Índice de contenidos
Número 165-166
Serie XVII
- Textos Pontificios
-
Estudios
-
Las asociaciones intermedias en el pensamiento de Elías de Tejada
-
El movimiento GRECE: Apuntes para la historia de los heterodoxos
-
Wilhelm Reich, sexo y revolución
-
La tensión materia-espíritu desde sus connotaciones axiológicas e históricas
-
La estatización de la enseñanza
-
El pensamiento contrarrevolucionario español: Benito Mª Sotelo de Noboa, Marqués de Villaverde de Limia
-
Repercusiones de la inflación en lo rústico y en lo urbano, en lo industrial y en lo agrario
-
- Actas
- Crónicas
Autores
1978
La tensión materia-espíritu desde sus connotaciones axiológicas e históricas
LA TENSION MATEfilA-ESPIRITU DESDE SUS
CONNOTACIONES AXIOLOGICAS E HISTORICAS
POR
JOSÉ CALVO GoNZÁLEZ
En el cuadro de reflexiones generales que toda corriente de
pensamiento propone, la marxista sugiere, amén de éstas,
la posi
bilidad de concretos estudios relativos a la conexión materia-espíritu
y sus derivaciones, o, por decirlo haciendo uso de la terminología
adecuada al caso, a la relación infraestructura-epifenómenos. La
contemplación de este binomio ha puesto de relieve la serie de equí
vocos
y contradicciones que a continuación presentamos.
l. Inlraestrucllura-epifenómenos. El e,,p,íritu. CorueoueneiaB
Partiendo,
con Marx, desde la
afirmación axial
de su pensamiento
enunciada en la Crítica de la Economía Política, de que «en la pro
ducción social de su existencia los hombres entran en relaciones de
terminadas, necesarias, independientes de su voluntad; relaciones de
producción que corresponden a un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de
producción constituye
la estructura económica de la sociedad, la base
real sobre la que se levanta una superestructura jurídica
y política
y a la cual corres¡x,-nden determinadas formas de conciencia social.
El modo de producción de su vida material -afirma
Marx-con
diciona el progreso de su vida social, política
y espiritual en general.
No es la conciencia del hombre la que determina la existencia de
éste; por el contrario, es la realidad social
la que detennina su con-
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ciencia.» (1), puede seguirse que el reino de la materia será capaz
de interpretar, de una parte, y poner en movimiento, de otra, el com
portamiento de la humanidad en sus diversas facetas. Esta · es la
conclusión previsible que tradicionalmente ha extraído la doctrina conforme a lo expresado por
la tesis materialista. Sin embargo, deberá
señalarse
también cómo en su
seno se descubren, además,
d05 en
foques
antagónicos que creemos de importancia examinar.
a) Porque si el hombre, tal como se dice, se halla notificado
y determinado por una base real,
base económica con carácter de
valor preeminente -desde la satisfacción de las necesidades
prima
rias (2) a la producción de epifenómenos muy variados--, y no
existe
la envo,ltura espiritual, su conciencia y su libertad serán una
mera ficción : la apariencia de una realidad inexistente, pues la
materia
es la
única y verdadera sobre el mundo. Esto nos hace pre
sumir que el hombre, carente de libertad y conciencia propias, como
la política o el Derecho, no tarde en ser situado, en último extremo,
a igual nivel que un fenómeno cualquiera de la producción supraes
tructural.
b) Si se conviene, al contrario, que todo hombre, salvo aquel
absolutamente sumergido en el subproletariado
( /umperpro/etariat)
e irrecuperable, tiene conciencia y entendimiento de su particular
circunstancia y sobre ella puede proyectar voluntad -volición y vo
luntad práctica de superación de las
alienaciones--, habrá
que afir
mar que estamos ante un hombre libre
y, por tanto, responsable
desde el punto de vista ético. Así pues, el
ser humano no seria
un
simple reflejo de los condicionamientos económicos ; gozaría de
la
fuerza espiritual como motriz principal.
Llegados aquí, merece
anotarse la posición de
Ludwing
Feuerbach,
(1) Carlos Marx: Contribución a la Critica de la Economia Polftica
(Prefacio), Alberto Corazón, editor, Madrid, 1976, pág. 37.
(2) «Vivir es, en primer lugar, comer, beber, alojarse, vestirse y al
gunas otras cosas.
El primer acto en la historia es, pues, la producción de
los medios destinados a satisfacer estas necesidades, y eso es verdaderamente
un gesto histórico, la base de toda la historia ...
». Carlos Marx: Idéologie alle
mande, Oeuvres Completes, Editions de l'Institut Marx-Engels-Lenin de
Moscú, I,
5, pág.
15.
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LA TENS/ON MATERJA-ESPIRJTU
para quien «la filosofía del futuro tiene por misión conducir a la
filosofía
del reino
de las
"almas desaparecidas"
al reioo de las
almas
eocarnadas
y vivas; de hacerla descender de la beatitud del pensa
miento divino, carente de necesidad, a la miseria
humana>> (3), y
para este anuncio de la venidera «filosofía del hombre» se subraya
que
«alli donde
el
hombre se
deseucaroa, allí donde se niega el
cuerpo, este obstáculo racional de
la subjetividad, allí también cae
en una praxis fantástica y trascendente, relacionándose con encar
nadas apariciones divinas
y espirituales» ( 4) ; el cuerpo, y no el
espíritu, es lo
esencial de la
naturale-za humana.
No es propiamente
una negación de
la actividad espiritual (5), concebida en un sen
tido amplio desde la inteligencia a
Ja sensación, la síntesis conte
nida en las anteriores líneas, sino el intento de incorporación de un
correctivo
pasivo que es en
primer lugar el cuerpo como «obstáculo
racional de la
subjetividad»; pero
ocurre que, al no considerar otro
límite fuera
de él, remitiéndolo todo a sí mismo, y excluir de la
actividad espiritual todo cuanto no sea materia, «almas encarnadas y
vivas» ~negando primero más altas fuentes de espiritualidad ex
teriores al hombre y subsumiéndolas después en los límites inma
nentes
y naturales de lo humano-, logra confundir efectivamente
materia
y espíritu, encarnando a éste en aquélla, sin que aparezca
demasiado claro el lógico y recíproco, proceso de la espiritualización
de
la materia frente al consumado de la desespiritualización del
espíritu. La disyuntiva, como se aprecia, entre uno
y otro supuesto nos
( 3) Ludwing Feuerbach: Principios para la Filosofía del futuro (Prefacio
a la primera edición), Edit. Labor, S. A., Barcelona., 1976, pág. 291
•
(4) Ludwing Feuerbach: op. cit.1 Principio XXIX, pág. 80. Vid., también,
las T e.ris. provisionales para la refo,ma de la filo.rofía1 donde sostiene que
«la filosofía tiene que unirse nuevamente con las ciencias naturales
y las
ciencias naturales con la filosofía. E.sta unión, fundada en una necesidad
(Bedürfni.r) mutua, en una necesidad (Notwendigkeit) interna, será más
duradera,
más afortunada y fecunda que el maridaje que hasta ahora ha rei·
nado
entre
la filosofía y la teología», Edit. Labor, S. A., Barcelona, 1976,
pág. 25.
(5) Alfred Schmidt: Feuerhach o Ja .ren.rualidad emancipada, Tauros
Ediciones,
S. A., Madrid,
1975, pág. 30.
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avisa de la necesidad de investigar sobre la interacción materia-es
píritu, al objeto de saber si verdaderamente existe o no este
último.
Elegir
lo primero supondría abrir más
la brecha por la que escapa
la congruencia de la tesis, sentada como cierta; de
ahí que el marxismo
acuda para remediar la crisis a la fórmula redentora del «sentido
dialéctico», rectora de los fenómenos sobre el mundo, postulando
que lo
determinado puede
influir en
el determinante. Esto es, que
la conciencia o
la libertad obedecen, sí, como se dijo, a las condi
ciones materiales
y de ellas surgen, pero una vez que el epifenómeno
ha sido, éste puede motivar por sí a su determinante, a,l tiempo que
permanece motivado por aquél. In.tento de conciliación que resulta
de aplicar el método del materialismo
dialéctico, más
que en
la
versión de Carlos Marx ( 6) o en la engelsiana (7), como «análisis
concreto de la
situación concreta.», conforme a
Lenin, con el fin de
ofrecer una explicación convincente a los cambios cualitativos que
«son no graduales, sino rápidos, repentinos,
y se realizan por saltos
de uno a otro estado» (8).
Empero, pese
al equilibrio dialéctico que prepara, apriorística
mente, el terreno discutible con unilaterales como la citada, sin las
que sería difícil
proseguir, a
nadie podrá ocultarse que el remedio
tiene sólo una eficacia temporal. La interrogante continúa abierta,
pues si
a
la conciencia notificada¡ entera, pero no sustancialmente por
la materia, se le concede suficiente capacidad
para reaccionar -trans
formar- sobre la infraestructura, habrá que concluir que está do
tada de poder sobre la materia
y, por tanto, es autónoma. Al revés,
si
por encima de ello se persiste en afirmar que la dinámica mate
rial, fondo
de la infraestructura de toda humana realidad, es el valor
( 6) La ciencia de las leyes generales det movimiento, tanto del mundo
exterior
como
del pensamiento
humano; El Capital, trad. de Wenceslao Ro;
ces, Fondo de Cultura Económica,
México, 1968
(Prólogo a la segunda
edi
ción).
(7) Ciencia de /as leyes generales del movimiento y de la evoluc:ión de
la
naturaleza de
la sociedad
humana y su pensamiento, «Anti-Düring», Edi
torial Grijalbo,
S. A., México, 1968,
cap. XIII,
sección primera, pág. 131.
( 8) Stalin: Le matérialisme dialectique et le maMrialisme historique,
Editions Sociales, París, 1945, pág. 9.
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LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
causal preeminente por exclusivo (9), principio programador de la
acción de la conciencia en su actividad, el espíritu
no puede
existir
porque es una ilusión, como lo es también que la materia prevalezca
sobre él, ya que sólo ella existe realmente.
Lo cierto, a todas, luces, es que, al margen de unas u otras acep
ciones sobre el contenido del «materialismo», no queda resuelto,
satisfactoria y definitivamente, el amplio espectro de dudas razo
nables
a las que su enunciado da lugar, y fundamentalmente debido
a que
el núcleo de la dificultad tiene su origen en la naturaleza in
completa
de la propia definición, donde se nombran y dejan entrever
elementos
-el espíritu
es
uno-que
no son con posterioridad de
sarrollados.
Es improcedente alegar en descargo, como hace Dietzgen, el no
poseer «los términos apropiados para
designar la ínteracción entre
fenómenos espirituales, tales como nuestras ideas, conceptos
y jui
cios, conclusiones y muchos más, por u.na parte, y las cosas tangibles,
ponderables, conmensurables, por otra» (10). No, la dificultad no
(9) Señala el profesor E. Galán y Gutiérrez, en Prolegómenos a una
teoría
del Estado concebida
como ciem:ia histórica, que «Natwaleza y cul
tura no son ... mundos antitéticos. Se trata, sencillamente, de dos formas dis
tintas de la realidad.
Naturaleza es
aquella forma de
la realidad en que todo
ocurre según leyes de necesidad. Cultura, aquella
forma. de
la realidad que se
produce como despliegue de la libertad. Pero· esto no quiere decir que la
diferencia entre ciencias naturales y
ciencias cultwales
o históricas se relacione
con el
problema de
1a causalidad, en el sentido de que reconozcamos el mundo
natural
( regnum naturae) como sujeto al imperio de la ley de causalidad y,
en cambio, el mundo de la historia
(regnum historiae) no. La cultwa y la
historia son realidades que suponen también en su
ámbito, como la natura
leza misma, el imperio- o la vigencia del
principio-de
causalidad.
La libertad
no se opone a
la causalidad, sino que, antes bien, la causalidad es la condi
ción, y, sin duda alguna, el supuesto indispensable de la libertad. La volun
tad del hombre es también una
causa, si
bien
causa libera». Anuario de
Filo-soffa
del Derecho,
Instituto Nacional de Estudios Jurídicos. Madrid, 1953,
tomo I, págs. 238-239,
La voluntad actuando como causa libera es lo que
Marx olvida,
colocando lo económico como valor causal exclusivo, constru
yendo así una voluntad que es
causa non libera.
(10) Joseph Dietzgen: La resolución positiva de la filosofía, Editorial
Laila,
Barcelona, 1976,
pág. 71.
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debe imputarse a la «falta de comprensión», ni se alivia «mejorarulo
nuestra terminología» (11). Existen lagunas, motivos más que su
ficientes tanto para una interpretación de radical determinismo eco
nómico como para otra más diluida y menos rigurosa, también más
contradictoria,
de
interaa:ión flexible
entre infraestructura-epifenó
menos, lo que denota, en definitiva, la huella de una indecisión
doctrinal, testimonio apodíptico de !a inseguridad e inestabilidad de
todo el edificio filosófico.
Pero la compareceocia o incompareceocia del elemento espiritual
conlleva de
suyo otros problemas que sobrepasan el campo filosó
fico--teórico de las, ideas. Las ideas son, en la concepción marxista,
ideas
para
mover la praxis,
y es en este terreno donde el inconcluso
planteamieoto geoera nuevas y más altas d,isonancias.
Así,
por ejemplo, las que encontramos a la pregunta de si es la
revolución un acto libre. Ciñéndonos al
materialismo histórico, di
remos que el hombre de la revolucióo está compelido por el contexto
histórico
de su tiempo, y éste definido por las condiciones econó
micas, auténticas chispas eléctricas que haceo saltar la sociedad de
ese momento en la «revolución». La revolución se transforma de
este modo en una experieocia separada de la voluntad del hombre
y sólo dependiente de la infraestructura, que, aunque verificada por el
concurso instrumeotal humano en la «lucha de clases», adquiere, por
ello,
entidad de primer orden dentro de la supraestructora. Por tanto,
la revolución es no la realización de un interés de clase -interés
de los componentes de uoa clase que sólo existe en cuanto se dan
las condiciones económicas que la crean; se pronostica que la desa
parición de
la infraestructura actual determinará el nacimiento de una
«sociedad sin clases»-, sino
la catarsis violenta necesaria en el punto
crítico insostenible de uoa «base real» específica. Cuando el hombre
lleve a efecto la revolución, lo hará guiado por el dictado de uoa estructora de producción precisa, justo en
el momento de su insos,
tenibilidad,
sin que
posea ningún género de dominio sobre ambas
cosas, pues no es ya, simplemente, que carezca de las fuentes espi
rituales de decisión -libertad y voluntad-, sino que el puente
(11) Joseph Dietzgen: op. cit., pág. 71.
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LA TENSION MATERIA-ESPIRITU
entre la relación econOID1ca de producción y el hombre se rige por
«leyes» unidimensionales que van de la primera
al segundo sin solu~
ción de continuidad. La revolución se configura de esta manera como
un acto no nacido de la libre voluntad del sujeto.
Mas, faltando
el poder
de decisión, lo que no acertamos a com
prender es cómo el hombre se deshace de las alienaciones, cómo se
libera de lo que es el imperativo
aJienante máximo,
las condiciones
económicas,
y qué mueve a éstas ~por no pensar en el absurdo de
una materia que guarde en sí la facultad de decidir
(12)-a pre
parar y servir a la <(.liberación» de aquél ; cómo es que, si la materia
no contiene actividad espiritual, se halla en ella el camino hacia la
libertad del hombre futuro. Ahora no
cabe duda
que falta un eslabón,
que algo en el principio está incompleto, que ese algo procedía con
suma importancia para la validez global
y que sin él todo el dis
curso conduce a un callejón sin
salida; Ya
no hay duda que se trata
del
factor espiritual.
Replanteemas el asunto con una óptica diferente. Sabemos que
las condiciones económicas preparan la revolución, que el hombre es
el encargado de
realizarla y que el final de las revoluciones debe ser
la supresión de una concreJ'a estructura real --el capitalismo-, y no
de las condiciones económicas en general, tanto porque
el hombre
de
la revolución está enmarcado dentro de específicas coordenadas
históricas cuanto porque
la revolución pretende la instauración de
una nueva base real ·que se manifieste en
la sociedad comunista ( 13).
Pues bien, según esto, si las determinadas
y determi-nantes condiciones
económicas
que movilizan el estado de revolución han sido supri-
(12) Según la teoría marxista, en el cambio de las estructuras econó
micas rigen leyes que tienen el mismo contenido que las leyes de
la ciencia
de
la naturaleza. Son, por consiguiente, leyes naturales, leyes causales, que
inciden
en su génesis, permitiendo la aparición y el establecimiento de los
epifenómenos. Ello significa que
la infraestructura no posee poder decisorio,
sino que sus manifestaciones son
el efecto del rígido imperativo de las leyes
naturales en
la necesidad de su cumplimiento.
(13) «Llamamos comunismo al movimiento efectivo que suprimirá la
situación presente. Las condiciones de este movimiento vienen dadas por
esta situación», Carlos Marx: Idéologie allemande, O. C., edic. cit., I, 5, pá
gina 25.
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midas en el ,curso de la misma, la incógnita es si puede la libertad
del «hombre futuro» ser fruto de la acción revolucionaria del pre
sente. Y debemos contestar que no.
Esa libertad
será, conjugando el
enunciado materialista, en todo caso, reflejo de las nuevas condi
ciones económicas que surjan, pero,
por esta misma razón, 1) ¿cómo
puede aventurarse
la seguridad de una futura libertad real existente,
cuando
aún
noi existen
las condiciones
económicas que
la motivarán?
Tan absurdo e improcedente como confirmar el efecto de una causa
inexistente.
Lo que es más: .aseverar un efecto que evidentemente no
tiene precedentes en la historia, la «sociedad sin clases», ya que,
como reza el
Manifiesto. C o-munísta, «la historia de todas las so
ciedades que han existido hasta nuestros días es la histo
lucha de
clases» (14), y «en la
acción revolucionaria del
prnleta
riado y en la instauración del comunismo toda la historia pierde
su sentido>> (15); 2) si
«en la naturaleza rigen las mismas leyes dia
lécticas del movimiento ... , las mismas leyes que, constituyendo también
en la evolución del pensamiento hu.mano el continuo hilo conductor,
llegan progresivamente a la conciencia del hombre» (16), el pensa
miento responderá a
las fuerzas dialécticas de
un concreto período;
es decir, a las fuerzas económicas prerrevolucionarias o revolucionarias.
Por tantoJ la afirmación de una libertad futura desde la revolución
presente no puede
hacerse, porque
carece de
fuerzas propias que la
empujen y
po
de estar, como pensamiento concreto, sólo a las
que
dialécticamente son su hilo conductor; esto es,
las actuales con
diciones de producción.
Réiumiendo, creemos que
el hombre anterior a la revolución, e in
cluso el incardinado
en el
desenvolvimiento revolucionario, no puede
colaborar a
la libertad del nuevo orden por cuanto ésta ha de ser inex
cusablemente independiente
y autónoma respecto del pasado, lo que,
(14) Carlos Marx-Federico Engels: Manifiesto Comunista, Obras Es
cogidas, cap. I («Burgueses y Proletarios»),
Edit, Cartago, Buenos Aires,
1957, pág. 14.
(IS) J. Y. Calvez: El pensamiento de Carlos Marx, Taurus, Madrid,
1964, pág. 595.
(16) F. Engels: Anti-Dühring, ed.ic. cit. (Prólogo a la segunda edición),
pág. XXXV.
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por otra parte, es imposible, y esencializ-ada en el nacimiento de una
nueva materia. Y
es. lógico,
puesto que si los hombres. de la
«prehis~
toria»
o historia anterior no tuvieron dominio sobre
la dinámica ma
terial de su tiempo, la infraestructura en la que se hallaban inmersos,
menos podrán tenerlo sobre una que aún esté por inaugurarse. Otra cosa sería doblemente contradictoria. Este hombre, en la producción de las corrientes que determinarán
el final de la «prehistoria»,
más que
abrir un camino hacia la liber
tad -valor supremo que, como queda demostrado, no es pronóstico,
conjetura o presunción, y sí ficción por la que ocultar los verdaderos
propósitos
(17)-, camina en, la ruina de su propia nada.
2. El materialismo axiológico o la "creación" de los valores,
Consecuencias
Para Nicolai Hartmann, los valores son esencias independientes,
absolutas y objetivas,
«primordialmente los
valores son objetos de una
esfera ética ideal, de un reino que posee sus propias estructuras, sus
propias leyes y su orden propio» (18), y el que constituyan «un reino
en sí, un verdadero xóa¡io, vo,¡Tó, más allá de la realidad y
de la conciencia, es un hecho de la mayor importancia
para la ética.
Tal reino no es inventado, sino que existe como esfera ética
ideal»
(19). Según esta
axiología hartma.nniana, en el acto de intuición
de los valores el sujeto adopta una aptitud meramente receptora, sin
que intervenga para
nada en
su determinación, pues al tener categoría
en sí y ser independientes del sujeto, son trascendentes en su realiza
ción, si bien, como caracterizados por
la nota del deber-ser, tienden a
la realidad. A todo valor, añade
Hartmann, se
corresponde una anti
nomia de su
ser en sí; jnsticia-injnsticia, bondad-maldad ...
(17) Vid. José F. Lorca Navarrete: El Derecho Na111ral, hoy. A pro
p6.1ito
de las ficciones, Edit. Pirámide, Madrid, 1976, págs. 95 y sigs.
(18) Nicolai Hartmann: Ethik, Berlin, 1926, pág. 136.
(19) Alfred Steen:
Filosofía de los valoru. Panorama de las tendencias
actuales
en
Alemania,
Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1960,
pág. 6).
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El problema latente en toda la compacta construcción de esta fe
nomenologia no personalista es el del «juicio del
valor». Esto
es,
¿puede
el receptor juzgar o sentir objetivamente ( sin sentimiento)
que un valor en si de determinada esencia es, efectivamente, de esa
esencia? ¿Es maldad la maldad efectivamente? Podría contestarse
que los valores son esencias independientes del sujeto, mas parece que,
de alguna forma, recogiendo
la opinión de Stern, se representa aquí ((Ufl
fantasma, pues esa fenomenología de los valores, afirma que existen
modos subjetivos de sentir que son independientes de los sentimientos
y de los sujetos que pudieran experimentarlos» (20).
Salvada esta observación, por lo que nos concierne, interesa ave
riguar si existen otras formas reales diferentes del sujeto receptor
capaces de efectuar el acto de intuición del valor. Refirámonos, por ejemplo, a una «ideología» y a un «partido político».
En Hartmann toda persona es por su snbjetividad. La persona es
un ser que en su actividad axiológica se define como «administrador
libre del deber axiológico en el mundo real» ( 21). Ahora bien, esa
libertad se encuentra limitada por la naturaleza del objeto adminis
trado, por el hecho, dice Bochénski, de que el valor «se nos aparece a
todos como, cosa
dad.a. Está ahí, ante los ojos de nuestro espíritu, como
algo independiente de nosotros, algo que consiste
en si... por encima
del tiempo y del espacio» (22). Así, pues, el hombre es «realizador»
por
receptor, mas
no creador, lo que ya afectaría a la naturaleza del
v"1or cifrada
como independiente, absoluta y objetiva
respecto del
sujeto,
causa,
por otra parte, de la posibilidad humana que abarca
sólo la
«caracterización», pero
no
la «definición»
del valor.
En
&heler, para
quien los valores
son cualidades a priori, cuya
independencia garantiza su inmutabilidad, siendo además absolutos, es decir, que no dependen de ningún
hecho (23) -sólo nuestro w
nocimiento de los. valores es relativo-, por tanto, transhistóricos
(20) Alfred Stern: op. cit., pág. 76.
(21) Alfred Stern:
op. cit., pág. 74.
(22) J. M. Bochenski: lntroducci6n a/, pensamiento filosófico, Editorial
Herder, Barcelona., 1965, pág. 67.
{23) Risierí Frondizi: ¿Qué .ron /os valores? Introducción a la axiolo
gía, Fondo de Cultura Económica, México, 1968, págs. 98 y sigs.
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y transespaciales, la «realización» del valor encuentra también su
fnndamento en la persona. Pero mientras
Hartmann se
reduce a
. ella,
o
sea, no existen
para él
personas (subjetividad-personalidad) de
órdenes superiores1 asumiendo el F..stado o las corporaciones la natu
raleza de «sujeto» ó «persona» en el ámbito de las relaciones huma
nas, mediante el concurso de la técnica del «como si», del ficcio
nalismo, &heler admite, fenomenología personalista, como posible
Ia asunción a órdenes superiores. Sin embargo·, se aprecia que ambos
autores coinciden en que
la esencia es absoluta y que, por ello, la
persona tiene únicamente el
papel de «realizador», no de «creador»
de la esfera ética ideal (24).
Siendo así, a
la cuestión
que
antes. planteamos puede
contestarse
ahora que los
partidos políticos pueden
sólo «realizar» valores ( no
en Hartmann, sí en &heler), en tanto que las ideologías, «afirma
ciones sentadas a base de cualquier autoridad humana, social o de
otra especie» (25), carentes de subjetividad reductible y por ende
de
personalidad (
no en Hartmann, no en
&helee), nunca y en
ningún
caso
podrán intervenir ni siquiera en la «realización?> del
valor.
Otra
composición nos
situaría no ya frente al empleo de
la
técnica del ficcionalismo teórico de Hans Vailhinger, sino ante un
fraude, en
presencia, en suma, de una forzada interpretación
unila
teral (26) que subvierte el terreno ético con singulares y notables
ajustes
y repercusiones en lo jurídico-político. Vayamos a una prueba
de lo
dicho.
Se pregunta Engels en el Anti-Düháng, tras examinar tres tipos
de moral
-cristiano-feudal, moderno-burguesa y proletaria-pro
cedentes de otras tantas bases económicas, <<¿cuál es la verdadera?
Ninguna de ellas
---contesta-en el sentido de validez absoluta y
(24) «Los valores mismos no pueden ser creados ni destruidos», Max
Scheler: Der formalismu.r in der Ethik und die materia/e W ertethik, /ahr
buch für Philosophie und phiinomenologische Forschung, edic. de E. Husserl,
Berlín, 1913, I, págs. 442-489-491;· II, pág. 120.
(25)
J. M. Bochenski: op. cit., pág. 62.
(26) Luis Recasens Siches: Tratado General de Sociologia, Editorial
Porrúa, México, 196S,
pág. 47.
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definitiva; pero sin duda la moral que posee más elementos de du
raáón
es aquella
que presenta el futuro en
la transformaáón del
presente; es decir, la moral proletaria ...
Rechazamos-, por tanto, toda
pretensión de que
aceptemos la imposiáón de cnalquier dogmática
moral como ley ética eterna, defiuitiva
y, por tanto; inmutable ... Afir
mamos, por el contrario, que toda teoría moral, que ha existido
hasta hoy, es el producto, en última instancia, de la situación eco
nómica de cada sociedad. Y como la sociedad se ha movido hasta
ahora en contradicciones de clases, la moral fue siempre una moral
de clase» (27), o sea,
y en palabras de Lenin, «la moral considerada
exteriormente a la sociedad humana no existe para nosotros; es una
mentira. La moral, para no:Sotros, está subordinada a los intereses
de la lucha de clase del proletariado» (28).
He aquí el ejemplo de
una moral inyectada en el contenido de
la afirmación materialista,
sometida a nociones de perdurabilidad (29) y, sobre todo y funda mentalmente, subordinada a
los intereses
de la clase que,
a priori y
radicalmente, se defiende. En este punto, en atenáón a la óptica
empleada, Raymond Ruyer
ha preásado el paralelismo del marxis
mo,
y Freud, al escribir que «el marxismo quiere hacer una "socio
logía de lo profundo", as! como el psicoanálisis es una "psicología
de lo profundo". El marxista, como el freudiano, ante los valores
que se ostentan, es ánico, o, si se prefiere, radical: no cree en la
autentiádad de los juiáos de valor conscientes, de las creenáas, que
son siempre, para
él, creencias
en "apariencia"; los trata
como sín-
(27) F. Engels: op. cit., págs. 82-83.
(28)
I. V. Lenin: Petite BibJiotheque Lenine, Bureau d'Editions, París,
1936, folleto núm. 8
(De la Religión), pág. 70.
(29) La noción de perdurabilidad, atendiendo al cuadro de Scheler,
podría
admitirse como
valoración del sujeto receptor en tanto en cuanto éste
se forma una escala de criterios por la que son
preferibles los
valores más
duraderos a los menos duraderos. Pero es preciso subrayar que los· criterios
que nos formemos no afectan a la relación jerárquica que los valores man
tienen a priori y que
reside en
su misma esencia, siendo, en
consecuettda,
invariable
y ajena a la experiencia. Vid. Risieri Frondizi:
op. cit., páginas
109-119.
660
Fundaci\363n Speiro
LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
tomas puros, como efectos-signo, no de la libido, sino del interés
de clase» (30).
Pero antes de pasar a un breve análisis de
las implicaciones
que
tal
concepción lleva consigo se impone un previo distingo entre «valor»
y «vaforación». Esta. es, lógicamente, relativa, el valor absoluto. Nace
la valoración del acto caracterizador del valor
y este acercamiento al
ser en sí puede ser más o menos subjetivo. Se comprende entonces
que del valor
belleza existan diferentes
valoraciones a lo largo de
la historia o dentro de uno de sus períodos ( 31). Comprenderemos,
de esta manera, replegándonos a lo dicho más arriba, que un grupo
de presión pueda presentar una valoración de un valor distinto, de la
mantenida por otro, pero no más allá de su caracterización; es decir,
fundándose en. ésta, sin llegar a definir, crear o destruir el valor.
¿Qué ocurre cuando no sucede
así? Está
claro que sin una axiolo
gía objetiva y absoluta se logra, en primer lugar, romper la ética
universalmente válida. A partir de aquí todo es posible.
Para dar explicación de lo expuesto,
basta descender a un supuesto
concreto. ¿Qué es
«moral»? ¿Qué es dialécticamente «lícito»
en la
concepción materialista? La concepción cristiana del mundo, ética y
no positivista, alimenta una actitud ante el fin y los medios en la
llama viva de la existencia de unos valores objetivos y en la concien~
cia de la presencia tangible de una ley eterna rectora del universo, lo
que explica el objeto del comportamiento cognoscitivo del hombre.
«Si la ley eterna es el dictamen de Dios constituyendo, al orden uni
versa,1 merced a su razón y a su poder infinitos ---escribe el profesor
Elías de Tejada-, el hombre ha de conocer el orden, junto con su
postura en relación al orden, salvo quebrantar la naturaleza que le es
propia. Esto es, ha de saber el orden con saber racional de conoci
miento, entendiéndolo con arreglo a su razón. De modo que participa
en el orden a tenor de su libertad y de su razón limitadas, en la
( 30) Raymond Ruyer: La filosofía del valor, Fondo de Cultura Econó
mica,
México, 1969,
pág. 131. Vid. Wilhelro Reich: Materialismo dialectico
e psicanalise, Edit. Presen~a, Lisboa, 1973.
(31) Raymond Ruyer:
op. cit., págs. 77-87.
661
Fundaci\363n Speiro
/OSE CALVO GONZALEZ
medida precisa del poder y del entender de la criatnra finita» (32).
Estos
valores
objetivos aprehendidos y desprendidos de una ley ética
eterna son negados
y repudiados expresamente en el materialismo dia
léctico, pues, como apunta Lenin, la moral sólo «se deduce de los
intereses de la lucha de clase del proletariado» (33). Consecuencias;
«morab>, «justo»
(34)
y «lícito» será en cada caso aquello «útil» o
«favorable»
en la historia de la lucha de clases a los intereses del pro
letariado; cualquier error, intencionado o no,
podrá ser considerado
como delito ético e incluso delito, en cuanto quebrantamiento de la
normación revnlucionaria (
acto contrarrevolucionario), jurídicamente
punible, de
los que la historia de los procesos en los sistemas comu
nistas está llena. Nosotros, convencidos partícipes de
la concepción
cristiana del mundo, entendemos, por el contrario, que matizar la
verdad, como la luz, es oscurecerla y la verdad nunca puede ser
sombra, porque es luz de Dios.
Mas si,
como se ha visto, el materialismo c'?nsiste en negar toda
trascendencia
y autenticidad a los valores y en tratarlos como inte
reses o necesidades, con lo que se
arruina en
sus cimientos toda
cons
trucción
ética, hará falta conocer, dando
urt paso más, quién matiza,
marca
y «define>> los intereses y necesidades revolucionarias del pro
letariado.
Dos
datos: primero, la lucha se impone,
en todos
los
órdenes,
unilateralmente
por el partido, «auténtico»
juez de la historia, que
obliga a aceptar incondicionalmente sus consignas; «del partido reci
ben los filósofos -comenta J. de Vries---sus directrices para la lucha
ideológica>> (35). Recasens Siches, en
Panorama del pensamiento ¡u-
(32) Francisco E1ías de Tejada: Tratado de Filosofía del Derecho, Uni
versidad de Sevilla, 1974, tomo I,
pág. 23.
(33) l. V. Lenin: o¡,. cit., pág. 69.
(34) Entre los escritos confidenciales en carta a Engels, de fecha 14-
XI-1864, Marx expresa haberse visto obligado a introducir en el preámbulo a una de sus obras «dos frases que contenían las palabras deber
y justicia:
sin embargo
-advierte--,-están colocadas esas palabras de tal forma que no
ocasionan demasiado mal». Marx-Engels:
Cartas, Edit. Dietz, Berlín, 1959,
vol. III, pág. 237.
(35) Josef de Vries: La Temia del conocimiento del materialismo dia
léctico, trad. del alemán por el P. José A. Menchaca, Bilbao, 1960, pág. 57,
662
Fundaci\363n Speiro
LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
rídico del siglo XX (36), calificará las obras de los escritores sovié
ticos sobre teoría
jurídica de
«expresión de un vacío mental, de una
completa ausencia de pensamiento». «Estos libros soviéticos -escri
be-constituyen sólo expedientes políticos cambiantes, al servicio de
las sucesivas consignas del gobierno», y «tales cambios -añade en la
parte dedicada
a Lenin, Stucbka
y Reisner- en la teología política
oficial ocurren muy frecuentemente, cuando una tesis aceptada como
fe dogmática antaño resulta que no se adapta a una
nueva situación
política». Los tratadistas hacen notar cómo el Derecho soviético, al
menos desde 1936 hasta la fecha, aparece claramente como un De
recho puesto por «la conciencia jurídica socialista>>, que el propio
Estado
esgrime oportunamente
al servicio de esa conciencia,
y que no
es más que instrumento eficaz para el logro de sus fines económicos
y
políticos, como últimamente la Teoría de la soberanía limitada,
atribuida
a
Breznev, en
el campo de las relaciones internacionales.
Segundo, las palabras con las que confirma Trotski en 1924 que «nin
guno de nosotros puede ni quiere discutir la voluntad del Partido. En
definitiva, el
Parti
con
y por el Partido, pues la Historia no ha abierto otra vía para
cit. por José F. Lo-rea Navarrete: op. cit., pág. 96. Esta observación de Vries
parece,
en principio, no coincidir con el propósito de Marx expuesto en la
Crítica de la Filosofía de Hegel, cuando declara que «de igual modo· que la
filosofía
halla en el proletariado sus armas materiales,
el proletariado en
cuentra en la filosofía sus armas espirituales», O. C., edic. citada, I, 1, pá
gina 620. La filosofía es en realidad instrumento del partido; sin embargo,
nuestro autor no yerra,
ya que el artículo 126 de la Constitución vigente en
h Unión Soviética prefigura al P.C.U.S. como «la vanguardia de los trabaja
dores en su lucha por
afirmar y desarrollar el régimen socialista», otorgán
dole así, constitucional.mente, el derecho a regir el sendero teórico-práctico
de la revolución, sin restar
valor al
hecho
de la frecuente dicotomía entre
partido
y proletariado.
(36) Luis Recasens Siches: Panorama del pensamiento iurídico del si
·gto XX, Edit. Porrúa, México, 1963, tomo 11, págs. 1084-1086;· Umberto
Cerroni:
El pensamiento i11rfdico soviético, trad. por Virgilio Zapatero y
Manuel de la Rocha, Edit. Cuadernos para el Diálogo, S. A., Ediensa, Ma
drid,
1977, págs. 122 y sigs.
663
Fundaci\363n Speiro
]OSE CALVO GONZALEZ
seguir a la razón» (37). Vemos, pues, cómo el relativismo axiológico
ha
da
fruto que era de esperar;
el dogmatismo y pragmatismo,
de uo lado,
y la fetichización del partido, de otro.
La voz de Trotski y
'lo que
de ella se concluye dan paso al si
guiente epígrafe, explícitamente inmersos en la peligrosidad de uo
ter¡eno donde, como ha
escrito· Lorca
N avarrete,
«el dogmatismo
o
el relativismo, la quimera o el mito, la profecia o la utopía, encuen
tran amplia base para modelar la realidad a su gusto, para forjar sue
ños o mitos que la historia misma se encarga de echar abajo, tan pron
to como en cada caso se abra una adecuada perspectiva que permita
el juicio sereno y la critica objetiva y desapasionada» (38).
3. Negación de la ·oapacidad de creación histórica del homhre.
Una teoría relativa y radíoal de la historia
Karl
R. Popper,
en su
obra
Miseria del historicismo, sintetiza
el historicismo como «un punto de vista sobre las ciencias sociales
que supone que la producción histórica es el fin principal de éstas,
y que supone que este fin es alcanzable por medio del descubrimien
to de los "ritmos" o "modelos", de las "leyes" o "tendencias" que
yacen bajo la evolución
histórica>> (39).
Atendiendo a este apuote,
diremos que
la contemplación materialista del muodo trae consigo
uoa concepción y explicación historicista del comportamiento hu-
(37) Trotski: cit. en Lns grandes procesos en los sistemas comunistas, de
Annie Kriegel, Alianza Editorial,
Míidrid, 1973,
pág. 74. Vid., recogida en
la misma página, la opinión de Piatákov sobre la fetichización del Partido
en la charla informal sostenida en París con Volsky (Valentinov) en
1928,
tomando del libro de ·Robert Conquest: The Great terror, MacMillan, Lon
dres, 1968, págs. 129-130.
{38) José F. Lorca Navarrete: La Histoi-ia en el hiJtoricismo y en la
revolución: del
historicismo
al sentido revolucionario de
la
Historia, sep. de
Verbo,
núm. 124-12,, Speiro, S. A., Madrid, 1974, pág. 424. Vid. también
Revolución, Conservadurismo, Tradición, varios,
Speiro, Madrid,
1974, pá
ginas 79-lQ_S,
{39) Karl R. Popper: Miseria del Historicismo, Alianza Editorial, Ma
&id, 1973, pág. 17,
664
Fundaci\363n Speiro
LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
mano, y así la afirmación contenida en el enwiciado del materia
lismo dialéctico, para lo histórico, cree descubrir esa ley en la tensión
contradictoria de las clases sociales a lo largo de la historia, ley eco
nómica que se nos muestra como motor de
la historia ; «las últimas
causas de todos los cambios sociales
y de todas las revoluciones po
líticas -escribe Engels en 1877- no deben bucarse en las cabezas de los
hombres ni en la idea que ellos se forjen de la verdad eterna
ni de la eterna justicia, sino eri las transformaciones operadas-en el
modo, de producción y cambio; han de buscarse no en la filosofía,
sino en la econom!a de la época de que se trata» ( 40). Con treinta
años se anticipaba Balmes en su meridiana claridad con una de las
anotaciones más interesantes que pudieran hacerse a la interpretación
materialista. «Supongamos -nos dice-- que el progreso de las cien
cias naturales conduzca al descubrimiento de una ley simple, úni ca que presida
el desarrollo de todas las demás, y cuya aplicación,,
variada según las circunstancias, sea suficiente para dar razón. de
todos los fenómenos que ahora se reducen a muchas
y muy compli
cadas. Este sería, sin duda, un adelanto inmenso en las ciencias que
tienen por objeto el mundo visible; pero ¿qué sabríamos por esto
del mundo de
las inteligencias? ¿Qué del
mundo de la posibilidad?»
(41). Veamos, dejando
aparte el
mundo de la posibilidad, que de
entrada el ·historicismo materialista refuta, si, en efecto, se cumple
o no la presencia de esta «ley» para el mundo de las inteligencias.
Creemos que Marx sostiene una doctrina de los «hechos» en la
evolución histórica; Para él la historia es «lucha de clases» y éste es
el hecho prevalente en toda ella. El error de Marx está, para nosotros,
precisamente en la limitación exclusiva y excluyente que respecto
de aquél se hace, cual si no existieran otros «hechos» tanto o más
reales que él mismo. Digamos que la doctrina se basa en un «hecho»
cierto, pero ¿se resuelven por él todos los demás? Indudablemente,
no, y por dos razones incombatibles : porque no toda la historia bélica
de la humanidad dependió del factor económico ni la historia uni-
(40) F. Engels: «Ciencia de la historia», en Tesis sobre Feuerbach y
otros escritos filosóficos, Edit. Grijalbo, S. A., Barcelona, 1974, pág. 133.
(41) Jaime Balmes: Filosofía Fundamental, Librería de Garnier Her
manos, París, s/f., tomo I, libro 1, cap. 69.
665
Fundaci\363n Speiro
/OSE CALVO GONZALEZ
versal en solamente lucha, siendo así que el espectáru.lo de la his
toria contradice el determinismo económico (42). Y ¿qué ocurriría,
insistimos, si aplicásemos, dando por válida, la
«ley» explicadora
del
hecho de la «lucha de clases» con
los demás? Con este
método
jamás se explicaría cómo
Epicteto
y Marco Aucelio llegaron a con
clusiones similares dentro de la línea de pensamiento esto~co, aun
perteneciendo a clases diferentes y mediando entre ambos un abismo
infinitamente
superior,
esclavo-emperador, al actual que separa a
un
bucgués de un proletariado. Abordando
.utro caso,
tampoco el
marxismo podrá explicar, a juicio de Gilson y nuestro, «cómo el
aristotelismo,
nacido bajo un régimen de esclavitud, que además su
autor admitía como hecho natural, ha podido sobrevivir en el pen
samiento de un religioso dominico
en un mundo material tan diverso de una ciudad griega, como podía
ser un monasterio cristiano del siglo XIII ; y después retomar vida en
pleno régimen capitalista en el pensamiento de un filósofo alemán del siglo
XIX como Franz Brentano» ( 43).
De
nuevo la
disonancia es. ensordecedora; para estos «hechos»
no se cumple la «ley» propuesta. Ambas observaciones rompen
dos
principios
básicos:
el de la forma de producción en cuanto fin en
sí
misma, genera.dora de todas las manifestaciones del existir humano,
y el que resuelve
en el
antagonismo la fibra del movimiento
histó
rico. De forma muy elemental habríamcs de afirmar que, en la pre
tensión global
y sublime de una intecpretación macrohistórica, el
marxismo desconoce los intersticios de la microhistoria. Pero no es
des.conocimiento, sino desentendimiento lo que
aquí se da.
Cuando Marx edifica la historia sobre la doctrina del «hecho»
prevalente de la «lucha de clases», lo que realiza en el fondo, es una
selección de 1hechos. La historia no podría conocerse a través de
todos los «hechos» sin que exigiera una comprobaci6n particulari
zada
milimétricamente de cada uno de ellos, lo que es tarea impo
sible por inabarcable. Hay, pues, ciertamente una selección que es
(42) Luis Recasens Siches: Tratado General de Sociología, edic. cit.,
pág. 533.
(43) E. Gilson: «11 dialogo difficile», en P-rohlemi d1oggi, Torino, 1967,
pág. 145.
666
Fundaci\363n Speiro
LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
resultado de la aplicación de nn criterio y este criterio es la base y
el principio de la teoría. Cuando Marx opta por construir su teoría
de la historia, indaga en ella
para aceptar únicamente los hechos
que
apoyan aquello que de antemano pretende defender; relativiza y
subjetiviza la historia
-volvemos a
las interpretaciones nnilatera
les-, al tiempo que la radicaliza, arguyendo como clave de todcs
los hechos lo que eo realidad sólo significa uno dentro de la larga
cadena, un hecho, eso si, de fu~e trascendencia.
Evidentemente,
el que el
marxismo se conciba
como una nueva
visión de la historia, instrumento de investigación y pura metodo
logía para el examen de la móvil realidad, lleva aparejado la siempre
polémica discusión del supuesto carácter científico de la doctrina
materialista. Importa señalar a este respecto tres opiniones que por su
distinta procedencia pueden
imprknir un
sello de objetividad en
el asunto: Popper, Robert S. Hamnann y Ludovico Geymooat. Para
el primero, el marxismo, en su definición extrema de concepción
perfecta y rematada del mundo, es una clara manifestación anti
científica, ya que en rigor la ciencia es el descubrimiento del infi
nito. R. S. Hartmann contempla la cuestión desde distintas
refe
rencias, fo que le permite concluir que «el marxismo, como teoria
social, sufre el mismo carácter seudocientífico que las demás teorias
sociales, annque de manera menos obvia, debido al seudoformalismo
de su superestructura hegeliana y al correspondiente
empfrismo de
su subestructura económica. Comparado, con las filosofías sociales
que se basan en meros conceptos
analíticos -añade--,
el comunismo
es correcto en su convencimiento de que posee
un instrumento,
cien
tífico con el
cual comprender y transformar a la sociedad. Pero
comparado con la ciencia genuina -ratifica-- basada en conceptos sintéticos,
este convencimiento es erróneo. En tales· términos, la
estructura de la "ciencia" marxista es sólo aparentemente científi
ca» (44). Frente al representante de la Escuela Anglosajona y al es
tructuralista axiológico, Geymonat, neopositivista independiente, plan
t,ea el dilema «ciencia o historia>> como miembro de
la Escuela Epís-
( 44) Robert S. Hartmann: La e11ructura del valor. Fundamentos de la
axiología científica, F. C. E., México, 19159, pág. 186.
667
Fundaci\363n Speiro
/OSE CALVO GONZALEZ
temológica de Milán. Su obra Storia del pensamiento filosoffro e
scientifico, (45), posterior a El Contemporáneo -estudio sobre
Engels,
en donde se critica
la confusión del materialismo dialéctico
con ciertas
e impropias generalizaciones de las leyes científicas ele
vadas a rango de filosofía, crítica
dura y repudio, en conclusión, del
historicismo acientífico---, aborda
las contingencias y particularidades
del dialectismo histórico e interpretación histórica, desde la remode
lación de la importancia y desarrollo actuales de la matemática, la
física, teoría de la relatividad
y la económica cnántica. Esto le lleva a
sostener que la investigación. científica, para asumir tal categoría,
ha de estar y mantenerse en relación entre la verdad absoluta y re
lativa, haciendo posible que los resultados sean modificables. En resumen, revalidando mentalmente lo que la concepción ma
terialista impone, no puede
extrañar que el historicismo marxista
conlleve
las contradicciones de todo farragoso empeño que intenta
privar al hombre, de una forma u otra, de lo que es el aire, la esen
cia espiritual de su existencia : la libertad y responsabilidad, mono
litos inquebrantables que sostienen
el templo de la ética, la moral,
y que son por sí mismos santuarios de la Creación.
Si Marx, al igual que otros autores como Freud
y Nietzsche, se
coloca frente al hombre y su historia en la subversión de los valores,
ofreciendo una panorámica del devenir
montada sobre
coordenadas
independientes de todo el esfuerzo, humano en el tiempo anterior,
a poco que contemplemos tan desolador balance, la interrogante
escéptica ha de ser
h del cómo aliar el crédito de futuro que se nos
abre, partiendo de tan drástico descrédito del pasado. Este es el
tránsito más inmediato entre el nihilismo inicial, esceptiscismo sub
sigoiente y nihilismo final.
Y
así, en este mar de contradicciones y monismos insatisfacto
rios, espigando la literatura marxista de trasfondo historicista, encon
tramos, entre otros, los siguientes textos :
«Los individuos son según lo que
manifiesta su
vida.
Lo que son
coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con los objetos
(45) Ludovico Geymonat: Storia del pensamiento fiJosofico e scíenti
fico, Edit. Garzanti, Milán, 1977.
668
Fundaci\363n Speiro
LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
que producen corno con la manera de producirlos. Lo que son los
in
las condiciones
materiales de
su producción ...
Así aparece, de buenas a primeras, una relación materialista de los
hombres entre sí, relación condicionada por las necesidades y el
modo de producción
y que es tan antigua como 106 propi06 hombres ;
relación que da lugar a formas incesantemente nuevas y, por consi·
guiente, a una historia, sin que ha.ya necesidad de que un misterio
culquiera venga a unir además a los hombres entre sí de otra for
ma.>> ( 46). «Para el materialista prá<:tico, es decir, el comunista, se
trata de revolucionar el mundo existente, de atacar
y cambiar prá<:
ticamente las cosas establecidas» ( 47), pues «106 filósof06 no han
hecho
más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo
que se trata es de
transformarlo» (
48).
Cada una de estas citas, aceptadas,
corno hipótesis
de trabajo,
separadamente, puede que mantengan cierto sentido
y grado de va
lidez. Un cuerpo de ideas requiere, sin embargo, el acoplamiento per
fecto, en reciprocidad general o particular, de todos sus compo
nentes; exigencia que no se cwnple en 105 ejemplos apuntados, pro
vocando la pérdida de congruencia de base, también para sus des
cripciones singulares. Si no fuera así, ¿cómo cambia, si es que cambia,
lo que se dice determinado desde un principio? Volvem06 otra vez,
por analogía, sobre lo que más arriba
expusim06 al reflexionar
si la
acción revolucionaria era un auténtico acto libre. En síntesis, retor
namos al tema de la libertad, encuadrado ahora en la perspectiva de
la historia.
V alga aquí, finalmente, un alto
en la
precisión sartriana que, sin
negar la fórmula del materialismo eo cuanto
al origen, modo de
pro
ducción
y condicionamiento en el desarrollo de 106 epifeoómen06,
caracterizando la historia a través de sucesivas polarizaciones de fa
llos y éxitos, tensiones contradictorias y contraposiciones, insiste en
( 46) Carlos Marx: Idéologie al/emande, O. C., edic. cit., !, 5, pá
ginas 15 y sigs.
(47) Carlos Marx: op. cit., I, 5, pág. 31.
(48) Carlos Marx-F. Eogels: Te.ris sobre Fenerbach y otros escritos fi
los6ficos, Edic. cit., tesis XI, pág. 12.
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JOSE CALVO GONZALEZ
su Crítica de' la Razón Diaiírctica en señalar a la teoría del cono
cimiento
como el punto
más débil
de
la doctrina
marxista. Atento a
esta falla, que
habría de
localizarse en
la raíz de la propia fórmula
del materilismo dialéctico, recurre Sartre al histórico, en bien de
una actividad. creadora de
la subjetividad,
introduciendo
en ¿Qué
es la literatura? ( 49), con el deseo de una mejor comprensión de
la historia --que, según, él, no es totalmente subjetiva ni totalmente
objetiva-, el nuevo concepto de lo que denomina «antidialécti
ca» (50), que es en· sí misma dialéctica, y que posteriormente, en
su primera obra citada (51), va a separar de la dialéctica con el fin,
lo
deducimos por lo escrito hasta ahora, · de exponer uoa teoría social
que acabe con
loo aspectoo subjetivos y objetivos de la existencia hu
mana. Ya en el ensayo preliminar Marxismo· y Existencialismo
declara explícitamente cómo una de las metas del existencialismo es
el logro y descubrimiento de la «síntesis concreta... dentro de uoa
totalización dialéctica cambiante que no es otra cosa sino la histo
ria» (52).
No menospreciaríamos el -éxito de la consecución real de esa
«síntesis concreta.», ni subjetiva ni objetiva, pero tampoco esto nos
parece suficiente para acallar el núcleo de la permaoente discusión.
Si «el existencialismo también quiere situar al hombre en su clase
y anle los conflictos que le oponen otras clases, empezando por la
forma y las relaciones de su productividad, pero puede enfocar esta
«situación» en su aspecto de existencia... (y} · quiere así reintroducir
la singularidad insuperable de la aventura humana» (53), este hom
bre «en situación», pese a todo, persiste concebido como «realidad
material»-; es decir, un «ser orgán,ico» funcionalizado a otras reali
dades materiales que lo interaccionan en multitud de relaciones red-
(49) Jean Paul Sartre: ¿Qu'est-ce que la Jitterature?, Situattions 11, Li
brairie Gallimard, París, 1947, pág. 86.
(50) Vid. Ignacio Sotelo: Sartre y la R.azón Dialéctica, Edit. Ternos,
Madrid, 1967, pág,. 89-104.
(51) Jean Paul Sartre: Critique de la Raison Dialectique et Question
de
Méthode,
Librairie Gallimard, París, 1960, I, pág. 129.
(52) Jean Paul Sartre:
op. cit., pág. 29.
(53) Jean Paul Sartre: op. cit., pág. 108.
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LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
procas, que no puede llegar más allá de una «libertad situacional».
Y la libertad es mucho
más que esto.
En el enorme panorama de la libertad, Popper, eu su referido
estudio, selecciona
entre muchos el tema del
ayuntamiento historicis
mo-activismo. En principio, parece que existe de por medio un acu
sado carácter contradictorio
y, en efecto, así es, hasta. el punto de que
Popper concluye irónicamente que
es factible
conceder a
la razón hu
mana un cierto papel activo siempre y cuando, «esté de acuerdo con los
cambios futuros previstos por la ciencia historicista y les ayude a reali
zarse», pues de lo contrario el activismo no será «más que un sueño
utópico» (54). Este puede ser un dato indicativo, a la hora de in
tentar una comprensión de las antinomias de las citas anotadas ante
riormente, y recapacitar sobre el argumento global de la afirmación
materialista, que ha olvidado, en lo histórico, «el importante papel
que eo la cultura y en la historia juega el individuo creador. La obra
de éste, en lo que tiene de individual creación, es imprevisible, por
que no se origina de modo forzoso dentro y por virtud de uo coo
junto cerrado de previstas determinaciones que tengan que conducir
a un resultado único ... El olvido del factor io
dad, eo la cultura
y eo la historia implica uo gravísimo error» ( 5 5).
Y
el gravísimo error está ahí, eo un hombre al que no le queda,
extirpado del protagonismo de la historia ·en el continuo renovarse
del vivir histórico, del que sólo Dios conoce el sendero, el día y
la hora, sino ser sorprendido espectador encadenado a su moviente
asiento.
(54) Kar! R. Popper, op, cit., págs. 64-65.
(55)
Luis
Recasens Siches:
Tratado Gen6t'al de Sociologia, edic. cit.,
pág, 531.
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CONNOTACIONES AXIOLOGICAS E HISTORICAS
POR
JOSÉ CALVO GoNZÁLEZ
En el cuadro de reflexiones generales que toda corriente de
pensamiento propone, la marxista sugiere, amén de éstas,
la posi
bilidad de concretos estudios relativos a la conexión materia-espíritu
y sus derivaciones, o, por decirlo haciendo uso de la terminología
adecuada al caso, a la relación infraestructura-epifenómenos. La
contemplación de este binomio ha puesto de relieve la serie de equí
vocos
y contradicciones que a continuación presentamos.
l. Inlraestrucllura-epifenómenos. El e,,p,íritu. CorueoueneiaB
Partiendo,
con Marx, desde la
afirmación axial
de su pensamiento
enunciada en la Crítica de la Economía Política, de que «en la pro
ducción social de su existencia los hombres entran en relaciones de
terminadas, necesarias, independientes de su voluntad; relaciones de
producción que corresponden a un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de
producción constituye
la estructura económica de la sociedad, la base
real sobre la que se levanta una superestructura jurídica
y política
y a la cual corres¡x,-nden determinadas formas de conciencia social.
El modo de producción de su vida material -afirma
Marx-con
diciona el progreso de su vida social, política
y espiritual en general.
No es la conciencia del hombre la que determina la existencia de
éste; por el contrario, es la realidad social
la que detennina su con-
649
Fundaci\363n Speiro
/OSE CALVO GONZALEZ
ciencia.» (1), puede seguirse que el reino de la materia será capaz
de interpretar, de una parte, y poner en movimiento, de otra, el com
portamiento de la humanidad en sus diversas facetas. Esta · es la
conclusión previsible que tradicionalmente ha extraído la doctrina conforme a lo expresado por
la tesis materialista. Sin embargo, deberá
señalarse
también cómo en su
seno se descubren, además,
d05 en
foques
antagónicos que creemos de importancia examinar.
a) Porque si el hombre, tal como se dice, se halla notificado
y determinado por una base real,
base económica con carácter de
valor preeminente -desde la satisfacción de las necesidades
prima
rias (2) a la producción de epifenómenos muy variados--, y no
existe
la envo,ltura espiritual, su conciencia y su libertad serán una
mera ficción : la apariencia de una realidad inexistente, pues la
materia
es la
única y verdadera sobre el mundo. Esto nos hace pre
sumir que el hombre, carente de libertad y conciencia propias, como
la política o el Derecho, no tarde en ser situado, en último extremo,
a igual nivel que un fenómeno cualquiera de la producción supraes
tructural.
b) Si se conviene, al contrario, que todo hombre, salvo aquel
absolutamente sumergido en el subproletariado
( /umperpro/etariat)
e irrecuperable, tiene conciencia y entendimiento de su particular
circunstancia y sobre ella puede proyectar voluntad -volición y vo
luntad práctica de superación de las
alienaciones--, habrá
que afir
mar que estamos ante un hombre libre
y, por tanto, responsable
desde el punto de vista ético. Así pues, el
ser humano no seria
un
simple reflejo de los condicionamientos económicos ; gozaría de
la
fuerza espiritual como motriz principal.
Llegados aquí, merece
anotarse la posición de
Ludwing
Feuerbach,
(1) Carlos Marx: Contribución a la Critica de la Economia Polftica
(Prefacio), Alberto Corazón, editor, Madrid, 1976, pág. 37.
(2) «Vivir es, en primer lugar, comer, beber, alojarse, vestirse y al
gunas otras cosas.
El primer acto en la historia es, pues, la producción de
los medios destinados a satisfacer estas necesidades, y eso es verdaderamente
un gesto histórico, la base de toda la historia ...
». Carlos Marx: Idéologie alle
mande, Oeuvres Completes, Editions de l'Institut Marx-Engels-Lenin de
Moscú, I,
5, pág.
15.
Fundaci\363n Speiro
LA TENS/ON MATERJA-ESPIRJTU
para quien «la filosofía del futuro tiene por misión conducir a la
filosofía
del reino
de las
"almas desaparecidas"
al reioo de las
almas
eocarnadas
y vivas; de hacerla descender de la beatitud del pensa
miento divino, carente de necesidad, a la miseria
humana>> (3), y
para este anuncio de la venidera «filosofía del hombre» se subraya
que
«alli donde
el
hombre se
deseucaroa, allí donde se niega el
cuerpo, este obstáculo racional de
la subjetividad, allí también cae
en una praxis fantástica y trascendente, relacionándose con encar
nadas apariciones divinas
y espirituales» ( 4) ; el cuerpo, y no el
espíritu, es lo
esencial de la
naturale-za humana.
No es propiamente
una negación de
la actividad espiritual (5), concebida en un sen
tido amplio desde la inteligencia a
Ja sensación, la síntesis conte
nida en las anteriores líneas, sino el intento de incorporación de un
correctivo
pasivo que es en
primer lugar el cuerpo como «obstáculo
racional de la
subjetividad»; pero
ocurre que, al no considerar otro
límite fuera
de él, remitiéndolo todo a sí mismo, y excluir de la
actividad espiritual todo cuanto no sea materia, «almas encarnadas y
vivas» ~negando primero más altas fuentes de espiritualidad ex
teriores al hombre y subsumiéndolas después en los límites inma
nentes
y naturales de lo humano-, logra confundir efectivamente
materia
y espíritu, encarnando a éste en aquélla, sin que aparezca
demasiado claro el lógico y recíproco, proceso de la espiritualización
de
la materia frente al consumado de la desespiritualización del
espíritu. La disyuntiva, como se aprecia, entre uno
y otro supuesto nos
( 3) Ludwing Feuerbach: Principios para la Filosofía del futuro (Prefacio
a la primera edición), Edit. Labor, S. A., Barcelona., 1976, pág. 291
•
(4) Ludwing Feuerbach: op. cit.1 Principio XXIX, pág. 80. Vid., también,
las T e.ris. provisionales para la refo,ma de la filo.rofía1 donde sostiene que
«la filosofía tiene que unirse nuevamente con las ciencias naturales
y las
ciencias naturales con la filosofía. E.sta unión, fundada en una necesidad
(Bedürfni.r) mutua, en una necesidad (Notwendigkeit) interna, será más
duradera,
más afortunada y fecunda que el maridaje que hasta ahora ha rei·
nado
entre
la filosofía y la teología», Edit. Labor, S. A., Barcelona, 1976,
pág. 25.
(5) Alfred Schmidt: Feuerhach o Ja .ren.rualidad emancipada, Tauros
Ediciones,
S. A., Madrid,
1975, pág. 30.
651
Fundaci\363n Speiro
/OSE CALVO GONZALEZ
avisa de la necesidad de investigar sobre la interacción materia-es
píritu, al objeto de saber si verdaderamente existe o no este
último.
Elegir
lo primero supondría abrir más
la brecha por la que escapa
la congruencia de la tesis, sentada como cierta; de
ahí que el marxismo
acuda para remediar la crisis a la fórmula redentora del «sentido
dialéctico», rectora de los fenómenos sobre el mundo, postulando
que lo
determinado puede
influir en
el determinante. Esto es, que
la conciencia o
la libertad obedecen, sí, como se dijo, a las condi
ciones materiales
y de ellas surgen, pero una vez que el epifenómeno
ha sido, éste puede motivar por sí a su determinante, a,l tiempo que
permanece motivado por aquél. In.tento de conciliación que resulta
de aplicar el método del materialismo
dialéctico, más
que en
la
versión de Carlos Marx ( 6) o en la engelsiana (7), como «análisis
concreto de la
situación concreta.», conforme a
Lenin, con el fin de
ofrecer una explicación convincente a los cambios cualitativos que
«son no graduales, sino rápidos, repentinos,
y se realizan por saltos
de uno a otro estado» (8).
Empero, pese
al equilibrio dialéctico que prepara, apriorística
mente, el terreno discutible con unilaterales como la citada, sin las
que sería difícil
proseguir, a
nadie podrá ocultarse que el remedio
tiene sólo una eficacia temporal. La interrogante continúa abierta,
pues si
a
la conciencia notificada¡ entera, pero no sustancialmente por
la materia, se le concede suficiente capacidad
para reaccionar -trans
formar- sobre la infraestructura, habrá que concluir que está do
tada de poder sobre la materia
y, por tanto, es autónoma. Al revés,
si
por encima de ello se persiste en afirmar que la dinámica mate
rial, fondo
de la infraestructura de toda humana realidad, es el valor
( 6) La ciencia de las leyes generales det movimiento, tanto del mundo
exterior
como
del pensamiento
humano; El Capital, trad. de Wenceslao Ro;
ces, Fondo de Cultura Económica,
México, 1968
(Prólogo a la segunda
edi
ción).
(7) Ciencia de /as leyes generales del movimiento y de la evoluc:ión de
la
naturaleza de
la sociedad
humana y su pensamiento, «Anti-Düring», Edi
torial Grijalbo,
S. A., México, 1968,
cap. XIII,
sección primera, pág. 131.
( 8) Stalin: Le matérialisme dialectique et le maMrialisme historique,
Editions Sociales, París, 1945, pág. 9.
652
Fundaci\363n Speiro
LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
causal preeminente por exclusivo (9), principio programador de la
acción de la conciencia en su actividad, el espíritu
no puede
existir
porque es una ilusión, como lo es también que la materia prevalezca
sobre él, ya que sólo ella existe realmente.
Lo cierto, a todas, luces, es que, al margen de unas u otras acep
ciones sobre el contenido del «materialismo», no queda resuelto,
satisfactoria y definitivamente, el amplio espectro de dudas razo
nables
a las que su enunciado da lugar, y fundamentalmente debido
a que
el núcleo de la dificultad tiene su origen en la naturaleza in
completa
de la propia definición, donde se nombran y dejan entrever
elementos
-el espíritu
es
uno-que
no son con posterioridad de
sarrollados.
Es improcedente alegar en descargo, como hace Dietzgen, el no
poseer «los términos apropiados para
designar la ínteracción entre
fenómenos espirituales, tales como nuestras ideas, conceptos
y jui
cios, conclusiones y muchos más, por u.na parte, y las cosas tangibles,
ponderables, conmensurables, por otra» (10). No, la dificultad no
(9) Señala el profesor E. Galán y Gutiérrez, en Prolegómenos a una
teoría
del Estado concebida
como ciem:ia histórica, que «Natwaleza y cul
tura no son ... mundos antitéticos. Se trata, sencillamente, de dos formas dis
tintas de la realidad.
Naturaleza es
aquella forma de
la realidad en que todo
ocurre según leyes de necesidad. Cultura, aquella
forma. de
la realidad que se
produce como despliegue de la libertad. Pero· esto no quiere decir que la
diferencia entre ciencias naturales y
ciencias cultwales
o históricas se relacione
con el
problema de
1a causalidad, en el sentido de que reconozcamos el mundo
natural
( regnum naturae) como sujeto al imperio de la ley de causalidad y,
en cambio, el mundo de la historia
(regnum historiae) no. La cultwa y la
historia son realidades que suponen también en su
ámbito, como la natura
leza misma, el imperio- o la vigencia del
principio-de
causalidad.
La libertad
no se opone a
la causalidad, sino que, antes bien, la causalidad es la condi
ción, y, sin duda alguna, el supuesto indispensable de la libertad. La volun
tad del hombre es también una
causa, si
bien
causa libera». Anuario de
Filo-soffa
del Derecho,
Instituto Nacional de Estudios Jurídicos. Madrid, 1953,
tomo I, págs. 238-239,
La voluntad actuando como causa libera es lo que
Marx olvida,
colocando lo económico como valor causal exclusivo, constru
yendo así una voluntad que es
causa non libera.
(10) Joseph Dietzgen: La resolución positiva de la filosofía, Editorial
Laila,
Barcelona, 1976,
pág. 71.
653
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/OSE CALVO GONZALEZ
debe imputarse a la «falta de comprensión», ni se alivia «mejorarulo
nuestra terminología» (11). Existen lagunas, motivos más que su
ficientes tanto para una interpretación de radical determinismo eco
nómico como para otra más diluida y menos rigurosa, también más
contradictoria,
de
interaa:ión flexible
entre infraestructura-epifenó
menos, lo que denota, en definitiva, la huella de una indecisión
doctrinal, testimonio apodíptico de !a inseguridad e inestabilidad de
todo el edificio filosófico.
Pero la compareceocia o incompareceocia del elemento espiritual
conlleva de
suyo otros problemas que sobrepasan el campo filosó
fico--teórico de las, ideas. Las ideas son, en la concepción marxista,
ideas
para
mover la praxis,
y es en este terreno donde el inconcluso
planteamieoto geoera nuevas y más altas d,isonancias.
Así,
por ejemplo, las que encontramos a la pregunta de si es la
revolución un acto libre. Ciñéndonos al
materialismo histórico, di
remos que el hombre de la revolucióo está compelido por el contexto
histórico
de su tiempo, y éste definido por las condiciones econó
micas, auténticas chispas eléctricas que haceo saltar la sociedad de
ese momento en la «revolución». La revolución se transforma de
este modo en una experieocia separada de la voluntad del hombre
y sólo dependiente de la infraestructura, que, aunque verificada por el
concurso instrumeotal humano en la «lucha de clases», adquiere, por
ello,
entidad de primer orden dentro de la supraestructora. Por tanto,
la revolución es no la realización de un interés de clase -interés
de los componentes de uoa clase que sólo existe en cuanto se dan
las condiciones económicas que la crean; se pronostica que la desa
parición de
la infraestructura actual determinará el nacimiento de una
«sociedad sin clases»-, sino
la catarsis violenta necesaria en el punto
crítico insostenible de uoa «base real» específica. Cuando el hombre
lleve a efecto la revolución, lo hará guiado por el dictado de uoa estructora de producción precisa, justo en
el momento de su insos,
tenibilidad,
sin que
posea ningún género de dominio sobre ambas
cosas, pues no es ya, simplemente, que carezca de las fuentes espi
rituales de decisión -libertad y voluntad-, sino que el puente
(11) Joseph Dietzgen: op. cit., pág. 71.
6)4
Fundaci\363n Speiro
LA TENSION MATERIA-ESPIRITU
entre la relación econOID1ca de producción y el hombre se rige por
«leyes» unidimensionales que van de la primera
al segundo sin solu~
ción de continuidad. La revolución se configura de esta manera como
un acto no nacido de la libre voluntad del sujeto.
Mas, faltando
el poder
de decisión, lo que no acertamos a com
prender es cómo el hombre se deshace de las alienaciones, cómo se
libera de lo que es el imperativo
aJienante máximo,
las condiciones
económicas,
y qué mueve a éstas ~por no pensar en el absurdo de
una materia que guarde en sí la facultad de decidir
(12)-a pre
parar y servir a la <(.liberación» de aquél ; cómo es que, si la materia
no contiene actividad espiritual, se halla en ella el camino hacia la
libertad del hombre futuro. Ahora no
cabe duda
que falta un eslabón,
que algo en el principio está incompleto, que ese algo procedía con
suma importancia para la validez global
y que sin él todo el dis
curso conduce a un callejón sin
salida; Ya
no hay duda que se trata
del
factor espiritual.
Replanteemas el asunto con una óptica diferente. Sabemos que
las condiciones económicas preparan la revolución, que el hombre es
el encargado de
realizarla y que el final de las revoluciones debe ser
la supresión de una concreJ'a estructura real --el capitalismo-, y no
de las condiciones económicas en general, tanto porque
el hombre
de
la revolución está enmarcado dentro de específicas coordenadas
históricas cuanto porque
la revolución pretende la instauración de
una nueva base real ·que se manifieste en
la sociedad comunista ( 13).
Pues bien, según esto, si las determinadas
y determi-nantes condiciones
económicas
que movilizan el estado de revolución han sido supri-
(12) Según la teoría marxista, en el cambio de las estructuras econó
micas rigen leyes que tienen el mismo contenido que las leyes de
la ciencia
de
la naturaleza. Son, por consiguiente, leyes naturales, leyes causales, que
inciden
en su génesis, permitiendo la aparición y el establecimiento de los
epifenómenos. Ello significa que
la infraestructura no posee poder decisorio,
sino que sus manifestaciones son
el efecto del rígido imperativo de las leyes
naturales en
la necesidad de su cumplimiento.
(13) «Llamamos comunismo al movimiento efectivo que suprimirá la
situación presente. Las condiciones de este movimiento vienen dadas por
esta situación», Carlos Marx: Idéologie allemande, O. C., edic. cit., I, 5, pá
gina 25.
655
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/OSE CALVO GONZALEZ
midas en el ,curso de la misma, la incógnita es si puede la libertad
del «hombre futuro» ser fruto de la acción revolucionaria del pre
sente. Y debemos contestar que no.
Esa libertad
será, conjugando el
enunciado materialista, en todo caso, reflejo de las nuevas condi
ciones económicas que surjan, pero,
por esta misma razón, 1) ¿cómo
puede aventurarse
la seguridad de una futura libertad real existente,
cuando
aún
noi existen
las condiciones
económicas que
la motivarán?
Tan absurdo e improcedente como confirmar el efecto de una causa
inexistente.
Lo que es más: .aseverar un efecto que evidentemente no
tiene precedentes en la historia, la «sociedad sin clases», ya que,
como reza el
Manifiesto. C o-munísta, «la historia de todas las so
ciedades que han existido hasta nuestros días es la histo
clases» (14), y «en la
acción revolucionaria del
prnleta
riado y en la instauración del comunismo toda la historia pierde
su sentido>> (15); 2) si
«en la naturaleza rigen las mismas leyes dia
lécticas del movimiento ... , las mismas leyes que, constituyendo también
en la evolución del pensamiento hu.mano el continuo hilo conductor,
llegan progresivamente a la conciencia del hombre» (16), el pensa
miento responderá a
las fuerzas dialécticas de
un concreto período;
es decir, a las fuerzas económicas prerrevolucionarias o revolucionarias.
Por tantoJ la afirmación de una libertad futura desde la revolución
presente no puede
hacerse, porque
carece de
fuerzas propias que la
empujen y
po
de estar, como pensamiento concreto, sólo a las
que
dialécticamente son su hilo conductor; esto es,
las actuales con
diciones de producción.
Réiumiendo, creemos que
el hombre anterior a la revolución, e in
cluso el incardinado
en el
desenvolvimiento revolucionario, no puede
colaborar a
la libertad del nuevo orden por cuanto ésta ha de ser inex
cusablemente independiente
y autónoma respecto del pasado, lo que,
(14) Carlos Marx-Federico Engels: Manifiesto Comunista, Obras Es
cogidas, cap. I («Burgueses y Proletarios»),
Edit, Cartago, Buenos Aires,
1957, pág. 14.
(IS) J. Y. Calvez: El pensamiento de Carlos Marx, Taurus, Madrid,
1964, pág. 595.
(16) F. Engels: Anti-Dühring, ed.ic. cit. (Prólogo a la segunda edición),
pág. XXXV.
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LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
por otra parte, es imposible, y esencializ-ada en el nacimiento de una
nueva materia. Y
es. lógico,
puesto que si los hombres. de la
«prehis~
toria»
o historia anterior no tuvieron dominio sobre
la dinámica ma
terial de su tiempo, la infraestructura en la que se hallaban inmersos,
menos podrán tenerlo sobre una que aún esté por inaugurarse. Otra cosa sería doblemente contradictoria. Este hombre, en la producción de las corrientes que determinarán
el final de la «prehistoria»,
más que
abrir un camino hacia la liber
tad -valor supremo que, como queda demostrado, no es pronóstico,
conjetura o presunción, y sí ficción por la que ocultar los verdaderos
propósitos
(17)-, camina en, la ruina de su propia nada.
2. El materialismo axiológico o la "creación" de los valores,
Consecuencias
Para Nicolai Hartmann, los valores son esencias independientes,
absolutas y objetivas,
«primordialmente los
valores son objetos de una
esfera ética ideal, de un reino que posee sus propias estructuras, sus
propias leyes y su orden propio» (18), y el que constituyan «un reino
en sí, un verdadero xóa¡io, vo,¡Tó, más allá de la realidad y
de la conciencia, es un hecho de la mayor importancia
para la ética.
Tal reino no es inventado, sino que existe como esfera ética
ideal»
(19). Según esta
axiología hartma.nniana, en el acto de intuición
de los valores el sujeto adopta una aptitud meramente receptora, sin
que intervenga para
nada en
su determinación, pues al tener categoría
en sí y ser independientes del sujeto, son trascendentes en su realiza
ción, si bien, como caracterizados por
la nota del deber-ser, tienden a
la realidad. A todo valor, añade
Hartmann, se
corresponde una anti
nomia de su
ser en sí; jnsticia-injnsticia, bondad-maldad ...
(17) Vid. José F. Lorca Navarrete: El Derecho Na111ral, hoy. A pro
p6.1ito
de las ficciones, Edit. Pirámide, Madrid, 1976, págs. 95 y sigs.
(18) Nicolai Hartmann: Ethik, Berlin, 1926, pág. 136.
(19) Alfred Steen:
Filosofía de los valoru. Panorama de las tendencias
actuales
en
Alemania,
Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1960,
pág. 6).
6)7
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JOSE CALVO GONZALEZ
El problema latente en toda la compacta construcción de esta fe
nomenologia no personalista es el del «juicio del
valor». Esto
es,
¿puede
el receptor juzgar o sentir objetivamente ( sin sentimiento)
que un valor en si de determinada esencia es, efectivamente, de esa
esencia? ¿Es maldad la maldad efectivamente? Podría contestarse
que los valores son esencias independientes del sujeto, mas parece que,
de alguna forma, recogiendo
la opinión de Stern, se representa aquí ((Ufl
fantasma, pues esa fenomenología de los valores, afirma que existen
modos subjetivos de sentir que son independientes de los sentimientos
y de los sujetos que pudieran experimentarlos» (20).
Salvada esta observación, por lo que nos concierne, interesa ave
riguar si existen otras formas reales diferentes del sujeto receptor
capaces de efectuar el acto de intuición del valor. Refirámonos, por ejemplo, a una «ideología» y a un «partido político».
En Hartmann toda persona es por su snbjetividad. La persona es
un ser que en su actividad axiológica se define como «administrador
libre del deber axiológico en el mundo real» ( 21). Ahora bien, esa
libertad se encuentra limitada por la naturaleza del objeto adminis
trado, por el hecho, dice Bochénski, de que el valor «se nos aparece a
todos como, cosa
dad.a. Está ahí, ante los ojos de nuestro espíritu, como
algo independiente de nosotros, algo que consiste
en si... por encima
del tiempo y del espacio» (22). Así, pues, el hombre es «realizador»
por
receptor, mas
no creador, lo que ya afectaría a la naturaleza del
v"1or cifrada
como independiente, absoluta y objetiva
respecto del
sujeto,
causa,
por otra parte, de la posibilidad humana que abarca
sólo la
«caracterización», pero
no
la «definición»
del valor.
En
&heler, para
quien los valores
son cualidades a priori, cuya
independencia garantiza su inmutabilidad, siendo además absolutos, es decir, que no dependen de ningún
hecho (23) -sólo nuestro w
nocimiento de los. valores es relativo-, por tanto, transhistóricos
(20) Alfred Stern: op. cit., pág. 76.
(21) Alfred Stern:
op. cit., pág. 74.
(22) J. M. Bochenski: lntroducci6n a/, pensamiento filosófico, Editorial
Herder, Barcelona., 1965, pág. 67.
{23) Risierí Frondizi: ¿Qué .ron /os valores? Introducción a la axiolo
gía, Fondo de Cultura Económica, México, 1968, págs. 98 y sigs.
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LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
y transespaciales, la «realización» del valor encuentra también su
fnndamento en la persona. Pero mientras
Hartmann se
reduce a
. ella,
o
sea, no existen
para él
personas (subjetividad-personalidad) de
órdenes superiores1 asumiendo el F..stado o las corporaciones la natu
raleza de «sujeto» ó «persona» en el ámbito de las relaciones huma
nas, mediante el concurso de la técnica del «como si», del ficcio
nalismo, &heler admite, fenomenología personalista, como posible
Ia asunción a órdenes superiores. Sin embargo·, se aprecia que ambos
autores coinciden en que
la esencia es absoluta y que, por ello, la
persona tiene únicamente el
papel de «realizador», no de «creador»
de la esfera ética ideal (24).
Siendo así, a
la cuestión
que
antes. planteamos puede
contestarse
ahora que los
partidos políticos pueden
sólo «realizar» valores ( no
en Hartmann, sí en &heler), en tanto que las ideologías, «afirma
ciones sentadas a base de cualquier autoridad humana, social o de
otra especie» (25), carentes de subjetividad reductible y por ende
de
personalidad (
no en Hartmann, no en
&helee), nunca y en
ningún
caso
podrán intervenir ni siquiera en la «realización?> del
valor.
Otra
composición nos
situaría no ya frente al empleo de
la
técnica del ficcionalismo teórico de Hans Vailhinger, sino ante un
fraude, en
presencia, en suma, de una forzada interpretación
unila
teral (26) que subvierte el terreno ético con singulares y notables
ajustes
y repercusiones en lo jurídico-político. Vayamos a una prueba
de lo
dicho.
Se pregunta Engels en el Anti-Düháng, tras examinar tres tipos
de moral
-cristiano-feudal, moderno-burguesa y proletaria-pro
cedentes de otras tantas bases económicas, <<¿cuál es la verdadera?
Ninguna de ellas
---contesta-en el sentido de validez absoluta y
(24) «Los valores mismos no pueden ser creados ni destruidos», Max
Scheler: Der formalismu.r in der Ethik und die materia/e W ertethik, /ahr
buch für Philosophie und phiinomenologische Forschung, edic. de E. Husserl,
Berlín, 1913, I, págs. 442-489-491;· II, pág. 120.
(25)
J. M. Bochenski: op. cit., pág. 62.
(26) Luis Recasens Siches: Tratado General de Sociologia, Editorial
Porrúa, México, 196S,
pág. 47.
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JOSE CALVO GONZALEZ
definitiva; pero sin duda la moral que posee más elementos de du
raáón
es aquella
que presenta el futuro en
la transformaáón del
presente; es decir, la moral proletaria ...
Rechazamos-, por tanto, toda
pretensión de que
aceptemos la imposiáón de cnalquier dogmática
moral como ley ética eterna, defiuitiva
y, por tanto; inmutable ... Afir
mamos, por el contrario, que toda teoría moral, que ha existido
hasta hoy, es el producto, en última instancia, de la situación eco
nómica de cada sociedad. Y como la sociedad se ha movido hasta
ahora en contradicciones de clases, la moral fue siempre una moral
de clase» (27), o sea,
y en palabras de Lenin, «la moral considerada
exteriormente a la sociedad humana no existe para nosotros; es una
mentira. La moral, para no:Sotros, está subordinada a los intereses
de la lucha de clase del proletariado» (28).
He aquí el ejemplo de
una moral inyectada en el contenido de
la afirmación materialista,
sometida a nociones de perdurabilidad (29) y, sobre todo y funda mentalmente, subordinada a
los intereses
de la clase que,
a priori y
radicalmente, se defiende. En este punto, en atenáón a la óptica
empleada, Raymond Ruyer
ha preásado el paralelismo del marxis
mo,
y Freud, al escribir que «el marxismo quiere hacer una "socio
logía de lo profundo", as! como el psicoanálisis es una "psicología
de lo profundo". El marxista, como el freudiano, ante los valores
que se ostentan, es ánico, o, si se prefiere, radical: no cree en la
autentiádad de los juiáos de valor conscientes, de las creenáas, que
son siempre, para
él, creencias
en "apariencia"; los trata
como sín-
(27) F. Engels: op. cit., págs. 82-83.
(28)
I. V. Lenin: Petite BibJiotheque Lenine, Bureau d'Editions, París,
1936, folleto núm. 8
(De la Religión), pág. 70.
(29) La noción de perdurabilidad, atendiendo al cuadro de Scheler,
podría
admitirse como
valoración del sujeto receptor en tanto en cuanto éste
se forma una escala de criterios por la que son
preferibles los
valores más
duraderos a los menos duraderos. Pero es preciso subrayar que los· criterios
que nos formemos no afectan a la relación jerárquica que los valores man
tienen a priori y que
reside en
su misma esencia, siendo, en
consecuettda,
invariable
y ajena a la experiencia. Vid. Risieri Frondizi:
op. cit., páginas
109-119.
660
Fundaci\363n Speiro
LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
tomas puros, como efectos-signo, no de la libido, sino del interés
de clase» (30).
Pero antes de pasar a un breve análisis de
las implicaciones
que
tal
concepción lleva consigo se impone un previo distingo entre «valor»
y «vaforación». Esta. es, lógicamente, relativa, el valor absoluto. Nace
la valoración del acto caracterizador del valor
y este acercamiento al
ser en sí puede ser más o menos subjetivo. Se comprende entonces
que del valor
belleza existan diferentes
valoraciones a lo largo de
la historia o dentro de uno de sus períodos ( 31). Comprenderemos,
de esta manera, replegándonos a lo dicho más arriba, que un grupo
de presión pueda presentar una valoración de un valor distinto, de la
mantenida por otro, pero no más allá de su caracterización; es decir,
fundándose en. ésta, sin llegar a definir, crear o destruir el valor.
¿Qué ocurre cuando no sucede
así? Está
claro que sin una axiolo
gía objetiva y absoluta se logra, en primer lugar, romper la ética
universalmente válida. A partir de aquí todo es posible.
Para dar explicación de lo expuesto,
basta descender a un supuesto
concreto. ¿Qué es
«moral»? ¿Qué es dialécticamente «lícito»
en la
concepción materialista? La concepción cristiana del mundo, ética y
no positivista, alimenta una actitud ante el fin y los medios en la
llama viva de la existencia de unos valores objetivos y en la concien~
cia de la presencia tangible de una ley eterna rectora del universo, lo
que explica el objeto del comportamiento cognoscitivo del hombre.
«Si la ley eterna es el dictamen de Dios constituyendo, al orden uni
versa,1 merced a su razón y a su poder infinitos ---escribe el profesor
Elías de Tejada-, el hombre ha de conocer el orden, junto con su
postura en relación al orden, salvo quebrantar la naturaleza que le es
propia. Esto es, ha de saber el orden con saber racional de conoci
miento, entendiéndolo con arreglo a su razón. De modo que participa
en el orden a tenor de su libertad y de su razón limitadas, en la
( 30) Raymond Ruyer: La filosofía del valor, Fondo de Cultura Econó
mica,
México, 1969,
pág. 131. Vid. Wilhelro Reich: Materialismo dialectico
e psicanalise, Edit. Presen~a, Lisboa, 1973.
(31) Raymond Ruyer:
op. cit., págs. 77-87.
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Fundaci\363n Speiro
/OSE CALVO GONZALEZ
medida precisa del poder y del entender de la criatnra finita» (32).
Estos
valores
objetivos aprehendidos y desprendidos de una ley ética
eterna son negados
y repudiados expresamente en el materialismo dia
léctico, pues, como apunta Lenin, la moral sólo «se deduce de los
intereses de la lucha de clase del proletariado» (33). Consecuencias;
«morab>, «justo»
(34)
y «lícito» será en cada caso aquello «útil» o
«favorable»
en la historia de la lucha de clases a los intereses del pro
letariado; cualquier error, intencionado o no,
podrá ser considerado
como delito ético e incluso delito, en cuanto quebrantamiento de la
normación revnlucionaria (
acto contrarrevolucionario), jurídicamente
punible, de
los que la historia de los procesos en los sistemas comu
nistas está llena. Nosotros, convencidos partícipes de
la concepción
cristiana del mundo, entendemos, por el contrario, que matizar la
verdad, como la luz, es oscurecerla y la verdad nunca puede ser
sombra, porque es luz de Dios.
Mas si,
como se ha visto, el materialismo c'?nsiste en negar toda
trascendencia
y autenticidad a los valores y en tratarlos como inte
reses o necesidades, con lo que se
arruina en
sus cimientos toda
cons
trucción
ética, hará falta conocer, dando
urt paso más, quién matiza,
marca
y «define>> los intereses y necesidades revolucionarias del pro
letariado.
Dos
datos: primero, la lucha se impone,
en todos
los
órdenes,
unilateralmente
por el partido, «auténtico»
juez de la historia, que
obliga a aceptar incondicionalmente sus consignas; «del partido reci
ben los filósofos -comenta J. de Vries---sus directrices para la lucha
ideológica>> (35). Recasens Siches, en
Panorama del pensamiento ¡u-
(32) Francisco E1ías de Tejada: Tratado de Filosofía del Derecho, Uni
versidad de Sevilla, 1974, tomo I,
pág. 23.
(33) l. V. Lenin: o¡,. cit., pág. 69.
(34) Entre los escritos confidenciales en carta a Engels, de fecha 14-
XI-1864, Marx expresa haberse visto obligado a introducir en el preámbulo a una de sus obras «dos frases que contenían las palabras deber
y justicia:
sin embargo
-advierte--,-están colocadas esas palabras de tal forma que no
ocasionan demasiado mal». Marx-Engels:
Cartas, Edit. Dietz, Berlín, 1959,
vol. III, pág. 237.
(35) Josef de Vries: La Temia del conocimiento del materialismo dia
léctico, trad. del alemán por el P. José A. Menchaca, Bilbao, 1960, pág. 57,
662
Fundaci\363n Speiro
LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
rídico del siglo XX (36), calificará las obras de los escritores sovié
ticos sobre teoría
jurídica de
«expresión de un vacío mental, de una
completa ausencia de pensamiento». «Estos libros soviéticos -escri
be-constituyen sólo expedientes políticos cambiantes, al servicio de
las sucesivas consignas del gobierno», y «tales cambios -añade en la
parte dedicada
a Lenin, Stucbka
y Reisner- en la teología política
oficial ocurren muy frecuentemente, cuando una tesis aceptada como
fe dogmática antaño resulta que no se adapta a una
nueva situación
política». Los tratadistas hacen notar cómo el Derecho soviético, al
menos desde 1936 hasta la fecha, aparece claramente como un De
recho puesto por «la conciencia jurídica socialista>>, que el propio
Estado
esgrime oportunamente
al servicio de esa conciencia,
y que no
es más que instrumento eficaz para el logro de sus fines económicos
y
políticos, como últimamente la Teoría de la soberanía limitada,
atribuida
a
Breznev, en
el campo de las relaciones internacionales.
Segundo, las palabras con las que confirma Trotski en 1924 que «nin
guno de nosotros puede ni quiere discutir la voluntad del Partido. En
definitiva, el
Parti
y por el Partido, pues la Historia no ha abierto otra vía para
cit. por José F. Lo-rea Navarrete: op. cit., pág. 96. Esta observación de Vries
parece,
en principio, no coincidir con el propósito de Marx expuesto en la
Crítica de la Filosofía de Hegel, cuando declara que «de igual modo· que la
filosofía
halla en el proletariado sus armas materiales,
el proletariado en
cuentra en la filosofía sus armas espirituales», O. C., edic. citada, I, 1, pá
gina 620. La filosofía es en realidad instrumento del partido; sin embargo,
nuestro autor no yerra,
ya que el artículo 126 de la Constitución vigente en
h Unión Soviética prefigura al P.C.U.S. como «la vanguardia de los trabaja
dores en su lucha por
afirmar y desarrollar el régimen socialista», otorgán
dole así, constitucional.mente, el derecho a regir el sendero teórico-práctico
de la revolución, sin restar
valor al
hecho
de la frecuente dicotomía entre
partido
y proletariado.
(36) Luis Recasens Siches: Panorama del pensamiento iurídico del si
·gto XX, Edit. Porrúa, México, 1963, tomo 11, págs. 1084-1086;· Umberto
Cerroni:
El pensamiento i11rfdico soviético, trad. por Virgilio Zapatero y
Manuel de la Rocha, Edit. Cuadernos para el Diálogo, S. A., Ediensa, Ma
drid,
1977, págs. 122 y sigs.
663
Fundaci\363n Speiro
]OSE CALVO GONZALEZ
seguir a la razón» (37). Vemos, pues, cómo el relativismo axiológico
ha
da
el dogmatismo y pragmatismo,
de uo lado,
y la fetichización del partido, de otro.
La voz de Trotski y
'lo que
de ella se concluye dan paso al si
guiente epígrafe, explícitamente inmersos en la peligrosidad de uo
ter¡eno donde, como ha
escrito· Lorca
N avarrete,
«el dogmatismo
o
el relativismo, la quimera o el mito, la profecia o la utopía, encuen
tran amplia base para modelar la realidad a su gusto, para forjar sue
ños o mitos que la historia misma se encarga de echar abajo, tan pron
to como en cada caso se abra una adecuada perspectiva que permita
el juicio sereno y la critica objetiva y desapasionada» (38).
3. Negación de la ·oapacidad de creación histórica del homhre.
Una teoría relativa y radíoal de la historia
Karl
R. Popper,
en su
obra
Miseria del historicismo, sintetiza
el historicismo como «un punto de vista sobre las ciencias sociales
que supone que la producción histórica es el fin principal de éstas,
y que supone que este fin es alcanzable por medio del descubrimien
to de los "ritmos" o "modelos", de las "leyes" o "tendencias" que
yacen bajo la evolución
histórica>> (39).
Atendiendo a este apuote,
diremos que
la contemplación materialista del muodo trae consigo
uoa concepción y explicación historicista del comportamiento hu-
(37) Trotski: cit. en Lns grandes procesos en los sistemas comunistas, de
Annie Kriegel, Alianza Editorial,
Míidrid, 1973,
pág. 74. Vid., recogida en
la misma página, la opinión de Piatákov sobre la fetichización del Partido
en la charla informal sostenida en París con Volsky (Valentinov) en
1928,
tomando del libro de ·Robert Conquest: The Great terror, MacMillan, Lon
dres, 1968, págs. 129-130.
{38) José F. Lorca Navarrete: La Histoi-ia en el hiJtoricismo y en la
revolución: del
historicismo
al sentido revolucionario de
la
Historia, sep. de
Verbo,
núm. 124-12,, Speiro, S. A., Madrid, 1974, pág. 424. Vid. también
Revolución, Conservadurismo, Tradición, varios,
Speiro, Madrid,
1974, pá
ginas 79-lQ_S,
{39) Karl R. Popper: Miseria del Historicismo, Alianza Editorial, Ma
&id, 1973, pág. 17,
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Fundaci\363n Speiro
LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
mano, y así la afirmación contenida en el enwiciado del materia
lismo dialéctico, para lo histórico, cree descubrir esa ley en la tensión
contradictoria de las clases sociales a lo largo de la historia, ley eco
nómica que se nos muestra como motor de
la historia ; «las últimas
causas de todos los cambios sociales
y de todas las revoluciones po
líticas -escribe Engels en 1877- no deben bucarse en las cabezas de los
hombres ni en la idea que ellos se forjen de la verdad eterna
ni de la eterna justicia, sino eri las transformaciones operadas-en el
modo, de producción y cambio; han de buscarse no en la filosofía,
sino en la econom!a de la época de que se trata» ( 40). Con treinta
años se anticipaba Balmes en su meridiana claridad con una de las
anotaciones más interesantes que pudieran hacerse a la interpretación
materialista. «Supongamos -nos dice-- que el progreso de las cien
cias naturales conduzca al descubrimiento de una ley simple, úni ca que presida
el desarrollo de todas las demás, y cuya aplicación,,
variada según las circunstancias, sea suficiente para dar razón. de
todos los fenómenos que ahora se reducen a muchas
y muy compli
cadas. Este sería, sin duda, un adelanto inmenso en las ciencias que
tienen por objeto el mundo visible; pero ¿qué sabríamos por esto
del mundo de
las inteligencias? ¿Qué del
mundo de la posibilidad?»
(41). Veamos, dejando
aparte el
mundo de la posibilidad, que de
entrada el ·historicismo materialista refuta, si, en efecto, se cumple
o no la presencia de esta «ley» para el mundo de las inteligencias.
Creemos que Marx sostiene una doctrina de los «hechos» en la
evolución histórica; Para él la historia es «lucha de clases» y éste es
el hecho prevalente en toda ella. El error de Marx está, para nosotros,
precisamente en la limitación exclusiva y excluyente que respecto
de aquél se hace, cual si no existieran otros «hechos» tanto o más
reales que él mismo. Digamos que la doctrina se basa en un «hecho»
cierto, pero ¿se resuelven por él todos los demás? Indudablemente,
no, y por dos razones incombatibles : porque no toda la historia bélica
de la humanidad dependió del factor económico ni la historia uni-
(40) F. Engels: «Ciencia de la historia», en Tesis sobre Feuerbach y
otros escritos filosóficos, Edit. Grijalbo, S. A., Barcelona, 1974, pág. 133.
(41) Jaime Balmes: Filosofía Fundamental, Librería de Garnier Her
manos, París, s/f., tomo I, libro 1, cap. 69.
665
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/OSE CALVO GONZALEZ
versal en solamente lucha, siendo así que el espectáru.lo de la his
toria contradice el determinismo económico (42). Y ¿qué ocurriría,
insistimos, si aplicásemos, dando por válida, la
«ley» explicadora
del
hecho de la «lucha de clases» con
los demás? Con este
método
jamás se explicaría cómo
Epicteto
y Marco Aucelio llegaron a con
clusiones similares dentro de la línea de pensamiento esto~co, aun
perteneciendo a clases diferentes y mediando entre ambos un abismo
infinitamente
superior,
esclavo-emperador, al actual que separa a
un
bucgués de un proletariado. Abordando
.utro caso,
tampoco el
marxismo podrá explicar, a juicio de Gilson y nuestro, «cómo el
aristotelismo,
nacido bajo un régimen de esclavitud, que además su
autor admitía como hecho natural, ha podido sobrevivir en el pen
samiento de un religioso dominico
ser un monasterio cristiano del siglo XIII ; y después retomar vida en
pleno régimen capitalista en el pensamiento de un filósofo alemán del siglo
XIX como Franz Brentano» ( 43).
De
nuevo la
disonancia es. ensordecedora; para estos «hechos»
no se cumple la «ley» propuesta. Ambas observaciones rompen
dos
principios
básicos:
el de la forma de producción en cuanto fin en
sí
misma, genera.dora de todas las manifestaciones del existir humano,
y el que resuelve
en el
antagonismo la fibra del movimiento
histó
rico. De forma muy elemental habríamcs de afirmar que, en la pre
tensión global
y sublime de una intecpretación macrohistórica, el
marxismo desconoce los intersticios de la microhistoria. Pero no es
des.conocimiento, sino desentendimiento lo que
aquí se da.
Cuando Marx edifica la historia sobre la doctrina del «hecho»
prevalente de la «lucha de clases», lo que realiza en el fondo, es una
selección de 1hechos. La historia no podría conocerse a través de
todos los «hechos» sin que exigiera una comprobaci6n particulari
zada
milimétricamente de cada uno de ellos, lo que es tarea impo
sible por inabarcable. Hay, pues, ciertamente una selección que es
(42) Luis Recasens Siches: Tratado General de Sociología, edic. cit.,
pág. 533.
(43) E. Gilson: «11 dialogo difficile», en P-rohlemi d1oggi, Torino, 1967,
pág. 145.
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LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
resultado de la aplicación de nn criterio y este criterio es la base y
el principio de la teoría. Cuando Marx opta por construir su teoría
de la historia, indaga en ella
para aceptar únicamente los hechos
que
apoyan aquello que de antemano pretende defender; relativiza y
subjetiviza la historia
-volvemos a
las interpretaciones nnilatera
les-, al tiempo que la radicaliza, arguyendo como clave de todcs
los hechos lo que eo realidad sólo significa uno dentro de la larga
cadena, un hecho, eso si, de fu~e trascendencia.
Evidentemente,
el que el
marxismo se conciba
como una nueva
visión de la historia, instrumento de investigación y pura metodo
logía para el examen de la móvil realidad, lleva aparejado la siempre
polémica discusión del supuesto carácter científico de la doctrina
materialista. Importa señalar a este respecto tres opiniones que por su
distinta procedencia pueden
imprknir un
sello de objetividad en
el asunto: Popper, Robert S. Hamnann y Ludovico Geymooat. Para
el primero, el marxismo, en su definición extrema de concepción
perfecta y rematada del mundo, es una clara manifestación anti
científica, ya que en rigor la ciencia es el descubrimiento del infi
nito. R. S. Hartmann contempla la cuestión desde distintas
refe
rencias, fo que le permite concluir que «el marxismo, como teoria
social, sufre el mismo carácter seudocientífico que las demás teorias
sociales, annque de manera menos obvia, debido al seudoformalismo
de su superestructura hegeliana y al correspondiente
empfrismo de
su subestructura económica. Comparado, con las filosofías sociales
que se basan en meros conceptos
analíticos -añade--,
el comunismo
es correcto en su convencimiento de que posee
un instrumento,
cien
tífico con el
cual comprender y transformar a la sociedad. Pero
comparado con la ciencia genuina -ratifica-- basada en conceptos sintéticos,
este convencimiento es erróneo. En tales· términos, la
estructura de la "ciencia" marxista es sólo aparentemente científi
ca» (44). Frente al representante de la Escuela Anglosajona y al es
tructuralista axiológico, Geymonat, neopositivista independiente, plan
t,ea el dilema «ciencia o historia>> como miembro de
la Escuela Epís-
( 44) Robert S. Hartmann: La e11ructura del valor. Fundamentos de la
axiología científica, F. C. E., México, 19159, pág. 186.
667
Fundaci\363n Speiro
/OSE CALVO GONZALEZ
temológica de Milán. Su obra Storia del pensamiento filosoffro e
scientifico, (45), posterior a El Contemporáneo -estudio sobre
Engels,
en donde se critica
la confusión del materialismo dialéctico
con ciertas
e impropias generalizaciones de las leyes científicas ele
vadas a rango de filosofía, crítica
dura y repudio, en conclusión, del
historicismo acientífico---, aborda
las contingencias y particularidades
del dialectismo histórico e interpretación histórica, desde la remode
lación de la importancia y desarrollo actuales de la matemática, la
física, teoría de la relatividad
y la económica cnántica. Esto le lleva a
sostener que la investigación. científica, para asumir tal categoría,
ha de estar y mantenerse en relación entre la verdad absoluta y re
lativa, haciendo posible que los resultados sean modificables. En resumen, revalidando mentalmente lo que la concepción ma
terialista impone, no puede
extrañar que el historicismo marxista
conlleve
las contradicciones de todo farragoso empeño que intenta
privar al hombre, de una forma u otra, de lo que es el aire, la esen
cia espiritual de su existencia : la libertad y responsabilidad, mono
litos inquebrantables que sostienen
el templo de la ética, la moral,
y que son por sí mismos santuarios de la Creación.
Si Marx, al igual que otros autores como Freud
y Nietzsche, se
coloca frente al hombre y su historia en la subversión de los valores,
ofreciendo una panorámica del devenir
montada sobre
coordenadas
independientes de todo el esfuerzo, humano en el tiempo anterior,
a poco que contemplemos tan desolador balance, la interrogante
escéptica ha de ser
h del cómo aliar el crédito de futuro que se nos
abre, partiendo de tan drástico descrédito del pasado. Este es el
tránsito más inmediato entre el nihilismo inicial, esceptiscismo sub
sigoiente y nihilismo final.
Y
así, en este mar de contradicciones y monismos insatisfacto
rios, espigando la literatura marxista de trasfondo historicista, encon
tramos, entre otros, los siguientes textos :
«Los individuos son según lo que
manifiesta su
vida.
Lo que son
coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con los objetos
(45) Ludovico Geymonat: Storia del pensamiento fiJosofico e scíenti
fico, Edit. Garzanti, Milán, 1977.
668
Fundaci\363n Speiro
LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
que producen corno con la manera de producirlos. Lo que son los
in
las condiciones
materiales de
su producción ...
Así aparece, de buenas a primeras, una relación materialista de los
hombres entre sí, relación condicionada por las necesidades y el
modo de producción
y que es tan antigua como 106 propi06 hombres ;
relación que da lugar a formas incesantemente nuevas y, por consi·
guiente, a una historia, sin que ha.ya necesidad de que un misterio
culquiera venga a unir además a los hombres entre sí de otra for
ma.>> ( 46). «Para el materialista prá<:tico, es decir, el comunista, se
trata de revolucionar el mundo existente, de atacar
y cambiar prá<:
ticamente las cosas establecidas» ( 47), pues «106 filósof06 no han
hecho
más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo
que se trata es de
transformarlo» (
48).
Cada una de estas citas, aceptadas,
corno hipótesis
de trabajo,
separadamente, puede que mantengan cierto sentido
y grado de va
lidez. Un cuerpo de ideas requiere, sin embargo, el acoplamiento per
fecto, en reciprocidad general o particular, de todos sus compo
nentes; exigencia que no se cwnple en 105 ejemplos apuntados, pro
vocando la pérdida de congruencia de base, también para sus des
cripciones singulares. Si no fuera así, ¿cómo cambia, si es que cambia,
lo que se dice determinado desde un principio? Volvem06 otra vez,
por analogía, sobre lo que más arriba
expusim06 al reflexionar
si la
acción revolucionaria era un auténtico acto libre. En síntesis, retor
namos al tema de la libertad, encuadrado ahora en la perspectiva de
la historia.
V alga aquí, finalmente, un alto
en la
precisión sartriana que, sin
negar la fórmula del materialismo eo cuanto
al origen, modo de
pro
ducción
y condicionamiento en el desarrollo de 106 epifeoómen06,
caracterizando la historia a través de sucesivas polarizaciones de fa
llos y éxitos, tensiones contradictorias y contraposiciones, insiste en
( 46) Carlos Marx: Idéologie al/emande, O. C., edic. cit., !, 5, pá
ginas 15 y sigs.
(47) Carlos Marx: op. cit., I, 5, pág. 31.
(48) Carlos Marx-F. Eogels: Te.ris sobre Fenerbach y otros escritos fi
los6ficos, Edic. cit., tesis XI, pág. 12.
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JOSE CALVO GONZALEZ
su Crítica de' la Razón Diaiírctica en señalar a la teoría del cono
cimiento
como el punto
más débil
de
la doctrina
marxista. Atento a
esta falla, que
habría de
localizarse en
la raíz de la propia fórmula
del materilismo dialéctico, recurre Sartre al histórico, en bien de
una actividad. creadora de
la subjetividad,
introduciendo
en ¿Qué
es la literatura? ( 49), con el deseo de una mejor comprensión de
la historia --que, según, él, no es totalmente subjetiva ni totalmente
objetiva-, el nuevo concepto de lo que denomina «antidialécti
ca» (50), que es en· sí misma dialéctica, y que posteriormente, en
su primera obra citada (51), va a separar de la dialéctica con el fin,
lo
deducimos por lo escrito hasta ahora, · de exponer uoa teoría social
que acabe con
loo aspectoo subjetivos y objetivos de la existencia hu
mana. Ya en el ensayo preliminar Marxismo· y Existencialismo
declara explícitamente cómo una de las metas del existencialismo es
el logro y descubrimiento de la «síntesis concreta... dentro de uoa
totalización dialéctica cambiante que no es otra cosa sino la histo
ria» (52).
No menospreciaríamos el -éxito de la consecución real de esa
«síntesis concreta.», ni subjetiva ni objetiva, pero tampoco esto nos
parece suficiente para acallar el núcleo de la permaoente discusión.
Si «el existencialismo también quiere situar al hombre en su clase
y anle los conflictos que le oponen otras clases, empezando por la
forma y las relaciones de su productividad, pero puede enfocar esta
«situación» en su aspecto de existencia... (y} · quiere así reintroducir
la singularidad insuperable de la aventura humana» (53), este hom
bre «en situación», pese a todo, persiste concebido como «realidad
material»-; es decir, un «ser orgán,ico» funcionalizado a otras reali
dades materiales que lo interaccionan en multitud de relaciones red-
(49) Jean Paul Sartre: ¿Qu'est-ce que la Jitterature?, Situattions 11, Li
brairie Gallimard, París, 1947, pág. 86.
(50) Vid. Ignacio Sotelo: Sartre y la R.azón Dialéctica, Edit. Ternos,
Madrid, 1967, pág,. 89-104.
(51) Jean Paul Sartre: Critique de la Raison Dialectique et Question
de
Méthode,
Librairie Gallimard, París, 1960, I, pág. 129.
(52) Jean Paul Sartre:
op. cit., pág. 29.
(53) Jean Paul Sartre: op. cit., pág. 108.
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LA TENSION MATERJA-ESPIRJTU
procas, que no puede llegar más allá de una «libertad situacional».
Y la libertad es mucho
más que esto.
En el enorme panorama de la libertad, Popper, eu su referido
estudio, selecciona
entre muchos el tema del
ayuntamiento historicis
mo-activismo. En principio, parece que existe de por medio un acu
sado carácter contradictorio
y, en efecto, así es, hasta. el punto de que
Popper concluye irónicamente que
es factible
conceder a
la razón hu
mana un cierto papel activo siempre y cuando, «esté de acuerdo con los
cambios futuros previstos por la ciencia historicista y les ayude a reali
zarse», pues de lo contrario el activismo no será «más que un sueño
utópico» (54). Este puede ser un dato indicativo, a la hora de in
tentar una comprensión de las antinomias de las citas anotadas ante
riormente, y recapacitar sobre el argumento global de la afirmación
materialista, que ha olvidado, en lo histórico, «el importante papel
que eo la cultura y en la historia juega el individuo creador. La obra
de éste, en lo que tiene de individual creación, es imprevisible, por
que no se origina de modo forzoso dentro y por virtud de uo coo
junto cerrado de previstas determinaciones que tengan que conducir
a un resultado único ... El olvido del factor io
y eo la historia implica uo gravísimo error» ( 5 5).
Y
el gravísimo error está ahí, eo un hombre al que no le queda,
extirpado del protagonismo de la historia ·en el continuo renovarse
del vivir histórico, del que sólo Dios conoce el sendero, el día y
la hora, sino ser sorprendido espectador encadenado a su moviente
asiento.
(54) Kar! R. Popper, op, cit., págs. 64-65.
(55)
Luis
Recasens Siches:
Tratado Gen6t'al de Sociologia, edic. cit.,
pág, 531.
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