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Número 267-268

Serie XXVII

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¿Una época nueva?

¿UNA EPOCA NUEVA?
POR
MARIO SoruA
Ciertos acontecimientos nadan contra corriente· de toda una
época. Por lo general, suceden inesperadamente, como prole sin
madre, y parecen ser indicio de un cambio tan profundo como
clamoroso de
las ideas y sentimientos predominantes. Tales son,
a
nuestro juicio, la elección del cardenal Luciani (Juan Pablo I)
y la del cardenal Woytila (Juan Pablo II) al trono pontificio,
en agosto y octubre de 1978, respectivamente.
No menos sigoi­
ficativa es la caída del régimen de Mohamed
Reza Pahlevi, em­
perador del Irán. En este último caso, al derrumbamiento im­
perial sigoió la insrauración, el primero de febrero de 1979, de
una teocracia cuyo más ilustre representante es el
imán Jomeiru.
El ascenso de Luciani al papado provocó un entusiasmo tan gran­
de, una explosión de
fe y de alegría de tal intensidad, que sor­
prendió a todo el mundo, puesto que poco tiempo antes la vida
cristiana estaba aletargada, si no moribunda.
El pontífice actual,
a pesar de los años transcurridos desde entonces, no ha dejado
que
decaiga el fervor; al contrario, lo ha fomentado empleando
formas muy
poco usuales para la solemnidad vaticana. ¿ Y cómo
interpretar lo sucedido?
¿ Se trata de una revolución política pa­
sajera o rebasa la simple historia, tocando una profundidad que,
por lo general, han olvidado nuestros contemporáneos?
Antes de responder, dirijamos nuestra mirada hacia
otro lado.
Hace no
más de dos dece!Úos, la crisis de los seminarios ca­
tólicos vació muchos de estos establecimientos. La experiencia
de régimen abierto, vulgo, relajación de la disciplina; la secula­
rización creciente, incluso de sociedades que hasta hacía poco
habían resistido los embates liberales y marxistas; el menor atrac­
tivo de una profesión o género de vida muy
poco lucrativo e
influyente, y con el que competía .victoriosamente
la enseñanza
de u!Úversidades
y academias, dieron al traste con la enseñanza
teológica, que para colmo vióse alterada por
infinidad de teorías
heterodoxas, a las cuales no
ponía coto la autoridad competente.
Hoy, en cambio, vuelve a aumentar el número de candidatos al
sacerdocio,
al menos en diócesis como Toledo, cuyos seminarios
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son dechado de doctrina recta, régimen formal y piedad. (Nos
referiríamos al seminario de Econa, también atestado
de alum­
nos, pero más vale no mentar la soga en
casa del ahorcado.)
¿Cómo interpretar, pues, este remozamiento de algunos gimna,
sios religiosos? ¿ Se debe solamente a la" desocupación juvenil,
que recluta discípulos de teología
de entre los ingenieros, mé­
dicos o veterinarios frustrados, sujetos sin oficio ni beneficio?
¿O se Uenan las aulas porque la fe vuelve a encender el espí­
hitu hastiado de quienes saben no existir placer que no se les
brinde, ni ley moral que no puedan conculcar, ni halago que le
rehúsen los demagogos? ( 1
).
En otro orden de cosas, un interesante documental, «La es­
pada del Islam», hecho por la compañía cinematográfica inglesa
«Granada», explica el entusiasmo que despierta Jomeini entre los
universitarios y la población en general de Persia, Egipto, Tú­
néz o Marruecos, atribuyéndolo simplemente al resentimiento de
la clase media baja, incapaz de gozar de las ventajas que le ofrece
la civilización occidental. La zorra de la fábula decía que las
uvas estaban verdes; estos despechados
-según la pelicula­
intentan quemar el viñedo. El documental, trujamán de sus finan­
ciador.es, pone tales. tesis en boca de
militares y· escritores nor­
teamericanos, y de catedráticos y periodistas egipcios. Sin
em­
bargo, tan sutil interpretación no es la única. En ciertos casos,
varía
la aclaración. Así, el ardor de los chiítas libaneses lo con­
cibe la película de marras exclusivamente como efecto de los
desafueros judíos y palestinos en aquella región. Pero a nadie
se le ocurre _pensar -retornando a Irán-que un pueblo irrita,
_do . por las reformas antitradicionalistas de Reza Pahlevi y por
Í~ persecución que sufrieron los contrarios a la occidentalización
de su 0patria, sintióse obligado a defender un legado religioso
que valía a sus ojos infinitamente más que los
siipermercados,
(1) Este ·aumento de vocaciones no se advierte solo en algunas re­
giones católicas.· También la Iglesia griega ve profesar en sus moriaste­
rios a numerosos_ jóvenes que, lejos de pedir la mitigación de· la vida
monástica tradicional, adoptan la fOrma más rigurosa de la misma (P.adre
l>lácido Deseille: «Etapas de un peregrinaje», en El Mensaiero OrtódoxO
(,,ersi6n francesa) núm. 95 (1984), pág. 84).
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el materialismo dialéctico, la emancipación femenina, la reforma
agraria o los actores de Hollywood. Y aún menos se les ocurre
a los sabios
· dilucidadores que es contagiosísimo el entusiasmo
religioso, incapaz de detenerse ante cualquier frontera, y que
nadie predicó entre los chiítas con mayor eficacia que la impla­
cable policía imperial, puesto que no solo para el cristianismo,
sino para toda religión es válido aquello
de que la fe prospera
con la sangre de los
~ires: Semen est sanguis christiano­
rum (2). ¿O no es así?
Preguntémonos francamente: ¿Dudamos en cóntestar. o
ya
antes de formuladas las preguntas nos inclinamos a responder
de cierto modo? Hallándose
en su apogeo las explicaciones so­
ciológicas y económicas, así como el pansexualismo, el fenómeno
religioso no
se escapa . de esa red de conceptos que a menudo
solo consisten
en una -huera palabrería, en terminajos tales como
protocapitalismo, capitalismo financiero, socialismo utópico, re­
visionismo, burguesía inferior, feudalismo (3 ), apropiación capi­
talista, división
del.trabajo, alienación sexual, represión, etc., vo­
cablos que quizá un día significasen algo, pero. que hogaño cons­
tituyen una escolásrica más
dañina todavía que ese terminismo
de fines del siglo
xv, que denigraron por bárbaro, pedante. y
estéril los mejores ingenios del renacimiento; escolástica, sin
embargo, adecuada para no pensar, que usa las palabras igual que
comodines significativos,
y eficaz para la disputa ad hominem.
(2) Tertuliano: Apologeticum, cap. 50, § 13, París, 1961.
Particularmente respecto de los chiítas, sectarios de una religión exal~
tadora del sufrimiento y de la muerte, resultan ciertas las palabras del
apologista africano.
(3) El término «feudalismo» lo emplean los marxistas no en d sentido
usual, para designar el régimen de vasallaje y servicio mutuo de las di­
versas clases sociales tal como existió en Occidente, sobre todo· durante
la edad media, sino para calificar peyorativamente cualquier forma de
gobierno
O sistema social ·que no sea la república liberal o la dictad,ura
comunista. De esta forma, ~ la historia china, por ejemplo, el «feuda~
llamo» abarca desde el año 475 a, C. baata 1912; el régimen nacido en­
tonces es «sentlfeudal» y termina en· J949, é:uando se_ instaura la llamada
«sociedad socialista» (Breve diccionario chino--español, págs. 969 y -~:,
Pequfn, 1983).
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A todos nos han convencido más o menos de la decadencia
religiosa, decadencia quizá inevitable. La
experiencia de cada cual
y las ideas
predominantes nos persuaden de ello. Esta es la ra­
z6n de que, cuando aflore la creencia en Dios, la atribuyamos
a causas e:xtrarreligiosas. ¿Quién
no ha calificado de fruto de
la ignorancia el integrismo musulmán? ¿Quién no
ha oonsiderado
el cristianismo griego, polaco o irlandés como
híbrido mons­
truoso
de religiosidad y nacionalismo? Si en Rusia encierran en
manicomios a los demasiado celosos de su
fe, en nuestro hipó­
crita y corrompido Occidente no es raro escuchar que un tra­
tamiento psiquiátrico adecuado hubiese curado muchas santida­
des que eran solo fruto de la histeria, cuando no
de la esquizo­
frenia.
Los propios creyentes sonríen escépticos si les refieren
prodigios de otro tiempo, por muy bien documentados que tales
hechos estén, o tildan de egoísmo la vida contemplativa.
Lo
cual no impide que esos mismos cristianos hipercríticos acudan
en manadas a venerar
-pongamos por caso--al padre Pío,
ensalcen
sus estigmas y hasta le pidan consejo, a él, un francis­
cano, y
no al psicoanalista famoso.
Parecidamente, los ateos, ¿no han terminado inclinándose
ante
hechos incontrastables? Admitir la importancia que tiene la
ortodoxia rusa por parte de un régimen cordiahnente anticristia­
no, ¿es solo una artimaña para ganar un poco de prestigio y
ha­
cer olvidar viejos horrores? ¿No será admitir, por fin, la existen­
cia de una
fuerza tan profundamente arraigada en el pueblo, que
ni las mayores persecuciones han podido destruirla? Y las mul-,
titudes occidentales, esas que en Europa y en las urbes ameri­
canas corren en pos del placer y
el dinero, ¡con qué facilidad
cambian de itinerario
y encuentran tiempo, siempre que se trate
de presenciar apariciones milagrosas, fenómenos extraordinarios;
revelaciones que a menudo solo son fantasías
de ínfima calidad!
¿ Muchedumbres engañadas por un resto de superstición, que
van en pos de
lo sobrenatural hipotético como ocuden a la
feria y al circo a ver criaturas deformes o hazañas de un traga­
sables? ¿Quién lo aclarará? Y otras actitudes del hombre
ac­
tual, concretamente la difusión de las toxicomanías, ¿no dejará
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traslucir, como el reverso de una tela su anverso, el deseo des­
viado de Dios, una inquietud irreprimible, un afán de felicidad
y una curiosidad que nada puede saciar?
¿No alentará en el fon­
do del vicio el afán de aprehender inmediatamente la realidad
última del mundo? Supuesto que no
sea el consumo de fárma­
cos nada más que una moda nacida de la imitación estúpida,
moda mucho más dañina que los cabellos largos o las chaquetas
claveteadas.
Cuántas
veces descubre uno, asombrado, la religiosidad de
personas cuyas aficiones, género de vida y preocupaciones ma­
teriales no harían sospechar la existencia de una fe profunda,
casi pudorosamente
oculta. En otras ocasiones advertimos, no
menos sorprendidos,
la conversión de quienes vivieron largo tiem­
po despreocupados de cuanto atañía a Dios, hostiles incluso a
cualquier consideración de esta índole, conversión que no suele
ser
la metanoy entera, como
la transformación fulminante de San Pablo o la ilu­
minación de San Francisco
de Borja, sino una sutil mundanza de
gustos, ideas y tendencias, igual que
la lenta maduración de un
fruto en el fondo del alma, con sus avances y retrocesos,
su im­
precisión, peto también sus pensamientos y sentimientos nue­
vos.
¿ Acción persistente, discreta, callada, de una gracia pecu­
liar? ¿Producto del tedio, cambio de la edad, influjo de las
circunstancias sociales?
Si nos asomamos a un campo distinto, no quedaremos menos
perplejos. Un fenómeno sorprendente (muy documentado antaño y ex­
presado de manera gráfica mediante la aureola), la luminosidad
o fotosis de ciertas personas eminentes en santidad, tampoco
es
una rareza en nuestro tiempo ni en el pasado inmediato. Seña­
ladamente el cristianismo oriental identifica luz y santidad.
«Transfigurados. por la santidad -escribe el sacerdote servio
Justino
Popóvich-, siempre irradian los santos la luz llena de
gracia, luz que a veces, conforme a la voluntad divina, puede
hacerlos brillar
como el sol» ( 4 ). Pero también entre los místi-
(4) «El comhate por Cristo»,· en El Mensaiero Ortodoxo núm. 106
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cos indios se observa el portento. De Ramakrishna extático re,
fiérese que despedía de todo el cuerpo un resplandor dorado (5).
¿Habrá
que atribuir tales prodigos a un mero aumento de la
presión arterial
y la oxigenación de los tejidos, epifenómeno
de una plegaria intensa, reduciendo ese fulgor inusitado a un
proceso fisiológico, teóricamente reproducible en el laboratorio?
¿O
es el efecto somático mucho más, vale decir una: especie de
rebosar de
IA gracia en el cuerpo, una espiritualización cde la ma­
teria animada?
En ocasiones nos. enfrentamos no con
una convicción· ardien­
te, ni con foto.sis, .estigmas o .portentos similares, sino con un
prodigio sucedido fuera del hombre, en el mundo material: nos
enfrentamos con
lo que vulgarmente, se · llama milagro y: es una
alteración presunta de las. leyes naturales. Dos ejemplos· ilustra,
rán lo que .decimos.· Uno es la denominada «danza del sol»,
que el 13 de octubre de 1917 observaron en Fátima setenta mil
personas; otro, similar, ocurrió el 12 de abril de 1986, en .el
santuario de Tres Fuentes o Tre Fontane, cercano a Roma; el es­
pectáculo del sol palpitando, cambiando de forma y color, arro,
jando inmensos haces. de luz, lo cinematografió un técnico de
la televisión italiana (6). ¿Alucinación colectiva, nacida de un
estado de ánimo propenso a ver maravillas?
¿ Una rareza me­
teorológica, juzgada ,erróneamente por un gentío sugestionable?
(1987), pág. 47. -Un testimoniQ aci:\lal de este pr,;,•, en la revista
citada, núm. 95 (1984), págs. 42 y sigs. La fotosis se realizaba en la per­
sona y alrededor del monje ruso Agustín, muerto en 1965-.. Eí.' Catoli­
cismo tiene también varios testiID.onios ·similares· referidos a · San Ignacio
de wyola, César de Bus, la señora de Lestonnac, etc.
(5) Solange Lemaitre: &zmakrischna (versión alemana), pág 78, Edit ..
«RoW"ohlt», 1963.
(6) Diario Il Tempo, de 18 de abril de 1986. Traducción inglesa, de
la
cr6nica, en la revista Puntos de Vista ( «Approacbes» ), núms. 93-94
(1986). Se celebraba misa en el santuario, donde ya· se hablan dado cu­
raciones sorprendentes y visto prodigios solares; había unas tres mil per­
sonas presentes; en el.momento de la consagraci6n, comenzó el sol a:·ca.m­
biar de forma y color, para después emitir gigantescos haces de rayos y
mostrar como
Uila pulsaci.6n de toda la esfera luminosa. Cuatto fotogra­
fías del portento publicó el diario citado.
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Puede ser, pero entonces también hay que admitir que incluso
los artilugios ópticos
se contagian del fanatismo y la ilusión.
¿Existe un criterio para dilucidar el problema? Tal vez, sí.
La religión, considerada no en su origen y naturaleza,. sino
solamente como fenómeno describible, consiste
para un obser-
vador
imparcial en una serie de hechos irreductibles a cuales­
quiera otros. El método fenomenológico, tal
como lo entiende
Hússerl y lo aplica Schéler precisamente a la relación del hom­
bre con lo absoluto, es una especie
de refinadísimo positivismo,
sin los prejuicios del primitivo (7). Este método, abstrayendo,
analizando y pormenorizando los dogmas, · acontecimientos, ex­
periencias, instituciones religiosas, etc., tiene que descubrir la
evidente
especificidad de su objeto, su diferencia radical respec­
to de otros acontecimientos, experiencias, etc., ·aunque esto ·no
impida el víoculo de tales hechos específicos con hechos de es­
pecie distinta, bien sea de abajo hacia arriba, vale decir la in­
fluencia de lo económico o social en lo religioso, sioo también
a
la inversa, tal como iotenran demostrarlo Max W éber y sus
seguidores ( 8 ). Con todo ello no se prejuzga la verdad o false-
(7) _Hússerl: Ideas relativas a una fenomenologia pura y una filoso­
fía fenomeno/6gica, p,lg. 52, México, 1949. Scheler emplea este método
para determinar el «puesto del hombre en el co$ll0s», la «esencia de la
simpatía», etc. También Eduardo Spránger lo usa .en su caracterización
de las «formas de vida»; entre otras, la «forma de vida» del hombre reli­
gioso.
(8} Según la célebre tesis del economista de Erfurt, fue el calvinismo
el gran motor del desarrollo capitalista. Teoría,. pues, antitética del mar­
xismo· clásico. Empero, a nuestro juicio, mucho_ antes de predicar _Calvino
sus ideas ya florecía el capitalismo en algunas ciudades europeas meridio­
nales, en Flandes, en Augsburgo, en Amberes, en la confederación han­
seática, siendo el préstamo con interés, instrumento fundamental de dicho
sistema económico, práctica corriente entre un sinnúmero de comercian­
tes, a despecho de las prohibiciones canónicas. Porque usura consideran
entonces canonistas y moralistas toda remuneración del capital dado a
créclito: Usura est lucrum e mutuo ratione mutui, según el maestro Ale­
jandro de Alejandría, teólogo escotista muerto en 1314 (citado por Renato
Taveneaux: Jansenismo y préstamo con interés, pág. 21, París, 1977), con
cuya-definición coin~de totalmente la de Benedicto XIV, en su encíclica
Vix pervenit, de 1745 (Dénzinger-Bánnwart: Enchiridion symbolorum,
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dad del hecho en sí, sino solo su existencia autónoma. Y quizá
este método, abstractivo, analítico y descriptivo, sea más pro­
pio, en un
tiempo. alejado de la metafísica, para probar la pecu­
liatidad, del fenómeno religioso con la misma certeza con que
se aprehenden los procesos políticos o los acontecimientos de
la economía. Huelga señalar que esta caracterización no es
más
que e.J paso primero. Después habrá que establecer la proceden­
cia del hecho religioso, su . verdad en toda la extensión de la
palabra, no sQ]o su existencia empírica.
Limitémenos ahora a verificar
la probabilidad de una especie
de renacimiento religioso, renacimiento contrario a las ideas en
boga, y precisamente más atractivo por esa valentía de hacer
rostro, de izar una bandera que
ya muy pocos saludan, de espe­
rar contra tQda esperanza, como recomendaba San Pablo. Y
acaso la primavera incipiente llegará a ,ser opulento verano, cu­
yos frutos cosecharán nuestros nietos.
§ 2546, Barcelona, 1%7). Tan extendido hállase el cometcio del dinero,
que es UD.o de los pecados· contra· los que truenan los predicadores italia­
nos dd siglo xv (Pastor: Historia de los Papas, vol. V, págs. 140 y sigs.,
Barcelona, 1950). De Génova dice Fernando Braudel que se convierte en
1560, y no por influencia del calvinismo1 sino como consecuencia de un
proceso económico general, en metrópolis dd capitalismo europeo, hasta
el extremo de afumarse que no es la ciudad sino un enorme banco
(Braudel: El ·Mediterránéo y el mundo mediterráneo en la época de Fe­
lipe II, vol. I, pág, 260, México, 1953). Cuantiosos son los préstamos de
los banqueros genoveses al muy católico Felipe II, préstamos que se
aseguran con rentas ptíblicas, monopolios y privilegios comerciales. Los
Fúcares o , Függer, cat6licos1 apodéranse, gracias a sus empréstitos a. Car­
los
.v y su hijo, campeones ambos· del antiprotestantismo, de la explota­
ción de las minas de Almadén y de Guadalcanal, y de la explotación y
administración de los vastos territorios de las órdenes militares (Op. cit.,
426 ), Etc. Huelga decir que a banqueros y empresarios uo los mueve la
simple satisfacción de sus necesidades, sino -el espíritu capitalista típico,
o sea, el afán lucrativo, el deseo de recuperar con creces la inversión de
capital o de hacerla
lo más · provechosa posible.
La tesis de W éber quizá proceda de un examen limitado a los escri0
tos teológÍcos, sin contrastarlos con la realidad, y quizá también del pre­
juicio tácito que Osvaldo Spéngler lleva a extremos grotescos en sus
Dúzs decisivos: d de proceder exclusivamente del norte ario cuanto de
importante y «progresivo» ocurra en Europa.
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