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Número 165-166

Serie XVII

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Repercusiones de la inflación en lo rústico y en lo urbano, en lo industrial y en lo agrario

REPERCUSIONES DE LA. INFLACION EN W RUSTICO
Y EN LO URBANO, EN LO INDUSTRIAL Y EN
W
AGRARIO(*)
POR
JUAN V ALL1lT DE GoYTISOLO
l. La prudencia, según Saoto Tomás de Aquino ( en su res­
puesta del
a 1, q 47, II.ª II.ª) recoge de Sao Isidoro de Sevilla,
consiste -en, ver de lejos, en .ser perspicaz y prever < través de la incertidumbre de los suceso-s».
No se trata, pues, de ser cauto, astuto, parsimonioso, compone­
dor,

pastelero,
ni de saber salir del paso sorteaodo los problemas
inmediatos ... , sino de ser
sagaz en la observación de la realidad, en
captar la concatenación de causas y efectos., con visión larga y pro-­
funda, de modo tal que permita prever lo más conveniente para el
bien wmtin, que es la materia de la p,-,,denci" política.
En este! somero estudio, consistente en repasar los hechos mirando
hacia atrás, nuestro cometido es mucho más modesto, pues no tra­
tamos de prever, sino de conocer, a
través de
lo ya ocurrido,
obser­
vaodo las causas de los efectos Y" producidos y cotejándolos con las
pasadas, previsiones

-acertadas o equivocadas- e imprevisiones.
Nuestra
labor va a ser meranrente empírica. Trataremos de operar
como si fuéramos biólogos sociales, tomando específicamente como
campo de
experiencias el realmente comprendido

por nuestros re­
cuerdos, vividos en los últimos
treinta y cinco años, dato que aproxi·
rilad.amente
viene a coincidir con el tiempo transcurrido desde que
concluimos nuestra licenciatura.
(*) Ponencia desarrollada ante el Pleno de Académicos de Número
de la Real de Jurisprudencia
y Legislación el 20 de enero de 1975, publicada
en los
Anales de dicha Real Academia, Vol. V, 1977. Dado el interés ilustra.
tivo de esta ponencia, la reproducimos contando con autorización del autor.
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JUAN V ALLET DE GOYTISOLO
2. Notemos antes que, como ha subrayado Louis Salleron
(«Toujours l'inflation», en Itinéraires, 150, febrero 1971), una de
las
características del proceso inflacionario consiste en que
destruye y
transfiere para construir. Es cierto --como dice este sagaz econo­
mista~ que la vida econ6mica, como todo otro aspecto de la vida,
es siempre destrucción con vistas a la construcción, siempre es con­
sumo con vistas a la producción; pero mientras en. la vida normal
hay un ritmo y una proporción entre los aspectos destrucci6n y cons­
trucción, consumo y producci6n, toda proporci6n queda rota
y des­
quiciada en los períodos inflacionarios.
Naturalmente, esa mayor destrucción es una deseconomía que
fuerza una nueva, mayor, más rápida y más costosa construcción, que,
a su vez, acelera el ritmo inflacionario en una articulación cada vez
más dificil de dominar y, por ello, más tendente a la caída, provo­
cando
un alud.
Ese desequilibrio produce, a su vez,
otro desequilibrio
por las
h'ansferenoias de riqueza a que da lugar. También Salieron lo ha
suhnayado. «Las
transferencias de riqueza continúan. Del pequeño al grande.
Del
más débil
al más fuerte. Del individuo al grupo, y del grupo al
Estado. No
hay más que un automatismo: el de la construcción de
L81JÚltán, que sorbe k, sangre 'Y k, médula a rodas las céluk,s vivas de
todas las libertades.»
«La inflaci6n d,struye el capital de los individuos, de las fami­
lias, de las
asociaciones, de
las pequeñas
y medianas empresas, para
construir el capital del monstruo totalitario, que, armado de sus or­
denadores, somete
y planifica, atornillando la carne y el espíritu de
la humanidad.»
Aquí no vamos a profundizar acerca de ese evidente influjo de
la inflaci6n en la destrucci6n de las libertades y, paradójicamente a
la
vez, en

la hipertrofia del gran capitalismo
financiero y
en
el desa­
rrollo del socialismo, ya sea en beneficio del llamado
capitalismo mo­
nopolista de Estado o de la lenta pero implacable ttansformación del
Estado en capitalista único, que acapara así todos los poderes, sociales:
político, ecoo6mico y cultural,
Tampoco insistiremos -ya lo hicimos otras veces, la primera
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LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO UREANO
hace casi quince .años-en la antítesis de la inflación con la justicia.
Durante la inflación se produce un forcejeo entre los distintos sec­
tores sociales y entre los diferentes individuos, en el cual todoo tratan
de
transferir
a otroo los

efectos
dañinoo de
la inflación, como ocurre
en
el juego de la mona con la carta de este nombre. El enriqueci­
miento
y el emprobrecimiento ya no depende del trabajo productivo
y del
ahorro, sino
de la habilidad en este juego. Así se modifican
todas las reglas de
la moral en lo económico y, en general, en lo so­
cial, hasta llevar poco a poco a la pérdida del todo. sentido moral y
de lo objetivamente justo.
Vamos a limitarnos tan sólo a registrar las transferencias de ri­
queza, operadas por la inflación y por sus pseudorremedios, de unos
sectores a otros y observar sus consecuencias sociales.
3. En el siglo XIV, Nicolás Oresmio, al proclamar la necesidad
de que el valor de la
moneda se mantuviera estable y la ilicitud de
su alteración, que implicaba una inicua redistribución de la riqueza,
salvó de esa ilicitud el caso de guerra.
En
esta situación nos hallábamos después de nuestra guerra·de lrbe­
ración, y esa primera marea inflacionaria nos ofrece las primeras ex­
periencias, matizadas por las circunstancias especiales, internas y ex­
ternas, que la acompañaron y la consiguiente falta de oro, de divi­
sas y de capacidad exportadora.
Los remedios empleados fueron las tasas de precios, de alqui­
leres-, de los cánones arrendaticios, la intervención de ciertos pro­
ductos, de las importaciones y exportaciones, y el trato fiscal de los
beneficios extraordinarios.
El estraperlo sorteó la tasa y el racionamiento de los productos
alimenticios,
y el dinero afluyó a los labradores. En cambio, fue efec­
tiva la tasa de los cánones de los arrendamientos. La concurrencia de
ambos fenómenos llevó a que muchos arrendatarios compraran las
tierras
que cultivaban e incluso otras de cultivadores menos fuertes.
Sin embargo, es de notar que este fenómeno se produjo más allí
donde la propiedad
se hallaba
ya dividida que en
las regiones de
latifundios en las que abundaba más
el peonaje, y aun en aquéllas,
como consecuencia, a veces la propiedad se dividió en exceso, o los
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JUAN V.1LLET DE GOYTISOLO
labradores fuertes dejaron sin tierras a lo,; más débiles, que no pu­
dieron pujar
pam su compra el precio ofrecido por aquéllos.
En la industria., en un mercado intervenido, la tasas de precios
y el estraperlo se contrapusieron de tal modo que su choque produjo
una honda transformación
con el
carácter empresarial. Quien más
tarde fue ministro
y presidente del Consejo Nacional de Economía,
Pedro

Gual
Villalbl, lo
explicó con referencia al empresario catalán.
<<... hemos vivido una época de economía convulsa, los negocios
se hacían a trompicones ; además, en negocios de grandes cantidades
había. que moverse mu.cho y con riesgo. Los negocios se hacían te­
niendo que considerar
la legislación que había enfrente, con tasas,
racionamientos, fiscalías, sanciones. Esto operaba tanto en
la concep­
ción,

en
la mentalidad del empresario catalán, que éste se encontró
con este dilema: tenia que renunciar a sus ideas y hasta claudicar en
su moral, o su negocio iba a sucumbir, }X)tque el comercio de estra­
perlo era fatal. Hay una consideración que noo la hemo,; de hacer
todos, que es una lección histórica, fatal.»
Ello dio lugar a que varios empresari~s de solera acabaran ven­
diendo sus fábricas a sus mismo,; encargado,; o gerentes, enriquecido,;
por el estraperlo efectuado por su cuenta y riesgo, o que aquéllos de­
jasen la dirección a la generación joven.
«En Cataluña,
la expresión de "gerente joven" -sigue Gual
Villalbl-tiene

un significado
y llegaba o iba en camino de tener
una consistencia. Los gerentes jóvenes se reunían, celebraban sus
cenas, y así se iba contituyendo un cuerpo de gerentes jóvenes. El
gerente joven, naturalmente, era el adecuado
para llevar las empre­
sas en nuestros
días, pues

aportaba a ellas el desenfado de la juventud
y también los atrevimientos consiguientes.
»Por estas ·razones, el empresario joven, el gerente joven, ha ido
tomando una personalidad, y se fue haciendo un modo especial de
conducir los negocios.
Se ganaba en una hora lo que antes se ganaba
en un año, y ante la evidencia de esto hubo de claudicar
el empre­
sario viejo. Esto hizo perder, -en parte, en bastante parte, el espíritu
de prudencia, de cautela y el modo tradicional de conducir los nego·
cios, que se han ido
desv 760
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LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
4. Quienes pagaron realmente la inflación fueron loo jubilados
y loo pensionistas, en general, y también loo propietarios de fincas
arrendadas o alquiladas, que sufrieron la congelación de sus
alquile­
"es
y cánones arrendaticios. Es especialmente revelador seguir el
hilo de consecuencias que de las medidas
antiinffacionarias desgra­
naron. Tratando de sintetizarlas y ordenarlas, podemos señalar como
más destacadas :
a) La formación de un falso derecho ( siguiendo la terminolo­
gía que Rueff aplica a los surgidos del desorden causado de con­
sumo
por la inflación y por las medidas tendentes a frenar sus efec­
tos sin
atacar a
sus causas) de los arredatarios e inquilinos, derivado
del hecho de que el arrendamiento quedó convertido en el derecho de gozar de
la vivienda o local por menos renta de la que conmu­
tativamente le correspondería. Falso
derecho cuantitativamente valo­
rable
por la diferencia existente entre el valor en uso. de la vivienda
o el local arrendado y
el importe del alquiler tasado; y bajo otro
aspecto,
por la capiralización de esta diferencia. La primera diferencia
provocó los subarriendos y convivencias, autorizados o disimulados, y
la segunda, los traspasos y cesiones, aceptados o no, y las primas a
la propiedad o a los administradores venales para que los consin­
tiesen, y, además, invitó a conservar la vivienda alquilada o el local
arrendado fingiendo ocuparlo, aunque no se necesite, cuando la
ocupación es exigida para conservar el derecho, del que ya sólo in­
teresa ese
«falso derecho»,
correspondiente a aquella disparidad
entre el valor de su uso y el montante de su contraprestación.
b) La desaparición del interés del propietario por conservar en
buen estado
los edificios

arrendados, pues su «negocio» (identi­
ficado con su liberación de los «falsos derechos» de los arrenda­
tarios) consiste en que la casa resulte ruinosa, especialmente si la re­
gulación urbanística le permite edificar mayor volumen y, aún más,
si la valoración fiscal del
rolar le impulsa a lograr la efectividad de
ese valor. De esta útima circunstancia hemos visto desgranarse con­
secuencias lamentables, como la pérdida para Madrid de uno de los
más
bellos paseos de Europa, el de la Castellana. No es preciso ha­
blar de los edificios en mina, ni de algunas catástrofes originadas
al derrumbarse.
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JUAN V ALLET DE GOYTISOLO
e) Durante bastantes años su repercusión en un alarmante des­
censo de la
constrrn:ción (luego veremos cómo y a qué costa se lo­
gró salir de ese impase).
d) En definitiva, la tendencia a ]a desaparición del inquilinato,
no sólo en las .nuevas edificaciones, sino también en-las de renta
antigua, que fueron vendiéndose por pisos.
e) Y, a la vez, la deficiente construcción de las nuevas viviendas,
que ya no se ·edifican como antes, como inversión durad.era donde
colocar lo ahorrado, sino como un negocio rápido. No interesa la
solidez de la ronsttucción, que otrora pensaba legarse a los nietos,
sino
su inmediata
venta
con la máxima ganancia. El índice de dura­
ción de
los edificios

nuevos lógicamente sufre
reducción, a
la par que
!~ falta de reparaciones en las casas antigoas, por unos propietarios a
quienes no rinden, ha de repercutir también en que su duración
se reduzca. Así se incuba un

nuevo problema, que es endosado a las
generaciones inmediatas.
5. Podríamos seguir enumerando consecuencias en lo industrial
y en lo agrario, en lo, urbano y en lo rús,ico, de esa primera etapa de
la inflación, pero sólo enumeraremos la secuela que tuvo en la finan­
cfación del

crédito correspondiente a
la construcción, a las mejoras
agrícolas
y el aquipamiento indutrial. Dejaron de interesar al público
las cédulas hipotecarias, que por su renta fija
y valor nominal sufren
radicalmente la inflación. Primero se obligó a
Mootepíos y Mutua­
lidades a que acudiesen a suscribirlas. Por fin las tuvo que asumir
el
Estado o impuso su suscripción forzosa, oficial u oficiosamente, a
Bancos o Cajas de Ahorro, o bien estimuló la inversión privada me­
diante exenciones fiscales. importantes.
Como epilogo de esa primera fase, inreresa destacar que fue enor­
me

la carestía de
viviendas sufrida,
especialmente en las grandes
capitales, y la consecuente necesidad de promover la construcción de
viviendas económicas, forzó la interveoción del Estado y la habili­
tación del
crédito preciso

para ello, que, en
cootrapartida, sirvió
de
dispositivo para la explosión de
la segunda etapa inflaciooaria.
El

Estado moderno se considera con capacidad
y fuer.zas sufi­
cientes
y con la debida competencia para acometer, cOII medidas di-
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LA INFLACION EN LO R.USTICO Y EN LO UR.BANO
rectas o indirectas, toda clase de empresas, y entre ellas, sin duda, el
de nivelar la oferta de viviendas con su
demanda. Así
el presupuesto
se grava notablemente o aumenta extraordinariamente la emisión de
cédulas para la const:rua:ión -de suscripción más o menos forzosa
a
través del ahorro privado depositado en cuentas corrientes o li­
bretas
de ahorro--. De este modo resulta siempre más difícil la esta­
bilización
monetaria, y
las consecuencias de
~sas medidas las sufre ron
mayor

dureza el
sector privado propiamente dicho, al restarle po­
sibles
medioo.
Si

la inflación y la tasa de
loo alquileres
arruinó a un estamento
social, el de los caseros, pertenecientes a la conservadora clase media,
en cambio, la intervención del Estado, estimulando la construcción
con primas, préstamos a bajo interés y largo plazo, con exención de
impuestos, ha enriquecido a otros-en forma económicamente más
gravosa a la nación y en proporción muy superior al beneficio que
fue concedido

a los
antignos inquilinos
con el establecimiento de la
tasa.
Por otra parte, la promoción y la protección estatal se verifican
a ráfagas, por razones de oportunidad, que hieren la justi<:ia. En
efecto: El país se halla dividido, eo virtud de esa protección, en unos
propietarios duramente
gravadoo por la contribución urbana y arbi­
trios
municipaíes y en otros beneficiados en el 90%. Unos cons­
tructores disponen no sólo de las. OOnificaciones, sino del crédito a
bajo interés y largo plazo, y otros se hallan completamente despro­
vistos de protección oficial, siendo así que en ocasiones tal diferencia
de trato no depende sino de una pequeña distancia topográfica o de
una insignificante diferencia cronológica.
¿Se ha pensado en que,.
aparte
de la protección a las viviendas más modestas, sería tal vez
mejor que el Municipio
etnplease en la urbanización muchas plus­
valías, que pierde con la.s. bonificaciones, y en que la protección de las
nuevas construcciones no rigurosamente sociales fuese menor, pero
indiscriminada, como la vieja Ley del Ensaoche enseñaba?
Pero los
dos más graodes peligros que pueden resultar de la in­
tervención estatal, que, por otra parte, llega a ser necesaria en esa
materia, son
los siguientes :
l.Q Que los ciudadaoos se habitúen a no realizar esfuerzo im-
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JUAN V ALLET DE GOYTISOLO
portante alguno sin la orientación y ayuda del Estado y consideren
normal que éste
les facilite

gratuitamente el capital que necesiten
para construir o
wdquirir su

propia morada.
2.2 Que las medidas estatales que acompañan a la promoción
o protección de viviendas
beneficiosas para
los sectores de la pobla­
ción económicamente más necesitados, al propio tiempo, les someten
a éstos, a tan alto grado de dependencia de los poderes público,;, que
plantea
un grave problema político si
los beneficiarios
llegan a ser la
mayoría de la población. El precio consiste en la pérdida de la li­
bertad. Así Sauvy ha observado que en Francia: «Si
se penetra

más
profundamente en
los arcanos de la legis­
lación y de los reglamentos,
se observa que

los principales
esfuerzos
se

han desplegado no tanto en favor de la construcción de viviendas
como
contra la const:rucción juzgada no ortodoxa.» Siempre, plutot
mou,rh selon /.es regles que d'en rechfl/J1)e1' conue les regles,
6. Llegarnos a 1959 con la convicción de que era precisa la
estabilización. Algo antes, en Francia, Jacques Rueff había orientado
y realizado esa política, de la que además era su apóstol, defendién­
dola en escritos y conferencias, como la que pronunció el 8 de abril
de 1959
en la

Casa Sindical de Madrid, con
el título «El franco y
Francia a partir de la reforma
financiera de

1958». Esa inquietud
nos llevó a
estudiar el

terna desde el punto de vista jnrídico, que desa­
rrollamos en octubre de 1960 en
el Discnrso de Apertura de aquel año
judicial en la Audiencia territorial de Las Palmas
y, más ampliamente,
en Revirta Juridica de Cata/,uña del mismo mes, con el título «La
antítesis inflación-justicia>>.
Pero, tras la estabilización, no se hizo esperar, con el impulso del
desarrollo apresurado :y la ola turística, con el ingreso de divisas que
habían de ser traducidas en moneda circulante, una nueva ,etapa
inflacionaria, de cuyos beneficios hemos gozado en las capitales, pero
de cuyas consecuencias
dañinas ha venido sufriendo
nuestra agricul­
tura, mientras nosotros sólo las comenzamos a notar.
Repitamos lo observado al principio. Toda construcción acelerada
implim destrucción y transferencias, aceleradas también, que actúan a
la vez como causas y efectos. de una inflación, formando con ella un
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LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
conglomerado, o un círculo vicioso, risueño al principio, pero trágico
al final.
Perdonad
que me refiera, otra vez, al «Cuento chino» que a me­
diados del siglo
XIX Federico Bastiat incluyó en Sophismes économi­
ques, como ilustración frapmte. Narraba el autor que un empe­
rador chino ordenó cegar el canal que unía
las grandes ciudades de
Tchin y Tchan y construir, a una distancia de treinta kilómetros, una
carretera paralela al antiguo
cauce. Al

poco tiempo, en tomo a la ca­
rretera comenzaron a surgir fondas, hoteles, talleres, comercios y suce­
sivamente se construyeron pueblos y después ciudades. ¡La sabiduría
del emperador fue por todos admirada y loada! Hasta que pudo ad­
vertirse que lo ocurrido se había reducido a consumar un traslado de
riqueza y de la vida misma, que había existido en torno al canal, a los
bordes de la carretera que le sustituyó como medio de comunicación.
Y, aún, con todos los inconvenientes humanos, y el consiguiente gasto
que todo traslado significa.
El finado
Raymond Bermrier,

notario
francés, alcalde
que fue de
Mesnil
Saint Denis,

secretario
de la

Sección francesa del
Consejo de
Municipios

de Europa y vicepresidente de
la Asociación de Alcaldes
de
Francia, en la comunicación que presentó al Congreso de Alcaldes
de Francia de noviembre de 1966,
observaba que

muy a menudo, en las
comarcas «donde se
esperaba el nacimiento de

'polos de desarrollo',
aparecían,
¡,oc el contrario, áreas de depresión, porque los pueblos ya
existentes absorbían para
su provecho propio, todos
los beneficios cir­
cundantes, produciendo

inmensas
áreas de
depresión en toda Francia».
Y así,
concíuía, «la dulce

Francia, coya riqueza, armonía
y equilibrio
han sido durante largo tiempo la envidia del mundo entero, ha sido
revuelta por un desequilibrio ruinoso entre las ciudades superpobladas
y las campiñas exangües».
Especialmente, ese fenómeno vacía
el campo,
falto de
protex:ción,
que

ve a sus antiguos pobladores marchar a la ciudad como obreros de
industrias protegidas, mientras las
tierras quedan

incultas y poco des­
pués invadidas de maleza.
Se producen verdaderas deportaciones económicas y sociales, pro­
vocadas por la
aceleración de la

expansión industrial
y por la dismi­
nución del bienestar agrario, frenado mediante importaciones. de cho-
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JUAN V ALLET DE GOYTISOW
que, dirigidas a impedir que el alza de los precios agrícolas sea pa­
ralelo a la subida de los salarios y precios industriales.
lista transferencia

del campo a la ciudad
y a las nru:vas industrias y
construcciones, y en ayudas a. éstas de lo descapitalizado en las aniqui­
ladas, que
es prorectada en fomna precipitada y suele realizarse dema­
siado velozmente, va inevitablemente vinculada a un proceso infla­
cionario.
No afirmamos en modo alguno, como hoy suele asegurarse, que no
es
posible el
desarrollo sin inflación.
listo no es cierto. Se tienen evi­
dentes
prueoos de

la
contrario. Jesús Prados Arrarre, en

su reciente
libro
lA inflación, recuerda algunas. En el Reino Unido de Gran
füeraña e Irlanda los precios cayeron desde 1870 a 1895, pero el
product0 nacional bruto suhi6 más

en
esre período
que en el
si­
guiente 1895-1913, con los precios en alza. En U. S. A., el decenio
que en relación al anterior
acusó el máximo aumento per et,pi,ta de
dicho producto fue el 1879-1888, ya que creció en un 50,6 %, mien­
tras bajaron los precios un 19,5 %. Después de la Segunda Guerra
Mundi,,1, Alemania

Federal
y Japón consiguieron los máximos índi­
ces de desarrollo con precios relativamente constantes, mientras mu­
chos países iberoamericanos, que han utilizado deliberadamente la in­
flación como

instrumento
del desarrollo,
han visto que
el índice de éste
se les reducía en relación al alcanzado en períodos anoeriores.
No
afirmamos, ni
podemos afirmar, pues, que necesariamente
ha­
ya correlatividad entre

desarrollo natural y sólido
con la inflación.
Lo que decimos es que ese tipo acelerado y destructor de desartollo
forzado sí que va siempre
ligado a

la inflación, hasta que finalmen­
te va siendo asfixiado
po< ella.
7. Aparte de lo expuesto, la inflación en
el ámbito industrial
tiene como inevitables consecuencias el desgaste y la malinversión de
capital. Lo primero, porque, al estar valorado el capital en moneda
sana, fáálmente los beneficios, obtenidos

en mooeda inflacionaria,
parecen mayores

si no
se advierte que

las sumas destinadas a
aroorti­
zación y previsión no han de calcularse con relación a las cifras que
fueroo contabilizadas en
moneda sana,
sino traduciéndolas a su
equi­
valencia ero la de curso actual, tal vez incluso a la que se calcula
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Fundaci\363n Speiro

LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
para el momento en que se haya de reponer o de hacerse efectiva la
previsión.
La malinversión es una consecuencia: en primer lugar, del aumen­
to ocasional de consumo, produádo, po,r la inflaáón, y de la cree&
cia en que este mayor consumo será permanente, y, en segundo lugar,
de que, en cambio, se resta este capital d_e fabricaciones que tienen ase­
gurado un necesario consumo real, pero que durante la inflación
resultan meaos reotables por sufrir implacablemente los efectos de
las medidas antiinflacionarias adoptadas por el Gobierno. Así ocurre
que industrias que realmente debieran haber crecido pueden quedar
estacionarias, decrecer e incluso arruinarse, por haberse descapitali­
zado; mientras tanto se producía afluencia de capital hacia produc­
ciones de menos interés para los consumidores, o simplemente margi­
nales en momentos. de normalidad monetaria.
El fenómeno ha sido subrayado por Luis Olariaga: «Sacar obreros
de la agricultura para incrementar el peonaje de industrias que sólo
transitoriamente pueden mantenerse sin periclitar, no puede entusias­
mar a ningún economista. Al ingeniero, al político, al sociólogo,
puede bastarles con organizar empresas, con establecer industrias,
con hacer cosas que se vea:n.; mas para que el economista pueda dar
su beneplácito es menester que las empresas que se crean tengan uti­
lidad áerta para la defensa o para la vida económica del país, o
arrojen productos exportables
o prometan
un rendimiento,
estable y
ofrezcan

con ello segnridades de perduración a
las empresas. Lo

demás
es, sencillamente, amontonar cargag, públicas en el asilo presupues­
tario estatal.»
Pero, además, hay otro hecho que no es posible olvidar:
Los
bienes que existen en, la tierra no son patrimonios de una
sola generación. Tenemos verdaderos deberes con nuestros hijog,, tan­
to
mayores cuanto mayor sea el patrimonio que nos hayan legado
nuestros padres.
La justicia conmutativa ti-ene en este aspecto un.a. dimensión jn­
tertemporal.
Y,

en
este sentido,
es
evidente: a) que la inflación consume el
ahorro líquido de las generaciones anteriores en proporción a la
dimensión de la inflaáón produáda ( el ahorro, pierde poder de in-
767
Fundaci\363n Speiro

/UAN V ALLET DE GOYTISOW
versión al desvalorizarse con la in(lación, y, en consecuencia, la
gente va acostumbrándose a no ahorrar), y b) qne, al producir des­
capitalización y
malinversión de

capitales, es natural que gravará
te­
rriblemente a las futuras generaciones, que tendrán qu~ luchar para
recuperarlo. Rueff lo ha dicho lapldariamente. «La inflación no sólo
destruy,e el presente, sino

el porvenir, cuya fuente ciega ... »
De la inflación
sólo se sale mediante !~ austeridad, a través de un
período de
deflación o

cayendo en la catástrofe
y, en todo caso, la
generación qne

haya gozado en
la euforia de los primeros años de
la inflación habrá dilatado su probelma, endosándoselo a la nneva
generación, emprobrecida en igual medida que la descapitalización
o inflación snfcida.
No se olvide qne la inflación
indefinida es

imposible, porque
produce un movimento autodes-tructor.
La nueva generación pagará con su trabajo y sufrirá con su sa­
crificio lo que la anterior despiJfarró, descapitalizó
y malinvirtió.
Después de
haber escuchado hasta

la saciedad
la vanagloria
de sus
gobernantes, que presumían de haber elevado el nivel de vida, ter­
minará dándose cuenta de que todo fue ficticio y que no hizo más
que gastar los ahorros de las generaciones anteriores y empeñar e
hipotecar a las siguientes.
Unos gobernantes con
medidas dolorosas y antipopulares pur­
garán
y harán purgar los éxitos ficticios de qne se vanagloriaron sus
antecesores, que los habrán obtenido a costa de la inflación.
El
canciller federal

Erhard fue
rotundo al respecto: «La
infla­
ción nos viene sobre nosotros comai una maldición o un hado trá­
gico; es siempre una política desaprensiva o criminal la que la
provoca.» Tiende a sustituir la seguridad familiar por
la ,seguridad
social, consiguiendo, por lo menos, destruir la primera, pero sin al­
canzair la segunda en forma efectiva, sino Ún sólo de un mOOo
ilusorio.
8.

Pero veamos,
al menos panorámicamente, algunos de los
efectos más visibles de la más fuerte y voluminosa transferencia ope­
rada en nuestro país en
es~ tercera etapa de inflación, en la que to-
768
Fundaci\363n Speiro

LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
davfa vivimos, ahora cuando ya palpamos sus consecuencias dañinas,
incluso en secto,res que al principio resultaron beneficiados por ella.
Santiago Carrillo (Demdin l'Espagne, pag. 184) no disimula
cuán favorable resulta para el cambio
politico,, propugnado
por el
P.C., el empobrecimiento relativo sufrido por los campesinos, que
durante la República
se hallaban

«bajo la influencia de
la reacción»:
«Hoy han llegado a ser muy pobres, viven en condiciones peores que
los obreros. Coo triaJ. Hay

descapitalización en el campo en beneficio de la indus­
tria ... » «Esta masa
campesina, que

en tiempo pasado representaba la
base de sostén de las fuerzas de derecha en el campo, está en trance
de convertirse en fuerza de apoyo de
la democracia» ( en el sentido,
naturalmente, que se asigna a esta palabra en términos del P.C.). Al lado de este hecho, las grandes ciudades caecen acelerada­
mente,
multiplicándose los

problemas
de todq orden -polución, con­
gestión de la circulación, delincuencia, drogas, etc.-, que inevitable­
mente provocan estas aglomeraciones, mientras el campo se despuebla,
abandonándose los lugares, comenzando por los más
agresres. La
multiplicación de incen ción .de perros asilvestrados no son temas ajenos· a este' abandono. Se
produce o aurnrota la carest!a de algunos productos que antes eran
excedentarios ... Hace poco se ha firmado con Fidel
Casrro un
acuerdo
comercial y crediticio, ventajoso para Cuba, a fin de poder adquirir
azúcar a precio más de cuatro veces más caro -sin contar el coste del
transporte trasatlántic<>----del que hundió uuestra producción remo­
lachera,

antes sobrante.
Sin embargo, pese a todos sus graves inconvenientes y peligros,
hay una razón política que, hoy por hoy,
hace casi

imposible el cese
del
crecimiento de

las grandes ciudades. El bienestar de éstas preo­
cupa más que el de los campos, aldeas
y pueblos, aunque éstos re­
presenten
la sa:lud del país, mientras las grandes ciudades sean su
enfermedad. La

ciudad es el escaparate en el que se
exhibe toda
la
obra de gobierno, contiene una masa capaz de
~Iterar el

orden pú­
blico mucho más que todas las
dispersas familias

campesinas,
y reúne
unos intereses creados que forman núcleos de presión importantes.
Spengler (Año, decisivas, § 16) señaló ya que en 1850, al suprí-
769
Fundaci\363n Speiro

JUAN V ALLET DE GOYTISOW
mirse los derechos de impottación del trigo, se sacrificó el labrador
al
obrero. Y Heruy Cosron (Les technoorates et la sinarchie, capím­
lo

V.,
in fine) subraya que en Francia, con referencia al Plan Hirsh,
se afirmó que la elevadón de la renta nacional no debía quedar neu­ tralizada con un
alza de

los precios agrícolas. Así
el labrador es sa­
crificado al industrial, al
comerciante y al financiero.
Si
se defiooden con

aranceles los productos
industriitles y se frena,
pese a la depreciadón de la moneda, el incremento de los precios de
los productos
agrícolas medianre importaciones de

choque
y si en
contraste
se favorece la

subida de los sueldos en las
empresas ciudada­
nas, d campo seguirá desangrándose y su sangre poblará los suburbios
de las ciudades donde
el emigrante piensa hallar otras posibilidades. Si
los líquidos de
las explotaciones agrarias

se
incrementan y se prodi­
gan las exenciones a las. construcciones urbanas, el campo seguirá
vaciándose y las ciudades creciendo. Si ... , etc.
El campo
se descapitaliza,
la agricultura rinde al cultivador
menos
que cuaiquier otra actividad; y, pa,ra decla,rarlo viable

o marginal, su
productividad se calcula en dinero
a:l precio de venta de sus pro­
ductos; no, como sería lo correcto, en calorías suficientes para ali­
mentar una familia. él.os tecnócratas han calculado el mínimo óptimo
de habitantes que
el campo debe contener para que sus productos
sean congruentemente
rentables a
los
campesin06 a
la par que su
precio
resulte el mlnimo para la población urbana, sin pararse a
pensar que con igual razón

aquéllos podrían pretender que el
sector
terciario

se redujera también al mínimo
y su productividad fuese la
máxima, para

que los
impuest06 y los costos de 106 servicios les re­
percutieran a los labradores lo
lDffiOS posible. Pero la mentalidad ur­
bana predominante
piensa en

el campo como un lugar de recreo,
propio, para veranear; cazar, hacer urbanizaciones, montar parado­
res ... ¡Hasta que vuelvan los tiempos de vacas flacas!
La inflación se halla íntimamente ligada a este fenómeno de
tronsferencia de riquezas y hombres del campo a la ciudad, junto al
' que actúa como causa y como consecuencia, en un endiablado drcuio
vicioso. Los problemas de la ciudad -vivienda, transportes, paro,
en especial- piden como
soludón fácil,
aunque momentánea, el
recurso a la
inflación; los remedios empleados, ¡,ara que

ésta no pro-
770
Fundaci\363n Speiro

LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
duzca el alza de los artículos alimenticios, empobrecen y despueblan
el campo, y, miientras éste se despuebla, crece la ciudad y se reprodu­
cen ampliados sus problemas. Estos no se
resuelven curando el pus

de los suburbios si con ello
se
aumenta la hinchazón enfermiza

de
la ciudad. La cucación sólo
podría
Jogra,se si se evitara el

desequilibrio ciudad-campo y se
lograse
el manrenimento de su estabilidad, lo cual, como condición
imprescindible, requiere moneda

estable que excluya las consecuen­
cias que inevitablemente
dimanan de

los pseudorremedios
de la
in­
flación.
9-Lo cierto es que en cuanto nos encaramos con el tema de las
viviendas urbanas de renta o precio asequibles a
la masa trabajadora,
en momentos de inflación
y de crecimiento vertiginoso de las ciuda­
de:S, 'los problemas van sa'lien.do, como las cerezas de los ceistos, arras­
trando otros: La vivienda económica requiere suelo barato, y la
carestía de los solares, se dice, es fruto de la especu!aci6n del suelo.
A veces quienes más insisten en el tema son los mismos qlle tratarán
de lucrase después con la especulación inmobiliaria, consistente en bene­
ficiarse

en la venta de las
,edificaciones por ,Ja circunstancia de haber­
las

construido en suelo que fue comprado
barato.
Aquí se busca nn nuevo «chivo expiatorio». Si antes oíamos hablar
continuamente de -Ios abusos de los caseros o lo leíamos en letras de
molde, hoy se hace correr Ia tinta o desahogar la boca hablando de la
especulación del suelo. AJ atacarla, se pretende a la vez --<::onsciente o
inconscientemente--que

con
el debe inflacionario carguen los propie­
tarios de terrenos. No
se tiene

en cuenta que a muchos de ellos
el creci­
miento

urbano les ha destruido su
paz o su modo de vivir, transfor­
mando sus tierras hasta ahora de cultivo en solares potenciales, motivo
por
el cual no sólo dejan de ser labradores, sino que o bien aceptan
ser convertidos en presa de los verdaderos especuladores o, en _otro
caso, son presentados como enemigos del bien público si resisten
las ofertas de éstos o recurren contra los pla.o.es urbanísticos pro·
yectados. Se trata de pagarles con precios de ayer lo que luego se
intentará vender con precios de mañana, que tail vez serán compensa­
dos a los futuros compradores con primas o bonificaciones que,
a
771
Fundaci\363n Speiro

JUAN V AUET DE GOYTISOLO
su vez, deberán ser enjugadas con una nueva inflación. Subrayemo5,
con Fran~ois Saint-Pierre («Maitrise des

sois ou maitrise
des homes?»,
en Aide au /o,gement, 134, mayo 1974), que los verdaderos espe­
culadores son quienes, anticipadamente bien informados del volumen edificable, fijado en una
zon~ por

el organismo estatal competente,
compran
terrenos agrícolas

que casualmente ( ?) serán pronto ur­
banizados.
Hace años nos referimos a Jos

remedios generalmente propues­
tos
para impedir la especulación del ruelo. No vamos a repetir su
enumeración ni su crítica. Sólo añadiremos unos párrafos del refe­
rido articulo de Fran~ois Saint-Pierre, en los cuales analiza la cono­
cida propuesta de estatizar o municipalizar el suelo, que luego los
organismos adecuados adjudicarían a los particulares en exclusivo
uso para la construcción efectuable conforme al específico destino
de lo edificado. Habla de Francia
y señala los previsibles resultados
de esa
fórmula: «Sólo

los amiguetes podrian construir, mientras los
otros no obtendrian los terrenos necesarios. Y si los distribuidores
quisieran dar una
razón, les

resultaria muy sencillo decir a
fos demás
:
"Bien quisiera daros un
terreno, pero no hay para todos." Con la atri­
bución de los terrenos se recibiría la indicación de concertar la cons­
trucción con tal empresa o de encarga.1::la a tal arquitecto, cosa que ya
ocurre con las peticiones de autorizá.ción para construir; es decir,
que las empresas no gratas quebrarian y los arquitectos indepen­
dientes no podrian subsistir. Y, aún, en caso de no haber alojamiento
para todos, sólo quienes se conformaran con la voluntad de los man­
damases podrian

obtener un techo
para sus hijos. La esclavitud se
reirustauraría poco a poco, comenzando_ por los más pobres.»
10. Nosotros repetiremos cuáles creemos que son los remedios
posibles
y eficaces.
Previamente recordemos que aquellos remedios de la inflación que,
para paliar sus
,efectos en cuanto perjudican

a las masas ciudadanas,
frenan la subida de los productos alimenticios, dan lugar a que se
despueblen los
compos, y

hacen huir a emigrantes hacia las ciudades,
mientras que por
los efectos

expansivos,
propios de
la misma infla­
ción que no son frenados, estas ciudades crecen y se extienden. Esto
772
Fundaci\363n Speiro

LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
ya de por sí hace subir la demanda de solares, tanto y tan rápida­
mente corno se prevé que será aquella expansión. Por ello, como
no es posible eliminar los efectos sin erradicar sus causas, si ver­
daderamente quiere resolverse el problema, hay que atajar al fenó­
meno

actual que concentra la población del país en los grandes núcleos
urbanos y hay que atacarlos en sus
mismas raíces.
En primer lugar, es preciso. nada más, pero nada menos, mante­
ner estable el valor de la moneda. Como ha observado Sauvy: «A
falta de moneda metálica, a falta de moneda de papel sólidamente
sostenida, los particulares buscan, muy naturalmente, otra sustancia y
la hallan en la piedra.» Si la mala moneda desplaza del mercado a la
buena, el papel inflacionario hace fluir los ahorros hacia
los terrenos.
No

se trata sino de una aplicacióo de
la ley de Gresham: la mo­
neda mala quita siempre el puesto' a ta buena. Cuando toda la mone­
da es mala, la
moneda buena es sustituida por otros bienes que asu­
men su función de a!horro. La tierra, que sustituye al metal precioso
y más aun si está urbanizada ( que equivale a moneda de metal acu­
ñada), tiende a servir de ahorro, en general más para evitar que lo
ahorrado sufra los
efectos de la depreciación de la moneda oficial
que propiamente para especular.
Se dirá que también cabe equilibrar con la moneda desvaloriza­
da los terrenos no edific.ados, desptreciándolos, a su vez, con im­
puestos que agoten su valor
o que lo reduzcan paralelamente. De
conseguirse, nos tememos, que el frac.aso sería mayor. Si no se hallaran
otros sustitutivos de la moneda buena, el hombre dejaría de ahorrar,
de prever, de ser responsable de su futuro y del de sus
hijos. El
Estado

tendría que
ahorrar por
todos, que financiarlo todo, que ser
responsable por todos; y todos seríamos ,esclavos de quienes asu­
mieran las palancas de mando de ese Estado que se ocuparía de todo.
Dependeríamos de ellos como el ganado de sus pastores y estaríamos
guardados por sus guardianes como el rebaño por
sus perros.

En el
mejor de los casos, podríamos aspirar a ser ganado bien alimentado,
bien cuidado y bien educado. Tenemos ya muestras en diversas partes
del mundo ...
11. La privaci6n, incluso potencial, de los instrumentos pre-
773
Fundaci\363n Speiro

JUAN V ALUJT DE GOYTISOLO
cisos, para que su iniciativa pueda desarrollarse acaba desvalorizando
al hombre. Elías Canetti (Marte et ptlissance, Gallimard, 1966,
págs. 194
y sigs.) ha observado la correlación entre inflación mone­
taria
y la masificación del hombre, y entre la concurrente desvalo­
rización de éste
y la del dinero.
«Tal vez se vacile en atribuir al dinero, cuyo valor es fijado ar­
bitrariamente por los hombres, efectos generadores de las masas que
sobrepasan en mucho su propio destino y que tienen algo de absurdo
y de infinitameote humillante.» Con la inflación, el individuo «ha
perdido

su
solidez y sus límites; es diferente en cada instante. Ya
no es como una persona; ya carece de toda especie de
dureza. Tiene
cada
vez menos

valor ... ».
«Se puede
observar en la inflación una
al­
garabfa de devaluación en la cual los hombres y la unidad monetaria
se confunden
del modo más extraño. Son intercambiables ... » «Y
t juntos

están entregados a
ese mal dinero, y todos juntos tam­
bién se sien.ten, como él, sin valor.>>
¿Puede salirse de la inflación sin caer en la esclavitud, cuando
el hombre está masificado? El proceso
comieoza cuando

se confunde
el significado del bien
común, y se le orienta! hacia fabricar más para tener más, en lugar de
dirigirlo a ser mejores. Entonces las obras se consideran primero que
el hombre. Lo que es
para el hombre preocupa más de lo que es el
hombre. En seguida surgen los aprendices de brujo que, queriendo
edificar la ciudad ideal, la utopía, comienzan a construir la
torre de
Babel.

Para
conseguirlo es
preciso falsear todos los valores
y, natu­
ralmente, también la moneda. Luego bastante será lograr dejarse llevar
por
la riada sin ahogarse. Los remedios, en general, lo van evitando,
pero
agravan la

situación. Aún se piensa que del nuevo diluvio po­
demos salvamos haciendo más alta la torre de Babel, es decir, ensan­
chando las urbes y volcando en ellas cada vez más dinero, aunque
más despreciado, y concentrando más hombres fugitivos del campo,
al que siempre más duramente se le echa en cara su retraso y lo ar­
caico de sus
estructuras, lejanas al ritmo trepidante de los motores.
12. En
la depreciación del hombre, que la inflación produce,
tal
vez lo

más grave es su pérdida del sentido real de la justicia, que
774
Fundaci\363n Speiro

LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URJJANO
se sustituye por imágenes utópicas, incompatibles con la naturaleza
real del hombre. Perdónenme que, para concluir, repita dos párrafos
que consigné hacia el final de mi es~dio < ticia>>.
«En el precio que por la inflación debe pagar la sociedad al
Estado, tal vez la prestación
más grave sea la imposibilidad de jus­
ticia en materia económica ...
»Cierto que hoy nos hallamos en un mundo que pretende supe­
ditar el
derecho y la jr,,sticia a la efectividad y la eficacia ( añadamos
que incluso llega a confundirlas). Pero precisamente contra este cri­
terio debemos luchar. La técnica ha de estar al servicio del hombre y
_de sus fines, no viceversa. Conviene recordar aquel fragmento del
diálogo Gorgfas, en que Platón nos relata la réplica de Sócrates a su
positivista contradictor Calicrates,. cuando éste exaltaba a Temístocles,
Cimón y Pericles: 'Ello, han engrandecido el Ertado, proclamar, los
atenienses, pero no ven que este engrandecimiento no es más que
uná hinchazón, un tumor lleno de pobredumbre, porque de una ma­
nera descabellada est/Js antiguos políticos han llenadu la ciudad de
puertos1 arsenales, muraUas, ifributos, y otras necedades semejantes,
sin conseguir la
1templanza y la justicia.'»
Conviene recordar que la historia nos enseña que, después, tam­
bién se arruinó Atenas y que perdió su libertad por muchos siglos ...
De nada sirve que la sociedad se enriquezca si el
hombre se
des­
valoriza. Su bienestar, su paz materfal, su cultura, incluso, resultarán
efímeros si se desvaloriza su templanza, su fortaleza y su sentido real
de la justicia, aunque la culpa arranque de que haya fallado la pru­
dencia ( en el sentido clásico del
término) de
los gobernantes en el
momento en que pareció alcanzarse el apogeo. ¿ Habrá, ahora, suce­
dido esto a escala mundial?
Como nuevos Prometeos, hemos querido robar el fuego a la
Divinidad, pero no hemos hecho sino algo parecido a lo que Goehte
narra, en
Pauto --de aquel pobre diablo al que se le convirtieron
en escarabajos
las arentas del collar que habla tomado como perlas-,
preanu.nciándonos así nuestra decepción final, tras el engaño de la
euforia
que en sus comienzos. nos había hecho sentir la inflación,
cuando Mefistófeles, disfrazado de bufón del rey, había ido con­
virtiendo todo lo que
tocaba en
oro, ficticio al
fin.
775
Fundaci\363n Speiro

¡UAN V ALLET DE GOYTISOLO
APOSTILLA
Cuando leimos esPa comumcaci6n en el Pleno de Acáliémicos
numerarios, nos hallábt:mUJs en España
,en la enumB1'ada como ter­
cera ola inflacio,,,,,.;a a parti1' de nuestra posguerra. Hoy, tres años
más ttwde, sin haber remitido aquélla, nos ha/.tamos en una cuar­
ta, que parece mucho mayor, y en plena stagflation. ¿Qué sector
pagará
ahorri los vidriO's rotos

de
la inflación, aparte de pensionistas
y aseguráiids? ¿Quedará quebrantada la industria que en las fases
anteriores se desarrolló? ¿Es de prever1 esperialmente1 un trasvase
del sector prhJado, al sector público, por ltM consiguientes municipa­
lizaci de empresas ahogáiias por

los
precios
pollticos
impue.rtos? Lo indudable' es que la fuerza revolucionaria de
la infkN:i6n resulta evidente en todos sus aspectos.
776
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