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Número 273-274

Serie XXVIII

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Función del escritor

FUNCION DEL ESCRITOR
POR
MARro SoruA
Para determinar la función del escritor, hay primero que· de­
terminar a cuál clase de escritor nos referimos, dado que existen
tantas como ramas del saber humano. Escritor es
igual el vete­
rinario que trata en un libro de las zoopatías, como lo es el filó­
sofo·que amontona páginas explanando el concepto de ente, o el
economista que
escribe acerca de las crisis bursátiles.· El escritor
de que hablamos es una especie de categoría general,
de abs­
tracción que comprende a los citados y mil otros que pudieran
aducirse, puesto que
el papel del mismo consiste siempre, sea
cual fuere el asunto que trate, en comprender y explicar las cosas
o, por lo menos, en referirlas tan exactamente como se dieren en
la realidad. El escritor resulta, desde este punto de vista,. como
un espejo que se pasa a lo largo del camino.
·Existen, pues, en esta materia dos aspectos notables: la com­
prensión y la subsiguiente explicación, de una parte, y la refe­
rencia precisa, de
otra. Ambas se resumen en la objetividad. Si
nos preguntamos por la razón de que tenga que contar el escritor
inalteradas las cosas, salvo que declare su propósito de novelar,
no cabe otra respuesta sino que toda narración ·únicamente pre­
tende referir la realidad, tal como es o sucede, ni más ni menos.
Además,
la realidad asf contada (una revolución¡ por ejemplo,
en
lo posible con todos sus pormenores importantes) no existe
al azar, no nace de súbito, sin antecedente ni consecuente alguno;
Entonces, corresponde al escritor, a
la vez que registrarla fiel­
mente,
penetrar hasta la esencia del acontecimiento, buscar el
alma que informa los sucesos, remontarse
al origen de los mis-
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mos, de tal modo que las cosas descritas con exactitud se expli­
quen con no menor precisión. Para lograr esa fidelidad, el ob­
servador e investigador ( ambas cosas es quien escribe) no solo
habrá
de desechar los «ídola», que decía Bacon: deberá tener
la mente «tanquam tabula rasa»
en lo que concierna a teorías
y prejuicios, de manera que pueda conocer lo que los seres sean
verdaderamente, sin meterlos en el lecho de Procusto de
cual­
quier clase de apriorismo.
Por consiguiente, el escritor es la antítesis del periodista.
A los servidores de
la prensa poco les importan la imparcialidad
y la exactitud
,de lo narrad<;>; buscan la novedad y, si nq !'XÍSte,
la crean, poniendo. de relieve arriíiciosamente tal o cual ,aspecto
de lo acontecido. La tirria que sentía conrra esta especi,; ~ in­
formadores Menéndez Pelayo resulta, en cierta forma,. jusriíi­
cada,
si se considera que rara vez, salvo que un perioclista posea
cultura humanista, la información
capta otra cosa que , la. su­
perficie de los hechos. La reflexión acerca de los mismos: no, ~uele
consistir sino en un tnariposeo, aduciendo causas y motiv¡,¡; ,que
nada aclaran. Consideraciones détenidas y profundas, como. rara,
mente se dan, convierten la simple cr6nica o artículo periodís­
tico en -escrito perteneciente a un género superior, tal colll.o ocu­
rre entre nosorros con los artículos de Maeztu, Balmes; Ortega,
Larra.
El escritor también refiere sus sentimientos, bien redattando
un diario donde registre cotidianamente los sucesos que crea
importantes de su propia vida, las ideas que se le
ocurran;c, etc.,
bien componiendo
una autobiografía .. Como·a todos·nos .. ha.ocu­
rrido algo interesante que contar o que: ·creemos ser interesante,
éste es un género que tienta a cualquier persona, por poco per­
filada que tenga la pluma. Huelga decir que ·emborronar páginas
llenas
de inanidades, aunque resulten irreprochables estilística­
mente, no iguala al autor con San Agustín ni con Rousseau,
Respecto de los diarios íntimos, necesitan éstos contar una vida
interior muy variada, registrar hechos dignos de recordarse o
estar animados de un espíritu
ardiente; de lo contrario, apenas
si son
documentos que puedan eventualmente servirle a un. his-
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toriador. Diarios, tal como conocemos alguno, simples listas de
comidas y reuniones, solo revelan la estupidez de su dueño. A
veces, · ni siquiera los escritores profesionales se dan cuenta de
la
insignificancia de sus anotaciones de cada día y enfilan muy
ufanos acontecimientos
baladíes, como cerezas de plástico ensar­
tadas en un hilo.
Para que los autores de diarios, autobiografías o memorias
logren atraer al público o, mejor dicho, para que sus obras sean
de verdadero mérito, es necesario que la experiencia referida en
los mismos tenga, en cierta forma, sentido universal. Cuanto
ex­
clusivamente se refiera a la esfera privada del individuo carece
de atractivo general. ¿Qué le importa al lector una jaqueca pade­
cida por quien. escriba, salvo que esa jaqueca hubiera impedido,
por ejemplo, la acertada dirección de una batalla o la firma .de
un tratado? Que Mussolini tuviera una úlcera : gástrica o que
Napoleón emperador fuese más gordo que Napoleón general,
apenss le importa al historiador y, por lo tanto, tampoco al lector.
A menos
-según ya dijimos---que tales hechos hubier,µ, .in­
fluido en las decisiones de ambos estadistas. Por otra parte, al
público le gusta verse reflejado en las vicisitudes del autor, casi
igual
que se complace identificándose con los personajes ficticios
de la literatura; le agrada reconocer sus propias. ideas o emocio­
nes
en. las páginas que va recorriéndo, encontrar .una descripción
tan adecuada de aqudlas que valga en lo sucesivo como regla de
otras .descripciones de la misma índole; ansia toparse. con acon·
tecimientos que hayan influido
en su propia vida o en la de . na­
ciones enteras. Al mismo tiempo, no admite que el.escritor mien­
ta o fantasee, vale decir, quiere escuchar
siempre la verdad, pues
aún siendo privada·
la experiencia, sucediendo en el. hondón del
alma, el
teflejo exacto de la realidad es una de las cualidades que
dan valor a la
obra escrita.
Otra tarea del escritor
es la de crear un niundo fantástico que
aparentemente ninguna relación tenga con
la· realidad. Personas,
.hechos; objetos y
países que nunca existieron, salvo en· k ima­
ginación del novelista o del poeta. Sin embargo, eabe· preguntarse
de dónde
saca el imaginador sus creaciones, · si no de. la· realidad.
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También son sus hombres soñados de carne y hueso en )a fic­
ción; y los países, atravesados de ríos y coronados de montañas,
como en el mundo material; y son las cosas sólidas y pesadas,
igual que las que nos
. rodean en nuestra vida cotidiana. El pqeta
suelía,
pero la fábula hunde sus raíces en la existencia. La lógica
de la fantasía es
más o menos la de nuestra existencia común.
Y si intentamos invertir esa lógica; si convenimos, por ejemplo,
que
lo feo sea hermoso_ y viceversa en el cuento, tal convención
habrá de mantenerse durante toda la narración, so pena de in­
coherencia o, peor todavía, de incapacidad del fabulador. Sipre­
tendemos anular el principio de identidad. o acreditar el absurdo
(como Jardiel Poncela, Yonescu, Carroll), no podemos volver a
la lógica
tradiciottal, salvo que .de forma adecuada justifiquemos
nuestra inconsecuencia y la presentemos
ya implícita en el plan­
teamiento
original. Aparte de que el absurdo literatio .. no es
mero delirar, sino envoltura de una teoría acerca del hombre y
de la vida (Yonescu, Tomás
Béckett). Toda invención extrae su
savia, como de la tierra nutricia, de la realidad. Y
si no quiere
ser
un engendro enteco, la variedad, la fuerza, el color, el inge­
nio, habrá de sacarlos .del conocimiento y .transfiguración, de
cuanto
existe, Para la imaginación la experiencia de la ~dad
es como para Anteo el contacto coo la tierra: .la vigoriza, la.exalta,
la excita, le sugiere infinidad de asuntos, le da un contenido que
los puros sueños del espíritu no contienen jaO)ás.
El escritor siempre parte de la realidad, en ella se apoya, a.
ella vuelve. La realidad es su modelo, el tesoro donde encuentra
sus mejores ficciones, teniendo en cuenta que por
. realidad no
solo
se entiende el universo visible y tangible, sino el comple­
jísimo cosmos donde bullen incontables seres, corporales. y
espi,
rituales,. combinándose de infinitas formas. Y, por lo que se re­
fiere al escritor que no inventa, sino que estudia la realidad, debe
considerar a ésta tal como ella es, enrevesadísima, aunque abrién­
dose con relativa facilidad a la inteligencia que verdaderamente
quiera
entender!~ y se halle .Jibre de la prevención de justificar a
cualquier precio una teoría previa.
,,
Función del escritor no. es, pues, la crítica por sí misma, ya
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que aquél debe ser ingenuo, en el sentido de aceptar sin descon.
fianza cuanto le muestre la realidad. EJ escritor no es un eterno
descontento, no es el incurable desterrado del paraíso terrenal,
como
decía el ensayista boliviano Fernando Díez de Medina.
Pero tal confianza tampoco es bobería. El escritor, al conocer,
advierte ( como en
un conocimiento derivado) lo recto y lo tor·
cido. La sana razón espontáneamente le proporciona el criterio
adecuado para ello, criterio fundado en
el ser de las cosas, La
crítica, por lo tanto, salvo que obre de forma irracional y. acabe
devorándose a
sí misma, crítica de la crítica misma, tieae. que
discernir lo propio de· lo impropio conforme a la naturaleza de
las cosas, dilucidando
lo que obedece. a dicha naturaleza de lo
que la
infringe. La hipercrítica, al menos en teoría, no acepta
regla alguna a la que deba someterse, no reconoce previamente
el acierto ni la bondad de nada; mas, con el objeto de evitar el
contradecirse y anularse, como le sucede a su inspirador, el
escepticismo universal, admite ciertos cánones, aunque solo de
matute los ,haga pasar.·
La crítica de la realidad no afecta a esta última en cuanto
sea simple naturaleza o hecho independiente de una voluntad
libre.
No cabe censurar a una montaña por no ser muy alta, ni
a un valle por demasiado profundo, como tampoco a un hombre
por rubio o por moreno.
La crítica refiérese a aquello que debería
ser
y no lo es, o que debería ser de cierta forma y lo es de otra.
Resulta, por lo tanto, un juicio posterior a la observación
y com­
prensión de algo. Estas dos últimas son operaciones del espíritu
imprescindibles para el conocimiento; la otra,
en cambio, es even­
tual;
solo será necesaria si se descubre un defecto en la realidad.
Ocurre, sin embargo, que el escritor se encuentra con situa­
ciones como la de la sociedad actual, que casi todo lo ha perver·
tido, lo mismo
el Estado que la familia, la vida igual que la
muerte, el hombre y la naturaleza, la ciencia y la ignorancia.
Entonces sí cabe admitir que
la función principal del escritor sea
la crítica, y cuanto más feroz más atinada. Pero también en este
caso la reprobación universal habrá de obedecer a una regla,
con objeto de que no
se convierta!l .. las diatribas en simple re-
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funfuño, sin otro fundamento que el mal humor individual. La
crítica tiene que ser una condenación sistemática, un código penal
perfectamente articulado, conforme a principios metacríticos,
tribunal donde, después de minucioso razonamiento, no se emita
otra. sentencia que la de culpable. Es, por lo tanto, necesario se­
ñalar el mal, describirlo, descubrirlo cuando se oculte, denunciar
a
sus cómplices, entregarlo á la vindicta pública. No importa que
fa descalificáci6n parezca· desorbitada. Ocasiones hay en que
nunca
lo' será, por hallarse tan extendida y profunda la perver­
sidad que no puedan agotarla las palabras, no obstante lo extre­
madas que éstas suenen. Se imaginaba Pedro Nicole el mundo de
su tiempo como una
. enorme cámara de tortura, llena de todos
los instrumentos de ·suplicio inventados por la crueldad,

y donde
los. criminales, aterrorizados, hallábanse entregados a una legión
de -furiosos. verdugos, no menos criminales que aquellos. Ese era
el mundo de hace tres siglos, y lo sigue siendo hoy, aunque co­
rregido y aumentado. Entonces, ¿cómo no habrá de explayarse
la crítica respecto de ese tremendo recinto, en
el que todo mal
tiene su asiento?
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