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Número 165-166

Serie XVII

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Discurso del doctor Enrique Zuleta Álvarez [San Fernando 1978]

DISCURSO DEL DOCTOR ENRIQUE ZULETA ALVAREZ
Antes que nada quiero agradecer a los amigos de la Ciudad Católica el
gran honor
que me han hecho al invitarme a que les dirija la palabra en la
cena de esta noche. La invitttción, además, tiene un significado espe.ial, ya
que en años anteriores han hablado tres

de
mis hijos.

Me
parece, pues, una
circunstancia gratisima que ahora le sea permitido aJ padre volveY a dar tes­
timonio ante ustedes de los valares de una tradición compartida por la gente
de mi sangre.
El reencuentro con España es siempre para un hispanoamericano un mo­
tivo de reflexión sobre la índole de nuestra condición histórica y espiritual,
Solamente adquirimos una dimensión verdadera, cuando nos reconciliamos
con la fiionomía que noJ es propia, cuando ahondamos en las ralees que fun­
damentan nuestro ser, las que se hunden en el suelo fecundo de la persona­
lidad
auMntica,
Como

lo señaló
Maeztu en una proposición clásica, de
decisiva
proyección
histórica,
somos, en la medida que persistimos en nuestra entidad original.
Pero, en ese camino hacia la índole auténtica, los americanos damos con
otra entidad no

menos real,
y que es

la
que da
principio y sentido
a la per­
sonalidad
propia.

Por
América llegamos a España y

sólo desde
España po­
demos proyectarnos a una comprensión abarcadora -de

la
peculimidad que nos
caracteriza. Estamos, entonces,

ante ese ente histórico
que M.aeztu definió como
la
hispanidad, y
que debe ser declarado como-premiJa fundamental, toda vez
que un americano· se -refiera a

la
realidad fundadora
de
su existencia.
La lengua española, la religión católica y un depósito común de valores
sociales
y culturales incorporados a Hispanoamérica por obra de una histOt"ia
común,

son los elementos de esa formidable
creación que define

el
ser y el
obrar hispánicos,

Desde esa
perspectiva podemos

celebrar las
hazañas ilustres
del pasado, y gracias a

sus
valores vigentes esti:mzos en

condiciones de afrontar
las peripecias del presente y

del
futuro. Pero la

seguridad que nos da
e.sa base
no

nos impide
advertir lo.s graves problemas

del
vivir contemporáneo.
Además, en

la
emergencia de

la
crisfr, hay sombras en

el
firmamento de
algunos de nuestros pueblos.

Se levantan voces
agoreras, se

duda de todo y
en ese escepticismo viene, a veces,
una parálisis de las energfas que

habria
que aplicar
para solucionar los problemas que asaltan desde todos los

ángulos.
En estas circunstancias, pues, Se debe recordar que

el
valor de

la
hiipa­
nidad
estriba,

ante todo, en que como hecho de
suma realidad que es,

se
mantiene vigente

en la medida en
que existen nuestros pueblos.

Es la forma
que los determina y los rige, ha.sta el puma de que si no exi.rtiera, oé.rtos se
habrfan disuelto en el magma informe de

la
historia. Como ello no
ha
ocu­
rrido,
debemos reflexionar sobre

la índole de la crisis
de1de una perspectiva
que

afirma la vigencia indubitable de la
hispanidad.
Recordemos, también, que la

inteligencia
nos ha
entregado la
verdad de
un conocimiento

de nuestra entidad
hispánica, pero que lo
que nos
asegura
la

realidad de
su encarnación en

el presente y
su proyección
en el futuro, es
la
conjunción de

dicha inteligencia con la
volul'ltad, tan esclarecida en
los
principios y fines verdaderos como tenaz, persistente, sacrificada e infatigable
en

la obra de la vida concreta. Nuestros pueblos
habrán de contar, pues, con

la
verdad de una doctrina
y

la bondad de
una voluntad
firme en el
obrar ejemplar;
todo
ello bajo
el
imperio dulce de

la
caridad que proyecta su sentido

trascendente sobre las
penurias. de una historia que, sin Ja

fe,
quedarla reducida
al sin sentido
pagano.
Los

hispanoamericanos
que partimos de

la
hispanidad como
de
un dato
esencial y necesario, definidor de nuestra entidad histórica y cultural, sabemos
786
Fundaci\363n Speiro

que hay una tradición amnicana que está viva y presente, a pesar de las co­
"ientes negativas
que atraviesan con

fuerza muchas zonas
de

la
realidad actual.
Pero

esa tradición, como
tal, no
es una simple yuxtaposición de elementos
inn­
tes,

sino
un factor poderoso y esencial de

la
acciórr concreta, La vigencia de
esa
tradición exige

el
esfuerzo de

nuestra inteligencia y voluntad
para que
aquélla
se encarne en la

realidad
presente y sea también ideal configurador del f11turo.
Ardua

y dificil empresa, sin duda,
Pero nadie ha dicho que las grandes
hazañas -y ésta lo es- sean fáciles, Lo que se debe encarecer no son las
penurias de la tarea, sino la obligación moral de la acción y la alegría plena
y
profunda de
quien
sabe que cumple

con
su deber. Frente al pesimismo de­
rrotista y

caviloso hay que
erigir en nuestro tiempo el optimismo del cristi®o
que
no

desfallece
iamás, pues

no ha puesto
en esta tierra el final de su io-rnada.
Para
los

pueblos
hispanoamericanos no

hay duda
alguna en
cuanto a la
necesidad y
urgencia de reactualizar permanentemente la tradición hispánica
y

católica. Y ha sido
P,ecisamente gracias a

la vigencia de sus
valores que
la
hispanoamérica de hay ha

podido salvarse de la ola
destructiva y
revolucio­
naria que
pretendía anegar algunos pal.res situados al sur del continente.
Desde

la perspectiva de
un espiritu hüpánico ~español y americano--,
vivificado

por la
verdad, debemos reafirmar nuestro compromi.ro con

una
tradición que

hizo la grandeza del
pasado y hoy mantiene reservas estupendas
para
afrontar los

aspectos
diverso.r de

la crisis,
En este
viaie a España, y durante la temporada que he

vivido en esta
tierra q11e siento como propia, puedo decir que he vuelto a sentir en toda
su fuerza

y
su verdad esa

tensión noble
y esforzada en favor de las grandes
cau.sas comunes a

la estirpe. No hace mucho,
en Segovia, y en un retiro de
meditación y

de
acción, en compañía de una estupenda

representación de la
iuventud española, volvf a encontrar e1a coniunción armoniosa

de la inteli­
gencia y
la voluntad que es la clave de las empresas noble1 y trascendentales.
En el aire claro y transparente
que definía el f'ecuerdo de

San Juan de la
Cruz, y en esa
atm6rfera que vibraba al impulso de

una energía todo
esplritu
y trascendencia, sentí en toda su plenitud la presencia de un nervio vital _que
me

explicaba la
maravillosa perduración de

lo mejor del alma e1pañola.
Comprendf entonces lo
1upnficial y vacío de

todo
escepticfrmo y
me rego­
ciié profundamente de haber vuelto a ese

hogar de la estirpe y del
·espíritu.
Recordé, tamhién1 que hace a/íos, en 1898, ·cuando España atravesaba la
crisis
tremenda de la
derrota, un gran poeta amnicano, R.ubén Darío,-vino
a
Espalía, no para entonar

la
elegfa del desastrei sino para cantar la

gesta de
un
renacimiento. Ett ese

esfuerzo
heroico que él

pedía
a los pueblos hispánicos
estaba

la realización
de un acto

de
voluntad nacional por parte de España,
pero
también

la
promesa de
toda
hazalía americana.
Quiero, pues, finalizar
estas palabras diciendo que hoy,

hispanoamérica,
madura en la
conciencia de

una
tradición común, ve

en España
la garantía
Je
ese

lazo
entrañable que deberá unirnos a todos

en el magno esfuerzo común
de ser fieles a la
verdad de

una
trt:tdición inmarcesible.
Y
para ello, nada
meior que
traer esta nache el verso de Darío:
¡Mientras el mundo aliente,
mientras la esfera gire,
mientras

la onda
CQt'dial alimente un ensueño-,
mientras

haya
una viva pasión, un' noble

empeño,
un buscado imposible,

una imposible
hazaña,
una América
oculta

que
hallar, vivirá Bs('aña!
Enrique

Zuleta Alvarez
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