Índice de contenidos
Número 165-166
Serie XVII
- Textos Pontificios
-
Estudios
-
Las asociaciones intermedias en el pensamiento de Elías de Tejada
-
El movimiento GRECE: Apuntes para la historia de los heterodoxos
-
Wilhelm Reich, sexo y revolución
-
La tensión materia-espíritu desde sus connotaciones axiológicas e históricas
-
La estatización de la enseñanza
-
El pensamiento contrarrevolucionario español: Benito Mª Sotelo de Noboa, Marqués de Villaverde de Limia
-
Repercusiones de la inflación en lo rústico y en lo urbano, en lo industrial y en lo agrario
-
- Actas
- Crónicas
Autores
1978
Discurso del doctor Enrique Zuleta Álvarez [San Fernando 1978]
DISCURSO DEL DOCTOR ENRIQUE ZULETA ALVAREZ
Antes que nada quiero agradecer a los amigos de la Ciudad Católica el
gran honor
que me han hecho al invitarme a que les dirija la palabra en la
cena de esta noche. La invitttción, además, tiene un significado espe.ial, ya
que en años anteriores han hablado tres
de
mis hijos.
Me
parece, pues, una
circunstancia gratisima que ahora le sea permitido aJ padre volveY a dar tes
timonio ante ustedes de los valares de una tradición compartida por la gente
de mi sangre.
El reencuentro con España es siempre para un hispanoamericano un mo
tivo de reflexión sobre la índole de nuestra condición histórica y espiritual,
Solamente adquirimos una dimensión verdadera, cuando nos reconciliamos
con la fiionomía que noJ es propia, cuando ahondamos en las ralees que fun
damentan nuestro ser, las que se hunden en el suelo fecundo de la persona
lidad
auMntica,
Como
lo señaló
Maeztu en una proposición clásica, de
decisiva
proyección
histórica,
somos, en la medida que persistimos en nuestra entidad original.
Pero, en ese camino hacia la índole auténtica, los americanos damos con
otra entidad no
menos real,
y que es
la
que da
principio y sentido
a la per
sonalidad
propia.
Por
América llegamos a España y
sólo desde
España po
demos proyectarnos a una comprensión abarcadora -de
la
peculimidad que nos
caracteriza. Estamos, entonces,
ante ese ente histórico
que M.aeztu definió como
la
hispanidad, y
que debe ser declarado como-premiJa fundamental, toda vez
que un americano· se -refiera a
la
realidad fundadora
de
su existencia.
La lengua española, la religión católica y un depósito común de valores
sociales
y culturales incorporados a Hispanoamérica por obra de una histOt"ia
común,
son los elementos de esa formidable
creación que define
el
ser y el
obrar hispánicos,
Desde esa
perspectiva podemos
celebrar las
hazañas ilustres
del pasado, y gracias a
sus
valores vigentes esti:mzos en
condiciones de afrontar
las peripecias del presente y
del
futuro. Pero la
seguridad que nos da
e.sa base
no
nos impide
advertir lo.s graves problemas
del
vivir contemporáneo.
Además, en
la
emergencia de
la
crisfr, hay sombras en
el
firmamento de
algunos de nuestros pueblos.
Se levantan voces
agoreras, se
duda de todo y
en ese escepticismo viene, a veces,
una parálisis de las energfas que
habria
que aplicar
para solucionar los problemas que asaltan desde todos los
ángulos.
En estas circunstancias, pues, Se debe recordar que
el
valor de
la
hiipa
nidad
estriba,
ante todo, en que como hecho de
suma realidad que es,
se
mantiene vigente
en la medida en
que existen nuestros pueblos.
Es la forma
que los determina y los rige, ha.sta el puma de que si no exi.rtiera, oé.rtos se
habrfan disuelto en el magma informe de
la
historia. Como ello no
ha
ocu
rrido,
debemos reflexionar sobre
la índole de la crisis
de1de una perspectiva
que
afirma la vigencia indubitable de la
hispanidad.
Recordemos, también, que la
inteligencia
nos ha
entregado la
verdad de
un conocimiento
de nuestra entidad
hispánica, pero que lo
que nos
asegura
la
realidad de
su encarnación en
el presente y
su proyección
en el futuro, es
la
conjunción de
dicha inteligencia con la
volul'ltad, tan esclarecida en
los
principios y fines verdaderos como tenaz, persistente, sacrificada e infatigable
en
la obra de la vida concreta. Nuestros pueblos
habrán de contar, pues, con
la
verdad de una doctrina
y
la bondad de
una voluntad
firme en el
obrar ejemplar;
todo
ello bajo
el
imperio dulce de
la
caridad que proyecta su sentido
trascendente sobre las
penurias. de una historia que, sin Ja
fe,
quedarla reducida
al sin sentido
pagano.
Los
hispanoamericanos
que partimos de
la
hispanidad como
de
un dato
esencial y necesario, definidor de nuestra entidad histórica y cultural, sabemos
786
Fundaci\363n Speiro
que hay una tradición amnicana que está viva y presente, a pesar de las co
"ientes negativas
que atraviesan con
fuerza muchas zonas
de
la
realidad actual.
Pero
esa tradición, como
tal, no
es una simple yuxtaposición de elementos
inn
tes,
sino
un factor poderoso y esencial de
la
acciórr concreta, La vigencia de
esa
tradición exige
el
esfuerzo de
nuestra inteligencia y voluntad
para que
aquélla
se encarne en la
realidad
presente y sea también ideal configurador del f11turo.
Ardua
y dificil empresa, sin duda,
Pero nadie ha dicho que las grandes
hazañas -y ésta lo es- sean fáciles, Lo que se debe encarecer no son las
penurias de la tarea, sino la obligación moral de la acción y la alegría plena
y
profunda de
quien
sabe que cumple
con
su deber. Frente al pesimismo de
rrotista y
caviloso hay que
erigir en nuestro tiempo el optimismo del cristi®o
que
no
desfallece
iamás, pues
no ha puesto
en esta tierra el final de su io-rnada.
Para
los
pueblos
hispanoamericanos no
hay duda
alguna en
cuanto a la
necesidad y
urgencia de reactualizar permanentemente la tradición hispánica
y
católica. Y ha sido
P,ecisamente gracias a
la vigencia de sus
valores que
la
hispanoamérica de hay ha
podido salvarse de la ola
destructiva y
revolucio
naria que
pretendía anegar algunos pal.res situados al sur del continente.
Desde
la perspectiva de
un espiritu hüpánico ~español y americano--,
vivificado
por la
verdad, debemos reafirmar nuestro compromi.ro con
una
tradición que
hizo la grandeza del
pasado y hoy mantiene reservas estupendas
para
afrontar los
aspectos
diverso.r de
la crisis,
En este
viaie a España, y durante la temporada que he
vivido en esta
tierra q11e siento como propia, puedo decir que he vuelto a sentir en toda
su fuerza
y
su verdad esa
tensión noble
y esforzada en favor de las grandes
cau.sas comunes a
la estirpe. No hace mucho,
en Segovia, y en un retiro de
meditación y
de
acción, en compañía de una estupenda
representación de la
iuventud española, volvf a encontrar e1a coniunción armoniosa
de la inteli
gencia y
la voluntad que es la clave de las empresas noble1 y trascendentales.
En el aire claro y transparente
que definía el f'ecuerdo de
San Juan de la
Cruz, y en esa
atm6rfera que vibraba al impulso de
una energía todo
esplritu
y trascendencia, sentí en toda su plenitud la presencia de un nervio vital _que
me
explicaba la
maravillosa perduración de
lo mejor del alma e1pañola.
Comprendf entonces lo
1upnficial y vacío de
todo
escepticfrmo y
me rego
ciié profundamente de haber vuelto a ese
hogar de la estirpe y del
·espíritu.
Recordé, tamhién1 que hace a/íos, en 1898, ·cuando España atravesaba la
crisis
tremenda de la
derrota, un gran poeta amnicano, R.ubén Darío,-vino
a
Espalía, no para entonar
la
elegfa del desastrei sino para cantar la
gesta de
un
renacimiento. Ett ese
esfuerzo
heroico que él
pedía
a los pueblos hispánicos
estaba
la realización
de un acto
de
voluntad nacional por parte de España,
pero
también
la
promesa de
toda
hazalía americana.
Quiero, pues, finalizar
estas palabras diciendo que hoy,
hispanoamérica,
madura en la
conciencia de
una
tradición común, ve
en España
la garantía
Je
ese
lazo
entrañable que deberá unirnos a todos
en el magno esfuerzo común
de ser fieles a la
verdad de
una
trt:tdición inmarcesible.
Y
para ello, nada
meior que
traer esta nache el verso de Darío:
¡Mientras el mundo aliente,
mientras la esfera gire,
mientras
la onda
CQt'dial alimente un ensueño-,
mientras
haya
una viva pasión, un' noble
empeño,
un buscado imposible,
una imposible
hazaña,
una América
oculta
que
hallar, vivirá Bs('aña!
Enrique
Zuleta Alvarez
787
Fundaci\363n Speiro
Antes que nada quiero agradecer a los amigos de la Ciudad Católica el
gran honor
que me han hecho al invitarme a que les dirija la palabra en la
cena de esta noche. La invitttción, además, tiene un significado espe.ial, ya
que en años anteriores han hablado tres
de
mis hijos.
Me
parece, pues, una
circunstancia gratisima que ahora le sea permitido aJ padre volveY a dar tes
timonio ante ustedes de los valares de una tradición compartida por la gente
de mi sangre.
El reencuentro con España es siempre para un hispanoamericano un mo
tivo de reflexión sobre la índole de nuestra condición histórica y espiritual,
Solamente adquirimos una dimensión verdadera, cuando nos reconciliamos
con la fiionomía que noJ es propia, cuando ahondamos en las ralees que fun
damentan nuestro ser, las que se hunden en el suelo fecundo de la persona
lidad
auMntica,
Como
lo señaló
Maeztu en una proposición clásica, de
decisiva
proyección
histórica,
somos, en la medida que persistimos en nuestra entidad original.
Pero, en ese camino hacia la índole auténtica, los americanos damos con
otra entidad no
menos real,
y que es
la
que da
principio y sentido
a la per
sonalidad
propia.
Por
América llegamos a España y
sólo desde
España po
demos proyectarnos a una comprensión abarcadora -de
la
peculimidad que nos
caracteriza. Estamos, entonces,
ante ese ente histórico
que M.aeztu definió como
la
hispanidad, y
que debe ser declarado como-premiJa fundamental, toda vez
que un americano· se -refiera a
la
realidad fundadora
de
su existencia.
La lengua española, la religión católica y un depósito común de valores
sociales
y culturales incorporados a Hispanoamérica por obra de una histOt"ia
común,
son los elementos de esa formidable
creación que define
el
ser y el
obrar hispánicos,
Desde esa
perspectiva podemos
celebrar las
hazañas ilustres
del pasado, y gracias a
sus
valores vigentes esti:mzos en
condiciones de afrontar
las peripecias del presente y
del
futuro. Pero la
seguridad que nos da
e.sa base
no
nos impide
advertir lo.s graves problemas
del
vivir contemporáneo.
Además, en
la
emergencia de
la
crisfr, hay sombras en
el
firmamento de
algunos de nuestros pueblos.
Se levantan voces
agoreras, se
duda de todo y
en ese escepticismo viene, a veces,
una parálisis de las energfas que
habria
que aplicar
para solucionar los problemas que asaltan desde todos los
ángulos.
En estas circunstancias, pues, Se debe recordar que
el
valor de
la
hiipa
nidad
estriba,
ante todo, en que como hecho de
suma realidad que es,
se
mantiene vigente
en la medida en
que existen nuestros pueblos.
Es la forma
que los determina y los rige, ha.sta el puma de que si no exi.rtiera, oé.rtos se
habrfan disuelto en el magma informe de
la
historia. Como ello no
ha
ocu
rrido,
debemos reflexionar sobre
la índole de la crisis
de1de una perspectiva
que
afirma la vigencia indubitable de la
hispanidad.
Recordemos, también, que la
inteligencia
nos ha
entregado la
verdad de
un conocimiento
de nuestra entidad
hispánica, pero que lo
que nos
asegura
la
realidad de
su encarnación en
el presente y
su proyección
en el futuro, es
la
conjunción de
dicha inteligencia con la
volul'ltad, tan esclarecida en
los
principios y fines verdaderos como tenaz, persistente, sacrificada e infatigable
en
la obra de la vida concreta. Nuestros pueblos
habrán de contar, pues, con
la
verdad de una doctrina
y
la bondad de
una voluntad
firme en el
obrar ejemplar;
todo
ello bajo
el
imperio dulce de
la
caridad que proyecta su sentido
trascendente sobre las
penurias. de una historia que, sin Ja
fe,
quedarla reducida
al sin sentido
pagano.
Los
hispanoamericanos
que partimos de
la
hispanidad como
de
un dato
esencial y necesario, definidor de nuestra entidad histórica y cultural, sabemos
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Fundaci\363n Speiro
que hay una tradición amnicana que está viva y presente, a pesar de las co
"ientes negativas
que atraviesan con
fuerza muchas zonas
de
la
realidad actual.
Pero
esa tradición, como
tal, no
es una simple yuxtaposición de elementos
inn
tes,
sino
un factor poderoso y esencial de
la
acciórr concreta, La vigencia de
esa
tradición exige
el
esfuerzo de
nuestra inteligencia y voluntad
para que
aquélla
se encarne en la
realidad
presente y sea también ideal configurador del f11turo.
Ardua
y dificil empresa, sin duda,
Pero nadie ha dicho que las grandes
hazañas -y ésta lo es- sean fáciles, Lo que se debe encarecer no son las
penurias de la tarea, sino la obligación moral de la acción y la alegría plena
y
profunda de
quien
sabe que cumple
con
su deber. Frente al pesimismo de
rrotista y
caviloso hay que
erigir en nuestro tiempo el optimismo del cristi®o
que
no
desfallece
iamás, pues
no ha puesto
en esta tierra el final de su io-rnada.
Para
los
pueblos
hispanoamericanos no
hay duda
alguna en
cuanto a la
necesidad y
urgencia de reactualizar permanentemente la tradición hispánica
y
católica. Y ha sido
P,ecisamente gracias a
la vigencia de sus
valores que
la
hispanoamérica de hay ha
podido salvarse de la ola
destructiva y
revolucio
naria que
pretendía anegar algunos pal.res situados al sur del continente.
Desde
la perspectiva de
un espiritu hüpánico ~español y americano--,
vivificado
por la
verdad, debemos reafirmar nuestro compromi.ro con
una
tradición que
hizo la grandeza del
pasado y hoy mantiene reservas estupendas
para
afrontar los
aspectos
diverso.r de
la crisis,
En este
viaie a España, y durante la temporada que he
vivido en esta
tierra q11e siento como propia, puedo decir que he vuelto a sentir en toda
su fuerza
y
su verdad esa
tensión noble
y esforzada en favor de las grandes
cau.sas comunes a
la estirpe. No hace mucho,
en Segovia, y en un retiro de
meditación y
de
acción, en compañía de una estupenda
representación de la
iuventud española, volvf a encontrar e1a coniunción armoniosa
de la inteli
gencia y
la voluntad que es la clave de las empresas noble1 y trascendentales.
En el aire claro y transparente
que definía el f'ecuerdo de
San Juan de la
Cruz, y en esa
atm6rfera que vibraba al impulso de
una energía todo
esplritu
y trascendencia, sentí en toda su plenitud la presencia de un nervio vital _que
me
explicaba la
maravillosa perduración de
lo mejor del alma e1pañola.
Comprendf entonces lo
1upnficial y vacío de
todo
escepticfrmo y
me rego
ciié profundamente de haber vuelto a ese
hogar de la estirpe y del
·espíritu.
Recordé, tamhién1 que hace a/íos, en 1898, ·cuando España atravesaba la
crisis
tremenda de la
derrota, un gran poeta amnicano, R.ubén Darío,-vino
a
Espalía, no para entonar
la
elegfa del desastrei sino para cantar la
gesta de
un
renacimiento. Ett ese
esfuerzo
heroico que él
pedía
a los pueblos hispánicos
estaba
la realización
de un acto
de
voluntad nacional por parte de España,
pero
también
la
promesa de
toda
hazalía americana.
Quiero, pues, finalizar
estas palabras diciendo que hoy,
hispanoamérica,
madura en la
conciencia de
una
tradición común, ve
en España
la garantía
Je
ese
lazo
entrañable que deberá unirnos a todos
en el magno esfuerzo común
de ser fieles a la
verdad de
una
trt:tdición inmarcesible.
Y
para ello, nada
meior que
traer esta nache el verso de Darío:
¡Mientras el mundo aliente,
mientras la esfera gire,
mientras
la onda
CQt'dial alimente un ensueño-,
mientras
haya
una viva pasión, un' noble
empeño,
un buscado imposible,
una imposible
hazaña,
una América
oculta
que
hallar, vivirá Bs('aña!
Enrique
Zuleta Alvarez
787
Fundaci\363n Speiro