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Número 257-258

Serie XXVI

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La conversión de San Agustín

LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
POR
EUDALDO FoRMBNT
XVI Centenario de la conversión.
En recuerdo y homenaje a San Agustín se ha celebrado en
todo el mundo el
-XVI
Centenario de su conversión
·cuyo inicio
oficial empezó e1 24 abril de 1986 y se clausuró el 25 de abril
de.
1987, fecha en que hace mil seiscientos 'años fue bautizado.
Ya

han tenido lugar muchos actos, como el Congreso
Internacio­
nal

sobre Sao
Agustín, en

el «Instituto Patrístico Agustinianum»
de Roma, del 15 al 20 de septiembre, en el que asistieron unos
trescientos especialistas
de más de cien universidades de unos
treinta
países. En

la mañana del
17, Juan Pablo II asistió per-·
sonalmente, y en su discurso señaló que la característica esencial
del
pensamiento agustiniano
fue su servicio a· la verdad, con lo
cual
sirvió también

al hombre.
También, con
tal ocasión, la Federación Agustiniana Españo­
la (F. A. E.), en colaboración con
la Biblioteca
de Autores Cris­
tianos (B. A. C.) ha emprendido la publicación de las obras com­
pletas de San Agustín, en edición latino-española, en
41 volúme­
nes, que ya se
había inici.ado

en
1946, pero se había quedado en
· el

22. Asimismo
ha organizado unas Jornadas Agustinianas, du­
rante los

días 22 al 24 de
abril de 1987, que se hao celebrado en
Madrid, sobre el tema.
«El pensamiento

antiguo en San Agus­
tín». Se

estudiaron los c_ontenidos doctrinales que incidieron en
su conversión, divididos en cuatro áreas: cultura clásica, mani­
queísmo, Biblia y Teología cristiana. Toda la familia agustiniana en España (Agustinos, Agustinos
Recoletos, Agustinos Asuncionistas, Agustinas Misioneras, Agus-
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Fundaci\363n Speiro

EUDALDO FORMENT
tinas Hermanas del Amparo, Misioneras Agustinas Recoletas,
Agustinas Contemplativas, Agustinas
· Descalzas y Agustinas Re­
coletas
de Clausura)

y, en su nombre, la misma Federaci6n, el
10 de abril de 1986, hizo público un «manifiesto agustiniano»
en el que se invita a participar en todos los actos. En este documento, adémás de ensalzarse la figura de San
Agustín, se pone de relieve la actualidad de su mensaje por su adecuación a las necesidades auténticas del mundo contemporá­
neo. No sólo por su validez perenne, sino también
porque, como
se

indica en un párrafo del mismo: «en ese
ir y venir, ondulante
y pendular de
la historia de los hombres y de las ideas, estamos
otra vez viviendo
tiempos agustinianos. Tiempos de decadencias
imperiales y de desencantos políticos. De materialismos mani­
qneos y de humanismos pelagianos. De sectarismos donatistas
y
de escepticismos académicos. Tiempos de mucho· ruido y poco
silench De muchas prisas y p<1ca interioridad. De muchas instan­
cias confusas
y pocas referencias trascendentes».
Hay

que destacar, por su importancia, la carta apost6lica
que,
ton motivo de este centenario, dirigi6 Juan Pablo II a la
Iglesia,
el día 28' de agosto de 1986, festividad de San Agustín,
titulada
Augustinum hipponensem ( 1 ). Es el documento papal
más· extenso

y completo sobre este
. Padre

y gran
Doctor. de
la
Iglesia. Su
iriginal latino

consta de
35 folios y 293 notas.
Los últimos Papas ya habían ensalzado su figura. Le6n XIII,
en su famosa endclica
Aeterni patris, al poner a los Padres de la
Iglesia como ejemplo de defensa· de la fe con el apoyo de la ra­
z6n,
dice:

«pero a todos arrebató la gloria Agustín, quien de
ingenio poderoso, e imbuido perfectamente en
las ciencias sa­
gradas y profanas, luchó acérrimamente contra todos los errores
de su tiempo con fe suma
y no menor doctrina» (2). Lo mismo
(1} Ju.rn· PABLO 11: Carta apostólica._ Augustinum hipponensem, 28
de agosto de 1986, L'Osservatore Romano (Cita del Vaticano), 27 de agos­
to de 1986, págs. 1-4. ·
(2) LEÓN XIII: Carta:-enci'.clica Aeterni patriS, 4 de agosto de 1879,
Acta Leonis XIIÍ, I, Roma, 1881, pág. 270.
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LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
hizo Pío XI al reasumir sus enseñanzas en la encíclica Ad salu­
tem humani generis
(3 ).
Ultimamente, en 1970, al inaugurarse el Instituto Patrístico
«Augustinianum», Pablo VI declaró que: «además
.de brillar
en
él
de forma eminente las cualidades de los Padres, se puede afír­
;,,ar
en
verdad que todo el pensamiento de la antigüedad confluye
ne su

obra y que de
ella derivan
corrientes de
pensamiento que
empapan

toda la tradición doctrinal de los siglos posteriores» (4).
El mismo Juan Pablo II, en 1982, dirigiéndose a los profesores
y alumnos del
instituto, les

pedía que: «su doctrina· filosófica,
teoliígica y

espiritual se
estudie y
se difunda, de tal modo que
continúe ( ... ) su magisterio en la Iglesia; un magisterio humilde
y luminoso al mismó tiempo, que habla sobre todo de ·Cristo y
del amor» (5).
En esta larga carta apostólica del Pontífice actual se exponen
íntegramente las dimensiones filosóficas y teológicas de su doc­
trina, mostrando su significado en la historia de la cultura y de
la Iglesia y, sobre todo, su .necesidad para nuestros tiempos.
Consta de una introducción y cinco capítulos, en los que se tra­
ta: «La conversión», «El Doctor», en donde se abordan los te­
mas «Razón y fe», «Dios
y el hombre», «Cristo y la Iglesia»,
«Libertad y gracia» y «La caridad y
las ascensiones
del espí­
ritu»;
y, en los siguientes: «El Pastor», «Agustín a los hombres
de hoy» y «Conclusión».
La finalidad de este documento, en
.el que,

como dice el Papa,
«he recordado la conversión y he
trazado rápidamente

un
pa­
norama del pensamiento de un hombre incomparable, de quien
todos en la Iglesia
y en Occidente nos sentimos de alguna mane­
ra discípulos e hijos», está expresada
explícitament~ en
el mis-
(3) Cfr. Pí~ XI: Carta-encíclica Ad salutem humani f.eneris, 22 · de
abril de 1930, AAS, 22, 1930, pág. 233,
(4) PABLO VI: Discurso a los religiosos de la Orden de San Agustin
con ocasión de __ la inauguraci6n drt Instituto Patrlstico «Augustinianum»,
4 de mayo de 1970, AAS, 62, 1970, pág. 426.
(5) JuAN PABLO 11: Discurso a los profesores y· alumnos del Instituto
Patristico «Augustinianum» de Roma, 7 de mayo de 1982, AAS ·74, 1982,
pág. 800.
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EUDALDO FORMENT
mo: «incrementar los estudios y para difundir la devoción a él».
Esta

exposición de
la personalidad y la doctrina de San Agustín
de la encíclica puede servir de modelo, porque, aunque proba­
blemente
mud:ias de

las explicaciones y textos citados no son des­
conocidos para los
espeqialistas agustinianos,

sin embargo, tiene
el gran mérito de no
espbcularse «en

tomo» a
la doctrina de San
Agust!n, sino

de
.bácerlo desde

«dentro». De esta manera, «el
conocimiento exacto y afectuoso de su pensamiento y
de su vida
provoca

la sed de Dios» ( 6 ).
Educación cristiana.
En el capítulo IV de la carta de Juan Pablo II se insiste en
la actualidad
de su pensamiento, ya afirmada al exponerlo, prin­
cipalmente para los filósofos, teólogos, escrituristas, intelectuales,
científicos, políticos y para los jóvenes de hoy. Pero, en el pri­
mero, recuerda también la actualidad de su ejemplo. Principal­
mente el largo proceso de su. vuelta a
la fe, conocido por sus mis­
mas obras, los diálogos filosóficos de Casiciaco,
Contra los
aca­
démicos, Sobre la
vida feliz,

Sobre el orden y los Soliloquios,
que tratan del conocimiento
de la verdad, el fin del hombre, el
problema del mal y la inmortalidad de
alma, respectivamente;
y,
sobré todo,

por sus Confesiones, una de las obras que, después
de la Biblia, ha tenido más ediciones; ha sido más leída e, incluso
por los no
creyentes, y ha' ejercido
una enorme
inJluencia. Aún,
«la

conversión de San
Agust!n, condicionada
por
la necesidad de
. encontrar

la verdad, tiene no
poco que

ensefiar a los hombres de
hoy,-con

tanta frecuencia perdidos y desorientados frente al gran
problema de la vida».
Se recuerda también en este capítulo del documento ponti­
ficio que esta conversión fue una «reconquista» de la fe católi­
ca o, como dice el mismo San Agustín, fue «devuelto» a ella
(6) Idem: Discurso al. capitulo -genera/, de la Orden de San. Agustin, .
25 de agosto de 1983, Insegnamenti, VI/2, 1983, pág. 305.
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LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
por la gracia (7). Porque había sido educado en el cristianismo por su madre, Santa Mónica, que lo había ofrecido a Dios ya
antes de su nacimiento, que tuvo lugar en Tagaste, en el norte de
Africa, hoy Suk-arrás (Argelia), el domingo,
13 de noviembre
del

año 354. Su padre, Patricio, era un magistrado pagano, de
carácter iracundo, que no sólo por ello, sino también por sus
continuos
adulterios, hizo

sufrir mucho a su madte. Mónica, por
el contrario, nacida en el 331, había recibido una educación muy
severa, era cristiana, de un carácter muy dulce, y soportaba ca­
lladamente los defectos de su marido, del cual tuvo, además de
Agustín, otros dos hijos, Nivigio y Perpetua. Según
la costumbre de los cristianos africanos, que después
combatió eficazmente Sao
Agustín (8),
no fue bautizado, pero su
madre le había señalado con
el signo de la cruz y con la sal (9),
tal como se hacía en la ceremonia de ingreso en el catecumenado.
Las observaciones psicológicas de San Agustín sobre sus prime­
ros años y la infancia en general
son de

un gran valor. En la ni­
ñez
. rerconoce

las huellas del pecado original, concluyendo que:
«lo que es inocente en los niños es
.la debilidad

de los miembros
infantiles, no el alma de los mismos» ( 10). Le parece también
una época triste. «¿Quién no
experimentaría -se pregunta­
horror

si se le propusiese volver a vivir su infancia?» (11).
Sus recuerdos de
la escuela de Tagaste no son alegres. Le
disgustaba el estudiar, obedecer y los castigos corporales. Rezaba para que no le castigasen hasta «romper los nudos de
la len­
gua» (
12) porque,

como dirá más tarde,. «la religión me había
sjdo imbuida desde niño . y había penetrado hasta la médula
de
mi ser» (13 ). Era un niño malcriado, que le gustabao los jue­
gos,

el teatro, que mentía e incluso cometía pequeños hurtos.
(7) SAN AGUSTÍN: CQ8tra Fausto el maniqueo, II, 37.
(8) Idem: Sermones, 2, J; Confesiones, I, 11, 18.
(9) Cfr., Confesiones, I, 11, 17.
(10) Ibld., I, 7. 11.
(11) Idem: La Ciudad de Dios, XXI, 14.
(12) Idem:
Con/., I, 9, 14.
(13) Idem: Contra los académicos, II~ 2, 5. •
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EUDALDO FORMENT
En las Confesiones abaliza muy pro±undamente el robo de unas
peras, que después echaron a los cerdos. «También yo quise co­ meter un hurto
y lo cometí, no forzado por la necesidad, sino
por penuria y fastidio
_ de
justicia y abundancia de iniquidad, pues
robé aquello que
tenía en

abundancia y mucho mejor.
Ni era el
gozar de aquello
lo que yo apetecía en el hurto, sino el mismo
hurto y pecado»
(14). De ahí su gravedad, porque el móvil era el
ir contra el bien, contra la ley, afumando así su voluntad de po­
der y, en definitiva, su soberbia. La influencia de Santa Mónica, sin embargo, fue muy consi­
derable,
porque como

indica
el Papa: «como consecuencia de
esta educación, Agustín permaneció siempre no sólo un creyente
en Dios, en
la providencia y en la vida- futura, sino también un
creyente en Cristo»
(15). El mismo San Agusrin indica que el
nombre de Cristo «lo había bebido piadosamente con la leche
de
mi madre

y lo conservaba en
lo más profundo del corazón;
y, así, cuando estaba escrito
sin este nombre, por muy verídico,
elegante y erudito que fuese, no me arrebataba de todo»
(16).
Conservaba aún la fe. Hasta una vez que estuvo enfermo, y
se temió por su vida, ya que una opresión en el pecho le había
dado una fiebre altísima, pidió
el bautizo. Pero sanó inespera­
damente y se aplazó. Después, dice San
Agusrin, «cuando
apenas
contaba yo nueve alíos, dejé
la religión que en mi alma de. niño
habían
depositadó mis padres» ( 17).
A los trece alíos fue enviado por su padre a Madauro,
una
ciudad vecina, para iniciar los estudios de retórica y literatura,
porque quería que fuese un profesor famoso y rico. Sólo
pudQ
permanecer

tres años, ya que su padre no podía mantener
los
gastos. Mientras sus padres reunían el dinero, San Agusrin es­
tuvo
un alío ~in hacer nada, coincidiendo con la pubertad, ca­
ye_ndo así en
la lujuria, Gracias a un pai¡iente y amigo, Roma-
812
(14) Idem: Conf., II, 4, 9.
(15) JuAN PABLO II: Cartá 'apo81:61ica AuguStinum hipponensem, l.
(16) SAN AGusTfN~Conf-, IH, 4, 8.
(17) ldem: De la utilidad de creer. 1, 2.
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LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
niano, pudo ir a Cartago, la ciudad más importante, después de
Roma, a continuar sus estudios.
En esta capital de Africa continuó llevando una vida frívola
y disipada, pero esmerándose en los estudios, consiguiendo ser el
mejor de la escuela de retórica,
lo que le servía para aumentar su
orgullo y soberbia. Conoció entonces, cuando contaba diecisiete
-años, a una joven cartaginesa, con quien vivió durante catorce
años. Sin dar su nombre, qu~ ha permanecido siempre desco­
nocido, explica San
Agustín que:
«por estos mismos años tuve
yo una fulana no conocida por lo que se dice
legítimo matrimo­
nio,

sino buscada por el vago ardor de mi pasión, falto de pru­
dencia; pero una sola, a la que guardaba la fe del tálamo» (18).
Poco tiempo después moría su padre, que hacia poco tiem­
po -que era catecúmeno gracias a Santa
Mó1üca, pudiendo reci­
bir

el bautismo en los últimos momentos. Aquel mismo año na­
ció su hijo
Adeodato, Probablemente el

tener una única amante
y la paternidad impidieron que continuase llevando
la vida tan
desordenada de su primera juventud. Lo que supuso un verda­
dero cambio en su vida fue la lectura de un diálogo de Cicerón,
hoy perdido, titulado
Hortensia. Los biógrafos de San Agustín
incluso hablan de una primera conversión, no a la
fe sino a la
6Iosofía o al amor a
fa sabidutía.
En esta obra dialogaban cuatro personajes: Hortensio, que
defendía
la oratoria y atacaba a la filosofía; Lutacio Cátulo, Li­
cinio Cátulo y el mismo Cicerón, que
·1a defendían
según el sis­
tema preferido por cada uno. Se llegaba a una conclusión
ecléc­
tica, propia del -pensamiento de Cicerón. Sin embargo, San Agus­
tín se fijó en
la crítica al mero ideal de dominio del lenguaje y
de una vida caótica, que le
parecía dirigida
a
.él y
en
la propuesta
de
la búsqueda de la sabiduría. Se entusiasmó con el nuevo ideal
de saber
desinteresado y

de felicidad que seguía al conocimien­
to de la verdad. El mismo indica la transformación que se ope­
ró en su espíritu. «Semejante libro cambió mis· afectos ( ... )
y
(18) Idem: Con/., IV, 2, 2.
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con incríble ardor de mi corazón suspiraba por· la inmortalidad
de la sabiduría» (19).
El mániqueíemo.
A los diecinueve años San Agustín había aprendido también
de la cultura clásica que no bastaba hablar bien, tal como le ha­
bían enseñado
hasta entonces, sino que lo más importante era
buscar
la verdad y que a ella .se accedía tan sólo con la razón.
Estaba convencido que «había
que seguir
no a los que mandan
creer, sino

a los que enseñan la verdad» (20). Con esta mentali­
dad racionalista, intentó hallarla en la Biblia, que leyó, proba­
blemente por
-influencia

de
· su madre, pero no le convenció por
encontrarla: demasiado sencilla. Dirá después que «mi hinchazón
recusaba su estilo y
mi mente no penetraba en su interior. Con
todo, ellas· erari tales que habían de crecer con los pequeños;
mas yo me desdeñaba de ser pequeño y, orgulloso
y entonado
de soberbia, me
creía grande»

(21).
Ya, un poco antes, les había dicho a sus fieles: «Yo, que os
hablo, estuve engañado un tiempo, cuando de joven me acerqué por
primera vez

a las Sagradas Escrituras. Me acerqué a ellas
no con.
la piedad del que busca humildeme;,te, sino con la pre­
sunción de quien
·quiere discutir
( ... ). «¡Pobre de mí, que me
creí apto para
el vuelo, abandoné el nido y caí antes de peder
volar!»

(22). Esta caída consistió en su afiliación al maniqueísmo,
secta religiosa fundada.por el persa Mani (215-277), que en pocos
afias se

había propagado enormemente por Oriente y Occidente.
El
maniqueísm~ era

una religión gnóstica, es decir, se pre­
sentaba como poseedor de una «gnosis»
o sabiduría de salva­
ción. Conocimiento

que se contraponía a la fe común de los cris­
tianos, por co~siderarse superíor por su_ racionalidad, integrali-
(19) Ibiá., III, 4, 7.
(20) Idem:
De la vida feliz, 1, 4.
(21) Idem: Con/., III, 5, 9.
(22)
Idem: Sermones, 51, 5, 6.
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dad e inmediatez. El manique!smo «mas todavía que los ottos
gnosticismos conocidos, insiste en el catácter científico, racional y enciclopédico de la sabiduría que
él revela» (23 ). Este raciona­
lismo fue el motivo principal por el que San
. Agust!n entrara
en

la secta, como confiesa él mismo. «Entramos en el circulo
de
los maniqueos y calmos en sus redes por esto: porque pro­
metían, dejando a un lado el testimonio odioso de la autoridad,
llegat hasta Dios,
librándolos de

todo error, y por un ejercicio
estrictamente racional, a cuantos se pusieran sumisos en sus
manos» (24).
Le comunicaron una concepci6n totalmente materialista de
toda la realidad, incluso de lo divino
y del
alma.
En el maniqueís­
mo no había lugar pata lo espiritual. Los dos principios, el bueno o Luz, al que reservaban
él nombre de Dios, y el malo o Tinie­
blas eran materiales. El alma era un fragmento desprendido de la materia luminosa; De manera que el hombre, aun teniendo
alma,
era completamente

material, aunque por ella era igual a
Dios. Lo que también satisfada la soberbia de San Agustín.
-También

le resolvía el maniqueísmo un problema, que des­
de entonces le atorment6,
el. del mal, hastt> que descubri6 que:
«las cosas en tanto que son también son buenas. Luego ctiales~
quiera que ellas sean, son buenas, y el mal cuyo origen buscaba
no es substancia ninguna ( ... ) así vi yo y me fue manifestado
que
tú eras el autor de todos los bienes y que no hay en abso­
luto substancia algtma que no haya sido creada por
ti» (25).
En
cambio, en el maniqueísmo se afirmaba que el mundo tenía
.un
origen

demoníaco, no había sido creado por Dios, como tampoco
el cuerpo del hombre, que, por ello, eran esencialmente malos.
Porque el principio malo tenía idéntico poder y era igual entitati­
vamente al bueno o Dios. Ambos eran dos
fuerzas opuestas

que
(23) H. CH. PuEca: «La religión cie Mani», en Cristo y las religiones
de la tierra, Madrid, BAC, 1961, vol. II, págs, 467-525, págs, 481-482;
cl., ídem: Maniqueismo. El fundador. La doctrina, Madrid, Instituto de
de Estudios Políticos, 1957. ·
(24) SAN AGUSTÍN: De la utilidad de creer, 1, 2.
(25) Idem, Conf., VII, 12, 18.
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estaban en lucha, que se explicaba por una mitología complica­
clísima (26).
En su acusado sincretismo, los maniqueos incluían las doc­
. trinas
de Jesús, aunque negaban la Encarnación, igual que las
demás sectas gnósticas.
Rechazaban también

al Dios de Israd,
creador del mundo, considerando al judaísmo como
la religión
del error, porque ha nacido de la materia tenebrosa, ·del mismo
modo que
la religión de Mani, que es la verdadera, e incluso las
otras, que abarca perfeccionándolas, son hijas de
la materia lu­
minosa. Por esto criticaban las faltas de los patriarcas y profe­ tas, desfigurándolas y, como explica San
Agustín, en

sus
Confe­
siones
(27), sin tener base sólida alguna.
A este aspecto de la doctrina maniquea no se le daba enton­
ces importancia. Sí que seguramente la tuvo para su aceptación el
hecho de que negaran la libertad humana y
la consiguiente res,
ponsabilidad.

Para el maniqueísmo el pecado procedía de la ma­
teria, porque el altna es buena y no puede pecar. La materia, que
es
intrínsecamente mala, es la

causa única del pecado,
no el
hom­
bre, ya que su voluntad
está. determinada

por ella, a través del
cuerpo. No siendo libre, el hombre no es responsable del mal
que hace. Por consigniente, el maniqueísmo, para San
Agustín,
representaba

la absolución de sus desórdenes morales.
La mitología maniquea,
.además del

materialismo y detertni­
nismo moral,
justificaba la

aversión y desdén por la naturaleza,
con sus leyes y fines, propia de todos los gnosticismos. Su hosti­
lidad y desprecio por el mundo, sólo e1q1licable por un extraño
odio a su Creador, les llevaba. a un ideal de perfección o «espi­
ritualidad» consistente en enfrentarse al orden puesto por Dios
en lo creado. Aceptarlo suponía una esclavitud. Por esto se de­
claraban enemigos de la propiedad, de la autoridad, del matri­ monio generador, de la milicia y de todo lo natural, con sus más
profundas aspiraciones, impresas. por el mismo Dios en su acción
(26) Cfr. G. BARDY: ManicMisme, en A. VAcANT. y E. MANGENOT:
Dictionnaire de Tbeologie Catholique, París, Librairie Letuozey et Ané,
1925, vol. XX, col. 1760-1763
(27)
SAN AGUSTÍN: Con/., III, 7, 13; V, 14, 24.
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LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
creadora. Su «espiritualidad», que era una invocaci~n a las in­
clinaciones

desviadas o desordenadas, por tanto, representaba
la
rebeldía de la voluntad humana contra las leyes establecidas por
Dios en la misma
naturaleza.
Terminados

sus estudios, San Agustín regres6 a Tagaste. Su
convencimiento y
· sus

grandes dotes de elocuencia hicieron que
se convirtieran al maniqueísmo Romaniano y varios amigos,
como Alipio y Honorato. Incluso quiso convencer a su madre. Santa M6nica, que soportaba su vida inmoral, no le toler6 el
error y sin vacilar lo ech6 de casa, y San Agustín tuvo que ir a
vivir en casa de Roma:niano.
No obstante, Santa M6nica estaba muy preocupada. Soñ6
una
noche que estaba de pie sobre un regla de madera, que se
ha interpretado como el símbolo de la «regla de fe», y vela
venir un joven muy alegre hacia ella, que le preg1mtaba
la causa
de sus
lágrimas. Al

saberlo, la tranquiliz6 diciéndole: «donde

estas, también está él». Ella se dio la :vuelta y vio efectivamente
a su
hijo en la misma regla. Al contárselo después, San Agustín
aprovechó la ocasión, como experto que éra en argumentar· so­
físticamente, pata indicarle que el sueño predecía que ella sería ·
también maniquea. Pero, en las Confesiones cuenta que: «al
punto, sin vacilaci6n alguna, me respondi6: "No me dijo: donde
él está,

allí estás
tú, sino donde tú estás, allí está él"» (28).
Incluso
Santa
M6nica pidi6

a su obispo que se entrevistara
con su hijo
pata que

le convenciera de la
falsedad de la secta.
A lo que se neg6, porque le cont6 que en su infancia la había
conocido a través de su madre, y que
él mismo

sin necesidad de
nadie había comprendido sus errores y la habla abandonado. Ade-
·
más,

revelando unas grandes dotes psicol6gicas,
añadió que
su
hijo: «estaba incapacitado para recibir ninguna enseñanza por
estar muy fiero con la noved.ad de la
here;,jía maniquea,

y por
haber puesto en apuros a muchos ignorantes con algunas cues­ tioncillas, como ella misma le había indicado». Pues, San Agus­
tín no

s6lo discutía con su madre de cuestiones religiosas, sino
(28) Ibld., III, 11, 19-20.
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con todos los cristianos que podía, venciéndoles y escarneciéndo­
les. Por ello,
el obispo le dijo: «Dejadle estar y rogad únicamen­
te por él al Señor; él mismo, leyendo los libros de ellos, descu­
brirá el error y conocerá su gran impiedad».
Este prudente consejo no le pareció suficiente y continuó in­
sistiendo. El obispo, al final
la despidió con estas palabras, que
después
se hicieron

célebres: «Vete en
paz, mujer; ¡así Dios te
dé vida!, que no es posible que perezca el
hijo de
tantas lágri­
mas». (29).
Lo que le animó a continuar rezando por él.
San
Agustín permaneció
dos años en Tagaste, enseñando gra­
mática. Allí, uno de su amigos, de familia cristiana, pero por su
in:ffuencia convertido al maniqueísmo, enfermó de gravedad. Sus
padres, con su consentimiento, le bautizaron. Al recuperarse, San
Agustín se burló del sacramento, . esperando que él hiciera lo mismo. Pero actuó la gracia del mismo, porque muy seriamente
le advirtió que
si quería continuar

su
amistad se
callara al ins­
tante. Empeoró al cabo
de· poco tiempo y murió. Todo este su­
ceso le impresionó muchísimo (30). Tanto que decidi6 marchar­ se a Cartago, donde podría olvidarlo y tendría más oportunida­
des para adquirir prestigio y dinero. En
la segunda estancia en esta ciudad, además de abrir una
escuela de retórica, continuó formándose. Leyó muchas obras·
fi­
losóficas, entre ellas Las categorlas, de Aristóteles, en la traduc­
ción de Mario Victotino, que le sirvieron para
confumar su
ma­
terialismo, porque creyó que los diez predicamentos, explicados
en su obra, se podían atribuir a Dios.
En Cartago también se acrecentó su vanidad. Por su antigua
afición al teatro, le gustaba participar en certámenes poéticos y
declamar poemas épicos o trágicos, e incluso algunos compuestos
por él mismo. Su afición artística se revela también en la obra
que escribió entonces, titulada
Lo hermoso y lo apto, sobre cues­
tiones estéticas, y que ya se
había perdido

cuando redactó las
Confesiones.
(29) Ibld., III, 12, 21.
(30) Ibld., IV, 4, 7-9.
818
Fundaci\363n Speiro

LA CONVBRSION DE SAN AGUSTIN
Dada su concepcióu determinista del hombre, no es extraño
que se aficionase en esta época a la astrología. Como dirá des­
pués San Agustin, estos mal llamados entonces «matemáticos»,
pensaban que: «de los cielos viene la necesidad de
pecar, y esto
lo
hizo Venus, Saturno o Marte, y todo para que el hombre, que
es carne
y sangre y soberbia podredumbre, quede sin culpa y sea
atribuida al criador y ordenador del cielo y las estrellas» (31).
Actitud escéptica. Su interés por la astrologia, que le convirtió en un gran ex­
perto, fue providencial, porque· le llevó a estudiar las obras de
los astrónomos griegos, dándose cuenta que sus observaciones
eran incompatibles con las explicaciones maniqueas. Según las
cuales
la materia luminosa enterrada en la tenebrosa se . salvaba
por
un procedimiento
físico y mecánico, constituido por el agua,
el aire, el fuego y un personaje divino, que la
hacian ascender
hasta

la luna, que iba creciendo hasta convertirse en luna llena
y, a continuación, en los últimos dias del mes, la iba cediendo al
sol, desde donde se reintegraba a la divinidad (32). Los maniqueos de Cartago no podían resolverle sus dudas
y
se limitaban a decirle que esperara la llegada. de uno de sus obis­
pos, Fausto de Milevio, famoso por sus
grandes conocimientos.
Cuando
pudo entrevistarse

con
él, empezaron las vacilaciones so­
bre el racionalismo y, veracidad del maniqueísmo, porque le con­
fesó que no sabia responderle a sus preguntas. San Agustin com­
prendió que su ciencia
sólo consisda

en una mayor elocuencia
que los demás. A pesar de que por el tiempo en que escribfa
sobre estos hechos, estaba refutándole en una extensa obra, Con­
tra Fausto el maniqueo, con una gran imparcialidad le hace jus­
ticia diciendo: «no era
él del número de aquella caterva de char­
latanes que
habla tenido

yo que sufrir, empeñados en enseñarme
(31) Ibid., IV, 3, 4.
(32) Idem: Contra Fausto el maniqueo, XX, 24; XX, 2. Cfr. A. Es­
CHER DI STEFANO: Il manicheismo in S. Agostino~ Padova, Cedam, 1960.
819
Fundaci\363n Speiro

EUDALDO FORMENT
tales cosas, para luego no decirme nada. Este, en cambio (. .. )
no era tan ignorante que ignorase su ignorancia» (33 ). Cuenta, también, que las entrevistas se convirtieron al
final en

explica­
ciones de San Agustín al obispo sobre doctrinas que manifesta­
ba desconocer
y que . escuchaba

con gran docilidad,
Jo que era
muy raro en un doctor maniqueo.
Aunque se había desilusionado del maniquísmo, San Agustín
no lo abandon6. Tenía proyectado trasladarse a Roma, y los ma­
niqueos, con su poder e influencia, podían ayudarle a triunfar.
Gracias precisamente a las recomendaciones de Fausto
podía esta­
blecerse

en Roma. Le interesaba muchísimo, principalmente por­
que le habían dicho que sus estudiantes
eran menos

indiscipli­
nados
y libertinos que los de Cartago, además podría conseguir
más fama y dinero. A este viaje se oponía rotundamente su ma­
dre, que le había seguido hasta. Cartago, porque
temía que
los
maniqueos ejercieran, lejos de ella, una
mayor influencia

sobre·
su hijo. Para realizarlo, San Agustín tuvo que mentida, pues
como explica
él mismo:

«hube de
engaliada, porqué
me retenía
por fuerza, obligándome o a desistir de mi prop6sito o a llevar­
la conmigo, por
lo que fingí tener que despedir a un amigo al
que no quería
abandonar· hasta
que, soplando el viento, se hi­
ciese a
la vela. Así engañé a mi madre, y a tal madre» (34), que
le estuvo esperando toda
fa noche, rezando en una iglesia del
puerto, hasta que
al día

siguiente advirti6
la traici6n y llor6 por
la marcha y la crueldad de su hijo.
Antes de empezar el
curso, en

septiembre del 383, lleg6 a
Roma
y se hosped6 en casa de un maniqueo. Después de sanar
del paludismo, enfermedad que era entonces frecuente en esta
ciudad, y
que le
hizo peligrar
su vida, pudo abrir una escuela de
ret6rica. Pronto se percat6,
al convivir más con ellos, del falso
ascetismo de los maniqueos
y de las falsificaciones que hadan de
los textos bíblicos para así poder replicarlos.
820
Todo ello coritribuy6 a aumentar su estado de incertidumbre
(33) Idem: Con/., V, 7, 12.
(34)
!bid., V, 8, 15.
Fundaci\363n Speiro

LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
e inseguridad. Sólo podía confiarse a su amigo Alipio, que esta­
ba estudiando derecho en Roma. Volvió entonces por donde ha­
bía empezado

su búsqueda de·
la verdad y leyó a Cicerón, esta vez
los Academica, que le orientó hacia un escepticismo como el de
los
acadénúcos, de
tipo probabilista, pensando que «los :filóso­
fos que llaman
aci!démicos habían sido

los más prudentes, por
tener como principio que se debe dudar de todas las cosas
y que ·
ninguna

verdad puede ser comprendida
por el hombre» (35).
Su escuela no le funcionó bien, porque los estudiantes eran
más indisciplinados que los de Cartago, tenían la costumbre de
irse en

bloque a otra escuela en
la fecha de pago. Se salvó. gra­
cias a los maniqufos, que le recomendaron a Aurelio Símaco,
que

buscaba un profesor de retórica para la cátedra oficial de
Mi­
lán. Símaco era el prefecto de la ciudad, su autoridad máxima
porque el
emperador Valentiniano
II, de trece afias de edad,
y
su

madre, Jusrina, estaban en Milán. Tuvo entre sus contemporá­
neos mucha fama como literato
y protegía a los artistas. Con­
tinuaba siendo pagano, aunque na molestaba a los cristianos, pero
en el fonda siempre que podía protegía a sus enemigas, como los
maniqueos. Hada muy
poca que había defendida delante de la
corte imperial la propuesta del Senado de restituir la estátuta de
la Victoria, que
había sido

retirada.
San Ambrosio,
el obispo de
Milán, le había replicado derrotándole por completo.
· Por

todos estos motivos,
y porque además sentía simpatía por
los
africanos, desde que había estado con ellos como prefecto,
Símaco . después

de oir a San
Agustín el
desarrollo del tema de
un discurso, que
le habla propuesto,

le envió a Milán.
I~fluettcÍa cristiana.
Al llegar a Milán, San Agustín visitó al obispo, seguramente
por consejo
de Símaco, pues San Ambrosio, po~ su prestigio,
era considerado

uno de los hombres
más poderosos
del imperio.
(35) Ibfd., V, 9, 19.
821
Fundaci\363n Speiro

IWDALDO FORMENT
Le recibi6 «paternalmente», ya que era muy cordial y afable.
pero no se preocupó por
él, y siempre rehuyó sus visitas, a pe­
sar de que San
. Agustín

tenía mucho interés en hablarle y des­
de el principio le tom6 mucho afecto (36). La actitud de San
Ambrosio hacia San Agustín fue siempre muy
· distante.

Incluso,
después
de. convertido

y cuando ya era obispo de Hipona, no
hizo
nunca ninguna referencia a ellas ni a su labor. Esta postura de frialdad de San A
J11brosio, que
después fue
proclamado al mismo tiempo que San Agustín Doctor de la Igle­
sia, junto con San Jerónimo y San Gregorio Magua, ha
extraña­
d,;
a

los biógrafos. Sin embargo,
se comprende
si se tiene en cuen­
ta que San Agustín era para él un profesor
filctranjero, lleno

de
pretensiones y muy orgulloso, maniqueo y astrólogo, con fama
de
t>ettdenciero y

discutidor, y para el colmo recomendado por
Símaco, enemigo suyo y
cabecilla de

los paganos.
No obstante, San Ambrosio, después de Santa Mónica, fue
la
persona que más contribuyó a su conversi6n. Porque aunque no
le hablara personalmente, San Agustín iba a oírle predicar cada domingo y siempre que enseñaba. Al principio s61o atendía a lo
que le
atra!a, la elegancia y erudición de sus sermones, después
fue advirtiendo que
habla sido
totalmente engafiado por los ma­
niqueos sobre la
Biblila y

fueron desapareciendo sus prejuicios y
admirando la humildad cristiana que, sin la soberbia del raciona­
lismo maniqueo, reconocía el misterio. Por esto San Agustín
ruzo
siempre

muchos elogios de San Ambrosio.
·
En

estos momentos San Agustín aún se
sent!a inclinado
ha­
cia la actitud escéptica, no estaba seguro de
la verdad

del cris­
tianismo; confiesa que «si por una parte
la católica no me pa­
recía vencida, todavía aún no me parecía vencedora». Sin embar­
go,
afiade, tom6

dos resoluciones. Por la primera: «dudando de
todas las cosas y fluctuando entre todas, según costumbre
de los
académicos,
~orno se

cree, determiné abandonar a los maniqueos,
juzgando que durante el tiempo de mi
duda no

debía permane­
cer en aquella
secta».. Por

la segunda, «determiné permanecer ca-
(36) Ibld., V, 13, 23.
822
Fundaci\363n Speiro

LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
tecúmeno en la Iglesia católica, que me habla sido recomendada
por mis padres, hasta tanto que brillase algo cierto a donde di­
rigir mis pasos» (37). Pudo referir estas dos decisiones a su madre, que había
lle­
gado

a
Milán con
su otro hijo Navigio. Tuvo una gran alegría,
no toda la que esperaba San
Agustín, porque

no le vio «en po­
sesión de la verdad, sino sólo alejado de la falsedad».
Le «res­
pondió con mucho sosiego
y con el corazón lleno de confianza,
que ella
creía en

Cristo que antes de salir de esta vida me
había
de

ver católico
fiel (

... ) redoblaba sus oraciones
y lágrimas para
que acelerases to auxilio
y esclerecieras mis tinieblas, y acudía con
más solicitad a la iglesia» (38). En·
Milán, San Agustín se encontraba rodeado de toda su
familia, excepto de su hermana, que
había quedado
en Tagaste,
de su amante
y su hijo, Adeodato, y de muchos amigos. Anti­
guos, como Alipino, Nebridio y Licencio, hijo de Romaniano,
que le habla enviado para que estodiase con
él, y después vino
también
él mismo. Otros nuevos,

entre ellos, los
filósofos Manlio
y Hermogeniano,

el gramático Verecundo, el astrónomo Hermi­
nio
y el gran poeta Zenobio. Lo que no era extraño, porque siem­
pre
hizo muchas y profundas amistades. También había conse­
gnido dinero, cierta fama e introducirse en la .alta sociedad de
Milán. Hasta se le había elegido para que pronunciara ante
toda·
la

corte el panegírico anual del emperador
y del general Flavio
Bautón. Sin embargo, no se sentia feliz.
El mismo

día que se
dirigía
al

palacio, para aclamarlos, acompañado de sus amigos
y dis­
cípulos, vieron a
un· mendigo

embriagado, que manifestaba
li­
bremente su alegría. San Agustín, que estaba intranquilo porque
tenía que mentir_ para contar unas glorias inexistentes, lo que
también sabía el público que le escucharía, les dijo: «lo que éste
(37) Ib/d., V, 14, 25.
(38)
lbid., VI, 1,1. San Ambrosio se fijó en la vida de piedad de
Santa Mónica y, como cuenta San Agustín, «de tal modo que ~do_ me
encontraba con él solía muchas veées prorrumpir en alabanzas · de ella, fe­
licitándome por tener tal madre» (Conf., VI, 2, 2).
823
Fundaci\363n Speiro

EUDALDO FORMENT
había conseguido con unas cuantas monedillas de limosna era
exactamente a lo que aspiraba yo por tan trabajosos caminos y
rodeos; es, a saber:
la alegría de una felicidad temporal. Cierto
que la de aquél no era alegría verdadera; pero la que yo bus­
caba con mis ambiciones era
allll mucho

más falsa» (39).
Creía que su infelicidad
· y

desasosiego quizá eran fruto de
que no era
lo suficientemente rico e importante, o porque no es­
taba casado; por ello, «sentía vivísimos deseos de honores, ri­
quezas y matrimonio».
Además, continúa

explicando que tam­
bién: «Instábaseme solícitamente a que tomase esposa. Ya ha­
bía hecho
la petición, ya se me había concedido la demanda, so­
bre todo siendo mi madre la que principalmente se movía en esto, esperando que
una vez

casado
sería regenerado por las
aguas
saludables del bautismo».
En efecto,

Santa Mónica, ayudada por
· sus

amigos, le había instigado a que se
casase, incluso
le
habla
buscado

su futura
esposa y
«habíase pedido ya la mano
. de
una
niña que aún le faltaban dos años para ser núbil, pero como era
del gusto,
había que ·esperar»-(40). Debía

tener, por consiguien­
te, ·unos veinte años menos que él.
A veces ha extrañado que Santa Mónica no le hiciera casar
con su amante, con quien llevaba más de catorce años y le había
dado un hijo, que ya
tenía trece. Se ha dicho que tal matrimonio
no era posible, porque ella era pobre
1 necesitaban una buena
dote para vivir todos. También que era de clase inferior, y que
no hubiera
sido_ bien

vista
por la

alta sociedad milanesa una boda
de este tipo. Y otros motivos parecidos. Es más, incluso como
dice San Agustín, le fue «arrancada de mi lado, como un im­
pedimento para el matrimonio» ( 41) porque, después de hablar
con su madre, se volvió sola a Africa. Sobre este suceso que parece ·tan extraño, también se ha
lle-
(39) Ibid., VI, 6, 9. Les dijo también que «él era mis feliz que yo,
no sólo porque rebosaba de alegría, en tanto que yo me ci:>nsumía de cui­
dados, sino también. porque él con buenos modos había adquirido· el vino
y yo buscaba la vanidad con mentiras» (Conf., VI, 6, 10).
(40) Ib!d., VI, 13, 23.
(41) Ibld., VI, 15, 25.
824
Fundaci\363n Speiro

LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
gado a decir que «es uno de los problemas de la vida de San Agustín que jamás podrán
ser descifrados»
(42); o que, «la úni­
ca razón de todo hay que buscarla en el plan divino, que le tenia
predestinado para ser su Doctor
y Obispo. Esto no quiere de­
cir que las miras de aquéllos, incluso la de su madre, fuesen en­
teramente espirituales y laudables, aunque
sí disculpables»
( 43 ).
Pero esto último no es posible, porque San
Agustín no

le acusó
de ninguna ·falta, a pesar de que sintió muchísimo la separación,
y se queja de que, aunque la sustituyó por otra amante milanesa, «no por eso sanaba aquella herida
mia que se había hecho

al
arrancarme de la primera mujer, sino que después de un ardor
y dolor agudísimo comenzaba a corromperse, doliendo tanto más
desesperadamente
cuanto. más
se iba enfriando» ( 44) y pasando
el tiempo. La
razón de

todo est.e hecho, que parece tan cruel e incom­
prensible,
podría ser

algo mucho más sencillo. Santa Mónica ha­
bía pensado

que si su hijo se casaba con una mujer cristiana,
ésta
podría ayudarle

a convertirse o, como dice San -Agustín en
el texto citado,
a-«regenerarse

por las aguas saludables del bau­
tismo».
Sabía por propia

experiencia lo que
podía una espo~a en
este
sentido, ya que había convertido a su difunto marido. Por
esto le busca
una buena

cristiana, aunque para el matrimonio hu­
biera de esperar dos años. Convence después a la amante de su hijo para que le aban­
done, porque
lo más seguro es que ésta estuviese muy enamora-.
da

de él y comprende que con ella a su lado se le
haría mucho
más

dificil hacerse cristiano y encontrar la felicidad y la paz que
buscaba desde hacía tantos años. Aceptó la separación definitiva
porque le
quería, sacrificándose

por él. Se podría
decir, en
este
sentido, que

era
una amante
digna de San
-Agustín. Sé advierte
(42) G. PAPINI: San Agustln, Madrid, Ediciones Fax, 1950, 6.• ed.,
pág. 76. Añade que: «las verdaderas , responsabilidades de este duro proce­
der serán para nosotros siempre un enigma», pág. 77).
(43) A. VEGA: Edición crítica y notas de las Confesiones, Madrid,
BAC, 1965, 6.· ed., notas 1, VI, n. 51, pág. 265.
(44) SAN AmJSTÍN: Con/., VI, 15, 25.
825
Fundaci\363n Speiro

EUDALDO FORMENT
este amor que le profesaba al explicar San Agustín que: «vuelta
al Africa, hizo voto de no conocer otro var6n, dejando en
mi
compafiía al hijo natural que yo habla tenido con ella».
Descubrimiento de lo espiriiual. '
No es exacto, tal como a menudo se .explica su vida, que
San Agustín antes de su vuelta al cristianismo pasara por las eta­
pas sucesivas del maniqueísmo, escepticismo y neoplatonismo. Es-.
ta.s doctrinas no las abandonaba totalmente al inclinarse por la
siguiente, sino que sonservaba de ellas muchos puntos,
de ma­
nera

que, en este sentido llegaron a
coeiitir. Así, aunque habla
dejado

el
maniqueísmo y
ya no tenía los prejuicios contra las Es­
crituras, conservaba

su materialismo. También se
habla conven­
cido

de la falsedad de la astrología, como
hacía mucho
tiempo
que le
hablan advertido

sus amigos, pero no le había desapare­
cido la concepción determinista implícita (45). Desde estos pre­
supuestos ttataba de resolver los probletnas de la
naturaleza de
Dios

y del origen del mal, heredados del maniqueísmo, pero con­
servaba su actitod escéptica. Estos problemas los pudo resolver gracias a otro amigo que,
por
detto, estaba

«hinchado con monsttoosfsima
soberbia» (
46 ),
que le dio a conocet las obras del neoplatónico Plotino
y de
otros seguidores de Plat6n, el filósofo que había
descubierto la
realidad

inmaterial e
inteligible, y

que estaban traducidas del
griego por M. Victorino. Su lectura
provocó lo que podría llamarse la seguntla con­
versi6n de San Agustín; esta
vez no
hacia la búsqueda de la ver­
dad, sino hacia el
espirito. Su

descubrimiento le produjo una im­
presi6n estraordinaria. En
Contra los académicos la recuerda de
este modo:
« Y he aquí que unos libros ( ... ) esparcieron sobre
nosotros los perfumes de
la Arabia y, destilando unas poquísimas
gotas de

su esencia sobre aquella llamita, me abrasaron con un
(45) Cfr. M. F. Sc1ACCA: San Agust/n, Barcelona, Edit. Mitacle, 1955,
pág. 50.
(46)
SAN AGUSTÍN: Conf., VI, 9, 13.
826
Fundaci\363n Speiro

LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
incendió increíble, ¡oh, Romaniano!, pero verdaderamente increí­
ble, y más de
lo que tú piensas, y auu .añadiré que más de lo que
podía sospechar yo mismo» (47). Pudo liberarse del materialis,
mo

y, como explica en
las Confesiones, «amonestado por estos
libros a volver a
mí mismo, entré en mi interior ( ... ). Entré y
vi
con el ojo de mi alma, comoquiera que
él fuese,
sobre el mis­
mo ojo de mi
alma, sobre mi mente, una luz inconmutable» ( 48),
que le permitió entender la naturaleza
del espíritu y, por tanto,
también
la de Dios.
Pudo también comprender que en el
problema del
mal hay
que desplazar la cuesrión de su origen al de su naturaleza y que
ésta consiste en privación o defecto de bien. Al mismo tiempo
entendió «lo que había oído de que
el libre albedrío de la vo­
luntad es la causa
del mal que hacemos» ( 49). Y, como dice Juan
Pablo II, «éste fue su descubrimiento decisivo» (50), que le
li­
beró del determinismo y, como dice San Agustín, darse cuenta de que «yo era, el que quería, yo, el que no quería, yo era»
(51).
Con

el neoplatonismo había podido librarse de estos tres erro­
res, pero conservaba el de la soberbia, que aún se le había acre­
centado por la de sus filósofos, de manera que ahora que había
descubierto la verdad, declara
que «me

hinchaba con la cien­
cia» (52). Igual que después de su primera conversión, acudió
a las Escrituras. Pues
explica que:

«miré como de paso aquella
religión que, siendo niño, me.
había sido

profundamente impresa
en mi ánimo y, si bien inconscientemente, me sentía arrebatado
hacia ella. Así, titubeando, con prisa y ansiedad, cogí el libro
del apóstol San Pablo». Con su lectura, añade, «se me
mostró
radiante

el semblante de
la filosofía» (53) que, como se explica
( 47) Idem: Contra los académicos, II, 2, 5.
(48) Idem:
Conf. VII, 10, 16.
( 49) Ibld., VII, 3, 5.
(50) JuAN PABLO II: <;:arta,eplstola Augustinum hipponensem, I.
(51) SAN AGUSTÚI: Conf., VIII, 10, 22.
(52) Ibíd., VII, 20, 26.
(.53) Idem: Contra los académicOs, II, 2, 5. En Las Confesiones lo narra
así. «cogÍ
aVidísimamente las

venerables Escrituras de
tu Es:Pfritu y, con -
preferencia a todos, al ap6srol Pablo» (Con/., VII, 21, 27).
827
Fundaci\363n Speiro

EUDALDO FORMENT
en la encíclica del Papa, «eta la filosofía de Pablo, que tiene por
centro a Cristo, "poder y sabiduría de Dios" (I
Cor 1,24 ), y que
tiene otros centros: la
fe, la humildad, la gracia; la "filosofía",
que es, al mismo tiempo, sabiduría y gracia en virtud de la cual
se hace posible no s61o conocer la patria, sino también llegar a
ella» (54). Ahora no rechaz6 la Biblia como
la vez anterior. Se había cu­
rado de su soberbia gracias a San Pablo, que le había enseñado
la humildad y
el camino de la verdad, Cristo. Por esto dice que:
«ya había hallado yo, finalmente,
la margarita preciosa que debía
comprar con la venta de todo lo que
tenía. Pero
vacilaba» (55).
Se había convertido intelectualmente al cristianism_o, pero le fal­
taba lo que se ha llamado la «conversi6n moral». Las dudas que le
impedían ser

verdaderamente
cristiruio no
eran

sobre la
fe, que ya había recuperado, sino sobre la decisión
de ponerla en la
práct.\ca. Titubeaba
ante la determinaci6n de vi­
vir la verdad que ya había encontrado, porque se sentía atado
por
la fama, los honores, el dinero y especialmente la lujuria.
· Cuenta

que: «poseía mi querer el enemigo, y de él había hecho
una cadena con la que me
tenía aprisionado.

Porque de la vo­
luntad
-perversa

nace la lujuria, y de la lujuria obedecida proce­
de la costumbre, y de la costumbre no contradecida proviene
la
necesidad; y con estos a modo de anillos enlazados entre sí
-por lo que antes llamé cadena- me tenía aherrojado en dura esclavitud»
(56 ).
Cierto que el cristianismo no le prohibía acceder a un ·bri­
llante cargo, bien remunerado, que podía conseguir fácilmente,
dada su posición actual, y tener una esposa· legítima y que, ade­
más, fuese ya cristiana, como era su prometida. Sin embargo, se
sentía llamado a una consagraci6n total a Dios. No hacía mu­
cho, antes
dé leer
a los neoplat6nicos, que había proyectado con
sus amigos apartarse de todo para dedicarse con tranquilidad y
exclusivamente al estudio de la sabiduría, constituyendo una es-
(54) JUAN ·PABLO II: Carta-epístola Augustinum hipponensem, I.
(55) SAN AGUSTÍN: Con/., VIII, 1, 2.
(56)
Ibid., VIII, 5, 10.
828
Fundaci\363n Speiro

LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
pecie de cenobio laico (5v). El tener, para ello, que renunciar a
sus mujeres les había hecho desistir., Ahora, en su interior, lu­
chaban de una forma dramática esta aspiración íntima y profunda
y los hábitos que había adquirido, sobre
todo el de necesitar una
mujer. Esta tensi6n interior le
impedía decidirse
a dar
el últi­
mo paso.
Ejemplos cristianos.
Para solucionar este conflicto interior, San Agustín no fue a
buscar ayuda a la filosofía, que le había sido útil para la com­ prensi6n de
la verdad, pero no para guiarle en la vida y darle
las fuerzas necesarias; ni tampoco acudi6 a sus amigos, quizás
con los mismos problemas; sino que acudi6 a un sacerdote santo
y piadoso, que en su situación es lo que
debía hacer,

Escuchan­
do sus oraciones y súplicas de Santa Mónica, Dios debió inspi­
rarle que
visitara al

sacedote Simpliciano para confesarse o, como
dice San Agustín, para, «narrarle todos los pasos de mis erro­
res» (58).
Después
de escucharle y saber que había leído a los neo­
platónicos, explica San Agustín que, «para exhortarle a
la hu­
mildad de Cristo», le contó
la conversión al cristianismo del fa­
moso
Mario Victorino, porque él había sido su testigo confiden­
cial. Era también un africano, profesor de ret6rica, experto
en
filosofía

neoplat6nica y muy soberbio y vanidoso, aunque mucho
más famoso entonces que San Aw,stín. Se le había, incluso, eri­
gido estatua en Roma, cuando sólo se hacía a los emperadores o
a los grandes generales. Había escrito muchas obras de materias
diferentes, pero en todas ellas
aprovechaba para

atacar al cris­
tianismo, mofándose

sobre todo de
la resurrección de Cristo y de
la virginidad de la Santísima Virgen. Para precisamente escame­
cerio mejor leyó detenidamente la Biblia. Actuó por ella la
gra­
cia de Dios y se convirtió a sus cincuenta años;
(57) !bid,, VI, 14, 24.
(58) Ib/J,, VIII, 2, 3.
829
Fundaci\363n Speiro

E.UDAWO FORMENT
De una manera parecida a San Agustín su paso al cristianis­
mo
sólo fue entonces. intelectual. A Mario Victorino le impedía
la conversión plena la vergüenza. Otra vez la palabra de Dios le
ayudó, porque en San Lucas leyó lo que
habla dicho
Cristo: «El
que me negare delante de
· los

hombres será negado:
ante los án­
geles de Dios» (59) y pidió el bautismo. Durante la ceremonia;
«cuando llegó
la hora de hacer la profesión de fe, que en Roma
suele hacerse por
.los que

van a recibir
tu gracia en presencia del
pueblo
fiel (

... ) ofrecieron los sacedotes a Victorino, decía Sim­
pliciano, que la recitase en secreto ( ... ) mas él
prefirió confe­
sar

su salud en presencia de la multitud santa» (60), diciendo
que si
había sido

pública la proclamación de sus errores, mucho
más
debía serlo la verdad. Desde entonces se dedicó en sus obras
a exponer
y defender al cristianismo.
El relato de Simpliciano de la conversión de Mario Victori­
no
le produjo

una enorme impresión: «le
había encendido
en
. enormes

deseos de
imiiarle» (
61), pero le faltaban las fuerzas
para romper con sus viejas
tendencias y, además, tenía

miedo
de dejarlas, como él mismo dke:
«temía verme libre

de todos
aquellos impedimentos» (62). Al cabo de pocos
días recibió

a un
funcionario
de palacio, Ponticiano. Casualinente vio eocima de
una mesita de
la sala el libro de las epístolas de San Pablo, que
junto con otros de
nec;,platónicos, continuaba
leyendo San Agus­
tín. Como

era cristiano, al darse cuenta del
interés de
San Agus­
tín por

las
cartas del apóstol, le contó. la vida de San Anto-­
nio

(251-356).
Supo entonces San Agustín
·que este

anacoreta, padre del mo­
naquismo; había sido un églpcio, hijo de una familia muy rica,
qué a

los veinte
- alías, al

quedar
huérfano, repartió
todas sus
ri­
quezas a los pobres y se retiró solo al desierto para hacer peni­
tencia. Allí tuvo que sufrir téntaciones lufuriosas que no le han­
donaban nunca, rii de día ni de noche. También le refirió Ponti-
830
(59) Le. 12, 9.
(60) SAN AGUSTÍN: Conf., VIII, 2, 5.
(61) Ibíd., VIII, 5, 10.
(62)
Ib/d., VIII, 5, 11.
Fundaci\363n Speiro

LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
ciano que el ejemplo de San Antonio y de otros monjes orienta­
les se estaba también difundiendo por Occidente.
Allí mismo, en
Milán, a las afueras, se había fundado un monasterio bajo la di­
rección del obispo. Asimismo le contó que
éJ·había sido
testigo
de
cómo dos

compañeros suyos, en Tréveris, habían
abrazado
esta

vida, al encontrar paseando por los alrededores de la dudad
unos ermitaños, que les dejaron la
Vida de Antonio, que había
sido escrita por el obispo de Alejandría, San Atanasio. Después
de leerla los dos lo dejaron todo, sus altos cargos, la amistad del
emperador y a sus prometidas, para ser monjes.
El efecto de la narración de
Ia vida de San Antonio y de sus
seguidores hizo

que San
Agustín se . «viese

cuán feo era,
cuán de­
forme y sucio, manchado y ulceroso» (
6J ).

Se comparaba con
estos hombres que, aunque no la cultura, tenían en común con
él las tentaciones de
la soberbia y de la lujuria, pero que se ha­
bían entregado a Dios y las habían vencido, y se «odiaba» a

mismo

(64).
Y a hacía doce años que se había propuesto buscar
Ia ver­
dad, ahora
la había encontrado, pero tenía miedo de dejar sus
pasiones,
como explica que
había serttido mucho

antes.
«Mas
yo, joven miserable, sumamente miserable, había llegado a pe­
dirte en los
comienzos de la misma adoÍescencia la castidad di­
ciéndote: "Dame la castidad
y continencia, pero no ahora", pues
temía que me escucharas pronto y me sanaras presto
de la en­
fermedad
de mi concupiscencia, que entonces más quería yo sa­
ciar que extinguir» (65).
En su interior se libraba un combate que no era, en este mo-
(63) !bid., VIII, 7, 16.
(64). Ibid., VIII, 7, 17. Aún desp_ués de convertido, cuando tiene cer­
ca de cincuenta años, no le habían desaparecido las tentaciones lujuriosas,
pues confiesa San
Agustín que: «aún viven en mi memoria, ( ... ) las imá­
genes de tales cosas, que mi costumbre fij6 en ella, y me salen al eneuentro
cuando estoy despierto, apenas ya sin fuerms; pero en sueños llegan no
s6lo a
la delectadón, sino también al consentimiento y a ufia acción en
todo semejante a la real» (Can/., X, 30, 42).
(65) Ibíd., VIII, 7, 17.
831
Fundaci\363n Speiro

EUDALDQ FORMENT
mento, entre la fe y la duda, que ya había sufrido y vencido, ya
creía en lo que dedan los cristianos,_ :desde su conversión inte~
lectual. Su lucha era entre el deseo de entregarse totalmente al
amor de Dios y
el miedo y la pena por renunciar a sus pasiones.
El ejemplo de San Antonio, confiesa San
Agustín, «me carcomía
interiormente

y me confundía vehementemente con un pudor ho­
rrible». Sin embargo, a pesar de la
gran vergüenza

que sentía en
lo más profundo de su
alma, persistía igualmente su

temor, que
era idéntico al de la muerte, pues «ella
· se

resistía. Rehusaba
aquello, pero no alegaba .excusa alguna, estando ya agotados
y
rebatidos todos los argumentos. Sólo quedaba en ella un mudo
temblor
y temía, a par de muerte, ser apartada de la corriente
de
la costumpre, con la que se consumía normalmente» ( 66).
La conversión,
Una vez se hubo marchado Ponticiano, sufriendo esta «gran
contienda

interior» se dirigió muy alterado hacia Alipio excla­
mando: «¿Qué es lo que
nos pasa? ¿Qué es

esto que has oído?
Levántense los indoctos y arrebatan el cielo y,
nosotros, con

todo
nuestro
saber, faltos

de
corazón, ·ved
que nos revolcamos en la
carne y en la sangre.
¿./\caso nos

da vergüenza seguirles por ha­
bernos precedido y no nos la da siquiera el no
seguirles?».
Su

amigo no le respondía, estaba asombrado no tanro por
esto que decía sino porque, explica San
Agustín, «no

hablaba
yo como de ordinario, y mucho más que las palabras que pro­
fería declaraban el estado de mi
alma. la

frente, las mejillas, los
ojos,
el color y el tono de la voz» (67). Sin esperar ninguna res­
puesta, San Agustín fue al fondo del huerto, que
tenía la
casa,
y Alipino le siguió. Estaba indignado contra sí mismo y, aun­ que se sentaron no se calmó», su enfado, al contrario, continúa
recordando San
Agustín, «hice

muchísimas cosas con
el cuer-
(66) Ibid., VIII, 7, 18.
(67) Ibid., VIII, 8, 19.
832
Fundaci\363n Speiro

LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
po ( ... ) sí m~sé los cabellos, sí golpeé la frente, sí enttalezados
los
dedos, oprimí
las rodillas, lo hice porque quise» (68).
Se acusaba a sí mismo, atormentándose, de no tener el su­
ficiente valor para romper con sus pasiones. Unas veces se le
hacían presentes y
_se preguntaba:

«¿Qué? ¿Piensas tú que po­
drás vivir sin estas cosas?»; Otras, pensaba en el ejemplo de los
cristanos y se decía: « No podrás tú lo que éstos y éstas?» (69).
Iba aumentado así su temor y su vergüenza.
Añade San

Agustín que, encontrándose en esta terrible con­
tienda interior, «apenas una alta consideración sacó del profun­
do de
su· secreto

y amontonó toda
mi. miseria
a la vista de mi
corazón, estalló

en mi alma una tormenta enorme, que encerraba
en
sí copiosa

lluvia de lágrimas». Para desahogarse se levantó,
alejándose de su amigo, «quedándose él en el
lugar en

que está­
bamos sentados sumamente estupefacto; mas yo,
tirándome de­
bajo

de una higuera, no sé cómo solté rienda a las lágrimas».
Sollozando, arrepentido de todas
. las

miserias que había encon­
trado al examinarse interiormente, pedía humildemente el per­
dón a Dios. «Aunque no con estas palabras, pero sí con el mis­
mo sentido;_te dije muchas cosas como estas: ¡Y tú, Señor, hasta
cuándo, Señor, has de estar irritado! No quieras más acordarte
de nuestras iniquidades antiguas».
Sin embargo, no tomaba ninguna determinación. Continuaba
vacilante, porque, a pesar de arrepentirse de todas sus faltas,
y
sintiendo un amargo dolor en su corazón por haber ofendido a
Dios, cuenta que «sentíame aún cautivo de ellas
y lanzaba ve-'
ces

lastimeras: hasta cuándo, hasta cuándo, ¡mañana!, ¡maña­
na! ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no poner
fin a mis torpezas en
est.a misma

hora?» (70).
Continúa explicando San Agustín en las
Confesiones, es­
critas

unos doce años después, que en aquel atardecer del vera­
no de hace
mil seiscientos años, mientras se encontraba en aquel
estado, llorando bajo la higuera de su huerto,
«he aquí
que oigo
(68) Ibld., VIII, S, 20.
(69)
Ibld., VIII, 11, 26, 27.
(70) Ibld., VIII, 12, 28.
833
Fundaci\363n Speiro

EUDAWO FORMBNT
de la casa vecina una voz, como de niño o niña, q{i_e decía can­
t.ando y repetía muchas veces: «Toma y lee, toma y lee». De
repente, cambiando de semblante, me puse con toda la atención
a considerar
si por ventura había alguna especie de juego en que
los niños soliesen cantar
algo parecido,

pero no recordaba ha­
ber oído
jamás cosa

semejante». Tampoco se ha podido descu­
brir, en los juegos infantiles de la época alguno que tuviera re­
lación con estas
palabras. Afíade que

la tomó como un manda­
to divino: «y, así, reprimiendo el ímpetu
de las lágrimas, me le­
vanté
· intefPretando esto

como una orden divina de que abriese
el
códice y

leyese el primer capítulo que hallase» (71 ).
Habla recordado que Ponticiano le acababa de explicar que
San Antonio, un
día al entrar casualmente en una iglesia, oyó
estas palabras
del evangelio de San Mateo, que se estaba leyen­
do en aquel momento: «Vete, vende todas las cosas que tienes,
dalas a los pobres y tendrás un
tesoro en
los cielos y, después,
ven y sígueme» (72). Al instante había cambiado toda su vida.
Por ello, corriendo
San. Agustín

volvió al lugar donde aún per­
manecía Alipio sentado y, obedeciendo la
voz infantil,

tomó el
libro de San Pablo que había quedado
a!H, lo abrió al azar y
leyó: «No en comilonas y embriagueces, no en lechos y en li­
viandades, no en contiendas y emulaciones, sino revistíos de
nuestro Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne para satisfacer
sus concupiscencias» (73 ). Estas palabras, halladas de esta manera
misteriosa, que tan
bien

se
adaptaban a
su caso, sirvieron para que se decidiera a vi­
vir cristianamente del modo a que aspiraba interiormente, entre­
gándose de una manera total
y, por tanto, para que se convirtie­
ra moralmente. Hicieron que terminara su dramática lucha inte­
rior, con sus vacilaciones y temores, pues; romo explica seguida­
mente San Agustín, «no quise leer más, ni era necesario tampo­
co, pues al
¡,unte> que

di fin
a la sentencia, como si se hubiera
infiltrado en mi corazón una
luz de
seguridad, se disiparon todas
(71) Ibld., VIII, 12, 29.
(72) Mt. 19, 21.
(73)
Rom. 13, 13.
834
Fundaci\363n Speiro

LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
las tinieblas de mis dudas» (74). Debió comprender que, para
vencer sus pasiones, su voluntad necesitaba
la acción de la gra­
cia de Dios, que Jesucristo ha
merecido para la humanidad caí­
da;

por ello, en este pasaje se dice que·hay que «revestirse» de
Jesucristo.
Refiere, a continuación, que «entonces, puesto el dedo o no
sé qué otra cosa de registro, cerré el códice y, con el rostro ya
tranquilo, se lo
indiqué a
Alipio ( ... ), pidió ver lo que había
leído; se lo mostré, y puso atención en lo que seguía a aquello que yo
había leído

y yo no con ocia.
Seguía así:
"Recibid
al dé­
bil en
la fe", lo cual se aplicó a sí mismo y me lo comunicó».
Quiso así seguirle en su conversación
y ayudarle, como decían
esfas palabras de San Pablo, igual que lo había hecho en sus
errores.
También cuenta San Agustín que fueron a contarle su deter­
minación a su
madre. «Después
entramos a ver a
la madre, in­
dicándoselo, y llenóse de gozo; contámosle
el modo cómo había
sucedido, y saltaba de alegría y cantaba victoria, por lo cual te
bendecía a

ti "que
eres poderoso
para darnos más
de lo que te
pedimos o entendemos"
(Eph. 9,20), porque veía que le hablas
concedido,

respecto de
mi, mucho más de lo que constantemente
te pedía con gemidos y lágrimas. Porque de tal modo me con­
vertiste a ti
que.Y• no
apetecía esposa
tú abrigaba esperanza al­
guna de este mundo, estando ya en aquella regla de fe sobre la
que hacía tantos años me habías mostrado a ella» (75).
La vida nueva~
En este largo y gradual proceso de conversión, San Agustín
había experimentado
lo que se llama el «problema del hombre»
o, como le denominaba en las
Confesiones, la «gran interroga­
ción» (76). El hombré se presenta como problemático porque,
(74) SAN AGUSTÍN: Conf., VIII, 12, 29.
(75) Ibld., VIII, 12, 29.
(76) Ibld., IV, 4, 9.
835
Fundaci\363n Speiro

EUDALDO FORMENT
como dice Juan Pablo II en esta endclica, «son demasiado nu­
metosos los 'enigmas que lo rodean: el enigma de la muerte, de
la división profunda que
sufre en sí mismo, del desequilibrio irre­
!parable entre lo que es y lo que desea; enigmas que se reducen al fundamental, que consiste en su grandeza y en su incompara­
ble tniseria_». En las palabras de San Pablo, «revestíos de Jesucristo», que
contribuyeton decisivamente en su conversión,
San Agustín supo
encontrar la redención del hombre. De manera que, como afia­
de el Papa, durante el resto de su vida, ante el problema del
hombre,
«por lo

que se
refiere a soluciones, no encuentran más
que una, la misma que se
le presentó en la vigilia de su con­
versión: Cristo,

Redentor del hombre»
(77). 1'om6 conciencia
entonces
de la necesidad de
su gracia,

tal como indica explícita­
mente el mismo San
Agustín al

declarar que «buscaba yo el
me­
dio

de adquirir la fortaleza que me hiciesé id6neo para gozarte;
ni había de hallarla sino abrazándome con el "Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que es sobre todas
las cosas bendito por los siglos"
(1 Tim 1,5), el cual clama y
dice: "Yo soy el
'camino, la verdad y la vida" (lo 1,14)» (78).
En su tnisma conversión había sentido la fuerza de la gracia
de Dios porque, como dirá
más tarde: «¿'I'e proporcionaste
para
ti, ¡oh hombre!, el merecitniento de la misericordia de Dios por
haberte
convettido a él? ( ... ) ¿Cómo hubietas podido· convertir,
te
sino hubieras sido llamado?
¿ Por
ventura aquel que te
lla­
mó apartado, no te ayudó para convettirte? No te arrogues la
misma convetsión porque, si
. no
te hubiese llamado
él a ti que
bulas, no

hubietas podido
con;ertirte (

... ). No nos convettimos
a ti como si 1o hiciésemos espontáneamente por .nosotros sin
tu misericrdia, y después tú nos vivificas, sino que ( ... ) no sólo
se debe
a ti nuestra vivificación, sino la misma conversión para
ser vivificados» (79).
(77) JuAN PABLO II: Cárta-epístola Augustinum hipponensem, II, 2 ..
(78) SAN AousTÍN: Con/., VII, 18, 24.
(79) Idem:
Nnarraciones sobre los Sa/,mas, 84, 4.
836
Fundaci\363n Speiro

LA CONVERSION DE SAN AGUSTIN
Al no resistirse a la gracia de 1a conversióJ:1 y dar este paso
comprobó que no representaba ninguna renuncia, por la que
tanto. miedo había_ sentido, sino que, po~ el contrario, era una
liberación y un enriquecimiento.· Por esto, después de narrar
la conocida y denominada «escena del jardín»
y de referirse a
Jesucristo llamándole «ayudador mío y redentor mío», explica que
«libre estaba

ya mi alma de los devoradores cuidados
del
ambicionar,

adquirir y revolcarse en el cieno de los placeres
y
rascarse la sama de su apetitos carnales, y hablaba mucho ante ti,
mi claridad,
mi riqueza, mi salud, ¡oh .Dios y Señor mío!» (80).
A partir de esta profunda transformación espiritual, San
Agustín
comenzó una

vida .nueva. Después de terminar el curso
escolar renunció a su cátedra de
Milán y se retiró con su madre
y algunos amigos a Casicíaco, cerca. de los Alpes, para descan­
sar y conocer
mejor la
Biblia, escribiendo sus primeras .obras.
Regresaron a
Milán en los primeros días de marzo para preparar­
se para
el bautismo, que recibió junto con su hijo y su amigo
Alipio, la noche del Sábado Santo, el 23-24 de abril del año 387. San Ambrosio les administró también la confirmación y
la
primera comunión.
Decidió volver a Tagaste a fundar un monasterio, pero mien­
tras esperaban la nave en el puerto de Ostia
m,.;rió su
madre a
los cincuenta y seis años de edad. Unos
quiJ:lce días antes

le ha­
bía dicho:

«Hijo,
por lo
que a mí toca, nada me deleita ya en
esta vida. No ,sé ya qué hago en ella ni por qué
· estoy aquí,
muerta

a toda esperanza del siglo. Una sola cosa había por la
que deseaba

detenerme un poco en esta vida, y era verte cris­
tiano católico antes de morir. Superabundantemente me. ha con­
cedido .esto
mi Dios, puesto que, despreciada la felicicliid terre­
na
te veo siervo suyo. ¿Qué hago, pues,
aquí?» (81).
Sus
últi­
mas palabras fueron: «Enterrad este cuerpo en cualquier parte,
ni os preocupe más su cuidado: solamente os ruego que os acor­
déis de
mí ante

al altar del Señor doquiera que os bailareis» (82),
(80) Idetn: Con/., IX, !, l.
(81) Ibld., IX, 10, 26.
(82) Ibfd., IX, 11, 27. 837
Fundaci\363n Speiro

EUDALDO FORMENT
potque veía la preocupación de los suyos por morir lejos de su
patria y no poder ser enterrada junto a su esposo.
Después de una estancia de unos meses en Roma para es­
tudiar y conocer
1a vida monástica y vuelto a Tagaste funda el
primer monasterio agustiniano; A los tres años, en el 391, fue
ordenado presbítero por
el obispo de Hipona, aunque él no as­
piraba al sacerdocio.
Allí fundó otro monasterio, de donde sa­
lieron muchos sacerdotes y obispos. A los dos años su amigo
Alipio fue nombrado obispo de Tagaste
y él sucedió al obispo
de Hipona a los cinco, en
el año 398, sin abandonar, no obs­
tante, su ideal monacal.
En toda su labor y sus
_obras, como

dice el Papa, «tuvo dos
coordenadas:
una mayor comprensión de la fe católica y su de,
fensa

contra quienes la
negaba11» (83),

como
el maniqueísmo, el
donatismo, el pelagianismo, por cuyas. controversiás mereció el
título honorífico de «Doctor de
la gracia», y el arrianismo. Es­
cribió cerca de cien obras, además de muchos sermones y lar­
gas y numerosas cartas, que le hacen uno de los más importantes
teólogos de la Iglesia y uno de los más grandes filósofos cristia­
nos.
En todas ellas se revela «su gran trinomio: verdad, amor y
libertad, tres bienes supremos que se dan
juntos,; (84), que le
apasionaron y le estimularon en su estudio.
Se puede compendiar toda su nueva vida con estas palabras
de Juan Pablo
II: «Fue un hombre de oración; es más, se po­
dría decir: un hombre hecho de oración» (8.5). Por esto, ya mo­
ribundo
y habiéndole prohibido los médicos la lectura de li­
bros, cuenta San Posidio, amigo suyo y-su primer biógrafo,
que
hizo que

le escribieran
en grandes hojas los salmos de Da­
vid y q11e los colgaran en la pared delante de su lecho, para así
rezarlos continuamente

(
86 ), y así murió, a los _setenta y seis
años de edad, el
28 de agosto del 430.
(83) JUAN PABLO Ü: Carta apostólica Augustfnum hippon~nse,;,, II.
(84) Ib/d., IV, cfr. II, 4.
(85) Ibid., II, 5.
(86) Cfr. Posmrn: «Vida de San Agust!n», XXXI, en Obras de San
Águst/n, Madrid, BAC, 1946 vol. ,I, págs. 340413, pág. 409.
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