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Número 273-274

Serie XXVIII

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La unidad católica en España

LA UNIJ)AD CATOLICA EN ESPA!',A
POR
GABRIEL ALFÉREZ CALLEJÓN
El pasado remoto.
La historia de España está esttechamente ligada, desde los
comienzos de
la era cristiana, al catolicismo, de tal modo . que,
hasta tiempos muy recientes, la división por II!Otivos religiosos
entte los españoles no era entre seguidores de una u
otta fe,
sino entte clericales y anticlericales,
· pues católicos lo eran todos
de una u otra manera ( vid., La Iglesia Española Contemporánea,
por Jesús M. Vá2quez, Félix Medín y Luis Méildez. Madrid,
Editora Nacional, 1973, a la que seguiré en gran parte de esta
exposición). Aparisi y Gijatto, Menéndez Pelayo,
Vá2quez de
Mella, Oaudio
Sánchez Albornoz y ottos muchos intelecruales,
católicos y no católicos, así lo han proclamado o reconocido.
En todas las
coyuntur;ts históricas nacionales de transcen·
dencia, el catolicismo ha estado presente.
Cuando Roma
se adueñó de la Península Ibérica se encontró
con un mosaico de tribus
en. vías de integración. Aparte de .la
habitual minoría colaboracionista, los diferentes grupos aboríge­
nes permanecieron fieles a sus viejas costunibres y se unieron
contta el invasor que inopinadamente les proporcionó el elemen­
to aglutinador, pues
al conocer por él al cristianismo lo adoptó
como señal de identidad frente a los poderes dominantes.
El pueblo, todavía en proceso de. formación, decidió hacerse
cristiano, y así, desde entonces, los
españoles comenzaron a
pensar en español.
Cuando Roma se
derrumbó ante la avalancha de los pueblos
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bárbaros, los visigodos que ocuparon la Península arramblaron
con todo y pretendieron imponer a
la población sojuzgada sus
creencias arrianas. Al
no conseguirlo pactaron con los vencidos,
que de este modo dominaron a los dominadores en este aspecto
tan fundamental.
En
el año 587, el rey Recaredo abrazó la fe católica por la
que había sufrido martirio
dos afios antes su hermano San Her­
menegildo, enfrentado por esta causa con
el padre de ambos
Leovigildo, fallecido en
el 586 y que desde el 580 había inten­
tado, en un sínodo arriano celebrado en Toledo, incorporar a
su
Iglesia a los católicos españoles. La conversión de Recaredo y:
de su Corte, y la reunión de una conferencia de obispos gótico­
arrianos en la que el moruttt:a expuso las razones de su decisión,
estimularon
al pueblo visigodo a seguir el ejemplo de su rey. Y
cuando en el 589 tuvo lugar el III Concilio de Toledo, se pudo
proclamar solemnemente
y sin dificultad la unidad católica del
pueblo español, facilitándose así una verdadera integración en­
tre los abotígenes
y los conquistadores.
La identidad nacional se perfilaba de este modo con una·s
características peculiares que habrían· de permanecer inalterables
hasta nuestros días.
He aquí cómo el factor religioso actuó de
nuevo en la historia patria y se entrañó en la esencia del pueblo
español.
Con la invasión árabe casi nada pudo salvarse de la voraci­
dad sarracena. Hasta la tierra fue ocupada y solo quedaron
unos
riscos perdidos allá en el norte, en Covadonga, en donde se pudo
iniciar
la resistencia. La cultura romana ya no era ni sombra de
lo que
había sido y los godos no habían conseguido montar un
sustitutivo
eficaz; la lengua latina estaba en vías de cortupción;
la raza no había acabado de digerir la aportación germánica;
la
unidad socio-política tan lenta y trabajosamente elaborada, era
todavía incipiente y no pudo
resistir el temible empuje africano.
Quedaba
la religión que otra vez salvó a España. La religión era
el único baluarte que
se podía oponer al ardimiento mesiánico
de los invasores: una religión que a lo largo de ochocientos afios
SQ&tuvo y configuró a Espafia, forjó su definitiva unidad, alum-
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LA UNIDAD CATOLICA EN ESPARA
bró. una nueva cultura y conectó lo. genuinamente español con
la naciente civilización europea.
En los tres momentos-clave de nuestra historia, la unidad
católica estuvo presente como factor decisivo integrador de un
pueblo con enormes complejidades sociales, ocupante de un te­
rritorio profundamente
diversificado, dotado de un sorprendente
atractivo para las apetencias foráneas; en un pueblo, en fin, don­
de todo se concertaba para la dispersión, se daba
tan solo una
sola fuerza de unidad, pero con
ta!l vigor de atracción que soldó
y reunió, lo que los dementas y las circunstancias históricas
pa­
recían condenar a la separación y división.
El español lo es en gran parte por la intervención decisiva
de la religión católica. Y
la fe se han convertido en uña y carne
de su contextura moral. Por eso, cuando
reniega de d1a reniega
de sí mismo, que
es tanto como desmembrarse. Los períodos de
afirmación religiosa, dígase
lo que se quiera, coinciden con los
momentos de mayor esplendor de lo español; en cambio
sus
abandonos y contravenciones b.m marcado las épocas de su
decadencia
(vid., especialmente, la obra citada, de donde se toma
la mayor parte de lo expuesto).
Fernando e
Isabd alcanzaron por fin de forma estable y
permanente la
tan deseada unidad socio-política española. Con la
conquista de Granada tuvieron completa la
patria entre sus ma­
nos. Seguramente no ha existido otro pueblo que haya luchado
tanto
y por tanto tiempo en conseguir su unificación y daborar
su personalidad, y', por ello, que la haya merecido más.
Los Reyes· Católicos eran profundamente religiosos y tenían
plena conciencia
dd papd que la fe católica había jugado en d
proceso
de formación de la nacionalidad española. Iglesia y na­
ción eran para dios una misma cosa, y a conservar y fortalecer
esa identificación, e incluso ampliarla, dedican todos
sus esfuer,
zos, porque según su teoría religioso-política la Cristiandad
había
de ser .d · esquema cardinal de la nueva ordenación euro­
pea, y a desarrollarlo se Ianzaron dios y sus sucesores. Para esta
empresa
se levantó un imperio y en ella se gastó, además de la
Hacienda, la propia
sangre (vid., op. cit., págs. 24-25).
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La conquista y civilización de América tuvieron el mismo
signo. Y en. los tiempos modernos, la guerra de la independen­
cia, las
carlistas y la última cruzada, con todos fos defectos· que
se les atribuyan, fueron igualmente un constante pelear por las
mismas razones divinas.
La pintura, la escultura, las catedrales, las univetsidades, la
literatura,
están impregnadas y son fruto de su consideración
católica del mundo y de la vida. La cultura, en general, tanto
superior
coino popular nos hablan fundamentalmente de Dios y
de Cristo. Y como escribe Menéndez y Pelayo en el prologo a
los
Heterodoxos españoles, éstos no representan nada notable en
nuestra. historia. El catolicismo, esa es nuestra grandeza y nues­
tra unidad; no tenemos otra,
y el día en que llegue a perderse
nos convertiremos en verdaderos reinos de taifas.
Cruzado de todas las emptesas que acomete, cruzado por los
muchos campos de Dios,
el español abandon6 su casa, su co­
modidad y sus bienes y se echó a penar y a morir por Cristo;
con todas sus miserias
y todos sus yerros, la fe católica no ha
tenido otro defensor como
el pueblo de España (vid., op. cit.,
pág. 25).
El Tribunal de la Inquisición, tan difamado, sobre todo en
el extranjero por nues.tros enenúgos, tuvo carácter más político
q11e religioso, pues con él se pretendía defender la unidad de
España, y su rigor no fue mayor que el de instituciones civiles
.similares que existieron en otros ~ses en la misma época.
La Casa de Austria comprendió pedectamente cual era la
esencia de
nuestra nacionalidad, y la Casa de Borbón .procuró
conservar el legado recibido hasta que en el siglo xvru comenzó
a infiltrarse el virus revolucionario del enciclopedismo. Pero el
pueblo conservó, incluso en los periodos críticos, el tesoto que
se le
había transmitido. .
Del próximo ayer a hoy.
Con la invasión napole6nica, en la Guerra de la Indepen­
dencia,
la Iglesia se puso al fado de lo español. Otra vez fa fe
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LA UNIDAD CATOLICA EN ESPAAA
en talante de salvación nacional y otra vez el español zada. Como en los buenos tiempos de la formación patria ( op. cit.,
pág. 32). El gesto habría de repetirse, a peSár de ·la corrupción
intelectual
ya iniciada, en las gU:erras carlistas, y de Ja corrup-­
ción social en el último enfrentamiento ideológico y religioso de
1936.
El 2 de mayo de 1808 aparece el pueblo espsñol como pro­
tagonista de su propia historia. Fue una sacudida popular en de­
fensa de su Dios y de su rey, pero al ntismo tiempo, como efec­
to de su protagonismo, el pueblo tomó conciencia de su poder
y surgió un deseo imperioso de renovación (vid., op. cit., pági­
na 43).
El siglo
XIX ha conocido las mayores calamidades en la histo­
ria de nuestra patria:
pérdidas coloniales, guerras civiles, desgo­
biernos, motines, golpes militares de variado signo, caciquismo
político, desgraciadas guerras exteriores con
Norteamérica y Ma­
rruecos ... y quizá dos ocasiones perdidas de reconstÍUcción na­
cional: la Guerra de la Independencia y la crisis de 1898.
Si los ideólogos españoles de las postrimerías del siglo XVIII
y albores del XIX se hubieran ocupado en buscar soluciones a
los problemas en nuestras antiguas instituciones
en vez de co­
piar teorías francesas y notmas extranjeras, otro hubiera sido se­
guramente el tumbo de nuestra reciente historia. Pero desgracia­
damente no fue así, sino que junto a
la desviación ideológica alu­
dida se dedicaron a creat partidos políticos que discutían la uni­
dad católica y a soliviantar el hambre y la ,penuria de los bra­
ceros andaluces y
de los habitantes obreros de los suburbios pro­
Letarios de las grandes ciudades industriales, azuzándoles contra
la Iglesia y sus ministros, los-conventos y sus mor~_dores, en
vez de buscar los medios de aumentar la producción y disminuir
el paro para mejorar
el nivel ·de vida de los más necesitados.
El pueblo llano continuaba siendo fiel a su Dios y a su rey.
Las clases acomodadas fueron abandonando con frecuencia
sus antiguas costumbres,
aceptaron ideas revolucionarias y ol­
vidándose del prescrito amor'·a · Dios y al prójimo, procuraron
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
egoístamente conseguir para ellos el mayor bienestar, sin tenet
debidamente en cuenta a los demás.
Gobiernos liberales intensificaron expropiaciones de bienes
eclesiásticos cuyos productos se dedicaban en gran parte ·a fines
de bene6ciencia, y lo que bien organizado y con bases justas ha­
bría ¡,odido ser el germen de una conveniente reforma agraria,
se redujo a ser una
simple transferencia a precios irrisorios de
las propiedades de la Iglesia a las clases económicamente fuertes,
que,
en consecuencia, se consideraron obligadas a fortalecer el régi­
men que prácticamente se las había regalado, con olvido de prin­
cipios morales
por todos los interesados.
Así
se inicia 'una secularización del Estado que de momeµto
no se atreve a. romper la unidad católica que gooaba de unánime
apoyo popular.
En el proyecto constitucional de 1808, elaborado en Bayo­
na bajo la inspiración de José Bonaparte y aceptado por la Di­
putación general el 7 de julio del citado año, se proclama la re­
ligión católica como única de la naci6n española, en parte, sin
duda, como reconocimiento de los sentimientos religiosos del pue­
blo español, que hubiera sido coritraproducente desconocer, y en
parte también para atraerlo a la causa del
intrUso, lo que viene
a ser
un complemento del motivo anterior. El articulo 1.° dice
as!: «La religión católica, apostólica y romana, en España y en
todas
las posesiones españolas, será la religión del rey y de la na­
ción, y no se permitirá ninguna otra».
La Constitución de Cádiz, de 1812, comienza con la siguien­
te invocación: «En el nombre
de Dios TodoPoderoso, Padre,
Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la socie­
dad ... ». Y no tiene más remedio que ·afirmar, en su articulo 12,
por las mismas razones que
el anterior proyecto, que «La reli­
gión de la nación española es y será perpetuamente la cat6lica,
apostólica y romana, única verdadera. La nación la protege por
leyes sabias
y justas y prohibe el ejercicio de cualquier otra».
En el nombre de Dios, los constitucionalistas gaditanos esta­
blecieron una absoluta libertad
de imprenta mediante la que se
atac6 inmisericordemente a la religión, se recortaron privilegios
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LA UNIDAD CATOLICA EN ESPAJM
eclesiásticos, se cerraron conventos, se suprimió el TribWJ.al de
la Inquisición, etc.
Al. Ínorir Fernando VII, en 1833, surgió la coestión dinás­
tica, estrechamente ligada al sentimientd religioso, pues las ma­
sas católicas se agruparon alrededor del infante don Carlos Ma­
ría Isidro, hermano del monarca fallecido y en el que concorrfan
las circonstancias exigidas por la legislación hasta entonces vi­
gente
para sucederle, mientras que los elementos liberales se dis­
pusieron a defender los

derechos
de la hija del rey muerto, a
quien éste había
designado heredera, derogando precipitadamen­
te y de modo irregular la legislación que regia para la transmi­
sión
dé Ía Corona, desde el advenimiento de los Borbones.
Nombrado primer Ministro Martínez
de la Rosa, en 1834 se
promulgó
una Constitución otorgada, llamada Esaiuto real, que
no
afectó al problema religioso, pues se limitaba a regular la
convocatoria de unas Cortes de carácter estamental.
En 1834 tuvo lugar la primera gran 1I1atanza de frailes y pro­
liferó una legislación claramente antirreligiosa. En este ambiente
se
redactó la Constitución de 1837, que ya no invocó en ~ti
preámbulo a Dios Todopoderoso, limitándose a decir en su ar­
tículo 11 que «La nación española se obliga a manlener el culto
y los ministros de la ·religión católica que profesan los españo­
les». Como se ve, se hace referencia a las creencias de los espa-
ñoles
y no de la nación. · ·
En el movimiento pendular que iniciara ya Fernando VII y
que luego siguieron los partidos que gobernaron en la Monar­
quía liberal, la Constitución de 1845 correspondió ru turno mo­
derado. En el artículo 11 de fa misma se dice que. «La religión
de la
'nación española es la católica, apostólica y romana. El Ese
tado se ·obliga a mantener el culto y sus ministros». ·Como puede
apreciarse, se vuelve a nombrar a la nación como sujeto de
creencias.
Volvieron aires liberales. Las relaciones con la Iglesia iban
empeorando
y los conflictos eran frecoentes. Finalmente, con
un
Gobierno más conservador, presidido por Bravo Murillo, se
emprendieron conversaciones con la Santa Sede que culminaron
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
con la aprobación del Concordato de 1851, .que en su artícu­
lo
l.° establece que «La religión católica, apostólica y romana,
que con exclusión de cualquier /otro culto continúa siendo la
única de la nación española, se conservará siempre en los do­
minios de su Majestad Católica, con todos los derechos y pre­
rrogativas de que debe gozar según la ley de Dios
y lo dispues­
to por los. sagrados cánones».
Ei Concordato sancionó la irre­
versibilidad de las ventas realizadas como consecuencia de
la.
desamortización y las legitimó para tranquilidad de conciencia de
los adquirentes. También reconoció a la Iglesia el derecho de
velar por la pureza de Ia fe,. derogó algunas normas antirreligio­
sas
y abrió las puertas al establecimiento de nuevos institutos
religiosos, autorizando además el regreso de
los expulsados.
Poco duró la tranquilidad. Tres años más tarde vuelve Es­
partero y los liberales al poder, y en solo dos años deshizo ·toda
la labor pacifu:adora que en el terreno religioso se había ido te­
jiendo pacientemente, con avances y retrocesos, durante diez
años de gobiernos moderados. Puso trabas a
la enseñanza reli,
giosa, cerró seminarios, expatrió a religiosos, desterró a obispos,
expulsó al Nuncio y derogó el Concordato.
Regresaron
los moderados al poder e intentaron restable=
una situación más pacífica, consiguiendo durante casi once años
una relativa tranquilidad
en el orden espiritual, pues en el ma­
terial no dejaron de presentarse problemas.
En 1855 se fundó el partido socialista, y su influencia se dejó
sentir especialmente entre los
campesinos andaluces y los obre­
ros fabriles catalanes.
En 1856
se aprobó una nueva Constitución, que en su artícu,
lo 14 decía que «La nación se obliga a mantener y proteger el
culto y los ministros de la religión católica que profesan
los, es­
pañoles. Pero ningún español ni extranjero podrá ser perseguido
por
sus creencias religiosas mientras no las manifieste por ac­
tos públicos contrarios a la religión oficial».
En este período, dos hechos
notables conmovieron el senti­
miento popular del catolicismo español:
la proclamación del dog­
ma de la Inmaculada Concepción, que fue celebrado multitudi-
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LA UNIDAD CATOLICA EN ESPANA
narimuente, y la ocupación por Italia de los Estados pontificios
o Patrimonio
de San Pedro, en que el Papa ejercía su soberanía
temporal, soporte de su labor apostólica.
,El .. pronunciatniento de Topete, ,Serrano y Prim que desen­
cadenó la revolución de 1868, alumbró una nueva situación po­
lítico-social, y como de costumbre la Iglesia pagó los vidrios ro­
tos de una administración torpe y desorientada. Se constituyeron
por doquier Juntas revolucionarias que legislaron a capricho y
ejecutaron desmanes: se demolieron iglesias, se asaltaron conven­
tos, se. ·expulsaron a frailes, se confinaron a obispos, se confisca~
ron bienes eclesiásticos, se disolvieron comunidades y congrega­
ciones
_piadosas y finalmente se asesinaron a sacerdotes y reli­
giosos. Cuando se enfriaron las furias de las masas y la reina Isa­
bel marchó al
destierro, los políticos continuaron la tarea.
La, Iglesia, tan tradicionalmente unida al pueblo, bahía sido
sistemáticamente despojada de sus bienes, con cuyos productos
atendía a numerosas obras
· de caridad y beneficiencia, enseñanza
y cultura, que
ya no podría realizar en adelante por falta de me­
dios, lo que contribuyó, junto con una tenaz campaña de des­
crédito . a, que perdiese prestigio e influencia entre el pueblo
(vid,, op. cit., pág. 44).
Por otro lado, la desamortización contribuyó a aumentar el
poder de
. una burguesía descreída que unas veces fomentaba la
subversión por sus ideas y otras sufría, aunque menos, las iras
del pueblo.
A partir de estas fechas la politización de las masas, ya ini­
ciada con la creación del partido socialista en 1855, crecería 11
ritmo acelerado. En 1868. tuvo lugar la I Asamblea de Trabaja­
dores de Espafia, en 1881 se establece .la central anarco-sindi­
calista, y en 1888 se crea la , Unión General de Trabajadores
(UGT).
Convocadas Cortes extraordinarias en 1869, fue aprobada una
Constitúción, fruto
de la «gloriosa», que por primera ·•vez pro­
clamaba,
de modo rotundo, la libertad religiosa y de cultos en
España,. rompiendo la secular unidad católica. Su
artículo 21
decía así: «La nación se obliga a sostener el culto y los minis-
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GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
tros de la religión católica. El ejercicio público o privado de cüai­
quier otro culto queda garantizado a todos los extranjeros resi­
denes en España sin
más limitaciones que las reglas universales
de la moral y del derecho. Si algunos españoles profesasen otra
religión qué la católica, es aplicable a los mismos todo lo dis­
puesto en el párrafo anterior».
Como puede apreciarse, se prescinde de toda vinculación de
la religión
con la ruición española o con los ciudadanos españo­
les, aunque
se mantiene la obligación de mantener el culto y los
ministros de la católica, sin duda por el reconocimiento del enor­
me peso de la misma en la sociedad española y quizás también
como compensación del despojo de que había sido objeto la
Iglesia con la desamortización.
Lo mismo se deduce del segun­
do párrafo, en el qué de modo implícito se reconoce la excep­
cionalidad
- de que los españoles practicasen otra religióri. La hue­
va Constitución consagraba, además-, todas las modernas e ilimi­
tadas libertades· de concienciá, eruieña02a, imprenta y asociá­
ción. Al amparo de la libertad de cultos, el protestantismo se es­
tableció ei:t España. Un censo fiable, reconocidamente optimis­
ta, fijaba aproximadamente en 10.000 el número de evangélicos
españoles a finales del pasado siglo, cifra que llegaría a 15.000
en 1936 y a 30.000 en 1955. ¿Cómo es posible que se consi­
dere en pie de igualdad una minoría tan exigua, frente a millo­
nes de católicos, más o menos cumplidores; que constituyen la
práctica totalidad de la población española?
Desde la revolución
de 1868 hasta la restauración ·borbónica
de 1874, todo el tiempo transcurrió entre
algáradas, discordias y
desórdenes,
con· un gobierno provisional, una monarquía efímera
saboyana, la república y otro gobierno provisional.
El
. proyecto de -Constitución Federal de la República Espa­
ñola de 1873 decía sobre la materia de que nos estamos ocu­
pando, lo siguiente: artículo 34: «El ejercicio de todos los cul­
tos es _libre en España», Y el 35 agregaba: «Queda separada la
Iglesia del Estado».
Pronunciado el 28
de diciembre de 1874, en Sagunto, el ge­
neral Martinez Campos en favor de Alfonso XII, hijo de ·Isa-
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LA UNIDAD CATOLICA EN ESPAl'íA
bel II, y secundado por las guarniciones de Madrid y del Norte,
fueron
convocadas Cortes, que el 30 de junio de 1876 aprobaron
una nueva Constitución que,
para contentar a todos, deliberada­
mente quiso ser
ambigua e imprecisa, sin encarar de frente los
problemas planteados. Como en el
Manifiesto de Sandhurts, sle
pretendió amalgamar el catolicismo y el liberalismo. Su artículo
11 decía así: «La religión católica, apostólica, romana, es la del
Estado. La
naci6n se obliga a mantener el culto y sus ministros:
Nadie será molestado en el territorio español por sus opiniones
religiosas ni
por el ejercicio privado de su respectivo culto, sal­
vo el respeto debido a la moral cristiana. No se permitirán, sin
embargo, otras ceremonias o manifestaciones
públicas que las de
la
religión del Estado».
Se derogaron algunas leyes que lesionaban el sentimiento re­
ligioso de los españoles, volvió a regir el Concordato de 1851, se
restablecieron las relaciones con el Vaticano y se abrieron · de
nuevo las puertas de la Nunciatura española. Pero el citado ar­
tículo 11 suscitó ·una enorme polémica, estimulada inicialmente
por el mismo Vaticano que recomendaba a los católicos abstener­
se en la actuación política, cmno había ordenado el Papa Pío IX
a los catóhcos italianos. La razón en Italia era la usurpación de
los Estados Pontificios y en España la práctica unanimidad de la
población en la profesión de la fe católica.
Durante
el gobierno del General Primo de Rivera, la Asam­
blea Nacional elaboró un proyecto de Constitución, en 1929, cuyo
artículo 11 reproducía el de igual número de la Constitución de
1876.
El 14 de abril de 1931 quedó proclamada la República, a
raíz
de unas elecciones municipales en que los monárquicos ha­
bían conseguido la mayoría salvo en las grandes
ciudades. Des­
pertó muchas ilusiones. Se presentó con aspecto pacífico y Al0
calá Zamora, su primer Presidente, auspició en un discurso pro­
nunciado en Valencia el 15 de . abril la presencia de obispos en
el Senado.
El 11 de mayo tuvo lugar una quema y destnicción
masiva
de iglesias y conventos en todo el territorio nacional ante
la pasividad de las autoridades del nuevo régimen.
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GABRIEL ALFEREZ CALLBJON
Convocadas Cortes, fue aprobada una Constitución que, en
su artículo
3, declara que «el Estado 'no tiene religión oficial~,
El artículo 27 disponía que «la libertad de conciencia y el de­
recho de profesar y practicar libremente cualquier religión, que­
dan garantizados en el territorio español, salvo el respeto debi­
do a las exigencias de la moral pública.
»Los cementerios estarán sometidos exclusivamente a la
ju­
risdicción civil. No podrá haber en ellos separación de recintos
por motivos religiosos.
»Todas
las confesiones podrán ejercer sus cultos privadamen°
te.
Las manifestaciones públicas del culto habrán de ser, en cada
caso, autorizadas por el gobierno.
»Nadie podrá ser compelido a declarar oficialmente sus creen­
cias religiosas.
»La condición

·
religiosa no con~tituirá circunstancia modifi­
cativa de la personalidad
civii ni política, salvo lo dispuesto en
esta Constitución
para el nombramiento de Presidente de la Re­
pública y para ser Presidente del Consejo de Ministros». (No po­
dían ser los eclesiásticos).
Consagrada
la igualdad de todos los españoles en la Cons­
titución, fue
cori.cuk:ado el principio con un alud de leyes y dis­
posiciones persecutorias de la religión católica. Protestó el car­
denal Segura y fue conducido a 1a frontera por una pareja de la
guardia civil; protestó el nuevo Primado, con el tiempo cardenal
Gomá; protestó el Vaticano. Pero todo fue inútil.
La legislación
se mantuvo, aunque
la práctica·• se suavizó algo durante los g0,
biernos moderados.
El
18 de julio de 1936, después de un período de anarquía
que siguió a las elecciones del 16 de febrero de dicho
afio, es­
talló el descontento nacionid en forma de alzamiento dvico-mi­
litar, como consecuencia del cual el territorio nacional quedó di­
vidido en
dos zonas, la nacional y la roja o republicana o sim­
plemente zona roja como ffl!Dnces era llamada con orgullo por
sus dirigentes.
La Iglesia en la zona nacional fue respetada y protegida; en
la zona roja fue
perseguida y destruida. La posición de la Igle-
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LA UNIDAD CATOLICA EN ESPA8A
sía ante el Alzamiento queda claramente reflejada en el siguien­
te expresivo párrafo de la Cana colectiva
del episcopado espa­
ñol de 1 de julio de 1937: «La Iglesia, a pesar de su espíritu
de
paz y de no haber querido· la guerra ni haber colaborado en
ella,
no podía ser indiferente en la lucha: se lo impedían su doc­
trina, su espíritu y el sentido de conservación». En la zona roja
fueron destruidos o inutilizados todas
las iglesias y edificios· re­
ligiosos y asesinados unos siete mil sacerdotes, monjas y frailes
y todos los obispos que fueron encontrados. El
delegado espa­
ñol en el Congreso de los sin Dios, celebrado en Moscú en
19 3 7,
declaró que «España
ha superado en mucho la obra de los so­
viets, por cuanto la Iglesia en España ha sido completamente
aniquilada». A las víctimas específicamente religiosas hay que ·
agregar
los trescientos mil seglares muertos violenta:mente, la ma­
yor parte de los cuales lo fueron por sus ideas religiosas .
. Tepninada la contienda con el triunfo de los nacionales, se
derogó la legislación antirreligiosa de la República, y las Leyes
fundamentales que se fueron aprobando restablecieron la unidad
católica del Estado.
El Fuero
de los Españoles, promulgado el 17 de julio de
1945, decía en
su artícu!lo 6: «La profesión y práctica de la re­
ligión católica, que es la del Estado, gozará de protección oficial.
Nadie
será molestado por sus creencias religiosas ni el ejercicio
privado de su culto. No se permitirán otras ceremonias ni ma­
nifestaciones externas que las de la religión católica».
Fue modificado por la Ley Orgánica del Estado de 1 O de
enero de 1967, que sustituyó
,los últimos párrafos por otro re­
ferente a la libertad religiosa.
La Ley de Principios del Movimiento Naciona:1, de 17 de
mayo de 1958, decía en su apartado 11: «La nación española
considera timbre de honor el acatamiento a
la l;ey· de Dios se­
gún la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Roma­
na, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional,
que inspirará su legislación».
El 27 de agosto de 1953 se
firmó un Concordato, cuyo ar­
tículo 1.· decía: «La religión católica, apostólica, rotnana, sigue
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Fundaci\363n Speiro

GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
siendo la única de la nación española y gozará de los derechos
y privilegios y de las prerrogativas que le corresponden
en con­
formklad con la ley divina y al derecho canónico».
Despues de la muerte
de Franco y el advenimiento de la de­
mocracia, el 27 de diciembre de 1978 se promulgó la Constitu­
ción que rige
la Monarquía parlamentaria, que en su artículo 16
dice
lo siguiente:
«
1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto
de los individuos y
de las comunidades, sin más limitación en
sus manifestaciones que
la necesaria para el mantenimiento del
orden público protegido
por la ley.
»2. Nadie podrá ser
obligado a declarar sobre su ideología,
religión o
creencia.
» 3. Ninguna confesi6n tendrá carácter estatal. Los: poderes
públicos
tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad
españe1la y mantendrán las oonsiguientes relaciones de coopera­
ción con la Iglesia católica y las demás confesiones».
Posteriormente a la entrada en vigor
del anterior text~ se
aprobaron leyes reguladoras del matrimonio civil, divorcio, de­
recho de familia, aborto, enseñanza, etc., que contribuyeti' a la
descristianización, y es frecuente, en radio, televisión y
en el
comportamiento de otros organismos oficiales, que se ataquen
los sentimientos religiosos de fa mayoría de fos españoles; · sin
tener
siquiera en cuenta el precepto constitucional que dispone
la cooperación 'con la Iglesia católica.
Hacia
el futuro.
Dada la situación
actual de amplio pluralismo materialista
que Spengler
califioó de «anarquía hecha costumbre»; es fre­
cuente que muchos católicos fa consideren, quizá por su masiva
erterisión,
no solo aceptable, sino hasta como la ideal,' renun­
ciando por completo a su posible mejora.
Contrasta esta actitud conformista y cobarde con la
de gru­
pos ideológicos opuestos, laicos y ateos, que pretenden y procla-
456
Fundaci\363n Speiro

LA UNIDAD CATOUCA EN ESPARA
man su aspiración de implantar su proyecto materialista basado
en
un supremo humanismo imaneutista que, como dijo Pablo
VI,
al prescindir de Dios se convierte. eu iohumano, pues si cada
persona es
d supremo ser, difícil será que acepte someter su
egoísmo y bienestar a la conveniencia o felicidad de los demás.
Y para conseguirlo atropdlará, en definitiva, todas las normas que
se
lo pretendan impedir, Unicamente la amenaza del castigo o la
violencia de la fuerza lo frenarán. Pero
tal miedo constituye
siempre una barrera insuficiente. Unicamente
d amor constituye
un
estímulo adecuado para obrar bien y generosamente.
Una convivencia social y política en paz y armonía solo es
posible si de acuerdo con d orden natura:! de la Creación nos
consideramos todos hechos
por Dios a su imagen y semejanza y
por consiguiente hermanos como hijos de un mismo Padre .ce­
lesrial que nos manda amar al prójimo como a uno mismo a
imitación de
como El! nos ama. Si se prescinde de este principio
y esta norma transcendentes, todo estará perdido, mientras que
si buscamos lo primero d reino de Dios y su justicia, todo lo
demás
se nos dará por añadidura. Si amamos a Dios sobre to­
das las cosas y
al prójimo como a un hermano, todos los pro­
blemas estarán resueltos y serán posibles
d orden, que es d
nombre social de 1a bdleza y la paz que. es la tranquilidad en el
orden justo.
Cristo ordenó predicar
y difundir esta salvadora doctrina a
todo
di mundo. Y, desde entonces, todos los creyentes tenemos
la obligación
de evangelizar. Si hoy puede parecer dificil o pe­
nosa esta labor por d agnosticismo reinante, imagínese al co­
mienzo frente a un mundo paganizado. La dificultad no es ra­
zón para renunciar al deber. Y si otros aspiran y procuran im­
plantar sus ideologías materialistas y falsas, 1os católicos no de­
ben rehuir de sus obligaciones fundamentales.
N1o1estra doctrina socia:l de convivencia es la más natural y
perfecta y por consiguiente la más beneficiosa para el bien co­
mún. Así lo han reconocido en todos los tiempos destacados in­
tdectua:les y filósofos, incluso no creyentes, como indica Pío XI
en la Divini Redemptoris al referirse a un célebre político del
457
Fundaci\363n Speiro

GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
extremo oriente. Es clásica la llamada apuesta de Pascal; que
considera la
práctica del catolicismo como una apuesta en la que
siempre se gana, pues si es verdad, tendremos una recoJnpensa
eterna por nuestro buen comportamiento, peto en el caso de que
no fuese
así, tendremos aquí el premio de una convivencia pa­
cífica y civilizada.
La unidad católica es útil y deseable para el mundo como
lo es siempre la Verdad. Y Cristo la propuso a:l ordt;nar la di­
fusión del Evangelio. Pero en nuestra patria constituye además
un elemento esencial de nuestra
naciorndidad, y, por tanto, de un
decisivo interés político.
Se cuenta del emperador Carlos que
con motivo
de sus luchas religiosas con los protestantes a:lema­
nes pidió consejo a jerarquías eclesiásticas que le informaron
que
podía admitir la libertad religiosa en sus estados germáni­
cos o en otros lugares que se encontrasen en sittúlar situación.
Ante lo cual decidió no aceptar el consejo, pues si bien «podía»
seguir tal criterio según se le indicaba, ello no significába que
debla hacerlo. Y el bien de sus Estados y el general de sus súb­
ditos reclamaban
el mantenimiento de la unidad religiosa. · La
ventaja política de tal unidad es evidente y hoy día vemos cómo
la practican, sin escándalo para nadie, los países árabes, Israel,
monarquías protestantes y Estados regidos por
idedlogías que
observan
con más rigor que las religiosas, sin perjuicio de una
normal
tolerancia para otras creencias y del respeto a las per­
sonas cuya conciencia no
se debe forzar, siempre que en la prác­
tica
respete el derecho natural.
Y

a hemos visto cómo en España
se fue formando la nacio­
nalidad
y la importancia que en· su constitución tuvo el factor
religioso, así como
la continuidad en la proclamación .de fa uni­
dad católica
hasta su reciente ruptura en la época moderna y la
actual situación de absoluta libertad y pluralismo religioso e
ideológico,
ain confesión oficial, aunque con expresa mención del
catolicismo
por su peso. socia:!, y aceptación. de las necesarias re­
laciones de cooperación con · la Iglesia católica y otras religiones
sociallmente implantadas.
La práctica · unanimidad en la confesión y cumplimiento de la
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Fundaci\363n Speiro

LA UNIDAD CATOLICA EN ESPMIA
fe católica en España, hasta época bien reciente, ha cambiado
ciertamente, y aunque la grao
ll)ayoría de los españoles siguen
declarándose católicos, incluidos aquellos que interpretao
la re­
ligión a su manera y hasta atacan a la Iglesia y desobedecen sus
maodatos y enseñanzas,
.hay. que reconocer que la situación es
diferente. De todos modos
se puede afirmar que quien deja de
ser católico no suele pasar
a otra religión, sino que simplemente
se considera agnóstico o ateo práctico. Los seguidores de otras
confesiones Son muy escasos.
Igualmente resulta cierto que todos, creyentes o no, <;om­
prenden el grao peso del· catolicismo en la formación de la pa­
tria y en
la es
nctura nacional.
Por todo lo expuesto no es de extrañar que en unas Instruc­
ciones dadas en 1908 por Pío X a la dirección de los integristas,
que
presididos por Juan de Olaiábal y Ramery desde la muerte
de Ramón
Nocedal., le visitaron en Roma con · el fin de pedirle
unas orientaciones para su actuación política, les dijo lo siguien­
te en la Instrucción
l.': .«Sostener la tesis católica en España y
con
dla el restablecimiento de la unidad católica y luchar contra
todos los
errores condenados por la Saota Sede, especialmente los
comprendidos en el
Syllabus y las libertades de perdición, hijas
del llamado derecho nuevo o ·liberalismo, cuya aplicación al
go­
bierno de nuestra patria es ocasión de tao tos males. Esta lucha
debe efectuarse dentro de la
legalidad constituida, esgrimiendo
cuantas armas lícitas pone la misma en nuestras manos».
. Posteriormente, varios grupos católicos españoles, entre · ellos
la A. C. N. de P., creada por el padre Ayiila en 1909, solicita­
ron también de la Saota Sede orientaciones para su actuación
pública. A principios de mayo de 1911, el
cardenal Merry del
Val, Secretario de Estado del Pontífice, envió a
fos obispos es­
pañoles unas normas, integradas por doce apartados, que venían
a ser
las entregadas a los integristas en 1908, actualizadas y con
algunos retoques, pero dadas ex novo y no como ·simple repro­
ducción corregida de las anteriores. La norma l.' dice así: «Debe
mantenerse como principio cierto que en España se puede. siem­
pre sostener,"·romo de hecho sostienen mu.chos;nobilisimamente,
Fundaci\363n Speiro

GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
la tesis católica y con ella el restablecimiento de la unidad re­
ligiosa. Esta reconquista debe efectuarse dentro de la legalidad
constituida, esgrimiendo cuantas armas lícitas pone la misma en
nuestras manos».
La norma 12.", que podría considerarse en cierto modo como
un complemento
de la primera, expresa lo siguiente: «No me­
recen reprensión los que declaran ser su ardiente deseo que en
gobierno del Estado vayan renaciendo, según las leyes de la pru­
dencia y las necesidades de la patria
[o exijan, las grandes ins­
tituciones y tradiciones religioso-sociales que hicieron · tan glorio­
sa en. otro tiempo a la Monarquía española; y, por tanto, traba­
jan
para la elevación progresiva de las leyes y de las reglas de
gobierno hacia aquel grande ideal; pero es necesario que a estas
nobles aspiraciones junten siempre
el propósito firme de apro­
vechar cuanto bueno y honesto hay en las costumbres
y· [egisla­
ción vigente para mejorar eficazmente las condiciones religiosas
y
sociales de España».
Del 13 al 17 de noviembre de 1929, ,rl final dcl gobierno
del general Primo de Rivera, en que ya era fuerte la oposición
al mismo y el inicio de propagandas subversivas,
se celebró el
Primer Congreso Nacional de Acción Católica, presidido por
el
cardenal don Pedro Segura y Sanz. En la sesión de clausura, el
cardenal Segura hizo suyas las e;xpresiones de Pío X en las an­
teriores Instrucciones y Normas, al de¡:ir que «en España se
puede siempre sostener, como de hecho sostienen muchos nobi­
l!simamente, la tesis católica, y con ella el restablecimiento de
la unidad religiosa».
El 19 de noviembre, el diario El Sol publicó un texto en el
que manifestaba el temor de que las palabras de Segura pudie­
ran constituir
el anuncio de una guerra de religión, aunque acep­
taba también la posibilid¡¡d de que la ansiada unidad católica
se pretendiese conseguit a través del apostolado, de tal forma
que fuese «un hecho social y las leyes su vestidura obligada».
Y, agregaba, «pero si
se busca el reino de Cristo con la ayuda
de los poderes humanos y además sin la contradicción pública
460
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LA UNIDAD CATOUCA EN ESPANA
que es necesaria, habrá que pensar en la .defensa obligada, tenaz
e irremediable de los no convertidos»
.•
Se refirió El Sol a la visita del rey al Papa en 1923, en la
que, al señalar el monarca la «unanimidad del! país en la fe ca­
tólica», Pío XI le contestó que también existían otros hijos ama­
dísimos aunque infelices, que se niegan a acercarse ai Corazón
divino. Es indudable que toda implantación o difusión ideológica
tiene que contar con un respaldo social suficiente. La aspiración
manifestada por el cardenal
Segura, eco de anteriores expresio­
nes de Pío X, no contenían ninguna apelación a la fuerza, por
lo que
la suposición de El Sol carecía de fundamento. Y más
todavía si se tiene en cuenta que El Siglo Futuro, que partici­
paba
de dicho deseo comenzó a publicar una oración por la
unidad de España, que decía así: «omnipotente y piadosisimo
Dios,
que ,por el católico rey -nuestro Recaredo y los Padres del
tercer Concilio toledano
librasteis a nuestra patria de la herejía
arriana, concédenos que unidos en una
.misma fe y caridad tra­
bajemos con
ardor en la restauración de nuestra unidad católica
y del imperio social de Vuestro Unigénito Hijo y Salvador. nues­
tro, Jesúcristo, amén. ·¡Corazón de Jesús, reinad en nuestra Es.­
pañal ¡Madre Inmaculada, sailvadnos; ¡Angel custodio. del reino,
Santiago Apóstol, Santos de España, interceded por nosotros!».
El día 20 publicó El Sol un editorial sobre la oración, y en
El Siglo Futuro,· Miraba! contesta a los editoriales del primero
con un artículo sobre
La legitima aspiraci6n a la unidad religiosa.
También en El Siglo Futuro, Manmero publica el 27 del citado
noviembre de 1929 las
Impresiones de un congresista. Normal­
mente, de una oración no pueden deducirse llamamientos a la
violencia,
y del texto transcrito de la discutida es evidente que
no cabe hacerlo.
Lucas Mallada no era creyente, pero a finales del
si¡;Jo XIX
se espantaba de que se quisiera quitar la fe al pueblo. Melquia­
des Alvarez, alegando precisamente su ideología y dilatado com­
portamiento laico, defendía el mismo criterio en el parlamento
461
Fundaci\363n Speiro

GABRIEL ALFEREZ CALLEJON
republicano (fue.asesinado por fos rojos en 1936). Y tantos 01:ros
intelectuales sensatos, aunque· estuviesen alejados de la religión·.
La aspiración· a cons<;guir · 1a situación perfecta de ·• unidad
católica no puede ser por nadie reprochada. Y menos aún cuan­
do, como es lógico, se pretende lograr el mwdmo respaldo social
posible mediante la oración, la predicación y la puesta en prác­
tica de todos los medios lícitos que estén a nuestro alcance, ,pues
no se puede creer sino queriendo y el objetivo no es · vencer,
sino .convencer.
El respaldo social nunca será total, ¡mes i.a per­
fección es muy difícil. Pero si se consigue una asistencia pública
suficiente sería absurdo e insensato renunciar a lo que es ·bueno
y conveniente, cuando otros, con menos ra:ron y fundamento
aspiran a imponer sus criterios y
. opiniones, . en ocasíones. por
la fuerza y otras veces por el apoyo de la simple filio/Orla, de la
mitad más uno.
Si se acepta-que Inglaterra y otras mon,m:¡1ililas protestantes
tengan una religión oficial cuya cabeza es el rey; que los países
árabes e Israel sean · también confesionales; y que Rusia· ·y los
satélites •socialistas tengan igualmente prociam,id'a, sin escánda­
lo, una unidad ideológica, no se entiende· por qué,· los católicos
españoles no pueden aspirar y pretender igual situación. , Será
más o inenos difícil, pero es justo y posible. Y el que se' vislum­
bre lejana · la consecución del ideal no es motiw para renunciar
a él. La unidad católica no supone imposici6n a nadie de' tal
creencia ni
coacción alguna para que abandone fa fe que profese
libremente, sino que es fa de la nación y el Estado y, por tanto,
gozará de
protección oficial.

Aquéllos podrán ejercer libremente
su culto, pero las manifestaciones públicas deberán ser autoriza­
das.
Las de la oficial no precisarán tal autorización, salvo cuan­
do puedan entorpecer·
la prestación de servicios públicos u otras
razones de bien común.
El interés de la unidad católica no es solo religioso sino tam­
bién de carácter político y nacional.
La primera institución interesada en
la unidad católica debe
ser
la Iglesia, que por mandato divino tiene la misión de pre-
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LA UNIDAD CATOUCA EN ESPAR,j.
dicar para convertir al mundo. En cualquier país, y con mayores
razones en
España por los motivos que han quedado e:> Después, los laicos o seglares, empezando por los políticos
ya que se ocupan de las cuestiones relacionadas con la adminis­
tración y la vida públicas. .Individurumente o agrupados en so­
ciedades y asociaciones de toda especie. En este ,campo, la Igle­
sia no
des~ adtualmeute vinrularse ron determinado grupo,
partido o asociación, salvo que
dependa directamente de la je­
rarquía eclesiástica. Ello es natural, puesto que pueden existir
varios sectores con opciones políticas
· diferentes pero conformes
con la doctrina
y moral católicas. Pero esta abstención y neutra­
lidad
res¡,ercto a diferentes grupos católicos que discrepen en
cuestiones accesorias, no cabe mantenerlo con relación
a los que
sostengan teorías contrarias a
la Iglesia, cuyos errores deben ser
reprobados y alertados los católicos.
La Iglesia, como institución, es lógico que no. se responsabi­
lice
por actos de quienes no. pertenecen directamente a su orga­
nización,
pero constituiría un contrasentido inconcebible que pro­
hibiese a nadie declararse católico , y aceptar plenamente d dog­
ma y [a moral de su doctrina. Por el contrario,. constituye una
incoherencia, y ocurre con mayor frecuencia
de lo previsible, que
en publicaciones o
por personas vinculadas directamente a la
jerarquía, se defiendan teorías y doctrinas en desacuerdo con la
enseñanza católica.
La predicación, la prensa y d ejemplo, en la vida privada y
en la pública, constituyen medios adecuados para trabajar en fa.
vor de la unidad católica, sin olvidar la oración para pedir a
Dios el fruto de nuestros esfuerzos.
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