Índice de contenidos
Número 165-166
Serie XVII
- Textos Pontificios
-
Estudios
-
Las asociaciones intermedias en el pensamiento de Elías de Tejada
-
El movimiento GRECE: Apuntes para la historia de los heterodoxos
-
Wilhelm Reich, sexo y revolución
-
La tensión materia-espíritu desde sus connotaciones axiológicas e históricas
-
La estatización de la enseñanza
-
El pensamiento contrarrevolucionario español: Benito Mª Sotelo de Noboa, Marqués de Villaverde de Limia
-
Repercusiones de la inflación en lo rústico y en lo urbano, en lo industrial y en lo agrario
-
- Actas
- Crónicas
Autores
1978
Repercusiones de la inflación en lo rústico y en lo urbano, en lo industrial y en lo agrario
REPERCUSIONES DE LA. INFLACION EN W RUSTICO
Y EN LO URBANO, EN LO INDUSTRIAL Y EN
W
AGRARIO(*)
POR
JUAN V ALL1lT DE GoYTISOLO
l. La prudencia, según Saoto Tomás de Aquino ( en su res
puesta del
a 1, q 47, II.ª II.ª) recoge de Sao Isidoro de Sevilla,
consiste -en, ver de lejos, en .ser perspicaz y prever <
través de la incertidumbre de los suceso-s».
No se trata, pues, de ser cauto, astuto, parsimonioso, compone
dor,
pastelero,
ni de saber salir del paso sorteaodo los problemas
inmediatos ... , sino de ser
sagaz en la observación de la realidad, en
captar la concatenación de causas y efectos., con visión larga y pro-
funda, de modo tal que permita prever lo más conveniente para el
bien wmtin, que es la materia de la p,-,,denci" política.
En este! somero estudio, consistente en repasar los hechos mirando
hacia atrás, nuestro cometido es mucho más modesto, pues no tra
tamos de prever, sino de conocer, a
través de
lo ya ocurrido,
obser
vaodo las causas de los efectos Y" producidos y cotejándolos con las
pasadas, previsiones
-acertadas o equivocadas- e imprevisiones.
Nuestra
labor va a ser meranrente empírica. Trataremos de operar
como si fuéramos biólogos sociales, tomando específicamente como
campo de
experiencias el realmente comprendido
por nuestros re
cuerdos, vividos en los últimos
treinta y cinco años, dato que aproxi·
rilad.amente
viene a coincidir con el tiempo transcurrido desde que
concluimos nuestra licenciatura.
(*) Ponencia desarrollada ante el Pleno de Académicos de Número
de la Real de Jurisprudencia
y Legislación el 20 de enero de 1975, publicada
en los
Anales de dicha Real Academia, Vol. V, 1977. Dado el interés ilustra.
tivo de esta ponencia, la reproducimos contando con autorización del autor.
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Fundaci\363n Speiro
JUAN V ALLET DE GOYTISOLO
2. Notemos antes que, como ha subrayado Louis Salleron
(«Toujours l'inflation», en Itinéraires, 150, febrero 1971), una de
las
características del proceso inflacionario consiste en que
destruye y
transfiere para construir. Es cierto --como dice este sagaz econo
mista~ que la vida econ6mica, como todo otro aspecto de la vida,
es siempre destrucción con vistas a la construcción, siempre es con
sumo con vistas a la producción; pero mientras en. la vida normal
hay un ritmo y una proporción entre los aspectos destrucci6n y cons
trucción, consumo y producci6n, toda proporci6n queda rota
y des
quiciada en los períodos inflacionarios.
Naturalmente, esa mayor destrucción es una deseconomía que
fuerza una nueva, mayor, más rápida y más costosa construcción, que,
a su vez, acelera el ritmo inflacionario en una articulación cada vez
más dificil de dominar y, por ello, más tendente a la caída, provo
cando
un alud.
Ese desequilibrio produce, a su vez,
otro desequilibrio
por las
h'ansferenoias de riqueza a que da lugar. También Salieron lo ha
suhnayado. «Las
transferencias de riqueza continúan. Del pequeño al grande.
Del
más débil
al más fuerte. Del individuo al grupo, y del grupo al
Estado. No
hay más que un automatismo: el de la construcción de
L81JÚltán, que sorbe k, sangre 'Y k, médula a rodas las céluk,s vivas de
todas las libertades.»
«La inflaci6n d,struye el capital de los individuos, de las fami
lias, de las
asociaciones, de
las pequeñas
y medianas empresas, para
construir el capital del monstruo totalitario, que, armado de sus or
denadores, somete
y planifica, atornillando la carne y el espíritu de
la humanidad.»
Aquí no vamos a profundizar acerca de ese evidente influjo de
la inflaci6n en la destrucci6n de las libertades y, paradójicamente a
la
vez, en
la hipertrofia del gran capitalismo
financiero y
en
el desa
rrollo del socialismo, ya sea en beneficio del llamado
capitalismo mo
nopolista de Estado o de la lenta pero implacable ttansformación del
Estado en capitalista único, que acapara así todos los poderes, sociales:
político, ecoo6mico y cultural,
Tampoco insistiremos -ya lo hicimos otras veces, la primera
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LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO UREANO
hace casi quince .años-en la antítesis de la inflación con la justicia.
Durante la inflación se produce un forcejeo entre los distintos sec
tores sociales y entre los diferentes individuos, en el cual todoo tratan
de
transferir
a otroo los
efectos
dañinoo de
la inflación, como ocurre
en
el juego de la mona con la carta de este nombre. El enriqueci
miento
y el emprobrecimiento ya no depende del trabajo productivo
y del
ahorro, sino
de la habilidad en este juego. Así se modifican
todas las reglas de
la moral en lo económico y, en general, en lo so
cial, hasta llevar poco a poco a la pérdida del todo. sentido moral y
de lo objetivamente justo.
Vamos a limitarnos tan sólo a registrar las transferencias de ri
queza, operadas por la inflación y por sus pseudorremedios, de unos
sectores a otros y observar sus consecuencias sociales.
3. En el siglo XIV, Nicolás Oresmio, al proclamar la necesidad
de que el valor de la
moneda se mantuviera estable y la ilicitud de
su alteración, que implicaba una inicua redistribución de la riqueza,
salvó de esa ilicitud el caso de guerra.
En
esta situación nos hallábamos después de nuestra guerra·de lrbe
ración, y esa primera marea inflacionaria nos ofrece las primeras ex
periencias, matizadas por las circunstancias especiales, internas y ex
ternas, que la acompañaron y la consiguiente falta de oro, de divi
sas y de capacidad exportadora.
Los remedios empleados fueron las tasas de precios, de alqui
leres-, de los cánones arrendaticios, la intervención de ciertos pro
ductos, de las importaciones y exportaciones, y el trato fiscal de los
beneficios extraordinarios.
El estraperlo sorteó la tasa y el racionamiento de los productos
alimenticios,
y el dinero afluyó a los labradores. En cambio, fue efec
tiva la tasa de los cánones de los arrendamientos. La concurrencia de
ambos fenómenos llevó a que muchos arrendatarios compraran las
tierras
que cultivaban e incluso otras de cultivadores menos fuertes.
Sin embargo, es de notar que este fenómeno se produjo más allí
donde la propiedad
se hallaba
ya dividida que en
las regiones de
latifundios en las que abundaba más
el peonaje, y aun en aquéllas,
como consecuencia, a veces la propiedad se dividió en exceso, o los
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JUAN V.1LLET DE GOYTISOLO
labradores fuertes dejaron sin tierras a lo,; más débiles, que no pu
dieron pujar
pam su compra el precio ofrecido por aquéllos.
En la industria., en un mercado intervenido, la tasas de precios
y el estraperlo se contrapusieron de tal modo que su choque produjo
una honda transformación
con el
carácter empresarial. Quien más
tarde fue ministro
y presidente del Consejo Nacional de Economía,
Pedro
Gual
Villalbl, lo
explicó con referencia al empresario catalán.
<<... hemos vivido una época de economía convulsa, los negocios
se hacían a trompicones ; además, en negocios de grandes cantidades
había. que moverse mu.cho y con riesgo. Los negocios se hacían te
niendo que considerar
la legislación que había enfrente, con tasas,
racionamientos, fiscalías, sanciones. Esto operaba tanto en
la concep
ción,
en
la mentalidad del empresario catalán, que éste se encontró
con este dilema: tenia que renunciar a sus ideas y hasta claudicar en
su moral, o su negocio iba a sucumbir, }X)tque el comercio de estra
perlo era fatal. Hay una consideración que noo la hemo,; de hacer
todos, que es una lección histórica, fatal.»
Ello dio lugar a que varios empresari~s de solera acabaran ven
diendo sus fábricas a sus mismo,; encargado,; o gerentes, enriquecido,;
por el estraperlo efectuado por su cuenta y riesgo, o que aquéllos de
jasen la dirección a la generación joven.
«En Cataluña,
la expresión de "gerente joven" -sigue Gual
Villalbl-tiene
un significado
y llegaba o iba en camino de tener
una consistencia. Los gerentes jóvenes se reunían, celebraban sus
cenas, y así se iba contituyendo un cuerpo de gerentes jóvenes. El
gerente joven, naturalmente, era el adecuado
para llevar las empre
sas en nuestros
días, pues
aportaba a ellas el desenfado de la juventud
y también los atrevimientos consiguientes.
»Por estas ·razones, el empresario joven, el gerente joven, ha ido
tomando una personalidad, y se fue haciendo un modo especial de
conducir los negocios.
Se ganaba en una hora lo que antes se ganaba
en un año, y ante la evidencia de esto hubo de claudicar
el empre
sario viejo. Esto hizo perder, -en parte, en bastante parte, el espíritu
de prudencia, de cautela y el modo tradicional de conducir los nego·
cios, que se han ido
desv
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LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
4. Quienes pagaron realmente la inflación fueron loo jubilados
y loo pensionistas, en general, y también loo propietarios de fincas
arrendadas o alquiladas, que sufrieron la congelación de sus
alquile
"es
y cánones arrendaticios. Es especialmente revelador seguir el
hilo de consecuencias que de las medidas
antiinffacionarias desgra
naron. Tratando de sintetizarlas y ordenarlas, podemos señalar como
más destacadas :
a) La formación de un falso derecho ( siguiendo la terminolo
gía que Rueff aplica a los surgidos del desorden causado de con
sumo
por la inflación y por las medidas tendentes a frenar sus efec
tos sin
atacar a
sus causas) de los arredatarios e inquilinos, derivado
del hecho de que el arrendamiento quedó convertido en el derecho de gozar de
la vivienda o local por menos renta de la que conmu
tativamente le correspondería. Falso
derecho cuantitativamente valo
rable
por la diferencia existente entre el valor en uso. de la vivienda
o el local arrendado y
el importe del alquiler tasado; y bajo otro
aspecto,
por la capiralización de esta diferencia. La primera diferencia
provocó los subarriendos y convivencias, autorizados o disimulados, y
la segunda, los traspasos y cesiones, aceptados o no, y las primas a
la propiedad o a los administradores venales para que los consin
tiesen, y, además, invitó a conservar la vivienda alquilada o el local
arrendado fingiendo ocuparlo, aunque no se necesite, cuando la
ocupación es exigida para conservar el derecho, del que ya sólo in
teresa ese
«falso derecho»,
correspondiente a aquella disparidad
entre el valor de su uso y el montante de su contraprestación.
b) La desaparición del interés del propietario por conservar en
buen estado
los edificios
arrendados, pues su «negocio» (identi
ficado con su liberación de los «falsos derechos» de los arrenda
tarios) consiste en que la casa resulte ruinosa, especialmente si la re
gulación urbanística le permite edificar mayor volumen y, aún más,
si la valoración fiscal del
rolar le impulsa a lograr la efectividad de
ese valor. De esta útima circunstancia hemos visto desgranarse con
secuencias lamentables, como la pérdida para Madrid de uno de los
más
bellos paseos de Europa, el de la Castellana. No es preciso ha
blar de los edificios en mina, ni de algunas catástrofes originadas
al derrumbarse.
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JUAN V ALLET DE GOYTISOLO
e) Durante bastantes años su repercusión en un alarmante des
censo de la
constrrn:ción (luego veremos cómo y a qué costa se lo
gró salir de ese impase).
d) En definitiva, la tendencia a ]a desaparición del inquilinato,
no sólo en las .nuevas edificaciones, sino también en-las de renta
antigua, que fueron vendiéndose por pisos.
e) Y, a la vez, la deficiente construcción de las nuevas viviendas,
que ya no se ·edifican como antes, como inversión durad.era donde
colocar lo ahorrado, sino como un negocio rápido. No interesa la
solidez de la ronsttucción, que otrora pensaba legarse a los nietos,
sino
su inmediata
venta
con la máxima ganancia. El índice de dura
ción de
los edificios
nuevos lógicamente sufre
reducción, a
la par que
!~ falta de reparaciones en las casas antigoas, por unos propietarios a
quienes no rinden, ha de repercutir también en que su duración
se reduzca. Así se incuba un
nuevo problema, que es endosado a las
generaciones inmediatas.
5. Podríamos seguir enumerando consecuencias en lo industrial
y en lo agrario, en lo, urbano y en lo rús,ico, de esa primera etapa de
la inflación, pero sólo enumeraremos la secuela que tuvo en la finan
cfación del
crédito correspondiente a
la construcción, a las mejoras
agrícolas
y el aquipamiento indutrial. Dejaron de interesar al público
las cédulas hipotecarias, que por su renta fija
y valor nominal sufren
radicalmente la inflación. Primero se obligó a
Mootepíos y Mutua
lidades a que acudiesen a suscribirlas. Por fin las tuvo que asumir
el
Estado o impuso su suscripción forzosa, oficial u oficiosamente, a
Bancos o Cajas de Ahorro, o bien estimuló la inversión privada me
diante exenciones fiscales. importantes.
Como epilogo de esa primera fase, inreresa destacar que fue enor
me
la carestía de
viviendas sufrida,
especialmente en las grandes
capitales, y la consecuente necesidad de promover la construcción de
viviendas económicas, forzó la interveoción del Estado y la habili
tación del
crédito preciso
para ello, que, en
cootrapartida, sirvió
de
dispositivo para la explosión de
la segunda etapa inflaciooaria.
El
Estado moderno se considera con capacidad
y fuer.zas sufi
cientes
y con la debida competencia para acometer, cOII medidas di-
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LA INFLACION EN LO R.USTICO Y EN LO UR.BANO
rectas o indirectas, toda clase de empresas, y entre ellas, sin duda, el
de nivelar la oferta de viviendas con su
demanda. Así
el presupuesto
se grava notablemente o aumenta extraordinariamente la emisión de
cédulas para la const:rua:ión -de suscripción más o menos forzosa
a
través del ahorro privado depositado en cuentas corrientes o li
bretas
de ahorro--. De este modo resulta siempre más difícil la esta
bilización
monetaria, y
las consecuencias de
~sas medidas las sufre ron
mayor
dureza el
sector privado propiamente dicho, al restarle po
sibles
medioo.
Si
la inflación y la tasa de
loo alquileres
arruinó a un estamento
social, el de los caseros, pertenecientes a la conservadora clase media,
en cambio, la intervención del Estado, estimulando la construcción
con primas, préstamos a bajo interés y largo plazo, con exención de
impuestos, ha enriquecido a otros-en forma económicamente más
gravosa a la nación y en proporción muy superior al beneficio que
fue concedido
a los
antignos inquilinos
con el establecimiento de la
tasa.
Por otra parte, la promoción y la protección estatal se verifican
a ráfagas, por razones de oportunidad, que hieren la justi<:ia. En
efecto: El país se halla dividido, eo virtud de esa protección, en unos
propietarios duramente
gravadoo por la contribución urbana y arbi
trios
municipaíes y en otros beneficiados en el 90%. Unos cons
tructores disponen no sólo de las. OOnificaciones, sino del crédito a
bajo interés y largo plazo, y otros se hallan completamente despro
vistos de protección oficial, siendo así que en ocasiones tal diferencia
de trato no depende sino de una pequeña distancia topográfica o de
una insignificante diferencia cronológica.
¿Se ha pensado en que,.
aparte
de la protección a las viviendas más modestas, sería tal vez
mejor que el Municipio
etnplease en la urbanización muchas plus
valías, que pierde con la.s. bonificaciones, y en que la protección de las
nuevas construcciones no rigurosamente sociales fuese menor, pero
indiscriminada, como la vieja Ley del Ensaoche enseñaba?
Pero los
dos más graodes peligros que pueden resultar de la in
tervención estatal, que, por otra parte, llega a ser necesaria en esa
materia, son
los siguientes :
l.Q Que los ciudadaoos se habitúen a no realizar esfuerzo im-
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JUAN V ALLET DE GOYTISOLO
portante alguno sin la orientación y ayuda del Estado y consideren
normal que éste
les facilite
gratuitamente el capital que necesiten
para construir o
wdquirir su
propia morada.
2.2 Que las medidas estatales que acompañan a la promoción
o protección de viviendas
beneficiosas para
los sectores de la pobla
ción económicamente más necesitados, al propio tiempo, les someten
a éstos, a tan alto grado de dependencia de los poderes público,;, que
plantea
un grave problema político si
los beneficiarios
llegan a ser la
mayoría de la población. El precio consiste en la pérdida de la li
bertad. Así Sauvy ha observado que en Francia: «Si
se penetra
más
profundamente en
los arcanos de la legis
lación y de los reglamentos,
se observa que
los principales
esfuerzos
se
han desplegado no tanto en favor de la construcción de viviendas
como
contra la const:rucción juzgada no ortodoxa.» Siempre, plutot
mou,rh selon /.es regles que d'en rechfl/J1)e1' conue les regles,
6. Llegarnos a 1959 con la convicción de que era precisa la
estabilización. Algo antes, en Francia, Jacques Rueff había orientado
y realizado esa política, de la que además era su apóstol, defendién
dola en escritos y conferencias, como la que pronunció el 8 de abril
de 1959
en la
Casa Sindical de Madrid, con
el título «El franco y
Francia a partir de la reforma
financiera de
1958». Esa inquietud
nos llevó a
estudiar el
terna desde el punto de vista jnrídico, que desa
rrollamos en octubre de 1960 en
el Discnrso de Apertura de aquel año
judicial en la Audiencia territorial de Las Palmas
y, más ampliamente,
en Revirta Juridica de Cata/,uña del mismo mes, con el título «La
antítesis inflación-justicia>>.
Pero, tras la estabilización, no se hizo esperar, con el impulso del
desarrollo apresurado :y la ola turística, con el ingreso de divisas que
habían de ser traducidas en moneda circulante, una nueva ,etapa
inflacionaria, de cuyos beneficios hemos gozado en las capitales, pero
de cuyas consecuencias
dañinas ha venido sufriendo
nuestra agricul
tura, mientras nosotros sólo las comenzamos a notar.
Repitamos lo observado al principio. Toda construcción acelerada
implim destrucción y transferencias, aceleradas también, que actúan a
la vez como causas y efectos. de una inflación, formando con ella un
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LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
conglomerado, o un círculo vicioso, risueño al principio, pero trágico
al final.
Perdonad
que me refiera, otra vez, al «Cuento chino» que a me
diados del siglo
XIX Federico Bastiat incluyó en Sophismes économi
ques, como ilustración frapmte. Narraba el autor que un empe
rador chino ordenó cegar el canal que unía
las grandes ciudades de
Tchin y Tchan y construir, a una distancia de treinta kilómetros, una
carretera paralela al antiguo
cauce. Al
poco tiempo, en tomo a la ca
rretera comenzaron a surgir fondas, hoteles, talleres, comercios y suce
sivamente se construyeron pueblos y después ciudades. ¡La sabiduría
del emperador fue por todos admirada y loada! Hasta que pudo ad
vertirse que lo ocurrido se había reducido a consumar un traslado de
riqueza y de la vida misma, que había existido en torno al canal, a los
bordes de la carretera que le sustituyó como medio de comunicación.
Y, aún, con todos los inconvenientes humanos, y el consiguiente gasto
que todo traslado significa.
El finado
Raymond Bermrier,
notario
francés, alcalde
que fue de
Mesnil
Saint Denis,
secretario
de la
Sección francesa del
Consejo de
Municipios
de Europa y vicepresidente de
la Asociación de Alcaldes
de
Francia, en la comunicación que presentó al Congreso de Alcaldes
de Francia de noviembre de 1966,
observaba que
muy a menudo, en las
comarcas «donde se
esperaba el nacimiento de
'polos de desarrollo',
aparecían,
¡,oc el contrario, áreas de depresión, porque los pueblos ya
existentes absorbían para
su provecho propio, todos
los beneficios cir
cundantes, produciendo
inmensas
áreas de
depresión en toda Francia».
Y así,
concíuía, «la dulce
Francia, coya riqueza, armonía
y equilibrio
han sido durante largo tiempo la envidia del mundo entero, ha sido
revuelta por un desequilibrio ruinoso entre las ciudades superpobladas
y las campiñas exangües».
Especialmente, ese fenómeno vacía
el campo,
falto de
protex:ción,
que
ve a sus antiguos pobladores marchar a la ciudad como obreros de
industrias protegidas, mientras las
tierras quedan
incultas y poco des
pués invadidas de maleza.
Se producen verdaderas deportaciones económicas y sociales, pro
vocadas por la
aceleración de la
expansión industrial
y por la dismi
nución del bienestar agrario, frenado mediante importaciones. de cho-
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JUAN V ALLET DE GOYTISOW
que, dirigidas a impedir que el alza de los precios agrícolas sea pa
ralelo a la subida de los salarios y precios industriales.
lista transferencia
del campo a la ciudad
y a las nru:vas industrias y
construcciones, y en ayudas a. éstas de lo descapitalizado en las aniqui
ladas, que
es prorectada en fomna precipitada y suele realizarse dema
siado velozmente, va inevitablemente vinculada a un proceso infla
cionario.
No afirmamos en modo alguno, como hoy suele asegurarse, que no
es
posible el
desarrollo sin inflación.
listo no es cierto. Se tienen evi
dentes
prueoos de
la
contrario. Jesús Prados Arrarre, en
su reciente
libro
lA inflación, recuerda algunas. En el Reino Unido de Gran
füeraña e Irlanda los precios cayeron desde 1870 a 1895, pero el
product0 nacional bruto suhi6 más
en
esre período
que en el
si
guiente 1895-1913, con los precios en alza. En U. S. A., el decenio
que en relación al anterior
acusó el máximo aumento per et,pi,ta de
dicho producto fue el 1879-1888, ya que creció en un 50,6 %, mien
tras bajaron los precios un 19,5 %. Después de la Segunda Guerra
Mundi,,1, Alemania
Federal
y Japón consiguieron los máximos índi
ces de desarrollo con precios relativamente constantes, mientras mu
chos países iberoamericanos, que han utilizado deliberadamente la in
flación como
instrumento
del desarrollo,
han visto que
el índice de éste
se les reducía en relación al alcanzado en períodos anoeriores.
No
afirmamos, ni
podemos afirmar, pues, que necesariamente
ha
ya correlatividad entre
desarrollo natural y sólido
con la inflación.
Lo que decimos es que ese tipo acelerado y destructor de desartollo
forzado sí que va siempre
ligado a
la inflación, hasta que finalmen
te va siendo asfixiado
po< ella.
7. Aparte de lo expuesto, la inflación en
el ámbito industrial
tiene como inevitables consecuencias el desgaste y la malinversión de
capital. Lo primero, porque, al estar valorado el capital en moneda
sana, fáálmente los beneficios, obtenidos
en mooeda inflacionaria,
parecen mayores
si no
se advierte que
las sumas destinadas a
aroorti
zación y previsión no han de calcularse con relación a las cifras que
fueroo contabilizadas en
moneda sana,
sino traduciéndolas a su
equi
valencia ero la de curso actual, tal vez incluso a la que se calcula
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Fundaci\363n Speiro
LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
para el momento en que se haya de reponer o de hacerse efectiva la
previsión.
La malinversión es una consecuencia: en primer lugar, del aumen
to ocasional de consumo, produádo, po,r la inflaáón, y de la cree&
cia en que este mayor consumo será permanente, y, en segundo lugar,
de que, en cambio, se resta este capital d_e fabricaciones que tienen ase
gurado un necesario consumo real, pero que durante la inflación
resultan meaos reotables por sufrir implacablemente los efectos de
las medidas antiinflacionarias adoptadas por el Gobierno. Así ocurre
que industrias que realmente debieran haber crecido pueden quedar
estacionarias, decrecer e incluso arruinarse, por haberse descapitali
zado; mientras tanto se producía afluencia de capital hacia produc
ciones de menos interés para los consumidores, o simplemente margi
nales en momentos. de normalidad monetaria.
El fenómeno ha sido subrayado por Luis Olariaga: «Sacar obreros
de la agricultura para incrementar el peonaje de industrias que sólo
transitoriamente pueden mantenerse sin periclitar, no puede entusias
mar a ningún economista. Al ingeniero, al político, al sociólogo,
puede bastarles con organizar empresas, con establecer industrias,
con hacer cosas que se vea:n.; mas para que el economista pueda dar
su beneplácito es menester que las empresas que se crean tengan uti
lidad áerta para la defensa o para la vida económica del país, o
arrojen productos exportables
o prometan
un rendimiento,
estable y
ofrezcan
con ello segnridades de perduración a
las empresas. Lo
demás
es, sencillamente, amontonar cargag, públicas en el asilo presupues
tario estatal.»
Pero, además, hay otro hecho que no es posible olvidar:
Los
bienes que existen en, la tierra no son patrimonios de una
sola generación. Tenemos verdaderos deberes con nuestros hijog,, tan
to
mayores cuanto mayor sea el patrimonio que nos hayan legado
nuestros padres.
La justicia conmutativa ti-ene en este aspecto un.a. dimensión jn
tertemporal.
Y,
en
este sentido,
es
evidente: a) que la inflación consume el
ahorro líquido de las generaciones anteriores en proporción a la
dimensión de la inflaáón produáda ( el ahorro, pierde poder de in-
767
Fundaci\363n Speiro
/UAN V ALLET DE GOYTISOW
versión al desvalorizarse con la in(lación, y, en consecuencia, la
gente va acostumbrándose a no ahorrar), y b) qne, al producir des
capitalización y
malinversión de
capitales, es natural que gravará
te
rriblemente a las futuras generaciones, que tendrán qu~ luchar para
recuperarlo. Rueff lo ha dicho lapldariamente. «La inflación no sólo
destruy,e el presente, sino
el porvenir, cuya fuente ciega ... »
De la inflación
sólo se sale mediante !~ austeridad, a través de un
período de
deflación o
cayendo en la catástrofe
y, en todo caso, la
generación qne
haya gozado en
la euforia de los primeros años de
la inflación habrá dilatado su probelma, endosándoselo a la nneva
generación, emprobrecida en igual medida que la descapitalización
o inflación snfcida.
No se olvide qne la inflación
indefinida es
imposible, porque
produce un movimento autodes-tructor.
La nueva generación pagará con su trabajo y sufrirá con su sa
crificio lo que la anterior despiJfarró, descapitalizó
y malinvirtió.
Después de
haber escuchado hasta
la saciedad
la vanagloria
de sus
gobernantes, que presumían de haber elevado el nivel de vida, ter
minará dándose cuenta de que todo fue ficticio y que no hizo más
que gastar los ahorros de las generaciones anteriores y empeñar e
hipotecar a las siguientes.
Unos gobernantes con
medidas dolorosas y antipopulares pur
garán
y harán purgar los éxitos ficticios de qne se vanagloriaron sus
antecesores, que los habrán obtenido a costa de la inflación.
El
canciller federal
Erhard fue
rotundo al respecto: «La
infla
ción nos viene sobre nosotros comai una maldición o un hado trá
gico; es siempre una política desaprensiva o criminal la que la
provoca.» Tiende a sustituir la seguridad familiar por
la ,seguridad
social, consiguiendo, por lo menos, destruir la primera, pero sin al
canzair la segunda en forma efectiva, sino Ún sólo de un mOOo
ilusorio.
8.
Pero veamos,
al menos panorámicamente, algunos de los
efectos más visibles de la más fuerte y voluminosa transferencia ope
rada en nuestro país en
es~ tercera etapa de inflación, en la que to-
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Fundaci\363n Speiro
LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
davfa vivimos, ahora cuando ya palpamos sus consecuencias dañinas,
incluso en secto,res que al principio resultaron beneficiados por ella.
Santiago Carrillo (Demdin l'Espagne, pag. 184) no disimula
cuán favorable resulta para el cambio
politico,, propugnado
por el
P.C., el empobrecimiento relativo sufrido por los campesinos, que
durante la República
se hallaban
«bajo la influencia de
la reacción»:
«Hoy han llegado a ser muy pobres, viven en condiciones peores que
los obreros. Coo
triaJ. Hay
descapitalización en el campo en beneficio de la indus
tria ... » «Esta masa
campesina, que
en tiempo pasado representaba la
base de sostén de las fuerzas de derecha en el campo, está en trance
de convertirse en fuerza de apoyo de
la democracia» ( en el sentido,
naturalmente, que se asigna a esta palabra en términos del P.C.). Al lado de este hecho, las grandes ciudades caecen acelerada
mente,
multiplicándose los
problemas
de todq orden -polución, con
gestión de la circulación, delincuencia, drogas, etc.-, que inevitable
mente provocan estas aglomeraciones, mientras el campo se despuebla,
abandonándose los lugares, comenzando por los más
agresres. La
multiplicación de incen
ción .de perros asilvestrados no son temas ajenos· a este' abandono. Se
produce o aurnrota la carest!a de algunos productos que antes eran
excedentarios ... Hace poco se ha firmado con Fidel
Casrro un
acuerdo
comercial y crediticio, ventajoso para Cuba, a fin de poder adquirir
azúcar a precio más de cuatro veces más caro -sin contar el coste del
transporte trasatlántic<>----del que hundió uuestra producción remo
lachera,
antes sobrante.
Sin embargo, pese a todos sus graves inconvenientes y peligros,
hay una razón política que, hoy por hoy,
hace casi
imposible el cese
del
crecimiento de
las grandes ciudades. El bienestar de éstas preo
cupa más que el de los campos, aldeas
y pueblos, aunque éstos re
presenten
la sa:lud del país, mientras las grandes ciudades sean su
enfermedad. La
ciudad es el escaparate en el que se
exhibe toda
la
obra de gobierno, contiene una masa capaz de
~Iterar el
orden pú
blico mucho más que todas las
dispersas familias
campesinas,
y reúne
unos intereses creados que forman núcleos de presión importantes.
Spengler (Año, decisivas, § 16) señaló ya que en 1850, al suprí-
769
Fundaci\363n Speiro
JUAN V ALLET DE GOYTISOW
mirse los derechos de impottación del trigo, se sacrificó el labrador
al
obrero. Y Heruy Cosron (Les technoorates et la sinarchie, capím
lo
V.,
in fine) subraya que en Francia, con referencia al Plan Hirsh,
se afirmó que la elevadón de la renta nacional no debía quedar neu tralizada con un
alza de
los precios agrícolas. Así
el labrador es sa
crificado al industrial, al
comerciante y al financiero.
Si
se defiooden con
aranceles los productos
industriitles y se frena,
pese a la depreciadón de la moneda, el incremento de los precios de
los productos
agrícolas medianre importaciones de
choque
y si en
contraste
se favorece la
subida de los sueldos en las
empresas ciudada
nas, d campo seguirá desangrándose y su sangre poblará los suburbios
de las ciudades donde
el emigrante piensa hallar otras posibilidades. Si
los líquidos de
las explotaciones agrarias
se
incrementan y se prodi
gan las exenciones a las. construcciones urbanas, el campo seguirá
vaciándose y las ciudades creciendo. Si ... , etc.
El campo
se descapitaliza,
la agricultura rinde al cultivador
menos
que cuaiquier otra actividad; y, pa,ra decla,rarlo viable
o marginal, su
productividad se calcula en dinero
a:l precio de venta de sus pro
ductos; no, como sería lo correcto, en calorías suficientes para ali
mentar una familia. él.os tecnócratas han calculado el mínimo óptimo
de habitantes que
el campo debe contener para que sus productos
sean congruentemente
rentables a
los
campesin06 a
la par que su
precio
resulte el mlnimo para la población urbana, sin pararse a
pensar que con igual razón
aquéllos podrían pretender que el
sector
terciario
se redujera también al mínimo
y su productividad fuese la
máxima, para
que los
impuest06 y los costos de 106 servicios les re
percutieran a los labradores lo
lDffiOS posible. Pero la mentalidad ur
bana predominante
piensa en
el campo como un lugar de recreo,
propio, para veranear; cazar, hacer urbanizaciones, montar parado
res ... ¡Hasta que vuelvan los tiempos de vacas flacas!
La inflación se halla íntimamente ligada a este fenómeno de
tronsferencia de riquezas y hombres del campo a la ciudad, junto al
' que actúa como causa y como consecuencia, en un endiablado drcuio
vicioso. Los problemas de la ciudad -vivienda, transportes, paro,
en especial- piden como
soludón fácil,
aunque momentánea, el
recurso a la
inflación; los remedios empleados, ¡,ara que
ésta no pro-
770
Fundaci\363n Speiro
LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
duzca el alza de los artículos alimenticios, empobrecen y despueblan
el campo, y, miientras éste se despuebla, crece la ciudad y se reprodu
cen ampliados sus problemas. Estos no se
resuelven curando el pus
de los suburbios si con ello
se
aumenta la hinchazón enfermiza
de
la ciudad. La cucación sólo
podría
Jogra,se si se evitara el
desequilibrio ciudad-campo y se
lograse
el manrenimento de su estabilidad, lo cual, como condición
imprescindible, requiere moneda
estable que excluya las consecuen
cias que inevitablemente
dimanan de
los pseudorremedios
de la
in
flación.
9-Lo cierto es que en cuanto nos encaramos con el tema de las
viviendas urbanas de renta o precio asequibles a
la masa trabajadora,
en momentos de inflación
y de crecimiento vertiginoso de las ciuda
de:S, 'los problemas van sa'lien.do, como las cerezas de los ceistos, arras
trando otros: La vivienda económica requiere suelo barato, y la
carestía de los solares, se dice, es fruto de la especu!aci6n del suelo.
A veces quienes más insisten en el tema son los mismos qlle tratarán
de lucrase después con la especulación inmobiliaria, consistente en bene
ficiarse
en la venta de las
,edificaciones por ,Ja circunstancia de haber
las
construido en suelo que fue comprado
barato.
Aquí se busca nn nuevo «chivo expiatorio». Si antes oíamos hablar
continuamente de -Ios abusos de los caseros o lo leíamos en letras de
molde, hoy se hace correr Ia tinta o desahogar la boca hablando de la
especulación del suelo. AJ atacarla, se pretende a la vez --<::onsciente o
inconscientemente--que
con
el debe inflacionario carguen los propie
tarios de terrenos. No
se tiene
en cuenta que a muchos de ellos
el creci
miento
urbano les ha destruido su
paz o su modo de vivir, transfor
mando sus tierras hasta ahora de cultivo en solares potenciales, motivo
por
el cual no sólo dejan de ser labradores, sino que o bien aceptan
ser convertidos en presa de los verdaderos especuladores o, en _otro
caso, son presentados como enemigos del bien público si resisten
las ofertas de éstos o recurren contra los pla.o.es urbanísticos pro·
yectados. Se trata de pagarles con precios de ayer lo que luego se
intentará vender con precios de mañana, que tail vez serán compensa
dos a los futuros compradores con primas o bonificaciones que,
a
771
Fundaci\363n Speiro
JUAN V AUET DE GOYTISOLO
su vez, deberán ser enjugadas con una nueva inflación. Subrayemo5,
con Fran~ois Saint-Pierre («Maitrise des
sois ou maitrise
des homes?»,
en Aide au /o,gement, 134, mayo 1974), que los verdaderos espe
culadores son quienes, anticipadamente bien informados del volumen edificable, fijado en una
zon~ por
el organismo estatal competente,
compran
terrenos agrícolas
que casualmente ( ?) serán pronto ur
banizados.
Hace años nos referimos a Jos
remedios generalmente propues
tos
para impedir la especulación del ruelo. No vamos a repetir su
enumeración ni su crítica. Sólo añadiremos unos párrafos del refe
rido articulo de Fran~ois Saint-Pierre, en los cuales analiza la cono
cida propuesta de estatizar o municipalizar el suelo, que luego los
organismos adecuados adjudicarían a los particulares en exclusivo
uso para la construcción efectuable conforme al específico destino
de lo edificado. Habla de Francia
y señala los previsibles resultados
de esa
fórmula: «Sólo
los amiguetes podrian construir, mientras los
otros no obtendrian los terrenos necesarios. Y si los distribuidores
quisieran dar una
razón, les
resultaria muy sencillo decir a
fos demás
:
"Bien quisiera daros un
terreno, pero no hay para todos." Con la atri
bución de los terrenos se recibiría la indicación de concertar la cons
trucción con tal empresa o de encarga.1::la a tal arquitecto, cosa que ya
ocurre con las peticiones de autorizá.ción para construir; es decir,
que las empresas no gratas quebrarian y los arquitectos indepen
dientes no podrian subsistir. Y, aún, en caso de no haber alojamiento
para todos, sólo quienes se conformaran con la voluntad de los man
damases podrian
obtener un techo
para sus hijos. La esclavitud se
reirustauraría poco a poco, comenzando_ por los más pobres.»
10. Nosotros repetiremos cuáles creemos que son los remedios
posibles
y eficaces.
Previamente recordemos que aquellos remedios de la inflación que,
para paliar sus
,efectos en cuanto perjudican
a las masas ciudadanas,
frenan la subida de los productos alimenticios, dan lugar a que se
despueblen los
compos, y
hacen huir a emigrantes hacia las ciudades,
mientras que por
los efectos
expansivos,
propios de
la misma infla
ción que no son frenados, estas ciudades crecen y se extienden. Esto
772
Fundaci\363n Speiro
LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
ya de por sí hace subir la demanda de solares, tanto y tan rápida
mente corno se prevé que será aquella expansión. Por ello, como
no es posible eliminar los efectos sin erradicar sus causas, si ver
daderamente quiere resolverse el problema, hay que atajar al fenó
meno
actual que concentra la población del país en los grandes núcleos
urbanos y hay que atacarlos en sus
mismas raíces.
En primer lugar, es preciso. nada más, pero nada menos, mante
ner estable el valor de la moneda. Como ha observado Sauvy: «A
falta de moneda metálica, a falta de moneda de papel sólidamente
sostenida, los particulares buscan, muy naturalmente, otra sustancia y
la hallan en la piedra.» Si la mala moneda desplaza del mercado a la
buena, el papel inflacionario hace fluir los ahorros hacia
los terrenos.
No
se trata sino de una aplicacióo de
la ley de Gresham: la mo
neda mala quita siempre el puesto' a ta buena. Cuando toda la mone
da es mala, la
moneda buena es sustituida por otros bienes que asu
men su función de a!horro. La tierra, que sustituye al metal precioso
y más aun si está urbanizada ( que equivale a moneda de metal acu
ñada), tiende a servir de ahorro, en general más para evitar que lo
ahorrado sufra los
efectos de la depreciación de la moneda oficial
que propiamente para especular.
Se dirá que también cabe equilibrar con la moneda desvaloriza
da los terrenos no edific.ados, desptreciándolos, a su vez, con im
puestos que agoten su valor
o que lo reduzcan paralelamente. De
conseguirse, nos tememos, que el frac.aso sería mayor. Si no se hallaran
otros sustitutivos de la moneda buena, el hombre dejaría de ahorrar,
de prever, de ser responsable de su futuro y del de sus
hijos. El
Estado
tendría que
ahorrar por
todos, que financiarlo todo, que ser
responsable por todos; y todos seríamos ,esclavos de quienes asu
mieran las palancas de mando de ese Estado que se ocuparía de todo.
Dependeríamos de ellos como el ganado de sus pastores y estaríamos
guardados por sus guardianes como el rebaño por
sus perros.
En el
mejor de los casos, podríamos aspirar a ser ganado bien alimentado,
bien cuidado y bien educado. Tenemos ya muestras en diversas partes
del mundo ...
11. La privaci6n, incluso potencial, de los instrumentos pre-
773
Fundaci\363n Speiro
JUAN V ALUJT DE GOYTISOLO
cisos, para que su iniciativa pueda desarrollarse acaba desvalorizando
al hombre. Elías Canetti (Marte et ptlissance, Gallimard, 1966,
págs. 194
y sigs.) ha observado la correlación entre inflación mone
taria
y la masificación del hombre, y entre la concurrente desvalo
rización de éste
y la del dinero.
«Tal vez se vacile en atribuir al dinero, cuyo valor es fijado ar
bitrariamente por los hombres, efectos generadores de las masas que
sobrepasan en mucho su propio destino y que tienen algo de absurdo
y de infinitameote humillante.» Con la inflación, el individuo «ha
perdido
su
solidez y sus límites; es diferente en cada instante. Ya
no es como una persona; ya carece de toda especie de
dureza. Tiene
cada
vez menos
valor ... ».
«Se puede
observar en la inflación una
al
garabfa de devaluación en la cual los hombres y la unidad monetaria
se confunden
del modo más extraño. Son intercambiables ... » «Y
t
juntos
están entregados a
ese mal dinero, y todos juntos tam
bién se sien.ten, como él, sin valor.>>
¿Puede salirse de la inflación sin caer en la esclavitud, cuando
el hombre está masificado? El proceso
comieoza cuando
se confunde
el significado del bien
común, y se le orienta! hacia fabricar más para tener más, en lugar de
dirigirlo a ser mejores. Entonces las obras se consideran primero que
el hombre. Lo que es
para el hombre preocupa más de lo que es el
hombre. En seguida surgen los aprendices de brujo que, queriendo
edificar la ciudad ideal, la utopía, comienzan a construir la
torre de
Babel.
Para
conseguirlo es
preciso falsear todos los valores
y, natu
ralmente, también la moneda. Luego bastante será lograr dejarse llevar
por
la riada sin ahogarse. Los remedios, en general, lo van evitando,
pero
agravan la
situación. Aún se piensa que del nuevo diluvio po
demos salvamos haciendo más alta la torre de Babel, es decir, ensan
chando las urbes y volcando en ellas cada vez más dinero, aunque
más despreciado, y concentrando más hombres fugitivos del campo,
al que siempre más duramente se le echa en cara su retraso y lo ar
caico de sus
estructuras, lejanas al ritmo trepidante de los motores.
12. En
la depreciación del hombre, que la inflación produce,
tal
vez lo
más grave es su pérdida del sentido real de la justicia, que
774
Fundaci\363n Speiro
LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URJJANO
se sustituye por imágenes utópicas, incompatibles con la naturaleza
real del hombre. Perdónenme que, para concluir, repita dos párrafos
que consigné hacia el final de mi es~dio <
ticia>>.
«En el precio que por la inflación debe pagar la sociedad al
Estado, tal vez la prestación
más grave sea la imposibilidad de jus
ticia en materia económica ...
»Cierto que hoy nos hallamos en un mundo que pretende supe
ditar el
derecho y la jr,,sticia a la efectividad y la eficacia ( añadamos
que incluso llega a confundirlas). Pero precisamente contra este cri
terio debemos luchar. La técnica ha de estar al servicio del hombre y
_de sus fines, no viceversa. Conviene recordar aquel fragmento del
diálogo Gorgfas, en que Platón nos relata la réplica de Sócrates a su
positivista contradictor Calicrates,. cuando éste exaltaba a Temístocles,
Cimón y Pericles: 'Ello, han engrandecido el Ertado, proclamar, los
atenienses, pero no ven que este engrandecimiento no es más que
uná hinchazón, un tumor lleno de pobredumbre, porque de una ma
nera descabellada est/Js antiguos políticos han llenadu la ciudad de
puertos1 arsenales, muraUas, ifributos, y otras necedades semejantes,
sin conseguir la
1templanza y la justicia.'»
Conviene recordar que la historia nos enseña que, después, tam
bién se arruinó Atenas y que perdió su libertad por muchos siglos ...
De nada sirve que la sociedad se enriquezca si el
hombre se
des
valoriza. Su bienestar, su paz materfal, su cultura, incluso, resultarán
efímeros si se desvaloriza su templanza, su fortaleza y su sentido real
de la justicia, aunque la culpa arranque de que haya fallado la pru
dencia ( en el sentido clásico del
término) de
los gobernantes en el
momento en que pareció alcanzarse el apogeo. ¿ Habrá, ahora, suce
dido esto a escala mundial?
Como nuevos Prometeos, hemos querido robar el fuego a la
Divinidad, pero no hemos hecho sino algo parecido a lo que Goehte
narra, en
Pauto --de aquel pobre diablo al que se le convirtieron
en escarabajos
las arentas del collar que habla tomado como perlas-,
preanu.nciándonos así nuestra decepción final, tras el engaño de la
euforia
que en sus comienzos. nos había hecho sentir la inflación,
cuando Mefistófeles, disfrazado de bufón del rey, había ido con
virtiendo todo lo que
tocaba en
oro, ficticio al
fin.
775
Fundaci\363n Speiro
¡UAN V ALLET DE GOYTISOLO
APOSTILLA
Cuando leimos esPa comumcaci6n en el Pleno de Acáliémicos
numerarios, nos hallábt:mUJs en España
,en la enumB1'ada como ter
cera ola inflacio,,,,,.;a a parti1' de nuestra posguerra. Hoy, tres años
más ttwde, sin haber remitido aquélla, nos ha/.tamos en una cuar
ta, que parece mucho mayor, y en plena stagflation. ¿Qué sector
pagará
ahorri los vidriO's rotos
de
la inflación, aparte de pensionistas
y aseguráiids? ¿Quedará quebrantada la industria que en las fases
anteriores se desarrolló? ¿Es de prever1 esperialmente1 un trasvase
del sector prhJado, al sector público, por ltM consiguientes municipa
lizaci
de empresas ahogáiias por
los
precios
pollticos
impue.rtos? Lo indudable' es que la fuerza revolucionaria de
la infkN:i6n resulta evidente en todos sus aspectos.
776
Fundaci\363n Speiro
Y EN LO URBANO, EN LO INDUSTRIAL Y EN
W
AGRARIO(*)
POR
JUAN V ALL1lT DE GoYTISOLO
l. La prudencia, según Saoto Tomás de Aquino ( en su res
puesta del
a 1, q 47, II.ª II.ª) recoge de Sao Isidoro de Sevilla,
consiste -en, ver de lejos, en .ser perspicaz y prever <
No se trata, pues, de ser cauto, astuto, parsimonioso, compone
dor,
pastelero,
ni de saber salir del paso sorteaodo los problemas
inmediatos ... , sino de ser
sagaz en la observación de la realidad, en
captar la concatenación de causas y efectos., con visión larga y pro-
funda, de modo tal que permita prever lo más conveniente para el
bien wmtin, que es la materia de la p,-,,denci" política.
En este! somero estudio, consistente en repasar los hechos mirando
hacia atrás, nuestro cometido es mucho más modesto, pues no tra
tamos de prever, sino de conocer, a
través de
lo ya ocurrido,
obser
vaodo las causas de los efectos Y" producidos y cotejándolos con las
pasadas, previsiones
-acertadas o equivocadas- e imprevisiones.
Nuestra
labor va a ser meranrente empírica. Trataremos de operar
como si fuéramos biólogos sociales, tomando específicamente como
campo de
experiencias el realmente comprendido
por nuestros re
cuerdos, vividos en los últimos
treinta y cinco años, dato que aproxi·
rilad.amente
viene a coincidir con el tiempo transcurrido desde que
concluimos nuestra licenciatura.
(*) Ponencia desarrollada ante el Pleno de Académicos de Número
de la Real de Jurisprudencia
y Legislación el 20 de enero de 1975, publicada
en los
Anales de dicha Real Academia, Vol. V, 1977. Dado el interés ilustra.
tivo de esta ponencia, la reproducimos contando con autorización del autor.
757
Fundaci\363n Speiro
JUAN V ALLET DE GOYTISOLO
2. Notemos antes que, como ha subrayado Louis Salleron
(«Toujours l'inflation», en Itinéraires, 150, febrero 1971), una de
las
características del proceso inflacionario consiste en que
destruye y
transfiere para construir. Es cierto --como dice este sagaz econo
mista~ que la vida econ6mica, como todo otro aspecto de la vida,
es siempre destrucción con vistas a la construcción, siempre es con
sumo con vistas a la producción; pero mientras en. la vida normal
hay un ritmo y una proporción entre los aspectos destrucci6n y cons
trucción, consumo y producci6n, toda proporci6n queda rota
y des
quiciada en los períodos inflacionarios.
Naturalmente, esa mayor destrucción es una deseconomía que
fuerza una nueva, mayor, más rápida y más costosa construcción, que,
a su vez, acelera el ritmo inflacionario en una articulación cada vez
más dificil de dominar y, por ello, más tendente a la caída, provo
cando
un alud.
Ese desequilibrio produce, a su vez,
otro desequilibrio
por las
h'ansferenoias de riqueza a que da lugar. También Salieron lo ha
suhnayado. «Las
transferencias de riqueza continúan. Del pequeño al grande.
Del
más débil
al más fuerte. Del individuo al grupo, y del grupo al
Estado. No
hay más que un automatismo: el de la construcción de
L81JÚltán, que sorbe k, sangre 'Y k, médula a rodas las céluk,s vivas de
todas las libertades.»
«La inflaci6n d,struye el capital de los individuos, de las fami
lias, de las
asociaciones, de
las pequeñas
y medianas empresas, para
construir el capital del monstruo totalitario, que, armado de sus or
denadores, somete
y planifica, atornillando la carne y el espíritu de
la humanidad.»
Aquí no vamos a profundizar acerca de ese evidente influjo de
la inflaci6n en la destrucci6n de las libertades y, paradójicamente a
la
vez, en
la hipertrofia del gran capitalismo
financiero y
en
el desa
rrollo del socialismo, ya sea en beneficio del llamado
capitalismo mo
nopolista de Estado o de la lenta pero implacable ttansformación del
Estado en capitalista único, que acapara así todos los poderes, sociales:
político, ecoo6mico y cultural,
Tampoco insistiremos -ya lo hicimos otras veces, la primera
758
Fundaci\363n Speiro
LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO UREANO
hace casi quince .años-en la antítesis de la inflación con la justicia.
Durante la inflación se produce un forcejeo entre los distintos sec
tores sociales y entre los diferentes individuos, en el cual todoo tratan
de
transferir
a otroo los
efectos
dañinoo de
la inflación, como ocurre
en
el juego de la mona con la carta de este nombre. El enriqueci
miento
y el emprobrecimiento ya no depende del trabajo productivo
y del
ahorro, sino
de la habilidad en este juego. Así se modifican
todas las reglas de
la moral en lo económico y, en general, en lo so
cial, hasta llevar poco a poco a la pérdida del todo. sentido moral y
de lo objetivamente justo.
Vamos a limitarnos tan sólo a registrar las transferencias de ri
queza, operadas por la inflación y por sus pseudorremedios, de unos
sectores a otros y observar sus consecuencias sociales.
3. En el siglo XIV, Nicolás Oresmio, al proclamar la necesidad
de que el valor de la
moneda se mantuviera estable y la ilicitud de
su alteración, que implicaba una inicua redistribución de la riqueza,
salvó de esa ilicitud el caso de guerra.
En
esta situación nos hallábamos después de nuestra guerra·de lrbe
ración, y esa primera marea inflacionaria nos ofrece las primeras ex
periencias, matizadas por las circunstancias especiales, internas y ex
ternas, que la acompañaron y la consiguiente falta de oro, de divi
sas y de capacidad exportadora.
Los remedios empleados fueron las tasas de precios, de alqui
leres-, de los cánones arrendaticios, la intervención de ciertos pro
ductos, de las importaciones y exportaciones, y el trato fiscal de los
beneficios extraordinarios.
El estraperlo sorteó la tasa y el racionamiento de los productos
alimenticios,
y el dinero afluyó a los labradores. En cambio, fue efec
tiva la tasa de los cánones de los arrendamientos. La concurrencia de
ambos fenómenos llevó a que muchos arrendatarios compraran las
tierras
que cultivaban e incluso otras de cultivadores menos fuertes.
Sin embargo, es de notar que este fenómeno se produjo más allí
donde la propiedad
se hallaba
ya dividida que en
las regiones de
latifundios en las que abundaba más
el peonaje, y aun en aquéllas,
como consecuencia, a veces la propiedad se dividió en exceso, o los
759
Fundaci\363n Speiro
JUAN V.1LLET DE GOYTISOLO
labradores fuertes dejaron sin tierras a lo,; más débiles, que no pu
dieron pujar
pam su compra el precio ofrecido por aquéllos.
En la industria., en un mercado intervenido, la tasas de precios
y el estraperlo se contrapusieron de tal modo que su choque produjo
una honda transformación
con el
carácter empresarial. Quien más
tarde fue ministro
y presidente del Consejo Nacional de Economía,
Pedro
Gual
Villalbl, lo
explicó con referencia al empresario catalán.
<<... hemos vivido una época de economía convulsa, los negocios
se hacían a trompicones ; además, en negocios de grandes cantidades
había. que moverse mu.cho y con riesgo. Los negocios se hacían te
niendo que considerar
la legislación que había enfrente, con tasas,
racionamientos, fiscalías, sanciones. Esto operaba tanto en
la concep
ción,
en
la mentalidad del empresario catalán, que éste se encontró
con este dilema: tenia que renunciar a sus ideas y hasta claudicar en
su moral, o su negocio iba a sucumbir, }X)tque el comercio de estra
perlo era fatal. Hay una consideración que noo la hemo,; de hacer
todos, que es una lección histórica, fatal.»
Ello dio lugar a que varios empresari~s de solera acabaran ven
diendo sus fábricas a sus mismo,; encargado,; o gerentes, enriquecido,;
por el estraperlo efectuado por su cuenta y riesgo, o que aquéllos de
jasen la dirección a la generación joven.
«En Cataluña,
la expresión de "gerente joven" -sigue Gual
Villalbl-tiene
un significado
y llegaba o iba en camino de tener
una consistencia. Los gerentes jóvenes se reunían, celebraban sus
cenas, y así se iba contituyendo un cuerpo de gerentes jóvenes. El
gerente joven, naturalmente, era el adecuado
para llevar las empre
sas en nuestros
días, pues
aportaba a ellas el desenfado de la juventud
y también los atrevimientos consiguientes.
»Por estas ·razones, el empresario joven, el gerente joven, ha ido
tomando una personalidad, y se fue haciendo un modo especial de
conducir los negocios.
Se ganaba en una hora lo que antes se ganaba
en un año, y ante la evidencia de esto hubo de claudicar
el empre
sario viejo. Esto hizo perder, -en parte, en bastante parte, el espíritu
de prudencia, de cautela y el modo tradicional de conducir los nego·
cios, que se han ido
desv
Fundaci\363n Speiro
LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
4. Quienes pagaron realmente la inflación fueron loo jubilados
y loo pensionistas, en general, y también loo propietarios de fincas
arrendadas o alquiladas, que sufrieron la congelación de sus
alquile
"es
y cánones arrendaticios. Es especialmente revelador seguir el
hilo de consecuencias que de las medidas
antiinffacionarias desgra
naron. Tratando de sintetizarlas y ordenarlas, podemos señalar como
más destacadas :
a) La formación de un falso derecho ( siguiendo la terminolo
gía que Rueff aplica a los surgidos del desorden causado de con
sumo
por la inflación y por las medidas tendentes a frenar sus efec
tos sin
atacar a
sus causas) de los arredatarios e inquilinos, derivado
del hecho de que el arrendamiento quedó convertido en el derecho de gozar de
la vivienda o local por menos renta de la que conmu
tativamente le correspondería. Falso
derecho cuantitativamente valo
rable
por la diferencia existente entre el valor en uso. de la vivienda
o el local arrendado y
el importe del alquiler tasado; y bajo otro
aspecto,
por la capiralización de esta diferencia. La primera diferencia
provocó los subarriendos y convivencias, autorizados o disimulados, y
la segunda, los traspasos y cesiones, aceptados o no, y las primas a
la propiedad o a los administradores venales para que los consin
tiesen, y, además, invitó a conservar la vivienda alquilada o el local
arrendado fingiendo ocuparlo, aunque no se necesite, cuando la
ocupación es exigida para conservar el derecho, del que ya sólo in
teresa ese
«falso derecho»,
correspondiente a aquella disparidad
entre el valor de su uso y el montante de su contraprestación.
b) La desaparición del interés del propietario por conservar en
buen estado
los edificios
arrendados, pues su «negocio» (identi
ficado con su liberación de los «falsos derechos» de los arrenda
tarios) consiste en que la casa resulte ruinosa, especialmente si la re
gulación urbanística le permite edificar mayor volumen y, aún más,
si la valoración fiscal del
rolar le impulsa a lograr la efectividad de
ese valor. De esta útima circunstancia hemos visto desgranarse con
secuencias lamentables, como la pérdida para Madrid de uno de los
más
bellos paseos de Europa, el de la Castellana. No es preciso ha
blar de los edificios en mina, ni de algunas catástrofes originadas
al derrumbarse.
761
Fundaci\363n Speiro
JUAN V ALLET DE GOYTISOLO
e) Durante bastantes años su repercusión en un alarmante des
censo de la
constrrn:ción (luego veremos cómo y a qué costa se lo
gró salir de ese impase).
d) En definitiva, la tendencia a ]a desaparición del inquilinato,
no sólo en las .nuevas edificaciones, sino también en-las de renta
antigua, que fueron vendiéndose por pisos.
e) Y, a la vez, la deficiente construcción de las nuevas viviendas,
que ya no se ·edifican como antes, como inversión durad.era donde
colocar lo ahorrado, sino como un negocio rápido. No interesa la
solidez de la ronsttucción, que otrora pensaba legarse a los nietos,
sino
su inmediata
venta
con la máxima ganancia. El índice de dura
ción de
los edificios
nuevos lógicamente sufre
reducción, a
la par que
!~ falta de reparaciones en las casas antigoas, por unos propietarios a
quienes no rinden, ha de repercutir también en que su duración
se reduzca. Así se incuba un
nuevo problema, que es endosado a las
generaciones inmediatas.
5. Podríamos seguir enumerando consecuencias en lo industrial
y en lo agrario, en lo, urbano y en lo rús,ico, de esa primera etapa de
la inflación, pero sólo enumeraremos la secuela que tuvo en la finan
cfación del
crédito correspondiente a
la construcción, a las mejoras
agrícolas
y el aquipamiento indutrial. Dejaron de interesar al público
las cédulas hipotecarias, que por su renta fija
y valor nominal sufren
radicalmente la inflación. Primero se obligó a
Mootepíos y Mutua
lidades a que acudiesen a suscribirlas. Por fin las tuvo que asumir
el
Estado o impuso su suscripción forzosa, oficial u oficiosamente, a
Bancos o Cajas de Ahorro, o bien estimuló la inversión privada me
diante exenciones fiscales. importantes.
Como epilogo de esa primera fase, inreresa destacar que fue enor
me
la carestía de
viviendas sufrida,
especialmente en las grandes
capitales, y la consecuente necesidad de promover la construcción de
viviendas económicas, forzó la interveoción del Estado y la habili
tación del
crédito preciso
para ello, que, en
cootrapartida, sirvió
de
dispositivo para la explosión de
la segunda etapa inflaciooaria.
El
Estado moderno se considera con capacidad
y fuer.zas sufi
cientes
y con la debida competencia para acometer, cOII medidas di-
762
Fundaci\363n Speiro
LA INFLACION EN LO R.USTICO Y EN LO UR.BANO
rectas o indirectas, toda clase de empresas, y entre ellas, sin duda, el
de nivelar la oferta de viviendas con su
demanda. Así
el presupuesto
se grava notablemente o aumenta extraordinariamente la emisión de
cédulas para la const:rua:ión -de suscripción más o menos forzosa
a
través del ahorro privado depositado en cuentas corrientes o li
bretas
de ahorro--. De este modo resulta siempre más difícil la esta
bilización
monetaria, y
las consecuencias de
~sas medidas las sufre ron
mayor
dureza el
sector privado propiamente dicho, al restarle po
sibles
medioo.
Si
la inflación y la tasa de
loo alquileres
arruinó a un estamento
social, el de los caseros, pertenecientes a la conservadora clase media,
en cambio, la intervención del Estado, estimulando la construcción
con primas, préstamos a bajo interés y largo plazo, con exención de
impuestos, ha enriquecido a otros-en forma económicamente más
gravosa a la nación y en proporción muy superior al beneficio que
fue concedido
a los
antignos inquilinos
con el establecimiento de la
tasa.
Por otra parte, la promoción y la protección estatal se verifican
a ráfagas, por razones de oportunidad, que hieren la justi<:ia. En
efecto: El país se halla dividido, eo virtud de esa protección, en unos
propietarios duramente
gravadoo por la contribución urbana y arbi
trios
municipaíes y en otros beneficiados en el 90%. Unos cons
tructores disponen no sólo de las. OOnificaciones, sino del crédito a
bajo interés y largo plazo, y otros se hallan completamente despro
vistos de protección oficial, siendo así que en ocasiones tal diferencia
de trato no depende sino de una pequeña distancia topográfica o de
una insignificante diferencia cronológica.
¿Se ha pensado en que,.
aparte
de la protección a las viviendas más modestas, sería tal vez
mejor que el Municipio
etnplease en la urbanización muchas plus
valías, que pierde con la.s. bonificaciones, y en que la protección de las
nuevas construcciones no rigurosamente sociales fuese menor, pero
indiscriminada, como la vieja Ley del Ensaoche enseñaba?
Pero los
dos más graodes peligros que pueden resultar de la in
tervención estatal, que, por otra parte, llega a ser necesaria en esa
materia, son
los siguientes :
l.Q Que los ciudadaoos se habitúen a no realizar esfuerzo im-
763
Fundaci\363n Speiro
JUAN V ALLET DE GOYTISOLO
portante alguno sin la orientación y ayuda del Estado y consideren
normal que éste
les facilite
gratuitamente el capital que necesiten
para construir o
wdquirir su
propia morada.
2.2 Que las medidas estatales que acompañan a la promoción
o protección de viviendas
beneficiosas para
los sectores de la pobla
ción económicamente más necesitados, al propio tiempo, les someten
a éstos, a tan alto grado de dependencia de los poderes público,;, que
plantea
un grave problema político si
los beneficiarios
llegan a ser la
mayoría de la población. El precio consiste en la pérdida de la li
bertad. Así Sauvy ha observado que en Francia: «Si
se penetra
más
profundamente en
los arcanos de la legis
lación y de los reglamentos,
se observa que
los principales
esfuerzos
se
han desplegado no tanto en favor de la construcción de viviendas
como
contra la const:rucción juzgada no ortodoxa.» Siempre, plutot
mou,rh selon /.es regles que d'en rechfl/J1)e1' conue les regles,
6. Llegarnos a 1959 con la convicción de que era precisa la
estabilización. Algo antes, en Francia, Jacques Rueff había orientado
y realizado esa política, de la que además era su apóstol, defendién
dola en escritos y conferencias, como la que pronunció el 8 de abril
de 1959
en la
Casa Sindical de Madrid, con
el título «El franco y
Francia a partir de la reforma
financiera de
1958». Esa inquietud
nos llevó a
estudiar el
terna desde el punto de vista jnrídico, que desa
rrollamos en octubre de 1960 en
el Discnrso de Apertura de aquel año
judicial en la Audiencia territorial de Las Palmas
y, más ampliamente,
en Revirta Juridica de Cata/,uña del mismo mes, con el título «La
antítesis inflación-justicia>>.
Pero, tras la estabilización, no se hizo esperar, con el impulso del
desarrollo apresurado :y la ola turística, con el ingreso de divisas que
habían de ser traducidas en moneda circulante, una nueva ,etapa
inflacionaria, de cuyos beneficios hemos gozado en las capitales, pero
de cuyas consecuencias
dañinas ha venido sufriendo
nuestra agricul
tura, mientras nosotros sólo las comenzamos a notar.
Repitamos lo observado al principio. Toda construcción acelerada
implim destrucción y transferencias, aceleradas también, que actúan a
la vez como causas y efectos. de una inflación, formando con ella un
764
Fundaci\363n Speiro
LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
conglomerado, o un círculo vicioso, risueño al principio, pero trágico
al final.
Perdonad
que me refiera, otra vez, al «Cuento chino» que a me
diados del siglo
XIX Federico Bastiat incluyó en Sophismes économi
ques, como ilustración frapmte. Narraba el autor que un empe
rador chino ordenó cegar el canal que unía
las grandes ciudades de
Tchin y Tchan y construir, a una distancia de treinta kilómetros, una
carretera paralela al antiguo
cauce. Al
poco tiempo, en tomo a la ca
rretera comenzaron a surgir fondas, hoteles, talleres, comercios y suce
sivamente se construyeron pueblos y después ciudades. ¡La sabiduría
del emperador fue por todos admirada y loada! Hasta que pudo ad
vertirse que lo ocurrido se había reducido a consumar un traslado de
riqueza y de la vida misma, que había existido en torno al canal, a los
bordes de la carretera que le sustituyó como medio de comunicación.
Y, aún, con todos los inconvenientes humanos, y el consiguiente gasto
que todo traslado significa.
El finado
Raymond Bermrier,
notario
francés, alcalde
que fue de
Mesnil
Saint Denis,
secretario
de la
Sección francesa del
Consejo de
Municipios
de Europa y vicepresidente de
la Asociación de Alcaldes
de
Francia, en la comunicación que presentó al Congreso de Alcaldes
de Francia de noviembre de 1966,
observaba que
muy a menudo, en las
comarcas «donde se
esperaba el nacimiento de
'polos de desarrollo',
aparecían,
¡,oc el contrario, áreas de depresión, porque los pueblos ya
existentes absorbían para
su provecho propio, todos
los beneficios cir
cundantes, produciendo
inmensas
áreas de
depresión en toda Francia».
Y así,
concíuía, «la dulce
Francia, coya riqueza, armonía
y equilibrio
han sido durante largo tiempo la envidia del mundo entero, ha sido
revuelta por un desequilibrio ruinoso entre las ciudades superpobladas
y las campiñas exangües».
Especialmente, ese fenómeno vacía
el campo,
falto de
protex:ción,
que
ve a sus antiguos pobladores marchar a la ciudad como obreros de
industrias protegidas, mientras las
tierras quedan
incultas y poco des
pués invadidas de maleza.
Se producen verdaderas deportaciones económicas y sociales, pro
vocadas por la
aceleración de la
expansión industrial
y por la dismi
nución del bienestar agrario, frenado mediante importaciones. de cho-
765
Fundaci\363n Speiro
JUAN V ALLET DE GOYTISOW
que, dirigidas a impedir que el alza de los precios agrícolas sea pa
ralelo a la subida de los salarios y precios industriales.
lista transferencia
del campo a la ciudad
y a las nru:vas industrias y
construcciones, y en ayudas a. éstas de lo descapitalizado en las aniqui
ladas, que
es prorectada en fomna precipitada y suele realizarse dema
siado velozmente, va inevitablemente vinculada a un proceso infla
cionario.
No afirmamos en modo alguno, como hoy suele asegurarse, que no
es
posible el
desarrollo sin inflación.
listo no es cierto. Se tienen evi
dentes
prueoos de
la
contrario. Jesús Prados Arrarre, en
su reciente
libro
lA inflación, recuerda algunas. En el Reino Unido de Gran
füeraña e Irlanda los precios cayeron desde 1870 a 1895, pero el
product0 nacional bruto suhi6 más
en
esre período
que en el
si
guiente 1895-1913, con los precios en alza. En U. S. A., el decenio
que en relación al anterior
acusó el máximo aumento per et,pi,ta de
dicho producto fue el 1879-1888, ya que creció en un 50,6 %, mien
tras bajaron los precios un 19,5 %. Después de la Segunda Guerra
Mundi,,1, Alemania
Federal
y Japón consiguieron los máximos índi
ces de desarrollo con precios relativamente constantes, mientras mu
chos países iberoamericanos, que han utilizado deliberadamente la in
flación como
instrumento
del desarrollo,
han visto que
el índice de éste
se les reducía en relación al alcanzado en períodos anoeriores.
No
afirmamos, ni
podemos afirmar, pues, que necesariamente
ha
ya correlatividad entre
desarrollo natural y sólido
con la inflación.
Lo que decimos es que ese tipo acelerado y destructor de desartollo
forzado sí que va siempre
ligado a
la inflación, hasta que finalmen
te va siendo asfixiado
po< ella.
7. Aparte de lo expuesto, la inflación en
el ámbito industrial
tiene como inevitables consecuencias el desgaste y la malinversión de
capital. Lo primero, porque, al estar valorado el capital en moneda
sana, fáálmente los beneficios, obtenidos
en mooeda inflacionaria,
parecen mayores
si no
se advierte que
las sumas destinadas a
aroorti
zación y previsión no han de calcularse con relación a las cifras que
fueroo contabilizadas en
moneda sana,
sino traduciéndolas a su
equi
valencia ero la de curso actual, tal vez incluso a la que se calcula
766
Fundaci\363n Speiro
LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
para el momento en que se haya de reponer o de hacerse efectiva la
previsión.
La malinversión es una consecuencia: en primer lugar, del aumen
to ocasional de consumo, produádo, po,r la inflaáón, y de la cree&
cia en que este mayor consumo será permanente, y, en segundo lugar,
de que, en cambio, se resta este capital d_e fabricaciones que tienen ase
gurado un necesario consumo real, pero que durante la inflación
resultan meaos reotables por sufrir implacablemente los efectos de
las medidas antiinflacionarias adoptadas por el Gobierno. Así ocurre
que industrias que realmente debieran haber crecido pueden quedar
estacionarias, decrecer e incluso arruinarse, por haberse descapitali
zado; mientras tanto se producía afluencia de capital hacia produc
ciones de menos interés para los consumidores, o simplemente margi
nales en momentos. de normalidad monetaria.
El fenómeno ha sido subrayado por Luis Olariaga: «Sacar obreros
de la agricultura para incrementar el peonaje de industrias que sólo
transitoriamente pueden mantenerse sin periclitar, no puede entusias
mar a ningún economista. Al ingeniero, al político, al sociólogo,
puede bastarles con organizar empresas, con establecer industrias,
con hacer cosas que se vea:n.; mas para que el economista pueda dar
su beneplácito es menester que las empresas que se crean tengan uti
lidad áerta para la defensa o para la vida económica del país, o
arrojen productos exportables
o prometan
un rendimiento,
estable y
ofrezcan
con ello segnridades de perduración a
las empresas. Lo
demás
es, sencillamente, amontonar cargag, públicas en el asilo presupues
tario estatal.»
Pero, además, hay otro hecho que no es posible olvidar:
Los
bienes que existen en, la tierra no son patrimonios de una
sola generación. Tenemos verdaderos deberes con nuestros hijog,, tan
to
mayores cuanto mayor sea el patrimonio que nos hayan legado
nuestros padres.
La justicia conmutativa ti-ene en este aspecto un.a. dimensión jn
tertemporal.
Y,
en
este sentido,
es
evidente: a) que la inflación consume el
ahorro líquido de las generaciones anteriores en proporción a la
dimensión de la inflaáón produáda ( el ahorro, pierde poder de in-
767
Fundaci\363n Speiro
/UAN V ALLET DE GOYTISOW
versión al desvalorizarse con la in(lación, y, en consecuencia, la
gente va acostumbrándose a no ahorrar), y b) qne, al producir des
capitalización y
malinversión de
capitales, es natural que gravará
te
rriblemente a las futuras generaciones, que tendrán qu~ luchar para
recuperarlo. Rueff lo ha dicho lapldariamente. «La inflación no sólo
destruy,e el presente, sino
el porvenir, cuya fuente ciega ... »
De la inflación
sólo se sale mediante !~ austeridad, a través de un
período de
deflación o
cayendo en la catástrofe
y, en todo caso, la
generación qne
haya gozado en
la euforia de los primeros años de
la inflación habrá dilatado su probelma, endosándoselo a la nneva
generación, emprobrecida en igual medida que la descapitalización
o inflación snfcida.
No se olvide qne la inflación
indefinida es
imposible, porque
produce un movimento autodes-tructor.
La nueva generación pagará con su trabajo y sufrirá con su sa
crificio lo que la anterior despiJfarró, descapitalizó
y malinvirtió.
Después de
haber escuchado hasta
la saciedad
la vanagloria
de sus
gobernantes, que presumían de haber elevado el nivel de vida, ter
minará dándose cuenta de que todo fue ficticio y que no hizo más
que gastar los ahorros de las generaciones anteriores y empeñar e
hipotecar a las siguientes.
Unos gobernantes con
medidas dolorosas y antipopulares pur
garán
y harán purgar los éxitos ficticios de qne se vanagloriaron sus
antecesores, que los habrán obtenido a costa de la inflación.
El
canciller federal
Erhard fue
rotundo al respecto: «La
infla
ción nos viene sobre nosotros comai una maldición o un hado trá
gico; es siempre una política desaprensiva o criminal la que la
provoca.» Tiende a sustituir la seguridad familiar por
la ,seguridad
social, consiguiendo, por lo menos, destruir la primera, pero sin al
canzair la segunda en forma efectiva, sino Ún sólo de un mOOo
ilusorio.
8.
Pero veamos,
al menos panorámicamente, algunos de los
efectos más visibles de la más fuerte y voluminosa transferencia ope
rada en nuestro país en
es~ tercera etapa de inflación, en la que to-
768
Fundaci\363n Speiro
LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
davfa vivimos, ahora cuando ya palpamos sus consecuencias dañinas,
incluso en secto,res que al principio resultaron beneficiados por ella.
Santiago Carrillo (Demdin l'Espagne, pag. 184) no disimula
cuán favorable resulta para el cambio
politico,, propugnado
por el
P.C., el empobrecimiento relativo sufrido por los campesinos, que
durante la República
se hallaban
«bajo la influencia de
la reacción»:
«Hoy han llegado a ser muy pobres, viven en condiciones peores que
los obreros. Coo
descapitalización en el campo en beneficio de la indus
tria ... » «Esta masa
campesina, que
en tiempo pasado representaba la
base de sostén de las fuerzas de derecha en el campo, está en trance
de convertirse en fuerza de apoyo de
la democracia» ( en el sentido,
naturalmente, que se asigna a esta palabra en términos del P.C.). Al lado de este hecho, las grandes ciudades caecen acelerada
mente,
multiplicándose los
problemas
de todq orden -polución, con
gestión de la circulación, delincuencia, drogas, etc.-, que inevitable
mente provocan estas aglomeraciones, mientras el campo se despuebla,
abandonándose los lugares, comenzando por los más
agresres. La
multiplicación de incen
produce o aurnrota la carest!a de algunos productos que antes eran
excedentarios ... Hace poco se ha firmado con Fidel
Casrro un
acuerdo
comercial y crediticio, ventajoso para Cuba, a fin de poder adquirir
azúcar a precio más de cuatro veces más caro -sin contar el coste del
transporte trasatlántic<>----del que hundió uuestra producción remo
lachera,
antes sobrante.
Sin embargo, pese a todos sus graves inconvenientes y peligros,
hay una razón política que, hoy por hoy,
hace casi
imposible el cese
del
crecimiento de
las grandes ciudades. El bienestar de éstas preo
cupa más que el de los campos, aldeas
y pueblos, aunque éstos re
presenten
la sa:lud del país, mientras las grandes ciudades sean su
enfermedad. La
ciudad es el escaparate en el que se
exhibe toda
la
obra de gobierno, contiene una masa capaz de
~Iterar el
orden pú
blico mucho más que todas las
dispersas familias
campesinas,
y reúne
unos intereses creados que forman núcleos de presión importantes.
Spengler (Año, decisivas, § 16) señaló ya que en 1850, al suprí-
769
Fundaci\363n Speiro
JUAN V ALLET DE GOYTISOW
mirse los derechos de impottación del trigo, se sacrificó el labrador
al
obrero. Y Heruy Cosron (Les technoorates et la sinarchie, capím
lo
V.,
in fine) subraya que en Francia, con referencia al Plan Hirsh,
se afirmó que la elevadón de la renta nacional no debía quedar neu tralizada con un
alza de
los precios agrícolas. Así
el labrador es sa
crificado al industrial, al
comerciante y al financiero.
Si
se defiooden con
aranceles los productos
industriitles y se frena,
pese a la depreciadón de la moneda, el incremento de los precios de
los productos
agrícolas medianre importaciones de
choque
y si en
contraste
se favorece la
subida de los sueldos en las
empresas ciudada
nas, d campo seguirá desangrándose y su sangre poblará los suburbios
de las ciudades donde
el emigrante piensa hallar otras posibilidades. Si
los líquidos de
las explotaciones agrarias
se
incrementan y se prodi
gan las exenciones a las. construcciones urbanas, el campo seguirá
vaciándose y las ciudades creciendo. Si ... , etc.
El campo
se descapitaliza,
la agricultura rinde al cultivador
menos
que cuaiquier otra actividad; y, pa,ra decla,rarlo viable
o marginal, su
productividad se calcula en dinero
a:l precio de venta de sus pro
ductos; no, como sería lo correcto, en calorías suficientes para ali
mentar una familia. él.os tecnócratas han calculado el mínimo óptimo
de habitantes que
el campo debe contener para que sus productos
sean congruentemente
rentables a
los
campesin06 a
la par que su
precio
resulte el mlnimo para la población urbana, sin pararse a
pensar que con igual razón
aquéllos podrían pretender que el
sector
terciario
se redujera también al mínimo
y su productividad fuese la
máxima, para
que los
impuest06 y los costos de 106 servicios les re
percutieran a los labradores lo
lDffiOS posible. Pero la mentalidad ur
bana predominante
piensa en
el campo como un lugar de recreo,
propio, para veranear; cazar, hacer urbanizaciones, montar parado
res ... ¡Hasta que vuelvan los tiempos de vacas flacas!
La inflación se halla íntimamente ligada a este fenómeno de
tronsferencia de riquezas y hombres del campo a la ciudad, junto al
' que actúa como causa y como consecuencia, en un endiablado drcuio
vicioso. Los problemas de la ciudad -vivienda, transportes, paro,
en especial- piden como
soludón fácil,
aunque momentánea, el
recurso a la
inflación; los remedios empleados, ¡,ara que
ésta no pro-
770
Fundaci\363n Speiro
LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
duzca el alza de los artículos alimenticios, empobrecen y despueblan
el campo, y, miientras éste se despuebla, crece la ciudad y se reprodu
cen ampliados sus problemas. Estos no se
resuelven curando el pus
de los suburbios si con ello
se
aumenta la hinchazón enfermiza
de
la ciudad. La cucación sólo
podría
Jogra,se si se evitara el
desequilibrio ciudad-campo y se
lograse
el manrenimento de su estabilidad, lo cual, como condición
imprescindible, requiere moneda
estable que excluya las consecuen
cias que inevitablemente
dimanan de
los pseudorremedios
de la
in
flación.
9-Lo cierto es que en cuanto nos encaramos con el tema de las
viviendas urbanas de renta o precio asequibles a
la masa trabajadora,
en momentos de inflación
y de crecimiento vertiginoso de las ciuda
de:S, 'los problemas van sa'lien.do, como las cerezas de los ceistos, arras
trando otros: La vivienda económica requiere suelo barato, y la
carestía de los solares, se dice, es fruto de la especu!aci6n del suelo.
A veces quienes más insisten en el tema son los mismos qlle tratarán
de lucrase después con la especulación inmobiliaria, consistente en bene
ficiarse
en la venta de las
,edificaciones por ,Ja circunstancia de haber
las
construido en suelo que fue comprado
barato.
Aquí se busca nn nuevo «chivo expiatorio». Si antes oíamos hablar
continuamente de -Ios abusos de los caseros o lo leíamos en letras de
molde, hoy se hace correr Ia tinta o desahogar la boca hablando de la
especulación del suelo. AJ atacarla, se pretende a la vez --<::onsciente o
inconscientemente--que
con
el debe inflacionario carguen los propie
tarios de terrenos. No
se tiene
en cuenta que a muchos de ellos
el creci
miento
urbano les ha destruido su
paz o su modo de vivir, transfor
mando sus tierras hasta ahora de cultivo en solares potenciales, motivo
por
el cual no sólo dejan de ser labradores, sino que o bien aceptan
ser convertidos en presa de los verdaderos especuladores o, en _otro
caso, son presentados como enemigos del bien público si resisten
las ofertas de éstos o recurren contra los pla.o.es urbanísticos pro·
yectados. Se trata de pagarles con precios de ayer lo que luego se
intentará vender con precios de mañana, que tail vez serán compensa
dos a los futuros compradores con primas o bonificaciones que,
a
771
Fundaci\363n Speiro
JUAN V AUET DE GOYTISOLO
su vez, deberán ser enjugadas con una nueva inflación. Subrayemo5,
con Fran~ois Saint-Pierre («Maitrise des
sois ou maitrise
des homes?»,
en Aide au /o,gement, 134, mayo 1974), que los verdaderos espe
culadores son quienes, anticipadamente bien informados del volumen edificable, fijado en una
zon~ por
el organismo estatal competente,
compran
terrenos agrícolas
que casualmente ( ?) serán pronto ur
banizados.
Hace años nos referimos a Jos
remedios generalmente propues
tos
para impedir la especulación del ruelo. No vamos a repetir su
enumeración ni su crítica. Sólo añadiremos unos párrafos del refe
rido articulo de Fran~ois Saint-Pierre, en los cuales analiza la cono
cida propuesta de estatizar o municipalizar el suelo, que luego los
organismos adecuados adjudicarían a los particulares en exclusivo
uso para la construcción efectuable conforme al específico destino
de lo edificado. Habla de Francia
y señala los previsibles resultados
de esa
fórmula: «Sólo
los amiguetes podrian construir, mientras los
otros no obtendrian los terrenos necesarios. Y si los distribuidores
quisieran dar una
razón, les
resultaria muy sencillo decir a
fos demás
:
"Bien quisiera daros un
terreno, pero no hay para todos." Con la atri
bución de los terrenos se recibiría la indicación de concertar la cons
trucción con tal empresa o de encarga.1::la a tal arquitecto, cosa que ya
ocurre con las peticiones de autorizá.ción para construir; es decir,
que las empresas no gratas quebrarian y los arquitectos indepen
dientes no podrian subsistir. Y, aún, en caso de no haber alojamiento
para todos, sólo quienes se conformaran con la voluntad de los man
damases podrian
obtener un techo
para sus hijos. La esclavitud se
reirustauraría poco a poco, comenzando_ por los más pobres.»
10. Nosotros repetiremos cuáles creemos que son los remedios
posibles
y eficaces.
Previamente recordemos que aquellos remedios de la inflación que,
para paliar sus
,efectos en cuanto perjudican
a las masas ciudadanas,
frenan la subida de los productos alimenticios, dan lugar a que se
despueblen los
compos, y
hacen huir a emigrantes hacia las ciudades,
mientras que por
los efectos
expansivos,
propios de
la misma infla
ción que no son frenados, estas ciudades crecen y se extienden. Esto
772
Fundaci\363n Speiro
LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URBANO
ya de por sí hace subir la demanda de solares, tanto y tan rápida
mente corno se prevé que será aquella expansión. Por ello, como
no es posible eliminar los efectos sin erradicar sus causas, si ver
daderamente quiere resolverse el problema, hay que atajar al fenó
meno
actual que concentra la población del país en los grandes núcleos
urbanos y hay que atacarlos en sus
mismas raíces.
En primer lugar, es preciso. nada más, pero nada menos, mante
ner estable el valor de la moneda. Como ha observado Sauvy: «A
falta de moneda metálica, a falta de moneda de papel sólidamente
sostenida, los particulares buscan, muy naturalmente, otra sustancia y
la hallan en la piedra.» Si la mala moneda desplaza del mercado a la
buena, el papel inflacionario hace fluir los ahorros hacia
los terrenos.
No
se trata sino de una aplicacióo de
la ley de Gresham: la mo
neda mala quita siempre el puesto' a ta buena. Cuando toda la mone
da es mala, la
moneda buena es sustituida por otros bienes que asu
men su función de a!horro. La tierra, que sustituye al metal precioso
y más aun si está urbanizada ( que equivale a moneda de metal acu
ñada), tiende a servir de ahorro, en general más para evitar que lo
ahorrado sufra los
efectos de la depreciación de la moneda oficial
que propiamente para especular.
Se dirá que también cabe equilibrar con la moneda desvaloriza
da los terrenos no edific.ados, desptreciándolos, a su vez, con im
puestos que agoten su valor
o que lo reduzcan paralelamente. De
conseguirse, nos tememos, que el frac.aso sería mayor. Si no se hallaran
otros sustitutivos de la moneda buena, el hombre dejaría de ahorrar,
de prever, de ser responsable de su futuro y del de sus
hijos. El
Estado
tendría que
ahorrar por
todos, que financiarlo todo, que ser
responsable por todos; y todos seríamos ,esclavos de quienes asu
mieran las palancas de mando de ese Estado que se ocuparía de todo.
Dependeríamos de ellos como el ganado de sus pastores y estaríamos
guardados por sus guardianes como el rebaño por
sus perros.
En el
mejor de los casos, podríamos aspirar a ser ganado bien alimentado,
bien cuidado y bien educado. Tenemos ya muestras en diversas partes
del mundo ...
11. La privaci6n, incluso potencial, de los instrumentos pre-
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Fundaci\363n Speiro
JUAN V ALUJT DE GOYTISOLO
cisos, para que su iniciativa pueda desarrollarse acaba desvalorizando
al hombre. Elías Canetti (Marte et ptlissance, Gallimard, 1966,
págs. 194
y sigs.) ha observado la correlación entre inflación mone
taria
y la masificación del hombre, y entre la concurrente desvalo
rización de éste
y la del dinero.
«Tal vez se vacile en atribuir al dinero, cuyo valor es fijado ar
bitrariamente por los hombres, efectos generadores de las masas que
sobrepasan en mucho su propio destino y que tienen algo de absurdo
y de infinitameote humillante.» Con la inflación, el individuo «ha
perdido
su
solidez y sus límites; es diferente en cada instante. Ya
no es como una persona; ya carece de toda especie de
dureza. Tiene
cada
vez menos
valor ... ».
«Se puede
observar en la inflación una
al
garabfa de devaluación en la cual los hombres y la unidad monetaria
se confunden
del modo más extraño. Son intercambiables ... » «Y
t
están entregados a
ese mal dinero, y todos juntos tam
bién se sien.ten, como él, sin valor.>>
¿Puede salirse de la inflación sin caer en la esclavitud, cuando
el hombre está masificado? El proceso
comieoza cuando
se confunde
el significado del bien
común, y se le orienta! hacia fabricar más para tener más, en lugar de
dirigirlo a ser mejores. Entonces las obras se consideran primero que
el hombre. Lo que es
para el hombre preocupa más de lo que es el
hombre. En seguida surgen los aprendices de brujo que, queriendo
edificar la ciudad ideal, la utopía, comienzan a construir la
torre de
Babel.
Para
conseguirlo es
preciso falsear todos los valores
y, natu
ralmente, también la moneda. Luego bastante será lograr dejarse llevar
por
la riada sin ahogarse. Los remedios, en general, lo van evitando,
pero
agravan la
situación. Aún se piensa que del nuevo diluvio po
demos salvamos haciendo más alta la torre de Babel, es decir, ensan
chando las urbes y volcando en ellas cada vez más dinero, aunque
más despreciado, y concentrando más hombres fugitivos del campo,
al que siempre más duramente se le echa en cara su retraso y lo ar
caico de sus
estructuras, lejanas al ritmo trepidante de los motores.
12. En
la depreciación del hombre, que la inflación produce,
tal
vez lo
más grave es su pérdida del sentido real de la justicia, que
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LA INFLACION EN LO RUSTICO Y EN LO URJJANO
se sustituye por imágenes utópicas, incompatibles con la naturaleza
real del hombre. Perdónenme que, para concluir, repita dos párrafos
que consigné hacia el final de mi es~dio <
«En el precio que por la inflación debe pagar la sociedad al
Estado, tal vez la prestación
más grave sea la imposibilidad de jus
ticia en materia económica ...
»Cierto que hoy nos hallamos en un mundo que pretende supe
ditar el
derecho y la jr,,sticia a la efectividad y la eficacia ( añadamos
que incluso llega a confundirlas). Pero precisamente contra este cri
terio debemos luchar. La técnica ha de estar al servicio del hombre y
_de sus fines, no viceversa. Conviene recordar aquel fragmento del
diálogo Gorgfas, en que Platón nos relata la réplica de Sócrates a su
positivista contradictor Calicrates,. cuando éste exaltaba a Temístocles,
Cimón y Pericles: 'Ello, han engrandecido el Ertado, proclamar, los
atenienses, pero no ven que este engrandecimiento no es más que
uná hinchazón, un tumor lleno de pobredumbre, porque de una ma
nera descabellada est/Js antiguos políticos han llenadu la ciudad de
puertos1 arsenales, muraUas, ifributos, y otras necedades semejantes,
sin conseguir la
1templanza y la justicia.'»
Conviene recordar que la historia nos enseña que, después, tam
bién se arruinó Atenas y que perdió su libertad por muchos siglos ...
De nada sirve que la sociedad se enriquezca si el
hombre se
des
valoriza. Su bienestar, su paz materfal, su cultura, incluso, resultarán
efímeros si se desvaloriza su templanza, su fortaleza y su sentido real
de la justicia, aunque la culpa arranque de que haya fallado la pru
dencia ( en el sentido clásico del
término) de
los gobernantes en el
momento en que pareció alcanzarse el apogeo. ¿ Habrá, ahora, suce
dido esto a escala mundial?
Como nuevos Prometeos, hemos querido robar el fuego a la
Divinidad, pero no hemos hecho sino algo parecido a lo que Goehte
narra, en
Pauto --de aquel pobre diablo al que se le convirtieron
en escarabajos
las arentas del collar que habla tomado como perlas-,
preanu.nciándonos así nuestra decepción final, tras el engaño de la
euforia
que en sus comienzos. nos había hecho sentir la inflación,
cuando Mefistófeles, disfrazado de bufón del rey, había ido con
virtiendo todo lo que
tocaba en
oro, ficticio al
fin.
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¡UAN V ALLET DE GOYTISOLO
APOSTILLA
Cuando leimos esPa comumcaci6n en el Pleno de Acáliémicos
numerarios, nos hallábt:mUJs en España
,en la enumB1'ada como ter
cera ola inflacio,,,,,.;a a parti1' de nuestra posguerra. Hoy, tres años
más ttwde, sin haber remitido aquélla, nos ha/.tamos en una cuar
ta, que parece mucho mayor, y en plena stagflation. ¿Qué sector
pagará
ahorri los vidriO's rotos
de
la inflación, aparte de pensionistas
y aseguráiids? ¿Quedará quebrantada la industria que en las fases
anteriores se desarrolló? ¿Es de prever1 esperialmente1 un trasvase
del sector prhJado, al sector público, por ltM consiguientes municipa
lizaci
los
precios
pollticos
impue.rtos? Lo indudable' es que la fuerza revolucionaria de
la infkN:i6n resulta evidente en todos sus aspectos.
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