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Número 137-138

Serie XIV

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Sciacca y «El oscurecimiento de la inteligencia»

SCIACCA Y "EL OSCURECIM1:ENTO
DE LA I.N11ELIGENCIA" (*)
POR
GABRIEL DB .ARMAS
« ... es más racional el acto de la razón
humana, cuando reconoce que existe un
conocimiento trascendente, de orden distin­
to, pero no contrario a fa razón». Sciacca.
I
Recuerda V asconcelos que un diplomático brasileño acostumbra­
ba a dividir los caracteres en dos ramas: la de los "cómodos" y la
de los "incómodos". Los primeros son los de trato agradable, incluso
ingeniosos, aunque inocuos, o sea aquellos que no hacen
ni bien ni
mal. Van siempre cubiertos de una mesura estudiada, incolora, gelati­
nosa
y blandengue. Y comenta el gran pensador mejicano: "Procuran
tales sujetos disimular sus preferencias,
refrenar sus
pasiones o no
tenerlas, encubriendo todos sus actos con el
disfraz de

una cortesía
superficial. Para todos estos que nunca tomaron partido, ya hay desde
hace tiempo sitio, y sus señas constan en no se qué_ Canto del
Dante" (1). Me ha
venido, sin
querer, este pensamiento del autor de
"La
raza cósmica" a las mientes a propósito de la obra "El oscurecimiento
de
la inteligencia" del querido, llorado y admirado Michele Federico
Sciacca, cuya
lectuta acabo
de
finalizar, impresionado. As!, impresio­
nado. Si a &iacca,
filósofo y catedrático de Filosofía de la Universi-
(*) Michele F. Sciacca: «El oscurecimiento· de la inteligencia». Editorial
Gredos. Madrid 1973. 209 págs.
(1) Alfonso Junco y José Vasconcelos: «Un poeta de casa». A. Finisterre
Editor. Ciudad de México, 1968, pág. 36.
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GABRIEL DE A.RMAS
dad de Génova, desde su conversión a Dios, enrrafiablemente since­
ra, no se le pudo catalogar entre los caracteres c6modos, con este
libro,
escrito en

severidad filosófica rigurosa, se ha colocado en la
vanguardia de los
mc6modo1.
Pocas denuncias he podido leer ran tremendamente ta20nadas
como

ésta contra la estupidez de lo que
él, con
agudeza, denomina
"Occidentalismo". Jamás una acusación me pareció ran perspica%,
ran

viva, ran llena, por otra parre, de intenso colorido, con un
len­
guaje

que nos recuerda al Papini de los mejores tiempos, como si el
florentino y el siciliano
-clatidad y luz mediterráneas en profu­
sión-
se

hubieran dado cita para incriminar a un mundo entontecido
de civilizaciones decadentes.
Sciacca razona con tesón implacable, pertinaz, no obstante tener
mucho, muchísimo, de poeta. Su misma conversión fue el fruto de
un dramático
ta20nar. Fue

el desenlace feliz de un severo pensar
honesto, que aparta prejuicios para centrarse en juicios. Bien es ver~
dad que él mismo reconoce, humildemente, • que para caminar sobre
las espinas del Calvario
y caer de rodillas ante la Cruz, no basta toda
la vida si Dios no da la mano" (2). Pero una
vez alcanzada
esa mano
providente, que a nadie falta, Sciacca sabe enfrentatse con los críticos
absolutistas para espetatles su
razonamiento, como

un contragolpe
contundente y sin posible réplica:
" ...

si ser "critico" significara
rechazar
a priori (dogmáticamente) cualquier verdad no racional, te·
nemos

que por este mismo hecho ya no se es crítico, sino dogmático,
pues la crítica exige que
nada sea rechazado ni admitido a priori
(dogmáticamente)" (3).
II
Pues bien; el pensamiento crítico de Sciacca corre abundante, con
fluidez maravillosa, a través de las densas páginas de "El oscureci­
miento de la inteligencia". Partiendo del ser, el filósofo italiano
de-
(2) Giovanni Rossi: «Hombres que encontraron a Cristo». Ediciones
Studium, Madrid-Buenos Aires, 19,4, pig. 41.
(3) Ibídem, p,lg, 38.
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SCIACCA Y «EL OSCURBCIMIENTO DB LA INTELIGENCIA»
fine al límite como su constitutivo ontológico, lo que no supone,
claro está, ni una deficiencia, ni una imperfección. 1ll ser tiene sus
propias medidas. Cuando el hombre, perdido el · límite que lo arti­
cula, se deja llevar por pasiones que relajan su voluntad, cae inexo­
rablemente

en la estupidez.
Sólo al
hombre
cJe es
dado vivir en la
estupidez, porque
sólo él

es inteligente. Y se precipita en ella'
cada vez
que

rebasa los límites de la inteligencia
y de la voluntad. I.a con­
ciencia

del límite
cortará de raíz, por

ejemplo, toda
envidia, todo
rencor,

toda codicia
y nos situará, por ende, en la justa posición, que
es la de la "alteridad por amor".
Para existir con el espíritu de inteligencia hay que partir de un
acto de
humildad· admitir nuestra nada frente al Creador. Sciacca
aduce una frase bien significativa de Rosmini: "Cada uno de nosotros
debe reconocer la propia nada" (pág. 46). Yo la completaría con
aquella
otra famosa

de la
Madre Teresa de

Jesús
.en su obra más
clásica: "la humildad es andar en verdad'' (4). Que, al fin, no es
más que proclamar paladinamente

nuestro límite: la verdad de que
nada somos ... ¿No es acaso la máxima estupidez del hombre
actual
entroni%arse
Dios

de sí mismo?
La estupidez podrá vencerse solamente cuando el estúpido admita
haber

caído en
ella. Cuando advierta haberse salido del límite, que
es
el signo inequívoco de la inteligencia. Entonces,
se encontrará
como

renacido y
admirará las
cnsas
todas cnn un sentido nuevo ·y
casi virginal. Supongo yo que así miraría San Juan · de Dios a los
tullidos y minusválidos, sus hermanos, después de la
tranSformaci6n
sufrida

por su
alma, estremecida de amor ante el serm6n que oy6
salir de los labios ardientes
de Sán Juan de Avila. Vencida la estu­
pidez,
aparecerá el

hombre nuevo de
San Pablo: el santo.
Frente a la "alteridad por
amor" y

como sustitutivo de
ella surge
la "egoidad por odio".
Es la corrupción del hombre que avama, im­
pía
y despiadada, insaciable, hacia la
· aversi6n total

La estupidez se
identifica con la impiedad,
• cnn

la ausencia de
la ,pietaJ o con la
falta de respeto hacia cualquier ente o cnsa" (pág. 71). Su aborrecí-
( 4) Santa Teresa de Jesús: Obras. Edición y notas por el P. Silverio de
Santa Teresa. Burgos, 1930, pág. 641 .
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GABRJBL DB ARMAS
miento feroz a todos los valores lleva al más radical de los oibilism La estupidez, negación de la pietas, es irrespetuosa, injuslll, maligna,
indiscreta,
profanadora... Nada
respeta, porque
le falta
la medida.
Y

por si
fuera poco, la estupidez se hace terriblemente contagiosa,
estimulada y potenciada boy por los "medios audiovisuales", que
anuncian
la conquista inmediata de la felicidad humana, flanqueada
por
esas dos fuetzas avasalladoras que todo lo bao de conseguir:
la
industria y la técnica.
¿Qué solución queda? Atravesar el campo enemigo, con pacien­
cia,

con
humildad, con
constancia, a fin de rescatar al hombre
y
auparlo del pozo de la estupidez en que yace, para restituirlo a la
inteligencia. No podemos olvidar que detrás de la máscara de la
estupidez, dice Sciacca, está el estúpido, que es el hombre mismo, a
quien bemos de
recuperar para que · sea el set que realmente es: o,
quizá mejor,

el que
deba set.
Hasta

aquí,
la primera parte de la obra.
III
En la segunda parte, el escalpelo crítico de Sciacca penetra in­
cisivo
en el
probletna de la estupidez "bistorizada" y convettida en
fenómeno
social. El Occidente está enfetm0 de Occidentalismo, que
es su corrupción. Todas las civilizaciones
en vías de descomposición,
comienzan por renegar de los valores que ellas mismas
habían alum­
brado,

gozosas, cuando
disfrutaban de

vigor
y fuetzas creativas. Se
ba
becbo historia, al fio, la "egoidad por odio". La ciudad de Dios
ba sido desplazada por
la ciudad del hombre, donde la astucia, la
codicia, el placet, la envidia y la vanidad, son elevadas a rangos su­
pretDOS
y a categorías superiores. Con el envilecimiento del set, que­
dan las demás cosas también envilecidas. De abl la persecución, con
implacable
salia, a la inteligencia y a la vetdad. Todo queda así
tremendamente deformado: la moral, el
detecbo, la polltica, el
arte,
la
te0logía, la

religión •..
El
gran ·ideal, surgido ttiunfallsticamente, e ininterrumpidamente
cacareado,
es la elevación del
"nivel de vida'·. Ha entrado, pues, en
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SCIACCA Y «EL OSCURECIMIENTO DB LA INTEUGENCIA»
acción el tecnócrata dogmatizante, a,n su experieocia y su dlculo. · Lo
demás no cuenta. No ha lugar, por mnsiguiente, pera la verdad in­
telectiva. Se da
paso frana, a la civilización de la imagen, que es la
de la inmediatez
irreflexiva, sin pausa para la contemplación y sin
tiempo
pera el razonamiento. La "egoidad por odio"" lanza sus im­
placables ofensivas
a,ntra la

autoridad, contra la naturaleza, contra
los sentimienros,
a>ntra la moral, a>ntra las ideologías politicas. La
felicidad absoluta la proporcionará la técnica, con al maridaje de la
industria y el sindicaro. Hay que
llegar a la radical masificación, para
que el poder tecnoaático, con
su dominio totalitario, Jo moldee todo
y todo se reestructure a su anrojo. Sciacca, al hablar del problema de
la
masificación, se siente identificado
a,n el pensamienro penetrante
de Juan Vallet de Goytisolo, a quien cita y cuyos ensayos sobre la
materia recomienda vivamente.
El Occidentalismo está siendo devorado fatal.meare, aunque lógi­
camente, por

el
pensamienro nihilista. &iacca llega a decir: "Si hay
un
mal es la virtud, si hay una obscenidad de que avergonzarse es la
honestidad, y la
pureza de las intenciones y de las conductas, com­
plejos de inferioridad
d~bidos a

la
,ep,esi6n y de los que es preciso
liberarse: es

la
moral, repetimos rodavía, del marqués de Sade, cohe­
rencia de

la iluminística y
alma de la actual sociedad tecnológica""
(pág. 156). Duras son
estaS palabras, ¿eh?

Por eso supongo que
habrá roda­
vía ingenuos -¿o ronros quizá?-que se echen las manos a la ca­
beza y exclamen boquiabierros: ¡ exageración! ¿Sí? No hace aún
muchos
días me

contaba un religioso,
teólogo y escritor, que
en
de­
terminado

convento de su Orden (gloriosa Orden atacada por la
estupidez que denuncia Sciacca), donde aún quedaban dos o tres
hermanos con hábiro,
habían sido éstos denunciados al P. Provincial
como provocadores
y falros de caridad por el hecho de no vestir
traje seglar. La relajación
era, pues, para ellos el bien. La observan­
cia

de
las reglas, el mal. Tales ejemplos '"aberranres"" podrían mul­
tiplicarse.
La impiedad, fruro del oscurecimienro de la inteligencia, está
dispuesta a liquidar definitivamente la fe, "diluyendo el Cristianis­
mo en aguas
contaminadáS, corrompiéndolo

de modo que sea acep-
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GABRIEL DE ARMAS
tado por los corrompidos" (pág; 188). El estúpido profetismo secular
propugna un mundo donde todo
sea lícito y el pecado ni siquiera
aparezca como simple
y nebuloso recuerdo. Sólo con fe y oración,
contando ·siempre con
la gracia, es posible el "atravesamiento" de la
impiedad religiosa del
Occidentalismo •••
¡ Posible! Pero... ¿es· acaso probable? De las últimas frases de su
obra, piadosamente bellas, podemos inferir que Sciacca profesa un
sano optiruismo. Yo, sin embargo, me acuerdo de nuestro Donoso
O,rtés. En su discurso sobre la dictadura, al plantearse la posibilidad
o probabilidad de una
reacción religiosa
decisiva sobre el mundo en
estado de subversión,

decía con cierto dejo de
amargura: " ••• no la
creo probable. Yo he visto, señores,
y conocido a muchos individuos
que salieron de la fe y han vuelto a ella; por desgracia, señores, no
he visto jamás a
ningón pueblo

que
haya vuelto a la fe después de
haberla perdido" (5).
Si el pensamiento de Donoso
O>rtés se
cumpliera, al oscureci­
miento de la inteligencia, por
aucencia de

límites, que padecemos,
sucedería ininterrumpidamente
la misma estupidez "historizada", dan­
do vueltas
'y más vueltas, en movimiento continuo, sobre el eje de su
propia estupidez ..•
IV
Michele Federico Sciacca, mente clara y luminífera de nuestr0s
días, una

de las
más agudas del pensar filosófico actual, con universal
dimensión, se nos ha ido a la eremidad con apresuramiento. Aún
cabía esperar mucho de él, trabajador infatigable, cuya vida consti­
tuye un ejemplo de ininterrumpida laboriosidad. Sobre su conver­
sión
escribió, por

lo menos, dos veces a petición de escritores
y edi­
tores. A solicitud apremiante de
O>jazzi dio

a la
luz "Il

mio itinera­
rio a Cristo". Posteriormente, Giovanni Rossi demandó, de su gene­
rosa amabilidad, un trabajo corto sobre el mismo terna, para inser­
tarlo en -SU obra "H~bres que encontraron a Cristo". Sciacca, pues,
(5) Donoso Cortés: Obras Completas. B. A. C., 1496, pág. 201. Madrid.
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SCIACCA Y «EL OSCURBCIMIENTO DE LA INTEUGENCIA»
se confiesa; y expone: "Mi convetsi6n es la evolución de mi pensa­
miento
hasta arribar

a
las regiones luminosas de la fe" (6). Vale la
pena leer y meditar, ¡ ya lo aeo!, las justas y medidas palabras de
esre minúsculo ensayo de psicología religiosa, donde
nada falta ni
sobra. Inreligencia
giganresca en
pequelío cuerpo,

la gracia y
la simpa­
tía de

Sciacca, su fino hum0tismo, enriquecido de sutilezas itónicas,
nos eran ya familiares. Yo,
¡ pobre de mí!, había sostenido con él
alguna
discusión acerca

de
la petsonalidad intelecrual de Unamuno.
Sciacca
preparaba un

libro sobre el Rector de la Universidad
\le Sa­
lamanca, tras haber dictado un curso· universitario en torno a su
pensamiento. Publicado el mismo en Milán, con el título de "11
chisciottismo tragico

di Unamuno", recibí un ejemplar, fechado en
Génova, con
la siguienre dedicatoria: "A Gabriel de Armas, pequeño
recuerdo;

y
¡ qué no me mate! Afectísimo, Sciacca".
Filósofo, en el más estricto sentido del concepto, catedrático, con,
ferellciante
y escritor, nos renía acostumbrados
a
la comunicación de
sus múltiples saberes. Humilde, como los grandes hombres, lo
admi­
raba todo a su altededor sin admitarse jamás de sí mismo. Maestr0
indiscutido de generaciones de estudiantes, junto · a él se
petcíbía
como

una eclosión permanente de vida. Arento, fino, amable,
cor­
tés hasta lo sumo, su recuerdo permanece en nosotr0s como una luz
viva

de resplandor inextinguible.
(6) Giovann.i Rossi: Obra citada, pág. 35.
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