se pueda
apartlr de él, obrar de ese modo
no es verdadera libertad sino mal uso de la
misma, y la naturaleza
impondrá, tarde o temprano, su norma aunque los
daños causados
puedan ser ya irreparables. Esta doctrina que Dehaxo recoge de San
Anse'lmo y Santo Tomás fue desarrollada plenamente por León XIII
en sus magistrales encíclicas a fines del siglo
XIX (86). Y la con­
clusión de Dehaxo la suscribiría enteramente el Pontífice: «Luego
la sujeción civil o política está en el orden de la naturaleza,
y en
vez de atentar en lo más mínimo a la libertad natural del hombre,
la ampl!a, realza
y asegura; porque descansando cada particu'lar bajo
la poderosa protección del Gobierno, mira como inviolable su per·
sana, disfruta tranquilamente de sus bienes y ninguno puede atentar
a sus derechos sin ofender a toda la
Socieda,d» (87).
Esta

libertad, la verdadera libertad política, es la que permite
un vivir social humano tan distante de la anarquía como de la es.
(84) Op. cit., pág. 377.
(85) Op. cit., pág. 377.
(86) lnmortale Dei (1885) y Libertas PraesJantissimun (1888). Doctrina
Pontificia. Documentos Políticos, págs.
186·220 y 221·260, BAC,
Madrid,
1955. (87) Dehaxo:
Op, cit., piig. 378
760
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FMY ATILANO DEHAXO SOLORZANO
davitud. Y para Dehaxo se da, si bien no exclusivamente, mejor
en la monarquía.
El benedictino acababa de experimentar lo que era la libertad
democrática de las Cortes de Cádiz y concluye con estas palabras
que no son más que un fiel ref1ejo de un hecho histórico, «El pueblo
con toda su soberanía esencial no fue más que un instrumento pasi­
vo, o
bien, un agente involuntario que suaunbió a la fuerza. Jamás
se contó con su voluntad. Sus más justas y respetuosas reclamaciones
fueron désestimadas, y aun se las trató de sediciosas» (88). Una
minoría «ilustrada» usurpó los poderes que decía representar y le­ gisló contra
el sentir,

expreso y manifiesto, del pueblo soberano.
Piénsese hoy lo que se quiera, por sólo citar un
ejemplo, del

Tribu­
nal de la Fe; lo cierto es que en aquellos días el pueblo español lo
sentía como algo integrante del ser naciona!l. Sin embargo, con des­
precio absoluto del querer de los españoles, fue abolido por los que se
decían representantes de los mismos. lll Libro de Alonso Tejada (89),
autor nada dudoso
de militar en el campo. integrista, prueba hasta
la saciedad cual era el sentir de entonces en España. Y las obras
más recientes y serias que tratan de nuestro desgraciado siglo xix,
han desmontado pieza por pieza la historiografía liberal al uso que
se ha
revelado como
uno de los fraudes de mayor entidad de los
muchos que hemos sufrido los españoles.
3) Crebrae rerum omnium mt1tationes. La tercera objeción de
Heinecio de que
la Monarquía provoca < todas las cosas» la vuelve Dehaxo a la república como su caracte­
rística esencial. «Abandonadas (las Repúblicas) a
1os caprichos
de
un vulgo sin razón, sin consejo, sin previsión ni discernimiento, como
decía Cicerón (Or. pro. Planc.) y que cual otro Proteo, a cada ins­
tante se muda y reviste de mil diferentes formas: Numquam ipse:
o
bien tiranizadas perpetuamente de opuestas sangrientas facciones,
conformes
so1as en

el furioso
empeño de
destruirse unas a otras ...
¿qué se puede esperar · mi querido amigo, de unos antecedentes tan
(88) Op. cit., pág. 374.
(89)

Alonso Tejada, Luis:
Ocaso de la Inquisición, Madrid, 1969, Zero, S. A.
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FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOffA
funestos como indudables, sino tumultos, atropellamientos, trastor~
nos
continuos de leyes, autoridades, constitución, gobierno? (90).
El benedictino parece estar retratando lo que iba a ser la historia
de Hispanoamérica una vez rechazada la Monarquía
españctla y

adop­
tada la república como forma de Gobierno. Las palabras de Pablo
Antonio Cuadra en su «Haria la Cruz del Sur» (91), son
'la mejor
demostración

de la verdad de cuanto Dehaxo dice : «La historia del
Ecuador puede ser un perfecto modelo
de historia independiente.
En el corto período de cien años, treinta y cinco revoluciones han
azotado su vida de
·libertad. Una

de ellas duró más de quince años.
Las demás, donde no he querido tomar en cuenta las sublevaciones
y motines sin trascendencia, han llenado, con su anarquía, casi todos
los años restantes». Aunque se cuida de añadir que «no hay duda en que también
las monarquías están sujetas a mudanzas y trastornos: tal es la suerte
de todas las cosas humanas que numquan in eodem statu permanent
(Job XIV). Especialmente donde reina el despotismo y no hay más
ley que
la voluntad del Soberano, son muy frecuentes las revolucio­
nes, los 'levantamientos populares, las conspiraciones contra
el prín­
cipe ... porque la misma arbitrariedad del Gobierno estimula al abu­
so de
la autoridad., y a ésta es consiguiente el descontento de los
súbditos. Pero en las Monarquías templadas en donde hay leyes fijas
y conocidas de todos, son muy raras las grandes a:lteraciones, como lo
acredita la experiencia. La sola costumbre
de obedecer al Soberano
según las leyes,
alle]a del

pueblo el espíritu de insurrección;
y re­
unido
el poder en uno sólo es fácil precaver o atajar en sus princi­
pios cualesquiera movimientos sediciosos. Los Soberanos, asimismo,
se abstienen de alterar notablemente
el orden

establecido, ya porque
les es natural preferir un orden de cosas a que se han
h,bituado des­
de

niños, y ya también por no comprometer la tranquilidad del
Estado
y la ,seguridad de sus tronos: Siendo cierto que .como observó
San
Agustín (Ep. 118), la mudanza de las leyes
y costumbres an­
tiguas aun cuando aparece útil, regularmente hace más daño que
(90) Dehaxo: Op. cit., pág. 381.
{91)
Antología de Acción Española, pág. 340, Burgos, 1937.
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FIUY ATILANO DEHAXO SOLORZANO
provecho por la turbación que la novedad misma causa en la mul­
titud (92).
Esta es la semblanza que un fraile
del «absolutismo»

hace
de la
Monarquía. El Rey sujeto a las leyes
y procurando la tranquila go­
bernación de sus reinos y ello por una razón
tan querida a los hu­
manos como es el propio interés del
Rey en conservar el trono.
Estas son las razones de la monarquía que, como dijo años después
Balmes en «El Pensamiento de la Nación», el 21 de enero de 1846,
se mostraba como la mejor forma de gobierno. Estas fueron sus pa­
labras: «A los ojos de una filosofía superficial,
1a monarquía here­
ditaria es una necedad incomprensible; a los
-ojos de
una filosofía
profunda, es una de las ideas más grandes
y más fértiles de la cien­
cia
política. El sofisma y las vanas cavilaciones están por la prime­
ra;
la historia, -la experiencia, el buen sentido y el conocimiento del
corazón humano son los argumentos en que se apoya
la segunda.
¿Por qué motivos se
ha de privar a los pueblos del derecho de elec­
ción?
¿Por qué

se han de exponer a ser gobernados por un malvado
o un imbécil? Así habla
el sofista, y 1a cuerda razón le contesta que
todos esos males, aun llevados a la mayor exageración, son menores que los acarreados por las fluctuaciones de una república o
4e una
monarquía

electiva» (93).
Las razones de Dehaxo no han perdido
actualidad ciento

cin­
cuenta
años después.

Buena prueba de que las ideas de los hombres
por nuevas que
parezcan, no

hacen más que repetir
lo que otros ya
pensaron. Por ello,
lo que mil veces se demostró nefasto lo será
también si
el ensayo se repite una vez más. Y por eso el pensamiento
político tradicional español merece ser recordado
en estos días poco
inclinados
al estudio y la memoria y mucho a la improvisación y a
la propaganda. Cualquiera que se detenga a meditar en los argu­
mentos expuestos por Dehaxo ha de reconocer el buen
sentido y

el
realismo de casi todos ellos.
No se trata de teorías idealistas más o menos brillantes, sino de
estudios sobre
la naturaleza del hombre y su comportamiento tal
(92) Dehaxo: Op. cit., págs. 382 y 383.
(93) Balmes, Jaime:
Obras, vol. XXX, págs. 153 y 154, Barcelona, 1926.
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FRANCISCO fOSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
como se produce en el mundo. Si todos los humanos fueran inteli­
gentes, bondadosos, sacrificados las conclusiones serían ciertamente otras. Pero ante los hechos
hay que inclinarse. Y el hombre es así.
Confundir lo ideal con lo real ha sido constante en un gran sector
del pensamiento filosófico. Pero ese camino termina en la utopía y
hace caer a la sociedad en la anarquía o en el totalitarismo. Sola­
mente basándose en la verdad de los hombres y de las cosas se puede
enfocar la Teoría del Estado de forma que
fa sociedad resultante
permita a los hombres vivir del mejor modo posible.
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