Índice de contenidos

Número 165-166

Serie XVII

Volver
  • Índice

El pensamiento contrarrevolucionario español: Benito Mª Sotelo de Noboa, Marqués de Villaverde de Limia

BL PElNSAMIBNTO CONTRARREVOLUCIONARIO
ESPAfl"OL: HENITO
M.• SOTELO DE NOBOA, MARQUES
DE
VIILLAVERDE DE LIMIA (*)
POR
FRANCISCO JOSÉ FERNÁND.EZ DE LA ÜGOÑA
SUMARIO: l. Un hidalgo gallego.-11. Bajo las banderas de la Tradición.-
111. La soberanía popular.-N. Las Cortes que quería el pensamiento
tradicional-V. Una Monarquía sin sentido.-VI. Los resultados del li­
beralismo.
I. Un hidalgo gaJ.IJ"l!O
Don Benito María Sotelo de Noboa y Niño (1), primer marqués
de Villaverde de Limia, Caballero Maestraute de
Rorula, del
Conse­
jo de S. M., vecino
y Regidor perpetuo de la ciudad de Orense y,
como tal, diputado por la misma provincia, e individuo de la primera
(*) Dentro de esta serie sobre el pensamiento contrarrevolucionario es­
pañol han aparecido en
-Verbo los siguientes trabajos del mismo autor: «Fray
Atilano

Dehaxo Solórzano»,
Verbo, núm. 117-118; «José Cadalso», Verbo,
núm. 121-122; «Pedro de Quevedo y Quintano, obispo de Orense», Verbo,
núm. 131-132; «El Manifiesto de los Persas», Verbo, núm. 141-142; «El
beato Ezequiel Moreno, obispo de Pasto», Verbo, núm. 151-152.
(1) Sotelo de Noboa y Niño, Benito María: ¿Qué era la Constitución?,
o

sea,
observaciones sobre

la que
sancionaron las Cortes generales ,r extraor­
dinarias, publicadas
en

1812,
y reimpresas ahora de nuevo en un solo vo­
lumen por
su autor,

D. Benito
Maria Sotelo de Noboa y Niño, Marqués de
V
illav.erde, etc., Caballero
M&strante de

Ronda, vecino
y Regidor perpetuo
que era
de

la
Ciudad de Orense, y, como tal,

Diputado
por la misma Pro­
vincia,
e individuo

de la
primera y Suprema / unta del Reyno

de
Galicia en
1808,
Madrid, Imprenta de !barra, 1814.
713
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
y Suprema Junta del Reino de Galicia en 1808 (2), es uno de los
más cualificados representan!es de

aquellos hidalgos gallegos que,
en el siglo
XIX, fueron acabado ejemplo de fidelidad a unas convic­
ciones a costa de los mayores sacrificios.
Está aún por escribir la historia de esos hombres que, lejos casi
todos ellos del poder político, ejercieron el poder moral con
la auto­
ridad que emanaba de sus personas en íntimo contacto con la tierra
y con el campesino gallego que vivía al abrigo de los blasones de
sus casas solariegas. Como 1os cipreses de sus viejos pazos, apuntaban
rectos al cielo, sobresaliendo de todo su con.torno, sin doblegarse
jamás ante los temporales que azotaron despiadadamente cuaoto
amaban.
Y la traoquilidad de ese campo gallego, que no conoció las re­
vueltas agrarias hasta días ,muy recientes -y aun ésas, de bien poca
entidad fueron, pese al verbo incendiario, del cura de Beiro, Basilio
Alvarez-, prueba de modo indudable
la vinculación del pueblo a
sus autoridades naturales: los viejos hidalgos
y el clero, rural y
ciudadano, cuyos miembros procedían, en no pequeña parte, de los
pazos señoriales.
Recientes libros, no exentos de interés, como los de José Ramón
Barreiro (3) y María Francisca Castroviejo (4) hao querido probar
como

las luchas carlistas en Galicia fueron obra exclusiva del clero
y de la hidalguía rural. Ef campesino habría contemplado desde una
actitud
rotalmente pasiva,

cuando no incluso beligerante contra
el
carlismo, la contienda entre liberales y tradicionales. La falta de una
agitación rural quiere paliarse con
la abstención del pueblo llano,
que vendría a demostrar de ese
modo cuán lejos estaba de sentir los
ideales de aquellos estamentos,
el derÓ y el estado noble, que por otra
parte eran, al decir de los modernos autores, sus naturales enemigos
por cuanto se llevaban sustaocial parte de sus bien escasos recursos.
(2) González L6pez,_ Emilio: El águila gala y el búho gallego, Edi­
ciones Galicia, Buenos Aires, 19T5, págs. 94 y 139.
(3) Barreiro Femández, José Ramón: El carlismo gallego, Pico Sacro,
Santiago· de Compostela, 1976.
(4) Castroviejo Bolíbar, María Francisca: Aproximación sociológica al
carlismo gallego, Akal

Editor, Madrid, 1977.
714
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.G SOTELO DE NOBOA
Está fuera de toda duda que el alzamiento carlista en Ga:licia,
en cualquiera de sus épocas, no conoció el carácter popular y masivo
que se vivió eu Cataluña, las Vascongadas y Navarra. Pero fuera de
eso todo lo
demás es

sumamente problemático
y el mismo eufoque de
las obras citadas demuestra, en no pocas ocasiones, los contrario de
lo que quiere probar. ¿Que los cabecillas de las partidas eran hldalgos
rurales o clérigos? Nada más natural que quienes arrastraran al pue­
blo fuerao los que tenían autoridad ante sus ojos y por ello asumieron
la jefatnra de los grupos armados. ¿Que los desterrados o las vícti­
mas de las confiscaciones de bienes pertenecían también a los esta­
mentos superiores? Parece asimismo lógico. Y poco se podía confiscar
a quienes nada o casi nada poseían.
Por otra p si no un entnsiasmo delirante en el pueblo, al menos su complicidad
y
su silencio. Quien conozca Galicia, y mi tierra es el corazón mismo
del carlismo gallego: Arzúa, Sobrado, Mellid ... , sabe que es imposible
sobrevivir en ella si el
campesino delata escondrijos y movimientos.
Otras son las razones del fracaso del carlismo gallego. La
lejanía
de

la Corte de Carlos V, la ausencia de un jefe militar
de la
capacidad
de un Zumalacárregui o de un Cabrera, el no, existir un territorio
liberado como lo hubo en las regiones donde el carlismo conoció
una verdadera adhesión popular, la persecución del clero por los
liberales : el arzobispo de Santiago desterrado, el obispo, de Mondo­
ñedo huido ... ,
1a falta de entendimiento entre los cabecillas, un po­
deroso ejército liberal, ,eJ. miedo natural a una aventura a :la que no
se le
veía otra

salida que la muerte, parecen razones mucho más con­
vincentes que las aducidas.
Aunque encajen ,menos con una visión marxista o carloshuguista
de la historia. El clamor popular que acogió al general Gómez. en
Santiago al alumbrar una esperanza
bien pronto desvanecida, porque
prefirió una loca y audaz correría por España a intentar la consoli­
dación de la Galicia carlista, demuestra que el pueblo gallego sinto­
nizaba perfectamente con lo que representaba el arcediano de Mellid o Martínez
ViUaverde. Y

no se diga que Santiago,
era la
ciudad cle­
rical y tradicionalista por excelencia, porque Lugo, Orense, Mondoñedo
y Túy sentían igual que la capital religiosa 715
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOf tenía su asiento apenas enl la burguesía coruñesa. Y aun así, qué poco
entusiasta si juzgamos por el total desamparo en que dejaron a Por­
lier o, treinta años más tarde, a. Solís. Y conviene señalar, cómo la in­
tentona de este último, sofocada por uo Gobierno liberal, aunque
moderado, en las ejecuciones
de Carral, costó mucha más sangre de
sublevados que la del primero,
pese a

haberse
realizado contra el
absolutismo de Fernando VII. El primer
marqués de Villaverde es, como casi todas las figuras
del pensamiento tradicional, un gran desconocido en nuestros días.
José Ramón Barreiro, al hablar de la participación de la nobleza ga­
llega en la primera gran guerra, menciona apenas al marqués de Bó­
veda y a 'los condes de Gimonde y Campomanes ( 5). Silencio total
acerca de don
Benito María

Sotelo de
Noboa. Y
en el amplio
!ndice
bibliográfico

que ocupa 12 páginas de su libro, que, repetimos, no
carece de interés

( 6), no
aparece tampoco la obra de Villaverde de
Limia,
¿Qué es la Constitución?, pese a cirar El Sensato, de San­
leiago (7), periódico donde aparecieron por primera vez los distintos
capítulos de
la obra (8).
Pocas
son, por tanto, las noticias que
,¡:,o.,eemos del marqués de
Villaverde de Limia. El gran patriarca de los genealogistas gallegos, Antonio Taboada
Roca, modelo

de
aficióo a

la historia desde su solar
de Melide, tan
entroncado por

la sangre, la amistad y la proximidad
física
y espiritual al solar de mis mayores -viejos pazos de Vilanova
y
Tardo-, me
ha abierto con su proverbial generosidad el rico
archivo familiar del conde de Borrajeit'os, su hermano, y gracias a
ello me es posible bosquejar la trayectoria de quieo ganó por su fi­
delidad a la religión, a
España y
al rey, pese a
«las persecuciones
y
111olestias que mis servicios a la,; patria, mi aversión a nuev'aS y antiso­
ciales instituciones,
mi adhesión al trono y la constancia con que, aun
(5) Barreiro Fernández, José Ram6n: op. r:it., pág. 165.
( 6) Barreiro Fernández, José Ramón: op. cit., págs. 333-344.
(7) Barreiro Femández, José Ramón: ap, tít., pág. 343.
(8) En un encuentro casual que tuve con el citado J. R. Barreiro en
una
librería de lance de Santiago de Compostela, me dijo que no había iden­
tificado al Sotelo de Noboa de El Semato con el primer marqués de Villa­
verde.
716
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.• SOTEW DE NOBOA
en los momentos más críticos, he mantenido sin titubear estoo senti­
mientos, me han acarreado» (9), el marquesado de Villaverde de
Limia.
No hemos de detenernos, aunque obra en nuestro poder copia de
la documentación que lo acredita, en la ascendencia hasta nueve
generaciones por los Sotelo de Noboa y hasta
diez por
los Niño-Ar.
mesto. Baste
con
decir

que era hijo
de don

Jacinto Sotelo de
Noboa y
de doña María del Carmen Niño, «natural de la iglesia parroquial
de
Santiago de

las Caldas, obispado de
Orense>> (10),
donde tal
vez se pueda hallar su
partida de nacimiento.
A

la edad de dieciocho años estudió dos cursos de Filosofía
( de 1781 a 1783), por
lo, que e,¡ fácil datar su nacimiento a comien­
zos

de la
década de

los sesenta del siglo xvm. Siguió estudios
des­
pués

en las Universidades de Salamanca., Oña
y Valladolid, conclu­
yéndolos en 1787 en
la Facultad de Leyes de Santiago, donde reci­
bió

el grado de Bachiller el 21 de mayo de 1787 (11).
Casó
con doña Maria Petra

de
Hen:e y Aguilera, «dotada por
sus padres con 120.000 reales en
el año de 1801» (12), a la que
dedica
el libro que vamos a comentar con
palabras que
indican gran
afecto
y admiración: «a la que me las ha visto escribir sin asustarse
de los peligros que en aquel tiempo presentaba el
sostener las
ideas
de
la razón y el orden» (13), «a la madre de mis hijas, a la que
suplió las faltas que, por ocuparme
eo defender en cuanto

lo
per­
mitieron mis fuerzas, la patria y los derechos del Rey, pude hacer
a su educación
y demás atenciones domésticas» (14).
Habría
rebasado ya los cincueota años Benito María Sotelo de
Noboa cuando edita, en
volumeo, los

artículos que
habían visto
la

luz eo la prensa santiaguesa. Si aceptamos
el año de 1801 como
fecha de
la boda, pocos fueron los años tranquilos de su matrimonio.
En 1808, la invasión napoleónica presta al hidalgo gallego
ocasión
(9) Soldo de Noboa: op. cit., págs. 3 y 4.
(10) Archivo del conde de Borrajeiros.
(11) Archivo del conde de Borrajeiros.
(12) Archivo del conde de Borrajeiros.
(13) Sotelo de Noboa: op. rit., pág. 3,
(14) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 4.
717
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
de demostrar que sus arraigadas convicciones no las llevaba sólo en
el secreto de su corazón, sino que le impulsaban a dar público tes­
timonio de ellas, pese
~] riesgo

que tal toma de posición suponía.
Miembro de
fa «primera y Suprema Junta del Reyno de Galicia»,
es cabeza

principal de la oposición al francés. No estaba mal repre­
sentada Oreose en
el cuadro, de hooor del patriotismo y del pensa­
mieoto tradicional.

A la impar
figura de su obispo, Pedro de Que­
vedo
y Quintaoo (15), y a la del entooces obispo de Pamplona y
más tarde arzobispo de Valencia, fray Veremundo Arias Teijeiro, hay que añadir,
por derecho propio, la de Benito María Sotelo de
Noboa, que alcanzarla, por su
decidida postura, el primer
marque­
sado de Villaverde de Limia. Efectivamente, por Real Decreto de la Regencia del
Réino, se
concede

en 29 de noviembre de 1809
el «título de marqués de
Saotás
a D. Benito María So,,elo de Noboa, Enríquez, Niño de la
Vega y Ron, Regidot perpetuo de la ciudad de Orense, vocal de la Junta de
Gobierno del Reino

de Galicia,
Maesrranlle de
Ronda, señor
de las jurisdicciones de Saotás, Saota Eufemia
y Villaverde en Ga­
licia» (16). Por otro Real
Decreto de

27 de agosto de 1811 se
cambió el título de Saotás por
el de Villaverde, sieodo el Real
Despad,o de

6 de
marzo de

1815, vuelto ya
Fernando VII
de su
exilio (17).
Pero si el reconocimiento a sus méritos le vale un título nobiliario,
bien claro deja en la dedicatoria a su «querida Petra» (18) que los
< migo como de «sostener las ideas de la razón y del orden» (19)
y de su «aversión a nuevas y antisociales instituciones» ( 20), o,
lo que es lo mismo, de los liberales.
(15) Fernández de la Cigoña, Francisco José: dr. mi trabajo sobre el
obispo de Orense, en Verbo, núm. 131-132, enero-febrero 1975,
(16) Gula NobiUaria de España,
Madrid,

1974. Autorizada por la Di-
putación de la Grandeza, pág. 429. (17)
Gula Nobiliaria de España, pág. 429.
(18) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 3.
(19) Sotelo de Noboa:
op. cit., pág. 3.
(20)

Sotelo de Noboa:
op. ,it., pág. 3.
718
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.< SOTELO DE NOBOA
Que su mujer participó animosa en sus empresas supliendo sus
ausencias en servicio de la. patria resulta claramente de la enamorada
dedicatoria a la que nos estamos refiriendo. Seguramente bastante
más joven que el marqués, casado ya hacia 1a cuarentena si. aceptarnos
la focha de 1801, «María Petra de Bree y Aguilera» (21), según la
ortografía de la dedicatoria, hubo de sentirse más que pagada, en
su amor, eu sus desvelos
para con sus hijas y en las inquietudes
de una época en la que
el marido arriesgaba todo, coa el «testi­
monio público del aroor que por obligación, por
estimacióo a
tus
virtudes
y por inclinación a tu persooa te profesa» (22).
Cuaodo la
literatura liberal emplea sus más lacrimosas expre­
siones para dibujar la soledad y el desamparo de las esposas de
quienes sufrieron la persecución fernandina, bueno es recordar que
en el siglo XIX hubo otras muchas esposas y madres que sufrieron
tanto o más que aquéllas y precisamente a causa de la
persecución
liberal.
Que

fue
mucho más duradera y sangrienta que la absolu­
tista. Díganlo si no la carreta de Rotten (23)
y los bárbaros asesi­
natos de Méndez Vigo en La Coruña (24), las matan.zas de frailes en 1834 y 1835 (25) y la brutal represión del carlismo, de
la que
apenas suele citars.e el ignominioso asesinato de la madre de Cabrera.
Porque la España tradicional padeció en todas las épocas de do­
minio liberal una

feroz dictadura, cuya historia aún espera
el estu­
dioso que quiera sacarla a la
luz. Si

ya desde Cádiz, cuando su
poder apenas alcanzaba a los muros de la ciudad,
la padecieron en
sus propias carnes Quevedo
y Quintana, Lardizábal, Colón, el mar­
qués del

Palacio, los obispos refugiados en Mallorca ;
el vicario
(21) Sotelo de Noboa: op, cit., pág. 3.
(22) Sotelo de Noboa: op, dt., pág. 4.
(23) Fuente, Vicente de la: Historia de las sociedades secretas antiguas
y modernas ·en España, y esper:ialmente de la Franr:maroneria, Madrid, 1874
y Lugo, 1881, Imprentas de D.R.P. Infante y Soto Freire. Tomo I, páginas
306-308,
(24) Menéndez Pelayo, Marcelino: Historia de los heterodoxos espafio.
les, BAC,

Madrid,
19'.56, tomo
II, pág. 863; Fuente,
Vicente de la: op, cit.,
tomo I, págs. 311.314 y 568·.'569,
(25) Menéndez Pelayo, Ma.rcelino: op. cit., págs. 946 y sigs.; Revuelta
González,
Manuel: La exr:laustración, BAC, Madrid, 1976, págs. 191 y sigs.
719
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO fOSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
capitular de Cádiz, Martín Esperanza; el nnncio apostólico, Pedro
Gravina;
los diputados opuestos al
liberalismo, etc., continuó en
el Trienio con el asesinato del cura Vinuesa; con
el del obispo
de
Vich, fray Ralmundo Strauch, y desde entonces una lista intermi­
nable que

se prolonga hasta nuestros días. Sin
embargo, en la his­
toria

de
España no

parece haber
más asesinata. que

las ejecuciones
en las que las victimas fueron liberales:
Lacy, Porlier, Riego, El
Empecinado,
Torrija. ...
Siendo

gallego el autor que comentamos, no estará de
más traer a
estas páginas un ejemplo
de la conducta liberal en Galicia, para mí
especialmente próximo por tratarse de
mi cuarto abuelo, Emigdio
María

Saavedra, coetáneo
y correligionario del marqués de Villa­
verde

y seguramente amigos por ser
ambos Maestrantes de

Ronda.
«Este arriscado

melitar ...
habénda.e manifestado
como anticons­
titucional
foi preso na noite do tres de Maio de 1821, por orde do
Xeneral revolucionario
Espoz e Mina e do Xefe Superior de Poli­
da

de Galicia Don Xosé María Puente. Dende a data, estivo na
Carcele pubrica da Cruña, Cuartel do Arenal, Castelo de San Antón,
i-o derradeiro, no Cuartel de Santo Domingo. Tamen aprisoaron O
seu

fillo mais vello, Don
Xa.n, awique soio tiña quince anos, e a dous
criados -18-8-1821-, forzas dos Cazadores Volnnrarios da Crufia.
Despois de carro meses, ceibáronos, quedando soio preso Don Emig­
dio. A dona d' este, con ranras mágoas, rivo unha do enza que lle durou
tres meses, coidando os médicos que non saía d'ela. N--esta situa­
ción, i-abandonados poi-os criados, pois oinguén s"estrevía a ser­
vilos,
nin
siquiera
a visitalos, foi

cando apareceu, unha
mañán,
pintada

aquela
Casa con
dúas grandes S. S. de tinta negra,
poi-a nota
que padecían de «Servilianes.», os que non simpatizaban cos Cons­
titucionás, O dito abandono foi causa de que un da. seis fillos que
tiñan, caíse do halcón mais outo da casa, i-anque nos morreu, quedou
algo derrancado e xordo do lado dereito» (26).
( 26) Taboada Roca, Antonio: T erra de Melíde. Seminario de Estudos
Galegas, Compostela, 1933. Notas históricas, págs 203-207. En esta obra viene
una extensa
biografía de Emigdio, María Saavedra, de la que tomamos lo re­
ferente a sus padecimientos bajo la dictadura liberal en «los mal llamados años»,
como

se les designó en la
literatura de

la
época.
720
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.{! SOTELO DE NOBOA
No eran, pues, días de vino y rosas los que pasaban las familias
tradiciooales bajo la dictadura liberal.
Jóvenes de
quince años eran
encarcelados porque sus padres no eran afectos a
la Constitución
y hasta los criados seguían la suerte de sus señores. Y, sobre todo,
ese clima de persecución que aterraba al resto de los conciudadanos
y
que hada aún más penosa la suerte de los realistas. La tacha de
servil, grabada incluso en los dinteles de las casas, venía a suponer
la adopción por los liberales del mismo sistema de sambenitos, tan
denostado por
ellos mismo
cuando se trataba de
los de
la Inqui­
sición. Con la agravante de que los que imponía
el Santo Oficio
respondían a un proceso, mientras que los de los nuevos inquisi­
dores eran fruto de la n.octurnidad y la alevosía. Años, después,
y por distintos reg!menes políticos, se adoptaron medidas semejantes,
y la estrella de David que los nazis obligaban a llevar a los judíos
es una muestra de ello. Sus antecedentes, si no los más remotos,
ciertamente claros, están en La Coruña de 1821 y en toda la España
liberal.
Con
Emigdio, Saavedra fueron ese

mismo día «arrestados y pues­
tos
en, incomunicación» (27) el Regente de la Audiencia Territo­
rial, el Tenor de
la Colegiata y el Oidor don José Nuez por exi­
girlo «la conserwción de la tranqufüdad pública» (28). E! Afcalde
primero constitucional de
La Coruña quedó encargado «de executar
esta

disposición
con la

mayor reserva
y puntualidad, ocupando la
correspondencia de los sugetos» (29), Estas medidas, que cuando
se ejecutaron, por ejemplo, con un Quintana dieron a los historia­ dores liberales
más de un siglo de pretexto para rasgarse las vesti­
duras por los excesos del absolutismo, son silenciadas, cuando no in­
cluso disculpadas, si se trata de personas afectas al pensamiento
tradicional. Cuántas veces desde entonces se
ha repetido la misma
hipócrita actitud.
Continuaba
el 22 de junio de 1823 -habían pasado más de
dos años- encarcelado Emigdio
María Saavedra. Había preparado
(27) Taboada Roca, Antonio: op. cit., págs. citadas.
(28) Taboada Roca, Antonio:
op. cit., págs. citadas.
(29)

Taboada Roca, Antonio:
op. cil,, págs. citadas.
721
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOÍ
cuidadosamente su fuga y animaba a s.us compañeros de pr1S1on a
que se uuieran a él. La proximidad del ejército francés parecía acon­
sejar

no arriesgar la vida en tal intento, pues la liberación
y la
derrota liberal eran inminentes. Sólo se
d
Teniente Co­
ronel
Ramón Ami! España,

don
Ma.n.uel Fernández y don Manuel
Gúspide. Sin duda, a ello debieron la vida, pues
la mayoría de los
restantes presos fueron salvajemente asesinados antes de la entrada
del ejército de liberación (30).
Desconocemos las vicisitudes que el marqués de Villaverde de
Limia atravesaría durante el paraíso liberal que fue el Trienio.
Queden, pues, las de su compañero de lealtades, Emigdio María Saa­
vedra, como muestra de aquellos años de anarquía, de opresión
y de
sangre.
Cinco hijas tuvo Benito María Sotelo de Noboa en su matri­
monio. De ellas, y según el testamento otorgado por la marquesa de
Villaverde el 21 de febrero de 1831, ante
el escribano don

Luis
Sarmiento, vecino de la parroquia de Santiago
· de

las Caldas, sola­
mente sobrevivían en aquella época doña María Casilda, casada con
don Antonio Joaquín Ulloa, «dueño del palacio de Bóbeda y otros»,
y doña María
Guadalupe, casada con

don José María
Paz, hijo
primogénito

del marqués de la Corona (31).
No terminaron con la segunda restauración de Fernando VII en
sus derechos anteriores los pad Noboa por causa de su fidelidad a
la tradición española. Enfrentada
la nación ante el dilema Isabel II-Carlos María Isidro, que, muy por
encima de las personas, era la guerra
entre la Revolución y la Tradi­
ción,
no podía

ser dudoso el campo en que encontraríamos al mar­
qués de

Villaverde. Y así aparece otorgando testaruento el 29 de
· diciembre

de 1838 ante
el notario de Montpellier y cuatro testigos
por hallarse exiliado a causa de su lealtad a Don Carlos. Un juzgado
de
Madrid había

ya acordado en 1836 el secuestro de sus bienes por
haberse pasado al cuartel general del Pretendiente (32).
722
(30) Taboada Roca, Antonio: op. cit., págs. citadas.
(31)
Archivo del conde de Borrajeiros.
(32)

Archivo del conde de Borrajeiros.
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.• SOTELO DE NOBOA
En el citado testamento nombró e instituyó por herederas a sns
dos hijas supervivientes, debiendo sucederle en su casa la primo­
génita, María Casilda.
Tumbién donó y legó al benedictino don
Simón de Guardiola, obispo de Urgel (1827-1851), prelado de
ejemplar conducta según el nuncio Ginsriniani (33), a
la sazón
exiliado en Montpellier
---Otra muestra

del liberalismo de
los libera­
les-, y al sacerdote don Jamba Ponte, también residente en aquella
ciudad, todos los bienes. muebles que le
pertenecían allí
: ropa blanca,
alhajas, dinero, etc. (34).
Poco después, el 15 de enero de 1839, fallecía el marqués de
Villaverde (35), recayendo
los derechos al

marquesado en su hija
María
Casilda y posteriormente en la hija del matrimonio de ésta
con el

citado don Antonio Joaquín Ulloa, doña
Ascensión Ulloa
Sotelo.

Casó esta última con don Ramón
Pedrosa, enlazando así

con
otro apellido de profundas resonancias tradicionalistas gallegas, por
cuanto don
Jacobo Pedrosa

Ulloa fue figura capital del carlismo en
Galicia una
vez concluidas

las
contiendas civiles
del siglo
XIX (36).
Basten, pues, estos breves
trazos para figurar

la trayectoria humana
de este gallego prócer que en ningún modo constituye una excepción
en la Galicia
tradiciorutl. ¡Cuántos

nombres podrían añadirse a
los
Jª mencionados! Los diputados en las Cortes extraordinarias Freire
Castrillón y Ros
y el mismo Benito Ramón Hermida, los diputados
«persas» que representaban a Galicia en las
Cortes ordinarias,
el
gran
Vélez, nacido

en Andalucía, pero por muchos años arzobispo de
Santiago (1824-1850), que, otro
obispo más, marchó al destierro
por mantenerse fiel a sus creencias,; Arias Teijeiro, pariente del
arzobispo de V aleocia e importantísima figura en la corte de Don
(33) Cárcel Orti, V.: Política eclesial de los Gobiernos liberales espa­
ñoles (1830-1840). Ediciones Universidad de Navarra, S. A. Pamplona; 1975,
pág. 504.
(34) Archivo del conde de Borrajeiros,
(35) Catálogo alfabético de los documentos referentes a títulos del Reino
y grandezas de España conservados en la secci6n de Consejos suprimidos.
A.H.N., Madrid, 1954, tomo III, pág. 319.
(36) Ba.rreiro Fernández, José Ram6n: op. cit., págs. 291 y 292. Este
Jacobo Pedrosa
y Ulloa era hijo de la nieta del primer marqués de Villaverde
y hermano del que después ostentó el título.
723
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA ClGOi
Carlos; el obispo de Mondoñedo, López Borricón, pasado también
a Jas filas .carlistas; fray Nicolás de Castro; el obispo de Orense
don Dámaso

Iglesias Lago, sucesor del impar Quevedo
y Quintano;
el marqués de Bóveda de Llmia; los hermanos Martínez Villaverde;
el obispo de Plasencia, Casas y Souto; don Cándido Nocedal,
López
Ferreiro,

Martelo Paumán,
Brañas, el
cardenal García Cuesta, el ar­
zobispo Lago González, Vázquez

de Mella, Calvo Sotelo... La lista
sería interminable si quisiéramos incluir a todos los que, nacidos en
Galicia, de clara ascendencia gallega como Mella u ocupando sedes episcopales de Galicia, se alinearon decididamente en las filas de la
tradición española frente
a la

revolución liberal.
Muchos de ellos, al igual que el marqués de Villaverde de Limia,
arrostraron los mayores peligros con clara conciencia de que su
causa
est•ba perdida,

al menos a corto plazo. Pero la lealtad pudo
más que la conveniencia y prefirieron la primogenitura al plato de
lentejas. Verdad son las
palabras de José

Ramón Barreiro cuando
dice que «el carlismo se llevó lo mejor de nuestra
hidalguía>> (3

7).
Es, en cambio, venenosa la. insinuación que sigue: «la entrega de
estos hombres al carlismo no les impidió, años más tarde, y ya sin
escrúpulo religioso,

participar como compradores en aquella des­
comunal almoneda que fue la desamortización
española>> (38) ¡ Qué
dificil tuvo que ser eso para un marqués de Villaverde de Limia,
que
estaba en
el exilio fraocés en los años en que Alvarez Mendizá­
bal liquidaba

el rico patrimonio de la Iglesia! ¡Qué difícil para los
que combatían con las
armas a

los desamortizadores!
Añoo después
ya no quedaban bienes que adquirir de aquel inmenso latrocinio. Y o
he oído contar de labios de ese viejo hidalgo rural, maestro,
aruigo
y pariente, que es Antonio Taboada Roca, el reparo de las
viejas familias gallegas ante
loo que
se enriquecieron con los bienes
de la Iglesia (39). Bienes que por muchos años se creyeron malditos
(37) Barreiro Fernánd~, José Ramón: op. cit., pág. 168.
(38)
Barreiro Fernánd~, José

Ramón:
op, cit., pág. 168.
( 39) Entre los viejos papeles de familia que conserva mi tío Estanislao
Núiiez Saavedra hay algunos documentos que pueden ser ilustrativos-a este
respecto.
El primero de ellos es una carta de 1897 con un sello
parroquial ile•
gible

y que interpreto es del párroco de Golán. Va dirigida
al párroco de Dor·
724
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.11 SOTELO DE NOBOA
y que llevaban la desgracia a sus adquirentes. Serían viejas consejas
galaicas transmitidas al calor de
la lumbre de las lareiras, pero eran
creencias, firmes de un pueblo
católico y tradicional. De una Galicia
que se mantuvo hasta hace muy
pocos años
firmemente apegada a
unas costumbres que configuraron un modo de ser y de vivir, un
alma gallega que hoy quiere cambiarse manteniendo falazmente una
envoltura externa que es el idioma, pero alterando todo su contenido,
que ha quedado completamente desgalleguizado.
Porque los padres espirituales de estos gallegos de hoy, de
meá, parroquia en la que se halla situado_ el pazo de Vilanova, · del que en
aquellos días era
propietario mi tercer abuelo José Saavedra Codesido, hijo
del antes citado Emigdio María Saaveda. Había pasado más de medio siglo de
la desamortización
y era. por entonces arzobispo de Santiago don José Martín
de Herrera y de la Iglesia (1889-1922). Así dice la carta:
< el
capítulo
cuarto del
concilio provincial,
todos los compradores
de

bienes de
la Iglesia después del año cincuenta y nueve, han incurrido en
excomunión mayor,. y por lo tanto separados del seno maternal de esta, priVados
durante la vida de sus sacramentos, y en la muerte de sepultura eclesiástica.
Ahora
bien,
en cumplimiento de lo que ordenan las constituciones episco­
pales, cap.

quinto,
mego a v. a fin de que amoneste a su casi feligrés
D. José Sabed.ta (sic) Codesido, que como comprador de los bienes de la
Iglesia en Golán, salga del estado deplorable en que se halla y vuelva luego aJ
seno de la madre más cariñosa que en este mundo puede haber. Y entre tanto
ruego a:l Dios de las .misericordias ilumine el entendimiento de ese pobre pe­
cador. Dios
guarde a vm.s. Golán, diciembre 6 de 1897. (Pinna ilegible)».
Otro documento, sin fecha, redactado por José Saavedra, dice así: «Consulta.
A la
expulsión de ios frailes en 1836, se enagenaron (1ic) sus bienes y
rentas, entre ellas las pertenecientes al exPriorato de S. Cristóbal de Dormeá
que

compró D. Andrés
Garrido.
»Sus
herederos venden ahora estas tierras, y rentas. ¿Pueden los dueños
de las fincas hipoteca.das a estas rentas, _ sin perjuicio de conciencia redi­
mirlas?
»Hay quien opina que no, aun en vista de lo dispuesto en el Concordato
con la Santa Sede, diciendo que Jo que es vicioso en su principio, lo es
siempre,
y bajo este supuesto parece que no pueda comprarse o redimirse
esta clase de
(aquí una palabra ilegible).
»Se desea saber la opinión del Emmo. Sr. Cardenal que es quien puede
resolver esta
duda».
Y a continuación, y en el mismo papel, la respuesta, también sin fecha:
«S. E. responde
que en conciencia se puede libremente redimir, no obsta
725
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE PERNANDEZ DE LA CIGOFIA
estoo gallegos de la Revolución, no son ya Rosalía, Pondal o López
Ferrciro.
Y, ni siquiera, Curros, Castelao o Basilio Alvarez. Podrán
mencionarlos
O utilizarlos,
pero su Galicia no es la de ellos.
Porque
aunque hable gallego

piensa como
Marx, como Engels o como Mao.
Lo que no deja de ser un curioso galleguismo.
II. Bajo fas bmderas de la Tradición
Benito María Sotelo de Noboa está en los antípodas de la Re­
volución que en sus días era
el liberalismo. Como tantos otros,
percibió en seguida el carácter antitradicional del liberalismo y así
el principio aducido cuando se trata de asunto que el vicio procedía de la
legislación que
el Pontífice creyó oportuno reformar o transigir. Yo estoy
confome en todo y opino lo mismo, (Firma
ilegible.)».
Por último, otra

carta de persona distinta a la anterior y también sin
identificar: «Día 11 de Septiembre de 1892 (
?) . Mi querido Saavedrita,
debe ser muy listo el propio de que te hayas valido para conducir tu grata
del 5, pues me la han entregado· ahora mismo, y precisamente cu.ando va
a salir

el correo, por lo
cual me apresur!> a responder solamente a lo que me
propones- como urgente, y a -ello te digo que te es lícito, que puedes hacerlo
sin
lastimar la conciencia atendido todo lo que me ex.plicas. Hoi (.ríe) no
tengo tiempo
para estendenne (.ríe) en presentar razones, convincentes, ni creo
que tú las exijas·: te es lícito, y se acabó.
»Ya será pronto entregada la esquela a Don Joaquín. Mil ·afectos ...
(Firma ilegible.)»
Estos eran los escrúpulos que a finales del siglo XIX aún tenían las
familias católicas gallegas. No fueron ellas, como insinúa Barreiro, las com­
pradoras de los bienes de la Iglesia, sino los liberales. Como era natural.
Y él lo sabe perfectamente por estudioso de la época. En su libro El levan­
tamiento de 1846 y el nacimiento del galleguiJmo, Editorial Pico Sacro,
Santiago
de
Compostela, 1977, s·eñala esa faceta de adquirentes de bienes
procedentes de la
desamortización eclesiástica en varios de los dirigentes pro­
gresistas de la
sublevación de

los liberales gallegos frente
al gobierno mode­
rado en 1846, Así, Julián Rodríguez del Valle e Hipólito Otero (pág. 78).
Es curiosa 'la. semblanza que hace Barreiro de uno de los principales cabe­
cillas civiles de la sublevación, el abogado Pío Rodrígue2 Terrazo, que
«destacó por su apasionada entrega a la causa liberal. En 1834 era alcalde
de Santiago. Su nombre aparece con frecuencia en los protocolos notariales
de estos años actuando como rentista e inversor, haciendo préstamos de di-
726
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.• SOTBLO DE NOBOA
lo señaló. Lo que en las Cortes se estaba preparando era una copia
servil de lo que en Francia
haJbía ocurrido: «la Constitución
que
se nos
ha dado es = taracea mal zurcida de las de 91 y 5 mesidor
de
los franceses,

como no ignoran, como
es notorio

a los que entre
nosotros se

han tomado el trabajo de examinarlo» (40).
Ese era
el convencimiento de los pensadores tradicionales de la
época
y en múltiples ocasiones lo demmciaron. El marqués de Vi­
llaverde de Limia nos advierte desde el principio de su obra: «cree­ ría faltar a
mi deber y a mi conciencia si no la enterase ( a la Nación)
del peligro que a la Religión y a la Patria amenaza un sistema que
tan fatal fue a
la Francia y parte de cuyas consecuencias ya conoce­
mos demasiado
por propia experiencia>> ( 41).
En días como los presentes, en los que se predican como ideales
la total independencia entre la Religión y la Política, parecerá teo­
cracia o césaropapismo esa constante alusión del pensamiento de la
época a la
unión entre el Altar y el Trono (42). El marqués de
nero, administrando las rentas del portazgo del Milladoiro, aco1ando a hu­
mildes por impago de deudas que tienen que vender tierras para pagarle ( El
levantamiento ... , pág. 124). Y aún hay quien sostiene que los liberales eran
los amigos del
pud:,lo. La desamortización, como está más que probado, no
fue sólo una herida irreparab'le a!l arte y fa cultura y un gravísimo atentado
a legítimos intereses de la Iglesia, sino que fue también una medida total­
mente antisocial que perjudicó
a los pobres y benefició a quienes ya gozaban
de
un elevado estatus económico. La burguesía, liberal y sin prejuicios
religiosos,
sustituyó a monjes y frailes
en el papel de runos. Y si éstos eran
tolerantes con quienes cultivaban sus tierras y se compadecían de situaciones
adversas de los
campesinos, aquéllos

fueron únicamente tras
el mayor
lucro
posible sin preocuparse del dolor ajeno, pésimo negocio para todos, excepto para los Píos Rodríguez Terrazo, que
multiplicaron sus

fortunas a costa de
la Iglesia, de los pobres y, en definitiva, de España.
(40) Sotelo de Noboa:
op. cit., pág. 7.
(41) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 6.
( 42)
Desde las obras: clásicas como la de Agustín Barro.el, Conspira-­
ción de
los sofi.rtas de la impiedad co-ntra la

Religión
y el Estado1 de· enorme
repercusión
en nuestra
patria, donde

conoció numerosas ediciones, y la del
P.
Véle:z: Apología del Altar y del Trono (Madrid, Imprenta de Cano, 1818,
2 tomos), a las pastorales de los obispos o los escritos de los pensadores
contrarrevolucionarios, la asociación de la
Iglesia y el Estado se repite en
numerosísimas ocasiones.
727
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGO1'A
Villaverde comprendió claramente, al igual que sus correligiona­
rios, que
el embate de la Revolución se dirigía contra esos dos
objetivos.

La historia de
los años posteriores

ha demostrado cuánta
razón tenían quienes advirtieron las fatales consecuencias del libe­
ralismo para la religión. Los días gaditanos fueron ya buena prueba
de ello ( 43), pero en el Trienio y en los años que siguieron al
fa­
llecimiento de Femando Vil se pudo comprobar, con una durísima
persecución religiosa que llegó en no pocas ocasiones incluso al
derramamiento de sangre, cuáles eran las últimas intenciones del
liberalismo. Manuel Revuelta González nos hace Ja crónica de aque­
llos sucesos en dos interesantes libros ( 44), de lectura imprescindible
para quienes quieran comprender muchas de las cosas que han su­
cedido y que sucederán en nuestra patria ( 45).
Para
el marqués de Villaverde, y ello es otra constante del pen­
samiento contrarrevolucionario, la guerra de la Independencia fue,
ante todo, una guerra religiosa. Y esta verdad rigurosamente histó­
rica, comprobada hasta la saciedad incluso desde los textos de los
más empedernidos liberales, hace todavía más sangraotes las injurias
a
la religión de los gobernantes liberales.
Por eso, la Constitución,
copia de
la de los revolucionarios fran­
ceses,
«a los

que lo
han ignorado hasta ahora es muy natural que
los sorprenda, que los asombre
la osadía de los que se atrevieron a
vendérnosla como parto de su ingenio y la ignorancia o malicia de
los que la aplaudieroo como un monumento de la sabiduría de los
que dijeron
haberla formado,

es muy natural que los indigne el
que en medio de tantos sacrificios como
la N acioo ha hecho por
( 43) Así lo constata ya Sotelo de Noboa al hablar de ese sistema que
es una

amenaza
para la

Religión
y la Patria y «parte de cuyas conseruencias
ya

conocemos demasiado por propia experiencia»
(op. cit., pág. 6).
(44) Revuelta. González,
Manuel: Política· religiosa de los liberales en
el siglo XIX,· CSIC, Madrid, 1973. La Exdaustradón (1833-1840), BAC,
Madrid,
1976.
( 45) La posición én que Rcevuelta se coloca para enjuiciar aquellos
hechos es, en no pocas ocasiones,
la de un liberal moderado. Ello da, si cabe,
mayo:r vaJidez a

su impresionante relato.
728
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.< SOTELO DE NOBOA
nuestra santa religión, por nuestro Rey y nuestra Patria, se la quisiese
hacer francesa por este estilo» ( 46). Otra vez el Dios, Patria
y Rey preanunciando el grito que lan­
zaría a la batalla, años después, a los contrarrevolucionarios carlistas.
La historia de este precarlismo, o de las profundas raíces tradiciona­
les del movimiento carlista en -todas sus guerras, como se prefiera,
desbarata totalmente el reciente intento de algunos libros que no
vale la peoa ni citar, por colocar al carlismo en las filas de
la revo­
lución.
Para Villaverde de Limia
la. motivos

de
la guerra eran, por
tanto, claros. Y ciertamente no falsea la historia al referirlos: «En
los primera. momentos dd la explosión de la lealtad española, cuando
publicó la heroica resolución que había concebido de oponerse a
los ambiciosos designios de Bon.aparte, nada se oyó dé Constitución,
nada de reforma. Viva la fe, viva Femando, muera el tirano, mueran
los infames agentes de su perfidia, eran las voces que resonaban
desde los
Pirinea. hasta
las columnas de Hércules,
y desde la em­
bocadura del Ebro hasta el cabo de Finisterre» ( 47).
Y trae en su
apoyo las

palabras de Llamas, el diputado en las
extraordinarias que había solicitado que las Cortes sólo trataran de
la guerra contra el francés, pues ésa era la única preocupación que
tenía el pueblo español, que había también amenazado con retirarse
de las Cortes si no se tomaban pro:videncias contra los autores. de
la agresión a V aliente, otro diputado tradicioual, por haber defen­
dido las tesis contrarrevolucionarias, y que había puesto graves repa­
ros al juramento de la Constitución, que no quería firmar a causa
de la soberanía popular. Lo que le valió que el liberal Toreno pidiera
en las
Cortes la
expatriación para todo aquel que no jurase la
Cons­
titución (48).
«Este pueblo, Señor, que acaba de dar al mundo en su gloriosa
insurrección un ejemplo de la más heróica constancia, ¿-debe su en-
( 46) Sotelo de Noboa: op. cit., págs. 7 y 8.
( 47) Sotelo
de Noboa: op. CÍI., pág. 23.
(48) Villanueva, J. L.: Mi viaie a las Cortes, BAE, tomo XCVIII,
págs. 101, 245, 281 y 286.
729
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE PERNANDEZ DE LA CIGOí'/A
tusiasmo al conocimiento del derecho imprescriptible del hombre,
que' actualmente
le

predican
los autores
liberales? No, Señor. Le
era enteramente desconocido y, según los referidos autores, era un
pueblo de esclavos, así de sus reyes como de sus señores particulares.
Pues, ¿a qué podemos atribuir una conducta que no han observado
los pueblos
que han conocido y
adoptado el
referido derecho? Yo
lo diré, Señor, sin temor de ser desmentido"; la ha debido a dos
virtudes que le son características; esto es, la piedad y el amor a su
Soberano. Procure V. M. conservarlas,
y no dar oídoo a novedades
que pueden conducimos al estado fofeliz en que se halla la Fran­
cia»

( 49).
Caso omiso hicieron las Cortes, que se habían dado el trata­
mieoto de Majestad,
. a las pal•bras del

diputado. El grupo liberal
había conseguido, por artificiosos medios -y a este respecto es de
sumo interés
el libro de María Esther Martínez Quinteiro (50)-,
una cómoda mayoría dispuesta a hacer a España liberal. Pero eso no
era lo que el pueblo español quería ni lo que le había llevado a
una guerra heroica. Eran otras sus razones : la piedad y el amor al
rey. O, eo la terminología de la época, la defeosa del altar y del
trono. Aunque Fernando el
Desetlda tan poco se mereciera esa fide­
lidad de sus súbditos.
La causa de estas
es en Villaverde de Limia la misma que en sus otros. compañeros de
combate contra la Revolución : «el torreote de las doctrinas de los
llaroados filósofos»

{52), cuyo influjo ha llegado a los liberales ga­
ditanos, pues «es innegable
que ha

afectado alguna
parte, aunque
mínima, de la
Nación» {53).
Otra constante, también, del pensamiento contrarrevolucionario
de
la época., y asimismo más que comprobada históricamente, es la
afirmación de que ellos representan a la inmensa mayoría de la nación,
(49) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 24.
(50) Martínez Quinteiro, Maria Esther: Los grupos liberales antes de
las Cortes de Cádiz, Narcea,

S. A. de Ediciones, Madrid, 1977.
(51) Sotelo de Noboa: op. cit,, pág. 3.
(52) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 49.
(53) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 49.
730
Fundaci\363n Speiro

BENITO MJ! SOTELO DE NOBOA
por lo que estima todavía mayor el agravio del liberalismo al pre­
teoder, desde
una ínfima
minoría,
unas doctrinas
que el pueblo
español rechaza. Los contrarrevolucionarios están íntimamente con­
veocidos, lo que no era extraño, por otra parte, pues los hechos se
lo deroostraban, de que con ellos está
noí sólo
la verdad, sino también
el respaldo de todos los españoles.
As! lo expresan con toda rotun­
didad, por ejemplo, los diputados «persas» eo su
célebre Manifiesto
a

Femando VII (54).
Y, nuevamente, el parangón con la Francia revolucionaria: «¿Se­
ría posible persuadir a los franceses de Luis XIV que sus nietos
habían de ser los franceses de Luis XVI? Media docena de autores
hicieron esta revolución. ¿Será, pues, muy extraño que con tantos
que entre nosotros difunden sus máximas lleguen a ser nuestros
hijos los nietos de los franceses de Luis XIV?» (55). La difusión
de las
ideas revolucionarias,

al amparo del decreto que
proclamaba la
libertad de imprenta, alarmaba, naturalmente, a quienes veían ata­
cadas, con total impunidad, sus más firmes
creencias.
No quería Villaverde de Limia, como tampoco los persas (56)
ni los verdaderos. pensadores contrarrevolucionarios, la restauración
pura y simple del absolutismo. Son terminantes sus palabras: «La
Comisión había visto por s,í misma, había experimentado los efectos
desastrosos. del despotismo, era natural los tuviese muy
presentes, le
hubiesen hecho una impresión muy viva y era consiguiente le arre­
batase el deseo de contenerle>> (57). Pero el remedio no estaba,
para
el peosamiento tradicional, en las doctrinas liberales que con­
ducían a otro despotismo igual o
peo, que el anterior, establecido
«sin hacer atención a
la Religión

que profesamos, a las leyes que
hemos jurado, al clima en CJ.ue vivimos ni a las oponiones, usos y
costumbres a que estarnos avejados» ( 58).
(54) Cfr. Fernández de la Cigoña, Francisco José: «El manifiesto de los
"Persas"»,
Verbo, núm. 141-142, págs. 179-258,
(55) Sotelo de Noboa: op. cit., págs. 147 y 148.
(56) Fernández de la Cigofia, Francisco José: «El manifiesto de los
"Persas"», Verbo, citado, págs. 228-238.
(57) Sotelo de Noboa: op. cit., págs. 180 y 181.
(58) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 181.
731
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOi
Estos párrafos son de los más importantes del libro de Benito
María Sotelo de Noboa. Y por dos motivos que merecen ser tenidos
muy en cuenta.
En primer lugar, porque desvanecen las tópicas acusa-
. dones

de absolutismo que
la seudohistoria liberal ha venido arrojando
sobre
el pensamiento tradicional con el correr de los años. Y en se­
gundo lugar, porque demuestran que aquellos que el liberalismo lla­ maba
serviles proclamaban

una monarquía limitada, de profunda
raigambre española, y defendían verdaderamente la libertad.
El pensamiento tradicional
queda Cortes y repudiaba el despo­
tismo, pero para ello «era preciso que tuviese siempre muy a la vista
el justo horror de la Nación a los franceses, la memoria que conser­
va de que perdió su felicidad
y su poder desde que se disminuyó su
antigua antipatía (59); era preciso que
no, olvidase que su gran
mayoría quiere que
las resoluciones del Congreso Nacional se fun­
den en nuestras leyes, sean¡ a la esp·añola en todo, y no a la francesa;
era preciso, si se quería presentar todo lo que se hallaba esparcido en
los diferentes Cuerpos
de la legislación española, si queda recoger de
todas las Constituciones antiguas y modernas lo que le pareciese
más propio para apoyar la libertad, hubiese meditado el espiritu, las
cirrunstancias, el
tiempo y los correctivos que
cada una
de estas
Constituciones tenía para que, defendiendo
la libertad, no pululase
la licencia» ( 60).
Quedan, pues, perfecta.mente definidas las gravisimas objecio­
nes del pensamiento tradicional al liberalismo: el desprecio, o in­
cluso
la persecución, «a la Religión que profesamos»; la adopción
de un sistema politico foráneo y revolucionario, ajeno por completo
a la idiosincrasia española reflejada en una constitución multisecular
que había que remozar, pero no preterir, y que, precisamente, había
perdido
gran parte de su autoridad a causa del absolutismo borbó­
nico;
y la condena de la licencia y del libertinaje que se hacían pasar
por
libertad y que eran su misma negación.
(59) ¿No es ésta una crítica. a los Pactos de Familia y a todo el afran~
cesamiento y el absolutismo que ·:los Barbones traf.eron a España?
(60) Sotelo de Noboa: o.P. cit., págs. 18'1 y 182.
732
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.• SOTELO DE NOBOA
III. La soberanía popular
El principio de la soberanía popular, sfntesis acabada de la Revo­
lución
francesa, llegó a España de la mano de
los liberales
de
Cádiz.
Principio

radicalmente opuesto a
to hace
depender a

la ley de la voluntad de la mayoría y no de algo
externo a ella que el legislador debe
esforzarse en

encontrar para
buscar
el bien de su pueblo. Es el paso del legislar como l~gere al
legislar como facere que tan brillantemente ha estudiado Vallet de
Goytisolo (61).
Negada cualquier instancia superior al hombre, este-organiza su
vida, tanto en lo _partirular como en lo social, como mejor le aco­
moda. Y si el hombre, como partirular, enruentra resistencia a su
libertad en la de los demás, el hombre como colectivo ya no tiene
traba alguna en su capacidad de legislar. Contra la misma voluntad
divina. Contra las
leyes naturales.

Basta con querer.
Es la consagra­
ción del más puro voluntarismo jurídico.
Lo que hoy es malo ma­
ñana
se puede

hacer bueno si la mitad más uno
lo quiere. Y vice­
v,ersa. Sólo hay que consultar al pueblo soberano y lo que resulte
de esa consulta será
la ley.
Este postulado radicalmente anticatólico (62)
fue ra:hazado ante
las
Cortes mismas
por el

obispo de Orense (63) y, a partir de en­
tonces, combatido
por todc;¡ el pensamiento contrarrevolucionario.
(61) Vallet de Goytisolo, Juan: «Del legislar como "legere" al legis­lar como "facere"», Verbo, mayo-junio-julio, 1973, núm. 115-116, págs. 507-548. ( 62) Sobre la oposición del magisterio pontificio a la soberanía popu­lar véase, por ejemplo: Pío IX: Quanta Cura y Syllabus,· León XIII: Diutur­
num Ill11d
e Inmortal.e Dei,-San Pío X: Notre Charge Apo_sto.Jique,· Bene­
dicto XV: Ad Beati.lsimi,-Pío XI: Qt1a.r Primas,· Pío XII: Summi Ponti­ficatu.r, y Di.rcur.ro del 16/1/1946; Juan XXIII: Pacem in Terris; Pablo VI~ Octoge.rima Adveniens,· Concilio Vaticano II: Gamlium et Spes.
( 63) Quevedo y Quintano, Pedro, obispo de Orense: Manifiesto del Obispo de Orense a la Nación Española, imprenta de Francisco Brusola,
Valencia,
1814,
págs. 11, 12, 18-21. Gr. también Fernández de la Cigoña, Franciseo José: «Pedro de Quevedo y Quintana-, obispo de Orense», Verbo,
núm. 131-132, enero-febrero, 1975, págs. 1918-218.
733
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGO1'A
El principio de la soberanía popular, es decir, que la ley sea la
expresión de la voluntad de los más en Jugar de ordenación de la
razón al bien común, puede criticarse desde
la teoría, en el pum
terreno de
loo principios,

o
en las

mil falsificaciones
y corruptelas
que su realización práctica conoce. Es esto último, sobre todo, lo
que hace el marqués de Villaverde de Limia, aunque no
ignora tam­
poco

su radical perversidad.
A la pura
afirmación del principio de la soberanía popular hecha
por

Toreno, al
decir que «la Nación
puede
y debe todo Jo, que quie­
re», Sotelo de
Noboa opone

la tesis tradicional
y califica de «absurda»
a «esta
máxima» del

conde diputado, señalando que «es capaz de
destruir hasta las primeras nociones de justicia» (64). Y así es, por­
que basta que la nación quiera cualquier injusticia para que ésta
deje de serlo vestida con el ropaje sagrado de la ley.
Y refiere, como
expresión de

a
lo que puede llevar este ptinci­
pio, aquellas otras
palabras de

Argüellés :
«Para que

la autoridad se
sostenga
y sea respetada, ley que se promulgue, aunque disponga
un absurdo, debe ser
cumplida» ( 65).
La

soberanía popular, al
nacer posible
que sea ley lo absurdo y
aun lo injusto, lleva, según
Sotelo de Noboa (

66), a la
más absoluta
de las tiranías.
Sotelo de
Noboa desciende

de los
principios a

la práctica
y ob­
serva la realidad cotidiana del Cádiz de las Cortes. No queda con ello
mejor librada la soberanía
popular porque

allí mandaba «no la Nación
como se dice según su soberanía sino cualquier cuadrilla que
se apo­
dere de

la tribuna» (67).
Y
continúa: «No es esta una idea exaltada y nietafísica. · El ·mismo
Congreso Nacional tiene ya de ello experiencia pues se ha visto atro­
pellado varias veces: el Sr. Aner necesitó toda la firmeza de su carác­
ter para manifestar alguna
vez libremente

su opinión en medio del
murmullo de las galerías; el Sr. Valiente con la misma ocasión tnvo
734
( 64) Sotelo de Noboa, op, cit., pág. 103. -
(65) Sotelo de Noboa, op, cit., pág. 54.
(66) Sotelo de Noboa:
op. cit., págs. 52-55.
(67)

.Sotelo de Noboa:
op, cit., pág. 59.
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.B SOTELO DE NOBOA
que recordar que la Nación no era el corto número de los que concu­
rrían a oir las sesiones. Pero no sólo tan dignoo diputados han sido
interrumpidoo. Muy

a
loo principios lo fue el Sr. Hermida, este
sabio venerable por sus canas, probidad
y experiencia. El Sr. Osto,laza,
el

confesor, el amigo de Fernando VII lo fue hasta el
término que
el
Sr. Presidente levantó la sesión.
Lo fue el Sr. Llamas, este general que
ha envejecido en el servicio de la patria. Lo fueron otros señores. Al
revés, se ha aplandido a algunos con tal exceso que también fue in­
dispensable levantar la sesión. ¿Y no es ,este ya el ejercido del dominio
de las tribunas? ¿Será imposible fascinar
para que aplaudan

lo que se
quiera e interrumpan lo que no acomode?»
(68).
«¿Será culpable la Nación? ¿Si entra en recelos de que sus di­
putados no siempre se producen como desearían, no siempre obran
con libertad y que algunas veces son dominados por las tribunas cuan­
do los oye quejar por su misma boca?
Pero supongamos por un momento que, contra lo que han experi­
mentado tan ilustres miembros del Supremo Congreso, que contra lo
que atestiguan los mismos Diarios
de Cortes,

no haya habido mur­
mullo capaz
de aterrar a los débiles, supongamos que todos tengan la
firmeza y serenidad del Sr. Aner, la generosidad e intrepidez del Sr.
Valiente, la

constancia e imperturbabilidad del Sr. Ostolaza, y que
nada haya influido en las resoluciones
la debilidad,

el enfado u otra
cualquiera pasión humana. ¿Podrá esperarse
lo, mismo en las Cortes
sucesivas? ¿Se compondrán siempre estas de
hombres a

toda prueba
contra los murmullos de las
tribunas y la locuacidad de loo escritores?
¿Será
metafísica la idea de que pueda
acontecer que
parte de los di­
putados se confabulen coo las tribunas
y periodistas para oprimir a los
demás? ¿Y aun siendo siempre todos los diputados religiosos en su
deber, será imposible que una
liga de periodistas, papeles y tribunas
los opriman? ¿Podrá esperarse guarden
estas siempre moderación
cuando ya
se propasaron en acdones tan impropias que fue preciso que
el Sr. Presidente, en la, sesión de 25 de agosto, en que se comenzó a
( 68) Sotelo de Noboa: op, cit., págs. 59-60.
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA ClGOf
discutir la Constitución, les manifestase cuan contrarias eran al res-­
peto debido al Congreso?» (69).
Nos encontramos ante una de
las primeras críticas de la práctica
del
parlamentarismo en

nuestra patria. El libro está impreso en 1814
y los artíallos que recoge son todavía anteriores. Se trata de un fenó­
meno enteramente nuevo y que, por lo mismo, coge a los observa­
dores sin experiencia alguna sobre el mismo, Sin embargo, ¡qué cla­
rividencia la del marqués de Villaverde al comentar las escenas que
se desarrollaban ante sus
ojos asombrados
e indignados! Sus con•i­
deraciones sobre el modo de crear una opinión pública, que es equi­
valente a una voluntad popular, siguen siendo válidas para nuestros
días.
La acción demagógica de la prensa, la presión sobre las personas,
está denunciada cuando apenas
acababan de nacer periódicos,

parla­
mento
y liberalismo. Y, desde entonces, cuántas veces se ha repetido la
misma historia.
Porque la libertad de imprenta se descrubrió también desde el
principio lo que era. Son
uoos palabras
de Valiente en el Congreso,
el diputado defensor de la. Inquisición y que
también se

había
negado a firmar el proyecto de Constitución y que fue objeto por parte del póblico mercenario de un intento de agresión del que tra­
bajosa.mente pudo salvar la.
vida (70),

las que recoge
en esta
ocasión
Villaverde: «La han entendido tan mal ( la libertad de imprenta) que no
respetan las leyes fundamentales, ni las
costumbres, ni

el decoro pú­
blico, ni el derecho sagrado de conservar el buen nombre, y parece
que sólo escriben para
a.partamos del

objeto principal disminuyendo
la fuerza, que unida es invencible, y partida.
y destrozada es más
contra na.otros que contra el invasor de nuestro suelo» (71).
(69) Sotelo de Noboa, op. cit., pág,. 62-64.
(70) Menéndez Pelayo, Marcelino: Heterodoxos, 11, 816, Toreno, conde
de: Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, BAE, Madrid,
1953, págs •. 304, 384, 395, 396, 412; Villanueva, J. L., Mi viaje a las
Cortes , BAE XCVIII, Madrid, 1975, págs. 150, 243, 244, 245, 246 y 247;
Argüelles, Agustín: Examen histórico de la reforma constitucional, ... Ediciones
!ter S. A .• Miadrid, 1970, págs. 279-283.
(71) Sotelo de
Noboa, o¡,. cit., pág. 22.
736
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.• SOTELO DE NOBOA
Porque ella fue el arma principal del liberalismo utilizada como
una auténtica dictadura contra el pensamiento tradicional. Como
los
liberales
eran,

por
autodefinición, la
voluntad nacional,
los demás
caredan
por completo de derechos. Sotelo de Noboa lo padeci6 en
su propia carne
y nos lo refiere en la - advertencia preliminar de su
obra:
«Es bien

notorio cuan mentida era la libertad de
la prensa para
aquellos cuyas ideas estaban en contradicción con -los principios sen~
tados en las

nuevas instituciones;·
y he aquí el motivo )Xlt el que no
se
halló impresor que se aventurase a reimprimirlos en un solo volu­
men, no obstante de presentarse firmados por su autor, ni en Santia­
go en 1812,, ni en el tiempo que manifiesta el prologo a pesar de las
tentativas que se hicieron en Madrid
y Valladolid» (72).
i Y sigue afirmándose que los liberales defendían la libertad
mientras que los contrarrevolucionari05 personificaPan todos los des­
potismos! (73).
IV. Las Cortes que quería el pensamiento tradicional
Son las páginas que ahora comentaremos las, más ímportantes del
libro de Sotelo de Noboa.
En ellas
están
contenidos puntos funda­
mentales

del
pensamiorito trad_icional y con gran originalidad, pues es
de
los prímeros

españoles que se detienen a analizar unas cuestiones
que, por primera vez, aparecían a la. consideración de nuestros inte­
lectuales. Ya hemos visto c6mo Villaverde rechazaba la Monarquía
absoluta y su crítica de los instrumentos que el liberalismo ideaba para
limitar la Monarquía, que más bien eran la destrucción de la misma.
La urgencia del momento era clara: «Por entonces s6lo se aspiraba
a
la gloria de arrojar a los franceses más allá de los montes
y resti­
tuir a su trono a Fernando VII» (74).
Pero, añade: «Si
la Junta Central, creyendo conveniente extender
(72) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 11.
(73) Fernández de la Cigoña., Francis<:o José: «Liberales, absolutistas
y tradicionales. Ponencia

en el XV Congreso de Amigos
de Ja Ciudad

Cató­
lica», Verbo, núm. 157, julio-agosto 1977, págs. 965-984.
(74) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 24.
737
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
más las miras, convidó a los sabios a que dirigiesen sus estudios a
las n:íaterias políticas, a fin de descubrir el más prudente tempera­
mento para
contener los abusos que
podrían hacer,
y se creía habían
hecho nuestros Monarcas de su autoridad, si repitió lo mismo en varias
ocasiones, esta -exhortación fu.e entendida, a lo menos por el mayor
número, como dirigida no a la formación de nuevas leyes sino al
restablecimiento de las
antiguas, que
se hallaban descuidadas
y cuya
observancia podía

equilibrar la seguridad de la Nación
y la autoridad
del Rey» (75).
Como se ve, es también. en este pwito constante el pensamiento
tradicional. Compruébense, por ejemplo, las coincidencias de Villa­
verde con Quevedo
y Quintano y Jovellanos (76).
--Nada, pues, de Monarquía absoluta, rechazada, como hemos visto,
en dos ocasiones y en alguna más que podría citarse. Su fidelídad al
rey, ejemplar a
lo lar~ de toda su vida y aun a costa de grandes sa­
crificios, no le impedía censurar lo censurable y así llegó a referirse
a la corte de Carlos IV con frases de la dureza de la siguiente: «las
dilapidaciones

de una
cortd corrompida>) (77).
Pero lo que estaba ocurriendo en Cádiz aún era peor que el abso­
lutismo borbónico, porque «nuestros Reyes en medio
· del
despotismo
a que se dice
haber llegado en los últimos -y que Villaverde no nie­
ga ni se
escandaliza de

la afirmación-, tuvieron siempre una barrera
poderosa en

nuestras leyes, usos
y costnmbres, en la opinión pública
qud de estm elementos resultaba y

en el amor de sus pueblos»
(78).
Ni aun el mismo Godoy, «a pesar del descaro que le era caracte­
rístico, y de la insolencia con que insultó a la nación» (79), llegó en
su sistema de gobierno a la arbitrariedad de Cádiz, pues, aun en su
tiempo, «en tOd-os los asuntos que no eran bursales, en que no se tra-
(75) Sotelo de Noboa: op. cit., págs. 24-25.
(76) Quevedo y Quin·tano, Pedro: Manifiesto ... , pág. 13; Jovellanos,
Gaspar Mekhor de: Consulta sobre la convocación de las C(Jf'tes por esta­
mentos,
BAE, XLVI, pág. 599, Madri~, 1963; Memoria en defensa de la
Junta Central, llAE, XLVI, pág., 548.
738
(77) Sotelo de Noboa: op, cit., pág. 15.
(78) Sdtelo de Nobo•: op. cit., pág. 15.
(79)
Sotelo de

Noboa:
op. cit., pág. 15.
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.e SOTELO DE NOBOA
taba de ejercer la rapiña general que exigían su avaricia, los planes
insensatos de su ambición y las dilapidaciones de uruL corte corrom­
pida, se conservaba el antiguo método de pedir en los negocios graves
info Castilla, exigirlo

este de las Audiencias, y
estas de las ciudades. De esta manera se
lograba reunir

un gran nú­
mero de informes documentados
y reflexivos, cuya vista era natural
preparase

el
acierto en

las resoluciones. Tampoco era desconocido a
nuestro ministerio el uso de informarse de los obispos... Por estos
medios, aun cuando quieran suponerse defectuosos. es preciso con­
fesar que se manifestaba de algún modo la opinión pública, y era
con evidencia un método más ventajoso para conocerla que un im­
preso atrevido o los clamores de un concurso frívolo» ( 80).
No había oposición
por parte del pensamiento tradicional a que
se corrigiera el despotismo, sino
más bien apoyo decidido a esta
empresa. Pero los caminos que se adoptaron, si evitaban estrellarse
en Scilla, llevaban directamente a Caribdis.
La soberanía
popular acababa con el poder del rey, pero ¿ganaba
verdaderamente

algo el pueblo con ello? «Está
bien claro
que este
pu.eblo en quien se asienta, reside la soberanía
y el poder de hacer
las

leyes, no puede ni aun exhalar
sus deseos, y desde el instante
que elige un diputado, se dio un amo;
uo ,amo tan poderoso cual
no se concede a nuestros Reyes» (81). Ha esbozado Villaverde, con toda precisión, la problemática
de la moderna
teoría de

la
representación política,
en
la que el
elector, ejercido el supcemo derecho de depositar su voto en la urna,
pasa a ser un auténtico esclavo de su representante, sobre el que ya
no tiene más derecho que el lejanís.imo de negarle el voto en una
nueva elección.
La posterior crítica de esa situación del elector, al que se le hace
creer

es un rey
y que, sin embargo, carece prácticamente de todo
poder, abundante en textos (82),
y muy recientemente en un gran
(80) Sotelo de Noboa: op. cit., págs. 15-16.
(81) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 52.
(82) Costa, Joaquín: «Piensan que el pueblo es ya rey y soberano porque
han puesto en sus manos la papeleta electoral: no lo creáis ... , aquella sobe­
ranía es

un
sarcasmo, representa. el derecho de darse periódicamente un amo
739
--------
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOf.rA
libro de Gonzalo Femández de la Mora (83 ), aparece en Villa­
verde

apuntada ya como uno
de los
más graves fallos de
esa ficción
jurídica

que es el
mandato, del pueblo.
Y
Villaverde

llega a señalar, y
es de
notar realmente la
preco­
cidad

del diagnóstico, aunque ciertameote las
Cortes le daban motivo
para

ello, que el despotismo del Parlamento puede ser más
feroz que
el del mismo monarca absoluto (84), pues es más fácil contener los
excesos de éste que

los
de. una Asamblea que
se
tiene por
dueña y
señora de
la ley.
Y

es que efoctivarueote un monarca, aunque sólo sea por el
hecho
de que

está él solo frente a todo un
pueblo que observa sus
decisiones,

está
más sujeto a la contención que una multitud de di­
putados que . se

siente
irresponsable al
no poder personificarse en
un sujeto al causante de una legislación perturbadora.
El marqués de Villaverde,
y aqu( se ve una vez más cuán distante
estaba
del absolutismo, propugna decididamente
una vieja institu­
ción

de la tradición española que es el mandato imperativo, garantía
única de

los
representados frente

al representa!e y garantia también,
Villaverde de Limia lo señala magoíficaroente, del
mismo repre­
sentante

frente a las coacciones del poder o de la deroagogia.
Los párrafos que dedica al teroa son de una meridiana claridad
y de una actualidad pasmosa. Una verdadera representación de la
sociedad que modere al poder
y lo sujete: dentro de los límites
que exige el
bien común

precisa el mandato imperativo, hoy borrado,
que le dicte la ley, que le_ imponga su voluntad; la papeleta electoral es el
harapo de púrpura y el cetro de caña con que se disfrazó a Cristo de rey
en el pretorio de Pilatos». La JihfJ1"tad civil y el Conf!_reso de Juristas Arago­
neses, Libr. Gral. de Jurisprudencia, Madrid, 1883, cap. VI, pág. 177.
Cfr. También Valle! de Goytisolo, Juan: «La participación del pueblo y la
democracia». Bstudio.r Filosóficos, núm. 71-72, vol. XXVI, enero-agosto,
1977, págs. 185-224.
(83) Fernández de la Mora, Gonzalo: La Parlitocracia, Instituto de
Estudios Políticos, Madrid, 1977.
Véase también

Femández de
la Cigoña,
Francisco José:
«La gran mentira», El Alcázar, 29/4/77; Región, 3/5/77;
El Pensamiento Navarro, 7/5/77.
(84) Sotelo de Noboa: op. cit., págs. 53-54.
740
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.• SOTELO DE NOBOA
para desgracia de gobernados, de las constituciones de todo el
mundo.
Y nótese
qu~ a

fines del siglo xx las posibílidades del poder son
infinitamente más amplias que las que tenía cuando Sotelo de
Noboa escribió su libro. Por ello la restauración del mandato
impera·
tivo parece, si cabe, más urgente.
Oigamos las razones de Villaverde de Limia: Para él es evi­
dente que < aún peor, que un Monarca absoluto, y lo ·acaecido en Fraocia, en
donde
contra la opinión y los deseos de
la mayoda de la Nación
se la descatolizó y se la sumergió como a toda Europa en los horro­
rosos males que gemimos (es prueba de ello)» (85).
«Para evitarlos, para que los mismos diputados no puedan
ser
oprimidos,

conviene que no se les den facultades tan absolutas y
generales sino que
pendan de un cuerpo de comitentes que les pue­
dan revocar el poder si se excediesen, que les recuerde la inmensa
distancia de la teoría
a la
práctica
y la voluntad de sus provincias
si la olvidan. De este modo tendrán ellos mismos en sus instruccio­
nes un

salvoconducto, un escudo
impenetrahil.e contra
el
torren.te de
los escritores, el tumulto de las galerías y las declamaciones de los
exaltados» ( 86). Así fue
el proceder de nuestros mayores, que «mientras les fue
posible, mientras tuvieron libertad, obligaron a sus diputados de
Cortes a depender de sus comitentes
y no les conferían poderes
absolutos» (87). Y así procedían frente a
los mismos

reyes, pues «les era tan apre­
ciable esta circunstancia, que les parecía" de tanta consideración, tan ne­
cesaria, que entre otras súplicas que hizo el Reino al emperador
Carlos V en La
.Coruña en 1520

fue una la de que (88)
los Reyes
no enviaren it$'trucción ni fortrk' a las ciudades de como han de
otorgar sus poderes, ni el numbrar de ,/as personas, dno r¡ue las
(85) Sotelo de Noboa: op. cit., págs. 64-65.
(86) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 6S.
(87) Sotelo de Noboa: op, ,it,, pág,. 67·68.
(88) La cita de Sotelo de Noboa dice: Sandobal: Historia del Emperadar
Carlos V, lib. 5, párrafo 27.
741
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOf
ciudadeJ y villas otorguen libremente sus poderes a lar personar que
tuvieren. ce/O' !a sus repúblictM, sinO' que solamente se les envíe a decir
y notificar la causa porque son 1/mnados para que vengan infor­
mados» {89),
«Teniendo también presente que el reino suplicó asimismo en La
Coruña a Carlos V
(90) que acabadas las Cortes, dentro de cuarenta
días, fuesen obligados los Procuradores de
volver a
dar cuenta
a su república de lo que
hubiesen hecho so pena

de perder el salario
y el oficio» (91). Y en alguna. ocasión, la misma vida, 'por no haber
procedido conforme a las instrucciones que
llevaban en su deseo
de agradar al monarca en detrimento de los intereses de su ciudad.
Las
nuevas teorías

representativas, tan caras
a los

liberales, no
podían convencer ~ Villaverde, dado el evidente desprecio que hacían
en
la. práctica. de los electores. Y así lo expresa.:
«Opondrán

a esto los que creen que en nuestra edad se
ha per­
feccionado el sistema
de · representación nadonal mil argumentos
deducidos de
la. misma doctrina, que quieren persuadimos ha. adelan­
tado
la. ciencia del gobierno; pero, por más especiosos que parezcan,
no saldrán de la clase de ideas platónicas, perspectivas risueñas,
cuentos alegres, que no podrán jamás sostener la. comparación con la
experiencia y las
instancias de

nuestros mayores. Jmitémosles, si­
gamos los caminos

por donde arribaron
al alto grado de esplendor
y gloria del siglo XVI.
Para ello es preciso variar el método de elección de diputados de
Cortes que · se establece en el proyecto, es preciso dar -existencia a
los electores de Provincia, porque unos electores que casi en el mismo
momento que comienzan, concluyen su destino, ni presentan un
medio legal para contener los iliputados si se extravían ni garanti­
zan del error o la sorpresa el acierto de tan rápida elección, mayor­
mente cuando el proyecto de Constitución, que tanto individualiza
el acto de
la. elección, casi los abandona, apenas les da reglas sobre
las prendas de los que pueden ser elegidos» (92).
742
(89) Sotelo de Noboa: op. cit., págs. 67-68.
(90)
Sandobal:
Historia de Carlos V, lib. 5, 27.
(91)
Sotelo de Noboa:
op. cit., pág. 71.
(92) Sotelo de Noboa:
op. cit., págs. 72-73.
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.• SOTELO DE NOBOA
Curiosos absolutistas éstos, según el decir liberal, que tanto se
preocupaban de que
las Cortes representaran efectivamente el que•
rer
de la

nación. Una vez
más, la
verdadera defensa de las libertades
y los intereses de las ciudades y los ciudadanos estaba del lado del
pensamiento
tradici~nal. Porque él

se preocupaba de la realidad,
mientras que los
liber~es, en

sus
«ideas platónicas»,
configuraban
un mundo utópico e irreal en el que los que quedaban auténtica­ mente perjudicados eran aquellos a los que se anunciaba su libe­
ración.
Pero el mandato imperativo no era para Villaverde garantía
bastante, aunque sí necesaria. Cabía pensar, si se procedía alegre­
mente a la elección, que los diputados, aunque llevaran bien deter­
minadas sus facultades, hicieran irrisión de ellas,
y aunque lnego se
les pudiera exigir responsabilidad
y aun destituir d.el cargo, fuera
de difícil reparación
el mal causado por los mismos en las Cortes.
«Si es

verdad
-añade por

ello-- que por
más talento que tenga
cualquiera no es posible que en pocos meses llegue a ser general,
como aseguró Caneja; ¿lo será que cualquiera pueda sin la
expe­
riencia que da el manejo de la propiedad y la práctica de los nego­
cios, por
más talento e instrucción que tenga de todos los principios
de los publicistas, hallarse de repente un legislador? ¿ Es tan común
esta cualidad que no sea necesario tomar precauciones para hallarla?
¿Reservó la naturaleza para estos tierupos dispensar con prodigalidad
lo que solo concedió en tantos siglos. que hos precedieron con esca­
sez? ¡ Ah no! ahora como .entonces es preciso contentarse con la me­
dianía acompañada de la prudencia; ¿pero estas mismas prendas
abundan en tales términos que sea inútil dictar reglas algunas para
descubrirlas o a lo menos esperarlas? ¿ Son anexas a todo individuo
de la nación? ¿No puede esta exigir para un cargo de tanta trascen­
dencia que aquellos a quienes se confiera estén dotados de las
cualidades que les hagan capaces para desempeñarlo? ¿Querrá que
dependa su felicidad de sujetos que
ni por su Religión, ni por su
educación, ni por sus costumbres merezcan su confianza?» (93).
Por
en-cima d!el igualita:rismo tan a fa moda de hoy, ¿no tiene
(93) Sotelo de Noboa: op. cit., págs-. 75-77.
743
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
rnz6n Villaverde, al menos en el fondo de su propuesta? Totalmente,
si se cree que
lai ley debe ser
fruto de estudio
y meditación -ordena­
ción de la razón- y que el legislador ha de escudriñat las mil
fa.
cetas que la realidad presenta, los valores éticos que pueden quedar afectados, las repercusiones a corto y a
latgo •

plazo que toda ley
implica, etc. En
catnbio, si se piensa que la ley debe ser la res­
puestas a las apetencias de una masa manipulada en cualquier mo­
mento dado o la voluntad
todopoderosa del

legislador de turno
que accedió al cargo
por una elección también manipulada, enton­
ces no se precisa nada, entonces todo el mundo puede ser un Solón.
Las leyes, de este modo, se multiplican, se derogan las unas a las
otra, bien porque hechas sin reflexión se revelan malas o porque el
legislador
ha cambiado de opinión al modo que se muda de camisa.
Llegamos
as! a
la absurda situación actual en que
la proliferación
legislativa

desborda las más generosas previsiones. Sin
embatgo, el
clásico decla, y con

cuánta razón,
plllrimae leges, pessima respublica.
El marqués, de Villaverde estaba con el sentido común: «¿No
serla justo

que
también se
exigiese
pata ser
diputado haber recibido
una educación
pol!tica y cristiana y que sus costumbres no le hiciesen
indigno? ¿No

lo
serla que

la Comisión, atendiendo al bien
y en uso
del innegable derecho de la Nación, desentendiéndose de bellas teo­
r!as y considerando

a los
hombres no

como deben ser sino como
han
sido, como son y como serán perpetuatnente, exigiese pata ser diputado
tales condiciones que hubiese motivos prudentes de esperar que nunca
llegaran a introducirse en las Cortes personas sin probidad, que ale­ jasen a los que sin
más mérito que su charlataner!a, mucha malicia y
el arte de enredatlo y confundirlo todo, pensasen como el salchichero
de Atenas aunque de este modo quedasen de
heclio · sin 'vm: pasiva,
sin opción a ser elegidos algunos españoles?» (94). No necesitan comentario estas palabras de
Sc>telo de Noboa, cuya
evidente

razón
sólo las

hará indigeribles a quienes viven en el mito
y se niegan a aceptar la realidad. Villaverde, desde su perspectiva,
«desentendiéndose de bellas
teor!as», consideraba

a los hombres «no
como deben ser», sino como son en la vida real: egoístas, ambiciosos,
(94) Sotelo de Noboa: op. cit., págs. 84-85.
744
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.f SOTELO DE NOBOA
mezquinos y, en ocasiones, también nobles y generoS06. Es la vieja
doctrina del
pecado original

que, de no creer los católicos en ella
como dogma revelado, se impondría con, sólo observar a los humanos
en cualquier época de su historia.
Si los hombres son esencialmente buenos, si la igualdad de todos
en ciencia y virtud se diera efectivamente, el sistema democrático
liberal sería perfecto. Pero, desgraciadamente para el género humaoo,
no es así. Porque hay
buenos y malos, inteligentes y necios. Y un
abundantísimo número de mediocres, que no obran reflexivamente,
sino por los impulsos recibidos desde el exterior. Por eso la goberna­
ción
de
la República es tan compleja. Y por eso
también el
interés
del peosamieoto tradicional de rodear al poder de una serie de
ba­
rreras sociales para que, contenido por ellas, no se desborde en la
arbitrariedad y el despotismo ni eo la aoarquía, sino que vaya encau­
zado en consecución del bien común.
La labor de casi
dos siglos de liberalismo ha hecho olvidar, por
el silencio, la calumnia o el descrédito, la orgaoización politica
tradicional.
Los intentas que se hao hecho para restaurarla no han
conseguido hasta
el momento el triunfo, y ahí está el reciente libro
de Rafael Gambra,
Tradición y mimetismo (95), para demostrarlo
en lo que a nuestra patria se refiere.
Sin embargo, hoy, que el liberalismo parece agonizar entre el
caos de la
anarquía y el despotismo totalitario, y en España queremos
volver

a sus más
extremadas posiciones,
puede ser el momento de
mostrar a nuestros
contemporáneos que

existe otro modelo de orga­
nización política en el que el
hombre es verdaderamente

respetado,
en el que el pueblo asume el protagonismo que le corresponde
y
en el que los gobernantes están al servicio del bien común.
Eso era
lo que
quería el marqués de Villaverde
de Limia,
no para
su comodidad, que más hubiera tenido maoteniéndose al margen
de las disputas políticas
y aceptando el liberalismo o el absolutismo
cuando vinieren, sino para bien de España y satisfacción de su con­
ciencia. Si fue triste su sino, como el de Mataflorida, el de Ostolaza,
(95) Gambra, Rafael: Tradición y mimetfrmo, Instituto de Estudios
Políticos, Madrid, 1976.
745
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGO.fl'A
el .de Vélez, el de Inguanzo ... y el de todos los pensadores contra­
rrevolucionarios que no lograron ver triunfar sus ideales y que su­
frieron, unos la muerte: Strauch, Ostolaza, Pradera, Maeztu ... , otros
el exilio: Quevedo y Quintano,
Mataflorida, Villaverde, Vélez, Arias
Teijeiro, Simón López, Herrero Valverde ... y otros, e:t1 fin, la íntima
decepción de su fracaso terrenal
-y quiero citar aquí expresamente
a ese modelo, de integridades que es mi queridísimo amigo, y maestro
Eugenio Vegas Latapie,
alma y fundador de Acción Española y pre­
claro representante en nuestros días del pensamiento tradicional-,
su esfuerzo no ha sido vano.
Porque la batalla no ha concluido. Y un día nosotros, o nuestros
hijos, o los hijos de nuestros hijos, verán el triunfo de estas ideas,
que serán el triunfo de España y la seguridad de un gobierno que
intaure
la
paz, la libert•d y la dignidad de los pueblos y de sus
hombres.
El aparente fracaso vivido hásta hoy no ha sido tal si se consi­
dera que gracias a su esfuerzo hay una doctrina elaborada desde la
que se puede reemprender la reconquista social. Y
en cuanto
a la
propia aventura personal de todos estos representantes del tradicio­
nalismo
español, y, por lo mismo, hijos fieles de la Iglesia católica,
pienso que dos versos de José María Pemán la definen -no sólo en su
acontecer terrenal, sino, sobre todo, en
la esperanza de un mañana,
porque
«¿qué sabemos nosotros del peso de las cosas
que Dios mide en sus altas balanzas
de cristal?»
V. Una Monarquía sin sentido
La soberaoía popular supone la negación de la Monarquía tradí­
cional. Y

también de cualquier monarquía. No ya en
el sentido eti­
mológico de la palabra, mando de uno, que en la Monarquia tradi­
cional se conservaba, aunque ese mando no fuera absoluto ni, mucho
menos, despótico, sino porque,
en. verdad,
las monarquías constitucio­
nales del liberalismo son en realidad repúblicas coronadas, en las
que el ejercicio de la suprema magistratura del Estado es por un
746
Fundaci\363n Speiro

BENITO M. plazo, aunque sea indeterminado en el tiempo, ya que depende de la
voluntad popular (96).
Villave,de, al

referirse al rey, se pregunta: «¿no queda su per­
sona en
.maoo de los diputados?» (97). Y así es. Cualquier día,
como ellos son los representantes de la voluntad popular, y ella es la única norma válida del bien y del
mal, pueden proponer su desti­
tución y, lograda la mayoría, el monarca, que ya no es soberano,
tendrá que abandonar, sin pena ni gloria, el puesto que ocupaba.
Triste puesto, por otra parte, porque
«al Rey, privado en todo o
en
la mayor parte de la colación de los empleos civiles y militares,
sin casi influjo en las magistraturas, obispados y beneficios eclesiás­ ticos, sin el poder de hacer donaciones ni conferir privilegios, sin
ser parte en
la distribución de las insignias militares del orden de
San Fernando, que precisamente
absorberá las demás, ¿qué facul­
tades le

quedan? ¿Si no puede
distribuir el
interés
y el honor, el Rey
qué es? ¿Qué consideración, qué influjo tendrá en el Estado? ¿Podrá
sostener
la sanción tal cual es y las más escasas facultades que se le
dejan? No parece problable, porque lo es que caiga en el desprecio
un ente que no puede hacer ni bien ni mal. Se cuenta de unos villa­
nos que, yendo a pedir a Carlos V un favor estando en su retiro de
Yuste, como les respondiese que
él no podía nada pero que escri­
biría al
Rey su hijo, recogieron el regalo que le habían presentado
diciendo, ya que el Emperador no
es nada,
no le damos nada. Si esto
se hizo con
el Emperador, cuyas cualidades bríllantes, expediciones
guerreras

y nombre
s6lo inspiraban
veneración en aquellos tiempos,
¿qué respeto se tendrá a un
Rey que no puede nada en nuestros días,
en que los maestros de un sistema desconoddo se ·han empeñado con
declamaciones
y sarcasmos en hacer anexas a este sagrado nombre las
ideas de la imbecibilidad y la fiereza, en confundir J.as palabras de
Rey y déspota para llenar de odio a los pueblos?» (98).
Prescíndase de las peculiaridades propias de la época y se verá
(96) Femánda de la Cigoña, Francisco José: «Se ha perdido un sobe­
rano», El Alcázar, 14/12/76; Ciudad, 28/12/76.
(97) Sotelo de Noboa:
op. cit., pág. 96.
(98) Sotelo de Noboa: op. cit., págs. 1'7-09.
747
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOl'
cuánta actualidad tienen también estas palabras referidas a las mo­
narquías
liberales de

nuestro tiempo.
Para Sotelo de Noboa, la Monarquía constirucional es «nna
tendencia
absoluta a
destruir
la Monarquía» (99). Y tiene toda la
razón. Desposeído de todo poder, simple figura decorativa en una
recepción o en nn desfile, termina perdiendo el
amor de sus súbditos,
que no ven
ninguna. contraprestación

por parte del monarca a su
aceptación de

la corona
y a su fidelidad a la institución. No hay
ninguna razón intrínseca de una persona para que se la rodee de
majestad y acatamiento. Ni por ser hijo de su padre ni por llevar
determioado apellido nadie posee nn derecho divino a ser rey.
Son solamente

razones de servicio al pueblo las que pueden re­
tomendar la Monarquí_a. Porque conviene a los súbditos la existencia
de un poder fuerte, estable, independiente, justo, no sometido a la
demagogia ni
al cambio
permanente, se legitima la Monarquía y se
1a-enmarca en el respeto de -los pueblos. Pero si ese servicio no existe,
los vínculos que nnen a la nación con su rey se debilitan y llegan
prácticamente a desaparecer.
VI. Los resultados deil liberalismo
No

es la obra del marqués de Villaverde un tratado histórico,
sino de

doctrina
política. Por
ello,
la crítica del liberalismo no lo es
tauto de los
reouitados de la obra

de Cádiz
como de

las consecoencias
que
se derivarán de las premisas sentadas. Y en eso el tiempo ha
venido a dar también la razón a Benito María Sotelo de Noboa. Lo
que puede comprobarse tauto por
el estudio de la historia como por
la lectura de los miles de volúmenes de teoría del Estado que des­
pués de él se
hao escrito y que confirman sus conclusiones que
verdaderamente
podemos llamar
proféticas.
Así, su denuncia de la irresponsabilidad de los Parlamentos :
«Como por desgracia contiene a los hombres, más que el amor a la
justicia, su propio pundonor, cuando la ignominia de
wia infame
(99) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 179.
748
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.e SOTEW DE NOBOA
prevaricación recae, o se reparte, entre doscientas, trescientas o más
personas, ninguna de ellas siente, ni puede sentir un pesar enorme
por su falta de honor, por la perversidad de su conducta, razón por
la que la administración, el gobierno que se ejerce por cualquier cuer­
po numeroso ha sido casi siempre más arbitrario, más despótico,
que el de un tirano mismo, pues como nada se hace en nombre de
los individuos que le componen, nada se dispone en particular por
alguno de ellos, nada parece que depende de su arbitrio, y cada uno
puede excusar de mil maneras los odiosos efectos de sus intrigas,
todos y cada uno tienen mayor licencia, más libertad de abusar, de
precipitar en el mayor abismo
la Nación, de cuyo gobierno están
encargados, siempre que en ello hallen su particular interés» ( 100).
Lo que responde a razones de eleroental psicología. Cuántas
cosas un responsable aislado no se atrevería a hacer, por propia
vergüenza, ~ amparado en la masa, que diluye su responsabilidad, no
duda en ejecutarlas.
Qué fácil es autoconvencerse para no ser un hé­
roe, o incluso para no ser siquiera un hombre digno, cuando los de­
más compañeros de un determinado cuerpo, admiten la cobardía o la
indignidad. Y esto que ocurre en un ejército, al cundir la desban­
dada cuando unas líneas abandonan el combate, o en una orden re­
ligiosa, cuando en algunos de sus miembros se tolera la relajación
que arrastra a
106 que hasta entonces se mantenían en fidelidad a las
reglas, pasa también, naturalmente, en los órganos de gobierno
colectivo, con
-el agravante de que nadie tiene verdadera conciencia
de su propia responsabilidad. El rey felón, que los
ba habido y no pocos ; el autócrata que go­
bierna a su arbitrio a la nación, tienen una última barrera que cada
vez que
la saltan hace que sientan una íntima insatisfacción. La de
la propia indignidad observada y criticada, al menos en silencio, por
todo su
pueblo. Y,
salvo en casos de una maldad patológica, basta
en muchas ocasiones para autolimitar la tiranía. Cuan.do los tiranos
son multitud, ese condicionante desaparece. Por eso, ante una historia
imparcial, el absolutismo de Femando VII, indudable y rechazable,
no sale desfavorecido· si se compara con
el despotismo liberal en
(100) Sotelo de Noboa: op. cit.1 págs. 119-120.
749
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGOFIA
la mayor parte de sus épocas: Cádiz, el Trienio, la Regencia de María
Cristina, la del duque de la Victoria ... Porque el liberalismo sólo
deja de ser despótico cuando, por la fuerza misma de su trágico des­
tino,
se diluye en la anarquía. Entonces el Gobiemo ya no puede
imponer
nada, pero

la sociedad tampoco
ha gaoado

nada con ello,
porque en la anarquía no puede vivir. Y continúa
el marqués de Villaverde hundiendo el acerado bis­
turí de su crítica en el absceso liberal que apeoas
eropezaba a
brotar
en
España: «El (interés) individual de los que constituyen uo cuerpo
numerosos es ordinariamente muy diverso, no siempre es el del
Estado» (101). Hasta la saciedad se ha comprobado después que en
muchísimas ocasiones

los partidos polítioos han buscado antes su
propio bien, el gaoar uoas elecciones, el adelantarlas o retrasar­
las, etc., que el de la nación. Ello es tan obvio que no precisa más
comentario.
Y añade: «El teroor de no recaer en la anterior estrechez o acaso
miseria
cuando son elegidos •in excepciones (102); el cuidado de
su propia fortuna
(103) ; el orgullo inseparable de la naturaleza hu­
mana
(104); y el dolor de perder la importancia de sus personas,
de no representar
el papel a que se han acostumbrado en los que
son
temporales
(105); la fortuna de su faroilia, el aumento de la
propia eo los que son
perpetuos y otras mil consideraciones, los co­
locan en uoa situación muy
expuesta a

la seducción, al manejo de
las intrigas y a la violencia de las
más viles y furiosas pasiones, y los
porie en uoa

ocasión tao peligrosa de faltar
a su deber ( 106), de
sacrificar
el Estado a su vanidad, a su propio eograndecimieoto (107)
y a las ideas de partido (108) que es preciso negar absolutamente la
(101) Sotelo de Noboa: op, cit., pág. 120.
(102) ¿No vienen a la mente los nombres de no pocos políticos o
pseudopolíticos actuales?_
750 (103) Véase la nota anterior.
(104) Véase la nota 102.
(105) Véase la nota 102,
(106)
Véase la nota 102.
(107)
Véase la nota 102.
(108)
Véase la nota 102.
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.• SOTELO DE NOBOA
corrupc1on del corazón humano para dudar de que algunos su­
cumban
a tan
poderosa tentación» (109). Por eso la conclusión es tan
abrwnadora: todos esos condicionantes < de los representantes (del) de la Nación que representan» (110).
Y de ahí la importancia de contener sus ambiciones con el man­
dato imperativo del que hemos hablado en líneas anteriores y con
el juicio de residencia de forma que, por propio interés, no puedan
traicionar la voluntad de sus representados ( 111). Y de ahí también
la
razón última

de la Monarquía hereditaria corno garantía de go­
bierno al vincular en una dinastía el interés de una persona --el
rey- y de su familia con el de su pueblo. El rey, por propio egoís­
mo, debe esforzarse en ser un buen rey. Porque si malo fuera se
está jugando el trono y el futuro de su dinastía.
A la irresponsabilidad de las Cortes es preciso añadir otros «in­
convenientes
gravísimos» (112).

Entre elíos el de la
ingoberna­
b;lidad
del

Estado. También aquí puede verificarse
la actnalidad del
pensamiento de Sotelo de Noboa. Basta con acudir al ya citado libro
de Gonzalo Fernández de la Mora, donde viene magníficamente de­
sarrollado este tema (113).
Los progresos del liberalismo han ampliado las facetas de este
vicio intrínseco del parlamentarismo
demoliberal a
causa del mul­
tipartidismo, pero Villaverde de Limia ya había atisbado el germen del mal.
El parlamentarismo demoliberal ( él se está refiriendo a la Dipu­
tación permanente de las Cortes encargada de velar sobre la obser­
vancia de la Constitución), «¿no entorpecerá las operaciones del
Gobierno? ¿No le obligará a prestar más
atencioo, a

ocupar más
tiempo en defenderse de sus ataques, que en los
demás negocios

del
Estado? ¿No podrá multiplicar las competencias hasta el término que mientras este
y aquella se disputen sus atribuciones, y cada cual
quiece extender su autoridad, el interés, la utilidad y aun la exis-
(109) Sotelo de Noboa: op. cit., págs. 120-121.
(110) Sotelo de Noboa:
op, cit., pág. 120.
(111) Véase también Sotelo de Noboa:
op. cit., págs. 130-132.
(112) Sotelo de Noboa:
op. cit., pág. 138.
(113)
Fernánde:z de

la
Mora, Gonzalo: op. cit., págs. 89-147.
7ll
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGOFiA
tencia del Estado queden abandonados, y como suele decirse, en
seco entre dos ríos?» (114).
«¿No podrá también introducir el espíritu de desconfianza, de
división, entre
el Gobierno y el pueblo?» ( 115).
El ejemplo de la Italia
actual, que Dios quiera que no imitemos
en nuestra patria, parece que es lo que está describiendo Benito
María Sotelo de Noboa con más de
ciento cincuenta

años de anti­
cipación.
El término del proceso, aun expuesto entre interrogaciones, era
claro para Villaverde de Limia: «¿No podrán también los individuos
de la
Diputación permanente

dejarse gobernar
por los caprichos de
la multitud, como hacían los Tribunos, en vez de dirigirla ellos, o darla el curso conveoinente
al Estado,

y más cuando entre nosotros
se conocen la imprenta
y la turba de escritores que penetran el
pueblo de las ideas que les presenta su delirio, todo
Jo, que se ig­
noraba en tiempo de aquellos? (116) ¿No podrán igualmente, para
realizar sus planes, precipitarse hasta el extremo de procurar que se destruya o a lo menos disminuya en el pueblo el respeto debido a la
santa Religión que profesamos, y que es tan necesario para conservar
los mismos cimientos de la sociedad, en un tiempo en que el Ateis­
mo descubre con
osadía su

negra
y pavorosa frente? (117) ¿No
podrán ( ... ) influir
demasiado en

la exclusión o admisión de los
nuevos diputados
y proporcionarse de este modo un Congreso según
su corazón? ¿No podrán llegar
por este medio, o por alguno de los
muchos en que es fecunda la impenetrabilidad
y malicia humana a
(114) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 138.
(115) Sotelo de Noboa:
op. cit., pág. 139.
(116) Se está refiriendo a los tribunoo de la plebe que terminaron
«precipitando la República casi en la · anarquía» (Sotelo de Noboa: op. cit.1
pág. 141).
{117) ¡Qué cierta es esta afirmación de Villaverde, aunque despierte
sonrisas en muchos de nuestros contemporáneos, esta correlación entre una
sociedad fefü: y ·la religión de sus miembros! Aquel genial contrarrevolucio­
nario español que fue Donoso Cortés bien lo dejó expresado en su compa­
ración
de los dos termómetros.
752
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.• SOTELO DE NOBOA
deponer o arrastrar a un calabozo a los Regentes o al mismo
Rey?» (118).
La respuesta parece,
y la experiencia lo confirma, evidentemente
afirmativa.
Concluiremos apuntando otras afirmaciones de Sotelo de
N oboa,
relacionadas con este mismo tema, llenas también de verdad
y de
actualidad pasmosa por
la clarividencia que entonces demostraban.
Así, respecto a las elecciones, afirma sin vacilación que «no es
tan difícil disponer de las elecciones populares» (119). Cosa que
confirma toda nuestra historia desde aquellas que se celebraron en
Cádiz en 1810 hasta nuestros
mismos días.
Sobre
la masonería tiene tarobién un párrafo que vale exacta­
mente igual para el comunismo, entonces descooocido:
« (No será
difícil) que se introduzca y perpetúe tarobién un espíritu enemigo del
orden
y trastornador bajo el aparente velo de reforma. Y más cuando
en nuestros
días se ha hecho muy numerosa una secta que obliga a
sus prosélitos
a estar dispuestos a ejecutar las órdenes de su Gran
Maestre, aun cuando sean opuestas a las del Rey, Emperador o
cual­
quiera otro Gobierno supremo que rija el Estado a que pertenez­
can>> (120),
La consecueocia de todo ello es la anarqu.ía y la más absoluta
ioestabilidad coostituciooal. Desde Cádiz
tuvimoo buena

prueba de
ello a
lo largo de todo el siglo, XIX y de lo que llevaroos del xx.
En
la actualidad uoa nueva Constitución va a uuirse a la ya largu.í­
sima serie que comienza con la de Bayona y con la casi contemporánea
de 1812. Esos priocipios derivan lógicamente en tales consecuen­
cias. Y así lo afirmaba ya el m¡¡rqués de Villaverde de Limia : «el
fondo del sistema, sus axiomas, sus disposiciones nos exponen a que
mudemos todos los días de Ooo.stitución, a qué se renueven entre
nosotros las mismas -escenas de horror y de sangre, las mismas pompas
ridículas y paganas que acompañaron las variaciones de los france­
ses, y a que lleguemos hasta el estado que por un retroceso de prin-
(118) Sotelo de Noboa: op, cit., págs, 143-14).
(119) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 142,
(120) Sotelo de Noboa: op. cit., pág. 143.
Fundaci\363n Speiro

FRANCISCO /OSE FERNANDEZ DE LA CIGO&A
cipios quedemos como ellos sin poder hacer pie en ninguna par­
te»
(121).
¿Es esto ser profeta? Más bien es ser consecuente
y analizar la rea­
lidad

de los
hechos, en

vez de
aturdirse con

utopias,
tal como lo hadan
los liberales de Cádiz, aquellos «jóvenes que,
según las
reglas que
tenemos establecidas

debian estar en los ejércitos a donde les
lla­
maban

los gemidos de la patria
y de la libertad, ( en vez de) mante­
nerse ociosos, cubrirse luego con la máscara de ocupaciones civiles
y no obstante exaltarnos su amor a la libertad llamarse patriotas con
indignación de
la santa cólera de la justicia>> (122).
Porque ésta era otra verdad, que muy pocas veces se trae a co­
lación cuando se habla de aquellos liberales que, en vez de combatir
a los franceses como el resto de los españoles, dándoselas de más
patriotas que nadie, traicionaban, desde el seguro abrigo de Cádiz,
lo que sus compatriotas defendían con sus vidas en los campos de
batalla.
La denuncia

del hecho por un verdadero patriota, cual lo era
el
marqués de Villaverde, se ahogó entonces por una libertad de
imprenta que fue una dictadura para con el pensamiento tradicional.
Ese pensamiento que
Sotelo de

Noboa representaba tan bien.
No haremos mención de algunas consideraciones acerca de pro­
blemas especificos de entonces, discutibles ciertamente al menos en
parte, que en
ru.da afectan

al carácter universal de los principios que
hemos analizado. Concluiremos solamente dejando constancia del
alto aprecio que el marqués de Villaverde sentia por otro pensador
contrarrevolucionario que seu:dohistoriadores parcialísimos quisieron
unir, sin base alguna, al pensamiento liberal. Me refiero a Gaspar
Melchor de Jovellanos. Y este testimouio tiene un
excepcional valor
por cuanto viene de una persona de lealtades nada dudosas y es
absolutamente contemporáneo al escritor asturiano, que por aquellos
dias acababa
de fallecer. No mueve la pluma de Villaverde el halago,
pues de

nada podía valer ya la influencia de Jovellanos, por otra
7l4
(121) Sote!o de Noboa: op. cit., pág. 176.
(122)

Sotelo de Noboa:
op. cit., pág. 47.
Fundaci\363n Speiro

BENITO M.< SOTELO DE NOBOA
parte nula en los últimos momentos de su vida, sino la coincidencia
en unas mismas ideas.
«Se cita con gusto al Sr. J ovellanoo, porque sobre lo respetable
que es la

opinión de un hombre de su mérito reconocido por toda
la nación,
parecía su

autoridad la
más propia para responder al sin
número de escritores, que intentando corromper la Nación, llevarla
hasta las teorías de Sieyes, y conducirla. como los filósofoo a la Repú­
blica Francesa, abusan de los sagrados nombres de
Patria y

patrio­
tismo, insultando a
los que

distinguen con el nombre de
serviles,
cuando ellos se abrogan el de liberales, qnieren presentamos los que
se oponen a sus desbaratados proyectos, los que escriben contra sus
sofismas, como enemigos de
la Patria, · como partidarios de los
franceses. Sepan, pues, que el Sr. Jwellanoo, benemérito de la Pa­
tria, declarado así por
las Cortes

generales, que
ha dado tantas
muestras de patriotismo, que las
estuvo dando

hasta
el momento
de su muerte, pues que en cualquier de su vida que hubiera querido
pasarse a los enemigos sería recibido en los términos más lisonjeros,
al revés de tantos otros que siguen nuestra causa, porque los des­
precian, porque entre ellos no tiene
vafor la
mercancía de papelu­
chos, es opuesto a sus
sistemas» (123).
Y verdaderamente era Jovellanos «opuesto a sus. sistemas». Como
Villaverde. Como la mayoría de los españoles de entonces. Con la
minoría liberal

estuvo
la habilidad, el descaro y la fortuna. Con
Villaverde y
sus correligionarios,
la verdad y
la tradición de España.
(123) Sotelo de Noboa: op. cit., págs. 198-199.
755
Fundaci\363n Speiro