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Número 267-268

Serie XXVII

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La lección del referéndum antidivorcista en Italia

LA LECCION DEL REFERENDUM ANTIDIVORCISTA
EN.ITALIA
POR
ALVARO D'ÜRS
Unos quince años después, vuelve a reflexionar Gabrio Lom­
bardi sobre el fracaso -por lo demás, muy honroso, por la con­
ciencia del deber cumplido-- en su gestión del referéndum anti­
divorcista culminada en 1974
(*). Este folleto reproduce, muy
ampliado, el artículo que public6
la revista de Milán Studi Catto­
lici (núm. 322, de diciembre de 1987); el director de esta re­
vista, Cesare Cavallieri, lo presenta ahora con un prólogo en el
que se destaca el planteamiento rigurosamente laico de la cues­
tión y
la ausencia de todo reocor respecto a los enemigos y de­
sertores. En efecto, a lo largo de sus ocho capítulos pueden apre­
ciarse estos dos rasgos principales de
la reflexión de Lombardi,
indiscutible principal promotor del referéndum
abrogativo de
la ley que
habí:a introducido en 1965 el divorcio en Italia, un
Estado que, gracias al respeto por
el Concordato de 1929 du­
rante el régimen de Mussolini, había resistido a la revolución
divorcista mejor que en España, aunque peor que Irlanda, don­
de todavía no ha prevalecido tal revolución.
Me une al autor una antigua amistad, de casi medio siglo, y
pude
yo seguir paso a paso su esforzada gestión contra .Ja ley
del divorcio. En un primer momento, proponía evitar el referén­
dum contra el hecho consumado de una ley de divorcio, con
uno también derogativo del Código civil, donde éste no
recono­
cía más causa de disolución del matrimonio que la muerte de uno
de los cónyuges. Este planteamiento suyo, que era correcto,
te­
nía la ventaja de no poner al pueblo italiano en la necesidad de
abrogar una ley reciente, pero sus adversarios, temerosos de que
tal planteamiento no diera el resultado por ellos deseado, se
opusieron radicalmente a él,
y así, la ley divorcista, aunque por
una muy débil ventaja, fue aprobada en 1965.
(*) Gabrio LoMBARDI: Perché il referendum sul divorzio? (Ares, Mi­
lán, 1988), 100 págs.
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Frustrado este primer intento, se acudió a la impugnación
de la nueva ley por inconstitucionalidad, ya que la Constitución
amparaba
el Concordato de 1929, por el que el matrimonio ca­
nónico producía efectos civiles, y no podía el Estado romper uni­
lateralmente
ese acuerdo con la Santa Sede; pero la solución fue
contraria, por el
falaz argumento de que los efectos civiles po­
dían ser los de cualquier mome:nto de la legislación italiana, sien­
do
así que lo que se habla convenido era que el matrimonio ca­
nónico, es decit, indisoluble, tendría el efecto de un matrimonio
civil,
y no que se acomodaría en sus efectos a lo contingentemen­
te establecido para el matrimonio civil. Pero, como bien dice
Lombardi, este régimen del Concordato presentaba cierta
de­
bilidad 'y se reducía a la validez del matrimonio canónico.
Se acudió entonces al recurso constitucional del referéndum
abrogativo y sobre la base de la indisolubilidad como propia­
mente esencial de todo matrimonio y no sólo del canónico. Esto
coincidía mejor con todo
el pensamiento de Lombardi, que siem­
pre había defendido la «laicitá» del Estado y de la legislación
civil. Sin embargo,. la propaganda de sus adversarios
repetía in­
cansablemente
el argumento capcioso de que, siendo la indisolu­
bilidad una exigencia tan sólo canónica, el referéndum
venía a
ser una agresión confesional que alteraría el bonum pacis del
pueblo italiano. Incluso muchos católicos, y del partido guber­
namental democristiano,
se oponían a la idea del referéndum,
como peligro
de desestabilización de la democracia. Se decía: «si
perdemos el
referéndum, hemos salido perdiendo, pero, si lo ga­
namos, ... estamos perdidos». La estabilidad del stotus quo polí­
tico se consideraba más importante que la conservación del ver­
dadero matrimonio. El papel de
. la Democracia Cristiana en este
asunto fue realmente penoso, pues increíblemente se resistía ésta
al referéndum, primero, y luego, al «sí». Pero Lombardi, con
gran firmeza
y plena responsabilidad, tras conseguir más del do­
ble de las fumas exigidas para plantear el referéndum, hizo que
el pueblo italiano se encontrara ante la necesidad de decidirse
en el tema del divorcio.
Los divorcistas acudieron entonces a los recursos más retor­
cidos para retrasar la votación popular, en espera de consolidar
el hecho consumado del divorcio legalizado; engañaron a los
ca­
tólicos peor informados, diciéndoles que el «no» quería decir
no al divorcio, cuando
quería decir no al referéndum; se esmera­
ron en la labor de sofocar la propaganda antidivorcista, etc.
To­
dos estos recursos fueron utilizados contra el referéndum, pues
se temía volver atrás en la fanática vindicación del divorcio. Lom-
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bardi, como explica ahora y recuerdo haberlo oído decir, no se
bacía falsas ilusiones: si en un
planteamiento correcto de la de­
cisión esperaba que el voto antidivorcista llegara al 60 % , ante
el
planteamiento de un referéndum abrogatorio de la ley de di­
vorcio
como hecho consumado, era previsible que bajara a un
50 % . El resultado, viciado por todas las manipulaciones de los
divorcistas quedó rebajado al 49
%. Se perdió el referéndum,
pero Lombardi quedó con la satisfacci6n de haber cumplido con
su deber cívico de haber ofrecido
al pueblo italiano la posibili­
dad de
rectificar el fanatismo de una parte prepotente de sus re­
presentantes.
Esta es, en resumen, la historia del referéndum de 1974.
Lombardi habla de todo esto
sin rencor, pero denuncia implaca­
blemente la inconsciencia de tantos católicos italianos, y de bue­
na
parte del clero. En España, la historia habfa de repetirse, pues
también es conocida
la responsabilidad de muchos obispos en la
admisión del divorcio, como puso de manifiesto el ilustre doctor
Guerra Campos, Obispo de Cuenca.
De
toda esta historia tuve yo ocasión, por mi frecuente pre­
sencia en Roma, en esos años, y mi amistad con Lombardi, de
ser partícipe asiduo. Ahora recuerdo con pena el esfuerzo real­
mente heroico de Lombardi en defensa
de esa causa. Pero no
puedo menos de considerar ahora
cómo este resultado negati­
vo
de su esfuerzo debe explicarse a la vista de su planteamiento
democrático.
Desde hacía muchos años trataba
yo de convencer a Lom­
bardi de los riesgos, no solo prácticos, sino también teóricos,
del planteamiento democrático por él defendido.
Ya en el año
1940
se resistía él a comprender la razón de nuestra Cruzada
española de 1936-1939, y
decía él entonces que, en el supues­
to, al que le reducía
yo en nuestra discusión, de una victoria de­
mocrática del Comunismo en I talla, él se vería forzado a acep­
tarla, aunque fuera en detrimento de la libertad de la Iglesia,
a la que
él estaba dedicido a defender por todos los medios ...
legales. Y no se podía decir que fuera él más democrático qae
católico -------a,mo sí se podía decir que Sabino Arana era más ca­
tólico que separatista vasco-, porque, para Lombardi, la demo­
cracia era una exigencia,
ya en aquellas fechas preconciliares, del
mismo Catolicismo. Al cabo de
un tercio de siglo, él vino a en­
contrarse con ese dilema que yo la proponía en hipótesis, cuan­
do discutíamos sobre la licitud de la rebelión de nuestra Cruza­
da. Recuerdo haber asistido, en Roma
y en vísperas del refe­
réndum, a una rueda de prensa convocada por él,
en la que un
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periodista ( creo que comunista) le preguntó si aceptaría el resul­
tado del
referéndum aunque le fuera adverso, y él, consecuente
con
sus principios democráticos, le respondió que sí lo aceptaría.
Pero los hechos siempre son
algo más complejos que las pre­
visiones, y este libro de Lombardi demuestra que todavía tiene
algo que
decit contra la decisión de la mayoría, pues aquélla ado­
lece, y es cierro, de ciertos defectos que permiten impugnar su
autenticidad.
En efecto, también creo yo que la mayoría real
del pueblo italiano, como la del español, es antidivorcista, a pesar
del resultado del
referéndum. En último término, se trata de
una cuestión de fuerza, y también
es fuerza la del fanatismo.
Porque no siempre la mayoría
es más fuerte -aunque ésta sea
la única razón de la
democracia-, sino que depende de la ma­
yor fuerza de una minoría fanática, y no silenciosa y apática
como suele ser la mayoría real, de una minoría capaz de arras­
trarla. Una
cuarta parre fanática puede arrastrar a las otras tres
mayoritarias. Después de todo, el triunfo de los divorcistas ita­
lianos no fue muy distinto del de los «nazis» en el plebiscito
legal que dio el poder a Hitler; también en las as.,mbleas de es­
tudiantes ocurre así: que una minoría más fuerte consigue arras­
trar a la mayoría menos fuerte.
Nuestra experiencia española de estos últimos años demo­
cráticos no
hace más que confirmarnos en esta idea de la mayo­
ría más débil. El pueblo español seguía siendo fiel a su reli­
gión,
pero no con tanta fuerza como la de los fanáticos enemi­
gos de
la Iglesia, y, como también en otras naciones, por ejem­
plo México, la mayoría católica ha qued..do arrastrada y domi­
nada por una más fanática minoría, que ha impuesto una cons­
titución atea y todo lo demás en contra de la Iglesia; la misma
jerarquía eclesiástica fue débil y
se dejó arrastrar por la minoría
fanática de los políticos.
De una situación así solo se puede salir por un acto de vio­
lencia: el de una minoría más fuerte que sea capaz de arrastrar a
los católicos de'biles con más fuerza que la minoría enemiga.
La
lucha es siempre entre minorías, y la más fuerte alcanza el pre­
mio de una aparente mayoría.
Se piensa a veces que
la mera predicación puede conseguir
que los católicos actúen con más responsabilidad, y que
de este
modo
se acabe por conseguir una mayoría formal que no se deje
arrastrar por la minoría enemiga; pero yo creo que, en último
término, ese deseado giro del resultado democrático no es al­
canzable más que mediante la intervención violenta de un grupo
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capaz de arrastrar a esa mayoría débil con más fuetza que la
mayoría enemiga que suele tenetla seducida.
Esta necesidad del giro violento parece
set una constante
histórica. Así, aunque los cristianos fueron creciendo
en número
e incluso
en influencia social a lo largo del siglo m, no se hubie­
ran librado del yugo
pagano -piénsese en persecuciones como
la de
Diocleciano-si no hubiere sido por el «golpe» del ven­
cedor Constantino; tampoco la mayoría católica
de España se
habría librado de la opresión marxista si no hubiere sido por la
violencia
del vencedor Franco. Peto tampoco habría hoy demo­
cracia en el mundo si no hubiere sido por la violencia de los
vencedores de 194 5.
Por lo demás, el desmán entra como algo natural
en el sis­
tema democrático, y los demócratas no pueden lamentarse de
ello; los católicos demócratas,
en España, nada pueden argumen­
tar, aunque les pese, contra las leyes hostiles a la
!glesia y al
dered10 natural, pues, como el fracaso del referéndum italiano
dé 1974. también las leyes sectarias de España se deben a la
congruencia del respeto a la mayoría formal. Que luego
se im­
pugnen estos desmanes como viciados por una falta de pureza
del procedimiento'
democrático, eso quizá carezca de vetdadeta
eficacia, porque ya
se sabe que, de hecho, los resultados demo­
cráticos siempre adolecen de algún vkio, y
no vale la denuncia
de ellos cuando se trata de hechos ya consumados.
¿ Acaso es
posible una democracia absolutamente pura, en la que no pre­
valezca la voluntad sino la razón del sentido común que
se atri­
.buye teóricamente a la mayoría?
Al concluir este breve comentario de la reflexión de Gabrio
Lombardi sobre el referéndum antidivorcista del año 1974, sólo
lamento que mis lectores
no puedan oír la voz del autor en ré­
plica a cuanto aquí he manifestado sobre
mis reservas antide­
mocráticas, pero
por eso mismo aconsejo la lectura del libro que
comentamos, un alto testimonio de honesta y esforzada conduc-
·
ta cívica.
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