Índice de contenidos
Número 257-258
Serie XXVI
- Textos Pontificios
- Noticias
- Estudios
- In memoriam
- Actas
- Información bibliográfica
- Crónicas
Autores
1987
La primera edad del cristianismo
LA PRIMERA EDAD DEL CRISTIANISMO
POR
THOMAS MOLNAR.
Mi hilo conductor en lo que sigue será, ante todo, la recien
te obra (1986) del historiador británico Robin Lane Fox:
Pa
gans and Christians.
Se trata de 800 páginas de amplio formato
a través de las cuales el autor ha pretendido redactar la versi6n
definitiva del período más importante entre las persecuciones de
mitad del siglo segundo
y el fin del cuarto, precisamente antes
de
la subida de Constantino al trono imperial. Las últimas pá
ginas (un centenar) se ocupan de la grande,
y sin embargo enig
mática, figura del emperador que el autor trata de discenir, aun
que sin gran éxito.
Auténtico trabajo de notable y meticulosa erudición, este
libro del profesor Fox yuxtapone dos sociedades: la pagana
y la
-.cristiana, apoyándose en su identidad más que
en sus
diferencias,
que es la tesis de la
Lettre a Diognete, fechada, sin embargo,
por
el profesor Marrou hacia la misma época en que se inicia
Pagans and Christians. Adoptamos, por, consiguiente, los argu
mentos
y los datos. del profesor británico que nos presenta una
impresi6n unitaria de la sociedad romana en la
época de Marco
Aurelio, Impresi6n
menos dramática que la que trata de crear
en el lector otro gran erudito inglés, Samuel Dill, quien en su
libro sobre la sociedad romana entre Nerón
y Marco Aurelio,
registra las últimas reacciones del paganismo antiguo
y su trán
sito a un henoteísmo lejano todavía del monoteísmo cristiano,
pero propicio a su acogida. El libro de S. Dill data de 1925; se
sobreentiende, por ello mismo, que su joven compatriota R.
L.
Fox se beneficia de una distinta visión histórica sesenta afios
839
Fundaci\363n Speiro
THOMAS MOLNAR
más tarde. Veremos que estos seis decenios rto aprovechan ne
cesariamente a la visión cristiana de la historia del segundo siglo.
Según M. Fox la imagen que
ofrece el cristianismo en sus
comienzos ( los tres primeros siglos) es más bien anárquica, has ta
el. extremo de preguntarnos cómo la unidad de inspiración y
de organización pudo subsistir. La cuéstión es tanto más im
portante cuanto que numerosos eruditos (entre los cuales E.
Buonaiuty y muchos de nuestros contemporáneos a la moda) sos
tienen que los primeros cristianos, y aun los que les siguen du
rante mucho tiempo, creían la inminente parusía, es decir, la
segunda venida de Cristo. Bajo esta perspectiva, hablar de una
organización eclesiástica duradera sería un anacronismo; si or
ganización hubo, sobre todo desde el comienzo, es que -dicen
estos
críticos- los obispos usurparon una autoridad que Jesús
nunca pensó otorgarles. Lo_ que ll9" impide que, incluso si exis
tían ya comunidades «de base» que pretendían distanciarse de
las estructuras eclesiásticas en la espera del
fin del
mundo pro
fano, sobre todo del romano, no pudieran constituir más que
grupos dispersos
y minoritarios. La mayoría de los cristianos
nos aparece en las iglesias locales, y pronto sobre toda
la exten
sión del imperio. Tales grupos eran, por lo demás, muy desigua
.les en
número de fieles y en su situación geográfica.
Las mayo
res concentraciones s~ encontraron casi desde el principio ·en d
oeste del Asia Menor (Efeso, etc.) y en Africa del Norte, espe
ciiumente en
torno al centro que fue Cartago. Italia, capital del
emperador y de su administración, erá menos densa en comuni
dades de fieles.
¿Cómo se
gobernaban éstos?
Merced, ante todo, a los obis
pos y a lo que el profesor Fox llama
el «estilo episcopal». Siem
pre según él,
el obispo de los primeros siglos gozaba de un sta
tus sui generis.
Se esperaba de él que supliese a los notables
paganos de las localidades que
tenían la costumbre y la tarea de
d~tar a éstas -·con su :munificencia: acueductos, circos, templos,
distribución de dinero y alimentos. Se sobreentierule que estos
deberes no podían entrar en las funciones episcopales, de tal
modo que los obispos eran, a la vez, jefes espirituales y árbitros
840
Fundaci\363n Speiro
LA PRIMERA EDAD DEL CRISTIANISMO
entre crtst1anos, y portavoces también ante las autoridades en
los períodos de paz relativa entre dos olas de persecución. El
obispo se elegía de
acuerdo con · tres
principios que
la costum.
bre
había
poto a
poco confirmado: era el elegido de Dios
(ha
bría todavía que saber cómo se manifestaba · esta elección a· los
ojos de los creyentes), era aprobado por el sufragio popular, ge
neralmente por aclamación, y, en tercer lugar, por el acuerdo de de los otros obispos de la región.
De modo que muy a menudo
el obispo era simplemente una personalidad fuerte qu
Dios, o bien
alguien a quien había de
signado una señal venida de lo alto. ( Se conoce
el caso de un
anciano sobre cuyos hombros se había posado una paloma. Así
elegido obispo). En todo caso, los obispos no prometían a los
elector"" donación alguna -regla en uso entre los paganos-,
y cons
la muerte, también al contrario
de lo que sucedía entre los nos cristianos.
Este sistema de designar a los grandés administradores de
las
ig!O"Sias ctistianas
deja
·en la sombra el papel del papa, que
no se afirma en esta función hasta bastante tarde. Sabemos que
el propio San Agustín fue elegido casi
a la fuerza por aclamación,
e ignoramos si el obispo de Roma debía dar su aprobación a
este nombramiento. En cualquier caso,
la tarea episcopal debía
ser ardua de cumplir. ¿Cómo
delinútar su
papel del que corres
pondía al gobernador local en un medio
social donde
cristianos
y paganos
vivían en
definitiva
unos junto á otros? ¿C6mo im
poner su autoridad,
O"SJ)ecialmente en
tiempo
dé peligro
y de
·
persecución, cuando las
gentO"S se
veían amenazadas de tortúra y
de muerte para denunciarle? ¿C6mo gobernar la diócesis cuando
se veía obligado a esconderse de sus perseguidores?
Enséguida
se
prO"Sentaba también
otia complicación.
Tras de
cada· persect1'
ción
mayor, es decir, ordénada
por el
propio emperador, sobre
vivían «confesores», torturados ·pet:o 'rio llevádos a la ri:mette.'
Era natural que estos «quasi-íriáftires» ganaran por ello mismo
una
autoridad concreta con la que el 'obispo no podía competir.
En
todo caso, se:desatrollaba una'relacióri
entre
obispos y «san-'
tos»
que -no déja de . tener semejanza cron la
que existió en 'el
841·-:
Fundaci\363n Speiro
THOMAS MOLNAR
antiguo reino de Judáh entre los levitas (casta sacerdotal) y los
profetas que el Señor escogía invidualmente por razones sólo de
El conocidas. Existió esta tensión religiosa en el antiguo Israel, pero parece que en la órbita cristiana las relaciones de que ha
blamos no degeneraron de
.ese modo.
Hay que señalar que el
«estilo cristiano» se distinguió muy pronto tanto del modelo
judío como del pagano (greco-romano). El pagano nominado
para el culto
podía ser sacerdote de varios tempos y de varios
dioses, como en un mismo templo convivían efigies
de diversos
dioses en buena vecindad. Algo impensable entre los cristianos,
lo que muestra en cierto aspecto -y
. dicho
sea entre parénte
sis- su afinidad
espiritual con
el viejo Platón. Este -¿alma
naturalmente
cristiana?_:_ se oponía con
violencia a los santua
rios privados, es decir, a la multiplicación de cultos en el in
terior de la Ciudad. Es
el principio de unidad que acaba de mo
dificar el decreto sobre
libertad religiosa
del último Concilio ...
Y es en Platón en quien hay que pensar cuando se sabe que en
Pompeya se encontraron en una misma casa altares de cultos
diversos. Lo que sugiere que un cierto pluralismo es de origen
pagano ...
* * *
A mediados del siglo tercero la influencia cristiana se acele
ra. En doscientos años el cristianismo ha penetrado en la vida
romana hasta lograr, en los intervalos entre persecuciones, un
derecho de ciudadanía
de facto, ya que no de ¡ure. ¿A través
de qué
etapas?
Primeramente -pace Platón- en las mansiones
ricas donde se registra la presencia cada vez más frecuente de
objetos de culto cristiano, digamos de altares erigidos a ese
nuevo dios que es Jesucristo. Sin duda, los ataques
por parte
de
intelectuales (Galeno, Porfirio) continúan, ataques apoyados
a menudo en una notable erudición y
en. un
pensamieto sabia
mente entramado. Pero sabemos ya
gue en
la capilla privada
del emperador Severo
había . al
menos media docena de
dioses
y
de ·profetas, y entre ellos Zoroastro, Abrahan, Osiris, Mithra ...
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Fundaci\363n Speiro
LA PRIMERA EDAD DEL CRISTIANISMO
y Cristo. Y esto era a principios de siglo. Más tarde, hacia 250
y la gran persecución de Decio, el cristianismo se hallaba ya si
tuado: los obispos
y los notables cristianos se ven públicamente,
caso oficialmente, admitidos
y conocidos, se discute con ellos,
se leen sus escritos.
Sin embargo, también con frecuencia · estallan conflictos lo
cales entre cristianos y paganos,
y éstos recurren al gobernador
que trasmite las denuncias a Roma. El emperador ordena
en
to;,ces
la
detención de cristianos,
a menudo
martirizados para
aplacar a los dioses al iniciarse una campaña militar, pongamos
contra el enemigo de siempre, los persas. Pero incluso en estas ocasiones los encargados de
la persecución imploran casi de los
candidatos al martirio que hagan un mínimo gesto de confor
mismo imperial y
cívico. Muchos
rehusan; muchos
tanrbién.
acceden. Es
este precisamente el motivo más serio de conflicto den
tro del cristianismo,
tan cercano a su triunfo. La persecución
particularmente salvaje de Decio (251) multiplica
los casos
de
apostasía por temor al sufrimiento y a
la muerte. Las comu
nidades de cristianos están
ya' sólidamente establecidas, se ven
prósperas,
y resulta en ellas cada vez más difícil el renunciar
a disfrutar de
la vida. Con lo cual surge la cuestión -y será
una crisis con los donatistas de Africa del Norte- si los cris
tianos que han hecho acto de apostasia permanecen o no del
todo cristianos. ¿Será preciso volverlos
a bautizar?
¿Obligarles
a penitencia? ¿Excluirlos de la Iglesia?
Todos los
grandes
pen
sadores del siglo cuarto y aun del quinto tratan de resolver este
problema, que se agrava a fin del siglo con las nuevas pruebas
bajo Diocleciano
y después bajo Maximino. En todo caso, las
controversias se desartollan casi públicamente
y, mientras que
algunas ciudades continúan organizando juegos de
circo en que
los cristianos son las víctimas, otras regiones
del imperio
honran
a sus ciudadanos cristianos hasta protegerlos contra el desenca
denamiento súbito de la crueldad administrativa. La situación general de los
discípulos de
Cristo oscila
entre la inestabilidad
y el reconocimiento oficial.
843
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THOMAS MOLNAR
Ninguno de los biógrafos de Constantino desde Eusebio
-primero de ellos- hasta
el profesor Box, pasando por Jaco
bo Burckhart, pueden decirnos por qué el emperador optó por
la religión de Cristo. Es cierto que los gobiernos romanos .han
apreciado siempre el hecho innegable de que la Iglesia no pro
curaba el cambio del
·orden social
sino
la conversión de los co
razones. Hubo de reconocérsele, por. ello mismo, como un ele
mento positivo en la sociedad civil, tanto política como moral
mente. No obstante, debió de haber. algo más ya que Constantino
era un hombre de pensamiento y que actuaba en diversos
fren
tes.
Por desgracia, el profesor Fox no menciona ni una sola vez
en sus 800 páginas al pontífice romano y nos da
la impresión
de que no existía o de que no era más que cualquier otro obis
po, con lo que hace de Constantino
el prototipo del cesaropa
pismo. De creerle, el emperador; respetuoso con los obispos, les puso bajo su poder en la primera confusión que se produjo,
y les dictó finalmente un estilo de autoridad que se perpetuó
en lo sucesivo.
Esta hipótesis es insostenible. El Discurso que dirigió Cons
tantino a
los obispos en Antioquia (primavera de 325, poco
antes del Concilio de Ni cea) muestra la situación siguiente.
Le
jos . de. ser fantoches del poder imperial, . los obispos de la época
se muestran muy cualificados para los puestos que ocupan. Al
gunos meses más tarde irán
a definir
el Credo, obra maestra de
sutileza y de precisión. Comprenden perfectamente lo que las
enseñanzas de Arrío suponen para las verdades de la
fe y para
el porvenir de
la Iglesia. Y lo que es más: Constantino lo com
prende
también, por más que una sombra de arrianismo se haya
deslizado en un momento determinado de su discurso, sin que
él se diera cuenta, pero bien advertida por su auditorio. Este
pequeño episodio
revela que el
clima
de· opinión
en los medios
de
éliJe estaba imbuido en los grandes problemas de la religión
y de la
filosofía.
Hemos
visto, por otra parte, que
el ·«estilo episcopal» tenía
a sus espaldas tres siglos de ttadición y
. que
los obispos no
·,
tenían
nada que aprender del estilo
romano de
los gobernado-
·
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LA PRIMERA EDAD DEL CRISTIANISMO
res locales. Mucho tiempo después, con las invasiones bárbaras
y el retroceso romano·, ellos sabrán cómo sutituir a los comes
en la administración de vastos territorios, las diócesis y las ciu
dades. En resumen, es vano suponer que Constantirio les im
pusiera, antes o después de Nicea, un estilo de leader-ship. Los
que
tal afirman
tratan de desacreditar la «politización» de la
Iglesia, como si fuera posible dirigir a los hombres, a millones
de hombres desde
el comienzo ( cuando la conversión de Cons
tantino debía de haber tres o cuatro millones de cristianos en
el imperio) sin ha~r penetrar en su masa un principio de or
ganización, es decir, una estructura, una jerarquía. Los senti
mentales que imaginan que se habría servido mejor a la causa
de Cristo mediante una igualdad total se mecen en ilusiones.
No existe «constantinismo»; existe sólo la necesidad de gober nar a los hombres de acuerdo con ciertas reglas. Permanece el enigma del personaje del emperador
y de su
acto extraordinario de cooptar la :religión cristiana, apenas varios
años antes tenida por secta sospechosa y perseguida. Pero, justa
mente, dos factores hubieron de colaborar en esta dicisión his
tórica: El primero, a pesar de las dudas tantas veces
ei
fue la convicción de Constantino de que la religión cristiana
era la verdadera. Hijo
de una civilización ya sincretista y en de
clive, hubo de aflorarle la idea de que entre tantas verdades a
medias en
el panteón de sus antepasados había una que sobre
pasaba a las otras. Nacido en un determinado lugar, el
crfatia
nismo
se acomodaba a todos los medios sin transigir en lo esen
cial. Bastaba
con observar a las otras sectas que no inspiraban
ninguna acción de envergadura, sino que dejaban a sus miem
bros una entera libertad de indiferencia y de rutina. De tales
cultos
nada podía
, esperarse
para la estabilidad amenazada del
imperio. Porque no
hay que suponer en Constantino sólo una
sensibilidad religiosa, sino también patriótica. Un espíritu filo sófico que profundiza las verdades de la fe,
y a lavez una visión
muy firme
de lo que pueda garantizar
la supervivencia de Roma.
El modo cómo, ya hombre maduro, se entrega a los controver
sias teológicas manifiesta un espíritu, no sólo aguzado
y profun-
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THOMAS MOLNAR
do, .sino también amante de la especulación, cuyo gusto le había
inspirado por las disputas filosóficas de su época reforzadas por
la mentalidad de una cierta
élite cultivada:
esos debates eran
más que un lujo oratorio: se referían a la
vetdad que habían
buscado
Plotino antes del nacimiento del emperador
y Juliano,
rreinra afios después de él. El pensamiento pagano
y cristiano en la época de Constan
tino era de gran altura. Llegó a sus conclusionees rras de dila
tadas reflexiones, nutridas éstas igualmente por
la experiencia
precoz de
.cuanto había
visto, en su infancia
y adolescencia, en
los campos militares
y en palacio. No se trataba de un diletante;
preparó bien sus
· pasos:
apoderarse del imperio
y reforzarlo
con
la ayuda de la doctrina más viva en la época. ¿Tenía fe?
En cierto modo atestigua la respuesta positiva su negativa a
convertirse antes de su lecho _ de muerte'. Como gran realista,
sabía que su situación-bisagra entre lo antigúo y lo moderno (lo
moderno
era el imperio cristiano) exigiría a
menudo una.
acti
tud brutal. En efecto, parece que un afio después
de Nicea hizo
asesinar a su hijo que preparaba quizá la reacción pagana. Por
otro lado, dotó a la Iglesia de grandes edificios que se extendían
como una cadena desde Roma hasta Egipto. Y supo mensurar en
sli justo
valor los peligros del arrianismo naciente.
Considerado en su conjunto, Constatino no fue
«cesaro-pa
pisra», mal este que se manifestó ·bajo ~guno de sus sucesores.
Su genio consistió en saber estimar
la novedad de las cosas en
su justo valor. La novedad
.residía en
la combinación de una
religión
«no de
este mundo» con una estructura política bien
arraigada en las realidades terrenales. Un siglo
antes de
San
Agustín, este emperador inteligente sentó las bases, sin formu
larlas por escrito sino por la acción, de una problemática que
·
es
todavía la nuestra:. la coexistencia de la ciudad de Dios
y la
del hombre.
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POR
THOMAS MOLNAR.
Mi hilo conductor en lo que sigue será, ante todo, la recien
te obra (1986) del historiador británico Robin Lane Fox:
Pa
gans and Christians.
Se trata de 800 páginas de amplio formato
a través de las cuales el autor ha pretendido redactar la versi6n
definitiva del período más importante entre las persecuciones de
mitad del siglo segundo
y el fin del cuarto, precisamente antes
de
la subida de Constantino al trono imperial. Las últimas pá
ginas (un centenar) se ocupan de la grande,
y sin embargo enig
mática, figura del emperador que el autor trata de discenir, aun
que sin gran éxito.
Auténtico trabajo de notable y meticulosa erudición, este
libro del profesor Fox yuxtapone dos sociedades: la pagana
y la
-.cristiana, apoyándose en su identidad más que
en sus
diferencias,
que es la tesis de la
Lettre a Diognete, fechada, sin embargo,
por
el profesor Marrou hacia la misma época en que se inicia
Pagans and Christians. Adoptamos, por, consiguiente, los argu
mentos
y los datos. del profesor británico que nos presenta una
impresi6n unitaria de la sociedad romana en la
época de Marco
Aurelio, Impresi6n
menos dramática que la que trata de crear
en el lector otro gran erudito inglés, Samuel Dill, quien en su
libro sobre la sociedad romana entre Nerón
y Marco Aurelio,
registra las últimas reacciones del paganismo antiguo
y su trán
sito a un henoteísmo lejano todavía del monoteísmo cristiano,
pero propicio a su acogida. El libro de S. Dill data de 1925; se
sobreentiende, por ello mismo, que su joven compatriota R.
L.
Fox se beneficia de una distinta visión histórica sesenta afios
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más tarde. Veremos que estos seis decenios rto aprovechan ne
cesariamente a la visión cristiana de la historia del segundo siglo.
Según M. Fox la imagen que
ofrece el cristianismo en sus
comienzos ( los tres primeros siglos) es más bien anárquica, has ta
el. extremo de preguntarnos cómo la unidad de inspiración y
de organización pudo subsistir. La cuéstión es tanto más im
portante cuanto que numerosos eruditos (entre los cuales E.
Buonaiuty y muchos de nuestros contemporáneos a la moda) sos
tienen que los primeros cristianos, y aun los que les siguen du
rante mucho tiempo, creían la inminente parusía, es decir, la
segunda venida de Cristo. Bajo esta perspectiva, hablar de una
organización eclesiástica duradera sería un anacronismo; si or
ganización hubo, sobre todo desde el comienzo, es que -dicen
estos
críticos- los obispos usurparon una autoridad que Jesús
nunca pensó otorgarles. Lo_ que ll9" impide que, incluso si exis
tían ya comunidades «de base» que pretendían distanciarse de
las estructuras eclesiásticas en la espera del
fin del
mundo pro
fano, sobre todo del romano, no pudieran constituir más que
grupos dispersos
y minoritarios. La mayoría de los cristianos
nos aparece en las iglesias locales, y pronto sobre toda
la exten
sión del imperio. Tales grupos eran, por lo demás, muy desigua
.les en
número de fieles y en su situación geográfica.
Las mayo
res concentraciones s~ encontraron casi desde el principio ·en d
oeste del Asia Menor (Efeso, etc.) y en Africa del Norte, espe
ciiumente en
torno al centro que fue Cartago. Italia, capital del
emperador y de su administración, erá menos densa en comuni
dades de fieles.
¿Cómo se
gobernaban éstos?
Merced, ante todo, a los obis
pos y a lo que el profesor Fox llama
el «estilo episcopal». Siem
pre según él,
el obispo de los primeros siglos gozaba de un sta
tus sui generis.
Se esperaba de él que supliese a los notables
paganos de las localidades que
tenían la costumbre y la tarea de
d~tar a éstas -·con su :munificencia: acueductos, circos, templos,
distribución de dinero y alimentos. Se sobreentierule que estos
deberes no podían entrar en las funciones episcopales, de tal
modo que los obispos eran, a la vez, jefes espirituales y árbitros
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entre crtst1anos, y portavoces también ante las autoridades en
los períodos de paz relativa entre dos olas de persecución. El
obispo se elegía de
acuerdo con · tres
principios que
la costum.
bre
había
poto a
poco confirmado: era el elegido de Dios
(ha
bría todavía que saber cómo se manifestaba · esta elección a· los
ojos de los creyentes), era aprobado por el sufragio popular, ge
neralmente por aclamación, y, en tercer lugar, por el acuerdo de de los otros obispos de la región.
De modo que muy a menudo
el obispo era simplemente una personalidad fuerte qu
alguien a quien había de
signado una señal venida de lo alto. ( Se conoce
el caso de un
anciano sobre cuyos hombros se había posado una paloma. Así
elegido obispo). En todo caso, los obispos no prometían a los
elector"" donación alguna -regla en uso entre los paganos-,
y cons
de lo que sucedía entre los nos cristianos.
Este sistema de designar a los grandés administradores de
las
ig!O"Sias ctistianas
deja
·en la sombra el papel del papa, que
no se afirma en esta función hasta bastante tarde. Sabemos que
el propio San Agustín fue elegido casi
a la fuerza por aclamación,
e ignoramos si el obispo de Roma debía dar su aprobación a
este nombramiento. En cualquier caso,
la tarea episcopal debía
ser ardua de cumplir. ¿Cómo
delinútar su
papel del que corres
pondía al gobernador local en un medio
social donde
cristianos
y paganos
vivían en
definitiva
unos junto á otros? ¿C6mo im
poner su autoridad,
O"SJ)ecialmente en
tiempo
dé peligro
y de
·
persecución, cuando las
gentO"S se
veían amenazadas de tortúra y
de muerte para denunciarle? ¿C6mo gobernar la diócesis cuando
se veía obligado a esconderse de sus perseguidores?
Enséguida
se
prO"Sentaba también
otia complicación.
Tras de
cada· persect1'
ción
mayor, es decir, ordénada
por el
propio emperador, sobre
vivían «confesores», torturados ·pet:o 'rio llevádos a la ri:mette.'
Era natural que estos «quasi-íriáftires» ganaran por ello mismo
una
autoridad concreta con la que el 'obispo no podía competir.
En
todo caso, se:desatrollaba una'relacióri
entre
obispos y «san-'
tos»
que -no déja de . tener semejanza cron la
que existió en 'el
841·-:
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THOMAS MOLNAR
antiguo reino de Judáh entre los levitas (casta sacerdotal) y los
profetas que el Señor escogía invidualmente por razones sólo de
El conocidas. Existió esta tensión religiosa en el antiguo Israel, pero parece que en la órbita cristiana las relaciones de que ha
blamos no degeneraron de
.ese modo.
Hay que señalar que el
«estilo cristiano» se distinguió muy pronto tanto del modelo
judío como del pagano (greco-romano). El pagano nominado
para el culto
podía ser sacerdote de varios tempos y de varios
dioses, como en un mismo templo convivían efigies
de diversos
dioses en buena vecindad. Algo impensable entre los cristianos,
lo que muestra en cierto aspecto -y
. dicho
sea entre parénte
sis- su afinidad
espiritual con
el viejo Platón. Este -¿alma
naturalmente
cristiana?_:_ se oponía con
violencia a los santua
rios privados, es decir, a la multiplicación de cultos en el in
terior de la Ciudad. Es
el principio de unidad que acaba de mo
dificar el decreto sobre
libertad religiosa
del último Concilio ...
Y es en Platón en quien hay que pensar cuando se sabe que en
Pompeya se encontraron en una misma casa altares de cultos
diversos. Lo que sugiere que un cierto pluralismo es de origen
pagano ...
* * *
A mediados del siglo tercero la influencia cristiana se acele
ra. En doscientos años el cristianismo ha penetrado en la vida
romana hasta lograr, en los intervalos entre persecuciones, un
derecho de ciudadanía
de facto, ya que no de ¡ure. ¿A través
de qué
etapas?
Primeramente -pace Platón- en las mansiones
ricas donde se registra la presencia cada vez más frecuente de
objetos de culto cristiano, digamos de altares erigidos a ese
nuevo dios que es Jesucristo. Sin duda, los ataques
por parte
de
intelectuales (Galeno, Porfirio) continúan, ataques apoyados
a menudo en una notable erudición y
en. un
pensamieto sabia
mente entramado. Pero sabemos ya
gue en
la capilla privada
del emperador Severo
había . al
menos media docena de
dioses
y
de ·profetas, y entre ellos Zoroastro, Abrahan, Osiris, Mithra ...
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LA PRIMERA EDAD DEL CRISTIANISMO
y Cristo. Y esto era a principios de siglo. Más tarde, hacia 250
y la gran persecución de Decio, el cristianismo se hallaba ya si
tuado: los obispos
y los notables cristianos se ven públicamente,
caso oficialmente, admitidos
y conocidos, se discute con ellos,
se leen sus escritos.
Sin embargo, también con frecuencia · estallan conflictos lo
cales entre cristianos y paganos,
y éstos recurren al gobernador
que trasmite las denuncias a Roma. El emperador ordena
en
to;,ces
la
detención de cristianos,
a menudo
martirizados para
aplacar a los dioses al iniciarse una campaña militar, pongamos
contra el enemigo de siempre, los persas. Pero incluso en estas ocasiones los encargados de
la persecución imploran casi de los
candidatos al martirio que hagan un mínimo gesto de confor
mismo imperial y
cívico. Muchos
rehusan; muchos
tanrbién.
acceden. Es
este precisamente el motivo más serio de conflicto den
tro del cristianismo,
tan cercano a su triunfo. La persecución
particularmente salvaje de Decio (251) multiplica
los casos
de
apostasía por temor al sufrimiento y a
la muerte. Las comu
nidades de cristianos están
ya' sólidamente establecidas, se ven
prósperas,
y resulta en ellas cada vez más difícil el renunciar
a disfrutar de
la vida. Con lo cual surge la cuestión -y será
una crisis con los donatistas de Africa del Norte- si los cris
tianos que han hecho acto de apostasia permanecen o no del
todo cristianos. ¿Será preciso volverlos
a bautizar?
¿Obligarles
a penitencia? ¿Excluirlos de la Iglesia?
Todos los
grandes
pen
sadores del siglo cuarto y aun del quinto tratan de resolver este
problema, que se agrava a fin del siglo con las nuevas pruebas
bajo Diocleciano
y después bajo Maximino. En todo caso, las
controversias se desartollan casi públicamente
y, mientras que
algunas ciudades continúan organizando juegos de
circo en que
los cristianos son las víctimas, otras regiones
del imperio
honran
a sus ciudadanos cristianos hasta protegerlos contra el desenca
denamiento súbito de la crueldad administrativa. La situación general de los
discípulos de
Cristo oscila
entre la inestabilidad
y el reconocimiento oficial.
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THOMAS MOLNAR
Ninguno de los biógrafos de Constantino desde Eusebio
-primero de ellos- hasta
el profesor Box, pasando por Jaco
bo Burckhart, pueden decirnos por qué el emperador optó por
la religión de Cristo. Es cierto que los gobiernos romanos .han
apreciado siempre el hecho innegable de que la Iglesia no pro
curaba el cambio del
·orden social
sino
la conversión de los co
razones. Hubo de reconocérsele, por. ello mismo, como un ele
mento positivo en la sociedad civil, tanto política como moral
mente. No obstante, debió de haber. algo más ya que Constantino
era un hombre de pensamiento y que actuaba en diversos
fren
tes.
Por desgracia, el profesor Fox no menciona ni una sola vez
en sus 800 páginas al pontífice romano y nos da
la impresión
de que no existía o de que no era más que cualquier otro obis
po, con lo que hace de Constantino
el prototipo del cesaropa
pismo. De creerle, el emperador; respetuoso con los obispos, les puso bajo su poder en la primera confusión que se produjo,
y les dictó finalmente un estilo de autoridad que se perpetuó
en lo sucesivo.
Esta hipótesis es insostenible. El Discurso que dirigió Cons
tantino a
los obispos en Antioquia (primavera de 325, poco
antes del Concilio de Ni cea) muestra la situación siguiente.
Le
jos . de. ser fantoches del poder imperial, . los obispos de la época
se muestran muy cualificados para los puestos que ocupan. Al
gunos meses más tarde irán
a definir
el Credo, obra maestra de
sutileza y de precisión. Comprenden perfectamente lo que las
enseñanzas de Arrío suponen para las verdades de la
fe y para
el porvenir de
la Iglesia. Y lo que es más: Constantino lo com
prende
también, por más que una sombra de arrianismo se haya
deslizado en un momento determinado de su discurso, sin que
él se diera cuenta, pero bien advertida por su auditorio. Este
pequeño episodio
revela que el
clima
de· opinión
en los medios
de
éliJe estaba imbuido en los grandes problemas de la religión
y de la
filosofía.
Hemos
visto, por otra parte, que
el ·«estilo episcopal» tenía
a sus espaldas tres siglos de ttadición y
. que
los obispos no
·,
tenían
nada que aprender del estilo
romano de
los gobernado-
·
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LA PRIMERA EDAD DEL CRISTIANISMO
res locales. Mucho tiempo después, con las invasiones bárbaras
y el retroceso romano·, ellos sabrán cómo sutituir a los comes
en la administración de vastos territorios, las diócesis y las ciu
dades. En resumen, es vano suponer que Constantirio les im
pusiera, antes o después de Nicea, un estilo de leader-ship. Los
que
tal afirman
tratan de desacreditar la «politización» de la
Iglesia, como si fuera posible dirigir a los hombres, a millones
de hombres desde
el comienzo ( cuando la conversión de Cons
tantino debía de haber tres o cuatro millones de cristianos en
el imperio) sin ha~r penetrar en su masa un principio de or
ganización, es decir, una estructura, una jerarquía. Los senti
mentales que imaginan que se habría servido mejor a la causa
de Cristo mediante una igualdad total se mecen en ilusiones.
No existe «constantinismo»; existe sólo la necesidad de gober nar a los hombres de acuerdo con ciertas reglas. Permanece el enigma del personaje del emperador
y de su
acto extraordinario de cooptar la :religión cristiana, apenas varios
años antes tenida por secta sospechosa y perseguida. Pero, justa
mente, dos factores hubieron de colaborar en esta dicisión his
tórica: El primero, a pesar de las dudas tantas veces
ei
era la verdadera. Hijo
de una civilización ya sincretista y en de
clive, hubo de aflorarle la idea de que entre tantas verdades a
medias en
el panteón de sus antepasados había una que sobre
pasaba a las otras. Nacido en un determinado lugar, el
crfatia
nismo
se acomodaba a todos los medios sin transigir en lo esen
cial. Bastaba
con observar a las otras sectas que no inspiraban
ninguna acción de envergadura, sino que dejaban a sus miem
bros una entera libertad de indiferencia y de rutina. De tales
cultos
nada podía
, esperarse
para la estabilidad amenazada del
imperio. Porque no
hay que suponer en Constantino sólo una
sensibilidad religiosa, sino también patriótica. Un espíritu filo sófico que profundiza las verdades de la fe,
y a lavez una visión
muy firme
de lo que pueda garantizar
la supervivencia de Roma.
El modo cómo, ya hombre maduro, se entrega a los controver
sias teológicas manifiesta un espíritu, no sólo aguzado
y profun-
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do, .sino también amante de la especulación, cuyo gusto le había
inspirado por las disputas filosóficas de su época reforzadas por
la mentalidad de una cierta
élite cultivada:
esos debates eran
más que un lujo oratorio: se referían a la
vetdad que habían
buscado
Plotino antes del nacimiento del emperador
y Juliano,
rreinra afios después de él. El pensamiento pagano
y cristiano en la época de Constan
tino era de gran altura. Llegó a sus conclusionees rras de dila
tadas reflexiones, nutridas éstas igualmente por
la experiencia
precoz de
.cuanto había
visto, en su infancia
y adolescencia, en
los campos militares
y en palacio. No se trataba de un diletante;
preparó bien sus
· pasos:
apoderarse del imperio
y reforzarlo
con
la ayuda de la doctrina más viva en la época. ¿Tenía fe?
En cierto modo atestigua la respuesta positiva su negativa a
convertirse antes de su lecho _ de muerte'. Como gran realista,
sabía que su situación-bisagra entre lo antigúo y lo moderno (lo
moderno
era el imperio cristiano) exigiría a
menudo una.
acti
tud brutal. En efecto, parece que un afio después
de Nicea hizo
asesinar a su hijo que preparaba quizá la reacción pagana. Por
otro lado, dotó a la Iglesia de grandes edificios que se extendían
como una cadena desde Roma hasta Egipto. Y supo mensurar en
sli justo
valor los peligros del arrianismo naciente.
Considerado en su conjunto, Constatino no fue
«cesaro-pa
pisra», mal este que se manifestó ·bajo ~guno de sus sucesores.
Su genio consistió en saber estimar
la novedad de las cosas en
su justo valor. La novedad
.residía en
la combinación de una
religión
«no de
este mundo» con una estructura política bien
arraigada en las realidades terrenales. Un siglo
antes de
San
Agustín, este emperador inteligente sentó las bases, sin formu
larlas por escrito sino por la acción, de una problemática que
·
es
todavía la nuestra:. la coexistencia de la ciudad de Dios
y la
del hombre.
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