Índice de contenidos
Número 209-210
Serie XXI
- Textos Pontificios
- Estudios
-
Actas
-
Crónica de la XXI Reunión de Amigos de la Ciudad Católica: ¿Crisis en la democracia?
-
San Leandro y la unidad católica de España. Homilía en la XXI Reunión de Amigos de la Ciudad Católica
-
Oración ante el Santísimo en el acto litúrgico final de la XXI Reunión de Amigos de la Ciudad Católica (14 de noviembre de 1982)
-
- In memoriam
- Monográficos
- Ilustraciones con recortes de periódicos
- Información bibliográfica
- Verbo
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Autores
1982
Personalización de la cultura
PERSONALIZACION DE LA CULTURA
POR
VICTORINO RODRÍGUEZ, Ü, P.
l. INTRODUCCIÓN.
En un primer acercamiento al tema aparece obvia la corre
lación
de cultura y persona: el hombre, individual y socialmente
considerado, es el agente o productor de
la cultura,
su principal
sujeto y su destinatario. A su vez, la cultura, en su más amplia
acepción, en la que la vamos a considerar aquí, es una cualidad
específicamente humana o humanizadora de la vida y del
com
portamiento
del hombre. En este sentido la cultura es de la per
sona y para la persona; y la persona no se realiza plenamente sin
la cultura.
Empezeruos, pues, por recoger esta constatación de Juan Pa
blo II, gran
experto en humanismo cristiano: «La cultura es un
modo específico del
existir y del ser del hombre. El hombre vive
siempre según una cultura que le es propia y que, a su vez, crea
entre los hombres un lazo que le es también propio, determinan
do el
carácter ínter-humano
y social de la existencia humana. En
la unidad
de la cultura como modo propio de la existencia hu
mana, hunde sus raíces al mismo tiempo la
pluralidad de las cul
turas,
en cuyo seno vive el hombre. El hombre se desarrolla en
esta pluralidad, sin perder, sin embargo, el contacto esencial con
la
unidad de la cultura, en tanto que es dimensión fundamenral
y esencial de su existencia y de su ser» (Discurso en la UNESCO,
2 de junio de 1980, núm. 6). Pero merece la pena adentrarse más en esta correlación,
y va-
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Fundaci\363n Speiro
VICIORINO RODRIGUEZ, O. P.
mos a intentarlo. Para ello es indispensable ahondar en la meta
física de la persona humana y en los modos y valoración persona
hsta de
la cultura.
II. CONSTITUCIÓN DE LA PERSONA HUMANA
Tomemos como punto de partida la noción boeciana de per
sona, cuya consistencia filosófica, probada, por lo demás, por
más de cuatro siglos de reflexión crítica, doy aquí por supuesta.
Describe, pues, Boecio la persona como «rationalis naturae indi
vidua substancia» (De persona et duabus naturis, c. 3, ML. 64,
134 3 ). En esta definición o descripción merecen subrayarse estas
dos implicaciones:
a) Se
_trata de
una unidad individual sustantiva. La persona
es individuo, es decir, «indistinctum in se, ah aliis vero dístinc
tum» (Santo Tomás, Suma Teológica, I, 29, 4); es una unidad
incomunicada e incomunicable ( en contraposición a los concep:
tos universales que se predican de muchos individuos, a las par
tes integradas o integrables en un todo, a la humanidad de Cris
to comunicada a la persona del Verbo, y a la naturaleza divina
comunicada a
las personas del Hijo y del Espíritu Santo (cfr. San
to Tomás, III Sent., dist. 5, q. 2, a. 1 ad 2). Es, además, unidad
sustantiva, capaz de existir en sí y por sí. En términos de Santo
Tomás,
<~no cualquier
individuo en
el género de substancia, aun
que sea de naturaleza racional, es persona, sino aquel que existe
por sí» (Suma Teológica, III, 2,2 ad 3). La persona implica in
dependencia ontológica ( en contraposición a lo accidental y ad
venticio), que es el grado más profundo de la autonomía perso
nal. La persona, mediante sus acciones y pasiones, por influjo y
refujo, puede comunicarse, relacionarse o vincularse operacional
o dinámicamente con otros
y con el mundo circunstante, pero sin
ceder su propio ser. Ni siquiera los hijos, que reciben de los pa
dres su naturaleza humana individuada, con su código genético
y educación, reciben de ellos la personalidad metafísica,
el «yo»
óntico
y psicológico. Este es original, propio e intransferible: in-
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PERSONALIZACION DE LA CULTURA
comunicable. Al decir, pues, que la persona es una substancia in
dividua estamos señalando el elemento cuasi genérico de la per
sona humana.
b) Se trata de una unidad sustantiva subyacente (hypostasis,
suppositum) a . una naturaleza racional. La racionalidad y consi
guiente libertad es
el elemento diferenciativo o cuasi específico de
toda persona humana. Al hablar de razón y de voluntad libre no
me refiero tanto a las dos facultades superiores del hombre ( que,
como tales facultades o potencias pertenecen a los accidentes con
génitos, no a la constitución sustantiva de la persona), cuanto a
h superior condición ontológica del alma humana ( «rationalis na
tura»), llamada racional y libre, por brotar de ella las facultades
de discernimiento y opción libre, cuyo ejercicio revela a la per
sona.
De ahí la superior dignidad del hombre sobre los demás se
res de este mundo: tanto por parte de su faétor cuasi genérico
(subsistir por sí, con proyección, además, ultratemporal, debida a
la inmortalidad natural del alma humana) como por parte de su
factor cuasi específico (racional y libre). Lo advertía con toda
ni
tidez Santo Tomás de Aquino: «La persona, según queda dicho,
significa cierta naturaleza con determinado modo de existir. La
naturaleza que implica la persona en su significación es la más
digna
de todas las natutalezas, a saber: la naturaleza intelectual
según su género. Semejantemente, también el modo de existir que
importa la persona es dignísimo, a saber, ser algo existente por
sí» (De potentia, q. 9, a. 3). «Hay que decir que la persona sig
nifica lo que es más perfecto en toda la naturaleza, es decir, lo
subsistente de naturaleza racional» (Suma Teológica, I, 29, 3;
De potentia, q. 9, a. 4).
Tanto es así que una naturaleza humana individualizada y
perfecta no tiene categoría de persona, de dignidad personal, si no goza de subsistencia propia, de capacidad de existir autónomo,
que es lo que le falta a la Humanidad de Cristo, que subsiste
(con ventaja, desde luego, para ella) en la Persona del Verbo.
Este es el gran dato dogmático de la Revelación cristiana que
· abrió
grandes horizontes a la filosofía de la persona.
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
Sin embargo, la singular perfecci6n o excelencia no le viene
a la persona humana tanto de su sustantividad o subsistencia
( elemento cuasi genérico que se da también en cada animal
y en
cada planta), como de su naturaleza racional y libre, razón de su
dignidad entre las sustancias, de sus derechos y de su transcen
dencia supratemporal.
Esto tan digno y excelente es lo que
terminó significando
la
palabra
persona, por más ficticia y postiza que fuese en su ori
gen semántico y usual (la máscara sonora de uso en los teatros
greco-romanos. Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, I, 29, 3 ad
2; Nedoncelle, «Prosopon et persona
daos l'antiquité
classique.
Essai de
hilan lingnistique», en
Revue de Science Religieuse, 22
[J.948], págs. 277-279). Sin embargo, hoy
día se pretende real
zar la condición del hombre y de la mujer aplicándoles simple
mente el
término persona y personalizando todas sus funciones.
¡ Cómo si no fuese la superior condición del hombre lo que dig
nifica
al vocablo persona!
En conformidad con la constitución de la persona human•
así entendida, será digno del hombre
y personalizante lo que esté
de acuerdo o desarrolle su independencia ontológica o autonomía
metafísica ( existente por
si) y conlleve un ejercicio más perfecto
d~ la razón y de la libertad responsable. Por el contrario, será des
personalizante
o degradante todo lo que suponga anulación o dis
minución del ser
y del actuar libre y responsable (homicidio,
eutanasia, aborto, esterilización, mutilación, manipulación, con
:6namiento, engaño, vicio, incivismo, deshumanización).
Termino este apartado con la siguiente observación de Santo
Tomás: «El hombre pecando se aparta del orden de la razón y,
por tanto, pierde la dignidad humana, en cuanto que el hombre
es naturalmente
libre y existente por sí mismo; y se rebaja en
cierto modo a la servidumbre de las bestias
(Suma Teológica, 11-
H, 64,
2 ad 3); es decir, padece la
alienación de que hablaba
San Pablo
(Ef., 2,12; 4,18; Col., 1,2).
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Fundaci\363n Speiro
PERSONAUZACION DE LA CULTURA
III. LA CULTURA y sus CONTENIDOS
La cultura, como cultivo del hombre (pues originariamente se
refería al
cultivo del campo o
agri-cultura) es un concepto muy
afín al de humanismo, en su acepción más pura de reconocimien~
to de la dignidad del hombre y de su ulterior perfeccionamiento
o dignificación personal y social. Y en este sentido
cultura equi
vale a
civilización en la acepción del Diccionario de la Real Aca
demia: «conjunto de ideas, ciencias, artes y costumbres que for
man y caracterizan el estado social de un pueblo
o de
una raza».
Es el
concepto de cultura que asumía el Concilio Vaticano II:
«Con la palabra
cultura se indica, en sentido general, todo aque
llo con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cua
lidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe
terrestre con
su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida
social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, me
diante el progreso de las costumbres e
instituciones; finalmente,
a
través del tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras
grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan
de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano»
(Gaudium et spes, n. 53).
Es cierto que este concepto amplio y equivalente de
cultura
y civilización no se mantiene siempre en el lenguaje moderno,
como tuve ocasión de exponer
hace algunos años ( «Interpretación
tomista de la civilización cristiana», en
Verbo [ 1979 J, número
175-176).
La cultura suele reducirse más bien a la formación intelec
tual de los hombres, a sus objetivaciones sociales y medios de ad quirirla. Se llama persona culta a la que tiene muchos conoci
mientos; se entiende por bienes de cultura las bibliotecas, las
Universidades, ere. Y así la define
el Diccionario de la Real Aca
demia: «Resultado o efecto de cultivar los conocimientos huma
nos y de afinarse por medio del ejercicio las facultades
intelec- .
tuales
del hombre». Esta reducción de la cultura
al ámbito de h
inteligencia queda, en parte, superada por el concepto afín de
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Fundaci\363n Speiro
VICTORJNO RODRJGUEZ, O. P.
educación integral, prolongada desde· la infancia hasta la edad
adulta, incluyendo la formación
física y
moral, «No hay duda
--decía Juan
Pablo II en el citado discurso de la UNESCO, nú
mero
12-de que el hecho cultural primero y fund,amental es el
hombre espiritualmente maduro, es decir, el hombre plenamente
educado,
el hombre capaz de educarse por sí mismo y de educar
a los otros. No hay duda tampoco de que la dimensión primera
fundamental de la cultura es la sana moralidad: la
cultura moral».
IV. PERSONALIZACIÓN DE LA CULTURA
Entenderé el término cultura en su acepción más amplia e
integral
de perfección adquirida por
el hombre y socialmente
comunicada, a todos los niveles de interioridad intelectual-afec
tiva y de realización exterior. En ella incluyo los conceptos de
educación, humanización, progreso, civilización.
Por personalización de la cultura entiendo el modo de rea
lizarse los
valores culturales en
el hombre de acuerdo con las
exigencias personales de autoperfección. Doy aquí por supuesto
que la cultura metaffsica y formalmente es un conjunto de hábi
tos operativos o cualidades dinámicas que hacen que el hombre
sea accidentalmente y actúe de un modo determinado. Piénsese
en los conjuntos de ciencias, artes y técnicas; en las virtudes éti·
cas
y cristianas; en la formación de las instituciones humanas y
en sus plasmaciones históricas y p·ermanentes. ¿Cómo han de
formarse e integrarse estas cualidades habituales en el hombre
como persona, es decir, como existente por sí, racional y libre?
Según los presupuestos anteriores sobre la persona y sobre
la cultura,
pienso que la personalización de la cultura exige:
Primero, sentido de integridad o totalidad, en razón del sen
tido de totalidad de la persona, pues «ratio partís contrariatur
rationi personae» (Santo Tomás,
III Sent., dist. 5, q. 3, a. 2).
Este sentido de totalidad o integración en el orden de los valo res culturales intelectuales implica jerarquización de ideas, cohe
rencia con
los principios universalmente válidos
y no rehusar las
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Fundaci\363n Speiro
PERSONALIZACION DE LA CULTURA
consecuencias lógicas en las ideologías. En. el orden de los valores
éticos, personales, sociales y políticos, implica armonía de vida, no desvincular lo que se hace
de lo que se piensa correctamente,
como si cupiese una
ortopraxia contrapuesta
a la ortodoxia. «Es
inútil -decía oportunamente Juan Pablo
II-insistir en la or
topraxis en
detrimento de la ortodoxia: el
cristianismo es
inse
parablemente la una y
]a otra. Unas. convicciones firmes y refle
xivas llevan a una acción valiente y segura»
(Cathechesi traden
dae,
n. 22).
Segundo, sentido de autonomía y de responsabilidad indivi
vidual. Se es persona ontológic~mente existiendo por si, no en
otro o por otro ser creado. Cualquier superestructura o perfección
adventicia ha de participar de esta individualidad e incomunica bilidad entitativa: no
existen y
operan en
mí la ciencia, el arte,
1a virtud, los hábitos sociales, sino que el único' existente y ope
rante Sigo siendo yo, más o menos evolucionad&, más o menos
dueño de la actuación de mis posibilidades. «Llega a ser lo que
eres», hemos de repetir con Píndaro. La sustantivación abstracta de
la cultura en el lenguaje no ha de dar pie para que se la en
tienda como hipóstasis. El sentido personal
de la
cultura, en el
aspecto que subrayo ahora, resulta
. incompatible
con lá manipu
lación del comportamie11to, la suplantación de la propia respon
sabilidad y el servilismo, sea por
estupidez o por utilidad.
Tercero, sentido de interioridad o inmanencia de la cultura.
Lo más importante o valioso de la cultura es que haga al hom
bre
ser más cualitativamente, haberse meior, más allá del simple
tener extrínseco y del estar
momentáneo y
provisional.
Quiero
decirlo
con palabras de Juan Pablo
II. «La cultura es aqu.llo
a
través de lo cual el hombre, en cuanto
hombre, se
hace más
hombre, es más, accede más al ser. En esto ·encuentra tanibién
su fundamento la distinción capital entre lo que el hombre es y
lo que tiene, entre el ser y el tener.
La cultura se sitúa siempre
en relación esencial y necesaria a lo que
el hombre es, mientras
que la relación a lo que el hombre tiene, a su
tener, no sólo es
secundaria, sino totalmente relativa. Todo el
'tener del hombre
no es importante para la
mltura, ni
es
factor' creador
de cultura,
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Fundaci\363n Speiro
VlCTORINO,ROURIGUEZ; O. P. ·
sino en· la ·medida· en que el honibre, por· medio de su tener,
puede al mismo tiempo ser más plenamente como hombre, llegar
a ser más
plenamente
· hombre en·
todas las dimensiones de su
existencia, en -todO lo que car8cteriza · su humanidad. La experien
cia de las diversas épocas, sin excluir la presente_, demuestra que
se piensa en la cultura y se
habla de
ella principalmente en
rela
ción
con la
natúraleza' del
hombre, y luego solamente de
ma
nera' secundaria e 'indirecta en relación con el mundo de sus pro.
duetos». (Discurso en la Sede de la UNESCO, 2 de junio de 1980,
número 7. Cfr. ibídem, núm. 11, y Redemptor hominis, n. 16).
éuarto, prioridad 'de lá
verdad y de
la racionalidad en la
evaluaci6n cultural
·del pensamiento.
Siendo la racionalidad la
nota distintiva
cí cuasi específica de la persona humana ( «ratio
ndlis naturae individua substancia»), exigir personalizaci6n a la
cultura es exigirle verdad y racionalidad, que implican, a su vez, universalidad, totalidad, armonía, ápertura a todo el ser. El error,
la actitud dubitativa o agn6stica
y el reduccionismo del pensa
miento no pueden tomar.se, en principio o de suyo, como valo
res personales. Comportarse gnoseol6gicamente como persona es
comportarse como ser racional, que busca la verdad y se com
place en conocerla y comunicarla.
Toda la verdad. También en
esto es clarividente Juan Pablo. II: «El amor a la verdad, bus
cada con humildad, es
uno de los grandes valores capaces de
aunar a los hombres de hoy
a través
de las diversas culturas. La
cultura científica no se opone ni a la cultura humanista ni a la
cultura mística. Toda cultura auténtica es apertura hacia lo esen
. cial, y no existe verdad que ~o pueda hacerse univesal» (Discurso
en el Centro Europeo para la Investigación Nuclear, 15 de junio
de 1982, núm. 8 ). La
despre~cupaci6n por
el conocimiento cierto
contraría a
una de
las más profundas apetencias de la persona,
porque; como decía Aristóteles al principo de la Metafísica, todos
los
hombres desean naturalmente
saber. De
ahí que el Salmista
hiciese corresponder
la falta de · ejercido de inteligencia con la
falta de personalidad: «no seas sin entendimiento, como el ca
ballo ·y
el mulo» (Salmo; 32, 9). La negatividad por sistema o
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Fundaci\363n Speiro
PERSONALIZACION DE LA CULTURA
el disconformismo arbitrario tienen muy poco que ver con el sentido personal del pensamiento.
Quinto, calificación última y definitiva de la cultura y de la
dignificación de la persona por el ejercicio responsable y perfec tivo de la propia libertad: «No
hay duda
-repito con Juan Pa
blo Il- de que la dimensión primera y fundamental de la cul
tura es la sana moralidad:
la cultura moral». También esto va
implícito en la nota específica de la persona humana, en cuanto
«naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío» (Juan
XXIII,
Pacem in te"is, n. 9), teniendo en cuenta que el autén
tico cultivo o cultura del libre albedría no es la libertad por
la
libertad, el libertismo, sino la libertad por el bien moral; porque
el mal uso de la libertad o libertinaje, aunque sea una
manifesta
ción
de ella,
ni la define esencialmente ni la perfecciona psicoló
gicamente; más bien entraña un fallo antropológico, puesto que
es una
claudicación en el autodominio y control de
la sensuali
dad o de los institnos egoísticos (motivación positiva de toda
culpa), y despersonaliza al hombre más que cualquier tiranía ex
terior. «La esclavitud del pecado -dice Santo Tomás- es
la
peor de todas, porque no puede evitarse, ya que a cualquier
parte que el hombre vaya lleva el pecado dentro de sí, aunque su acto y placer baya pasado»
(Super Ioannem, cap. 8, lect. 4;
núm. 1.204). En términos precisos de Santo Tomás, «querer el
mal
ni es la libertad ni parte de ella, aunque sea un cierto sig
no
de la misma»
(De Veritate, 22, 6 ). «Es proponer una carica
tura de
la libertad pretender que el hombre es libre para organi
zar su vida sin referencia a los valores morales
y que la sociedad
no está para asegurar
la protección y la promoción de los valo
res éticos» (Juan Pablo II,
Mensa;e para la ;ornada de la Paz,
1 de enero de 1981, núm. 7). El mismo Juan Pablo II advertía
muy oportunamente en la encíclica
Redemptor bominis (n. 21 ):
«En nuestro tiempo se considera a veces erróneamente que la
libertad es fin en sí misma, que todo hombre es libre cuando usa de
ella como quiere, que a esto hay que tender en la vida
de los individuos y de las sociedades. La libertad, en cambio,
es un don grande sólo cuando Sabemos Usarla bien. Cristo hos
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Fundaci\363n Speiro
VICTORJNO RODRJGUBZ, O. P.
enseña que el mejor uso de la libertad es la caridad que se reali
za en la donación y en el servicio».
La cultura, pues, en su integrante de hábitos éticos o mora
les, se personaliza en razón de su respuesta a las exigencias de
autoperfección moral de
la persona humana en cuanto libre. En
ese ejercicio logra el hombre su máxima
dignificaci6n, comple
tando o
humanizando la nativa dignidad ontológica de ser per
sona. Como observaba Leopoldo Eulogio Palacios, «el hecho de
que la injusticia sea compatible con el hombre, pone de mani
fiesto una verdad firrnísima: que
la persona humana no es en el
orden moral un valor absoluto, al contrario de lo que sucede en
el plano ontológico. Cosa que no parece haber sido tomada en
consideración por los pensadores contemporáneos que colocan en
la dignidad de la persona humana
la base de sus programas ju
rídicos, sociales, políticos o pedagógicos»
(Filosofía del saber,
Madrid, 1974 •, pág. 412).
En resumen, y tomando otra vez la palabra de Juan Pablo II,
en su Alocuci6n al Clero de Roma sobre Pastoral Universitaria
(8 de marzo de 1982), «hoy es ésta la urgente exigencia de una
presencia educativa de la Iglesia en el mundo universitario: atraer
la
inteligencia a lo verdadero para que no se rinda ante la en
fermedad mortal del relativismo; conducir la
voluntad al bien
preservruidola de
las sugestiones de un libertarismo vado que
nada concluye; convertir al
hombre entero a la objetividad de
los valores contra toda forma de subjetivismo, que, no obstante
las apariencias, es exactamente lo contrario de la afirmación de
la dignidad
del hombre.
Non pertinet ad perfectionem intellec
tus mei quid tu velis ve/ quid tu intelligas cognoscere, sed
solum
quid
rei veritas habeat,
escribía Santo Tomás, sumo maestro de
Universidad».
V. DESCRIPCIÓN DE LA PERSONA CULTA
Si se parte del axioma filosófico bonum ex integra causa,
malum ex quocumque defectu (
el bien es por integridad de causa,
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Fundaci\363n Speiro
PERSONAllZACION DE LA CULTURA
el mal resulta de cualquier defecto), no podemos esperar encon
trarnos con una persona absolutamente culta, porque
la capaci
dad real de autoperfección es indefinida. El Evangelio apunta a un término inasequible o inagotable: «sed perfectos como per
fecto es vuestro Padre celestial» (Mt. 5, 48). Es un aspecto de
la grandeza del hombre. Nadie absolutamente perfecto, acabada
mente culto, pero todos con vocación de cultura sin límites. El hombre nace persona (perfección ontológíca nativa) con
infinidad de posibilidades
y predisposiciones para la cultura, pero
realmente inculta. Para llegar a ser culta, la persona necesita
desarrollarse, educarse, adiestrarse, mentalizarse, santificarse, ci
vilizarse, humanizarse y hasta deificarse en el sentido teológico
que tiene este término en el cristianismo. La persona en vías de
ser culta, además del desarrollo biológíco,
ha de ir adquiriendo
ciencia
y experiencia, arte y virtud, personalidad y socialidad;
ha de retener lo valioso adquirido e intentar completarlo. Para ser íntegramente culta la persona necesita armonizar en sí al
hombre sabio
y al hombre bueno, al hombre reflexivo y al hom
bre social, al hombre de tierra
y al hombre que conversa con el
cielo. Ser para obrar para venir a ser más.
«El objeto de la verdadera cultura, por lo tanto, es hacer del
hombre una persona, un espíritu plenamente desarrollado, capaz
de llegar a la perfecta realización de todas sus capacidades» (Juan Pablo II,
Discurso en la Universidad de Coimbra, 15 de mayo
de 1982, núm. 4. Sobre el sentido
integral de la cultura, en con
formidad con la valoración
integral de la persona, insistió Juan
Pablo II en el
Discurso a los universitarios e investigadores, en
la Universidad Complutense de Madrid, 3 de noviembre de 1982).
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POR
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l. INTRODUCCIÓN.
En un primer acercamiento al tema aparece obvia la corre
lación
de cultura y persona: el hombre, individual y socialmente
considerado, es el agente o productor de
la cultura,
su principal
sujeto y su destinatario. A su vez, la cultura, en su más amplia
acepción, en la que la vamos a considerar aquí, es una cualidad
específicamente humana o humanizadora de la vida y del
com
portamiento
del hombre. En este sentido la cultura es de la per
sona y para la persona; y la persona no se realiza plenamente sin
la cultura.
Empezeruos, pues, por recoger esta constatación de Juan Pa
blo II, gran
experto en humanismo cristiano: «La cultura es un
modo específico del
existir y del ser del hombre. El hombre vive
siempre según una cultura que le es propia y que, a su vez, crea
entre los hombres un lazo que le es también propio, determinan
do el
carácter ínter-humano
y social de la existencia humana. En
la unidad
de la cultura como modo propio de la existencia hu
mana, hunde sus raíces al mismo tiempo la
pluralidad de las cul
turas,
en cuyo seno vive el hombre. El hombre se desarrolla en
esta pluralidad, sin perder, sin embargo, el contacto esencial con
la
unidad de la cultura, en tanto que es dimensión fundamenral
y esencial de su existencia y de su ser» (Discurso en la UNESCO,
2 de junio de 1980, núm. 6). Pero merece la pena adentrarse más en esta correlación,
y va-
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mos a intentarlo. Para ello es indispensable ahondar en la meta
física de la persona humana y en los modos y valoración persona
hsta de
la cultura.
II. CONSTITUCIÓN DE LA PERSONA HUMANA
Tomemos como punto de partida la noción boeciana de per
sona, cuya consistencia filosófica, probada, por lo demás, por
más de cuatro siglos de reflexión crítica, doy aquí por supuesta.
Describe, pues, Boecio la persona como «rationalis naturae indi
vidua substancia» (De persona et duabus naturis, c. 3, ML. 64,
134 3 ). En esta definición o descripción merecen subrayarse estas
dos implicaciones:
a) Se
_trata de
una unidad individual sustantiva. La persona
es individuo, es decir, «indistinctum in se, ah aliis vero dístinc
tum» (Santo Tomás, Suma Teológica, I, 29, 4); es una unidad
incomunicada e incomunicable ( en contraposición a los concep:
tos universales que se predican de muchos individuos, a las par
tes integradas o integrables en un todo, a la humanidad de Cris
to comunicada a la persona del Verbo, y a la naturaleza divina
comunicada a
las personas del Hijo y del Espíritu Santo (cfr. San
to Tomás, III Sent., dist. 5, q. 2, a. 1 ad 2). Es, además, unidad
sustantiva, capaz de existir en sí y por sí. En términos de Santo
Tomás,
<~no cualquier
individuo en
el género de substancia, aun
que sea de naturaleza racional, es persona, sino aquel que existe
por sí» (Suma Teológica, III, 2,2 ad 3). La persona implica in
dependencia ontológica ( en contraposición a lo accidental y ad
venticio), que es el grado más profundo de la autonomía perso
nal. La persona, mediante sus acciones y pasiones, por influjo y
refujo, puede comunicarse, relacionarse o vincularse operacional
o dinámicamente con otros
y con el mundo circunstante, pero sin
ceder su propio ser. Ni siquiera los hijos, que reciben de los pa
dres su naturaleza humana individuada, con su código genético
y educación, reciben de ellos la personalidad metafísica,
el «yo»
óntico
y psicológico. Este es original, propio e intransferible: in-
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PERSONALIZACION DE LA CULTURA
comunicable. Al decir, pues, que la persona es una substancia in
dividua estamos señalando el elemento cuasi genérico de la per
sona humana.
b) Se trata de una unidad sustantiva subyacente (hypostasis,
suppositum) a . una naturaleza racional. La racionalidad y consi
guiente libertad es
el elemento diferenciativo o cuasi específico de
toda persona humana. Al hablar de razón y de voluntad libre no
me refiero tanto a las dos facultades superiores del hombre ( que,
como tales facultades o potencias pertenecen a los accidentes con
génitos, no a la constitución sustantiva de la persona), cuanto a
h superior condición ontológica del alma humana ( «rationalis na
tura»), llamada racional y libre, por brotar de ella las facultades
de discernimiento y opción libre, cuyo ejercicio revela a la per
sona.
De ahí la superior dignidad del hombre sobre los demás se
res de este mundo: tanto por parte de su faétor cuasi genérico
(subsistir por sí, con proyección, además, ultratemporal, debida a
la inmortalidad natural del alma humana) como por parte de su
factor cuasi específico (racional y libre). Lo advertía con toda
ni
tidez Santo Tomás de Aquino: «La persona, según queda dicho,
significa cierta naturaleza con determinado modo de existir. La
naturaleza que implica la persona en su significación es la más
digna
de todas las natutalezas, a saber: la naturaleza intelectual
según su género. Semejantemente, también el modo de existir que
importa la persona es dignísimo, a saber, ser algo existente por
sí» (De potentia, q. 9, a. 3). «Hay que decir que la persona sig
nifica lo que es más perfecto en toda la naturaleza, es decir, lo
subsistente de naturaleza racional» (Suma Teológica, I, 29, 3;
De potentia, q. 9, a. 4).
Tanto es así que una naturaleza humana individualizada y
perfecta no tiene categoría de persona, de dignidad personal, si no goza de subsistencia propia, de capacidad de existir autónomo,
que es lo que le falta a la Humanidad de Cristo, que subsiste
(con ventaja, desde luego, para ella) en la Persona del Verbo.
Este es el gran dato dogmático de la Revelación cristiana que
· abrió
grandes horizontes a la filosofía de la persona.
933
Fundaci\363n Speiro
VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
Sin embargo, la singular perfecci6n o excelencia no le viene
a la persona humana tanto de su sustantividad o subsistencia
( elemento cuasi genérico que se da también en cada animal
y en
cada planta), como de su naturaleza racional y libre, razón de su
dignidad entre las sustancias, de sus derechos y de su transcen
dencia supratemporal.
Esto tan digno y excelente es lo que
terminó significando
la
palabra
persona, por más ficticia y postiza que fuese en su ori
gen semántico y usual (la máscara sonora de uso en los teatros
greco-romanos. Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, I, 29, 3 ad
2; Nedoncelle, «Prosopon et persona
daos l'antiquité
classique.
Essai de
hilan lingnistique», en
Revue de Science Religieuse, 22
[J.948], págs. 277-279). Sin embargo, hoy
día se pretende real
zar la condición del hombre y de la mujer aplicándoles simple
mente el
término persona y personalizando todas sus funciones.
¡ Cómo si no fuese la superior condición del hombre lo que dig
nifica
al vocablo persona!
En conformidad con la constitución de la persona human•
así entendida, será digno del hombre
y personalizante lo que esté
de acuerdo o desarrolle su independencia ontológica o autonomía
metafísica ( existente por
si) y conlleve un ejercicio más perfecto
d~ la razón y de la libertad responsable. Por el contrario, será des
personalizante
o degradante todo lo que suponga anulación o dis
minución del ser
y del actuar libre y responsable (homicidio,
eutanasia, aborto, esterilización, mutilación, manipulación, con
:6namiento, engaño, vicio, incivismo, deshumanización).
Termino este apartado con la siguiente observación de Santo
Tomás: «El hombre pecando se aparta del orden de la razón y,
por tanto, pierde la dignidad humana, en cuanto que el hombre
es naturalmente
libre y existente por sí mismo; y se rebaja en
cierto modo a la servidumbre de las bestias
(Suma Teológica, 11-
H, 64,
2 ad 3); es decir, padece la
alienación de que hablaba
San Pablo
(Ef., 2,12; 4,18; Col., 1,2).
934
Fundaci\363n Speiro
PERSONAUZACION DE LA CULTURA
III. LA CULTURA y sus CONTENIDOS
La cultura, como cultivo del hombre (pues originariamente se
refería al
cultivo del campo o
agri-cultura) es un concepto muy
afín al de humanismo, en su acepción más pura de reconocimien~
to de la dignidad del hombre y de su ulterior perfeccionamiento
o dignificación personal y social. Y en este sentido
cultura equi
vale a
civilización en la acepción del Diccionario de la Real Aca
demia: «conjunto de ideas, ciencias, artes y costumbres que for
man y caracterizan el estado social de un pueblo
o de
una raza».
Es el
concepto de cultura que asumía el Concilio Vaticano II:
«Con la palabra
cultura se indica, en sentido general, todo aque
llo con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cua
lidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe
terrestre con
su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida
social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, me
diante el progreso de las costumbres e
instituciones; finalmente,
a
través del tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras
grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan
de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano»
(Gaudium et spes, n. 53).
Es cierto que este concepto amplio y equivalente de
cultura
y civilización no se mantiene siempre en el lenguaje moderno,
como tuve ocasión de exponer
hace algunos años ( «Interpretación
tomista de la civilización cristiana», en
Verbo [ 1979 J, número
175-176).
La cultura suele reducirse más bien a la formación intelec
tual de los hombres, a sus objetivaciones sociales y medios de ad quirirla. Se llama persona culta a la que tiene muchos conoci
mientos; se entiende por bienes de cultura las bibliotecas, las
Universidades, ere. Y así la define
el Diccionario de la Real Aca
demia: «Resultado o efecto de cultivar los conocimientos huma
nos y de afinarse por medio del ejercicio las facultades
intelec- .
tuales
del hombre». Esta reducción de la cultura
al ámbito de h
inteligencia queda, en parte, superada por el concepto afín de
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Fundaci\363n Speiro
VICTORJNO RODRJGUEZ, O. P.
educación integral, prolongada desde· la infancia hasta la edad
adulta, incluyendo la formación
física y
moral, «No hay duda
--decía Juan
Pablo II en el citado discurso de la UNESCO, nú
mero
12-de que el hecho cultural primero y fund,amental es el
hombre espiritualmente maduro, es decir, el hombre plenamente
educado,
el hombre capaz de educarse por sí mismo y de educar
a los otros. No hay duda tampoco de que la dimensión primera
fundamental de la cultura es la sana moralidad: la
cultura moral».
IV. PERSONALIZACIÓN DE LA CULTURA
Entenderé el término cultura en su acepción más amplia e
integral
de perfección adquirida por
el hombre y socialmente
comunicada, a todos los niveles de interioridad intelectual-afec
tiva y de realización exterior. En ella incluyo los conceptos de
educación, humanización, progreso, civilización.
Por personalización de la cultura entiendo el modo de rea
lizarse los
valores culturales en
el hombre de acuerdo con las
exigencias personales de autoperfección. Doy aquí por supuesto
que la cultura metaffsica y formalmente es un conjunto de hábi
tos operativos o cualidades dinámicas que hacen que el hombre
sea accidentalmente y actúe de un modo determinado. Piénsese
en los conjuntos de ciencias, artes y técnicas; en las virtudes éti·
cas
y cristianas; en la formación de las instituciones humanas y
en sus plasmaciones históricas y p·ermanentes. ¿Cómo han de
formarse e integrarse estas cualidades habituales en el hombre
como persona, es decir, como existente por sí, racional y libre?
Según los presupuestos anteriores sobre la persona y sobre
la cultura,
pienso que la personalización de la cultura exige:
Primero, sentido de integridad o totalidad, en razón del sen
tido de totalidad de la persona, pues «ratio partís contrariatur
rationi personae» (Santo Tomás,
III Sent., dist. 5, q. 3, a. 2).
Este sentido de totalidad o integración en el orden de los valo res culturales intelectuales implica jerarquización de ideas, cohe
rencia con
los principios universalmente válidos
y no rehusar las
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Fundaci\363n Speiro
PERSONALIZACION DE LA CULTURA
consecuencias lógicas en las ideologías. En. el orden de los valores
éticos, personales, sociales y políticos, implica armonía de vida, no desvincular lo que se hace
de lo que se piensa correctamente,
como si cupiese una
ortopraxia contrapuesta
a la ortodoxia. «Es
inútil -decía oportunamente Juan Pablo
II-insistir en la or
topraxis en
detrimento de la ortodoxia: el
cristianismo es
inse
parablemente la una y
]a otra. Unas. convicciones firmes y refle
xivas llevan a una acción valiente y segura»
(Cathechesi traden
dae,
n. 22).
Segundo, sentido de autonomía y de responsabilidad indivi
vidual. Se es persona ontológic~mente existiendo por si, no en
otro o por otro ser creado. Cualquier superestructura o perfección
adventicia ha de participar de esta individualidad e incomunica bilidad entitativa: no
existen y
operan en
mí la ciencia, el arte,
1a virtud, los hábitos sociales, sino que el único' existente y ope
rante Sigo siendo yo, más o menos evolucionad&, más o menos
dueño de la actuación de mis posibilidades. «Llega a ser lo que
eres», hemos de repetir con Píndaro. La sustantivación abstracta de
la cultura en el lenguaje no ha de dar pie para que se la en
tienda como hipóstasis. El sentido personal
de la
cultura, en el
aspecto que subrayo ahora, resulta
. incompatible
con lá manipu
lación del comportamie11to, la suplantación de la propia respon
sabilidad y el servilismo, sea por
estupidez o por utilidad.
Tercero, sentido de interioridad o inmanencia de la cultura.
Lo más importante o valioso de la cultura es que haga al hom
bre
ser más cualitativamente, haberse meior, más allá del simple
tener extrínseco y del estar
momentáneo y
provisional.
Quiero
decirlo
con palabras de Juan Pablo
II. «La cultura es aqu.llo
a
través de lo cual el hombre, en cuanto
hombre, se
hace más
hombre, es más, accede más al ser. En esto ·encuentra tanibién
su fundamento la distinción capital entre lo que el hombre es y
lo que tiene, entre el ser y el tener.
La cultura se sitúa siempre
en relación esencial y necesaria a lo que
el hombre es, mientras
que la relación a lo que el hombre tiene, a su
tener, no sólo es
secundaria, sino totalmente relativa. Todo el
'tener del hombre
no es importante para la
mltura, ni
es
factor' creador
de cultura,
937
Fundaci\363n Speiro
VlCTORINO,ROURIGUEZ; O. P. ·
sino en· la ·medida· en que el honibre, por· medio de su tener,
puede al mismo tiempo ser más plenamente como hombre, llegar
a ser más
plenamente
· hombre en·
todas las dimensiones de su
existencia, en -todO lo que car8cteriza · su humanidad. La experien
cia de las diversas épocas, sin excluir la presente_, demuestra que
se piensa en la cultura y se
habla de
ella principalmente en
rela
ción
con la
natúraleza' del
hombre, y luego solamente de
ma
nera' secundaria e 'indirecta en relación con el mundo de sus pro.
duetos». (Discurso en la Sede de la UNESCO, 2 de junio de 1980,
número 7. Cfr. ibídem, núm. 11, y Redemptor hominis, n. 16).
éuarto, prioridad 'de lá
verdad y de
la racionalidad en la
evaluaci6n cultural
·del pensamiento.
Siendo la racionalidad la
nota distintiva
cí cuasi específica de la persona humana ( «ratio
ndlis naturae individua substancia»), exigir personalizaci6n a la
cultura es exigirle verdad y racionalidad, que implican, a su vez, universalidad, totalidad, armonía, ápertura a todo el ser. El error,
la actitud dubitativa o agn6stica
y el reduccionismo del pensa
miento no pueden tomar.se, en principio o de suyo, como valo
res personales. Comportarse gnoseol6gicamente como persona es
comportarse como ser racional, que busca la verdad y se com
place en conocerla y comunicarla.
Toda la verdad. También en
esto es clarividente Juan Pablo. II: «El amor a la verdad, bus
cada con humildad, es
uno de los grandes valores capaces de
aunar a los hombres de hoy
a través
de las diversas culturas. La
cultura científica no se opone ni a la cultura humanista ni a la
cultura mística. Toda cultura auténtica es apertura hacia lo esen
. cial, y no existe verdad que ~o pueda hacerse univesal» (Discurso
en el Centro Europeo para la Investigación Nuclear, 15 de junio
de 1982, núm. 8 ). La
despre~cupaci6n por
el conocimiento cierto
contraría a
una de
las más profundas apetencias de la persona,
porque; como decía Aristóteles al principo de la Metafísica, todos
los
hombres desean naturalmente
saber. De
ahí que el Salmista
hiciese corresponder
la falta de · ejercido de inteligencia con la
falta de personalidad: «no seas sin entendimiento, como el ca
ballo ·y
el mulo» (Salmo; 32, 9). La negatividad por sistema o
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Fundaci\363n Speiro
PERSONALIZACION DE LA CULTURA
el disconformismo arbitrario tienen muy poco que ver con el sentido personal del pensamiento.
Quinto, calificación última y definitiva de la cultura y de la
dignificación de la persona por el ejercicio responsable y perfec tivo de la propia libertad: «No
hay duda
-repito con Juan Pa
blo Il- de que la dimensión primera y fundamental de la cul
tura es la sana moralidad:
la cultura moral». También esto va
implícito en la nota específica de la persona humana, en cuanto
«naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío» (Juan
XXIII,
Pacem in te"is, n. 9), teniendo en cuenta que el autén
tico cultivo o cultura del libre albedría no es la libertad por
la
libertad, el libertismo, sino la libertad por el bien moral; porque
el mal uso de la libertad o libertinaje, aunque sea una
manifesta
ción
de ella,
ni la define esencialmente ni la perfecciona psicoló
gicamente; más bien entraña un fallo antropológico, puesto que
es una
claudicación en el autodominio y control de
la sensuali
dad o de los institnos egoísticos (motivación positiva de toda
culpa), y despersonaliza al hombre más que cualquier tiranía ex
terior. «La esclavitud del pecado -dice Santo Tomás- es
la
peor de todas, porque no puede evitarse, ya que a cualquier
parte que el hombre vaya lleva el pecado dentro de sí, aunque su acto y placer baya pasado»
(Super Ioannem, cap. 8, lect. 4;
núm. 1.204). En términos precisos de Santo Tomás, «querer el
mal
ni es la libertad ni parte de ella, aunque sea un cierto sig
no
de la misma»
(De Veritate, 22, 6 ). «Es proponer una carica
tura de
la libertad pretender que el hombre es libre para organi
zar su vida sin referencia a los valores morales
y que la sociedad
no está para asegurar
la protección y la promoción de los valo
res éticos» (Juan Pablo II,
Mensa;e para la ;ornada de la Paz,
1 de enero de 1981, núm. 7). El mismo Juan Pablo II advertía
muy oportunamente en la encíclica
Redemptor bominis (n. 21 ):
«En nuestro tiempo se considera a veces erróneamente que la
libertad es fin en sí misma, que todo hombre es libre cuando usa de
ella como quiere, que a esto hay que tender en la vida
de los individuos y de las sociedades. La libertad, en cambio,
es un don grande sólo cuando Sabemos Usarla bien. Cristo hos
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Fundaci\363n Speiro
VICTORJNO RODRJGUBZ, O. P.
enseña que el mejor uso de la libertad es la caridad que se reali
za en la donación y en el servicio».
La cultura, pues, en su integrante de hábitos éticos o mora
les, se personaliza en razón de su respuesta a las exigencias de
autoperfección moral de
la persona humana en cuanto libre. En
ese ejercicio logra el hombre su máxima
dignificaci6n, comple
tando o
humanizando la nativa dignidad ontológica de ser per
sona. Como observaba Leopoldo Eulogio Palacios, «el hecho de
que la injusticia sea compatible con el hombre, pone de mani
fiesto una verdad firrnísima: que
la persona humana no es en el
orden moral un valor absoluto, al contrario de lo que sucede en
el plano ontológico. Cosa que no parece haber sido tomada en
consideración por los pensadores contemporáneos que colocan en
la dignidad de la persona humana
la base de sus programas ju
rídicos, sociales, políticos o pedagógicos»
(Filosofía del saber,
Madrid, 1974 •, pág. 412).
En resumen, y tomando otra vez la palabra de Juan Pablo II,
en su Alocuci6n al Clero de Roma sobre Pastoral Universitaria
(8 de marzo de 1982), «hoy es ésta la urgente exigencia de una
presencia educativa de la Iglesia en el mundo universitario: atraer
la
inteligencia a lo verdadero para que no se rinda ante la en
fermedad mortal del relativismo; conducir la
voluntad al bien
preservruidola de
las sugestiones de un libertarismo vado que
nada concluye; convertir al
hombre entero a la objetividad de
los valores contra toda forma de subjetivismo, que, no obstante
las apariencias, es exactamente lo contrario de la afirmación de
la dignidad
del hombre.
Non pertinet ad perfectionem intellec
tus mei quid tu velis ve/ quid tu intelligas cognoscere, sed
solum
quid
rei veritas habeat,
escribía Santo Tomás, sumo maestro de
Universidad».
V. DESCRIPCIÓN DE LA PERSONA CULTA
Si se parte del axioma filosófico bonum ex integra causa,
malum ex quocumque defectu (
el bien es por integridad de causa,
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Fundaci\363n Speiro
PERSONAllZACION DE LA CULTURA
el mal resulta de cualquier defecto), no podemos esperar encon
trarnos con una persona absolutamente culta, porque
la capaci
dad real de autoperfección es indefinida. El Evangelio apunta a un término inasequible o inagotable: «sed perfectos como per
fecto es vuestro Padre celestial» (Mt. 5, 48). Es un aspecto de
la grandeza del hombre. Nadie absolutamente perfecto, acabada
mente culto, pero todos con vocación de cultura sin límites. El hombre nace persona (perfección ontológíca nativa) con
infinidad de posibilidades
y predisposiciones para la cultura, pero
realmente inculta. Para llegar a ser culta, la persona necesita
desarrollarse, educarse, adiestrarse, mentalizarse, santificarse, ci
vilizarse, humanizarse y hasta deificarse en el sentido teológico
que tiene este término en el cristianismo. La persona en vías de
ser culta, además del desarrollo biológíco,
ha de ir adquiriendo
ciencia
y experiencia, arte y virtud, personalidad y socialidad;
ha de retener lo valioso adquirido e intentar completarlo. Para ser íntegramente culta la persona necesita armonizar en sí al
hombre sabio
y al hombre bueno, al hombre reflexivo y al hom
bre social, al hombre de tierra
y al hombre que conversa con el
cielo. Ser para obrar para venir a ser más.
«El objeto de la verdadera cultura, por lo tanto, es hacer del
hombre una persona, un espíritu plenamente desarrollado, capaz
de llegar a la perfecta realización de todas sus capacidades» (Juan Pablo II,
Discurso en la Universidad de Coimbra, 15 de mayo
de 1982, núm. 4. Sobre el sentido
integral de la cultura, en con
formidad con la valoración
integral de la persona, insistió Juan
Pablo II en el
Discurso a los universitarios e investigadores, en
la Universidad Complutense de Madrid, 3 de noviembre de 1982).
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