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Número 117-118

Serie XII

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La educación: principios y fundamentos

LA EDUCACION: PRINCIPIOS Y FUNDAMENTOS
POR
MAR.CEL CLEMENT.
Director de «L'HOMME NOUVEAU».
En este año de gracia de 1973, entre todas las dificultades con
las cuales han tenido que enfrentarse los hombres, las concernien­
tes a la educación revisten un carácter tan dramático que ha parecido
oportuno contemplarlas como tema de este Congreso.
¡ Qué paradoja! Se comprueba que cuando la providencia permi­
te
al hombre que invente alguna nueva máquina, resulta que tiene
necesidad de trabajar, de formarse, para aprender
a utilizarla.
Es
fácil comprender que
hoy resulte particularmente necesario poner
a punto una pedagogía adaptada para aprender a conducir el avión
supersónico. Pero ¡para educar
al hombre!, que después de dos mi]
año:; de vida cristiana nos hallemos luchando_ para formular los
principios de la educación del niño, del adolescente ... Esto por sí
sólo dice demasiado acerca de
la crisis moral, de la crisis espiritual,
de la
crisis de

civilización que mina nuestra sociedad, que mina
la
humanidad entera.
¡ Vayamos

más lejos todavía! Es igualmente correcto entender que
la invención de
la radiodifusión, de la televisión, de la automática
o del ordenador, renuevan ciertos aspectos de la educación, del mis­
mo modo
qlle ayer

la invención de
la imprenta modificó la estruc­
tura y el ritmo de la vida en las familias y la vida de las escuelas.
Pero en 1973 no son ya ciertos
aspectos especi,les de la pedagogía,
sino los mismos principios, la finalidad profunda, única e intan­
gible, de la educación humana y cristiana,
lo que nos es preciso ex­
plorar nuevamente para formularlos otra vez en una sociedad que parece no haberlas_ conocido nunca. He ahí el
_ testimonio

doloroso
de la crisis en que
el hombre se halla. Aquí son los gobernantes quie-
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Fundaci\363n Speiro

MAR.CEL CLEMENT
nes reprochan a los padres de familia su falta de firmeza. Allí son
las mismas familias las que se sublevan contra los programas del
Estado. Por lo demás, se incita a los adolescentes
y hasta a los mismos
niños a alzarse contra sus padres o contra sus maestros: «Escuela
que ya no propone en modo alguno, o no se propone sino acceso­
riamente
un fin
educativo; padres convertidos en moralmente inca­
paces de
dar una educación correcta

a sus hijos mediante
su ejemplo
y su dirección; he ahí donde debemos buscar, ante todo, la causa de
la quiebra, hoy universalmente ddmitida y deplordda de la educa­
ción, más aún que en las faltas y los errores, igualmente condena­
bles, de los propios niños». Este juicio profético de Pío XII se
remonta a 1956; he ahí que más de quince años después resulta más oportuno hoy que en aquella época.
Es preciso, pues, en esta situación amarga, que intentemos, aun­
que con esperanza y método, una peregrinación a las fuentes. Así
como la familia, según palabras de San Agustín, es la célula prima­
ria de la sociedad, también los actos humanos que concurren en la
educación de los niños aparecen como la propia vida de esta célula.
No es principalmente, de una manera puramente teórica y cerebral,
como, al comienzo de este Congreso, podemos considerar en su raiz
profunda la filosofía de la educación, sino principalmente con una
· actitud

espiritual de acogida. No se trata sólo de conocer unos prin­
cipios verdaderos. Es preciso~ tratándose 'de esta cuestión, amarlos
en su conjunto y lograr que no resulten naturales, como a los filó­
sofos les gusta decir. En suma, es preciso que penetremos en el mis­
terio de
la educación, para comprenderlo, no como si se hallara en
una períunmJ:>ra o una oscuridad, sino más bien dándonos ruenta de
que lo envuelve una luz demasiado densa, demasiado intensa para
nuestra mirada. El misterio no proviene de que el objeto esté mal
o insuficientemente alumbrado ; dimana de la debilidad de nuestros
ojos. Cuando se trata de acoger al niño que viene al mundo y de
permitirle alcanzar, con sus hermanos y hermanas, sus primos y todos
sus compañeros, la perfección de la edad adulta, se trata de un
misterio en el sentido que acabo de evocar. Este disrurso no pre­
tende sino introducirnos más aún, a todos juntamente con el cono­
cimiento, en
la experiencia, de este misterio.
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LA EDUCACION: PRINCIPIOS Y PUNDAMENTOS
Ciertamente, nos hace falta descubrir, en primer lugar, cuá:l
es la finalidad humana y cristiana de la educación, su objeto; pero,
además, es aún preciso que, en
primer plano,
consideremos
al propio
niño, en su evolución de
la que es él sujeto. Nos es preciso, final­
mente, recordar quiénes son los agen:e1 de la educación, quiénes asu­
mt,n la responsabilidad y cuáles son los medios que les resultan
favorables. Tratemos, de hacer, pues, a vuelo de pájaro, este repaso
de conjunto.
l. ¿La conciencia cristiana?, objeto de la educación.
Habida cuenta del hecbo de que la educación no es, en pnmer
lugar una
acción de

cada uno de los padres sobre cada uno de los
hijos, sino bastante
más, es una acción de la comunidad familiar, de
la
comunidad escolar
y también de la comunidad cultural total, en el
seno de las cuales los niños son educados y formados en conjunto,
ha de determinarse cuál es, pues, el objetivo, cuál la finalidad pro­
puesta a los padres y a los otros agentes de la educación como
término último de la responsabilidad que asumen con relación a
los niños.
La respuesta es breve. La educación
tiene por

fin todo cuanto
puede permitir a cada uno de
los educandos

convertirse en un cris­
tiano.
¡ Un cristiano! La palabra hoy tan frecuentemente utilizada, no
está, sin embargo, desprovista de equívocos. Hace falta, pues, pre­
cisar lo que significa. Se trata de pemiitir a cada niño que alcance
la madurez física, la madurez
moral, la

madurez
intelechlal, la ma­
durez afectiva. Pero ha de ser al modo cristiano, es decir, cooperan­
do con la gracia recibida del bautismo, como cada uno debe alcan­
zar esta madurez. A través de este complejo desarrollo, gracias a la
vida divina en el alma, a la caridad teologal que debe informar todas
las virtudes, es como
' debe

ser alcanzada, invisible pero
realmente,
la

plenitud de la edad de Cristo en el alma humana. Advirtamos que es arbitrario, es artificial, incluso iba yo a decir
es «cartesiano», desdoblar así en cuatro o cinco especies
la madurez.
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MARCEL CLEMENT
En concreto, no hay más que un nino. No hay más que un creci­
miento. Es solamente para la claridad de la exposición por lo que
divido así la materia. En la práctica todo está ligado. La vida es
siempre una síntesis.
¿La
madurez física? No sólo es la salud del cuerpo a lo largo
de la infancia, de la adolescencia, de la edad adulta. Es también
el
pleno desarrollo de los talentos que están ya en germen en ciertas
, aptitndes,

bien se trate de la habilidad o de la soltnra, de
la agudeza
visual o auditiva, de
la resistencia nerviosa o de la fuerza muscular.
Los padres, los educadores, tienen gracia de estado para observar y
descubrir las aptitudes virtuales, para darles las ocasiones más opor­
tunas de expansionarse, sin que por ello, y
cito cae

por sí solo de
su peso, se favorezca la hipertrofia de ciertas facultades,
y, por este
hecho, la atrofia de otras.
¿La· madurez moral? Esta está estrechamente ligada al desarrollo
de
la rriadurez física y la adquisición de una y otra no pueden estar
disociadas. No hay desarrollo corporal sin disciplina
y sin dominio
de uno mismo. ¿Qué es
1a madurez moral? La adquisición, mediante
el ejercicio, de una voluntad recta
y fuerte. Del mismo modo que
no-todos

tienen
el mismo vigor · físico, no todos tienen la misma
firmeza moral. Dios dispone, permite las circunstancias e inspira los
espíritus para que cada uno pueda dar toda su medida, incluso si
cada
·medida es

única. Ya que
el ejercicio, en Ja gracia, de la volun­
tad humilde y recta, es el propio crecimiento del amor en el alma.
Así, se nos pide a todos que luchemos para que, a través de los ape­
titos, de
las obsesiones, a veces de la imaginación, de la fuerza de
las pasiones, la intención profunda
quede sumisa
a la voluntad· di­
vina y que el acto humano resulte suficientemente reafizado para que
llegue finalmente, en su ejecución, a lo que haya sido
lo primero
en
la intención.
Hoy apenas se habla de las virtudes morales, incluso mU:chos ni
siquiera
saben ya
sus nombres. Sin embargo,
la madÚ.rez moral, hoy
como ayer, continúa

consistiendo en la adquisición de
la prudencia,
de la justicia, de la fortaleza, de la templanza. Estas disposiciones
personales permanentes para obrar eficazmente, de acuerdo con
la
razón, realizan, en cierta manera, en el orden moral, la misma fun-
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LA EDUCACION: PRINCIPIOS Y FUNDAMENTOS
ción que el esqueleto en el orden físico. Inseparable del resto de la
vida orgánica, el esqueleto es el
armazón. Mide la talla, dispone
los gestos, constituye el sostén. Así, son las virtudes morales.
Es la
prudencia la que nos determina a adaptar la acción a las circunstan­
cias según la conciencia bien formada. La justicia nos dispone a dar
a cada
WlO lo que es su derecho. La fortaleza, a dominar el miedo.
La templanza, a dominar los apetitos de disfrute o
goce. Cuatro cosas
de las cuales el hombre de hoy no se ha formado w1a idea suficien­
temente clara ...
La
madurez intelectual, aunque en buena medida resulte total­
mente desconocida para la mayoría de nuestros contemporáneos, sin
embargo continúa siendo considerada, de acuerdo con la moda del día, como
el centro

oficial de la educación de hoy.
En efecto, los programas de la mayoría de los Estados, apenas
se ocupan de la formación moral; tal vez por considerar que. exigir
esta formación atentaría contra la «libertad». La formación del
ca~
rácter y la formación del corazón tampoco' tienen ya audiencia: se
les acusa alternativamente de engendrar patrioterismos o de preparar
las guerras. Por el contrario, a la vida intelectual se le rinden todos
los honores y el tipo social autodefinido como
«el intelectual»
ha
reemplazado al heroe o al sabio de las edades paganas o al santo
de los siglos cristianos.
En segundo lugar, el intelectual es calificado «de izquierdas» o
«de derechas», según su actitud sea más o menos de adaptación o
más o menos de rebeldía frente al torbellino
de las

ideas muertas,
aireadas por la última moda. Por esto resulta demasiado frecuente
que no sea inteligente el intelectual que no es más que intelectual.
No se puede, pues, ni siquiera afirmar que nuestro tiempo logre
el éxito en el único terreno que reivindica. La educación de la inte­
ligencia tiene por fin permitir al niño que adquiera, de un modo
proporcionado a sus dotes, una visión del mundo conforme a la
realidad.
En este sentido, el principio último de la educación es
<
La inteligencia
.está bien

formada cuando está conformada
a
<
pues está habitada por la verdad,
y se desarrolla en una
imagen cada
vez más

fiel
y siempre más viva de la realidad del plan
de ·Dios, de las leyes del universo, de la naturaeza
y de la conducta
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MARCEL CLEMENT
de los hombres. Es inevitable que en razón, por ejemplo, de la for­
mación profesional, en un momento dado, la actividad de
fa inte­
ligencia tenga que especializarse para ilwninar la práctica de un ofi.
do, de una profesión o de un ministerio. Pero la cultura general, es
decir, el conocimiento inteligente, ordenado
y proporcionado del
Creador, de la creación
y de las criaturas constituye el fundamento
de la educación de la inteligencia, que no puede desenvolverse sino
cuando adquiere conocimientos
Ciertos y percibe sus causas.
Madurez física, moral, intelectual no pueden ser adquiridas de
forma armoniosa_
y viva más que en cooperación con la gracia de
Dios. Esto se ha convertido en una evidencia cotidiana desde que
la escuela sin Dios y sin moral moldea una juventud dolorosa, de·
cepcion-ada

o rebelde, escéptica o en búsqueda permanente. Es la
vida de la gracia en el niño, es
después en

el adolescente la luz de
la Revelación, son las virtudes teologales, las que unifican
y perfec­
cion_¡µi los

diversos aspectos de la total madurez
humana. Todos
nos­
otros lo sabemos : cuando la gracia es rechazada o expulsada, la
misma naturaleza se corrompe, se mutila o
Se

niega. A medida que
hemos ido viendo a teólogos que perdían el sentido de lo teologal,
que hemos ido viendo que la liturgia perdía el sentido de lo sagrado,
que hemos ido viendo cómo
la catequesis olvidaba o disimulaba la
trascendencia de Dios
y soslayaba la cruz de Jesús-Cristo, simultánea­
mente hemos visto que se mwltiplicaban las revueitas de la
nahl­
raleza

contra sus propios límites. No es por casualidad que el tu­
multo en auge reivindique,
, entremezclándolos,

el derecho a quitarse
la vida renunciando a ella, el derecho a destruir la vida inocente, el
derecho a no castigar a los cnlpables, el derecho a destruir toda pro­
piedad privada,
el derecho de los sacerdotes a casarse y el derecho
para los

cristianos a construir sobre la tierra un paraíso socialista.
No es por casualidad que, cuando se retira la gracia, la naturaleza
quiera reconstruirse de otro
m,odo. Cuando la educación

ya no pre­
tende formar cristianos, ni siquiera consigue ya formar hombres.
El hombre moderno pide una «nueva sociedad» o un «cambio de
sociedad», porque desespera en restaurar a cada persona, desespera
de conseguir «el hombre
nuevo» en

Cristo, y pretende instaurar la
justicia en las estructuras
y no en las costumbres.
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LA EDUCACION: PRINCIPIOS Y FUNDAMENTOS
Es, pues, el bautismo del recién nacido, son las plegarias bal­
buceadas afectuosamente desde la más tierna edad, es la comuni­
cación dada a
los niños según el deseo de San Pío X, es el sacramento
de penitencia recibido regularmente para profesar en el amor de
Dios, del prójimo
y eff el dominio de uno mismo, en resumen, es
el crecimiento · incesante de las tres virtudes teologales: de la
fe,
de la esperanza y de la caridad, lo que hace que Cristo crezca en
nosotros,
y las que armonizan, funden y desarrollan esa triple ma­
durez a la que tienden las disciplinas físicas, morales e
intelectuales.
Es preciso decir una pálabra aún, acerca de una de las formas
de madurez de la que nuestra _sociedad habla enormemente~ precisa­
mente porque se le escapa; es
la madurez afectiva. Se deplora su
ausencia casi por todas partes. Entre los hombres, entre las mujeres,
en los diversos niveles de las generaciones. Es porque la madurez
afectiva, según la definición que de ella dan los psicólogos contem­
poráneos, consiste en dar
el paso equilibrado y dinámico desde el
repliegue sobre uno mismo a la ac~itud espontánea del don de sí.
Ahora bien, desde la caída original, el movimiento espontáneo de
la naturaleza herida es idéntico al movimiento espontáneo del mo­
vimiento animal. Cuando se la golpea, se repliega. Cuanto desea lo quiere captar.
Es Cristo quien nos ha enseñado y, sobre todo, quien
nos ha comunicado la luz
y la fuerza para transformar, para trastro­
car, debería decirse, el
amor de
captación en amor de servicio o de
ofrenda, para transformar
el repliegue de la desesperación o de la
rebeldía en un despliegue en torno de la cruz en la esperanza cris­
tiana. Es excesivo decir que, en un mundo que ya no es cristiano,
sea una entre otras tantas quimeras, e incluso como tantas otras
mentiras o hipocresías, este equilibrio gozoso, este señorío de sí mis­ mo que no es tensión,
este despliegue,

esta entrega, este sobrepa­
sarse que se convierte poco a poco en una segunda naturaleza. En
un
~undo
que

ya no es cristiano, se rehúsa
la cruz y se ridicuJliza
a

quienes ofrecen sus sufrimientos a Dios, tratándolos de «doloris­
tas» si no de
«ma.soquistas», y se propone como modelo ideal un
cristianismo adulto en el cual
el meollo de la espiritualidad no se
hace

consistir en reconvertirse ante Dios como niños, sino a la in-
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MARCEL CLEMENT
versa en tratar sin delicadeza ni discreción a los niños como s1 ya
fueran adultos.
Ante todo

es,
pues, la vida cristiana, la unión habitual a Dios,
el espíritu de dependencia filial, lo que permite desarrollar las de­
más formas de madurez. Es la vida de Cristo en nosotros, es nuestra
vida con Cristo lo que, haciéndonos cada día más sumisos a Dios, nos
convierte también cada día en más dueños de nosotros para el des­
arrollo físico, la firmeza moral, el desarrollo intelectual y la madu­
rez espiritual.
En resumen: educar es permitir al niño convertirse en cnstlano,
lo cu.al, por sí mismo le hace plenamente humano y crecer, como en
el Evangelio lo recuerda el Señor, «en estatura, en sabiduría y en
santidad».
II. El niño, sujeto de la educación.
Los filósofos de la antigüedad gustaban subrayar que en nume­
rosos aspectos la naturaleza, pródiga con los animales, parece avara
con
d hombre. Los animales alcanzan su perfección casi inmediata­
mente, sin esfuerzo. El pequeño polluelo rompe su cáscara y se pone
a correr. El pequeño ternero no tiene necesidad más que de algunos
días
para enderezarse

sobre sus patas. Ni la alondra ni el ruiseñor
tienen necesidad de largas lecciones de solfeo ni de armonía para
convertirse en músicos. Al hombre niño le falta todo. Incluso el Señor, aprendió a andar,
sostenido por las manos de María. Es una de las
leyes más

profundas
de la naturaleza
ru:ional del

hombre que no puede alcanzar la per­
fección de forma inmediata
y por instinto, sino al contrario, después
de largo tiempo, por tanteos, siendo esto causa de sus esfuerzos y de
sus progresos. Cada riiño debe aprenderlo todo por una sucesión de
repeticiones y por
el efecto de una puesta a punto progresiva. El
infante es un aprendiz; tanto para andar como para comer, tanto
patra

vestirse como para hablar.
Es un aprendiz para leer y para es­
cribir, para pintar y para tocar un instrumento. Es un aprendiz para
·adquirir memoria, siempre por· repetición. Es un aprendiz para
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LA EDUCACION: PRINCIPIOS Y FUNDAMENTOS
aprender a razonar bien, a reflexionar de forma prudente. Es un
aprendiz para ejercitar su voluntad y para dar a
ésta, a

través de una
larga serie de vuelta a
empezair; de

fracasos y de éxitos, la disposi­
ción permanente para obrar de conformidad con la recta razón; no
bajo el imperio de los apetitos ni la esclavitud de las pasiones o
el
repliego del orgullo.
Detrás de esta palabra, aprendiz, se disimula la realidad psico­
lógica más profunda que la sociedad moderna ignora, menosprecia
o niega con
la mayor obstinación. Es que el hombre es el sujeto de
la educación. Como en gramática es el sujeto quien realiza la acción,
así en educación el sujeto es causa de sus actos. El mismo es el
principio de su perfeccionamiento, porque cuando está en la infancia
cada una de sus facultades no es aún sino_ virtual; depende de sus
esfuerzos y de la repetición de este esfuerzo que requiere la mayor
humildad, para hacer progresos.
Tocamos aquí, así lo creo
al menos, el punto más delicado de
nuestro estudio.
De igual modo como el niño puede crecer porque
su esqueleto no está osificado desde el nacimiento, pues los
cartí­
lagos

no adquieren su último estado más que cuando alcanza
la talla
adulta, del mismo modo acontece con todas las facultades humanas. A fuerza de repetir el movimiento de
la marcha se asegura su equi­
librio, la agilidad y la seguridad del paso. A medida que se prepa­
ran platos
se adquiere la capacidad de cocinar, respetando los im­
perativos de la variedad, de la salud y del gusto. Moralmente, a
fuerza de Juchar para aprender a decir la verdad, se desarrolla la disposición permanente de ser veraz. A fuerza de mantener el com­
bate interior se consigue el difícil dominio de
sí mismo,

preciso
para las exigencias de
la castidad conyugal o de un celibato consa­
grado a Dios, a pesar de ]as borrascas de la vida.
En suma, cuando
la inteligencia está a.costumbrad.a a ver clara­
mente lo que está bien y lo que está mal a lo largo de la infancia,
de la adolescencia, de la
edad, adulta,

la voluntad puede adquirir,
por repetición de intentos no
-e:x:entos de

fracasos, pero sin desalen­
tarse
jamás, una permanente disposici6n de obrar según la razón, es
decir, conforme a la voluntad divina. Esta disposición permanente
que
la filosofía denomina un «habitu.r» no es exactamente un hábito.
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MAR.GEL CLEMENT
porque el hábito se inserta en el ser físico. Puede llegar a ser tirá­
nico.
El habitus define el obrar intelectual y moral; ejerce Wla cau­
salidad dispositiva, pero no imperativa; lo hace más
fácil el cumpli­
miento del acto
orientaclo -a

la dirección hacia la cual se
ha: tendido
en el curso del aprendizaje de la vida moral.
Para precisar este punto con la debida concreción permítaseme
poner un ejemplo, a·
fa vez irónico y doloroso. El niño que se habi­
túa desde la infancia indefinidamente a una continua «búsqueda»
acerca de Dios
y sobre todas las verdades religiosas y morales ( esto
ya
no
es una

mera hipótesis de escuela), este niño no creerá nunca.
A los veinticinco años habrá adquirido el hábito estar «en búsque­
da». La disposíción permanente
d~ su

inteligencia le
hará interro­
garse sobre Dios
y sobre las verdades religiosas y morales sin dar
respuestas. Como los ·hábitos, cuando han alcanzado cierto- grado de
madurez, llegan a constituir como un armazón sólido de la vida
intelectual y moral, la generación formada en la búsqueda por la
búsqueda, no podrá ya encontrarse ante un hombre de
fe sin expe­
rimentar un abominable malestar. Los jóvenes cristianos que están
hoy seguros de la Resurrección de Nuestro Señor,
en-el

sentido real
de la palabra, seguros de su presencia real en la Eucaristía en el
sentido que
la Iglesia

lo enseña, seguros del derecho a la vida del
niño desde el momento de la concepción, seguros de la nobleza
del amor conyugal basado en
la virginidad, la fidelid;td, la fecun­
didad, tales cristianos llegan a- resultar completamente insoportables
para la · generación formada durante años por aquellos a quienes.
les
han enseñado

a buscar sin encontrar, a interrogarse sin formular
respuesta y para quienes, en la línea de los
habitus que se les han
inculcado, miden
el grado de una inteligencia por su incapacidad
de alcanzar
la verdad. Paradójicamente, «los aprendices de la bús­
queda>>, empujan a la inteligencia a no ser inteligente, disponen el
espíritu a tantear indefinidamente en
la caverna y a sondear- por
todas partes, salvo allí donde hay luz.
Tal es hoy la causa, la más profunda, del fracaso universal de la
educación. Cada una ·de las generaciones que suceden a la precedente
añade o sustrae legítimaménte algo a la tradición que recibe. Por
primera vez
¡ en la historia de la civilización cristiana!, una genera-
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LA EDUCACION: PRINCIPIOS Y FUNDAMENTOS
c10n --que felizmente comienza _a envejecer--, pretende hacer tabla
rasa
del pasado, -recomenzar a partir de cero, y colocar a cada niño
frente
a todas

las posibilidades, salvo la de la verdadera fe. Toda
la revolución cultural contemporánea está así fundada en una
hi--­
pótesis

falsa.- Supone que el hombre no tiene necesidad de adquirir
hábitos. Quiere evitarle la humillación del aprendizaje, de la repe­
tición .. ~ En la lógica de este error, llega hasta la supresión de toda
lección aprendida de memoria; después, pone en duda la ortografía;
luego, rechaza la gramática ...
En el otro extremo de esta subversión cultural integral, tenemos
el fracaso total, que constatamos, de las ciencias humanas, oficialmente enseñadas. La filosofía, la sociología, la psicología
_se presentan

ante
la opinión pública, como disciplinas que, ante todo, forman obreros
intelectuales en paro. El hombre que fabrica la educación contem­ poránea
es un intelectual sin contacto con la realidad, que ignora
lo que ha venido a hacer ·en la tierra· y que se esfuerza en vivir,
más o menos intensamente, sin desprenderse de las pasiones que
no
le· han

enseñado a rectificar
y ruyo aguijón le impulsa a la re­
belión,
prád~ciéndole el

deseo indefinido de una nueva sociedad, un
cambio de la sociedad, una mutación
mágica que

le permita salir del
infierno interior al
cual le ha-cohducido el menosprecio en que tiene las
verdaderas· exigencias de la educación. Pai-a proyectar su rebelión
afirma- que
es la sociedad actual la que es intolerable. En resumen,
quien ha perdido
el paraíso interior proclama que «el .infierno son
los
demás».
Lo que debemos transmitir a nuestro hijos, porque no vienen
al mundo completamente hechos
y porque son sujetos de su propia
educación, es
la capacidad de adquirir hábitos cada vez más vivos
y adaptados, tanto ·en el orden de la formación. física -Y moral como
en el orden de la formación intelectual
y cristiana ..
A las inteligencias, es necesario dotarlas de hábitos de certeza
de fe. El hábito de las certezas que puede alcanzar, por sus propias
fuerzas, la. razón natural;
el hábito, por fin, del carácter_ relativo
de las certezas menos _elevadas
_ a
las que
los conocimientos experi­
mentales o.

las rectas opiniones sobre las
-cosas s:ontingentes, pueden
conducimos.
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MAR.GEL CLEMENT
Entiéndese bien que no es necesario fijar ni endurecer la ense­
ñanza de estas certezas. Awique acaso sea inevitable que en la
infancia los conocimientos adquiridos aparezcan como ab6olutos, es,
legítimo que en la adolescencia la expansión del horizonte espiritual
e

intelectual profundicen
y hagan aparecer los aspectos contingentes
que acompañan inevitablemente las convicciones más fuertes, y es
legítimo que en la edad adulta, por fin, se llegue a no atribuir a
cada conocimiento
más grado de certeza que aquel que Je es propio.
¿No es éste, acaso, como expresó Aristóteles, el signo del hombre
culto?
La infancia es la edad de la fe. La adolescencia, la edad de la
razón. La madurez, la edad que precisa el grado de cada una de las
certezas. Para que estas etapas se realicen y sean asumidas en el res­
peto al crecimiento humano, es preciso que la educación reafirme
para la inteligencia la capacidad de alcanzar la verdad, para la vo­
luntad,
la capacidad de alcanzar el bien, para el cuerpo, la capa­
cidad de alcanzar la salud, que debe fortalecer, a la vez que es pre­
ciso desarrollar progresivamente los hábitos del cuerpo, los hábitos
de la voluntad y los hábitos de la inteligencia. En resumen, es pre­
ciso volver a dar a los hombres de nuestro tiempo el sentido de una
palabra que ya no se osa pronunciar, pues ha sido tan devaluada
como
la moneda. Los hábitos de la voluntad eran denominados vir­
tudes morales. Para analizar las finalidades humanas y cristianas de
la educación es preciso basar de nuevo esta educación en la adqui­
sición progresiva de las virtudes intelectuales y de las virtudes mo­
rales.
III. La Iglesia, la familia, los cuerpos intermedios agentes
de la educación.
De lo que precede, se desprenden dos conclusiones :
-sobre
el
objeto de la educación: ha de ser dentro de una
visión de fe y cooperando en la gracia de Dios cómo debe efectuar­
se la enseñanza y la formación de la inteligencia, de la voluntad,
de la sensibilidad
y de la vida física incluso.
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LA EDUCACION: PRINCIPIOS Y FUNDAMENTOS
-acerca del sujeto de la educación: ésta debe efectuarse al
propio sujeto para que desarrolle los hábitos que le permitan alcan­
zar el conocimiento sensible, afectivo e intelectual, así como los que
le doten de iniciativa, de acción, de su proporción y su eficacia.
Nos queda, pues, por evocar de qué modo el mismo Dios ha
dispuesto los deberes y derechos de los que dimanan las responsa­
bilidades de
la educación; es decir, determinar quiénes son los
agente1 ~e la educación.
Es a la Iglesia a quien corresponde en primer lugar ; a la Iglesia,
tal como la definía Bossuet, «Jesús ha extendido y comunicado» esta
misión, de donde dimana
la completa primera responsabilidad edu·
cativa

de los niños
y, de modo más general, de todos los hombres.
Esta es la responsabilidad de
«Mater et MagistM>, de madre y de
maestra, que la Iglesia de Dios ejerce bajo doble título:
De una parte, efectivamehte, la Iglesia es
madre. Ella

nos trans­
mite por el bautismo
la vida

sobrenatural, la vida íntima de . Dios.
Como toda madre, debe, pues, velar para esclarecer y acrecentar la
vida que
ha comunicado y, en consecuencia, la Iglesia Católica, fun­
dada por

Jesucristo, no puede en
caso alguno
renunciar a la obra,
que ella comienza con cada bautismo, de conducir a sus hijos hasta
la plenitud de
la edad de Cristo. Quienes afirman, con menosprecio
de la enseñanza constante del Magisterio, renovado en
la «declara­
ción sobre la educación cristiana» del reciente Concilio; que la es­
cuela católica debe de ser abandonada, trabajan en realidad para
fa­
bricar huérfanos. Son numerosos, por desgracia, los huérfanos de
Dios víctimas de la inconsciencia de los hombres de la Iglesia que
luchan contra
la enseñanza primaria, secundaria o superior dada en
luz de la fe.
Es, sin embargo, evidente que negar a la Iglesia su
derecho
y su deber de instruir y de formar a los que ella llama a
la vida divina, sería
fanto como

constreñirla a abandonar a los niños
que ella ha puesto en el mundo.
Por otra parte, lo que ordenó el Señor a sus apóstoles está vigente
en nuestro tiempo, como en todos los tiempos: «Id, enseñad a todas
las naciones» (Mateo, 28, 19-29), No es una frase anodina. No es, tampoco, una explicación o un comentario, tales como
los que

el
mismo Jesús hacía para ilustrar sus propias palabras.
Es mucho más
779
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MARCEL CLEMENT
que eso. Es el enunciado de i.ma vocac10n. _Así como Jesús sólo a
Pedro le dio la orden de apacentar el rebaño y, rogó para que su
fe no desfallezca nunca, del mismo modo el mandamiento que dio
a los apóstoles: enseñad
y bautizad, determina la- vocación de los
Obispos unidos a Pedro.
Sé perfectamente que algunas veces se ha sostenido que esta frase
de Jesús no se refería más _ que a la enseñanza religiosa y que ex­
cluía la enseñanza que se denomina profana. Pero esta distinción
es inadmisible porque no corresponde más que a los esquemas gra­ tuitos de
un-pensamiento

abstracto, sin fundamento en
la realidad.
Era sabido, . desde
fos tiempos del Señor,

que
la enseñanza es un
todo indivisible
y que no se puede separar la visión del mundo al
modo de las facetas de .un caleidoscopio incoherente. ·Una de las
causas de las «crisis de fe», que vemos tripJicarse _sobre todo en la
adolescencia, -es a menudo el resultado de la coexistencia en la misma
inteligencia de una
ensefi.anza sedicente «profana>>,. incompatible con
)a fe, y de la enseñanza de la fe. No .puede haber conflicto entre la
enseñanza positivist.a ele la historia de Francia y la historia cristiana
de Francia. No
p1+ede ~o _haber

conflicto
entre-la
visión- de la medi­
cina materialista y la visión cristiana del hombre en su totaJidad.
En cambio,_ a pesar de las propagandas contemporáneas, es_ eviden_te
que no puede evitarse el conflicto_entre Marx
y Jesús o-entre Freud
y Jesús.
Cuand~ más

se asimila a Marx, más se evacua_
la Cruz. Po­
demos comprobarlo todos los días. Cuanto más se asimila a Freud,
más se pierde el sen.tido del
pecado. Tambi¿n a diario. lo constatamos.
Por
qmsiguiente: El

mandato
de Cristo < ciones», enriquece
la formación total de la inteligencia y de la
voluntad en todos los ámbitos, para la búsqueda de la fe. Como dijo
el Papa Pío Xll en 1950: < rectamente. alguna.relación con la. religión, no.

solamente la teología,
psicología1 la historia1 la .fiteratura1 sino .inclusp otras ciencias: ju­
rídicas,
.-médicas, naturales, cosmológicas, filológicas

...
Inclusc, cuan­
do
l(J enseñanza

no
ata_ñe .directamente a

la
verdad y a la_ conciencia
r_eligiosa, es_ -preciso,

por. consiguiente,
que toda ella esté
completa­
men.~e impregnada

de la r.eligión
.católica».
Es, pues, Iegí.timo ~onduir que, a tí~io -supereminentemente_ de
780
Fundaci\363n Speiro

LA EDUCACION: PRINCIPIOS Y FUNDAMENTOS
orden sobrenatural y bajo la doble relación de su maternidad y de
su magisterio, tiene 1a Iglesia ·el deber de enseñar -a sus hijos y el
derecho correlativo de hacerlo. En el orden natural, es evidente que corresponde a los padres la
responsabilidad directa e indirecta de la educación de los hijos que
han traido a este mundo. La naturaleza les atribuye imperativamente,
a la vez este deber y este derecho. El deber porque la generación no
es más que un principio. Lo que reclama la naturaleza no es un re­
cién nacido, es un adulto formado. Correlativamente, tienen el de­
recho porque, fuera. de los casos dolorosos y felizmente raros de
padres indignos, ningún título jurídico puede oponer válidamente el
Estado, r..i ninguna otra autoridad humana, al derecho natural que
los padres tienen, absolutamente en primer lugar, de asumir la res­
ponsabilidad de sus hijos.
Es decir, que los-derechos de .la escuela en s-í misma, no son, en
cierto modo, sino
la prolongación de derechos, que se complementan,
de la Iglesia y de la familia de dotar al niño de una formación total.
Es, pues, una formulación completamente · ilegítima la que hoy en
día
se titula educación. ·nacional. Hay una educación familiar. La
escuela tiene por misión
prolonga!, completar,
perfeccionar la obra
principal de la Iglesia y de la familia. La llamada educación nacio­
nal no tiene derecho de impedir ni de sustituir a ninguna. de éstas.
Una educación nacional sólo
sería legítima

si los niños fueran dados
a luz por· la misma riación, o si J as familias desposeidas de sus de­
rechos naturales no fueran más que los instrumentos dóciles de' los
objetivos políticos o ideológicos del Estado, ·
Sin embargo, incluso en lás democracias· llamadas liberales, el
sociali~mo de Estado escolar y universitario está llegando muy lejos.
En numerosos países los programas escolares contituyen una .nega­
ción de la justicia debida a las familias. Lo que indica cuán grande
es la importancia que reviste actualmente la lucha . de las asociacio­
nes familiares,

_de las asociaciones de padres de -alumnos
... Estas
no
solamente deben defender la libertad de enseñanza, sino también
una: autonomía _suficiente de los -programas -y las suficientes garan~
tías
en·Io

concerniente a ·la formación
-de los

maestros:
¿Equivale esto a decir que, por derecho natural, el Estado no
781
Fundaci\363n Speiro

MARCEL CLEMENT
tiene ningún papel a desempeñar en la enseñanza y en general en
la educación? El Estado,. en este ámbito, debe considerarse como
fundamentalmente respetuooo de la prioridad del derecho de las
famfüas de

la Iglesia, Si percibe un impuesto destinado a
las escue­
las, debe distribuirlo de modo equitativo eotre las escuelas según estas sean libremente escogidas por las familias. Este es el derecho natural
y
cristiano. La nacionalización de la enseñanza es siempre la mani­
festación de un totalitarismo, es decir, la usurpación por el Estado
de los
más fundamentales derecho,; privados, la doctrina que acabo
de recordar es tradicional en la Iglesia. Ha sido expuesta, con todo
detalle, por el Papa Pío XI en la encíclica «Divini illius Magisiri»;
Subraya
en
ella que el
derecho, o
mejor dicho, el deber del Estado
consiste en desempeñar al máximo un papel subsidiario en todo
cuanto se relacione con la formación general del hombre. Precisó,
sin embargo, que cu.ando se trate del saber directamente ordenado
al bien públÍco, como el que difundeo las escuelas militares, las es­
cuelas de la Administración, etc., el Estado, tiene, por derecho na­
tural, la plena responsabilidad de estas enseñanzas en razón de su
finalidad que concierne directamente a la gerencia del bien común.
Se perfectamente que me dirán que la encíclica de Pío XI está
«supeiada>>. En cuanto a la declaración conciliar acerca de la educa­
ción cristiana, se asegura seriamente que es el «menos bueno» de los documentos del Vaticano 11
._.. Todo

esto no es sino consecuen­
cia de que las inmisiones del Estado en los derechos de las familias
y
de la Iglesia no cesan de agravarse desde hace varios decenios.
Ocurre porque demasiados hombres de iglesia y demasiados padres
de familia han perdido el sentido de sus respectivas responsabilida­
des en este ámbito.
La evolución. social, que está tan falseada en este caso, que
llega hasta despreciar los derechos más fundamentales, puede impre­
sionar a las mentes poco reflexivas, o más influenciables. Es nada
menos que el propio porvenir de la sociedad lo que está en juego.
Aunque tengamos neces·dad de soportar injusticias escolares impues­
tas
acrualmente en
demasiados países, continua siendo por entero
un derecho nuestro el de luchar contra estas injusticias,
y debemos
mantener intacta nuestra esperanza de destruirlas.
782
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LA EDUCACION: PRJNCIPIOS Y FUNDAMENTOS
Es verdad también -aunque esto excedería del marco de esta
exposición- que las opresiones del Estado no son hoy ya, al
me•
nos en numerosos países, las má:s terribles. Los medios de comuni­
cación social se han
introducido de
hecho, entre los verdaderos res­
ponsables de la educación y de quienes deben recibir una formación.
Periódicos, revistas, emisoras de radio y televisión, están colocados
como un muro opaco entre el Magisterio de
la Iglesia y los fieles.
Están situados como un muro opaco entre los padres y los hijos, e
incluso, a menudo, a causa de
la debilidad política de los Estados
liberales, también se sitúan como un muro Opaco entre el poder
político
y los ciudadanos ... ¡Más aún!, estos medios de comunica­
ción social tienen tal poder que debilitan, deforman, pervierten in­
cluso, a los responsables de la educación. Sin ser la única causa de
la crisis de la Iglesia y de la decadencia eclesiástica, la acción de los
medios de comunicación social es una de ellas y no de las menores.
Esta acción contribuye también a que los padres pierdan el sentido
del respeto al amor y del respeto a la vida. Contribuye también a
que
el ciudadano pierda el sentido de la herencia nacional y del
bien común colectivo. Este poder cultural es hoy el órgano principal
de
la subversión en el corazón de la sociedad humana.
* • *
Estas notas sombrías, sin embargo, no deben asustarnos. La crisis
de la Iglesia, la crisis del amor, la crisis del Estado, la crisis de la
economía, 1a crisis también del arte, parecen concurrir en el tiempo
y en el espacio, ante nuestros ojos, en quebrantar la sociedad huma~
na

hasta en _sus fundamentos. Pero sabemos que Pedro anduvo sobre
las aguas y que la palabra del Señor calmó la tempestad. La atmós­
fera de Semana Santa que reina en la Iglesia, el proceso que el
mundo le ha hecho, la desbandada de los apóstoles lejos del Calvario,
la hemorragia en las órdenes religiosas, en los seminarios < y tantos otros signos de lo que se ha denominado la descomposición
del catolicismo, son quizás como tantas otras cosas tentaciones de
desesperanza. Sin embargo, es
el Viernes Santo el día más próximo
al alba de resurrección. Quizás incluso
la nueva primavera cristiana
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MARCEL CLEMENT
anunciada por Pío XII, el nuevo Pentecostés de amor, profetizado
por Juan
XXIII, no podría producirse sino en la dimensión del
Cuerpo místico después
de-esta
nueva Semana Santa. Ya son
nume­
rosos los signos anunciadores de la resurrección. Estas reuniones de
Lausanne son un testimonio
-y no el menor- de ello. Es, pues,
en
1a paz y en la alegría como nuestra esperanza cotidiana- nos lleva
a un movimiento .lento, pero decidido y
seguro, hacia la

restauración
de todas las cosas en Cristo que, sabemos, está con nosotros todos
los días hasta la consumación de
los siglos.

Puesto que la primera
y la última palabra de la educación cristiana es precisamente este
reinado social de Cristo en las almas y en las familias, en la escuela
y en la sociedad entera, debemos combatir, de verdad. Pero, hace
ya
dos. mil años que
la victoria ha sido alcanzada
y que Cristo reina,
vénce e impera
Christus vincit, Christus regnat, Christus impera!.
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