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Número 209-210

Serie XXI

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La verdadera monarquía

LA VERDADERA MONARQUIA
POR
GABRIEL ALFÉREZ CALLEJÓN
A la memoria de doo Ramiro de Maeztu y en
homenaje a
Eugenio Vegas, artífices de Acci6n
Española, en d 50 aniversario de su fundación.
SUMARIO
l. EL PROBLEMA DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
1.1. Concepto y clases.
1.2. La Iglesia y las formas de gobierno.
2. TEORÍA GENERAL DB LA MONARQUÍA..
3. ThoRfA GENERAL DE LA REPÚBLICA.
4. LA VERDADERA MONARQUÍA: REFERENCIA A MAURRAS.
4.1. Análisis de la Encuesta sobre la Monarquia.
42. Critica del

gobierno republicano: la
verdadera República.
4.3. Notas esenciales de la Monarquia: comparaci6n del principio uni­
tario-familiar caracteristico

de
la misma, y el principio colectivo
propio de la República o democracia.
4.4. Mando.
4.5. Unico.
4.5.1. Objeciones al mando único y refutaci.6n de las mismas.
4.5.2. El

mando único no es exclusivo: colaboraciones diversas.
4.5.3. El mando único no es absoluto:
limites religiosos y mo-
rales; lfmites órganicos

o institucionales,
descentralización
y
cuerpos

intermedios.
4.5.4. Responsabilidad y mando único.
4.5.5. Criticas de Bernasd
Shaw al mando colectivo en su co­
media El carro de las manzanas.
4.6. Hereditario.
4.6.1. Eliminación de todo antagonismo.
4.6.2.
Algunas objeciones: el hijo tonto; la minoría de edad.
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4.6.3. Competencia y preparación del Jefe del Estado, en la
Monarquía y en la República.
4.6.4. Interés por el bien público.
4.6.5. Responsabilidad y herencia.
4.6.6. Referencias históricas sobre los beneficios de la Monar­
quía hereditaria.
5. LA LEGITIMIDAD NACIONAL.
5.1. El bien común nacional.
5.2. El papel del Estado.
5.3. La compenetración de la Monarquía con la nación.
6. INSTAURACIÓN DE LA MONARQUÍA,
6.1. Contemplaci6n de la realidad y necesidad de actuar.
6.2. Formaci6n doctrinal: estudiar y sembrar.
6.3. La actuación y sus métodos.
6.4. El empleo de la violencia: la fuerza de la razón, servida por la
raz6n de la fuerza.
65. Ineficacia de la dictadura.
6.6. Conclusión: la solución monárquica.
l. EL PROBLEMA DE LAS FORMAS DE GOBIERNO.
El problema de las formas de gobierno no es baladí. La
forma tiene siempre
particular importancia.
Santo

Tomás de Aquino definía la forma como
«lo que
da
el ser a las cosas», coincidiendo con Lulio
y repitiendo el con­
cepto los escolásticos.
Si la estatua o el cuadro tienen determinado valor, no suele
ser por la materia en que esté esculpida o
el lienzo en que se
pintó, sino por la forma que a una
y orro dio el artista que
los creó. Y no sólo da la forma
la belleza, sino también la utilidad.
Una simple mesa o una silla cumplen su cometido o realizan su
función, precisamente por la forma
que revisten

que les señala
un destino o aplicaci6n definido
y concreto. No es por tanto
indiferente la forma de las cosas.
En las instituciones ocurre algo parecido a lo que sucede con
los objetos. Tampoco es indiferente la forma
y la estructura, los
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princrp10s en que se basen y su manera de funcionar, que, en
definitiva, es lo que constituye la forma de las mismas.
En
las llamadas formas de gobierno, su concepto se refiere,
a la
estructura del poder político, que no se reduce, como es
lógico, a

que, en la cabeza del Estado haya, como decía Baroja,
un
militar de uniforme con el pecho cubierto de condecoracio­
nes, a una especie de notario con levita, sino· que, la Monar­
quía o la República, simbolizadas por el escritor en dichas fi­
guras, requieren además un conjunto de instituciones y organis­
mos complementarios típicos, correspondientes, como veremos,
a un sistema de mando único hereditario, o a un tipo de go­
bierno basado en el principio de mando colectivo. El fondo y la forma van, en general, estrechamente unidos.
Normalmente, como decía TagOre, cuando surge un poema, bro­
tan juntos el fondo y la forma, la exprexión y el mensaje, como
el agua vistosa en un artístico surtidor.
Pemán, con su peculiar gracejo, decía que cuando un mucha­
cho busca a una mujer para casarse, le suelen recomendar que se fije en alguna de
buen fondo, pero la juventud, más poética,
inteligente
y a la vez práctica, la prefiere también con buenas
formas.
Las instituciones políticas llevan implícito un estilo y una
manera de ser. Decía Stendhal, que «no se ama lo mismo bajo la República
que bajo
el Imperio», y Pemán hacía observar que, al adveni­
miento de la República, en 1931, algo profundo había cambiado, coando las calles se llenaron enseguida de malos estudiantes,
prostitutas
y gente soez, que la vitoreaban. Alguien dijo tam­
bién: Ciertamente, no todos los republicanos son unos indesa­
bles, pues entre ellos existe mucha gente honesta, pero es ma­
nifiesto que todos los indeseables son republicanos. Y en la actualidad, es fácilmente comprobable, que las les­
bianas, los hemosexuales
y otros grupos faltos de moral y decen­
cia son patrocinados por partidos marxistas y revolucionarios,
en los que suelen militar, y que se vanaglorian de tenerlos en
sus filas.
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1.1. Concepto y clases.
De los tres elementos integrantes del Estado, territorio, pobla­
cion
y poder, el primero es de carácter objetivo, el segundo sub­
jetivo
y el tercero de actividad, si aplicamos a la materia que
nos ocupa la teoría procesalista del profesor Jaime Guasp.
El territorio es material, inerte y pasivo; la población y el
poder. son elementos personales y activos y constituyen el sector
humano del Estado que en cierto sentido equivalen a lo que
también se ha llamado la sociedad y el gobierno que asimismo
se han

designado como el Estado no oficial y oficial, respectiva­
mente.
El Gobierno o autoridad es la organización política que ejer­
ce el poder. La Sociedad es la población sobre la que la autori­
dad se ejerce
y que en inter-ación recíproca interviene en aquél
y colabora en múltiples aspectos con el mismo para conseguir
el

bien común de la colectividad, compuesta verdaderamente por
el conjunto de gobernantes y gobernados. El Estado es, por tanto, un concepto más amplio
y global
que el de Gobierno, que resulta parcial
y limitado.
Por eso, generalmente, cuando se habla de formas de Estado
y de Gobierno, en el primer caso se tienen en cuenta los tres
elementos que
lo integran, y cuando se estudian las formas de
Gobierno se analizan únicamente las modalidades de organiza­
ción
y funcionamiento que adopta el poder.
Dicho lo anterior, indicaremos que las principales formas de
Estado, normalmente reconocidas son, en esencia,
el Estado fe­
deral
y el Estado unitario, junto a otros tipos secundarios y con
matices variados.
En cuanto a las formas de Gobierno, de las que ahora tra­
taremos, sus principales clases son, en síntesis, Monarquía y Re­
pública.
Esta clasificación es quizá demasiado esquemática, por
lo
que apreciaremos también grados y matices, aunque al final ve-
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remos que realmente existen únicamente los indicados tipos bá­
sicos.
Algunos autores r~tivistas modernos han establecido una
distinción entre formas
sociales y formas pol!ticas u orgánicas.
Las primeras tienen en cuenta
la participación de la socie­
dad

en el ejercicio del poder.
Las segundas se fijan especialmente en
la organización de
dicho poder.
Conforme

al primer criterio se distinguen tres tipos o for­
mas de Gobierno: aristocracia o gobierno de la clase más eleva­
da; mesocracia o gobierno de la clase media; y democracia o go­
bierno
de la clase inferior o pueblo.
Conforme al segundo criterio, las formas de gobierno, aten­
diendo a
la organización, son fundamentalmente las dos ya in­
dicadas: Monarquía y República. En la primera, el gobierno o
poder es ejercido por uno, y en la segunda, todos intervienen
en el gobierno. Realmente, los dos criterios no son incompatibles, y en
la
p1áctica se encuentran mezclados, ya que existen Monaiquías y
Repúblicas que son aristrocráticas, mesocráticas y democráticasl
o al menos, son tipos que han existido históricamente.
El primer criterio
-el sociológico puro-- carece de interés
actual pues únicamente se
ha dado con alguna pureza en deter­
minadas ciudades-Estado italianas de
la Edada Media, que adop­
taron la

forma de Repúblicas aristocráticas.
Hoy día, todos los Estados son simplemente
Monarquías o
Repúblicas,

y en todos, salvo· en situaciones anómalas, los ciuda­
danos de todas las clases participan, más o menos intensamente,
en la gobernación del país.
1.2. La Iglesia y las formas de gobierno.
Dice Bossuet en su Tratado de polltica sacado de las SagrJ1-
das

Escrituras,
que «No hay forma de gobierno ni establecimien­
t0 humano que no tenga sus inconvenientes», por ·Jo que in.tere-
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sa, en esta materia tenet en cuenta la idiosincrasia de cada pue­
blo, el tiempo en que se vive
y el conjunto de circunstancias
que concurtan, evitando siempre todo cambio brusco, cuando
se introducen modificaciones para evitar
así los trastornos y di­
ficultades que del mismo puedan detivarse, «procurando cada
país conservar las instituciones
y formas a que se halle acostum­
brado de largo tiempo» ( 1 ). Sobre esta cuestión de las formas de
Gobierno, nada

ha
de­
tetminado
la

Iglesia,
y en cualquieta de ellas, el poder civil debe
ceñirse a los
lúnites legítimos,
así como el súbdito, está, por su
parte, obligado a obedecer, siempre que lo ordenado sea justo (2). Como escribió León XIII, «Nada impide que la Iglesia aprue­
be el gobierno de uno
o de

muchos,
con tal de que sea ;usto y
ttenda al bien común (3 ).
«Por eso, quedando a salvo la justicia, no se prohíbe a los
pueblos el que sea más apto
y conveniente a su carácter o a los
institutos
y costumbres de sus antepasados» ( 4 ).
«Importa que anotemos aquí, -dice el mismo Pontífice en
otro lugar- que los que han de gobernar las repúblicas puedan,
en algunos casos, ser elegidos por
la voluntad y juicio de la mul­
titud, sin que ello se oponga ni le repugne a la doé:ttina
católica.
Con

esta eleoción se designa ciertamente al gobetnante, mas no
se le confieren los derechos de gobietno, ni se da la autoridad,
sino que sólo se establece quién
ha de ejercerla» (5).
Es decir, que a la autoridad cortespoden facultades esencia­
les propias, sin las cuales, naturalmente no existe, sin perjuicio de otras accesorias o complementarias que se le pueden atribuir;
(1) Balmes, Obras completas? tomo VIII, pág. 283, Edición prepa­
rada por
el padre Ignacio Casanova S. J., Barcelona, Biblioteca Balmes,
Durán y Bas, núm. 11, 1925. (2) Balmes,
op. cit., tomo VII, ¡,½. 260.
(3) Sapientiae Christianae, 10-I-1980. Colección de encíclicas y cartas
pontificias.

preparada por
la Acción Católica .española, Argentina, Poblet,
1946.
(4) Encíclica Diuturnum, núm. 6, 28 de junio de 1981.
(5) Idem. id.
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y tiene una finalidad, el bien comón, de la cual no se puede
apartar sin corromperse, por lo que,
la autoridad no se puede
configurar a capricho sin riesgo de
suprimirla o anular su
efica­
cia
y utilidad.
2. TEORÍA GENERAL DE LA MONARQUÍA.
La Monarquía supone, fundamentalmente,. unidad y conti­
nuidad.
El pensanúento científico exige también estas dos notas. No
se puede razonar sin conocimientos previos ciertos,. fijos
y en
tal sentido únicos o invariables, que
han sido adquiridos de an­
tecesores

que los van
rransntltiendo, incrementados y perfeccio­
nados, de generación en generación.
Toda actividad, todo oficio, requiere también
el conocimien­
to
y la práctica o ejercicio experimental de aquellos que no se
adquieren por ciencia infusa sino por enseñanza de maestros.
Por eso pudo decir Eugenio d'Ors, que «lo que caracteriza
la superación de un estado de
barbarie por un estado de cultura,
es la adquisición de una clara conciencia de unidad y conti,zui­
dad»,
y Balmes agrega: «Todo lo que en las naciones rompe la
continuidad de la vida, las mata» ( (, ).
La
vida· civilizada
es armonía, o
unidad en la variedad y
continuidad.
Es imposible progresar en una improvisación constante o en
una quiebra permanente, que viene a ser lo mismo. La civiliza­
ción son los conocimientos
adquiridos, meiorados y transmitidos.
La constancia y permanencia de unos criterios fundamentales
básicos, respetados por todos, dentro de la variabilidad en lo
accesorio, constituye la esencia _ de la civilización que s~ desarro~
!la y progresa mediante la tradición .o entrega. Siempre igual· y
(6) Antologla politica de Balmes. Preparada por Jose M.• García Es­
cudero, Madrid, BAC, "1981, dos tomos. La referencia -a las obras comple­
tas es a la edici6n publicada por la. BAG en ocho volúmenes y· el número
inicial es el de la Antología, núm. 465, Obras 308, tomo VIII, pág. 344.
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siempre diferente, como una espiral que se eleva y perfecciona
sobre una misma línea ascedente, o, en cierto modo también,
como las aspas que giran en vanac10n constante, pero siempre
alrededor de un eje fijo. Así es también
la dinastía en la institución monárquica:
siempre la misma y constantemente renovada.
El hijo es, según Savigny, el yo ampliado; la permanecía
de
la persona a través del tiempo por medio de la familia.
Una nación no es sólo la generación presente. Es el
pasado,
el presente y el porvenir. La vida de los individuos son momen­
tos en la vida de las naciones. Su tiempo, su historia, se mide
por siglos. Por eso, hay que contar no sólo con los vivos sino
también con los muertos
y con aquellos que todavía no han na­
cido. La generación pre8ente no puede, por tanto, y menos en
un momento de arrebato o locura, dilapidar en un instante el
caudal acumulado por el tiempo
y que integra el patrimonio de
la patria. Si algo es fugaz o transitorio, es precisamente
el pre­
sente, porque primero es futuro
y después será pasado.
El sufragio ·universal, para ser verdaderamente
nacional, tiene
que contar con todos y con todo lo que ha ido configurando la
historia.
Y para conservar esta riqueza, nada mejor que una institu­
ción que está vinculada a la patria en matrimonio de amor in­
disoluble; que permance
y se prolonga con ella a través del
tiempo y en la que, hasta sus _propias conveniencias e intereses
se confuden e identifican con los de la nación que rige, y sus
glorias son las mismas de la nación gobemada. Considerada la palabra Monarquía en su valor etimológico,
podemos decir con Aristóteles que es «el gobierno de un0>>.
Por algunos autores no ha sido aceptada esta definición, pues
dicen que, si se atiende al carácter representativo de la Monar­
quía
y de la República, la unidad se refleja tanto en una como
en otra forma de gobierno, en una magistratura individual, la
del Jefe

del Estado, ya sea monarca o presidente.
Sin embargo, .cualquier observador, aun superficial, dispon­
drá de medios suficientes para distinguir si determinada forma
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de gobierno existente en cualquier Estado es una Monarquía o
una República.
Y no caracterizará ciertamente a la Monarquía
atendiendo a la amplitud de las atribuciones del Jefe del Esta­
do, porque este criterio es insuficiente. El Presidente de los Es­ tados Unidos de Norteamérica tiene jurídicamente más atribucio­
nes que el Rey de Bélgica. La caracterizará por la vinculación
de la Jefatura del Estado a una Familia, o por el contrario, por
el hecho de ser elegida la persona que ocupe el cargo.
Queda todavía una excepción, la Monarquía electiva, pero
hoy no existe ningún ejemplar de este tipo, que siempre se di­
ferenciará de la República, por el carácter vitalicio del
titular
de la institución.
La Monarquía electiva es
actualmente un
recuerdo del pa­
sado, aunque
al principio fuese una de las formas de iniciación
de la misma. Una
vez consolidadas
las monarquías establecidas,
es prácticamente inexistente.
Como dice Balmes, son monarquías a medias, en período
transitorio o en formación, y-a que, después_ de cierto tiempo,
o se convierten en monarquías hereditar~as normales, o desapare­
cen. Incluso es notable, que en las mismas, la elección recae
casi siempre, en familias que han tenido alguno de sus miem­
bros en el trono (7).
Una dinastía nueva, es poco más que una presidencia de Re­
pública. De
ahí el valor moral y político de la legitimidad mo­
nárquica.
«Sólo una institución duradera hasta el infinito conserva lo
mejor de nosotros» ( Charles Mautras ).
Esas monorquias temporales pero prolongadas por perma­
nencia en
el poder, paradójicamente sólo se dan en las repúbli­
cas. Es el caso de los Estados socialistas del Este de Europa
y
otros lugares del planeta en que, los partidos comunistas que
conquistan el poder por el procedimiento que sea, se aferran al
mismo, no soltándolo nunca de manera pacífica y haciendo di-
(7) Balmes, Antología citada, núm. 1841, Obras, 3, tomo VIII, pági­
nas 424, 425.
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fícil también que se les pueda arrebatar por la fuerza. En ellas,
el dirigente que alcanza la cúspide del mando, se suele mantener
en el puesto, indefinidamente, salvo que sea expulsado violenta­ mente del mismo. Sobre este punto, ya en 1934, Eugenio Montes, en un mag­
nífico artículo como todos los suyos, especialmente de esta época,
publicado en el diario
ABC, como corresponsal de dicho periódi­
co en Berlín, se refería al mencionado tipo de monarquía, a la
que llamaba
natural o de puro hecho, pero que quizá sería más
exacto llamarla
artificial, y que, generalmente, al faltarle frenos
morales, era capaz de cometer los mayores excesos, como había
ocurrido en la Alemania nazi. Un supuesto especial, es el de la Iglesia Católica, auténtica
monarquía vitalicia, en la que, por
el celibato sacerdotal no cabe
la herencia biológica, pero se da en la misma una conrinuidad
similar, mediante un mecanismo muy particular,
el Colegio car­
denalicio, cuyos miembros son designados de por vida por
el
Pontífice reinante y, a su fallecimiento, aquéllos eligen al nuevo
Papa, que ostentará el cargo, excepto si renuncia, hasta el fin
de sus ellas.
Mostrándose

propicia
la elección personal a toda clase de in­
trigas y dando pábulo a todo tipo de arbitrariedades la designación
testamentaria del sucesor, se creó en el derecho político, a imita­
ción del derecho civil, una sucesión legitima, que en el derecho
público no queda subordinada a la testamentaria, sino que la
reemplaza, porque en
él la

herencia obliga a transmitir la totali­
dad de lo recibido y a transmitirlo según formas prescritas, que merman
la libertad del transmitente. Es el concepto de autoridad
como depósito; no como privilegio personal.
La Monarquía hereditaria presenta sobre la electiva innume­
rables ventajas que Santa María de Paredes resume así: «Salvan­
do los inconvenientes propios de
la Monarquía electiva, presenta
la hereditaria incontestables ventajas, a saber: la unidad en el gobierno, la estabilidad en el poder y el progreso de los elemen­
tos sociales. La unidad en el gobierno, porque no debiendo. el
monarca a ningún partido su elevación al trono, puede represen-
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tar un gobierno verdaderamente nacional y unitario, superior
a la discorde variedad de las facciones políticas; la estabilidad
dd poder

porque,
hallándose éste,
personificado, no en un indi­
viduo sino en una familia, permanece la Monarquía como base
fija en medio de la movilidad de
la vida política, representando
la continuidad de la idea del Estado, y el progreso de los elemen­
tos sociales porque la Monarquía hereditaria, con su doble ca­
rácter de unidad y permanencia del .poder, es molde abierto
a
todas

las reformas que exija el progreso de los tiempos».
La Monarquía hereditaria puede excluir o no a las mujeres
en la

sucesión del trono, e incluso adoptar una solución inter­
media en que únicamente reinan a falta de varones, limitándose
a veces sólo a transmitir sus derechos al primer hijo varón.
En cualquier caso, el orden sucesorio se establece atendiendo
en primer lugar a la línea; dentro de
una· misma

línea, al grado,
y dentro del mismo grado, a la mayor edad, excluyendo siempre
el parentesco más próximo al más remoto. Por los límites que tenga el poder del monarca, se dividen
las monarquías en absolutas y limitadas,
La Monarquía absoluta es aquella, como indica su nombre,
en que el poder del monarca no tiene límites. El modelo de
la
misma podría sintetizarse en la famosa frase de Luis XIV, «El
Estado soy yo».
Como es imposible que el rey pueda realizar todas las fun­
ciones públicas por sí mismo, delega facultades, reteniendo las
que le place y pudiendo volver a sí cuando quiera las que dele­
legó. Las Cortes son únicamente cuerpos consultivos del rey, a
las cuales sólo pide consejo y convoca cuando desea; los fun­
cionarios del poder judicial son sus justicias, a quienes puede
re­
tirar el conocimiento de las causas que estén tramitando, y los
Ministros que se encuentran a la cabeza del poder ejecutivo son simplemente sus secretarios de despacho.
Fijándose algunos en la férrea unidad que resulta de esta
concentración total de poderes, han enaltecido la Monarquía
al:,.
soluta

como el gobierno más enérgico, en el cual todo marcha
hacia el mismo fin. Pero no tienen presente, al hacer esta afirma-
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ción, que por tal motivo es también el gobierno más funesto
para un
país, porque,
no existiendo contrapeso alguno a la vo­
luntad del monarca, no bay medio de contener el capricho y la
arbitrariedad cuando el interés personal se sobrepone al interés
público. En la Monarquía limitada, llamada también representativa,
las facultades
d~l monarca

están controladas por la intervención
popular, membrada en brazos o estamentos, considerándose el
rey, en frase de Federico-Guillermo de Prusia, como «el primer
servidor del Estado» o, por esa misma intervención, a través
de los partidos políticos en las llamadas Monarquías democráti­
cas,
en que el supremo órgano soberano es el Parlamento, com­
puesto por representantes del pueblo, teórico soberano, que sólo
lo es realmente en el momento de depositar su papeleta en la urna electoral, quedando después sometido, ¡y de qué manera!, a
la voluntad de los representantes que ba elegido. Esta forma de
Monarquía, que abdica de todo poder y se somete a la voluntad
.
independiente

de los representantes populares sin sujección
algu­
na a ningún principio de ética o justicia superior es, realmente
como ha dicho Eugenio Montes, una República coronada.
Maurtas, en su Encuesta sobre la Monarquía, recoge la con­
testación de un campesino español carlista, quien, al preguntár­
sele su concepto sobre la Monarquía, la definió como
« Un César
con fueros».
A juicio del escritor provenzal, el interpelado reflejó magni­
ficamente, en la palabra
César, la figura de un rey justiciero, con
autoridad auténtica, para poder terminar con los desafueros que
pudieran cometer los desalmados. Por otro lado, la gente sencilla de cualquier nación acusa
la falta de libertad a que se encuentra sometido
el pueblo cuan­
do existe un poder centralizado carente de limitaciones. Los
fueros constituyen esa limitación del poder, desde abajo,
y consisten en las facultades que, de modo natural, correspoden
a los individuos y organismos inferiores al Estado, como
la fa­
milia, el municipio, las corporaciones o sociedades, etc., e incluso
las derivadas de pactos o convenios acordados entre el monarca
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y las personas u organismos naturales y hasta voluntarios, exis­
tentes en la nación.
La síntesis expresada por el aldeano. español muestra la
coincidencia fundamental de la doctrina defendida por el tra­
dicionalismo español, nacida del sentido común y la experiencia,
y la expuesta por el intelectual galo, sacada también del razona­
miento y la historia.
Si nos fijamos en el origen y naturaleza de las instituciones
rey y reino, veremos que «no se hizo el reino para el rey, sino
el rey para el reino», puesto que, primero se constituyó el reino,
y después, para regirlo y gobernarlo, se designó al rey (8). Es
lo que ya
había dicho

Séneca al Emperador Nerón y luego se
ha repetido con tanta freceuncia. Lógicamente, la entrega total del rey al reino lleva apareja­
da, en justa correspondencia, que el reino se ocupe del rey, asig­
nándole una compensación como pago a sus importantes servicios.
Tocando este punto, al referirse al origen del poder y del
Estado, escribe Balmes: «Aquellos primeros hombres que, de­
jando la libertad se juntaron para vivit en comunidad,
conocieron
que, naturalmente, cada uno mira p.or sí y los suyos y nadie por
todos; p~r lo que acordaron escoger entre todos a uno de .valor
sobresaliente, el más señalado en virtud, prudencia y fortaleza,
para que presidiera a todos
y los gobernase, y al que todos
acudiesen; que velase por todos y fuese solícito del provecho
y utilidad común de todos, como lo es un padre de sus hijos
y
un pastor de su ovejas».
« Y considerando que este tal varón, ocupándose de las cosas
de todos
tenía que desocuparse de las propids, acordaron sos­
tenerle entre todos,
como era

de justicia, para que no se
dis~
trajese

en otras cosas que no fuese el bien común,
y el gobierno
público, pues el buen rey ha de cuidar más del bien público
que del particular».
El oficio de rey es duro. Moisés se quejaba a Dios por la
pesada carga que había puesto sobre sus hombros. Su puesto
(8) Balmes, Obras completas. Biblioteca Balmes, tomo VIII, pág. 315.
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natural es el trono o el patíbulo, pero nunca la deserción de su
deber o
la traición.
Cargo y carga van estrechamente unidos: no existe cargo sin
carga;
no. hay

honor sin responsabilidad; no procede beneficio
sin oficio. El beneficio se da por el oficio; el bien derivado del
oficio constituye el beneficio. El oficio de rey es ser padre común de todos, amparador
del débil, hacedor de justicia, siervo de los siervos, porque reinar
es servir (9) Con los ojos bien abiertos para ver lo que pasa en
el reioo,
y los oídos dispuestos a escuchar las peticiones y quejas de sus
súbditos, para poder así actuar en consecuencia y remediar las
injusticias y atropellos. Los antiguos llamaban a los reyes «padres de
la república».
Es el padre público y común de
la república. Platón consideraba
al rey
«padre de

familas». Y .Homero dice que reinar no es otra
cosa que gobernar paternalmente y mantener el reino con jus­
ticia y en paz
(10). Es decir, gobernar con moderación, sujeto
a
la ley divina y natural que obliga tanto a príncipes como a
vasallos. Está obligado, por su oficio, a mantener
la paz y la justicia
entre el rico
y el pobre, el fuerte y el débil, siendo misericor­
dioso y protegiendo
especialmente al
desvalido,
sin tolerar ofen­
sas.-.o agravios ~ · unos contra otros.
Como escribe Rojas, en una de sus comedias y recoge Pemán
en sus
Cartas a un escéptico ( 11 ).
En el rey se deben dar
la justicia y la clemencia,
por lo que buenos y malos
(9) Balmes, Obras completas. Biblioteca Balmes, tomo VII, pág. 321.
(10) Idem, id., pág. 315.
(11) Jose M." Pem~, Cartas -a un escéptico en materia de formas de
Gobierno, tercera edición, Madrid, Cultura Espaijola, 1935. Existe otra
edición pubikada por Rialp en
la Biblioteca del pensamiento actual con
el título de Cartas a un · escéptico sobre la Monarquía.
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LA VERDADERA MONARQUIA
lo estiman a su manera:
los malos, porque perdona,
y los buenos porque premia.
Por el contrario, la utopía republicana
y el sentimentalismo
democrático, conducen con frecuencia al resultado mostruoso de
compadecer al asesino
y considerar que la . víctima es imperdona­
ble, pues ella es, por su comportamiento, cualquiera que éste sea,
quien tiene la culpa de la agresión sufrida.
3. TEORÍA GENERAL DE LA REPÚBLICA.
Es la República aquella forma de gobierno en la cual no
se halla personificada
la soberanía, o poder supremo, siendo elec­
tivo
y temporal el cargo de Jefe del Estado.
Para muchos autores,
la República es fundamentalmente una
negación de la Monarquía. Jellinek la ha definido como
«no mo­
narquía».
La unidad de mando o dirección no aparece vinculada a una
persona o a una familia. A veces, ni siquiera temporalmente se
encuentra personificada: es el caso de la Convención francesa que, abolida
la realeza, no designó Jefe del Estado ni reconoció si­
quiera
la existencia de un poder ejecutivo. Este aparece tímida­
mente en la Constitución de 1795, en que se coufía a un direc­
torio compuesto de ciuco miembros, unidad colegial que adopta
k figura

de Jefe del Estado. Con la Constitución consular de
1799, aparece la jerarquía en el ejecutivo: el consulado se encar­
na en tres miembros, pero hay uno de ellos que es el Primer
Cónsul -Napoleón- candidato al Imperio.
Los
tipos más característicos de República, son: República
aristocrática
y República democrática. La primera sólo tiene in­
terés histórico, pues, en la actualidad, todas las repúblicas se
califican de democráticas
y la defensa del gobierno republicano
se asocia en todo caso a la defensa del principio democrático. Repúblicas aristocráticas fueron algunas de las existentes en
Italia durante
la Edad Media, como es el caso de Ve11ecia y Flo-
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GAJJRIEL ALFEREZ CALLEJON
rencia, en las cuales el poder era ejercido por una clase privile­
giada Inicialmente, se basaba
la democracia en la igualdad, y el
gobierno, en ciudades griegas, era elegido por sorteo para que
todos los ciudadanos gozasen de la misma igualdad de oportuni­
dades. En la actualidad, dice Kelsen, se basa en
la libertad y
en el gobierno de la mayoría, puesto que no existen para los de­
m6cratas verdades objetivas. La característica moderna de la República es la existencia
de un solo 6rgano primario del poder, que es el cuerpo electo­
ral, mientras que en la Monarquía al menos hay dos: el pueblo
y el rey. La República o democracia, es el triunfo de
la cantidad sobre
la calidad; del número sobre el talento; de la igualdad al más
bajo

nivel para poder comprender a todos, sobre la variedad, la
belleza, el arte
y la organizaci6n
Juan Ram6n Jiménez expresó en buenos versos las conse­
cuencias trágicas de una sociedad de iguales, fomentadora del odio y de la envidia ( 11 bis):
Lo querían matar
los iguales,
porque era distinto. Si veis un pájaro distinto,
tiradlo;
si veis un monte distinto,
cortadlo;
si veis una rosa distinta,
deshojadla;
si veis un río distinto,
cegadlo; ... Si veis un hombre distinto,
matadlo ...
(11 bis) J. Ramón Jiménez: «Una colina meridiana», 1942-1950, en
Poesías escoi,idas, 1918-1958. Edición, prólogo y citas de Antonio Sán­
chez
Romeralo,

Selecciones Austral, España-Calpe, Madrid,
1982, pág. 318.
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LA VERDADERA MONARQUIA
Si te descubren los iguales,
huye a
mí,
ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.
4.
LA VERDADERA MONARQUÍA: REFERENCIA A MAURRAS.
Para realizar con provecho un estudio sobre la verdadera
Monarquía, nos parce lo más acertado seguir las observaciones
que hace Maurras en su famosa obra, Encuesta sobre la Monar­
quía,
de la que tomaremos la mayor parte del material que nos
servirá para la exposición del tema, precedido de unas notas
biográficas del autor, es relación con la materia (12).
Maurras había nacido en Martigues, el 20 de abril de 1868,
dos años antes de que Prusia venciese a Francia en la batalla
de Sedán y le arrebatase las provincias fronterizas de Alsacia
y
Lorena.
Amaba a su patria entrañablemente. Influenciado por el peso
de la derrota, soñaba con una Francia fuerte que afrontase con
éxito la historia. Fruto de sus meditaciones fue la elaboración
de la citada obra, a
partir de

1900,
y su decisiva influencia en
la configuración de la
Acción Francesa, revista política y luego
asociación, que acababan de fundar poco antes, en junio de 1899, Henri Vaugeois, el Comandante Coplain-Cortambert y el Coro­
nel Villebois-Marenil. (Era un boletín bimensual.) La
Acción Francesa, como la Liga de la Patria Francesa,, fun­
dada por Lema1tre, comenzó siendo
nacionalista republicana, pasó
luego a ser simplemente nacionalista a secas, sin adjetivos, y ter­
minó siendo esencialmente monárquica, al considerar a la Mo­
narquía como la pieza clave del sistema concebido, que no cons­
tituye la opinión o criterio que unos u otros tuvieran sobre tal
forma de gobierno, sino un modo de organización política, ba-
(12) Charles Maurras, Encuesta sobre la Monarquía, traducción y no­
tas de Fernando Bertrán, Madrid, Sociedad General Española de Libre­
rías (SGEL), 1935. Existe una reedición de esta obra, con prólogo de Luis
María Ans6n, publicada por la Editorial Círculo de Zaragoza en 1958.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
sado en la lógica. Maurras contempla a la Monarquía desde un
punto de vista positivo, práctico y racional; no como una mís­
tica,
slllo como

una construcción de sentido común, funcional
y eficaz, avalada además por la experiencia, sin que esto quiera
decir que la doctrina de la
Acci6n Francesa signifique una copia
del pasado, sino más bien una adaptación al presente de lo que
en
el pasado acreditó su utilidad. La Monarquía es el régimen
del orden conforme a la naturaleza de las cosas
y las reglas de
le razón universal ( 13 ). En
el Programa de la Asociación, publicado en 1903, se dice
que fue fundada en 1899, en plena crisis política, militar
y re­
ligiosa, inspirándose en
el sentimiento

nacionalista, sometido a
una disciplina rigurosa. Apela a un patriotismo consciente, re­
flexivo y racional. Coloca a la patria por encima de todo, por lo que pretende
resolver todas las cuestiones pendientes conforme al interés na­
cional; no, por el capricho o
el sentimiento,

la preferencia o la
antipatía. Obedeciendo a esta norma,
L'Action Fran,aise reconoce la
absoluta necesidad de la Monarquía en la Francia contemporánea;
sólo con
ella será posible el renacimiento francés.
Si la restauración monárquica se presenta difícil, esto no
prueba sino que
el renacimiento francés es difícil también; quien
desee éste, tiene que querer igualmente aqueélla.
Como L' Action Franraise quiete ambas cosas, se ha hecho
monárquica. Todos sus actos, desde hace año y medio, tienden
al proselitismo monárquico. Los antiguos monárquicos se han alegrado con nuestra acti­
tud al verse confirmados en su fe tradicional con nuevas razones
lógicas que han llevado a este campo, incluso a republicanos vis­
cerales.
L' Actión Fran,aise pide a todos su apoyo ardiente, abnegado
e incesante.
(13) Maurras, op. cit., pág 624 y reedici6n de Editorial Círculo, pá­
gina 367.
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LA VERDADERA MONARQUIA
Como se dice en otro lugar de la Encuesta: o Francia con el
rey, o sin el rey, nada de Francia tampoco. En términos gene­
rales:
si se quiere la salud de la patria, la monarquía, o sin la
monarquía,
la ruina de la nación ( 14 ).
El 21 de marzo de 1908, la revista o boletín pasó a ser
diario bajo la dirección de la fuerte personalidad de León Dau­
det, que no había participado en la
Encuesta, sino que llegó por
sí mismo a la convicción monárquica.
El mismo día de su aparición como diario, Jules Lemaitre
ponía

término a sus prolongadas dudas y vacilaciones y declara­
ba abiertamente su clara adhesión a la causa monárquica. El estudio de la historia por Maurras, con mente lúcida y
desapasionada le llevó, a través de una lógica rigurosa, a la
elaboración de una doctrina política que estima es la salud
para
Francia y que, con las convenientes adaptaciones, puede consi­
derarse también, en líneas generales, de utilidad para otros
pueblos. Sus amigos, muchos republicanos, le calificaban de nostál­
gico. A esta acusación, él replicaba que cuando un enfermo
re­
cuerda los tiempos en que se encontraba fuerte y sin dolencias,
no suspira por
el pasado sino por la salud perdida.
Y es curioso que, quienes le hacían inicialmente tal acosa­
ción o motejaban a sus seguidores de «teorizantes», diez años
más tarde del comienzo de sus trabajos, organizados los Camelot
du Roi, especie de milicia combativa al servicio de la causa, les
reprochasen su «activismo».
Maurras buscó siempre la verdad, argumentó con la razón
y estimó en su justo valor la jerarquía. El escritor provenzal que emplea una dialéctica contundente,
se alinéa al lado de la doctrina católica y en contra
de· Jos prin­
cipios

de
la Revolución francesa. «La democracia es el mal; la
democracia es la f!]uerte>>, repite slll cesar.
Para Maurras, el progreso es el orden, y la máxima repte-
(14) Maurras, op. cit., pág. 557, nota y reedici6n Ed. Circulo, pági­
na 319, nota.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
sentación del orden -que es armonía y lógica-, es la doctrina
católica.
Tratadistas posteriores> alejados de su modo de pensar, coin­
ciden con él en esta apreciación. «Toda política antirreligiosa es
revolucianaria en cuanto es contraria al orden» ( 15 ).
La falta de orden produce la anarquía y el caos, que inde­
fectiblemente conducen a la ruina y a la tiranía. «Todos los
gobiernos, incluso los revolucionarios, inculcan la necesidad del
orden, porque sin él no hay obediencia, y el que manda desea
ser obedecido (16).
Por eso, Maurras, que no es creyente hasta final de su vida,.
se proclama católico, con estas estremecedoras palabras atribuidas
también a Barrés: «Je suis atheiste, mais je suis catholique». Y
asimismo, para él, la mejor garantía de
la libertad es una auto­
ridad fuerte, basada en principios morales y
respetuosa con
los
derechos de los ciudadanos que deben estar garantizados por pac­
tos y acuerdos que hay que respetar.
Procede, pues, buscar
la mejor forma de autoridad, confor­
me a los principios de la
ciencia y los consejos de la experiencia.
Y la mejor garantía de las libertades, de acuerdo iguahnente con
la ciencia y la experiencia. Teniendo siempre primordialmente
en cuenta

la naturaleza del hombre, creado por Dios a su ima­
gen y semejanza, para vivir en sociedad sujeto a normas mora­
les, aseguradas por un gobierno que lo rija, y la realidad práctica
que nos presenta situaciones y hechos concretos y no imaginacio­
nes o fantasías.
Y la mejor forma de gobierno, teórica y prácticamente, es
la Monarquía templada o limitada. Las esenciales características de este tipo de Monarquía po­
drían compendiarse en el siguiente trilema: Dios, Rey, Fueros;
o aún más breve y genéricamente, Dios y Libertades, que por
su amplitud podría ser adoptado por regímenes que ocasional
(15) Nicolás Pérez Serrano, Derecho polf.tico, Ed. Civitas, 1976, pá­
gina 123.
(16) Balmes,
Antología política, núm. 470; Obras, 157, tomo VI,
pág. 766.
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LA VERDADERA MONARQUIA
o de manera definitiva, carecen de la fortuna de poder tener un
verdadero rey en
la cúspide del Estado.
La Patria, concepto sentimental
y afectivo equivalente al ge­
neral de naci6n, no es otra cosa que el resultado de
la acci6n
conjunta de los elementos esenciales de la anterior formulaci6n,
en su desarrollo a través del tiempo. Maurras clam6 por el ordenamiento que representa
la Mo­
nsrquía para la defensa de
la patria, sobre todo a partir de 1900
en que inició su
Encuesta. Denunció incansable la debilidad de
Francia. No le hicieron caso. Después de
la guerra de 1914 insis­
tió sin desmayo en sus advertencias que fueron igualmente des­
oídas. Invadida Francia por los alemanes en 1939, prestó su
colaboración al Mariscal Petain para servir de escudo a la nsción
caída y salvar lo más posible del naufragio. Acabada la guerra,
el patriota que con mayor constancia y energía había señalado
los riesgos e indicado
las· soluciones,

fue condenado a muerte por
traidor. Conmutada la pena por cadena perpetua, falleció, en el seno de
la Iglesia Cat6lica, a cuya fe volvió, en la clínica de Saint
Gregoire, próxima a la prisión de Clairvaux, el 16 de noviembre
de 1947. A juicio de Maurras, la superioridad de
la Monarquía o man­
do único hereditario, sobre la república o democracia, basada
en
la gestión colectiva, para el gobierno de los pueblos, se puede
demostrar como un teorema.
La construcción cientifíca de la Monarquía como forma de
gobierno constituye un sistema completo integrado por un con­
junto de instituciones armónicamente enlazadas una con otras,
de igual modo que la república o democracia es también un sis­
ma basado en
el principio electivo (17).
Para Paul Bourget, «la solución monárquica es la única que
armoniza con las enseñanzas más recientes de la ciencia», la cual
muestra cómo el progreso se basa en la ·continuidad y la selec­
ción, características típicas de la Monarquía.
(17) Maurras, op. cit., comentario a la· carta de Paul Bourget, pági.
nas 286 y sigs. y reedici6n de Ed. Círculo, pág. 194.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
En la conclusión del segundo libro de la Encuesto, escribe
Maurras: «Nosotros nos hemos atrevido a pronnnciar el nom­
bre
de Monarquía cientifica». Se nos ha reprochado. Pero lo
cierto es que «no nos hemos contentado con decir o con escri­ bir, hemos demostrado
lo que afirmábamos», y, además-- y este
es otro de los resultados obtenidos--- «la atención que se
han
dignado concedemos tantos espíritus jóvenes y ardientes, pero
críticos,
ha servido de control a las pruebas que dábamos».
¡La verdad; sólo la verdad! ¡Unicamente la verdad política
era digna de apasionar
aqní!
Y

la verdad no se puede confundir ni equiparar con las opi­
niones o criterios personales. Siempre existen elementos de distinto orden, incluidos los
argumentos racionales, para, con nn estudio serio, profundo y
objetivo, alcanzar la verdad. Lo que no es posible es lograr este
resultado con nn análisis superficial de los diferentes elementos,
con ánimo parcial y apasionado y dejándose arrastrar por el in­
terés, la conveniencia o el capricho. Los republicanos annnciaron, frente a la obra de Maurras,
una especie de contra-Encuesta) e incluso la iniciaron por medio
del colaborador del periódico Voltaire, M. Albert Mayhon, pero
sin conseguit ningún resultado positivo pues, aunque algunos de
los preguntados dieron contestaciones
más o

menos ingeniosas
o divertidas, ninguno aportó
idea algnna constructiva que des­
virtuase los sólidos argumentos de Maurras, careciendo sus ale­
gaciones de rigor científico. El único que hizo un planteamiento aceptable del problema
fue León Parsons, Jefe de
la secretaría de Briand, Ministro de
Instrucción Pública en el Gabiente Sarrien-Clemanceau y des­
pués con Doumergue en 1909, quien llegó a la conclusión de que la alternativa
final no podía ser otra que «colectivismo o mo­
narquía», con lo que Maurras estaba plenamente de acuerdo (18). Cuatro años después, M. Bougle publicó un libro contra la
(18) Maurras, op. cit., conclusiones al libro segundo -de la Encuesta,
páginas 527, 528 y reedición Círculo, pág. 293.
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LA VERDADERA MONARQUIA
Encuesta, titulado «La democracia ante la ciencia» ( 19), en d
que

manifiesta un escepticismo total ante los datos de la reali­
dad y
la experiencia sobre el tema, es decir, ante todo positivis­
mo científico,
dd que,
por otro lado tanto se presume, y en el
que define al movimiento democrático como «la
voluntad de
conformar cada vez más
d respeto

a las personas y la oganiza­
ción social, a los anhdos
dd espíritu»

(con minúscula). Un
es­
p!ritu laico, por supuesto, lo cual es no decir nada, o sencilla­
mente afirmar que la democracia es un puro sentimiento
sin
valor científico y sin apoyo alguno en la experiencia. O sea, que,
en último término, la democracia vi~e a ser una religión, de
segunda categoría, pero con sus dogmas y a los que la voluntad
presta su adhesión y los defiende y propaga por medio de sus
.
predicadores

laicos
(20).
La República también tiene su aristrocracia y su clerecia,
pero esta nobleza republicana constituida por arribistas y «re­
publicanos de toda la vida», es mucho más detestable que
cual­
quiera otra nobleza clásica, y sus sacerdotes, los «hermanos» de
las logias,
son sin duda
mueho más
agresivos e intransigentes
que nuestros pacíficos curas de aldea
(21).
4.1. Análisis de la Encuesta sobre la ll{onarquía.
En el año 1889 empezó Maurras a escribir un trabajo titu­
lado
Dictador y Rey, en d que estudiaba las ventajas de la Mo­
narquía para solucionar los problemas de Francia.
Al año siguiente, con el comienzo del siglo, inició su obra
fundamental y más conocida, la
Encuesta sobre la Monarquía,
y como ambos estudios perseguían d mismo fin y mantenían
iguales criterios, el primer texto quedó en simple esbozo.
Algu­
nos amigos lo consideraron, sin embargo, útil, debido a su cla­
ridad, por lo cual, para complacerlos, fue pubilcado en
L' Acttón
(19) Alean Edit., París, 1904.
(20) Maurras, op. cit., pág. 529 y reedici6n Círculo, pág. 294, nota.
(21) Idem. id., pág. 564, y reedición Ed. Círculo pág. 325.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJQN
Fran,aise correspondiente al 1 de agosto. de 1903. En la edición
de la
Encuesta de 1924, se. recoge como apéndice lo fundamen­
tal de dicho trabajo. Pasemos ahora al análisis de
la Encuesta.
En conversaciones preliminares con M. Janicot, director de
la
Gazette de France, éste le indicó la conveniencia de qne visi­
tase a M. André Buffet, Jefe del Gabiente Político del Duque
de Orleans, pretendiente al trono francés,
y al Conde de Lur­
Saluces, Presidente de los comités monárquicos del suroeste fran­
cés, ambos residentes en Bruselas·, para que le precisasen los
caracteres de la Institución que ellos representaban y considera­
ban necesaria para
· la salvación de Francia. Las conversaciones
mantenidas se publicaron en el periódico que dirigía el autor
de la

sugerencia. Constituyen
el primer libro de la Encuesta.
Como resultado de las entrevistas realizadas, resume Maurras
la esencia de
la Monarquía en una pregunta que somete a una
serie de intelectuales de la más variada ideología y heterogénea
adscripción política, acompañada del texto de aquéllas. La pre­ gunta es la siguiente: «La institución de
una Monarquía tradi­
cional, hereditaria, antiparlamentaria, y
descentralizada, ¿es
o no
de salud pública?». Las contestaciones forman
el segundo libro
de la
Encuesta.
Producido un estado de espíritu favorable a la Monarqtúa
preconizada por
Mau.rr~s, ·con la

que simpatizaban antiguos
re:
publicanos y bonaportistas, el escritor Jules Lemaitre, fundador
de
la Liga de la Patria Francesa, somete a confesión a uno de
estos neófitos, real o imaginario, amigo suyo, con el que mantiene·
siete conversaciones que publica como artículos en L'Echo de
Paris,
y luego recoge en un folleto titulado Un nouvel etat d'es­
prit (22). Autorizado por su autor, Maurras recoge el trabajo,
junto con unos comentarios propios, que integran, en conjunto,
el libro tercero de la Encuesta.
Termina la fundamental obra de Maurras con unos apéndi­
ces aclaratorios y complementarios.
Publicado el trabajo como libro en 1909, el año 1924, un
(22) Juven edit., Patís, 1903.
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LA VERDADERA MONARQUIA
cuarto de siglo después de iniciarla, la reimprime, precedida de
un
Discurso Preliminar, en el que hace un análisis de la situa­
ción de Francia enrre
el año 1909 y 1924. Expone en el mismo
la actuación de los distintos Gobiernos de la República, que
fa­
ralmente conducen a la nación al fracaso y a la derrota, y las
contrapuestas cualidades de la
Monarquía, que

salvarían a la
Patria.
Lo más importante de la Encuesta son las entrevistas inicia~
les a M. Buffet y al Conde de Lur-Saluces; el resumen-comen­
tario
de la Encuesta propiamente dicha, integrada por las cartas
que dirigió Maurras a las diferentes personalidades
y sus respues­
tas;
el Prólogo de la edición de 1909, y sobre todo, el Discurso
P,-eliminar de la edición de 1924, así como el Apéndice que re­
coge lo más itnportante del trabajo previo, titulado
Dictador y
Rey, al que la Encuesta sustituyó.
En
el repetido Discurso Preliminar, escrito un cuarto de si­
glo después de inciarse la
Encuesta sobre la Monarqu/a, Maurras
afirma que «El Gobierno republicano no se ha fortalecido
ni
mucho menos: por el contrario, sus defectos y sus problemas
se han acentuado. Los términos de la cuestión son pues los
mismos, aunque más agravados. Sólo la solución
contin6a pen­
diente

(23).
4.2. Crítica del gobierno republicano: la verdadera Repú­
blica.
En su Discurso Preliminar1 conúenza Maurras haciendo una
crític~ d~ gobierno republicano, y dice que es anónimo, indivi­
dualista, incompetente, materialista, agnóstico y sin visión de
futuro.
La irresponsabilidad, la imprevisión y la falta de interés, con­
dujeron a Francia a enfrentarse con Alemania, en condiciones
de inferioridad en el conflicto bélico de 1914, superando la si,
tuación

sólo cuando abandonó los principios democráticos, adop-
(23) Maurias, op. ·cit., pág. XXXIII, y reedición Ed. Círculo, pág. 15.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
tando temporalmente, los peculiares de la forma de gobierno
antag6nica. Vencido el peligro, se vuelve a la insensatez y a la torpeza, lo que, vaticinaba Maurras, conduciría fatalmente, de
nuevo, a otro enfrentamiento, en las mismas o peores condicio­
nes que
el anterior, como efectivamente así ocurrió.
La soluci6n, defendía Maurras, es la Monarquía, cuyas carac­
terísticas describe, refutando al
· mismo
tiempo las objeciones
que frecuentemente se hacen a la misma. Las naciones no pueden vivir al día sin preocuparse del por­
venir. Hay que plantar árboles si se quieren tener bosques el
día
de mañana; y no pueden nacer pájaros cuando se queman los
nidos. Quien corrompe los hogares destruye la prosperidad de las
familias fundamento del Estado; al demoler la casa, se aniquila la raza.
Las pocas
_ leyes

sociales dictadas por la República no pro­
dujeron efectos favorables, o incluso fueron contrarios a lo que cabía esperar.
«La Ley Ribot sobre propiedad familiar, apenas
funcion6; la organización obrera ha sido concebida de modo que
resulta inevitable la lucha de clases; las leyes de asistencia
y re­
tiro abruman de deudas a municipos
y departamentos y a me­
nudo desmoralizan a los individuos; las tendencias sociales de la
legislaci6n resultan antisociales en
sus resultados»

(24).
«La ausencia de un Jefe supremo no había estimulado la
acci6n de los jefes secundarios: jefes de familia, jefes de
explo­
taci6n,

jefes de industria. La
inercia democrática nos envolvía
en esta muelle
y dulce facilidad que, segÚn testimonio de Anatole
France es el carácter distintivo de la República.
«Y,
así, desanimando

el
esfuerzo privado,
confiscando las
ri­
quezas productivas para esterilizarlas, y endosando a los demás
las tareas onerosas, cristalizaba
el socialismo de Estado y parali­
zaba a un pueblo que tan vital había sido» .... Cuando el Estado quiere
ha=lo todo

en un terreno que no
le corresponde, arrebatando a los particulares cuestiones de su
(24) Maurras, op. cit., pág. 42, y reedición Ed. Cfrculo 41.
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LA VERDADERA MONARQUIA
peculiar competencia, es natural que haga mal lo que no le es
propio, y

que le falte dinero para lo que específicamente le in­
cumbe.
Desconoce todos los organismo sociales con entidad propia,
como son
la familia, el municipio, las asociaciones profesiona­
les y otras muchas,
fruto de
las relaciones cívicas; y sólo quiere
contar con personas aisladas desarraigadas, desconociendo la na­
turaleza humana, como si el individuo naciese huérfano y murie­
se soltero, sin unirse ni relacionarse para nada con los demás,
cuando la realidad, como gráficamente expersa Chesterton, es
que, en la vida del hombre, todo empieza con un padre, una
madre y un hijo, es decir, con
la familia, sin la cual la sociedad
no existiría.
En el medio rural se conservaban mejor las virtudes socia­
les, pero «la hipoteca roía el dominio de los campos, las tasas
sucesorias los agotaban y las particiones los dividían hasta el in­
finito (25).
«La disciplina supone una autoridad que falta, y la autori­
dad requiere continuidad y una independencia que falta
tam­
bién. En República democrática, cada yo artnado de su derecho,
lucha por su beneficio, y la ley del menor esfuerzo constituye
la ,norma de la inmensa mayoría (26). El egoísmo y la inmo­
ralidad son la regla general.
En todas las naciones victoriosas, la guerra ha sido ganada
por una autoridad fuerte y estable (27).
«La autoridad y el orden son condiciones imprescindibles
para la victoria», reconocen y declaran todos, inclWdos quienes
normalmente rechazan este criterio.
«Es muy .duro para un régimen el verse así forzado, a la
hora de sus crisis vitales, el tener que recurrir a unos principios
que no son los suyos».
(25) Idem. id., pág. 45, y reedici6n Ed. Círculo, pág. 43.
(26)

Idem. id.,
pág. 46, y reedici6n Ed. Circulo, pág. 44.
(27) M. Aulard, Pays,
25 de agosto de 1919 y Maurrs, op. cit., pá­
gina 50, y reedici6n Ed. Círculo, pág. 47.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
Y si en situaciones difíciles, complicadas o de emergencia
e. imprescindible acudir a procedimientos de autoridad, orden
y previsión, ¿por qué no utilizarlos también en situaciones nor­
males?
«La cosa de que menos se ocupa la democracia es el porve­
nir; ni siquiera piensa en él» (28).
La República, «mitad inercia democrática
y mitad utopía hu­
manitaria», no
exige a

nadie
el cumplimiento de sus obligacio­
nes (29). No defiende a la Nación
ni al Estado. Los disolventes
principios democráticos
están por encima

de todo,
y por ello
permite que se ataque a la nación
y hasta prohíbe que se la de­
fienda si tal defensa supone crítica, merma u oposición a la
Re­
pública. «El

espíritu político republicano no concibe las cosas como
son,
ni vive más que dentro del cuadro de las facciones. En este
cuadro no entra nunca, por entero, la opinión nacional»
ni apenas
cuenta con ella (30). Los procedimientos de los gobiernos de opinión suelen ser
poco eficaces. La franqueza y la audacia le son extraños. La in­
decisión es
la norma. Su falsa moralidad fomenta una sostenida
oposición a todas las iniciativas nacionales (31).
Todo ello contribuye a una permanente inactividad por pa­
ralización. La epidemia de
la hipocresía es contagiosa. Se promete hacer
y no se hace; se dice que se ha hecho lo que no se hizo (32).
Ante la indefensión institucional
y la confabulación internacio­
nal, los enemigos de todo orden actúan con gran eficacia.
La potencia del dinero anónimo
y apátrida, así como de las
ideologías materialistas
y los medios de comunicación masifica­
dos y mercantilizados, ejercen una perniciosa influencia si no les
(28) Maurras, op. cit., pág. 59, y reedici6n Círculo, pág. 54.
(29)
Idem. id., pág. 66, y reedición Círculo, pág. 59
(30) Idem. id., pág. 70, y reedición Círculo, pág. 62.
(31) Idem. id., pág. 73, y reedición Círculo, pág. 65.
(32) Idem. id.,
pág. 76, reedición Círculo, pág. 65.
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Fundaci\363n Speiro

LA VERDADERA MONARQUIA
hace frente una autoridad fuerte y duradera, basada en principios
éticos y morales.
· Después
de este análisis, concluye Maurras: Si tal es el pa­
norama que
. ofrecen

la República y la democracia, «el remedio
debe buscarse fuera de mal» pasando luego a ocuparse del prin­
cipio monárquico
y sus cualidades, en parangón con el principio
republicano.
4.3. Notas esenciales de la Monarquía: comparaczon del
principio unitarilrfamiliar característico de la misma, y
el principio colectivo propio de la República o demo­
cracia.
«Considerando todas la fases de la humanidad, se echa de
ver que
han existido en todos los tiempos y países dos princi­
pios: el de las mayorías y el
de la autoridad»; o sea, agregamos
para precisar: el mando único
y el mando colectivo (33 ).
La organización supone siempre variedad y coordinación, es
decir, armonía que es la unidad en la diversidad. Esto es lo que
representa
la Monarquía .
. La

República o democracia moderna -véase su descripción
en Kelsen, Jellinek u otros autores contemporáneos- equivale
a
igualdad, elecci6n y principio colectivo, lo que es por esencia
contrario a la organización y conduce fatalmente a la
anarquía.
El

loco iluminismo de las gentes del Terror durante la Re­
volución francesa, gritaba:
¡Fraternidad o muerte!, lo que cons­
tituye un contrasentido, pues no se puede imponer el afecto por
la violencia, sino que tiene que ser fruto del amor.
La democracia moderna proclama análogamente:
¡Igualdad o
muerte!,
cuando precisamente, la muerte es la igualdad; por con­
siguiente, desigualdad o muerte, desigualdad o anarquía. Esta desigualdad natural
y lógica no contradice, ni mucho
(33) Balmes, Anto/og/a política, núm. 609, Obras, 155, V, pág. 636.
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Fundaci\363n Speiro

GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
menos, la igualdad sustancial del género humano, como proclamó
con

insistencia Ramiro Maeztu en su
Defensa de la Hispanidad,
asf como otras igualdades semejantes.
La igualdad generalizada es contraria a toda organización, y
el campo social en que se presentan tantas desigualdades natu­
rales no es una excepción a esta regla. No cabe organización
donde no existen diferencias. La igualdad absoluta es la superficie
plana, el
·polvo, la

nada,
y en esto no es posible ningún tipo de
01ganización que requiere indispensablemente variedad, jerarquía
y competencias diferenciadas en los distintos grados o escalones
sociales respecto a su cometido propio, así como la correspon­
diente responsabilidad por su peculiar actuación.
Por eso es rechazable
la democracia que es en esencia iguali­
taria, amorfa y at6nica.
Una democracia no se organiza -ni se puede organizar­
porque el concepto de organización, en cualquier grado, excluye
la idea de igualdad, salvo en las especies más elementales de pro­
tozoos en la escala zoológica~ o en los grupos más primitivos de
la sociedad, reducidos, sencillos y pobres.
· En

una sociedad relativamente compleja, con situaciones múl­
tiples
y diferenciadas, los deberes y derechos tienen que ser tam­
bien distintos, pues tratar con igualdad a los desiguales cons­
tituiría una

manifiesta injusticia.
Por eso, la organización democrática es contra natura por
contradictoria. Incluso popularmente se entiende así, cuando ante algo que
marcha mal
y de forma anárquica, se dice que aquello es una
república.
No se puede hablar de República organizada, porque no cabe
en ella organización y selecci6n sin abdicar de sus principios
esenciales.
Es imposible organizar el igualitarismo colectivista ni son
compatibles
igualdad y selecci6n.
Por otro lado, el número no debe nunca decidir; a lo sumo
asentir o discrepar
y controlar.
1024
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LA VERDADERA MONARQUIA
Por todo ello, concluye Maurras: «la democracia es el mal;
la democracia es
la muerte» ( 34 ).
Todas las repúblicas que han gozado de cierta prosperidad
en la historia, salvo contadas excepciones
han sido siempre aris­
tocráticas.
Así ocurrió en las florecientes ciudades italianas de
la Edad

Media que se gobernaron por este sistema, las cuales
se hundieron

en la decadencia cuando se intentó implantar en
ellas
la democracia igualitaria.
La experiencia demuestra, además, que la República
divide.
La idea de los partidos, es republicana. La República de todos,
es una pura utopía carece de fundamento (35). La República no puede corregirse, porque lleva en su natu­
raleza
el germen de la disolución. No puede ejercer su autoridad
más que contra sus enemigos -y esto, cuando prescinde de sus
teóricos e hipócritas principios de permisividad e igualitarismo
general-y mientras tanto, sus defensores y· amigos están siem­
pre enzarzados en luchas intestinas y con reclamaciones
y exi­
gencias constantes que impiden gobernar. Siempre teme y vive
en continua desconfianza.
Le Play defendía la Monarquía en el Estado; la aristocracia
en las provincias, y la democracia en los municipios. La fórmula puede ser aceptable, en
el sentido de existir una
mayor participación ciudadana en la gestión municipal, pero sin olvidar que, normalmente, la
decisi6n o gobierno propiamente
dicho tiene que ser siempre unipersonal o al menos minoritaria.
Lo que corresponde lógicamente a la mayoría es la aproba­
ción o rechazo de lo que se le propone, las quejas, las peticio­
nes y el consejo.
La Monarquía, que es, a diferencia de lo anteriormente ex­
puesto, armonía y orden, se podría definir sintética
y descripti­
vamente, como el mando 'único hereditario. No, el marido único
no hereditario, aunque el titular fuese elegido de por vida; ni el
(34) Maurras, op. cit., edit. Círculo, págs. 198, 252, 256, 258 y 293,
etcétera.
(35) Maurras op. cit., pág. 507, y reedici6n Círculo, pág. 274.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
mando hereditario de varios, aunque fuesen pocos, como sería
un gobierno aristocrático, sino la
herencia de la Corona confor­
me a una ley de sucesión. La tradición española y
la construcción científica de Maurras,
basadas ambas eu
la razón y la experiencia, agregan dos notas
más que realmente se encuentran implícitas en las primeras:
limitado y descentralizado.
Las ventajas del mando único -limitado y descentralizado-­
están vinculadas en la Monarquía a los beneficios derivados del
orden familiar. El análisis de cada una de las cualidades
señaladas nos

pon­
drá de manifiesto la utilidad y bienes que, de forma natural, se
derivan de este sistema de gobierno de los pueblos. Nos fijaremos especialmente en los tres primeros caracteres,
que son los fundamentales, sin olvidar no obstante los otros
dos, que se encuentran con los primeros lógicamente relaciona­
los, por lo que los examinaremos dentro de aquéllos. Veamos dichos caracteres o notas fundamentales:
4.4. Mando.
La primera condición del gobierno -de todo gobierno---- es
el mando, es decir, la facultad de ordenar y disponer para dirigir
el grupo de que se trate, a su fin. Todo poder desea ser obedeci­
do, y si no, carece de
razón de

ser.
En todos los sistemas de gobierno, el Jefe del Estado man­
da, más o menos, como lo demuestra su firma puesta en las le­
yes y disposiciones complementarias, que implica una orden de
obediencia.
Por consiguiente, esta nota no es propiamente típica de la
Monarquía si no va unida a la calificación de personal o único.
El mando plural, anónimo y colectivo, es la República. Lo que
ocurre es que el mando colectivo es débil por naturaleza, y el
poder para gobernar debe ser fuerte.
Como dice Balmes. «El poder que gobierna la sociedad
ha
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LA VERDADERA MONARQUIA
de ser fuerte, porque siendo débil tiraniza o conspira. Tiraniza
cuando se esfuerza por hacerse obedecer; conspira cuando sufre
la resistencia y el ultraje. Augusto se siente fuerte y su
imperio
es

suave; Tiberio se halla
débil y
maquina y oprime. De los
monstruos que mancharon el solio de los Césares, fueron los más
violentos e insoportables los que oían ya cercano el ruillo de los
pretorianos que venían a degollarlos ... ¡Ay de los pueblos go­
bernados por un poder que han de pensar en la conservación
propia!» (36). «La mayor calamidad que puede venir sobre un país es un
gobierno mal seguro que esté en continuo acecho contra conspi­ radores reales o aparentes; en tal caso, es imposible que no
tienda más o menos a la tiranía, porque quien se ve atacado es
natural que se defienda» (37).
Modernamente, debido a las doctrinas democráticas y revo­
lucionarias, es frecuente que se pretenda privar a los reyes de
toda facultad de mando, convirtiéndole sólo en un símbolo, lo
que verdaderamente resulta un contrasentido, pues en este caso,
la Monarquía deja de ser tal, para, conservando su apariencia.
convertirse en República.
«Cercenados los derechos de los reyes, sometida la suprema
autoridad a infinitas trabas en el ejercicio de sus facultades, es­
tablecidos al lado del trono cuerpos que, no
sólo le

aconsejen
y le auxilien en la
formación de

las leyes sino que le
vigilen in­
cesantemente,
todavía le ha parecido a la escuela revolucionaria
que el poder del rey era demasiado grande y ha buscado una
fórmula en

que el rey se convierta en puro autómata, sentado
en el solio, que por medio de ocultos resortes dijera sí o no y
de vez en cuando levantarse la mano para estampar un sello en
el papel que se le pusiera delante. Hablamos de la famosa má­
xima,
el rey reina, pero no gobierna» (38 ).
Tradicionalmente
no ha sido así, sino que el rey conservaba
(36) Balmes, Antología politica, núm. 416, Obras, VI, 252-254.
CJ7) Idem. id., núm. 417, Obras, 54, VI, 256.
(38)

Idem. id., núm. 576,
Obras, 122, VI, 511-512.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
siempre, aún en las peores épocas, bastantes facultades y, como
mínimo, la suprema decisión en las cuestiones importantes.
En las declaraciones hechas por M .. André Buffet a Maurras,
previamente al comienzo de su
Encuesta sobre la Monarquía, el
Jefe
def Gabinete

Político del Pretendiente francés, manifiesta
que la Monarquía que propugna, «es
representativa y no parla­
mentaria;
en ella, el rey reina y gobierna» (39 ).
La
representaci6n social controla al gobierno, y el país se
administra, asimismo, gracias a la autarquía de los entes natura­
les y al libre ejercicio del derecho de asociaci6n, de donde nace
la descentralizaci6n ( 40 ).
El parlamentarismo es, por el contrario, el predominio de las
palabras sobre la acción; la inactividad estéril en medio de un torrente de voces polémicas, discursos anodinos y explicaciones
falsas. Y la historia no pide discursos, sino hechos. Irúcialmente, en las Monarquías printitivas de tipo patriarcal
y territorio reducido,
la intervención personal del rey era muy
amplia. Después, el titular de la Corona fue dejando en manos de colaboradores de su confianza los asuntos de menor interés.
En la actualidad, dada la gran extensión de los Estados, así como
la complejidad y conexión de las diferentes cuestiones, el rey
siempre se asesora de sus Consejos, como por otra parte hizo
normalmente en todas las épocas aunque la dificultad para resol­
ver los problemas planteados fuese menor.
Como muy gráficamente dice Fray Juan de Santa María, no
han de ser los reyes de manto y anillo, sino de carne y hueso,
de realidad y buen gobierno ( 41).
Dios no es amigo de figuras fingidas, de hombres pintados
rú de

monarcas tallados en madera o esculpidos en piedra. Y
agi·ega: «lengua

que no habla, ojos que no ven, oídos que no
oyen; ¿de qué sirve todo eso?».
(39) l\;laurras, op. cit., pág. 209, y reedición Círculo, pág. 139.
(40) Idem. id., pág. 522, y reedición Círculo, pág. 289.
(41) Fray Juan de Santa María, Tratado de Política Cristiana com­
puesto para Reyes y Prlncipes, Madrid, 1615.
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LA VERDADERA MONARQUIA
El rey no debe ser el Gran Cero; su Magestad Don Nadie;
un fantasma inútil; una pompa de jabón, un muñeco, un pelele;
igual que la espuma que de lejos parece algo pero cuando se toca se desvanace y reshace entre los dedos sin fuerza
ni resis­
tencia para edificar
ni soportar nada. Mona en el tejado, que
sólo sirve para diversión de los niños por sus piruetas, gestos
y colorido; da risa a quienes contemplan sus actuaciones de
aparente autoridad sin verdadero poder ( 42). Bernard Shaw, en su célebre comedia
El carro de las man­
zanas,
define al rey constitucional como un «sello de caucho»,
un monigote, una figura decorativa, simple marioneta de teatro
de guiñol, al que sus ministros manejan como quieren tirando
de los hilos o alambres. Esa al menos es la teoría, porque luego,
en
la práctica, como muy bien explica, debido a la gran supe­
rioridad lógica y natural del rey sobre los intrigantes que le
rodean, no resulta exactamente así ( 43 ).
Maurras, en su
Encuesta sobre la Monarquía, advierte la falta
de, autoridad

que echan de menos los aldeanos franceses cuando,
con expresión popular, manifiestan, ante múltiples desmanes,
que lo que hace falta es un gobierno
«de mano

dura», lo que
equivale a pedir un gobierno que
mande y haga justicia.
4.5. Unico.
Veamos la segunda nota, ya típica de la Monarquía, indica­
tiva de las características que en este régimen debe revestir el
mando.
La decisión del rey es personal; no, colectiva. En tal sen­
tido, el mando es único.
«No hay un solo ejemplo en la historia
-escribe Maurras­
en

que una perturbación o un revés, motivado por la carencia
de gobierno,

haya dejado de desear al Jefe. Tal era
la cantinela
( 42) Idem. id.
(43) Bernard Shaw, El Carro de las Manzanas, Traducción de Julio
Brontá, Espasa-Calpe, Colección Austral, Buenos Aires, 1946. 1029
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
griega bajo los muros de Troya cuando el sitio se hacía inter­
minable:
El gobierno de muchos no es bueno. Ello es eviden­
te» ( 44). El principio colectivo implica por naturaleza indecisión, in­
competencia
e irresponsabilidad y conduce fácilmente al abuso
del poder. «Aún las repúblicas más celosas de su libertad -escribe
Balmes- se entregan a la discreción de un hombre, cuando para
salvarse necesitan acción rápida y enérgica». «En la
milicia, institución esencialmente destinada a obrar,
la discusión está totalmente desterrada; en ciertos casos sería considerado como un crimen: uno sólo manda, los demás obede­
cen ciegamente». «En
las mismas reuniones donde se concede a la discusión
amplia libertad es preciso, muchas veces, apelar a la
dictadura
intelectual

si se quiere llegar a un resultado definitivo. En pre­
sentándose un negocio grave e intricando, ¿qué se hace? Se nom­
bra una Comisión para que dé su dictamen. Y esta Comisión,
a su vez, encarga a uno de sus individuos el extenderlo y, co­
múnmente, después de debates interminables, se llega a aprobar
lo que ha propuesto la Comisión, es decir, un hombre». «Sea que este dictamen
· se

apruebe o se desapruebe, sea cual
sea
el resultado de la votación, al fin no se consigue otra cosa
que adherirse al pensamiento de
un solo hombre, porque, divi­
didas las asambleas en dos o tres facciones, de las cuales cada
una tiene su caudillo, tan conocido como
el general de un Ejército,
las resoluciones sobre· los asuntos de alguna importancia no son
más que la adhesión a lo que ha propuesto alguno de esos caudi­
llos. No tanto está la contienda entre las opiniones de muchos como entre
las de dos jefes enemigos o rivales. Así, aun en me­
dio de la multiplicidad, descuella en poder de la unidad, de esa
unidad que rige el mundo moral como
el físico sin la cual no
hay belleza,

no hay concierto, convirtiénose todo
wí tenebroso
caos» (45).
(44) Maurras, op. cit., pág. 81, y reedición C!rculo, pág. 70.
(45) Balmes,
Antologla polltica, núm. 474, Obras, 106, VII, 447-448.
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LA VERDADERA MONARQUIA
Por eso, «Hasta en los países en que han arraigado mucho
las ideas democráticas, han tenido que modificarlas y quizá fal­
sificarlas lo necesario
para poder conservar el trono, al que mi­
ran como la más segura
garantía de

los grandes intereses de la
sociedad» ( 46 ).
Y en toda sociedad, el abuso del poder acarrea su ruina y
lleva fácilmente a la anarquía, así como el abuso de la libertad
da origen a la esclavitud ( 4 7 ).
Quizá por

esto, manifiesta Balmes: «No somos partidarios
del sufragio universal» ( 48 ).
En otro lugar agrega: «La mayor parte de los negocios hu­
manos debe resolverse por el fallo de la prudencia
más bien
que por las discusiones» ....
«En circunstancias críticas, será mucho mejor entregarse a
quien sea capaz de hacer frente a la situación, abstracción hecha
de todo

mérito personal, que divagar entre encontrados embates
de hombres comunes que se creen eminentes» (49).
Y añade: «Se ha observado con mucha verdad, que las masas
tienen tendencia al despotismo; esto dimana de que
sienten su
incapacidad para dirigirse
y naturalmente buscan un ¡efe (50).
Cuando nadie en concreto tiene sobre
sí la directa respon­
sabilidad del mando, nadie se preocupa seriamente de que se
tome la decisión necesaria, ni del contenido de la misma. Nadie suele tener interés en la ordenada gestión de la cosa
pública, ni competencia en las diversas cuestiones cuando no le
afectan directamente y de modo inmediato, y nadie es
tan in­
sensato que abandone
. sus

propios asuntos para ocuparse de los
ajenos,
salvo que

persiga una oculta y torcida finalidad. Excepcio­
nalmente cabe que se actúe con generosidad
y desprendimiento
por motivos altruistas.
Lo que es de todos no es de nadie, proclama la sabiduría
(46) Idem. id., núm. 561, Obras, 101, IV, 651.
(47)
. Idem.

id., núm. 413,
Obras, 204, III, 723.
(48) Idem. id., núm. 618,
Obras, 74, VI, 348-349.
(49) Idem. id., núm. 475,
Obras, 105, VI, 449-450.
(50)
Idem. id.,

núm. 412,
Obras, 204, III, 663.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
popular, y cuando una carga corresponde a muchos, la mayoría
se desentiende del asunto, con la pretensión de que
semi otros
los

que se sacrifiquen.
Así lo entiende Santo Tomás de Aquino, y lo alega como
una de las razones que justifican la propiedad privada. «Las cosas de todos, son las cosas de nadie», afirma también
Bernard Shaw en
El carro de las manzanas. Los Ministros, dice
uno de los personajes de la obra, no hacemos sino ocuparnos en
mezquinas ambiciones personales y luchas intestinas (51 ). Por definición lógica,
el mejor es siempre uno; los muy bue­
nos son pocos; la mayoría son mediocres y, :finalmente, existen
también algunos perversos que con sus insidias y maquinaciones
pueden arrastrar a la masa poco
instruida o

preparada, a co­
meter los mayores desmanes.
«Si imaginamos a todo un pueblo ocupándose de política y
desde el primero al último de sus miembros, desde el más ilus­ trado hasta el más ignorante, desde el
más interesado

en el man­
tenimiento del estado actual
de cosas, hasta el más interesado
en acabar con
él, poseído

de la manía de discutir los negocios
públicos
y de intervenir en el gobierno; si observamos los efectos
que esta verdadera enfermedad causa en la existencia de milla­
res de

seres humanos; si la perturbación que introduce en cada
vida, las ideas falsas que hace nacer en muchedumbre de espíri­
tus, los sentimientos perversos y las pasiones de odio que in­
cuba en legión de almas; si echamos cuenta del tiempo que se quita al trabajo, de las discusiones, las pérdidas de energía, las
amistades rotas, la
anulación de

amistades ficticias y de afectos
que en realidad no son más que odios, la delación, la desapari­
ción de la lealtad, de la seguridad
y aun de la cortesía, la intro­
ducción del mal gusto en
el lenguaje, en el estilo, en el arte; la
división irremediable de la sociedad; la desconfianza, la indisci­
plina, el enervamiento y la debilitación de un pueblo con las derrotas que son consecuencia inevitable de ella; la desaparición
del verdadero patriotismo y hasta del verdadero valor, las cu!-
(51) Bemard Shaw, op. cit., pág. 77.
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LA VERDADERA MONARQUIA
pas que es :inexcusable que cometa alternativamente cada pattido según va llegando al poder en condiciones siempre análogas;
los desastres y el precio con que hay
que pagatlos; si

se
calcula
todo esto, forzoso es decirse que esta especie de enfermedad es
la más funesta y la más peligrosa epidemia que puede caer sobre
un pueblo, que no hay
n:inguna otra

que aseste peores golpes a
la vida privada y a la pública, a la existencia material y a la mo­
ral, a la conciencia y a la :inteligencia, y que, en una palabra,
nunca hubo en el mundo un despotismo
tan dañino» (52).
Tratando las mismas cuestiones, cita Maurras esta rotunda
profecía de Henry Lasserre: «Llegará un día en que sólo las clases ignorantes estatán representadas en el poder. Todo lo de­
más quedatá sistemáticamente excluido; todo lo demás
estará
en

minoría en todas pattes». «¿Qué ocurrirá cuando el desarrollo lógico del sufragio
uni­
versal, tal como está organizado, haya producido estos :inevita­
bles resultados? El mundo social será transformado bruscamente
y por igual. Los que necesitan ser gobernados gobernatán, y go­
bernarán solos. Se votatán impuestos
y los votatán, con exclu­
sión de los propietarios, gentes que no tienen nada. La transmi­
sión de herencias y el retorno de la riqueza al común social,
serán regulados por individuos catentes de patriminio. Las leyes
sobre educación e :instrucción las harán :individuos sin educa­
ción
y sin instrucción. Lo que es il_egítimo será legal; fo anti­
social figuratá a la cabeza de la sociedad; los enemigos del orden
público mandarán a la policía; los malhechores ocuparán el Mi­
nisterio de Justicia y nombrarán a los Magistrados; los
ladrones
tendrán

bajo sus órdenes a los guatdias ....
De este modo razo­
nan, o por mejor decir desvarían, y de este modo obrarán, los
bárbaros que tenemos ya a las puertas y que mañana, si hoy no
nos prevenimos, ocuparán todos los puestos de la ciudad» (53 ).
(52) Paul Giraud, Fuste! de Coulanges, pág. 244 nota y Maurras,
op cit., pág. 138 nota y reedici6n Circulo, pág. 113 nota.
(53) Heny Lasserre, La reforma y organizaci6n del sufragio universal,
citado por Maurrás, obra indicada, pág. 82, y reedici6n Círculo, pág. 71.
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GABRIEL ALFEREZ CALi..EJON
Es indiscutible que un estado de cosas tan fuera de lo nor­
mal no podrá durar mucho tiempo. «No hay duda de que, tras
haber acumulado ruinas sobre ruinas, estos insensatos se devora­rán entre ellos. Pero cuando esto ocurra, la nación habrá pere­
cido en las convulsiones y caerá deshecha en podredumbre» (54 ).
Y continúa Maurras: «En medio de semejantes temores, un
instinto físico advierte a todos que no habrá seguridad sin un
brusco retorno a la autoridad y
al· orden
que representan un po­
der
personal, nominal, único y verdadero» (55).
Aunque el juicio público esté
oscurecido por
vagos temores
con que amenzan los medios de comunicación y las consignas
oficiales, la gente sigue pidiendo a gritos: «¡Que venga alguien!;
¡alguien!».
4.5.1. Objeciones al mando único y refutación de las mismas.
Las objeciones que suelen hacerse contra el mando único,
carecen de toda consistencia: «Nadie teme la acumulación de
poderes en una sola mano cuando reina la anarquía, sino que, por el contrario, se la desea. Nadie dice entonces que es injusto que uno solo mande a todos los demás. ¿Injusto, por qué? Si de todos modos
el gobierno es imprescindible y alguien tiene
que mandarnos, lo deseable es que nos gobiernen bien. ¿Que más da obedecer a uno,
que a

cien o a mil? No hay peor cosa
que el desbarajuste de un mal gobierno que nos encamine a la
hecatombe por culpa de la incoherencia y la inestabilidad.
¿Qué
lo,
peligros

del poder son grandes? Cierto; pero son mucho ma­
yores los de la falta de poder». El poder no tiene menos probalidades de abusar o equivocar­
se· cuando lo ejerce uno solo, varios o muchos. Precisamente, el
mando de uno reúne mejores condiciones de acierto, porque el
sentido de responsabilidad se personifica, y lógicamente buscará
(54) Maurras, op. cit:, pág. 82, y reedición Circulo, pog. 71.
(55) Idem id., pág. 83, y reedidón Circulo, pág. 71.
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LA VERDADERA MONARQUIA
el asesoramiento cuando carezca de suficiente preparación o in­
formación. En
el mando colectivo, por el contrario, la responsa­
bilidad se diluye, y cada cual piensa que, en caso
de fracaso, su
porcentaje de responsabilidad es mínimo. Además, ¿cómo deter­ minar al culpable?
Han sido con frecuencia alegres asambleas las que tumul­
tuariamente con falta de competencia
y de forma irresponsable
han declarado guerras trágicas o han hecho paces humillantes, e
incluso han provocado conflictos de todo tipo como medio de salvar
el sistema y continuar en el poder. La lección de la his­
toria es que las mejores asambleas han ocasionado generalmente
más daños que beneficios, cuando han dirigido el destino de al­guna comunidad.
Al pueblo no le interesa mandar, para lo que, por otra parte
no está preparado, porque, en definitiva no manda nunca, sino
que quiere ser bien gobernado. En cuanto a la libertad, que a veces se considera más garan­
tizada con el mando colectivo, esto depende del contenido de
las leyes más que de quien las haga. Un solo legislador puede hacer leyes beneficiosas y muchos pueden promulgar una ley
feroz. Y ni siquiera éstos nos representan. «Siempre existe
una
minoría

que no votó a los que gobiernan sino que fue derrotada
en las elecciones. La ley es siempre dura para quien considere a
la libertad como el primero de los bienes, pero no hay ninguna
ley que sea tan dura como la impuesta por el odio
de los ven­
cedores».
La representación individual es falsa e incompleta, utópica
e irreal.
El elector no vota nunca a plena satisfacción lo que quiere y
a quienes desea resulten elegidos,
. sino

que generalmente se ve
forzado a

elegir lo menos malo entre lo que se le ofrec, o sen­
cillamente a pronunciarse rotundamente contra lo que teme.
Es soberano sólo en el momento de emitir su voto,
y ense­
guida queda sometido a los que ganaron e incluso a los que
eligió, que con frecuencia incumplen sus propias_ promesas, si­
guiendo así hasta que tiene lugar una nueva elección, durante
1035
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
la cual vuelve a ser soberano pero sólo en el instante de echar
su papeleta en
la urna.
La propaganda y
las consignas oficiales falsean la imagen
que se ofrece. La honestidad de los candidatos, especialmente
bajo el punto de vista político, no suele ser ejemplar. El enfren­
truniento de

los contendientes es feroz e inmisericorde. Su com­
petencia no suele brillar a gran altura. Los elegidos tenían que ser
sabios y santos, y lo normal es que no sean ninguna de las
dos cosas. Por añadidura, su responsabilidad es nula. Veamos
· ahora las

consecuencias de esta ley de guerra propia
de los gobiernos republicanos: La actividad de los ciudadanos que se creían libres, quedará
inmediatamente sujeta a las garras de la ley, por lo que se afana­
rán en modificarla; la minoría derrotada procurará cambiarla,
e incluso los ciudadanos que formen parte de la mayoría triun­
fante, no verán totalmente reflejado su criterio sino en aspectos muy generales y a cada paso
surgitán sotpresas

y disgustos. El
país verdaderamente político es pequeñísimo y la mayor parte
de los electores se abstiene o es manipulada. Incluso las decisio­
nes fundamentales de la soberanía como la guerra y la paz, son
impuestás por las necesidades y las circunstancias. Cuando una
nación es atacada, se defiende, no porque lo acuerde el parla­
mento, ·sino porque es necesario.
Por otro lado, las leyes no las prepara el parlamento, sino
unos consejeros o letrados, técnicos o especialistas en la materia,
como lógicamente tiene que ser. Los parlamentarios suelen em­
brollar los proyectos preparados por los entendidos y dificultan su aplicación cuando alteran sustancialmente los proyectos pre­
parados. La misión del parlamento no es redactar disposiciones,
sino darles su conformidad o rechazarlas. Finalmente, las leyes se aplican mediante reglamentos que
son obra del poder ejecutivo y mediante los cuales pueden des­
virtuarlas. De
ahí la

frase que se le atribuye a Romanones: «No
me importa quien haga la ley, si me dejan a
mi hacer

el regla­
mento».
¿D6nde queda, pues, la tan cacareada libertad de los electores?
1036
Fundaci\363n Speiro

LA VERDADERA MONARQUIA
Casi todo el mundo se da cuenta de que «serfa mayor la liber­
tad bajo un gobierno que realizase una buena política y elaborase
buenas leyes»
(56 ).
Respecto a la objeción tan frecuente respecto al mando úni­
co de que así como cuatro ojos ven más que dos muchos hom­
bres dispondrán de mayores luces que uno solo, se puede re­
plicar que
el balance de las direcciones colectivas, contrastado. a
través de
la historia, se ha encargado de demostrar con claridad
meridiana que un número exagerado de órganos de visión da
imágenes distorsionadas o borrosas. Y por lo que se refiere a la iniciativa que con frecuencia
tiene que ser rápida para evitar el desastre,
quinientas cabezas
son

el mejor medio para paralizar
mil brazos. No se puede deci­
dir con prontitud y eficacia cuando existen múltiples criterios
encontrados que pretenden imponerse sobre la cuestión de que
se trate.
«La diversidad es buena para el consejo; no, para la acción:
tal es el resultado de la experiencia que vienen ha corroborar los
dictados de la razón» (57). El parlamentarismo supone el pre­
dominio de la discusión y el enfrentamiento sobre la decisión
coherente, oportuna y
útil.
La doctrina republicana suele alegar también como ventaja
democrática el ejemplo de
la empresa privada que. a veces se
agiliza y rejuvenece mediante direcciones sucesivas. En política,
la experiencia enseña la calamidad que suponen los frecuentes
cambios de

gobierno con algunos gabinetes relámpago, en los
que la
más completa

esterilidad es el resultado.
4.5,2. El mando único no es exclusivo: colaboraciones di­
versas.
Que el mando sea único, no significa que sea exclusivo, que ·
la «actividad del jefe tenga que absorber todo el poder, ni que
(56) Idem. íd., pág. 87, y reedicí6n Circulo, pág. 74.
(57) Idem. id.,
pág. 87, y reedící6n Circulo, pág. 74.
1037
Fundaci\363n Speiro

GAJJRIEL ALFEREZ CALLEJON
haya de suprimirse entre el poder y el común de los ciudadanos,
toda cadena de representantes, agentes e intermediarios que
lo unen».
Ningún jefe único está obligado, en virtud de los criterios
a que debe su existencia, a rechazar la colaboración de conseje­ ros reuoidos a este fin, y todo jefe que comprenda uo poco su
función, se

rodea
de auxiliares competentes y busca la coopera­
ción de

la prudencia ajena para apoyar la suya.
Hay colectividades sin rey, pero no existe rey alguno
sin uo
poder colectivo
auxiliar.
El

principio fundamental de la república o democracia es,
por el contrario, la
exclusi6n de

las decisiones de uoo solo.
Ausencia de príncipe,
deda Anatole France para definirlo.
Un gobierno colectivo que confiara sus decisiones
a uoo

solo
de sus miembros, ya no sería un gobierno
de tal clase, sino que
abdicaría de su carácter y negaría su propia esencia; y si no lo
hiciera radicalmente y pretendiera conciliar en la práctica los
dos principios, se engáñaría ingenuamente con la
ilusión de

te­
ner en sus manos y
controlar a

uo jefe, hechura suya; pero como
éste
· no

podría mandar con independecia
· más
que sacudiéndose
la autoridad de aquellos a quienes debe su existencia, nacería
de ello una
guerra latente

o subterránea, con
lo que se juntarían
los defectos de
la República y de la Monarquía, sin ninguna de
sus ventajas.
Esta rivalidad no se produce en el caso contrario: el mo­
narca se aconseja, escucha, oye y toma ~ decisión que considere
más acertada, tras haber opinado libremente todos los compo­
nentes de su Consejo; sin que ninguoo tenga que sentirse vejado
u ofendido, si el rey sigue un parecer distinto al suyo, pues su
misión es aconsejar y no decidir.
El gobierno de uno puede coger del gobierno plural lo que
tenga de conveniente, pero éste se
destruye a

sí mismo cuando
pretende hacer la combinación inversa,
lo que demuestra su ri­
gidez o falta de adaptación (58).
(58) Maurras, op. cit., pág. 89, y reedid6n Círculo, pág. 76
1038
Fundaci\363n Speiro

LA VERDADERA MONARQUIA
4.5.3. El mando único no es absoluto: límites religosos y
morales;_ límites orgánicos o institucionales, descentra­
lización
y cuerpos intermedios.
La unidad de mando tampoco sigoifica que éste sea absoluto
y catezca de frenos o limitaciones.
El poder en sí mismo, es decir, la fuerza, si no va acompa­
ñada de autoridad moral, no puede ser fundamento de orden,
justicia y paz.
La exageración en las prerrogativas del poder y su olvido
de la ética, convierten a los hombres en ganado uniforme o es­
clavos faltos de libertad.
Amadeo de
Fuenmayor, en

la
lección inaugural del curso
1978-79,

en la Universidad de
Navatra, pone
de relieve la in­
fluencia de la religión en el ordenamiento jurídico civil
y en el
comportamiento

moral de los ciudadanos (59).
Por eso no es de extrañar que Maurras, aun en su primera
época agnóstica, considerase a la Religión Católica como la ex­
presión más perfecta del orden racional, con
el cual,
los Estados
pueden subsistir, tanto más, cuanto dicha creencia está enrraiza­
da en la tradición nacional.
La religión no es ajena a la vida de las naciones, como tam­
poco lo es a la de los individuos.
La Iglesia representa el orden
y la jeratquía, elementos im­
prescindibles pata unir a los hombres y conservat las sociedades humanas ( 60).
La sociedad, secularizada, pluralista y permisiva, igoora total­
mente los preceptos de la ley natural, porque niega la existencia
de Dios y su condición de legislador. Su nota característica es
desconectat las normas jurídicas de cualquier inspiración de
ín­
dole religiosa.
(59) Amadeo de Fuenmayor, «La influencia de las leyes civiles en el
comportamiento moral», Revista Nuestro Tiempo, mlm.. 17, correspondien­
te a octubre de 1978, pág 17 y sigs.
(60) Maurras,
op. cit., pág. 541, y reedición Circulo, pág. 307.
1039
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
Como dice Balmes, sobre los hombres, los pueblos y los re­
yes, está Dios, y
el que olvida esta verdad fundamental, acarrea
sus funestas y fatales consecuencias (61). Tras su talante liberal, los defensores de la sociedad permisi­
va esconden una mentalidad
autoritaria: sustituyen unas normas
morales de inspiración religiosa, por otras contrarias que inte­
gran lo que algunos denominan moral civil. El resultado es la
imposición por medio de leyes civiles, de una moral sin raíces, frecuentemente contraria al Evangelio. Y es cosa comprobada que, a medida que la sociedad permisiva se consolida en un país,
crece la intolerancia frente a quienes no se someten al confor­
mismo ambiental (62).
Un gobierno lato puede concebirse cuando hay virtudes en
la sociedad, cuando hay moral, cuando hay religión; pero si fal­
tan, es imposible. Entonces no cabe otro sistema de gobierno
que
el despotismo, que el imperio de la fuerza, porque ésta es
la única que puede regir a los hombres sin conciencia y sin
Dios (63). Por eso,
la religión es fundamental en la Monarquía como
régimen político racional y constituye a
la vez el más firme va­
lladar al posible abuso de poder. Fray Fernando de Ceballos, monje jerónimo, en su obra
La
falsa Filosofía, crimen de Estado, explica, como la religión cris­
tiana es
contraria al

despotismo. La Iglesia Católica, dice, ama
la moderación. El partido republicano, por
el contrario, como explica Maurras
en su
Encuesta, ha elaborado y aplica un programa «cuyo carác­
ter esencial consiste en conceder todo a un individualismo ético­ social, que trae como forzada secuela
la irreligión del Estado.
La religión es negada en cuanto fuerza nacional o política
y no
se
la tolera más que como un asunto de conciencia» ( 64 ). Este
(61) Balmes, Obras completas, Biblioteca Balmes, tomo VIII, pág. 352.
(62) G. AHérez, «La participaci6n política al alcance _de todos», Ma­
drid, en Speiro, págs. 143-144.
(63)
Balmes, Antologla politica, núm. 431, Obras, 101, IV, 716.
(64) Maurras,
op. cit., pág 42, y reedici6n Círculo, pág. 40.
1040
Fundaci\363n Speiro

LA VERDADERA MONARQUIA
criterio facilita el abuso de poder y conduce lógicamente al des­
potismo.

Quienes niegan a Dios sus derechos, ¿creéis que
res­
petarán

los de los hombres?
En efecto, cuando no se tiene respecto a Dios ni se guardan
sus leyes,
¿ cómo

esperar que se tenga respeto y se haga caso a
lo que mandan los hombres? Si se desprecia la moral sobrena­
tural y religiosa que se apoya en
la revelación, en la naturaleza
y en la realidad social, ¿cómo se puede pretender que se preste
obediencia y sumisión a una moral convencional, egoísta, utópica
y materialista? Ciertamente hay muchos malos cristianos, y los reyes
tam­
bién
pueden

serlo, pero la solución no puede consistir en que
dejen de ser creyentes, lo que siempre constituirá algón freno o
sujeción, aunque sea
mínimo, por

la referencia de su conducta
a una norma superior de virtud y bondad cuyo quebrantamiento
se les podrá reprochar en todo caso, sino más bien, en procurar
que sean buenos cristianos, y que se conviertan también los que
no
lo son.
Las bases sobre las que se asienta toda sociedad, como
afir­
ma Balmes, son los principios religosos y morales; las sanas
ideas sobre el poder y las relaciones legítimas de éste con los
súbditos ( 65). La primera ley a que deben estar sujetos los reyes es la
Ley de Dios, la ley natural, prácticamente los Diez Mandamien­
tos, que ninguna persona razonable, aunque no sea creyente,
puede rechazar, porque son también la expresión lógica de la
razón.
En las Monarquías cristianas, el rey tiene limitado su poder
por
la moral, las costumbres y la conciencia pública ( 66 ).
Reinando Felipe II, un predicador dijo en un sermón, en
presencia del monarca, presumiblemente con ánimo de halagarle, que, «los reyes tienen poder absoluto sobre las personas de sus
vesallos y

sobre sus bienes».
(65) Balmes, Antologla polltica, núm. 1.771. Obras, 63, VI, 306-308.
(66) Idem. id., núm. 564, 54, VI, 257-258. 1041
Fundaci\363n Speiro

GABRIEL ALFEREZ CALLE]ON
La Inquisición tomó cartas en el asunto por estimar qué tal
afirmación era contraria a la doctrina católica sobre el poder y,
sometido
el clérigo al oportuno proceso, fue obligado a retrac­
tarse en
el mismo lugar y circunstancias, confesando que «los
reyes

no tienen más poder sobre sus vasallos,
del que les permi­
te
el derecho divino y humano, y no por su libre y absoluta vo­
luntad». Así lo refiere Antonio Pérez, que como es sabido no era
precisamente simpatizante de la Inquisición ( 6 7 ). En la Monarqtúa tradicional española y, en general en cual­
quier régimen de orden, las decisiones reales están limitadas,
desde arriba por
el Derecho natural, ya que el rey se encuentra
sometido a
la Ley de Dios y a la moral que de ella se deriva;
y desde abajo, por los fueros, franquicias, derechos y
libertad~s
ck:
las

personas físicas y organismos naturales o voluntarios que
integran el Estado, o sea,
el individuo, familia, municipios, pro­
vincias, regiones, profesiones, sindicatos, asociaciones, cofradías,
hermandades, grenúos, colegios, universidades, etc., que consti­
tuyen lo que Mella llamó entidades infrasoberanas, cuya com­
petencia y
atribuciones el monarca debe respetar, no sólo cuando
por sus esenciales características les corresponda legítimamente, sino incluso también cuando son fruto de acuerdos o pactos
es­
tablecidos a través del tiempo entre el pueblo y la Corona. En cuanto al primer extremo, o sea, la sumisión del rey a la
ley natural, recordando a
Lope de Vega en La Estrella de Sevi­
lla, podríamos decir:
Todo lo que manda el rey
que va contra lo que Dios · manda,
ni tiene valor de ley, ni es rey quien así desmanda.
Otra versión de la misma escena que recoge también fiel­
mente su sentido, reza así:
(67) Idem. id., núm. 563. Obras, 40, VI, 387-388.
1042
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LA VERDADERA MONARQUIA
Cuando el rey manda
cosas que no son de ley,
deja entonces de ser rey
y en
vez de

mandar, demanda.
Una consecuencia y aplicación práctica de este principio es
la que expresan los conocidos versos de Calderón de la Barca,
en
El Alcade de Zalamea, según los cuales, la sumisión y obedien­
cia al poder constituido, aunque se trate del rey, está condicio­
nada a que lo que mande sea justo, moral y no afecte al honor
de las personas a las que se pretende obligar:
Al rey la hacienda y la vida se
han de dar; pero el honor,
es patrimonio del alma
y el
alma sólo es de Dios.
Respecto a la ·segunda clase de limitaciones del poder real,
o sea, desde abajo, Fray Juan de Santa María, en su obra ya ci­
rada, publicada en Madrid el año 1615, escribe que «la Monar­
quía, para que no degenere, no ha de ir suelta y absolura», sino
arada a pactos y leyes, así como sujeta a Consejo en los casos
particulares (68).
Aquí tendría entrada todo lo relativo a los Cuerpos inter­
medios y al principio de autogobierno y subsidiariedad, comple­
mentado por

el de solidaridad; cuya importancia han puesto de
relieve de modo especial los últimos Papas, a
partir de

Pío XI,
como fundamentales para una lógica natural y
· eficaz organiza­
ción

política.
La descentralización a que hemos aludido antes como una
de las características propias de la Monarquía,
vendría a

ser una
forma de aplicación del referido principio, que surge espontáneo
y sin riesgos por
la fuerza aglutinadora del monarca, y que es
(68) Balmes, Obras completas~ Biblioteca Balmes, tomo VII, 'pági~
na .315, nota.
1043
Fundaci\363n Speiro

GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
peligroso y dificil de llevar a cabo en la democracia, por los an­
tagonismos
y fuerzas disgregadoras que origina.
Por último,
la actuación del rey, como ya hemos dicho, y
nos

acaba de recordar la cita de Fray Juan de Santa María, no es
individual o exclusiva, aunque el mando sea único, sino que
existe siempre
la intervención de otras personas e instituciones
que le asesoran y aconsejan.
La decisión del rey no puede ser caprichosa o arbitraria, sino
fundada, para la cual, el monarca se asesora por Consejos de varia índole, normalmente de dos tipos: el
real en lo político,
y los
técnicos en las diferentes materias específicas. Es una ló­
gica consecuencia de la complejidad actual de las cuestiones de
gobierno, unido a las ventajas de la división del trabajo y la es­
pecialización de funciones. De todos modos, como
ha dicho

Pemán en sus
Cartas a un
escéptico en materia de formas de gobierno,
nn rey sin Cortes,
sin Consejos o sin otros organismos limitadores de su poder,
podrá ser peligroso, pero lo es mucho más todavía un Presidente
sin conciencia. Lo eficaz es la limitación fundamental por motivos religiosos
y morales, complementada por una limitación natural por cuer­
pos
y organismos sociales inferiores que integran el Estado, con
vitalidad efectiva y fuerza real proveniente de la unión o agru­
pación.
Sólo

un poder legítimo, permanente
y tradicional puede ser
autoritario sin ser despótico, debido a su fundamento religioso,
su origen natural, no polémico y su identificación con la nación,
lo que evita divisiones, aumenta su prestigio y consigue más
fácilmente amor
y respeto de su pueblo.
Por otro lado, la necesaria
descentralización para
lograr una
fructífera gestión de la cosa pública reclama, a su vez, un poder
fuerte, independiente, responsable
y esencialmente nacional.
Debido a ello, sólo la Monarquía puede descentralizar con
efectividad y seguridad, pues constituye un centro aglutinador
com6n, sin

el cual cada grupo revestido de facultades tiende a
incrementarlas, produciéndose la disgregación. Esta es la razón
1044
Fundaci\363n Speiro

LA VERDADERA MONARQUIA
por la cual la república tienda al centralismo o se corre el peli­
gro
de la separación.
La democracia moderna constituye, generalmente, un
gobierno
republicano,
colectivo, indeciso, falto de autoridad, con una ad­
ministración monárquica, autoritaria, que no permite a los ciuda­
danos las más elementales iniciativas que naturalmente les co­ rrespoden como podrían ser testar libremente a un padre de
familia, trasladar de sitio una fuente pública en un municipio,
organizar unos festejos populares, arreglar un camino vecinal los
interesados en el mismo, para todo lo
cual se precisa normal­
mente contar con el permiso del poder central o de autoridades
superiores.
En este sistema, el ciudadano es un esclavo en lo que en­
tiende, le interesa
y es competente; y es soberano en lo que
desconoce, como son los grandes y complicados temas naciona­
les, sobre los que se tiene que pronunciar en el parlamento por
medio de sus representantes formales, que como sabemos no han
sido elegidos con auténtica libertad ni le representan verdade­
ramente.
Lo justo, lo conveniente y lo razonable, es precisamente el
sistema contrario: la gestión o administración debe ser republi­
cana o colectiva, puesto que su fin es servir al público;
y el
gobierno o decisión suprema, monárquico, pues las decisiones
fundamentales e importantes deben tomarse por una persona
realmente preparada y competente en cuestiones políticas, con
todos los asesoramientos y apoyos que se estimen necesarios o
convenientes, es decir, por el rey.
El Estado debe ocuparse de las cuestiones realmente nacio­
nales,
y dejar a los grupos sociales que resuelvan lo que les
afecte de modo inmediato,
y en lo que están capacitados, les
interesa, entienden y son competentes.
Cada cual intervendrá, en su papel, en todo aquello que le
corresponde o pertenece, sin perjuicio de la ayuda que puedan
prestar organismos superiores, en casos de incapacidad o insufi­
ciencia de los inferiores, en virtud de la solidaridad que debe
unir a todos.
1045
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
Es lo que, a nivel nacional y con sentido realista, propugna­
ba Balmes con su proyecto de Constituci6n en dos artículos, que se
oponía a

las Constituciones ut6picas y
de papel. Helo aquí:
Proyecto de Constitución de la Monarqu/a Española.
Art. 1.-EI Rey es soberano.
Art. 2.-La naci6n en Cortes otorga los tributos e inter­
viene en los negocios arduos (69).
4.5.4. Responsabilidad y mando único.
Por lo que atañe a la responsabilidad, es mucho más efecti­
va cuando gobierna uno solo que cuando son muchos lo que
toman las decisiones.
Por eso dice Maurras: «En lugar de unir a los ciudadanos
en contra de uno cuando la gesti6n es desacertada, lo que el
desbarajuste republicano hace, es dividirlos entre sí, ya que, las
facciones a que
dan lugar apoyan al opresor cuando se aprove­
chan de sus excesos, si no es que le impulsan a cometerlos.
El abuso que comete un solo jefe en provecho propio le
expone a levantar en contra suya a toda la colectividad, pero
una asamblea nociva, agota todas las consecuencias del mal antes
de tropezar con las primeras dificultades series. ¡Cuánto tiene
que hacer para llegar a ser impopular! Por otro lado, en un or­
ganismo colectivo,
¿ a quién se atribuirá el daño?
Lo que el poeta llamó
el veneno del poder, le intoxica na­
turalmente, y unos por otros no se deciden a reconocer el error
padecido y rectificar la torpe decisión tomada; en cambio, un
hombre, aunque sea perverso, si llega a ser jefe, suele mejorar
al ser elevado al alto puesto y tener que asumir la responsabili­
dad .por su conducta. Los primeros resultados de los erorres
(69) Balmes, Antologla polltica núm. 489, Obras, 134, VI, 629.
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LA VERDADERA MONARQUIA
que cometa, le alejatá a los perjudicados y le harán ver que no
habrá quien le siga por el camino equivocado, por lo cual,
ten·
drá

gran interés en paratse a meditar qué es lo que debe hacer
pata corregir el daño, e incluso retroceder para
rectificat, hasta
el

punto en que se desvió del buen camino (70 ). Gráficamente expresa esta misma idea el autor del libreto
de la zarzuela
La Marsellesa, de

Ramos Carrión, música del
maes­
tro

Caballero, cuando pone en
boca del autor de la citada can­
ción

de guerra, desengañado de los excesos de la revolución, las
siguientes palabras: (71).
De estar sujeto a la
ley
de la infame tiranía,
yo nunca preferiría
la de un pueblo a la de un rey.
Y no es que al monatca inmolo
la
fe que en mis venas atde,
es, que al menos no es cobatde
cuando la ejerce uno solo.
4.5.5. Críticas de Bernard Shaw al mando colectivo en su
comedia El carro de las manzanas.
Sobre las cuestiones que estamos tratando, el célebre escritor
inglés Bernard Shaw, pseudónimo de Ayot St. Lawrance, acérri­
mo liberal con tendencias republicanas y socialistas, en su
nota­
ble

comedia ya citada, El
carro de

las manzanas, dice en tono
desenfadado y con agudo sentido del humor, verdades como
pu­
ños,

que coinciden plenamente con el pensamiento lógico,
car­
tesiano

y científico, avalado por la experiencia histórica, expuesto
(70) Maurras, op. cit., págs. 89-90, y reedición Orculo, pág. 76.
(71) Publicada en la Colección de Teatro Moderno, Viuda de Her­
nando

y Compañía, Madrid, 1894, págs. 1 a 144.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
por el pensador manárquico francés Charles Maurras, tan repe­tidamente citado. Veamos algunas de las aseveraciones del propio Bernard Shaw
en el prefacio de su obra, o puestas en boca de alguno de sus
principales personajes (72). « Una elección, considerada en la actualidad como el medio
más adecuado para seleccionar a los gobernantes mejor califica­ das, es tan absurda, que si los doce últimos parlamentos se
hubiesen compuesto de los candidatos que perdieron la elección en vez de por los que.
la ganaron, no hay razón para suponer
que el resultado de su labor habría sido distinto». «En ningún caso podrá decirse que el cuerpo electoral ha
elegido realmente a sus representantes» ... «Tal como están las cosas, es preciso reconocer que los elec­
tores no tienen verdaderamente el derecho de elegir entre unos
u otros candidatos; tiene que aceptar a los que se presentan, y
entre ellos, votar a los que mejor les parezcan, que muchas veces
son

los peores. Por suerte,
más bien
que por razón, la represen­
tación parlamentaria está integrada por una pequeña proporción
de hombres públicos sensaramente honrados, no del todo des­
provistos de talento político
y que a la vez son también oradores
aceptables. Los demás ocupan sus puestos en el Parlamento
porque pudieron soportar los gastos de la elección y quieren ser diputados» (73 ). «Nuestra misión no consiste en negar los peligros de
la de­
mocracia, sino en precavernos contra ellos lo más que podamos,
y luego en considerar si los riesgos inevitables vale la pena
correrlos».
«La -democracia, como sabéis, es casi siempre, poco más que
una palabra larga que empieza con mayúscula . . . Como un glo­
bo grande,

lleno de gas o de aire caliente, que se remonta
libre
hacia

las alturas para que no apartéis
la vista de las nubes, mien­
tras ciertos individuos están ocupados en vaciar vuestros bolsi-
(72) Bernard Shaw, op. cit.
(73) Idem. id., pág. 14
1048
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LA VERDADERA MONARQUIA
llos. Cuando el globo baja a tierra cada cinco años poco más o
menos, se os invita a entrar en· la barquilla si sois capaces de
desalojar a uno de los que están en ella muy bien instalados y
sujetos; pero como no tenéis bastante dinero ni bastante tiempo
para tal empresa y sois cuarenta millones y en la barquilla apenas
caben seiscientas personas, vuelve a ascender el globo con casi
la misma gente que anteriormente la acupaba y os deja donde
estabais. No me negaréis que ese globo, como símil de la de­
mocracia, corresponde a los hechos parlamentarios» (74).
Abraban Lincoln, Presidente de los Estados Unidos, en me­
dio de la guerra civil
que dividía en dos bandos al pueblo ame­
ricano, definió la democracia con una frase que ha hecho fortu­
na: Gobierno
del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Lo primero que habrá que decir es que la democracia anun­
cioda, pretendía,
no el bienestar de
todo el pueblo, sino la im­
posici6n de los triunfadores
sobre los vencidos.
Pero veamos el análisis que de la expresada fórmula hace
Bernard Shaw.
La democracia -dice-- es el «gobierno
del pueblo». Esto
es evidente, pues, ninguna comunidad humana puede existir
sin
gobierno, «lo mismo que un ser humano no. puede existir sin
una regulación coordinada de su respiración y su circulación san­ guínea» (75).
Igualmente necesita un cerebro que lo rija, un sistema óseo
que los sostenga y un sistema muscular que permita el movi­
miento.
Vayamos a la segunda nota: «Gobierno por el pueblo». Re­
chazamos

esta característica, escribe Shaw, «por la sencilla razón
de que el pueblo
no puede gobernar, porque ello es una impo­
sibilidad física
-ya que no está capacitado para ello--. No
todo ciudadano puede gobernar, lo mismo que no todo mucha­
cho puede ser maquinista o capitán de piratas. Una
nación de
Presidentes

del Consejo de Ministros o de dictadores, es un ah-
(74) Idem. id., págs. 14, 16, 17 y 18.
(75) Idem. id.,
pág. 18
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
surdo tan grande como un ejército de capitanes generales. El
gobierno
por el pueblo, no es ni podrá ser nunca una realidad;
es sólo una exclamación con
la que los demagogos no llevan a
votar su nombre. Si lo dudáis, si me preguntáis: ¿por qué el
pueblo no habría de hacer sus propias leyes?, no tendría más que contestarnos con otra pregunta: ¿por qué el pueblo no habría
de escribir sus propias obras teatrales? Es mucho más fácil es­cribir una buena obra teatral que dictar una buena ley» (76).
Finalmente, observemos la tercera nota: «Gobierno para el
pueblo». Esta característica es lógica. El gobierno debe existir
para beneficio del pueblo. El pueblo aspira a estar bien gober­
nado, y los gobernantes deben procurar que su actuación sea
justa, sin que favorezca a unos en perjuicio de otros, protegien­
do en todo caso a los más débiles frente a los posibles abusos de los poderosos (77). Lo que interesa saber, es «qué dosis mínima de gobierno
se necesita» para evitar los abusos del poder (78 ). «La mayor parte de las elecciones generales no son más que
carreras de gente asustada incapaz de defenderse» . . . Ni las vio­
lencias de las masas,
ni los movimientos populares pueden con­
siderarse como medios «adecuados para contener los abusos del
poder». «Cabe suponer que, al menos pudiesen obrar como
úl­
timo

recurso cuando un autócrata se ha vuelto loco y comete
ultrajantes excesos de tiranía y crueldad. Pero es un hecho cu­
rioso que esto no sucede nunca» . . . «El populacho está siempre
al lado del autócrata» (79). El camino más corto para desha­ cerse un tirano de un incómodo defensor de la libertad, es le­
vantar contar él un morín como persona antipatriótica y dejar
a la masa hacer el resto después de proveerla de bien adistrados
agitadores». Hoy día, esto se llama propaganda y acción di­
recta (80) .

(76) Idem. id., pág. 19.
(77) Idem. id.,
pág. 18
(78) Idem. id., pág. 21
(79) Idem. id., págs. 20-21.
(80)

Idem.
id., pág. 21.
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LA VERDADERA MONARQUIA
«Nuestras elecciones generales han llegado a ser almonedas
públicas en las que los partidos contendientes se disputan los votos llevándose éstos el mejor postor, y prometiéndole a los
electores el oro
y el moro a costa de las minorías» (81). Los
partidos contendientes, claro está, no se expresan en sus pro­
gramas de un modo tan franco, pero todo el mundo sabe leer
entre líneas (82).
«Nuestra tesis es que, en general, los hombres como con­
junto no pueden gobernarse a sí mismos», porque no pueden
ser al mismo tiempo gobernantes
y gobernados, y por otra par­
te, nosotros, «los gobernados, también somos capaces de abu­
sar» y carecemos de la competencia necesaria para tan compli­
cada e importante misión (83). La incompetencia de los candidatos es manifiesta, y los ciuda­
danos les votan con casi total ignorancia de sus cualidades (84 ). ¿Qué tiene pues de extraño que la democracia haya sido
califica como un «cadáver en putrefacción»? (85).
Teóricamente, en la democracia, el pueblo ostenta la autori­
dad soberana. Los políticos dicen a los ciudadanos: ¡Ejerced
vuestro poder! Y el pueblo contesta preguntando: ¿Qué
tene­
mos

que hacer? ¡Votad!, les replican aquéllos; pero «votadme a
mí» que

soy quien mejor defenderá vuestros intereses. Cuando
se presenta un candidato más hábil, con voz más potente que
los otros, más charlatán, más simpático. o con mejor plataforma electoral, aunque sea el más tonto, seguramente se alzará con la
victoria (86 ). En la democracia individualista de tipo rusoniano, sólo ha­
blan los políticos y los pedantes, que con frecuencia son las
dos cosas a la
vez. Los

agricultores, los industriales, los
comer­
ciantes,
los

intelectuales, los padres de familia, los clérigos, los
(81) Idem. id., pág. 24. (82) Idem. id.,
pág. 24.
· (83) Idem. id.,

pág. 26.
(84)
Idem. id., pág. JO.
(85)
Idem. id.,

pág. JO.
(86) Idem. id., págs. 58-59.
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
militares, es decir, los que realizan un esfuerzo beneficioso para
el conjunto y a los que afecta
la paz pública, la justicia y el bien
común, permanecen en silencio y no son tenidos en cuenta, como
no sea para pagar impuestos. «La democracia»
--<:oncluye Bernard
Shaw- «¡Bah!; ya
sabemos lo que es.
Lo que hace falta es un hombre fuerte» (87).
Luigi Pirandello, en
El difunto Matías Pascal, capitulo 11,
hace decir al personaje: «La verdadera causa de todos nuestros males, ¿sabes tú cúal
es? Pues la democracia, amigo mio,
la democracia; esto es, el
gobierno de
la mayotia. Porque cuando el poder está en manos
de un solo individuo, éste sabe que es único y que tiene que
contentar a muchos. Mientras que, cuando gobierna
la mayoría,
sólo piensa en contentarse a sí misma,. y entonces tienes la tira­
nía más pesada y odiosa: la tiranía disfrazada de libertad» (87 bis).
La democracia constituye
la versión política de la rebeldía
de

la primera pareja humana en el paraíso terrenal al acoger la
tentación diabólica de la serpiente: ¡seréis como dioses!: es decir,
seréis dioses emancipados de Dios Creador, al que no tendréis
que estar sometidos ni obedecerle.
Vosotros seréis vuestros le­
gisladores;
vosotros os daréis .vuestras propias normas de vida;
vosotros determinaréis lo que es bueno y lo que es malo, lo que
está bien y lo que está mal. Y come sois muchos, todo lo deci­
diréis por mayoría.
La democracia myoritaria, tal como la exponen Rousseau y
sus seguidores, supone el ateísmo, puesto que no se reconoce la
existencia de un ser supremo a cuyas normas haya que estar so­
metido, el endiosamiento del hombre, su soberbia y su vanidad,
elevadas a
la cima más alta; y sus consecuencias no pueden ser
otras, forzosamente, por pura lógica
y sentido común, que el
resentimiento,
la pretensión de imponerse a los demás, la ausen.­
cia

de moralidad objetiva y, en conclusión,
el cesarismo y la
anarqufa,
sucediéndose pendularmente para intentar corregir sus
respectivos excesos, sin poder evitar incurrir en los opuestos.
(Continuará).
(87) Idem. id., pág. 64.
(87 bis)
Obras escogidas, Madrid, Aguilar, 1955, pág. 368.
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