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Número 321-322

Serie XXXIII

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La contradicción insuperable

LA CONTRADICCION_ INSUP:fi;RABLE
PO~
THoMAS MoLNAR
La politología moderna, desde Hobbes y Kant hasta nuestros
días, tratando por todos los medios de eliminar el despotismo,
ha inventado una nueva forma de -arbitrariedad aunque sin po­
nerle esa etiqueta. Porque lo que hoy llamamos
-con términos
casi equivalentes-racionalidad, democracia, debate público o
consenso, resulta

de una clasificación arbitraria. Porque
se ha
rechazado, sin la menor discusión filosófica, la noción
de fun­
damento, so pretexto de que sería subjetiva y surgiría de los
impulsos inconfesados e
incontrolables del pensamiento
tradicio­
nal. Esta exclusión previa permite a cada uno, bajo la cobertura
de objetividad y moderación epistemológica, no consultar sino
sus preferencias ideológicas, llamadas evidencias, introduciéndo­
se por ahí otra arbitrariedad pero a la que no se llama por su
nombre. Se critican, con una benevolencia un
poco desdeñosa, las
discusiones políticas y jurídicas de los siglos precedentes, en las
que los contendientes
hacían referencia al derecho natural, a la
voluntad divina, a la enseñanza de los filósofos clásicos y a
la
de la Iglesia. Estos son fundamentos sin ninguna validez -se
dice--porque no expresan sino las creencias de un tiempo pre­
moderno. En el mejor de los casos se trataría de juicios subjetivos,
emotivos o dictados por el interés. Ahora bien, nosotros consta·
trunos, por nuestra parte,-que los interlocutores actuales tienen
también
su arsenal de referencias gratuitas, que no son más
válidas que las de los pensadores de otros tiempos: el pluralis­
mo,
el diálogo, la sociedad democrática --sobre todo la ameri-
Verbo, núm. 321-322 (1994), 73-78 73
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cana, cuyas transformaciones tienen para tales intérpretes el va­
lor de un modelo y las conclusiones de un ipse dixit-. También
los derechos del hombre, el debate sobre las minorías étnicas,
la liberación de
la mujer o la integración sexual se han convertido
a los
ojos de los filósofos neo,racionalistas en depósito intocable
de verdades seguras.
De modo semejante, en cierta manera, a las
referencias en
el pasado a la físic:a de Aristóteles, a los milagros
de los santos y a
la moral cristiana.
El nuevo dogmatismo y
la introducción indolora de la nueva
arbitrariedad cuenta
ya con una literatura suficientemente vasta.
La epistemología tradicional, de Aristóteles a Leibniz, ha sido
sacudida en cuanto se ha puesto fuera de circulación todo lo que
no
es racional, racionalidad definida verdaderamente en modo tal
que pueda
eliminar los «valores subjetivos». Hans Kelsen es, a
este. respecto, una de las autoridades supremas, con deudas innu­
merables para
~ la epistemolog'ia kantiana. El derecho, según
este jurista, no tiene ningún fundamento ontológico, ninguna
po­
sibilidad de referencia a un Bien o a un Mal; constituye un circui­
to cerrado que no puede juzgarse desde criterios fijos, sino sola­
mente según las leyes del hic et nunc, válidas porque han sido
votadas por
el legislador. Que el legislador se llame Hitler o
Stalin importa poco:
el horno crematorio y el gulag fortnan parte
de
un sistema jurídico dado en concreto, Cuestionar esto· no se
puede hacer sino en nombre de una opinión subjetiva, apoyada
sobre valores vagos, inventados e imaginarios. «Preguntar si una
norma de derecho positivo
es válida o inválida carece de sentido»,
comenta Agostino Carrino (
1
).
Sí, pero el propio Kelsen llama a una validación que está fuera
del sistema cuando
presupone, pese a todo, un cierto valor sin el
que
el derecho positivo no sería operativo: una sociedad ordenada
y
pacifica. Sin embargo, en cuanto a la critica acerba del iusnatu­
ralismo, ¿qué decir de esta referencia del derecho positivo a un
valor subyacente, muy vago y relativo, como el
del orden y la paz?
(1) «Le positivisnie critiqu~ ·de Hans Kelsen»1 en Cahiers de philosophie
politique et iuridique, núm. 20 (1991), Universidad de Caen, pág. 81.
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Pero, sigamos lo racional, único criterio qué quedaría para
nuestros juicios. Kelsen nos enseña que la
verdad no existe como
objeto de la ciencia -toda verdad sería una eletci6n subjetiva­
y que corresponde al método científico producir su objeto. Esto
viene a decir que en el fondo nada es verdadero
y que un. juicio
no
es válido sino en la medida en que sus elementos son cohec
rentes, no contradictorios y producen señales conformes al siste­
ma. Razonamiento perfectamente circular en el que, precisamente,
es esta clausura hermética
la que le vale los elogios. Ahora bien,
los signos s6lo lo son en cuanto se interpretan y ¿ no hemos oído
decir que «toda interpretación está en función del lector
y no se
desprende sind del consenso de la comunidad intérprete»? (2).
Sé llega así al consenso, es decir, en otros términos, a la so­
ciedad ordenada y apacible querida por Kelsen. La racionalidad,
que tendría el valor supremo y que debería sustituir a la verdad,
cede paso en nuestros pensadores relativistas a
la comunidad de
su elección (subjetiva), como acredita el sesgo de la democracia
liberal
y pluralista en los Estados Unidos. (Se recuerda que este
papel, mutatis mutandis, era representado hasta hace poco por la
Unión Soviética
y sus instituciones). En general, nuestros filóso­
fos apenas cesan en el elogio de esta sociedad, aunque disimulen
su admiración bajo las apariencias de la seriedad digna de todo
filósofo reformista.
En André Berten leemos que una organiza­
ción social democrática implica un hábito moral universalista
y
raciooal, «la capacidad de someter sus juicios morales a discusión
pública» ; el autor recomienda «el descentramiento en relación a
los intereses personales» (3
). Y aprendemos de Karl-Otto Apel, ci­
tado por Berten, que la validez de los puntos de vista en la discu­
sión se adquiere por la discusión
y la comunicación, por «un ho­
rizonte ( que es) una comunidad de comunicación ilimitada, es
decir, universal».
(2) JACQUES LENOBLE, «Repenser le liberalisme», Cahiers de philoso­
pbie, loe. cit., pág. 194.
(3) «Tradition démocratique et universalité», ·cahiers de philosophie,
loe. cit., pág. 50.
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Pero se trata menos del fundamento de una nueva epistemo­
logía que
del. elogio de. la democracia. Se tiene la impresión de
que las teorías
ptestigiosas de Rawls, Kelsen, Larmore, Apel y
Habermas constituyen menos una empresa científica rigurosa que
sirven a una_ tesis fran~amente política, esto es, un conjunto de
preferencias y opiniones subjetivas. Sobre esta base --la admira­
ción hacia un tipo de sociedad ( en la Antigüedad Esparta
y
Roma)--han construido un sistema que llaman racional, pero en
el que la racionalidad
se suspende. cuando se evocan sus funda­
mentos indiscutibles e intocables. Cada uno
ha elaborado una
teoría de la comunicación
y de la transparencia, pero han tomado
como modelo. un sistema existente, buscando suministrarle una
justificación en lo que llaman valores,
espacio público, cultura,
neutralidad estatal, en relación a una sociedad .legítimamente to­
dopoderosa y que supuestamente presenta las mejores cualidades
humanas: tolerancia, disposición a la discusión permanente, aper­
tura al cambio. El presidente
Clinton no podría: decirlo mejor ...
Hans Kelsen, por ejemplo, termina por afirmar la .equivalen­
cia entre
el iusnaturalismo al que da la despedida y su propio
sistema de formalismo· jurídico, que acabamos
de· describir como
el cierre de un circuito sin salida. El derecho natural, escribe,
pone el derecho
en relación con un concepto vago y equivoco de
justicia ( en función del bien
y del mal), mientras. que el derecho
positivo ve
en. el derecho un orden de paz, un punto de equilibrio
en los conflictos sociales
.. La toma de posición y el lenguaje libe­
ral no podrían ser más evidentes. Kelsen toma las constituciones
liberales
de su tiempo (nos preguotamos que podría pensar de la
de Stalin de 1936) como logros intemporales y emprende la tarea
de encontrar en ellas las soluciones para los casos de conflicto. Si
surgiesen conflictos de una nueva especie y si las constituciones
liberales perdiesen su firmeza, la teoría kelseoiana quedaría inva­
lidada. Pero, ¿qué puede ocurrir cuando aparecen interlocutores
que rechazan no sólo el equilibrio de los conflictos sino
el propio
sistema de derecho positivo que lo garantiza?
El problema es le­
vantado -con las precauciones. usuales-por el profesor guada­
lupano Jacquy Dohamay. Según él, las normas teoidas por válidas
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hasta el presente, derivan de los principios kantianos pretendida­
mente universales, pero que en
realidad son «productos de la
historia». Si, como piensa
J. Habermas, debe haber «un lugar de
principio de universalización», este último;
afirma el profesor
Dahomay, no es sino una «universalización impuesta a otros, a
los que asimila ( ... ) y deshumaniza ( ... ) porque les arranca de su
cultura» ( 4
). En síntesis, la raza blanca, por medio de las malas
artes de
sus universidades, ha formulado principios y reglas, de­
nominadas universales, imponiéndolas a las otras razas que están
atadas a sus particularismos. ¿Cómo hablar entonces de intersub­
jetividad, de una comunidad de cotnunicación ideal que, a fin de
cuentas, buscará «homogeneizar a los habitantes del planeta» sin
pedirles su opinión? «Sólo Dios podría ser
el fundamento último»,
concluye el
profesor antillano.
Es obligado constatar que los nuevos epistemólogos, cuya
in­
fluencia sobre las nuevas politología y teoría jurídica es clara­
mente perceptible, no son originales, y que sólo son revolucio­
narios en
la medida en que derriban otras teorías que tienen
fundamentos metafísicos. Pero carecen de originalidad y de
co­
herencia por dos razones.
Parecen hallarse atrapados por la situación del mundo occiden­
tal con posterioridad a 194 5, bajo la
influenci.a dominante de los
Estados Unidos, y quieren a toda costa integrar este hecho con­
tingente en la estructura de la racionalidad. Ven en la época actual,
como Hegel después de
la muerte de Napoleón, el punto cuhni­
nante de la historia y, en verdad, siempre como Hegel ( y Fuku­
yama ), la abolición de la historia y de la filosofía. Ambicionan
desde entonces dar un anclaje permanente a
la actualidad que por
razones diversas les agrada; pero, como no creen en ningún fun­
damento ni en ninguna permanencia, se ven obligados a levantar
una interpretación justificadora del estado presente del mundo.
Ahora, formular una filosofía a partir de una cierta configuración
(4) «Que peut bre une fondation universelle des normes», Cahiers de
philosophie~ loe. cit., pág. 66.
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efímera del estado .de las ,cosas, no es filosofat, sino más bien lo
conttatio.
Llegamos así
a. la segunda razón de la falta de originalidad y
de substancia de estos filósofos sin norma y sin fundamento. La
validez, escribe
André Berten en el texto citado, se adquiere por
la discusión y la comunicación. Declaración por lo menos sorpren­
dente
y que muestta que las nuevas definiciones son circulares y
conducen a consecuencias arbitrarias, en cuanto· que recusan la
obligación de tomar como referencia cualquier cosa exterior al
sistema. Jean Brun caracteriza bien este
ttánsito cuandd habla de
los
esttucturali~tas: «Se define la verdad como la coherencia in­
terna de un sistema lógicamente construido ; nos enconttarnos as!
en presencia de códigos y de signos que no desembocan sino en
s! mismos y de los que ninguno es preferible respect_o de otto en
nombre de algún metasistema que los contemple desde
un mira­
dor ético» (5).
Decir, en
efe<;io, que no es válido sino lo que es discutido y
constituye
el objeto de la comunicación, es disolver los s61idos y
verdaderos logros de la · humanidad pensante en palabras que se
alinean en una
agenda -demagógica. En el corazón de esta agend~
se encuentra un método circular en el que los términos se definen
unos por ottos. He ahí un juego a lo Lewis Carroll y es Alicia
la que lo juega en
el pafs de las maravillas;
(Traducción de M. A.).
(5) La philosophie de Pascal, PUF, Que sajs-je?, 1992, pág. 115.
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