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Número 257-258

Serie XXVI

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El Congreso de escritores y artistas y la luna de Valencia

EL CONG-RESO DE ESCRITORES Y .ARTISTAS
Y. LA
LUNA DE VALENCIA
POR
VICENTE MARRERO
En Valencia se acaba de celebrar el Congreso de escritores
y artistas, en memoria del que tuvo lugar en la misma capital
levantina en 1937, en plena guerra. Esta
conmemoración de
me­
dio siglo atrás del II Congreso de escritores Antifascistas en
Defensa de
la Cultura ( el primero se había celebrado en París,
en 19
3 5 ), a juzgar por el modo como se ha divulgado a través
de los órganos de información y de .difusión, se presta a múlti­
ples equívocos.
Sin entrar en las presumibles polémicas o disparidad de cri­
terios de sus promotores, ni en el própósito de quienes consiguie­
ron finalmente organi2arlo y encauzarlo, a la vista de los resul­
tados
y por el modo con que se han aireado, no ha quedado del
todo claro que sólo se trataba de
suscitar un
ángulo
de mira
que

no fuera tanto el de los intereses políticos como el de una
reflexión histórica madurada en
la distancia. El hecho irrefraga­
ble es que este Congreso, con todos sus psicodramas
y sus ba­
tallas intelectuales, es un
affaire que, .a estas alturas, sigue siendo
de la izquerda
y sólo de la izquierda. E intramuros de ella es
como ha de verse la inteligente
y en gran medida loable colabo­
ración de

sus figuras más sobresalientes, como Octavio Paz, su
presidente honorario
y Mario V ar gas Llosa ( si bien Rafael Al­
berti no ha venido porque lo presidía Octavio Paz,
y Gabriel
García
Márquez no participó porque

participaba Mario Vargas
Llosa, por lo que el retraso de
varios meses

en la publicación
de su manifiesto fue debido, al parecer, a la falta de acuerdo
de algunos de sus
firmantes para

elegir entre el comunista Rafael
Alberti
y Octavio Paz, quien habría de ser el presidente).
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Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
Pero, aunque el Congreso haya salido, salvo algunas salien­
teE. e inevitables impertinencias, mejor de fo que muchos temían,
pretender que sea contemplado, si no de manera similar, de
modo
equívoco por

quienes no están en la trama de esa izquier­
da más o menos oficiosa, y esto tanto por Jo que ha siguificado
el Congreso en sí como por lo que en él se ha dicho, es como
esperar, imaginarse y, sobre todo, quedarse a la luna de Valen­ cia o a la de Paita, que es la locución figurativa
y familiar en
su versión hispanoamericana, al menos en algunos de los países
de
allá, co¡no Ecuador, Chile, l?erú.
Es
la
sensación. que he
t.enido cuando
,he leído la reseña de
los dis.cursos prcmunciados :con

motivo de su clausura, inclusive
la del mismo Octavio Paz, qu~ se congratula de. la diversidad
y pluralidad del Congreso, así como de la libertad de todos,. la
libertad colectiva. «En realidad -llega a afümár-todas las
tendencias, --aun las más. encontradas, estuvierón_ presentes en este
Congreso ... ». De no precisarse debidamente la presencia de que
·se babia en un Congreso, financiado con dinero público de la
Comuuidad autónoma
valenciana, ... organizado

por intelectuales
próximos a la disciplina del PSOE, aunque con apoyo de figu­
ras de fidelidad comunista, haría bien Octavio Paz en no olvi­
dar que aún una inmensa mayoría· de españoles, pese a que es­
taría dispuesta a ver con buenos ojos algunas de las ideas que
allí salieron a relucir, en Su conjunto ve este· .Congreso como
la luna de un espejo de vidrio no muy cristalino, por mucho
que se le haya azogado o plateado por el reverso. Y esto tanto
por lo que se refiere a los cristales de sus escaparates como al
que se ha usado en las anteojeras de sus protagonistas.
No se habrán frustrado las esperanzas según sus promotores
deseaban o pretendían, pero cuando Octavio Paz, en sus palabras de clausura, se refiere a la supervivencia de algunas ideologías
«que creíamos enterradas para siempre», por positivo que le
haya resultado el saldo entre el reflejo· de este Congreso y el de 1937,
parece olvidar
que, en definitiva, sólo está hablando
de
lo que

tiene nombres, trincheras y
. un
sentido de la libertad
y de tantas otras cosas muy concretas. Distracción que en la
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Fundaci\363n Speiro

EL CONGRESO DE ESCRITORES Y LA WNA DE VALENCIA
ciudad del Turia ha familiarizado a tantos españoles con la luz
nocturna que nuestro satélite refleja de la que recibe del sol,
aunque alumbre un tanto lechosamente
cuando está

la noche so-
bre el horizonte.
·
Y

no es que queramos ladrar a
la fona, manifestando

necia
o vanamente enojos contra cosas o personas a qt,Úenes no se_ han
de ofender ni causar daño alguno. Pero tampoco nos parece per­
tinente que se pida cosas imposibles o de muy difícil consecu­
ción. Y creo que, en úlrima instancia, es la luna de Valencia lo
que se ha pedido en este Congreso, en la medida en que ha es­
tado fuera de la realidad o
no ha

reflejado debidamente lo
-qve
peurre
en

nuestro alrededor más inmediato.
·
·· Realidad

imaginaria con escandalosa ausencia de problemas
que son mucho más reales,. básicos y también más perentorios
para el mundo
hispánico en

general en lo .que de verdad afecta
,--navajazo.s verbales aparte---a

su
vida-política estable y prós­
pera. Así, conocido, por las reseñas de la prensa, lo tratado
~
diversas sesiones de este Congreso, y con alguna leve noticia. de
como ha
podido ser contemplado más allá de nuestras fronte­
ras, es una imagen
· sesgada

y más que oblicua la que lleva ca­
mino
· de

imponerse con la evidente pretensión
de representar o
de ser presentada en los medios. de comunicación como
espejo
de

sobra esmirriado de una suerte más que hipotética de .
~con­
ciencia moral» de nuestra sociedad, cuando no es a ella a quien
tepresenta, sino a esa
luna muy
levantina y utópica de aire en­
tre, enrarecido

y acondicionado.
Resulta equívoco y hasta desorientador lo que nos ha
di'
cho

en su discurso de clausura
el ministro de Educación y
Ciencia, Maraval, autoerigido en representación oficial
de esta
imagen sesgada y un tanto desconcertante: «La inmensa mayoría
de los intelectuales

contemporáneos ya no calla ante la inquietan­
te complejidad de figuras
como Louis-Ferninad Celine

o Ezra
Poimd. Y a
"nt>" ·se espesa el silencio ante una obra cuya solidez
resultó, al cabo, tolerable tanto para los que lo protegieron como
para quienes pretendieron en vano
excluirlo de

la literatura»
•....
«Por

ventura
"--,subrayó a continuaci§n=, yanadie
confunde
Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
el interés de los textos con cualquier clase de simpatía hacia el
fascismo. Por ventura, la repugnancia hacia su comportamiento
cívico se mantiene intacta. Esa modificación del juicio se ha
dado sólo en unas pocas décadas».
No
es, precisamente,

la modificación de juicio lo que ahora
interesa resaltar, sino la modificación de la aludida imagen y del tono en quien habla y de lo que se nos quiere decir. ¿ O es
que ya, a estas alturas, nos hemos olvidado de la significación histórica del Congreso? Tan voceada por los comunistas, empe­ñados
en darle

un alcance mundial a lo que
ahora; en
cierta
manera, los actuales gobernantes tratan de abrirle porvenir y
fund~r su

estrategia, a poca distancia del siglo
· XXI. Significación
histórica que le mereció a Azaña
d siguiente juicio: «El Congre­
so -,escribe--no

ha valido nada.
Ha venido poca gente y po­
quísima

de renombre. La aportación española no ha sido muy
lucida». Y eso que a
fa inauguración asistió parte del Gobierno,
con su Presidente y le costó un dineral al Estado. «Por lo visto,
es inútil esperar que haya gente capaz de hacer bien las cosas,
sobre todo cuando
es· menester

tacto
y cortesía para hacerlas
bien».
¿
Ha variado la panorámica con este Congreso? Los escrito­
res

y artistas que en .él figuran como
vedettes, ¿han sido tan
representativos para erigirlos en pedestal y emitir a través de ellos un mensaje intelectualmente hegemónico?
¿A título de
qué? ¿De los votos que dieron el triunfo en las urnas al PSOE?
¿De esa representación intelectual sesgada de que hablamos, tan
escasamente integradora y dilucidadora? ...
No. excluyo del todo que el propósito
promotor de

este Con­
greso haya sido
más modesto.

Seguramente su intención no va
más allá de desvirtuar y en
b;_,ena medidá

deshacer
. una típica
maniobra

comunista. Tampoco excluyo buenas y loables. dosis
de
. espíritu

concilíador, con repulsa de todo discurso intelectual
monolftico o monologante, en un enfoque pluralista. Con todo,
lo que ha sido aireado
por sus

promotores como una ventana
abierta al tiempo, no es filás que eso, una ventana· .. Si sé quiere
la propia a la intimidad conyugal subsiguiente a la luna de miel
970
Fundaci\363n Speiro

EL CONGRESO DE ESCRITORES Y LA LUNA DE VALENCIA
en la que ciertos recién casados se complacen exclusivamente en
su recíproca y muy sectorial satisfacci6n, que va de la luna llena,
en el tiempo de su oposici6n al sol, a
los sucésivos

menguantes,
sin olvidar la media luna ni las
perrurbaciohes que

sienten al­
gunos en sus inquientantes variaciones. ¡Fúlgida luna, luna de
plateada rueda!
Confío, al merios, que Octavio Paz reconozca, consecuente
con las últimas palabras con que cerro su tan brillante discurso
de apertura, que, al otro lado del muro o de su ventana, «los
enemigos
también tienen

voz humana». Y aunque la palabra
enemigo no me parezca la máS adecuada, créaseme que nó es
enemistad lo que me ha llevado a escribir este comentario, sino
una interpretaci6n cálida de lo
que se
cuestiona. Convénzase
Octavio Paz

que en ese Congreso no estuvieron representadas,
ni mucho menos, todas las tendencias y, aunque a diferencia del celebrado en 19
3 7; entre

bombas de verdad, en el de ahora
la verdad sigue estando en litigio como evidencian sus más sig­
nificativas
palabras,
La luna y la petición de principios.
· Así, por importante y significativo que haya sido el entra­
mado

político de este Congreso, no es
esto · 10 que aquí más
interesa
destacar. Ditho de

otro modo: aunque en, su posible in­
tenci6n política

se haya pedido
la luna _de Valencia, ha resul­
tado mutho más

elocuente en este Congreso su petición de
. prin­
cipios,

no
menos lunática,

lunada o lunateja.
Y no lo digo pen­
sando en los momentos por los que pasó
el propio Octavio Paz,
cuando se le
vio. demudado,

blanco,
realmente avergonzado
por
la situaci6n que hubo de
presenciar. Pienso,

sobre todo, en
Jo.
que nos han dicho, con la más loable intención, los moderado­
res
más

salientes de
este Congreso,
Octavio Paz
y Mario Var­
gas
Ll~sa, pues

en sus discursos, según la información que más
ha llegado al público lector hasta la fecha, ha de verse el plan­
teamiento i_nteleé:tual más signifiC8tivo de esta reunión de inte­
lectuales y artistás. ·
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Fundaci\363n Speiro

VICENTE MARRERO
Tal vez se pecaría de excesivo rigor sistemático si intentá­
ramos compendiar en síntesis apretadas sus más
concentradas
Í':'rmulaciones, como la libertad cuenta con «el otro» antes que
con la verdad, o los verdaderos vencedores de nuestra· guerra
fueron

otros. Aun reconociendo que Octavio Paz, Vargas Llosa
y, si se desea; todos los principales participantes de este Con­
greso estuvieron por la reco.nciliación nacional y por
abrfo las
puertas

a un régimen viable, propio
de una democracia estable
y próspera, me propongo aqui comentar algunas de · las afirma­
ciones que en este Congreso se vertieron, dejando a un ladó la vidriosa cuestión de los beneficiarios; pero no lo
que en

esas
aseveraciones pudieran
haber de

ensayismo idealista
y de · ciettó
rechinamiento,
sin excluir
el histórico.
De

entrada salta a la vista; en las lecciones de Historia y de
Literatura de
ambos célebres

moderadores, palabras
mayores o
afirmaciones sumániente ti:ascenderitales ·qué no están tan a tono
co.h su

intención
y afirmación de fofldo ~qUe, sin duda, quisieron
moverse en un sentido inverso a esta trascendencia. Segutameti:­
te el lector avisado cae con facilidad en la cuenta de que ese
lenguaje sólo se entiende en su totalidad,
si se parte de la hase
- y asi lo viene a confesar
el propio Óctavio Paz-dé una tra­
. dición

sectorial que él constriñe -pese a sus innegables
y · con
frecuenda muy lúcidas vacilaciones, expuestas
·· en

importantes
y muy recientes escritos
suyos--: a· la

pequeña tradición
de ,1o·
que ha sido una especifica literatura, sobre todo a partir del·
siglo, XVIII. La tradición, en suma, de la crítiéa, la disolución y
la ruptura. No viene al caso enumerar sus sucesivas y de sobra
conocidas
rebelionees filosóficas,

morales, artísticas, para con­
cluir en lo que el mismo Octavio Paz nos dice fUlllldo sienta de
forma inconcusa:

«La negación y la
crítica fundaron
la Edad
Moderna». Tampoco viene al caso arrostrar de entrada esta
afirmación tan tajante aunque aún tendremos ocasión de referir­
nos a ella, pero no
cabe duda que

Octavio Paz se mueve
·a sus
anchas

bajo los efectos
de· ese
satélite del espacio que alumbra
cuando está la noche sobre la tierra.
En sustancia

es en lo que
más insiste

éuando nos habla, sobre todo,
de. los preceptos de
Fundaci\363n Speiro

EL CONGRESO DE ESCRITORES Y LA LUNA DE· VALENCIA
un más allá invulnerable a la erosión de la historia o de ese rlo
ele! tiempo, de corriente tan turbulenta que trata de reflejar la
escritura del cielo.
No puede pasarse por alto,
sin embargo, que para · Octavio
Paz
«vivir nada más en
y para la historia no es vivir realmente.
Aparte de nuestra vida íntima -que es intransferible
y, me
atrevo. a
decir/ sagrada-

para que
la historia se cumpla debe
desplegarse en un dominio
más allá

de ella misma. La historia
es sed de totalidad, hambre de más allá. Llamad como queráis
a ese más allá: la historia acepta todos los nombres, pero no
retiene ninguno. Esta es su paradoja mayor:· sus absolutos ·son
C311lbiables, sus eternidades duran un parpadeo. No importa:
sin . ese más allá el instante no es- instante ni la historia eS his:
toria» .
. Pero, por

muchas vueltas
que le
demos,
Octavio Paz vue!v.
siempre

a su
leitmotiv, a la modemidad, que tanto ha cimentádo
su fama de escritor: «La edad moderna sometió los signos a una
operación radical. Los signos se des·angraron
· y el sentido se
dispers6: dejó de ser uno
y se volvió plural».
Apenas tiene sentido pretender que suscite un planteamien­
to metafísico de
la cuestión que le interesa. Su metafísica sería,
seguramente, la metafísica de la modemidad: «Ambigüedad, am­
bivalencia, multiplicidad de sentidos, todos válidos
y contradic­
torios, todos temporales». En
.su extensa

obra,
tan fecunda
en
nominaciones de todo género y especie, se esperará en vano una
~ón detenida sobre este pensamiento clave, tan en la albo­
rada intelectual de Occidente,
al menos a tono con lo que ya
nos
dicen los griegos de
la analogía metafísica del ser o del riu­
men luminoso de
la realidad. P~ro Octavio Paz va tan allá que
no siente reparo alguno en hacer esta afirmación tan trascen·
dental: «El hombre descubrió que la eternidad
· era

la máscara
de la nada»:, si bien· para sostener a continuación: «pero el des~
crédito del más allá no anuló su necesidad. El hueco fue ocu­
pado por otros sucedáneos y cada nuevo sistema se convirtió,
transitO-riamente, en un principio suficiente, un -fundamento».
Y una vez llegado a este extremo, entre lo que llama miste-

Fundaci\363n Speiro


VICENTE MARRERO
do de la libertad y su sentido de la dialéctica, antropocéntrica­
mente se empeña en hacernos ver
·que «los
dos
órdenes subsisten,
aunque

uno de ellos, el principio rector, periódicamente se ha
destronado por un principio rival. Los puentes entre los
órde­
nes

se han
· vuelto

apenas transitables; no
sólo son demasiado
frágiles, sino. que con frecuencia .se derrumban»... «Nuestras
victorias se volviéron derrotas y nuestra gran derrota quizá es
la semilla de una victoria que no verán nuestros ojos» ...
La panorámica es de sobra conocida y ha sido diagnosticada
con más frecuencia de la que tal vez sospeche el
-propio
Octavio
Paz, que parece no distinguir
. claramente

entre
la contrarie­
dad
y la contradicción para, al fin y al cabo,. terminar en lo que
tan bien se conoce de él: «Nuestra condenación es la marca- de
la modernidad. Y
más: es el estigma del intelectual moderno.
Estigma en el doble sentido de
la palabra: marca de santidad
y marca de infamia».
De la- dialéctica a -la ficción.
· Octavio Paz y, en buena medida también Vargas Llosa, de
los de más predicamento, sin duda, en
.. gran
parte del mundo
intelectual hispanoamerciano,
.en especial

en el que tiene
_en
estos

momentos más proyección en el exterior, al plantear las
cuestiones principales de nuestro actual panorama intelectual
y,
más en concreto, en su vinculación. con las ideas políticas en
curso, pese a ·su crítica abierta y valiente a toda forma de stali­
nismo o totalitarismo de uno
_u otro
signo,
al. rechazar
este tipo
de visiones totalizantes del universo, manifiestan una actitud
ante la verdad, que posiblemente va más
allá de sus mejores in­
tenciones .. Al .menos, dan la. impresión de_ moverse en un terreno
equívoco, aunque en ocasiones hablen de algo así como de ejer­
cer la crítica sin abandonar la
fe o de ser. capaz de criticar a
la Iglesia sin ser traidor a sus creencias, así com_o otras expre­
siones por el estilo, que admiten varias interpretaciones, no to­
das negativas; pero es el caso _que en ellos se encuentran ex­
p)ícitas descalificaciones de lo que suponga una postulación de
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EL CONGRESO DE ESCRITORES Y LA LUNA DE VALENCIA
la verdad, si bien, por lo .general, traten de apoyarse en una
concepción desdramatizada y un tanto kelseniana de la demo­
cracia.
Ante tal concepc1on, cualquier actitud inequívocamente cris­
tiana estaría presta y de entrada a mostrar sn rechazo, aunque
se considere que en estos intelectuales se dé un contraste muy
saliente entre sus ideas y sus sentimientos que no han logrado
.su ajuste

más adecuado. Sin embargo, tanto Octavio Paz como
Vargas Llosa son escritores con mucha pluma
y. cuentan con una
obra, cuyos meandros, aunque no se ·han expuesto con suficien­
te nitidez en los estudios -inonogtáficos que se merecen, algunos
de ellos son ya de por sí bastante conocidos para que no nos
andemos por las ramas, ya se trate tan sólo de lo que nos dice
Octavio Paz sobre la dialéctica o Vargas Llosa sobre
la ficción.
El hecho es que ambos, a estas alturas, han entrado de lleno
en una espocie de liberalismo
doctrinario radical

como quienes
acaban
de descubrir

el Mediterráneo.
Se tiene la sensación de
que no aciertan a enmarcar de-manera convincente una legítima
concepción del pluralismo · dentro de un . imprescindible y eficaz
sentido unitario del poder; ni tampoco un pragmatismo que tra­
te de fijar objetivos
sin ser utópicos

o sin rondar en su dialéctica
lo que es contrario a toda metafísica.
Sin duda
el mundo hispanoamericano se encuentra en un es­
tadio muy
sui generis y, en ese sentido las relaciones del intelec­
tual con los mecanismos del poder en esos paises tienen conno­
taciones muy peculiares, por lo que Vargas Llosa, con razón,
acusa a buena parte de la «intelligentsia» progresista occidental,
tanto europea como norteamericana, de una considerable falta
de sensibilidad a la hora de intentar entender lo que está pa­
sando allí, dejándose arrastrar por clisés ideológicos en lugar de
comprender a los regímenes democráticos que a duras
· penas
tratan

de establecer una correcta participación ciudadana· en el
gobierno de sus respectivas naciones. --
Octavio Paz va más allá, con plena conciencia de lo que sig­
nifica la diferencia entre sociedad anglosajona fundada sobre el
individualismo y la hispanoamericana de base católica y, en cierto
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VICENTE MARRERO
sen\ido, más comunitaria (*). Y van tan lejos que nos incita 11
reinventar la democracia como a reinventar el amor, en medio
de un colosal envilecimiento de lo político y de lo social en
nuestro siglo. Así, nos habla de cambiar el
.alma en
algo que
quiere ser, sin conseguirlo, invención
de realidades, pues, por
mucho que dude. de la realidad
y abunden los equívocos sobre
ella, nunca dejará
. de

ser lo que es en sí para
convertirse en
proyecciones

de nuestras obsesiones
y querencias .. Ni tampoco
la esencia
del arte

se modifica por muchos significados formales
que emita... Pero es el mismo Octavio. Paz quien nos habla
con más· elocuencia
y con relativa frecuencia, de la zona vacía
que

nos descubre el centro de nuestra civilización:
«ahí donde
antes
hubo un. alma .hay ahora

un hueco, un hoyo». Y su visión
de la sociedad actual «como un mecanismo que se mueve sin
cesat,· pero cuyos· movimiento~ no poseen-ya_ directj.():n ni sen­
tido», la une, de manera sorprendente, a «las descripciones del
nihilismo ·que corroe a las
democtacias liberales
de Occidente»
(«Al paso»,
ABC, 14-VI-1987).
El último y más
. compendiado
resumen de la actitud que
aquí nos interesa comentar,
esel que

nos ha
ciado Octavio. I?az
en

su tan comentado discurso en el susodicho
Congreso de
in­
telectuales y artistas, en especial cuando se refiere a un principio
que fuese inmune al cambio. Juzga que las construcciones me­
tafísicas han

probado ser no más, sino menos sólido que
las. re­
velaciones

religiosas, por lo que propone que cada
uno nos re,
fugiemos

en
la duda, en la critica, en el examen. Con ello, con,
fiesa,

no pretende convertir a la crítica en un principio
inmu,
table y autosuficiente; al con_trario, considera que el primer ol:,­
. jetivo de la crítica debe ser la crítica misma, limpia de su fatal
propensión

a convertirse en absolutos o con deducciones de un
principio. absoluto.
·
Al

lector culto no se le escapará que rebrota aquí una de las
más viejas cuestiones planteadas en el pensamiento de Occiden,
- (*). Sobre ,.Octavio Paz, vid 1*ás. referencias en mi artículo «Cultura
y' Modernidad. El laheríntc/ evanescente de la -modernidad y el mundO his­
pánico», en Verbo, 1985, núm. 233-234, págs. 436-444.
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EL CONGRESO DE ESCRITORES Y LA LUNA DE VALENCIA
te, en las que no hay ·por qué entrar en esta ocasión, aunque
tanta afinidad de fondo guarda con las prerrogativas que desafo­
radamente Ortega le concede a la imaginación. Mas, sin salirnos
de los límites de su reciente intervención en el mencionado Con­
gteso, cuesta trabajo
figurárnos a

quién y de quién habla Octavio
Paz cuando nos dice que no se ha dado un principio inmune al
cambio, «porque de habetse logrado, lo sabríamos
y sería in­
confundible que un descubrimiento de esa magnitud no hubiese sido .compartido
por. el

resto de
los hombres

...
» ( ! ). Y esto ya
son
pÍllabras mayores. ¿ En qué mundo vivimos?. ¿ Acaso tiene
sentido la Historia, incluida la de la modernidad, si nos olvida­
mos de quien vino en nombre del Padre, y no fue recibido,
mientras que otros vinieron y vendrán en su propio nombre y los
recibiréis? (Jo, 5, 43). El mismo Hegel, reconocido pontífice
de la modernidad con su capciosa dialéctica, partía de esta
base:
«Hasta

El, desde El
catnina toda
la Historia
(bis hierber und
von
daher,
geht die

Geschichte ).
¿O es que, a estas alturas, ya
nos cuesta menos creer en
las. mentiras
del día que en
las ver­
dades

perdurables?
Aunque luzcan como la luz en las tinieblas, por
tratarse de
servir al amor, a la justicia, a la verdad, se plantea ante ellas
una decisión que no se permite términos medios ni excusas. De­
cisión que no sólo se encontrará irremisiblemente con lo abso­
luto; sino, y
hasta la consumación de los tiempos, 'con una vida
que resulta inconcebible sin la lucha. Podrá graduarse su inten­
sidad; jamás su inexistencia.
Sin embargo, Octavio Paz acaba de manifestar en la Unlver-
. sidad

Menéndez Pelayo, con motivo de
hahérsele entregado
el

primer
pretnio que
lleva su nombre, estas palabras, en un
mano
a mano

entre la licencia ideológica y la poética, después
de intentar defenderse del calificativo de heterodoxo que le ad­
judicó un periodista: «ortodoxia y heterodoxia son dos herma­ nas de la misma edad que han crecido juntas
y que ahora, al
finalizar el siglo, se parecen más y más. Cuando creemos que nos paseamos del brazo de
la heterodoxia andamos en. realidad
con ortodoxia, y a la inversa. Ortodoxia y heterodoxia eran dos
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VICENTE MARRERO
enemigas irreconciliables, pero hoy son apenas dos nombres,
dos artificios, uno rosado y otro negro, con los que gusta
ocuJ.
tarse y descubrirse en la misma mujer. Una mujer de cuerpo
transparente: una idea».·
De no conocerse una más convincente formulaci6n en su bús­
queda
crítica, lo
que ve
como una forma no petrificada, «una
forma que se busca», nos tememos que con palabras como
las
que

acabamos de transcribir, Octavio Paz nos ofrezca, en lugar
de
la positiva sabiduría de toda crítica afanada por la perfecci6n,
su refugio en una tan socorrida como desorientadora
«cosifica­
ci6n»,

para no ir más allá de una hipotética, esfumada, aunque
muy conocida Aufhebung, asunci6n de un devenit abstracto
y
vado, desplegado en la realidad de lo finito, por mucho que se
empeñe en ver como
un ascender

lo que s6lo va antropocéntri­
camente de negaci6n en negaci6n.
¿O en qué virtud de la geníalidad
o,. si

se prefiere, de ciertas
libertades que ahora se predican tan alegremente, se
ha disuelto
como por ensalmo
la negación del principio de identidad o de
no contradicci6n en
todo el ámbito de lo real y del campo 16gi­
co y epistemol6gico? Y aunque algunos intérpretes sostengan
que pensando de este modo no se niegan esos principios en
sen­
tido

estricto,
.bien porque
se aboga por un sentido
dinámico de
la

Historia o por una repulsa de lo que se quiere ver
como una
ley

o identidad abstracta de un pensamiento vacío o irracional,
como si la escuela que no siguiese esa linea de pensamiento
hu­
biese

perdido su crédito hace tiempo, etc.; en definitiva, de una
forma_-µ otra, de manera expresa o implícita, al negarse el prin­
cipio de .contradicción, no sólo se renuncia al principio primero
del pensar
y del ser, sino que se llega a las consecuencias hist6-
ricas y políticas de sobra conocidas, tanto en los radicalismos
líberales coino totalitarios. ¿Y cómo ser, ante,e$te ;trance,. Culti­
vadores de la inteligencia -que otra cosa no quiere decir ser
intelectual- si no se acierta a ver que-el error antes que el. vicio
es el que pierde a los pueblos? ¿O es que existe otra regla de
reforma fructuosa para buscar la verdad
y predicarla a toda cosa?
Hay
en todo
esto, sin

entrar en complicados dibujos especu-
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EL CONGRESO DE ESCRITORES Y LA LUNA DE VALENCIA
lativos no sólo una cuestión de profundidad sino también de
autoridad, que, por Supuesto, en mi caso, no se debe a quien
escribe sino al marco en el que he intentado moverme, pues si
hay servidumbres plebeyas y
nobl<;s, también
hay críticas con
autoridad, en
fa medida en que han logrado manumitirse de
equívocas servidumbres.
No obstante, según Octavio Paz, aunque la _crítica no es un
principio autosuficiente, como pretendían serlo los de la me­
tafísica tradicional, su práctica
tiffie dos
ventajas: «La primera,
restablecer la unidad entre los dos órdenes, pues examina cada uno de nuestros actos y los limpia de
su fatal propensión a

con­
vertirse en absolutos. Una propensión casi siempre inadvertida
por nosotros,
y que es la fuente principia! de la iniquidad. La
segunda:
la crítica crea una distancia entre nosotros y nuestros
actos, quiere decir, nos hace vemos y así nos convierte en
otros --en nosotros-. Insertar a los otros_ en nuestra perspec­
tiva
.¡,s transformar
radicalmente la relación:
lo_ que
cuenta ya
no es la voluntad de Dios, sea justa o injusta, sino la súplica del
condenado que nos pide abrir sus_ ojos. Dejamos de ser los ser­
vidores de un principio absoluto
sin convertirnos

en los cóm­
plices de un cínico relativismo».
Esto último, pese a su· radical antropocentrismo, ~r encon­
trarse_· .más próximo ~l «yo -pecador», tiene como _un aire dis­
-tinto de lo que nos había dicho anteriormente sobre la fatal pro­
pensión del principio absoluto, Pero aunque se convierta en
ini­
quidad, lo que no puede negarse con la historia en la mano, ¿es
esa
la única o la más característica propensión del principio ab­
soluto? Con la misma historia en
la mano, ¿el principio absoluto
nos dice, sobre todo,
eso? ¿No

se ventila aquí una cuestión de
profundidad? Pro!undidad en la que· Octavio Paz se pone en evi­
dencia cuando reconoce que «la negación y la crítica fundaron
la Edad Moderna». Al fin y al cabo, la misma panorámica que
conocemos desde la Ilustración, en
la que, cou múltiples varia­
ciones, tanto insistió dialécticamente
la escuela de Frankfurt.
Ha de reconocerse, además, que, pese a algunas salidas de
tono, este congreso de intelectuales y artistas presididos hono-
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VICENTE MARRERO
rariamente por Octavio Paz, no ha suscitado todavía apenas re­
plica alguna en quienes tenían el deber de hacerlo, sin duda,
porque han sido conscientes, además, de la mejor voluntad de
figuras tan condicionantes
y representativas

como
la suya, que
el horno español no está todavía para bollos, o, como diría
el
comunista Vázquez Montalbán, creador del detective Carvalbi:i,
para

licencias poéticas.
Ha de reconocerse también que este congr·eso, sumamente
politizado,

no era el lugar
adecuado para

que Octavio Paz
in°
sistiese en la línea que ha apuntado últimamente en sus escritos
y en · lo

que nos ha dicho de manera explícita en su artículo
«Los hispanos de
los ·Estados Unidos»,

publicado recientemen­
te en su revista
V ue/.ta, al arrostrar la posición postrenacentista
de

la España del siglo
XVI y al reconocer que los· historiadores
discuten todavía el sentido de
la Contrarreforma, que, para-unos;
fue una tentativá de

detener a la modernidad naciente, mien­
tras ·qú.e; para otros, constituyó un intento destinado a- inveritar
un modelo distinto de modernidad. Particularidad sobre la que
ha insistido

con más autoridad y
mejor base
que ningún otro,
el pensador
y filósofo

de la historia de nuestros
días, el
inglés
Cbristopher Dawson, en su trabajo
España y Europa (publicado
originariamente en el núm. 1, enero de 1956, de
«Punta Eu­
ropa»,

y editado como folleto por la misma revista). Sin
em'
bargo,

Octavio Paz, en sus comentarios sobre
los dominios
de
la vida

cultural anglosajona en comparación con la
iberoameñ­
cana

a la luz de un sentido sacro, ante el que hoy algunos sec­
tores muestran especial empeño en que se vea como evaporado,
hace mía radiografía al margen de su diagnóstico, que revela con
convincentes visos
de exactitud.
Pero, aunque no cesa de hablarnos de lo impenetrable del
porvenir para

los hombres ni como la piedad es la eternidad,
sé le ·ve preocupado en su empeño por dar con unas realidades
sin sospechosas anteojeras ideológicas, en medio del teatro fan­
tástico de la Historia, entre circunstancias cambiantes, ideas
re­
lativas, impura realidad. Sin embargo, con lo que ya conocemos
de los fundamentos filosóficos de su crítica
y de
su actitud mo-
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ral -¿excluye toda norma fija para todos y para siempre?-,
es para hacernos cargo de sus límites.
Vargas Llosa y la ficción.
Y otro tanto podríamos añadir, aunque más veladamente; de
la
actitud

de Vargas Llosa ante la ficción,
al concederle unas
pretrogátivas al margen de
la realidad. Considero que está en
lo
cierto

cuando reconoce que
el mundo de la ficción desborda los
márgenes de

la estricta literatura, así como tampoco se dice
nada
extraño
a la. singular

naturaleza del hombre cuando se ve que
hay un impulso en. ella que le exige vivir algo diferente de lo
que la· tierra

toda pudiera darle; pero de ahí a sostener que la
ficción es lo que sacia de la
imperfección de

nuestras vidas o de
nuestra tendencia hacia lo absoluto, hay un verdadero abismo. Nadie
podrá negar que con la ficción se logra en el mundo
de
las letras expresar

verdades profundas e inquietudes, de que
liiíbla Vargas

Llosa, y que sólo de
esta manera

sesgada
v'en la
luz. Como

tampoco se podrá poner en duda que ·
hay verdades
hmdizas y·

evanescentes que escapan siempre a las descripciones
científicas de
la realidad.
«Nada es excesivo si todo es», afifma, un
tanto a
lo
Flau·
bert, Vargas Llosa, aun qué nos dé la impresión que es él mismo
quien no
se sujeta del

todo a sus
palabras, cuando
insiste tanto
en que én los engaños de la literatura no hay ningún engaño,
sin

que por ello quienes no comparten su parecer.
postulen' un
alicorto realismo ni mucho menos una· fidelidad literaria de· iipo
mll¡¡ o··menos ·naturalista.
· Lo que . Vargas Llosa ve como vivir conio verdades sus men:
tirás (y pasamos sin rozar lo que nos indica de las sociedades
pólíticas cerradas
y abiertas), en el sentido de qu~ gracias a la'
ficción somos más y somos otros sin dejar de ser los mismos,
.oomo si

los hombres no viviesen sólo de
verdades, también
les
hacen falta

las mentiras, «las que inventan libremente, no las
que· les imp<>ri.en»; si esas mentiras viven para _ llegar al extremo
que llega Vargas Llosa, a no ser· cori una profunda tristeza., no
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VICENTE MARRERO
comprendo, si es que lo he entendido bien, cómo ha podido es­
escribir

estas
líneas: «cuando

produce
libremente su
'vida al­
ternativa sin otra constricción que las limitaciones del propio
creador, la literatura extiende la vida añadiéndole aquella dimen­
sión que alimenta nuestra vida recóndita, aquella impalpable y
fugaz, pero preciosa: que sólo vivimos de mentiras».
Me resisto a creer que una concepción preciosa
· de

la vida
recóndita pueda expresarse de ese modo, como me inclino a creer que las palabras de Vargas Llosa han ido más allá de su
pensamiento. S_inceramente, creo que no juega a las mentiras,.
ni que el imperio de sus demonios personales se limite a una
manera de afirmar la
soberanía individual,
como si fuese esto
en verdad lo que le preserva el espacio propio de la libertad, su
ciudadela fuera del control del poder, en el interior de
la cual
«somos
de verdad soberanos de nuestro destino»,
Hasta

el talante intelectual de Vargas
· Llosa
me
. parece
muy
distinto del propio
de las ficciones del mundo de Borges, tan
influyente en el actual 'espacio !iterado hispanoamericano. Y
creo
. que
no se resaltado con· suficiente fundamento
la influen­
cia fantasmagórica del mundo de Borges
entre los

modernos es­
critores hispanoamericanos,
ni tampoco la penosa y, en el fondo
desastrosa influencia en Borges del pensamiento de Ortega sobre
el ·hombre como aním~l meramente fantástico, imaginativo, no
racional, tan honda y nítidamente estudiado por Santiago Ra­
mírez en Ortega y el núcleo de su filosofla ( «Punta Europa»,
abril de 1959, editado. como folleto por la misma revista).
Yo, .al menos, me estremezco cuando Vargas Llosa-_ cita, en
son de loa, este pensamiento de Borges: «Creo que nuestra tra­
dición es toda la cultura occidental, y creo
también que
tene­
mos derecho a esa tradición, mayor que
el que pueden tener los
habitantes de una u otra nación occidental ... Creo que los
sud­
·americanos.

.. podemos manejar todos los temas europeos, ma­
nejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener,
y ya tiene, consecuencias afortunadas». Y cita Vargas Llosa esta
ocurrencia de Bórges en un estudio, escrito con más lógica sim­
patética que debidamente fundamentado, sobre el arte del
co-
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lombiano Fernando Botero, pura iclonocastia y ficción, como si
se tr:itara de una "elección clasísima" a favor de los clásicos».
-¡Pobre maese Piero della Francesca!-. Como si la disposición
de Botero para
el «realismo» o lo concreto o su escenario vi­
sual

con su instrumental
ad hoc, hecho de burdas patáfrasis y
versiones
metamorfoseadas en muy problemáticos metabolis­
mos de obras y, sobre todo, de retratos clásicos, le hiciese, desde
ya, formar parte de
la tradición clásica. De ello parece ufanarse
tanto el pintor con su mágica hinchazón, como su comentarista.
¿De qué se trata? ¿De deseuropeizar a los clásicos y aclimatarlos
en una muy pobre América
latina, cada vez más pobre espiri­
tualmente y hecha un verdadero lío con lo que considera, como
en este caso, caduco e incompatible con la modernidad? Y esto,
por mucho que Vargas Llosa nos hable de un legado nada
ar­
queológico,

contexto histórico, arte fosilizado y fuerza viva y
tonificante que pueda operar
impunemenu, en el presente, aun­
que, en última instancia, no nos
diga la verdad. Y, más en con­
creto, en lo que ha hecho Fernando Botero con
fas fuentes
clá-
·
sicas

que, según él, han presidido
la génesis de su obra más cono-.
cida

y de confesa iconoclastia, paradójicamente de
fácil · consumo,
si bién no se
le ha escapado a la buena crítica que sus engen-.
dros están llamados a visitar con urgencia una ·sauna, no tanto
para despojarse de grasas corporales cuanto mentales.
Una pintura tan inflada como su
fama, con
el pretencioso
apoyo en los pintores clásicos de reconocido crédito universal,
según nos confiesa
el propio Fernando Botero en el catálogo de
la exposición que actualmente se celebra en
Madrld, trata
de
que los· artistas hispanoamericanos sientan «con especial fuerza
la necesidad de encontrar nuestra propia autenticidad», «des­
pués de
haber estado colonizados durantes siglos» ... Un arte
independiente «con
la esperanza de que todo lo que ºtoque re­
ciba
algo del alma sudamericana».
De eso, justamente, se
trat~: _¿qué es

lo que recibe? Que
yo sepa, ante la inconfundible intencionalidad de sus exagerados
paquidermos, no hay i:tihgún sector-con prestigio ·de nuestra ac­
tual crítica del .arte que los haya•-mto ingenuamente. Y los
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reinos, como dicen nuestros clásicos, se sustc;ntan y conservan
más con la fama y reputación que eon las fuerzas y armas. Cor­
tados por un mismo elefantiásico y nada ingenuo patrón, la
in­
genuidad ante sus tan ·hinchados ejemplares pertenece a otros.
A aquellos que la pagan extraordinariamente bien en el comercio
del arte de nuestros días. Sobre Fernando Botero, apunta en
son de elogio
la crítica, en sólo diez años, se han publicado por
los menos quince libros: en español, en inglés, en alemán, en
francés. Libros fastuosos, de esos que se llama «de mesa», pues
se usan para adornar las mesas de centro de los salones de lujo,
y __ que para ser hojeados _ requieren un_ atril.
Ficción y libertad de un típico ídolo de la izquierda ieono­
clasta.
Mas «de esa libertad nacen las otras libertades», deduce
Vargas Llosa. Con todo, por muchos refugios privados que
qúie­
ra ver en ella, la libertad no se sustenta de mentiras, ni de las
mentiras de
la literatura, de que nos habla cuando sostiene
que,
«si
germinan en
libertad, nos .prueba que eso nunca fue
cierto, y eUas son una conspiracióh permanente para que tam­
poco lo sean».
-Por

mucho que cosnpire este tipo de libertad, considero que
Vargas Llosa acciona varios elementos de vidriosa aleación en
las prebendas que eon escapularios ajenos ganan
la palabra fic­
ción, tal como_
él nos la presenta. Sobre todo en un escenario
de connotaciones tan politizadas como el de Hispanoamérica hoy y
_ én el

del mencionado Congreso de
inteleetu¡tles y-· artistas. Ni
la libertad tiene que ser
acaparada por

los
liberales, como
si no
hubiese existido
-antes

de ellos; ni
la ficción la monopolizan
unilateralmente un determinado sector del actual
espectro po­
lítico; ni mucho menos los contrastes de .pal'eceres: _;_«alabaos
muy mucho, porque des¡,ertáis a quienes nos despiertan», reza
Santa Teresa- se ventilan al margen de la verd_ad y de un
me­
quívoco sentido de la libertad.
Así, cuando se dice que los hombres son
1o que son y tam­
bién aquello

que no son, pero
. que

irremisiblemente desearían
ser, º'? se dice lo mismo si eso que irre,;nisiblemente se · desea
ser- tiene delante la ficción o la misma realidad. Aunque en
984,.
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EL CONGRESO DE ESCRITORES Y LA LUNA DE VALENCIA
ambos casos se desee ir más allá de nuestras posibilidades, éstas
son reales o deían de ser tales. Nuestra imaginación y nuestros
deseos, por potentes que sean, no pueden desbordar nunca nues­
tra portentosa

y tan fecunda
. capacidad
de realidad.
¿Por qué? Porque, sin
ningún ,género de. duda, la realidad
es muchísimo más rica que la ficción. Cuando, .por ejemplo,
San Juan de
la Cruz nos dice: «el camino seguro del· hombre
es creer cada vez. menos en la~ cosas-.qqe ve, ,pero no e:lcisten,
y c~da vez más en las qtie no ve, pero no existen», -no lo dude
un momento Vargas Llosa, está pensando en la. inagotable reali­
dad y no en la presumible ficción. En otro orden de cosas, en
un terreno · eminentemente plástico)> aunque enfrascado en·., una_
similar problemática de la realidad, esto se ve en el mismo Pi­
casso, de lo que he hablado con relativa amplitud en un libro,
Picasso y, el monstruo, que acaba de publicar la editorial de ]a
Universidad Complutense.
No se niega que en todo hombre hay como un abismo entre
lo que es y
aquello que desearía sei;, pero. esto no casa de nin­
. guna ·manera con la necesidad. de añadir menti_ras a la vida, como
si se pudiese suplir de ese modo su sed de lo absoluto. No hay
ninguna
neéesidad natural
de incorporar a nuestra vida aquello
que no existe o carece de razón de ser.
No se da ninguna clase
de apetito que responda a esa hipotética o infundada apetencia,
a no ser que se trate de una
¡,ertnanente frustación

que no evi­
denciaría "<:ltra cosa que µua delatadOra ausencia de auténtica
vida interior.
No puede negarse, tampoco, por ningún concepto, que- en
la realidad de fo que es, en la realidad de todo hay siempre algo,
un quid divino.
Esto, al
menos, se sabe en filosofía
desde· que
comenzaron

a filosofar los griegos.
Por. ello,
ya aquel que se
siente inclinado a contemplar el ser de las cosas más insignifi­
cantes de la realidad, lleva camino de aproximarse a la más su­
prema de ella; al contrario de lo que sucede a quienes sucum
0
ben al impulso de otras tendencias, porque sólo el hombre es
capaz de separarse,
por sus
propios medios, de esa raíz o fuerza
primaria de la naturaleza, para convertirse a sí mismo en -el oh-
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jeto de sus propios fines y vivir_ en el fondo una existencia des­
ligada, irrelegada, irreligiosa, Y es en_ esta clase de existencia
donde, sin duda,: la .ficción .s:e mueve a_ sus anchas, _cuando se_
aleja de cualquier., suerte de quid divino.
y otro tanto. ha de decirse de la liberta<.!, que no es sólo una
constitución íntima del hombre, sino el signo de la forma
y na­
_turaleza
que tiene

la
existencia humana

de manifestarse_ sobre
la tierra. Es Io más importante que tiene
y gracias a ella puede
colaborar en la , obra
de la creación, de tal modo que por ser
Dios la libertad, ésta resulta, inconcebible sin su capacidad real
en nosotros.
Realmente, todo

lo humano, toda realización pro­
pia
y eminentemente humana es realización en libertad, porque
posee
la facultad · de determjnarse en función de lo verdadero
y del bien, con_ lo que se propone una caricatura · de la libertad
cuando
se pretende que el hambre .es libre para organizar su
vida sin
· referencias a

los valores
mqrales , o

se considera que la
sociedad
política no está para

.asegurar la protección
y la pro­
moción de ese tipo de valores, hondón de las
_ raíces mejor

fun­
dadas en la dignidad del hombre
y de ,sus .derechos inalienables._
De modo equivalente -aun.que esto sea ya harina de otro cos­
tal-; no se concibe un .cristiano que no.
lo sea por libre,
.
En el· planteamiento de este excelepte -escritor peruano,. ha
restringido,

así me
.lo parece, demasiado li;eralménte el sentidp
que

le ha dado a la palabra
ficción. Y

aunque
·,ea consciente de
su
fall0 y lo quiera reducir a una especie de procedimiento lite­
rario entre inofensivo y fructífero, que, en última instancia,
trata.· de no mentir ni -de confundir a nadie, con. eSta actitud,
. se ~stá. ya próximo a caer· en· ese· di~tanciamiento irónico, tan
de: moda en el esteticismo decadente de nuestros <.lías, lo_ que
me -parece,
gne no
se compagina con el mejor quehacer literario
de Vargas
Llosa. La

ficción corno
denominador común
de una
vida
Íl;!laginaria, aunqne

se
piense en
la realidad de una sociedad
que no fue
¡:apaz de

satisfacer sus deseos, tiende_ a generar un
mundo
- de fantasmas o su

invención -completa de
un mod_o más
convincente
la

realidad,_ como se
advierto; en el buen arte de
todos los tiempos; ,
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