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Número 117-118

Serie XII

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Emancipación, liberalismo y comunismo en Hispanoamérica. Alternativas actuales

EMANCIPACION, LIBERALISMO Y COMUNISMO EN
IDSPANOAMERICA. ALTERNATIVAS ACTUALES
(*)
POR
GONZALO IBÁÑEZ SANTAMARÍA.
Un poco de historia.
Entre
1810 y 1830 prácticamente toda Hispanoamérica se separó
de
. España,

poniendo con
~l hecho
término
al imperio
español. Pero
esta separación no fue la consecuencia natural del fortalecimiento de
unas regiones cuyo desarrollo las posibiJitaba para alcanzar su propio
bien desligadas del todo. No fue una separación puramente política,
en
el recto sentido de la palabra. Fue mucho más que eso. Con la
independencia se rompió o trató de romper todo vínculo con «lo
español», o sea, con todo aquello que configuraba esencialmente el
rulma hispánica y la diferenciaba con nitidez de las demás. Es, bajo
este aspecto, interesante observar el fenómeno separatista, pues es
· él
el que influye determinantemente en nuestros días.
En definitiva, nos parece que. el imperio español significaba gros·
so modo dos cosas fundamentales:
1) Una organización social interna montada sobre
la base
de
la búsqueda
del bien

común con primacía al bien privado. La impe­
cable estructura política de España
tenía su

origen
en la certeza que
asistía tanto

a sus gobernantes como a sus súbditos de que nadie
podría aJcaozar su personal felicidad sino en comunidad. Esta acer­ tada apreciación hizo de la naturaleza humana
y de las normas que
(*) Reproducim_os la conferencia que nuestro amigo Gonzalo Ibáñez
Santamaría, de Santiago de Chile, con el título El derecho
natural en el
Mundo
Hispanoamericano del siglo XX, y de la que hemos omitido el
preámbulo, pronunció en las I
Jornadas Hi.rpánicas de

Derecho
Natural. Ha
sido

publicada en las Actas de dichas Jornadas, «El Derecho Natural His­
pánico», Madrid, Escelicer,

1973, de donde la tomamos, agradeciendo a los
organizadores su autorización para publicarla.
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GONZALO IBANEZ SANTAMARIA
de ella emanan, conocidas genéricamente como «ley naru.ral», el eje
de la política y del derecho español. Especialmente se reflejaba esta
apreciación: en la alta consideración de la dignidad de la persona
humana, de su responsabilidad y del valor eterno que ella significaba;
en la concepcíOn de la autoridad cómo vicario· de Dios, cuya misión
es

disponer a sus súbditos en
Orden y paz según justicia, o sea, como
servidora de la comunidad; en la concepción de la ley, mirada como
un instrumento a través del cual debe discurrir la actividad racional
del gobernante en pro del bien común, quedando, entonces, esen­ cialmente subordinada a
la ley natural a la cual s6lo le correspondía
aplicar a las circunstancias concretas en las que se desrrollaba la vida
sociaJ. Esto hacía de la prudencia la virtud más alta del gobernante
cuya legitimidad, consecuentemente, dependía, no de· sospechosas ad­
hesiones mayoritarias, sino del recto ejercicio del
poder a
él confiado.
Por último, se reflejaba
esta primera

característica en
la estruc­
tura corporativa de la sociedad fundamentada sobre el principio de
subsidiariedad. El respeto que evidenciaron las autoridades por los
consorcios inferiores que servían de estructura al ente social tuvo como
razón
última una realista

visión del hombre. Contadas fueron las ve­
ces en que se perdi6 de vista el hecho de que a la sociedad no la
sustenta una abstracción, una entelequia salida de mentes afiebradas,
sino hombres concretos de carne
-y hueso con aptitudes y vocaciones
diferentes, por lo que desigual había de ser su lugar dentro del
orden social, que así pasaba a tener como principales características
la jerarquía, la organicidad y la funcionalidad. A este respecto se uni6
siempre y en forma paralela, como no podía menos de ser, un ejer­
cicio constante
y adecuado de una auténtica soberanía social. El
pueblo no pretendía gobernar, pero estaba presto a exigir ser bien
gobernado, pues., en definitiva, sabía que no era sólo su suerte la que
se jugaba en un
mal gobierno,
sino la de las futuras generaciones.
Es en ella donde el poder poHtico encuentra, para bien de la naci6n,
un límite eficaz a sus pretensiones absolutistas.
2) Pero -España no só1o se quedó en una pura
organizacióf?-in­
terna,

sino que, sobre la base de
los desafíos
que
la historia cons­
tantemente le ofreció, fue proyectándola hacia el exterior en cumpli­
miento de una finalidad trascendente en la que su ser naciona1 en-
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Fundaci\363n Speiro

HISPANOAMERJCA: ALTERNATIVAS ACTUALES
contró su razón suficiente y su forma más perfecta. La defensa y
propagación del cristianismo y de la civilización que fue paulatina­
mente brotando de su doctrina son
-la constante de la historia espa­
ñola desde que el Evangelio se anunció en su tierra, y en .ello se
pusieron en juego todas las reservas de la raza. La alta finalidad que
se arrogó como nación exigía un método peculiar para ser alcanzada
y éste no .fu-~ otro que la entrega total y sin reservas a una causa que
aparecía, a ojos profanos, carente de todo sentido
y lógica.
España, como ninguna, se dio cuenta de
la existencia concreta de
un bien común entre todas las naciones cristianas y occidentales. Vio
que no era posible la subsistencia de ninguna si entre ellas no había
un orden político que permitiese a todas su crecimiento
y engrande­
cimiento en
paz y justicia. Así, hizo de la cristiandad medieval el
objetivo de toda su política exterior europea
y de la transmisión· de
los valores que ella encerraba el objetivo de su acción en el resto del
muudo. Y en defensa de estas realidades no vaciló en tomar las armas,
consciente como estaba, por lo demás, de que con ello no buscaba el
mal de sus enemigos sino el castigo de generaciones amotinadas, que elevando su bien a la
categoría de

absoluto, no vacilaron en sacrificar
el bien común nacional e internacional a los caprichos de su voluntad. Como en
lo interno, España fundaba su actitud en razones que nunca
pasajeros desbordes de pasión pudieron oscurecer del todo.
La persistencia de las dos características que señalamos como fun­
damentales del imperio español a través de
los siglos y la constante
prueba a que circunstancias adversas las
sometieron-, hasta
alcanzar
grados inauditos, configuraron el alma hispánica
y dieron origen a una
tradición que determinó hasta en los más últimos detalles
la vida y
acciones de sus habitantes.
La tradición hispánica forjó wu raza para
la

defensa del cristianismo no sólo entendido como una religión, sino
como un modo de vida que, sin significar menoscabo para
la naru­
raleza

humana, la _sobreelevó a alturas inalcanzables
a fuerzas
nor­
males mediante la infusión en ella
de la gracia santificante obtenida
para los hombres por el sacrificio de Nuestro
Señor. Todas las pre­
tensiones

de tratar de usar los elementos de ese alma nacional para
otros fines se estrellarán en lo sucesivo con
la tendencia irresistible a
volver
aJ cau.cé norlllal, en ~Onde ~o se encuentra s6lo su justificación,
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GONZALO IBANEZ SANT AMARJA
sino la grandeza y felicidad de todos y cada uno de los que participan
de ella. El
nuevo mundo, antes de ser conquistado e incorporado a la ci­
v:iilización por obra de España, no era más que un conglomerado he­
terogéneo de razas, pueblos
y territorios. En él rei!laba la dispersión
y la diversidad: nada había de común entre los cientos de tribus y
pueblos que lo habitaban y mal podían llamarse entre sí, como ahora
lo hacen, pueblos hermanos, por
airecei' en
ese entonces de una misma
ascendencia
cultural y espiritual. Fue la presencia española, con todo
lo que ella significaba, la que dio unidad a tanta diversidad, pero
como nadie da
lo que no tiene, el español unió esos territorios y pue­
blos con lo suyo, con la expresión de su
alma; y por eso -la rii.za que
nació de la mezcla de las comunidades autóctonas con
,la española fue
esencialmente hispánica. Como dice Jaime Eyzaguirre, el
espíriru. es­
pañol

encamado en los
conquistad.Ores sirvió de forma sustancial a
una materia tan dispar como la que ofrecía el continente recién des­
cubierto
(1). Las consecuencias de esto no son difíciles de determinar,
pues el hispanoamericano que se fue formando a través de tres siglos
quedó marcado con los· mismos signos que marcaban
y diferenciaban
al español. Tal vez,
y explicable es que así fueta, aquél no percibió en toda
su grandeza
esos valores,
pues
.cuando adquiere
conciencia de
ta:l, hace
tiempo

ya que España viene por la pendiente de la decadencia.
El previsible ,gotamiento causado en
Ia nación por las intermi­
nables campañas en defensa de
la-cristiandad contra una Europa que
pugnaba por hacerse hereje,
y en la promoción de la civilización en
el nuevo mundo ; el resultado transaccional de las primeras, la deca­
dencia de

una dinastía,
el peso de la soledad en la defensa de ideales
antinómicos con los de las demás naciones:
tales fueron
algunos de
los factores que entre· muchos mellaron
la conciencia que el español
tenía de su finalidad. Al empuje vigoroso sucedió poco a poco el des­
encanto cuando· no la ironía
amarga sobre

la propia situación. El des­
favorable resultado que arrojaba la comparación entre la situación del
(1) Jaime Eyzaguirre, Por la fidelidad a_ la eiperanza, en su Hispano­
américa del

dolor,
Ed. Universitaria, Santiago de Chile".
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HISPANOAMERJCA: ALTERNATÍVAS ACTUALES
imperío y la de las nacioties Vecinas ·que, desde el entronizamiento de
la cultura calvinista habían hecho converger sus esfuerzos en el des­
arrollo económico, avalaba este
desastroso estado
de ánimo, haciendo
dudar al país de su misión histórica. A
está situación

se sumó el cam­
bio de dinastía con que se inicia el siglo xvm y que trajo todo im­
portado, incluso las ideas. Con ella se va perfilando en la península,
al menos en la intención, nn ideal de
Estado que
tarde o temprano
habría de desembocar en el totalitarismo,
al hacer,-de su bien, el su­
premo. La disociación entre la persónal felicidad y la felicidad común,
si bien no hizo estragos inmediatos en la estructura social, los anunció
inequívocos.
Pero lo fnndamental, más que la decadencia material, fue la de­
cadencia
espiritual, el progresivo escepticismo acerca de la razón de
ser de España. Nada más fatal para un país
y nada más fatal para
Hispanoamérica: pues ella tomó conciencia de sí cuando
el proceso de
decadencia estaba desatado
y por ello se vio cómo parte de una nación
que se caía a pedazos.
Se afirmaba esta apreciación en el hecho de que
a los reinos -de América, si bien
se les
reconocía
Su calidad
jurídica de
miembrós del imperio en igualdad de condiciones que los
reinos de

_la
península, se los fue considerando
tada vez

más como
«colonias», aun­
que

sin mayores repercusiones prácticas.
Cuando
se pierde de vista la finalidad que obra como causa de la
unión es imposible tratar de mantenerla: pretensión que cae en el uto­
pis-mo ruando una de las regiones aprecia; certera o equivocadamente,
que puede subsistir
, sin

necesidad del todo. Y es aquí donde, a mi
juicio, hay que
buscai la

raíz del proteso emancipador
y de su resul­
tado, a pesar de que lo que con él se pretendía poco
hlvo que
ver, a
fin de· cuentas, con su desenlace real.
La emancipación.
Para los efectos de este trabajo, poco importa el estudio pormeno­
rizado de ese proceso.
Lo que interesa es precisar su resultado defini­
tivo, para que a su través, partiendo de aquello de que las formas
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GONZALO IBAREZ SANT AMARJA
so.n educidas de la pol:ellcialidad de la· materia, podamos encontrar las
razones de fa actual situación hispanoamericana.
A poco de iniciarse pudieron ya advertirse signos claros del rumbo
que posteriormente iría tomando. No era su meta una separación, como
he dicho, orgánica de la península, de modo que donde antes bahía
un

país ahora habría muchos, pero todos regidos por la misma doctrina
política fundada en el derecho natural.
La consecuencia final fue la
destrucción del orden español, tanto en lo que significaba fronteras
adentro, co_mo en su proyección externa., y ello se debió a múltiples
factores ; entre otros, al hecho de que España había quedado sola en
occidente defendiendo sus postulados y doctrinas y contra ella con­ vergieron los esfuerzos de la nueva cultura que
ha.bfa emergido

de las
ruinas de
la anterior para terminar de demolerla. Por eso, si bien al
principio las _ juntas

de gobierno americanas prestaron juramento de
fidelidad al monarca secuestrado, poco a poco todo lo que subyacía
en la mentalidad hispanoamericana y que había germinado como efecto
de una tenaz pro¡w.ganda y de la difusión de las teorías triunfantes
en la revolución francesa, fue tomando cuerpo,
y con ello la idea de
una emancipación tortal de lo que vino a ser, en ]as mentes
románticas
de

la época, el ejemplo de la más odiosa tiranía. Hispanoamérica se vuelve ahora, por los motivos señalados
y por
la influencia que en sus territorios adquirió casi inmediatamente
Es­
tados Unidos, a la dirección que la historia había tomado desde la
reforma protestante en buena
parte de

occidente. Toda la escala de
valores que objetivamente construída sobre la realidad significaba
el
orden hispánico se pretende reemplazar por el desorden impuesto dog­
máticamente por el calvinismo, y que no es más que
la expresión del
viejo anhelo de los hombres de todos los tiempos: supeditar
el bien
común al bien particular; en
definitiva, volver

a la ley de la selva,
porque en esta materia no hay términos medios. Pero dejando para
más adelante
lo que significó en la práctica. tal revolución necesitaba,
antes que nada y para ser comunmente aceptada, ampararse en un
cuerpo doctrinal que
le procurase una justificación, aunque más no
fuera que aparente. Al
liberalismo se le encargó cumplir ese papel,
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HISPANOAMERICA: ALTERNATIVAS ACTUALES
El liberalismo en Hispanoamérica.
Para los efectos de ese orden político
interesa destacar
dos de las
premisas fundamentales del liberalismo: es una la negación de
la ver­
dad
objetiva; es

otra la consideración abstracta e
igu~Iitaria de
los
hombres.
En lo que respecta a la primera premisa, no
se negó

tanto la po­
sibilidad del entendimiento humano de
alcanzar la verdad

mediante la
conceptualización de lo real, sino que se negó directamente la existen­
cia de la verdad, por lo que, a más de desligarse a la razón humana
de los deberes que para con ella tieu.e, se la dejó libre de la posibilidad
de errar. Así se cegó, al menbs en principio ....,....-y ahora vemos las con­
secuencias-, toda posibilidad de comunicación efectiva entre los hom­
bres. La proyección de esta premisa al plano moral consistió en la ne­
gación de la existencia de una forma común
y válida a 1~ que todos
debían someter su actuar individual
y social, es decir, a normas que
ligaran y orientar.an el ejercicio de la libertad. Análogamente al caso
de la verdad,
la negación .en el plano moral de la existencia de un
bien cuya consecudón fuese obligatoria, hizo de la conciencia indivi­
dual
el supremo árbitro de la bondad o malicia de los actos humani;>s,
con lo que -salvo casos patológicos- todos fueron considerados bue­
nos. Mas al no poderse negar, por el peso mismo de los_ hechos, la
necesid,d de la asociación para el desarrollo de las personas y con
ella la de la existencia de normas que reglasen la convivencia, hubo
de
busc~ a ~sta un
fundamento.
Así nació la teoría de la soberanía de la voluntad popular, que
trató de conciliar
la autonomía de la razón y de la voluntad individua­
les y la infalibilidad de ambas con el hecho social. Como consecuencia,
se negaron la existencia de un modelo organizativo básico, y la obje­
tividad propia del
l;>ien común,

dejándose. todo a las decisiones infa­
libles de esa voluntad soberana. expresada a través .de la. voz de las
mayorías

en elecciones
«libres y periódicas». )ll traspaso de la . sobe­
ranía
del gobernante al
«pueblo»; com:irtió a

aquél en un simple man­
datario de este último, y a la ley eo una: pura expresión de su voluntad,
que a lo más debía manifestarse en la form_a prescrita por la constitu-
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GONZALO IBANEZ SANT AMARIA
dón. En las constituciones o cartas políticas se creyó encontrar el ta­
lismán mágico que impidiese
el caos
que amenazaba provocar
el re­
lativismo jurídico.
Ellas vendrían a

reemplazar
al derecho naturaJ.
Pero, evidentemente, como también quedaban
enqegadas al
criterio
de las mayorías, el problema siguió latente. Por otra parte,
la enfermi­
za
y sospechosa preocupación pór impedir el absolutismo de los go­
bernantes, llevo a parcelar el poder y a enredar su ejercicio de tal ma­
nera que, en la práctica,
se hizo

ineficaz su gestión. Por último,
la
sobrevaloración descrita del individuo, condujo a negar su responsabi­lidad para con
la nación, entendida como una sucesión histórica unida
por
la tradición. La afirmación de que «el pueblo es dueño de su
destino» significó
cortar todo
lazo con el pasado
y hacer de las genera­
ciones presentes las dueñas absolutas del país, sin importar nada
la
suerte de las futuras.
En lo que respecta a 1a segunda-premisa, la consideración abstracta
del hombre fue el fundamento de una sociedad igualitaria, con evi­
dente perjuicio potencial para los que en la
realidad fuesen

más débiles.
La estimación de la persona como una entelequia exigió desligar a los hombres de carne y hueso, diferentes entre
sí, de

todo lo que los
arraigaba, los
defendía y los representaba según lo que objetivamente
eran. Así se hizo
posible el
desmoronamiento de toda la estructura
corporativa
y jerárquica de la sociedad, para ser reemplazada por los
inefables partidos
políticos,
encarga:dos de
servir de cauce a la sobe­
ranía
populai para que, en

el libre juego democrático, pronunciase
su
oráculo

infalible.
Bien, a
~tas alturas

del proceso históricó, no vale la pena entrar
en refutaciones intelectuales de
,tan inverosími~ teoría.

Baste destacar,
porque a ello volveremos · más adelante,
el absurdo que consiste en
negar toda verdad y dejarlo todo al libre examen y a las decisiones
mayoritarias, menos los fundamentos mismos del sistema que se esti­
man indiscutibles.

Es claro ya que
el éxito que como doctrina tuvo el
liberalismo en el siglo
pasado e

inicios de éste, no se debió
tanto a
su
solidez teórica -----Oe
la que

carecía por completo-, sino a una cuestión
de
orden moral. Por eso

es vano
distutir eón un

liberal, porque
la
decisión de serlo no· proviene, en la mayoría de los casos, de un exa­
men
intelectwcl, sino de una decisi6rt libre, -fruto de

una pasión no
rec-
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HISPANOAMERJCA: ALTERNATIVAS ACTUALES
tificada por la correspondiente virtud. El liberalismo no fue, históri­
camente, más que un justificativo del desborde pasional que, desde el
purito de· vista

ético, significaron ·esos años. Por ello, mucho más in­
teresante que analizarlo desde un ángulo especulativo, es estudiar su
incidencia· en la vida práctica de los pueblos: en este caso, de Hispa­
noamérica.
El resultado conci"eto del liberalismo.
Uno de los más graves problemas con que se han enfrentado los
filósofos
y juristas de todas las épocas, ha sido el de conciliar la liber­
tad con la exigencia de nuestra naturaleza que· nos llama a vivir aso­
ciados, para lo cual, evidentemente, es necesario un conjunto de nor­
mas reguladoras de la convivencia, de modo que todos y cada uno pue­
dan
satisfacer sus

legítimas
aspiraaones. Como

todos sabemos, siempre
que se
fos entienda bien,

no hay antinomia posible entre estos dos tér­
minos,
y por ello es que no puede haber libertad sin orden, ni orden
sin libertad. Sin embargo, el comportamiento humano no depende úni­
camerite del

conocimiento que se tenga de
Ias normas, sino, además-,
de querer obedecerlas como tales. Es así que los hombres hacen el mal
n~ porque

ignoren dónde está el
bien, sino·porque

prefieren su
con·
trario.

La raíz de este desorden hay que buscarla en la desviación de
las pasiones que influyen determinaotemente en los juicios prudenciales
que sirven de base a nuestro actuar, y por eso el error en este plano
-salvo el

caso de ignorancia- se debe a la fa:lta de
rectificación de
nuestras

facultades apetitivas por la fortaleza
y la templanza, omisión
que hace
HusOria toda

pretensión de
actuar con
justicia
y prudencia.
He

hecho este
breve alcance

ético porque estimo que en no
des·
preciable medida los

problemas que esbocé
más arriba tuvieron su ori·
gen

en un desborde colectivo de concupiscencia, en el debilitamiento
de la templanza que había de refrenarla y en la falta de fortaleza para
encauzar las energías hacia el bien comUil, superando todos los obs·
táculos

que las circunstancias presentaban. Es así como,
en ··el fondo,
esta

arbitraria negación de una verdad· objetiva
y la consideración de
que todo lo que se afirme sóbre
pi-oblemas tan. iffiportantes como son
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GONZALO IBAREZ SANTAMARJA
los relativos al hombre, la sociedad, la política, el derecho, es siempre
verdadero, sin que importen sus intrínsecas contradicciones, sirvió so­
lamente para justificar lo que se pensaba individualmente sobre ellos,
sin necesidad de demostración previa, o bien para ahorrarse el pesado
fardo que significaba planteárselos
y encontrarles solución. Mncho más
cómodo

fue decir que
to
la razón
y que nadie podía equi­
vocarse. Por su parte, la afirmación del libre examen y la negación de
una moral objetiva, condujeron a aceptar como bueno todo lo que se
hiciese. Pero de nuevo la porfiada realidad se imponía. Como ya di­
jimos, si se llevaban hasta fas últimas consecuencias los principios li­
berales, no había manera de que la sociedad subsistiese, con lo cual,
y de esto había conciencia, nadie podría haber alcanzado su propio bien.
En consecuencia,_ se hizo
imprescindible adquirir
el máximo de
poder para dominar a los demás y usarlos en privado beneficio, pues
la negadón práctica
y especulativa del bien común dejó sin sustento
raciona1
al

orden social. Todo
el romántico
sofisma de la soberanía
de la voluntad popular no hacía sino esconder una concupiscencia de
poder
y un deseo, a,penas disi,mulado, de imponer con él la voluntad
y la «verdad» del que lo había conquistado. Con cargarle la soberanía
al pueblo
se evitaba
tener que justificar lo injustificable
y responder
por el uso de unas
atribuciones de

las que no correspondía disponer.
Esto trajo un cambio. radical en la fundamentación del poder político,
que pasó de la razón de bien común, del
<
si recte facies, si
non facies non eris», de
San Isidoro, a la fuerza pura y simple, aun­
que
to
encubierta
y disimulada que se quiera. Además, como se
había enpisiasmado a

un pueblo a menudo ignorante con las luces ru­
tilantes de los dogmas democráticos, la demagogia hizo su entrada
triunfal en
el campo de la lucha política. No se dejó método por usar
para alcanzar
el deseado poder. Se perdió toda noción de licitud, y la
razón, cegada por pasiones desbordadas hasta lo inaudito, fue incapaz
de poner
un poco

de
orden en tal caos.
Es

cierto. que en algunas regiones hubo épocas de precaria paz,
y
que muchos de lqs innumerables golpes militares que jalonan la his:
toria

americana tuvieron
~r ·objeto

restaurar,_ aunque
más no fuera,
un orden callejero.
y .una tranquilidad material, pues hasta ese gra de descomposición .habían llegado los gobiernos civiles en su inepcia
81~
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HISPANOAMERJCA: .ALTERNd,TIV AS ACTUALES
para asegurar la justicia y la pacífica convivencia. Desgraciadamente,
no pasaron de ser reacciones instintivas de pueblos que, aterrados por
la anarquía
y el desorden, pusieron sus ojos en los institutos armados,
únicos grupos sociales donde todavia reinaba un poco de disciplina.
La carencia de razones capaoes de otorgar fundamento sólido a tan
elemental instinto de conservación, impidió que dichas épocas fructi­
ficaran en sistemas más o menos regulares de convivencia. La
ley dejó
de ser una orden emanada de la inteligencia práctica del gobernante
y
de encamiµarse al bien común, para convertirse muchas veces en ins­
trumento de tiranía a través del cual se daban a conocer
los· caprichos
de

quienes ocasionalmente mandaban. Pero tal vez sea en· la destruc.ción ·del orden corporativo donde el
liberalismo dejó una huella más profunda e imperecedera. La consi­
deración abstracta de la ~rsona, el traspaso teórico de la soberanía deil
gobernante al pueblo, que hizo que éste no tuviera a quién dirigirse
en sus peticiones, pues las autoridades no eran más que mandatarios
suyos, destruyó. por confusión
la soberanía social, con lo cual se re­
movió el dique más sólido a las pretensiones tiránicas del poder. La
farsa de la representación democrática fue cruel, pues en definitiva
el pueblo,

por ser considerado como sujeto no
·sólo de la soberanía
eminente, sino también de la
actual, pasó

a ser el responsable del mal
gobierno. El desamparo cultural y materid de las clases más débiles
fue el corolario lógico de tanto desorden. Las guerras intestinas sa­
cudieron una

y otra
vez a
los diferentes países arruinando la economía
y la educación, asolando ciudades y dividiendo familias. A este pro­
ceso revolucionario se unió, y como factor multiplicador, la pérdida
de
digni
las aristocracias criollas, incapaces de cumplir con su
deber de clase, cual era dirigir rul resto del país hacia la meta común
que da
sentido a
la jerarquía, al órden y a la funcionalidad. El apro­
vechamiento eh propio beneficio que se hizo de unas cualidades per­
sonales recibidas
:Sin costo alguno, las
convirtió,
:muy por
el contrario,
en
C'!ligarquías más

o menos refinadas.
No fue raro,
entonces, qué en

ese
ambie1lte se-incubara
lo que es
hoy el azote de América y de todo occidente: la lucha de clases.
,. 817
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GONZALO IBANEZ SANTAMARIA
La deehiepanización.
Hasta aquí me he referido sólo al aspecto juridico que significó
el .carácter revolucionario de 1a emancipación. Mas aquél tuvo otro
objeto, no sólo de tanta importancia, sino tal vez de mayor que el
primero. Este segundo es la intención netamente deshispanizadora de
que se revistió. Y no es· andar descaminado el señalar que este aspecto
la tuvo mayor, pues -tal como vimos al anaHzar los constitutivos del
alma española-todá la organización interna del imperio encontraba
su
más profunda

razón de
ser en
su proyección al exterior. Poca duda
queda de la influencia de gobiernos extranjeros -los mismos que ras­
gaban sus vestiduras cuando otros pretendían violar los «sacrosantos»
principios de no intervención y de libre determinación-en el finan­
ciamiento e incentivación de ese fenómeno; pero no cabe culpados a
ellos de su resultado, sino a _quienes, traicionando su propio ser, se
hacían eco de la propaganda dirigida a l:llles efectos.
Mucho
se ha dicho ya
y poco se puede agregar sobre este proceso
de deslealtad colectiva para con la tradición que engendró a esos pue­ blos. Especialmente grave fue
la pérdida del sentido que la vida tiene
en la cultura española. Para ella, el hombre, criatura hecha a imagen
y semejanza de Dios, peregrinaba en esta tierra hacia la otra vida, consi
1derada como < «tener buen tino para andar esta jornada sin errar». Si el sentido de
la vida era la búsqueda de la felicidad eterna, y si para esto era me­
nester la práctica constante de 1a virtud, menos interesaba el éxito en
la tierra, que preparar adecuadamente el juicio que abriría las puertas
del cielo. La clara conciencia que tuvo el español de esta realidad,
contrapuesta a
la de una naturaleza caída, y que sin pretensiones vanas
o hipócritas se reconocía
peca?-ora, fue

el sino de su existencia a través
de los siglos. Pues bien, en .su
afán de ponerse al día, Hispanoamérica
pretendió invertir esta objetiva relación. So pretexto de ser el primero
de los términos fuente de oscurantismo, de dogmatismo y de un cle­
ricalismo inaceptable~ se hizo del éxito terreno la meta de esta vida.
El abandono de la propia tradición y de las costumbres ancestrales
movió a buscar en culturas distintas algo que las reemplazara, pretet1-
818
Fundaci\363n Speiro

HISPANOAMERICA: ALTERNATIVAS ACTUALES
sión que se hizo ridícula, cuando para alcanzar sus fines se puso en
juego toda una idiosincrasia,_ que dennnciaba -a lo lejos los caracteres
mismos que se querían abandonar. Jaime Eyzaguirre ha llamado a esta
Hispanoamérica la de la apostasía y, con sentencia de hierro, ha con­
cluido que para nosotros van quedando escritas las palabras d~ Don
Quijote
a, su escudero: .«Bien parece, Sancho, que eres villano y de,
aquellos

que dicen ¡Viva quien vence!» (2). La renuocia a la tradi­
ción dejó vacía de contenido
el alma de los pueblos recién .independi­
zados, y por ello, por ese rastrerismo en. buscar lo de otros,
¡x,r esa
incapacidad

de afirmar lo propio, se apoderaron del continente los
más audaces, siendo pasto de los más inicuos imperialismos. Es irra­
ciona,l pensar que los otros países y quienes los habitaban estaban
exentos del pecado original y que a la vista de tanta facilidad iban a
permanecer indiferentes. Como era lógico, no hubo excepción en este
caso, y los otros entraron a saco. Aquí es donde hay que buscar la
raíz de la dominación, mi1l veces más gravosa que la española, de los
países extranjeros, especialmente anglosajones, y no en sus actitudes,
amenazas y presiones. Largo sería enumerar e ilustrar con
ejemplos,
hechos

y actitudes como las
señaladas. Sólo

nos interesa la actitud bá­
sica de los hispanoamericanos que posibilitó tales resultados. En resumen, creo que no es
errado señalar

como características más
sobresalientes de esta época -de
las cuales

se desprenden
todas las
demás-,
y que marcan el rumbo futuro del continente: a) la calvini­
zación práctica de sus habitantes, especialmente aguda en sus clases di­
rigentes que vieron en su poder un medio para alcanzar éxito personal; b) la deshispanización
cultural ; y e) el nacimiento de la lucha de
clases, que
inevitablemente tenía

que sobrevenir por la ausencia de un
fin común,
razón justificante

del orden político.
El siglo xx. El siglo xx no presenta respecto del anterior ninguna alteración en
lo que se
refiere a

los principios teórícos sobre los que se había pre­
tendido sustentar
la convivencia social, esto es, a los que comtituyen la
(2) Jaime Eyzaguirre, Hispanoamérica del dolor, cit., pp. 38 & 51.
S19
Fundaci\363n Speiro

GONZALO IBA!WZ SANT AMARIA
doctrina liberal, La anterior y la presente centuria forman, para estos
efectos, una impecable unidad lógica, y por ello es que no permiten
ser tratados en forma separada, pues todo lo que sucede en
el último
siglo yacía implícito en el precedente. Para quien piense con un me­
diano sentido común, no puede decirse que sea novedad
el que unos
principios
produzcan sus

consecuencias propias ; pero en el caso de
nuestro continente, parece serlo, y aterradora, para quienes fueron los
más decididos defensores de estos principios, y que ahora no atinan,
en su ceguera, a dar con el motivo de los sucesos que nos sacuden sin
misericordia.
En sus comienzos, este siglo fue testigo de una verdadera apoteo­
sis
del liberalismo, especialmente económico, pu~s el político no ha
tenido, sailvo excepciones, mayor vigencia práctica durante Ja llamada
historia libre de Hispanoamérica: como sólo estaba para esconder un
indisimulado deseo de poder, quien lo obtenía no trepidaba en liquidar
las reglas del juego democrático para entronizarse definitivamente en
él. Con todo, no es
posible afirmar
que en el campo económico
y social
h,ya producido los mismos terribles efectos que en algunos países del
viejo mundo. En este s·entido, un menor desarrollo de la riqueza ma­
terial, unido a la arraigada cultura católica y al ancestro español de
la raza, se hicieron presentes : aunque estos últimos, las más de I as
veces,

de manera implícita e inconsciente.
En lo que quizá superó a cu•lquier región del mundo fue en la
soberbia puesta en fa afirmación de Sus· errores y en la negación blas­
fema de la existencia
de una verdad trascendente a los hombres que
obliga a sus inteligencias
y guía a sus voluntades. Y es esta soberbia
la que hoy cobra su alto precio.
El comunismo entra en es-cena.
Tal como en el res.to del mundo, es sin duda la aparición del co­
munisrp.o lo que caracteriza más notablemente . la vida de los pueblos
hispanoamericanos durante prindpios de siglo; y en lo que ha trans­
currido de él hasta nuestro tiempo, su cada vez mayor vigencia, tanto
en lo doctrinario como en la vida práctica. No es del caso entrar ahora
82~
Fundaci\363n Speiro

HISPANOAMERJCA, ALTERNATIVAS ACTUALES
en un análisis de los postulados básicos del marxismo. Lo que interesa
mostrar es cómo
el liberalismo le preparó sns caminos y le removió
los obstáculos que podrían haber entorpecido su avance
y la conquista
de las posiciones que hoy detenta. En primer lugar,
la negación de toda verdad objetiva y la afirma­
ción
del escepticismo y del relativismo como norma intelectual, era algo
que evidentemente no
podía conformar ·a la inteligencia

humana, que
de suyo busca la verdad en las cosas y en sus causas y no dentro de
ella misma, que busca la certeza y no la consagración de la duda. El
liberalismo, eso sí, diluyó todo el sistema doctrinario en que se había
afirmado
el mundo antes de su advenimiento. Es cierto que, para lo­
grar ese efecto, se basó en otros presupuestos, tanto intelectuales como
morales;
y no lo es menos que desde la reforma protestante pro­
clamó el subjetivismo religioso, era inevitable caer en el subjetivis~o
intelectual y de toda laya. Especiarnente ayudó al marxismo en su avan­
ce
la creencia generalizada en el «dogma» ·aeI < que prejuzgó determinantemente la mentalidad de un inmenso
núme~
ro

de personas hacia doctrinas que se supusieron atadas a un pasado
irreversiblemente
s'uperado.
A

pesar de que los textos son contradictorios, a
mi juicio el comu­
nismo se levantó enérgicamente contra
el idealismo filosófico, y afirmó
la
posibilidad del

entendimiento de conocer la realidad exterior,
y no
sólo de conocerla, sino de transformarla. A pesar de los múltiples erro­
res
y groseros absurdos de que está llena su doctrina, el punto inicial,
la postura frente a lo real, fue muy diferente a la del liberalismo,
y
por eso un mundo ya agotado e irritado por el raquitismo ideológico
de

los cultores de este último, poco a poco
y cada vez co·n mayor ra­
pidez se fue cargando
al lado de la nueva doctrina, ruyas afirmaciones
precisas,
contundentes, simples y revestidas de cierta lógica, no tarda­
ron en imponerse.
La afirmación de Lenin de que no hay praxis revo­
lucionaria sin
teoría revolucionaria, sirve de punto de partida para
comprender la posición marxista frente al problema de la verdad. Ella
nos demuestra que negó el que cada uno pudiese tener la suya propia,
y que, al contrario, la
doctrina comunista

era
«la» verdad y por eso le
dejaba sin cuidado
el rumbo que

tomasen las mayorías.
Al relativismo moral que dejó sin fundamento a la sociedad, opuso
• 821
Fundaci\363n Speiro

GONZALO IBAFlEZ SANT AMARJA
una especie de moral objetiva, que hacía de la «revolución» -que no
es, ni mucho menos,
cuafquier cosa

que cada uno piense,
síno algo
muy
claro
y preciso-- la raíz de la bondad de los actos libres. Lenin nos
ilustra nuevamente: es moral todo lo que favorece a la revolución. Ello
hizo de ésta un verdadero
«anti bien

común», pues se le constituyó en
el último fin de nuestra actividad. De aquí, a mi juicio, que la doctri­
na comunista no es contraria a la iusnaturalista
a1 modo
que lo es la
liberal: es
decir_, negando

la existencia de una verdad
y de una ética.
Es mucho más audaz, porque acepta la existencia de ambas. Es con­
traria, porque proclama como verdaderos,
y para_ todos, sus colosales
errores,
y porque proclama como buenos todos los actos que contribu­
yen
al triunfo de la revolución, que es algo que nada tiene que ver
con
el fin último del hombre.
La base sociológica sobre la que el comun.j-S-mo construyó su actual
p,edominio la obtuvo de la lucha de clases, que, a más de estar lar­
vada en los principios liberales, de hecho se había desatado ya, y con
resultados muchas veces sangrientos. El comunismo encontró, por ello,
un terreno favorable, aunque más en sectores. amargados de una clase
media que veía transcurrir sus vidas sin mayor sentido, que en un
supuesto «proletariado». Y fue precisamente el sentido de la vida -y
con él la disciplina y la organización- lo que proporcionó al marxismo
el ambiente revolucionario incubado antes de su aparición.
La destruc­
ción, causada ya por la misma lucha de clases, de los cuerpos interme­ dios, que no sólo servían de defensa a los individuos que a ellos per­
tenecían, sino también para procurarles los medios necesarios para el
desarrollo de su personalidad
y vocación, fue un factor que aceleró el ·
éxito del marxi•mo. La pérdida de unidad que significó el abandono
teórico
y práctico de la búsqueda del bien común, no sólo influyó en
el todo social, sino,
además., en
cada
?11ª de. sus partes, que se _vieron
a

su vez divididas en
tantas fracciones cuantos fueran los intereses que
se
contraponían. La

escisión real interna de los gremios hizo inevitable
su división jurídica en sindicatos de clase, lo cual con ser efecto de la
lucha entre

ellas, sirvió
también de factor multiplicador de la misma.
En fin,
el carácter mesiánico de que el comunismo se revistió, su
filosofía redentora del proletariado, dio una esperanza -todo lo irreal
y absurda que se quiera, pero esperanza al fin y al cabo-:-a la vida de
821
Fundaci\363n Speiro

1IISPANOAMERJCA: ALTERNATIVAS ACTUALES
aquellos a quienes la naturaleza no hapía dotado de las especialísimas
condiciones necesarias para sobrevivir en la selva en que el liberalismo
había convertido la vida social.
Tal como en ei caso de los liberales, vano es pedir a los marxistas
razones
explica~ivas de

su posición. Más bien hay que acudir a motivos
de orden pasional, motivos a los que se aferran como a la última tabla
de salvación de sus vidas, muchas veces desesperados en la búsqueda
de nna finalidad para darles sentido
y hacer de ellas algo que merezca
la pena de ser vividas. No cabe duda de que entre los adeptos de la
<(doctrina roja» nb pocos son los que se hallan ahí por consideraciones
más frías, por cobardía, por moda o por esnobismo. Pero el arranque
inicial y la clave de su triunfo está en que supo despertar nna adhesión
incondicional, que seguramente fallará --como en tantas otras ocasio-
·
nes- cuando empiece a producir sus efectos prácticos. Los que vivi­
mos en Chile, algo de esto ya hemos apreciado. Lo grave estriba en
que, tanto por su dinámica interna como por
1a intrínseca inmoralidad
de sus principios
y porque sus dirigentes prevén la desilusión y se
precaven contra
ella, el comunismo no sufre mayormente con la prueba.
Así vistas las cosas, no se puede
negar que

las condiciones se han
dado altamente favorables al marxismo, pero tal circunstancia- no
ha
sido óbice para que sus miembros y partidarios desarrollen, además,
sus propias tácticas destinadas a conseguir el manejo completo del con­
tinente. Dichas tácticas se engloban en la guerra subversiva, que con­
siste, como señala
Afüerto Falcionelli,

«en una agresión psicológica
ejecutada sobre nna población determinada para tornarla hos­
til a su propio gobierno
y a las estructuras tradicionales que
la han sustentado en el pasado: poder espiritual, estructuras
fa­
miliares, jerarquías sociales, fuerzas armadas, etc. La guerra subver­
siva descansa en dos actitudes complementarias: una propaganda des­
tinada a conquistar los espíritus para una ideología;
y una propaganda
destinada a destruir la armazón -moral, social
y administrativa del país
que se ha decidido conquistar. No tiende aún
a la
conquista del poder;
sólo quiere aislar
al gobierno de la población paira que ésta ejerza una
presión hasta que aquél se
enruentre en la imposibilidad de seguir im­
poniéndose» (3). No es del caso entrar a detallar la concreción de tal
(3) Alberto Falcionelii, El licenciado, el seminarista y el plomero. Bre-
823
Fundaci\363n Speiro

GONZALO IBAFIEZ SANT AMARJA
táctica. En general, busca el ablandamiento de los sectores que puedan
oponérsele,
y en muchos casos procurarles un sentimiento de culpabi­
lidad que los deje desarmados frente a la embestida roja.
La reaoción anticomUilista.
Buena ¡:,arte de lo anterior Jo da el hecho paradoja! de que quienes
pretenden montar una resistencia contra el comunismo lo hagan dán­
dole la razón, pero queriendo ejecutar por sus manos lo que aquél
señala en sus programas. Es decir, la estrategia anticomunista se ha
basa:do en

la cesión progresiva a sus requerimientos, de tal manera que
en
el fondo no ha hecho otra cosa sino allanarle el camino. Ciertamente,
tal
actitud no

ha dejado de repercutir en el cuerpo social, pues, en de­
finitiva,
ha sido éJel que ha sufrido los efectos de las concesiones men­
cionadas,
y qtie se r~umen en el acelerado proceso de socialización
que afecta a Hispanoamérica desde hace unos cincuenta años. Especial
hincapié quiero hacer sobre el sentimiento de culpabilidad que la hábil
propaganda roja proyecta sobre las conciencias de los dirigentes de
nuestros países.
~lla encontró

eco en una culpa efectiva, habida por los
motivos ya

acotados. Mas dicho sentimiento no se ha reflejado, a su
vez, en la realidad
social, mejorándola

o
dándole fundamentos
racio­
nales, sino
-y he aquí lo grave-ha viciado más y más el campo de
las ideas.
Así, para

tranquilizar esas conciencias, sus sujetos han cedido
paulatinamente en todo lo doctrinario confiando en que de este modo
podrán detener la ola revolucionaria
y podrán mantener ciertas posi­
ciones de origeri poco claro.
De hecho, se cree que las
ideas no

inciden en
la realidad, y este
es el motivo por
el que se cede tan fácilmente. Pero aquélla se encarga
de demostrar lo contrario. Han influido·y de una manera determinan­
te:
y así es como de una estructura liberal -se ha pasado casi sin no­
tarse a una de carácter cada vez más socialista, que ha hipertrofiado al
Estado haciendo inevitable su posterior bancarrota. La progresiva des-
ve glosario del comunismo en acci6n, Ed. La Mandrágora. Buenos Aires,
1961, p. 172.
824
Fundaci\363n Speiro

HISPANOAMBRICA: ALTERNATIVAS ACTUALES
personalización que es fruto de un individualismo exagerado, la visión
del Estado -hecho todopoderoso por obra del aniquilamiento de los
cuerpos intermedios- como única entidad capaz de poner coto a los
desmanes privados contra el bien común, la ausen<;ia de una doctrina
capaz de
encaq.zar adecuadamente

esta intervención estatal, son algunas
de las causas de tal fenómeno. Además, la aceptación de las ideas
socialistas y el prurito, conscientemente cultivado, de ponerse a la vera
de palabras que se creen carismáticas, como ahora es el caso del. «so­
cialismo>>, han conducido a la masificación de las. personas y a una
pavorosa renuncia_ de sus atributos específicos, cuales son la inteligen~
cia y la libertad, que son cambiados gustosamente por la tranquilidad
irracional de sentirse partes absolutas de esta monstruosidad en que
ha desembocado
el Estado totalitario de nuestros dias, frente al cual
los de la época pagana son pálidos reflejos. Ahora bien, toda esta «sensibilidad social»,
\ardía y bastarda, y
que ha conducido a la estatización sin la directa intervención de . los
movimientos marxistas que_ pullilan por el .continente, se canaliza, de
modo primordial en la democracia cristiana, _que no siemp~ actúa
como partido político y ni siquiera con el nombre de tal, sino sólo
con sus ideas ; y en los gobiernos militares nacionalistas, progresistas
y de marcado tinte izquietdista. Sobre estos últimos poco cabe decir;
por lo elemental de sus posiciones y porque, en suma, sus resultados
son similares a los de
la democracia cristiana. Mucho más _grave es. el
papel que juega ésta en los últimos años. Es verd•derarnente el eslabón
que cierta la cadena que conduce al comunismo. Es ella la que termin~
por

pudrir a los países derrumbándolos internamente, con
lo-que deja
listo
el campo para la acción extremista. Es ella la que torna concien~
cia real de las premisas liberales y. se dispone a llevarlas a la práctica
cueste lo que cueste. Es ella la que remueve eficazmente, por una con_~
sideración

deísta de
_la religión, la defensa. que ésta ~prqfundamente
enraizada

en el pueblo, proletario o
n(}----'. opon.e al

ateísmo_
mancista.
Cierto es que en tal remoción ,ha sido ayudada y de un modo categórico
por la complicidad
de. buena
parte de la jerarquía y del clero católicos
del continente que, actuando como lobos· entre ovejas_, introducen la
confusión
en el
rebaño conduciéndolo a la ruina.
La interpretación que hace el marxismo de la lucha entre· la de-
825
Fundaci\363n Speiro

GONZALO IBANEZ SANTAMARJA
mocracia cristiana y los .sectores tradicionales que responden al nombre
genérico de derecha, me parece absolutamente certera y su desenlace
constituye -por lo que toca a su promoción y conducción-lo que
tal vez sea el éxito más señalado de la táctica roja en la guerra política,
pues le ha permitido conquistar una serie de posiciones claves sin
desgaste
propio. Por

dicha interpretación sabemos que ese enfrenta­
miento es sólo una lucha entre sectores «tradicionales>> y «progresistas»
de la burguesía por el poder. Ahí no hay lucha ideológica oi nada
que se le parezca. Los democristianos apuran, bajo el lema del plura­
lismo, todas laS consecuencias de 1a doctrina liberal y, para conquistar
la voluntad de las mayorías, no dudan en enarbolar las banderas del
comunismo y de la revolución, quienes gustosamente los «dejan hacer».
Para la democracia cristiana, su revolución tiene por objeto renovar
«las arcaicas

estructuras
opresoras que
perpetúan en el poder a una
casta oligárquica
y .así liberar al pueblo y desalienar al hombre». Detrás
de tales abstracciones se esconde nuevamente un deseo desordenado del
poder
y así como la burguesía de la época de la independencia no va­
ciló en aceptar todos los
slogans revolucionarios de 1789, ésta de ahora
-nacida a la vera de la industrialización y de recientes inmigraciones­
no trepida en aceptar los postulados marxistas, para a su través con­
quistar el poder y justificar su tenencia. En el fondo, pretenden
ser­
virse

de la «revolución», sin darse cuenta de que es ella
la que se está
sirviendo de sus afanes. Por su
p_arte, lo

que se conoce con el nombre·
de. derecha
tradicio­
nal, que vendría a representar al sector .antiguo de la burguesía, no
ha hallad.o nada mejor que oponerse al comunismo insistiendo en sus
propios errores. No otra cosa significa el hecho de que, frente a
aquél, levante el esquema del pluralismo
y de· la democracia, como si
no se pudiese marxistizar a
url. país en forma democrática. En el fon­
do, hay

un terror de enfrentarlo en su propio terreno y
se prefiere des­
viar la atención hacia lo adjetivo de
la vida social: al «modo» como
se hacen las cosas,
y no a 1as «cosas>>, se hagan según ese u otro modo.
Es que no sólo habría un enfrentamiento directo con los comunistas, de adoptarse
la posición lógica, sino previamente uno mucho peor,
cual es
el enfrent.imiento con Ja conciencia personal que, a pesar de
todo, dennncia el fracaso de tal actitud. Habría que reconocer errores
826
Fundaci\363n Speiro

HlSPANOAMERJCA: ALTERNATIVAS ACTUALES
que son ya más que centenarios y abjurar de todo lo que se ha endio­
sado en el último siglo y medio.
Aquí es donde está
el quid de la lucha antimarxista: en la solu­
ción

de esta cuestión previa; y
es por

eso, por la incapacidad que se
ha manifestado en enfrentarla, que el comunismo avanza a pesar de
sus fallas y de sus contradicciones y si en algún momento se detiene o
retrocede, no es por
la efectividad de sus contrarios, sino por sus pro­
pio~
problemas

internos, que los tiene y mayúsculos.
Las alternativas ...
Es cierto que el proceso esbozado en estas líneas ha adoptado for­
mas

diferentes en los diversos
países; que

no todos han sufrido idén­
ticos efectos; que algunos, de manera un tanto optimista, estiman estar
a salvo. Cierto es, también, que distinto ha sido
el grado en que se
han ido dando sus etapas en cada una de las regiones; pero, tampoco
puede racionalmente negarse que, unas antes, otras después; las repú­
blicas hispanoamericanas han recorrido o están recorriendo, en sus
trazos esenciales, un mismo camino que desemboca en un similar fin
fatal. Honestamente, creo que nadie
puede sorprend~rse de

la triste
situación a que hemos venido a
parar. Ella

no es fruto de una gene­
ración espontánea ni de un azar del destino. La profundidad
y per­
manencia

de sus causas nos pone
hoy al

borde de avanzar un paso más,
que puede sea el definitivo, en
Ja destrucción de nuestro ser.
El estado a que ha llegado el proceso que comentamos, en su des­
arrollo
implacablement~ lógico,

impone, si se pretende cambiar de
rumbo, un realista examen de esas causas
y de. los caminos que se pre­
sentan a seguir. Ello es más necesario ahora que nunca, pues a nadie
se oculta que la característica más definitoria de esos países en la ac­
tualidad es la
de «frustración histórica»; frustración que, al hacerse
consciente,. se refleja en
todas fo.s manifestaciones de la vida social e
individual. Hoy, Hispanoamérica, asfixiada en una
ailrura que
no es
la propia
-que ni

siquiera es racional- y que la· obliga a vivir en
contra de
su idiosincrasia,

se debate en el trance de abandonarla, de re­
negar de ella, mas no porque se haya dado cuenta de su intrínseca
827
Fundaci\363n Speiro

GONZALO IBAf;/EZ SANTAMARJA
cqrrupción, sino por estar simplemente en vías de ser vencida por
aquélla

que nació de su propio seno, esto es, la socialista,
y que hoy
la, vieqe a

suceder en la consideración mundana. Y con esa friv9lidad
que, cual maldición caracteriza su vida i~dependiente, Hispanoamérica
se pi:epara pata_ entregarse en sus brazos, para irse con el triunfador
de turno. En ningún momento se le ocurre_ examinar la posibilidad
de un modo propio de existir que haga innecesaria tan vergonzosa en­
trega; y si acaso no hubiere un destino propio e intransferible que
alcanzar, capaz de dar sentido a una vida colectiva y que le permita
gozar en propiedad, y no sólo en el nombre, de la categoría de nación
soberana.
Los profetas de la «revolución», enquistados en mil lugares inve­
rosíffiiles, especialmente

en los llamados organismos internacionales,
han dado su diagnóstico para la enfermedad que nos corroe, y que se
manifiesta en esa frustración histórica: dicen que es el efecto del subdesarrollo económico
y de la dominación imperialista. Su receta es:
reforma
de estructuras y socialización acelerada. Es verdad que hay
subdesarrollo y dominación imperialista, pero, apreciados objetiva­
mente, no cabe negar que, más que causas, son
sílltomas de-una

en­
fermedad más grave. Habida cuenta de quienes profieren tal diagnós­
tico
y tal receta, no es posible dej~ de entrever la intención inequívoca
de acelerar
el proceso de disolución interna y de preparar el adveni­
miento de la tiranía comunista. A otro nivel, -con el
simpli9mo característico

d.e la época, se pre­
tende obligamos
a elegir

entre dos caminos que, como únicos, se abri­
rían para superar
el estancamiento actual. Ellos serían la democracia,
por uo lado,
y por el otro, el marxismo. Algo así como elegir entre
el gorro frigio y la hoz
y el martillo, No es difici demostrar la falacia
-por decir lo menos- que
er:i.cierra tal
alternativa. Si, como hemos
visto,
el comunismo florece en las . condiciones creadas-por ~l liberalis­
~.
mal
puede éste _aspirar a ser una opción valedera. Por lo demás,
mien~ras la

demo.c;racia no
e~ sino
un método apto para llegar a
cual­
quier

parte,
el comunismo es -uqa doctri~a complet_a acerc_a de la per­
~9na
y de la sociedad;_ y su conctedón a la -vida real, s~~ o no por la
vía ~lectoµl, rio. d,eja ningún

resquicio para la aplicación de. otra.
-En
el fond 828
Fundaci\363n Speiro

HISPANOAMERICA: ALTERNATIVAS ACTUALES
tener un statu quo mediante el chantaje que significa contraponerlo al
peligro rojo.
_Las naciones, en tanto en cuanto son una proyección de los indivi­
duos que les sirven de fundamento, participan, de algún modo, de
la inteligencia y libertad que los especifican. En consecuencia, partici­
pan también del dilema en que se resuelve su vida: ser o no ser; di­
lema que se arrastra desde los orígenes de
la ~wnanidad y que. se ha
de mantener como
la constante más dramática de la existencia aquéllos

hasta la consumación de los siglos. En definitiva, toda alter­
nativa vital se
resuel~e en

ésta que mencionamos
y cualquier tentativa
de eludirla significa elegir, desde luego, el no ser. Ahora bien,
el ser
entraña, en el caso que nos ocupa, vivir conforme a
la propia. natura­
leza: pero,
tal como en el caso de los individuos, la naturaleza de W1a
nación enruentra su fundamento en el fin para el cual fue hecha.
Hispanoamérica no nace -ayer a la
histori~ ni
es cualquier cosa,
por lo que no es necesario «inventarle>-> una finalidad. Si es algo, es
porque
lo es para un destino que fue lo primero en la intención de
quien,
en su
infinita misericordia, permite constantemente, antes y
ahora, su existencia. En definitiva, ser Hispanoamérica significa volver
a unirse con
la tradición que, un día, en un momento de locura colecti­
va, se abandonó para ser reemplazada por las luces falsas de los erro­
res revolucionarios.
No se

trata de volver a formas políticas adjetivas
que pueden haber pasado definitivamente) sino de enraizarse con
la
milenaria tradición cultural que es el alma nacional de nuestro conti­
nente. Es cuestión de reavivar los rescoldos de un
fu.ego que aún no
se apagó y a cuyo tenue calor todavía se desarrollan formas de vida
civilizada. En esa
tradición podrá

reencontrar la solidez inexpugnable
del
derecho natural como única norma humana de vida social y, por
lo tanto,
única fuente
de paz, orden
y justicia; y la organización que
de ahí nazca podrá proyectarla, en cumplimiento de su verdadera
mi­
sión histórica, a un mundo putrefacto en su soberbia, afirmando los
vaJores eternos del occidente cristiano.
A pesar del desorden
y la anarquía que presenta Hispanoamérica,
no faltan motivos para tener esperanza. Rotas las barreras del dogma­
tismo liberal
y de un nacionalismo trasnochado, el continente tiende,
aunque de manera imprecisa
y más por instinto que por razón, a la
829
Fundaci\363n Speiro

GONZALO IBAREZ SANTAMARJA
unidad que creo nadie podrá impedir. La cuestión está en que dicha
unidad se ponga al servido del verdadero fin nacional. Por otra parte,
no todo está podrido; la disociación entre
el juego político y el hom­
bre
común es

algo evidente.
Así, por ejemplo, mientras los dirigentes
de ese juego al hablar de democracia se refieren a
la liberal, éste -el
hombre

común- entiende la orgánica
y nunca ha podido comprender
a los delirantes parlamentos que se dicen representantes de Ja voluntad
popular. En suma, Hispanoamérica se enfrenta a
la disyuntiva; no pue­
de eludirla. O ser aquello para lo cual fuimos hechos, o seguir en el
despeñadero que

conduce
al caos y después a la tiranía marxista, que
nos pondrá ya unidos, al servicio de la «revolución», antítesis acabada del pensamiento
y de h vida católicos.
Hispanoamérica tiene
historia para salir adelante; sin embargo,
el
problema excede el campo de lo intelectual pará caer en el de la moral.
Más que conocer e camino de salida, lo difícil es :resolverse a ir por
él,
pues ello exige un renunciamiento y una rectificación moral que
enderecen nuestros pasos, haciéndonos vivir conforme a nuestra na­
turaleza, hacia

Aquél que dijo de
si mismo
ser «el camino,
la verdad y
la vida». No está la solución en un cambio de constituciones o de leyes
positivas,
ni mucho menos de abstractas estructuras.
Todo eso
es «es­
capismo». Como en todos los tiempos,
la regeneración social ha de
empezar por
la regeneración personal de cada uno.
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