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Número 321-322

Serie XXXIII

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El camino de la muerte

EL CAMINO DE LA MUERTE
POR
] OSÉ MIGUEL SERRANO RUIZ-CALOERÓN ( *)
No parece muy apropiado comenzar un ciclo que se denomina
«la semana de la vida» con el poco sugestivo título «el camino de
la muerte». Incluso temo que la elección de este
tirulo haya
disuadido a muchos de los posibles asistentes de este ciclo, toda
vez que en nuestra época esto de hablar de la muerte
es conside­
rado
de. muy mal tono. Como todo, entre nosottos, esto de hablar
de la muerte sólo adquiere un valor· utilitario, en este caso para
reforzar el mito de la salud, como, por ejemplo, convenciendo a
algún ciudadano descarriado de abandonar el así denominado vicio
del
tabaquismo. Por otra parte, quizás con estas cosas armemos
de ra2ón a· los hedonistas que contemplan a los cristianos como
una gente fúnebre, especialmente dedicada a amargar la vida al
prójimo con historias de
crucificados, que huirían de \Ína vida de
esclavos con referencias
a uoa muerte cierta y

a un hipotético
fu­
turo, tras la muerte, siempre la muerte. Esta aparente sorpresa
se expresa plenamente con el apelativo de «osarios» con el que
alguoos paganos denominaron a nuestros templos. Y, sin embar­
go, esta conferencia inaugura
la semana de la vida. · Una de las
múltiples semanas de la vida que los cristianos estamos celebrando
en numerosos lugares. Una
de esas semanas de la vida humana
que nos quedan a los aparentes fúnebres. Los otros, o celebran
la semana de
la vida del grillo, los ecologistas, o de la «otra vi.da»,
(*) Publicamos con mucho gusto el texto de fa conferencia pronunciada
por nuestro colaborador el profesor José Miguel Serrano, en el Aula de Teo­
logía de la Universidad Complutense, el día 5 de noviembre de 1993.
Verbo, núm. 321-322 (1994), 83-99
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JOSE MIGUEL SERRANO RUIZ-CALDERON
los teósofos. Y no podía ser de otra forma toda vez que los que
aquí venimos confesamos
al que se proclamó el camino, la verdad
y la vida. Y, no contentos con esto, profesamos que venció a la
muerte
y al pecado.
Esto de la muerte, como
el pecado, parece que fue vencido, y
al ser vencido fuimos liberados, liberados de una esclavitud que
entre otras cosas
nos impide hacer el bien que queremos y no el
mal que no queremos ( 1). Ahora bien,
si la muerte fue vencida lo
que no parece
es que pueda ser ignorada. Y no podemos ignorarla
porque, entre otras cosas, más que un acontecimiento futuro de
llegada más o menos cercana, es un dato que marca nuestra con­
dición humana desde nuestro .nacimientÓ, es decir, nos vemos
aquí obligados a repetir la obviedad de que somos mortales.
La liberación de la muerte, ,producida tras el acontecimiento
real de la Resurrección del único que
podía vencer a la muerte,
permite mirar
de frente este acontecimiento que sobrecogía el alma
antigua ; explica también nuestra desesperada resistencia a un
acontecimiento de
por si inevitable, toda vez que fuimos creados
para la vida y no para morir, y fue nuestro pecado el que nos
garantizó un destino tan terrible; permite mirar a la m,uerte con
alegría, con la sorprendente alegría con la que tantos la afronta­
ron, incluso en nuestra España, .t~ recientemente, en el martirio:.
Podemos afirmar que procedemos de una cultura de la vida,
inaugurada por Dios que
afrontó libremente el terrible trance de
la muerte, Padre
y Hermano Mayor, que se hizo igual a nosotros
salvo en el pecado (2).
·
Esta superación de la muerte tiene, como hemos señalado,
poco que ver con su ignorancia, con ocultarla; se oculta lo que se
( 1) «Pórque sé que no habita .en mí -esto es en mi carne-cosa
buena; pues el querer está en-nú, pero reconozco que el obrar lo bul!D.o no;
pues
:qo hago el bien que qu.iero, sino el mal que no quiero». Rom. 7, 18~19.
Y, sin embargo, «nada hay, pues, ahora de condenación para aquellos que
están
en Cristo Jesús. Porque la ley del espíritu de la vida. en Cristo Jesús,
te libro de la ley del pecado y de la muette». Rom. 8, 1-2.
(2} «Pero Dios -lo ha resucitado, rompiendo Ia:s ligaduras de la muerte,
porque
era imposible ·que ésta dominara sobre El». Act. 2, 24.
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EL-CAMINO DE LA MUERTE
teme o lo que avergüenza, no lo que es explicado y vencido. Te­
nemos así una cultura de la vida que puede mirar a la muerte.
Por d contrarid, si miramos a la cultura dominante en la so­
ciedad en la que vivimos, observaremds que oculta la muerte de
una forma casi total,
lo que resulta sorprendente, no sólo desde
la perspectiva de la civilización cristiana, sino incluso desde la
perspectiva de la civilización antigua (3 ). Es más, lo mismo suce­
dería si nos despojásemos de nuestra supuesta superioridad y
utilizáramos los parámetros de sociedades contemporáneas en las
que no se ha producido el proceso de secularización, esas socieda­
des que llamamos del Tercer Mundo; donde vive, por
ciertd, la
mayoría de la gente. Este no mirar a
la muerte, ocultarla, que
alcanza el rasgo cruel de
la soledad del moribundo, define nuestra
sociedad del bienestar, ¿todavía del bienestar?, constituyéndose
en uno de sus rasgos
más característicds. En palabras de Jorge
Arregui: «Esta actitud mayoritaria ha llevado a hablar en la pers­
pectiva psicosociol6gica de una auténtica represión de la muerte,
en
el sentido de que ha pasado a ser un tema tabú en nuestra
sociedad. Utilizando una metáfora que ha llegado a ser tópica,
cabría decir que parece que todas las censuras que antes recaían
sobre la sexualidad recayeran ahora sobre el
fenómend de la muer-
(3) En palabras de Jorge V. Arregui, en su excelente monografía sobre
el tema: «El miedo al sufrimiento parece haberse convertido en la actitud
más constante frente. a la muerte futura y, en consecuencia, se ha generali~
zado un deseo imperioso de evitar a toda costa la agonía, propia y ajena. Lo
único importante es que el enfermo no sufra, que no experimente angustia
ante su propia muerte,
Aparece en este pm1to, una cierta confabulación uni­
versal. No se trata ya sólo del personal médico y sanitario, o de la propia
familia, sino del moribundo mismo que se ve
o];,ligado a disimular su con­
dición.
Para la familia, la única necesidad perentoria es que no sufra el
enfermo, y para éste, lo más importante es que la familia no lo pase mal.
Todos saben la situación pero todos actúan como si no la supieran. Hay una
negativa universal
pactada a aceptar el hecho ineludible de la muerte, y
todo el mundo se limita a representar un papel, convirtiendo la muerte en
una auténtica farsa». JORGE V. A.RREGUI, Et ho"º' de morir, Tibidabo,
Barcelona, 1992, pág. 33.
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JOSE MIGUEL SERRANO RUIZ..CALDBRON
te, produciéndose una auténtica represi6n de la idea de la
muerte» (4).
Tenemos pues una sociedad que no mira a la muerte, salvo
quizás en
los restos tradicionales que permiten definirla como
postcristiana. Ahora bien, cabe preguntarse si esta sociedad, que
no se atreve a mirar ya a la muerte con la serenidad de antaño,
sigue afirmando la vida con la fuerza que está en la base de nues­
tra civilizaci6n.
Nos hemos referido a unos restos tradicionales
sin
los que no serla posible comprender íntegramente lo que nos
sucede. En estos restos cabe observar algo de lo que fue la actitud
ante la muerte. ¿Cuál era la antigua serenidad perdida?
Es algo
más difícil de explicar de lo que parece pero quizás unos breves
versos
nos sirvan de recordatorio de algo que existió y apenas
pervive:
«Después de puesta la vida
tantas veces por su ley
al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero;
después de tanta hazaña
a que no puede bastar cuenta cierta,
en su villa
de Ocaña
vino la Muerte a llamar
a su puerta
diciendo-- "buen caballero,
dejad el mundo engañoso
y su halago ; vuestro
coraz6n de acero
muestre su esfuerzo famoso
en este trago ;
y pues de vida y salud
hicisteis tan poca cuenta
por la
fama,
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
que os llama"»
(4) JoRGE V. ARREGUI, El horror de morir, Tibidabo, Barcelona 1992,
págs. 30-31.
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EL CAMINO DE LA MUERTE
y continua:
«Así con tal entender, ·
todos los sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos y hermanos
y criados
. dio el alma a quien se la dio
( el cual la dio en el cielo
en su gloria)
que aunque la vida
la perdió
dejónos harto consuelo.
su memoria» (5). ·
El contraste con los gusios contemporáneos es tan evidente
que no es preciso insistir más en ello. Peto, quizás, podríamo,,
preguntamos lo siguiente. Perdida la mirada ante la muerte, ¿~n­
servamos, tal vez, la fuerza de la vida? Convendría igualmente
aclarar qué
es esto de la fuerza de la vida, ya que en los tiem,
pos que corren una expresión así. pddría muy bien ser tomada
por título de una película pornográfica. Sin embargo, esta fuerza
de la vida, entre nosotros, no es ya el impulso sexual toda vez
que, como ha descrito con acierto Jerome Lejeune, hemos conse­
guido con la anticoocepción hacer el amor sin hacer el niño, con
la procreación artifical hacer al niño sin hacer el amor, con el abor­
to deshacer al niño y con la pornografía deshacer el amor ( 6),
(5) Como es evidente cito las Coplas a la muerte de mi padre de JORGE
MAm.lQUE. Me interesa especialmente sefialar el ideal de .. muerte, acompañado
y consciente.
( 6) «Este inmenso descubrimiento_ confiere á. -nuestro comportamiento
amorosq una perspectiva ignorada por .todos los ottc,s vivientes. Así resulta
que disociar
el niño del amor-es, pata nuestra especie,_ un error de método:'
la ronttaconcepción, que es hacer .el amor _sin hacer al nifio,
la fecundación extracorporal, que es hacer al niño sin hacer el ·amor,
el aborto, que ~ deshacer al niño,
y
la pornografía, que es deshacer el amor,
se eD.cuenttan~ en· diversos grados, en contradicción ·con la moral natural.
}EROME. LEJEUNE, •Variaciones :t,rocreativas», en· el ·vol. colectivo Biotecno~
logia Y futuro del hombre: lá respuesta bioética, Eudema, Madrid, 1992,
pág. 109.
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/OSE MIGUEL SERRANO RUIZ-CALDERON
Así, esta fuerza de la vida debe relacionatse con la capacidad efec­
tiva de transmitirla. En definitiva esta fuerza de la vida, aunque
sea de forma estadística,
sé debe medir ¡,or nuestra capacidad de
perpetuarnos,
es decir, de tener hijos. No voy a recordar ante este
auditorio basta qué punto nuestra sociedad
ha conseguido reducir
el número de sus hijos hasta iniciar un peligroso proceso de es­
tancamiento y de regresión. Lo sorprendente es que, por una de
esas paradojas a las que desgraciadamente nos estamos acostum­
brando,
se dice que mediante la anticoncepción no se tienen hijos
para no tener que abortarlos. Eso sí cuando alguno se escapa,
bien que nos encargamos de facilitar que se le
aborte ; para colmo
de paradojas de esto
se encarga el ministerio de Sanidad.
Este tema no
es secundario, y define a nuestras comunidades
de forma mucho más decisiva que otros apelativos con los que
con entusiasmo las califican los medios de comunicación
al servi­
cio de la ideología. Y resulta así que de esto
tampoco se habla,
como antes hemos
visto que no se hablaba de la muerte. Antes
bien, en comunidades donde se vislumbran como inminentes los
peligros del envejecimiento de la ¡,oblación, lo que se oye repetido
como el tópico
contemporáneo más característico es el conocido
discurso de los riesgos de la explosión
demográfica (7). E incluso
las instituciones internacionales de promoción de la infancia
se
dedican con entusiasmo a que no haya más nifíos, para lo cual
venden tarjetas de felicitación, que los que tenemos
nifíos com­
pramos con entusiasmo. Como el ingenio abunda más que la de­
cencia, nuestros gobernantes encuentran solución para todo, y
otra de nuestras flamantes ministras, esta de Asuntos Sociales, ha
propuesto una '«solución global» que
no «final», sirva esta aclara­
ción de advertencia a los malévolos.
La solución social para nues­
tros problemas demográficos
es una política mundial de adopcio­
nes. Por lo que
además de robarle los recursos al Tercer Mundo
le
robaríamos los nifíos, lo que es el colmo del socialismo contero-
(7) La vinculación entre las organizaciones internacionales dependien­
tes de
la ONU, especialmente la FAO, y el neomalthusianismo ha sido muy
bieD. tratado t,or ARNAUD DE LAssus en La politique mondiale de planifica/ion
des naissances, editado por Action Familiale et Scola.ire, Paris.
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EL CAMINO D~ LA MU.ERTE,
poráneo. O traducido a una hipótesis menos ideologizada, lo que
se trata es de que quienes tienen que parir son las mujeres pobres
para que las mujeres ricas y liberadas puedan seguir liberándose,
lo que es una propuesta social digna de Zsa
Zsa. Gabot.
En conclusión, nuestra sociedad que no habla de la muerte,
mantiene escaso entusiasmo por la vida, entendiendo
por esta no
una reconstrucción panteísta donde la especie humana
es una en­
tre tantas, sino
el deseo de perpetuar la propia especie y la propia
cultura sobre este planeta.
Esto podrá parecerles a muchos exagerado, y
es normal que
así sea, si atendemos a las raíces de los autores del permanente
griterío ideológico que casi oculta la voz de la verdad. Ahora bien,
si atendemos a la voz de quién no ha aceptado el compromiso con
la situación actual, y sostiene la esperanza frente a la desespera­
ción, me refiero a Juan Pablo
II, podremos convenir en que el
diagnóstico que venimos trazando surge del simple hecho de mirar
a la realidad tal cual es.
Frente a la cultura de
la vida, que hunde sus raíces en la
cristianización,
aparece una cultura· de la muerte, presente en los
estertores de
la modernidad, y ligada a esta sociedad, que no sin
cierta ironia podemos seguir llamando del bienestar. En palabras
del Santo Padre en Denver: «Este murido maravilloso
-tan amado
por el Padre que envió a su Hijo único para su salvación (cfr.
Ioh
3, 17}-es el teatro de una batalla interminable que está librán­
dose por nuestra dignidad e identidad como seres libres
y espiri­
tuales. Esa lucha tiene su paralelismo en el combate apocalípticó
descrito en la primera lectura de
la Misa. La muerte lucha contra
la vida: una cultura de la muerte intenta imponerse a nuestro
deseo
de vivir, y vivir plenamente. Hay quienes rechazan la luz
de la vida prefiriendo
"las obras infructuosas de las · tinieblas.
Cosechan injusticia, discriminación, explotaciónJ ·engaño y violen­
cia". En to'das las épocas, su éxito aparente se puede medir por
la matanza de los inocentes. En nuestro siglo, más que en cualquier
otra época de
la historia, la cultura de la muerte ha adquirido una
forma
.social e institucionalizada de legalidad para justificar los
más horribles crímenes contra la humanidad: el genocidio, las
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JÓSE MIGUEL SERRANO RUIZ.CALDERON
soluciones finales, las limpiezas étnicas y el masivo "quitar la vida
a los seres humanos aun antes de su nacimiento, tainbién antes
de que lleguen a la meta natural de la muerte"» ( 8 ).
Por si alguien pretendiese una componenda, es evidente en
este texto que Juan Pablo
II no duda en comparar e incluir en
el mismo saco, aquello
que resulta más repelente al discurso ofi­
cial contemporáneo, los crímenes del totalitarismo, con algunas
prácticas que lejos de considerarse desviaciones o excesos, apare­
cen como hitos fundamentales del proceso de liberación del hom­
bre,
es decir, la generalización del aborto y de la eutanasia in­
tencional.
Una cuestión que debemos resolver, con preferencia
· a las
inagotables conversaciones sohre indicaciones, plazos, divisiones
celulares
y tratados de farmacopea a las que hemos sido condu­
cidos
por cierta bioética al uso, es dónde se encuentra la raíz de
este proceso homicida que caracteriza a nuestra sociedad
y, ligado
a esto, cómo el mismo puede presentarse como una liberación.
Una actitud contraria nos llevaría a lo que, no sé si con término
afortunado, podríamos denominar una bioética de defensa, que
se
constituiría en la aportación de raíz tradicional al conjunto de des­
propósitos en que estamos sumidos. En este sentido, conviene
recordar que hasta los radicales necesitan una derecha, lo que no
está claro es que algunos queramos ser la derecha de los radicales.
Un primer dato que conviene considerat
es que este proceso
coincide
con otro que ha sido calificado como la desctistianizaci6n.
No ctean ustedes que esto de la descristianización
se ha podido
afirmar con claridad en un aula · de teol.ogía como esta. Hasta
poder gritar que el rey estaba d,snudo éste
se pase6 un buen rato
en tan ridículo estado,
y ha hecho falta que el Pontífice llamase
a
la ·Nueva Evangelización para que este tema recobrase el puesto
merecido en nuestras reflexiones, eso sí, con permiso de los irre­
ductibles que prefieren seguir haciendo discursos y planes pasto­
rales sobre un mundo que no existe.
. .
(8) De la homilía de la Santa Misa cel.ebrada en .. Chc;rry ·~ el 15 de
agosto de 1993. Recogido en el volumen Desde Dent)(!r a los í6venes, Pala-
bra, Madrid, 1993, pág. lio. · ·
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BL CAMINO DB LA MUERTE
El tema de la descristianización, con ser mny relevante, pues
esto de no matar al feto
en el· seno de su madre y no rematar a
los ancianos moribundos tiene mucho que ver con el cristianis­
mo
(9), no resuelve nuestro problema. En efecto, cabe preguntarse
porqué nos ha dado por
aquí, y no por cumplir los bellos discur­
sos y declaraciones que jalonan nuestro universo jurídico-político
de buenas intenciones. Si hiciesemos caso a dichos
discursos la
infancia estaría protegida, la familia seria pilar básico de nuestra
sociedad,
lds gobiernos serían representativos, y en definitiva el
hombre adulto liberado de Dios habría establecido un paraíso en
la Tierra.
Que esto no
es así resulta tan obvio que incluso las sirenas
del sistema se ven obligadas a cambiar de discurso, sustituyéndose
cada vez
más estas palabras por el aburrido y desencantado rumor
de la postmodernidad.
En esto~ tiempos, y con referencia a los temas que venimds
tratando, ha surgid~ como nueva ciencia la bioética. Si atendemos
a su etimología, significa ética de la vida,
lo que desde luego po­
dría sonar a redundante. Los que hayan prestado . atención a las
discusiones de la nueva ciencia habrán observado, quizás con cier­
ta sorpresa, que en las discusiones bioéticas el tema fundamental
ha pasado a ser no la vida sino cuándo
se puede matar. El analista
bioético aparece como un sujeto bastante macabro que dedica su
tiempo a buscar argumentos para poder matar al feto a partir de
determinada semana, según tenga o no
determinado tipo de célu­
las, o que presta especial
dudado a determinar qué tipo de barba­
ridades y cuáles no, se pueden hacer con
el embrión no implanta:
do ; en este punto parece haberse trazado la distinción entre civi-
(9) Recuérdese desde la Didaché: «Segundo mandamiento de la ense­
ñanza: no matarás, no adulterarás,' no corromperas a los j6venes no fornica­
rás no robarás, no practicarás la magia ni la hechicería, no matarás al niño
mediante aborto ni le darás muerte una vez que ha nacido ... » Did.aché, Doc­
trina de los doce apóstoles, II, 2, manejo la edición de Ciudad Nueva, Ma­
drid, 1992 y recuérdese que el texto comienza afirmando: «Dos caminos
hay,
el de la vid.a y el de la muerte; pero grande es la diferencia entre los
dos caminos».
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JOSE MIGUEL SERRANO RUIZ-CALDERON
!izado e incivilizado en la clonación: es incivilizado quien lo clona,
civilizado quien lo compra, lo vende, lo manipula, lo destruye
pero eso
si no lo clona. Que justifica el desarrollo y aplicación
de métodos diagnósticos cuyo objetivo primordial
es saber si se
debe o no matar al paciente, como está pasando con la medicina,
¿todavía medicina?, prenatal. Y que dedica horas a determinar
en qué circunstancias
se puede o no eliminar a un paciente cuya
enfermedad aparentemente no tiene cura, o qué tipo de escrito
hay que conseguir que rellene para matarlo (10).
Tomando un
poco de distancia no deja de resultar sorpren°
dente que
nos haya dado, a esras alturas de la historia humana,
por esta acción que adquiere proporciones apocalípticas, en el
sentido
más exacto del término, as! de nuevo ccin Juan Pablo II:
«La lectura de hoy, tomada del libro del Apocalipsis, presenta a
la Mujer rodeada por fuerzas hostiles. La naturaleza absoluta de
su ataque está
simbolizada en el objeto de su intención malvada:
el Niño, el símbolo de la vida nueva. El "dragón", el "príncipe de
este mundo" y el '"padre de la mentira", intenta incesantemente
desarraigar del corazón humano el sentido de gratitud y respeto
al don original, extraordinario y fundamental de Dios: la misma
vida humana. Hoy,
'°ª batalla ha llegado a ser cada vez más di­
recta» ( 11 ).
En consecuencia, cuando alguien se dedica a la bioética, se
pregunta, a partir de determinado momento, donde está la razón
de todo lo qne
nos viene sucediendo. La primera explicación que
puede venirnos a la mente está fuertemente relacionada con el
rasgo
más relevante de nuestra sociedad, denominada fundamen­
talmente sociedad del bienestar. En palabras de Augusto del Nace:
«Pero hay que comprender que por sociedad del bien-estar
se
quiere indicar la que considera el bienestar como fin; esta preci­
sión es indispensable, porque muchas. veces
se considera como tal
(10) Se me podría acusar de caricaturizar la reflexi6n bioética, pero en
cierta medida ésta parece presa del mal que se denunciaba en cierto mora·
lismo del siglo XIX, es decir, dedicarse fundamentalmente a buscar la dife­
rencia entre lo malo y lo absolutamente impresentable.
(11) De nuevo cito lo homilía de Oierry Creek, op. cit., pág. 111.
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EL CAMINO DE LA MUERTE
aquella sociedad que, movida por la conciencia moral y religiosa
eliminar tiranteces revolucionarias ( dos fines que pueden aunarse
muy bien), quiere una mayor difusl6n del bienestar entre los me­
nos favorecidos y subdesarrollados» ( 12). Entendida en su primer
sentido, la sociedad del bienestar parece triunfante sobre sus dos
rivales más característicos, por un lado, el marxismo severamente
derrotado en un pulso que ha durado casi medio siglo; por otro,
el riesgo siempre latente de un despertar religioso, tantas veces
anunciado y tantas veces pospuesto.
Desde la perspectiva bioética el bienestar como único e in­
mediato objetivo social daría raz6o de algunos de los procesos que
nos sorprenden; en efecto,
si atendemos al tema del hundimiento
de
la natalidad y del aborto, observaremos que una explicaci6n
posible de la extensi6n de la aceptación social del aborto está fuer­
temente ligada a la mentalidad anticonceptiva, de aceptar esta
hipótesis quedaría demostrada la falacia de la propuesta "más anti­
concepción menos aborto", que es ·el paradigma donde se ha atrin~
cherado buena parte del discurso progresista. Desde esta perspecti­
va
la verdadera propuesta sería "más anticoncepción, más aborto".
Por usar un símil, en este tema el aborto juega de portero, una
vez superada la defensa de la anticoncepci6n, o mejor actúa de
puntillero ante el fallo de
la estocada. La desvinculación entre el
acto sexual
y la procreación es decisiva para la liberación sexual,
fase final
· de] proceso hedonista que ha caracterizado a nuestra
sociedad del bienestar. Que el amor libre juega como prejuicio
ideológico ha quedado sobradamente demostrado en
el espinoso
tema del SIDA. A fin de no afectar al «totem» contemporáneo
se ha preferido extender la falsa seguridad del preservativo, ma­
quillando, con grave responsabilidad, los datos de contagio pese
al uso lógica de nuestra civilización. Es evidente que la moralidad o no
(12) AUGUSTO DEL NocE, «Contestación y valores», ponencia presenta­
da al Congreso internacional sobre «Los valores permanentes en el devenir
histórico»"_Roma, 1968, recogida en el volumen La agonla de la sociedad
opulenta,
Eunsa, Pamplona, 1979, pág. 39.
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JOSI;: MIGUEL .SERRANO R,UIZ-CALDERON
de ciertos actos no depende del SIDA. Lo que es claramente
ideológico es, a
la hora de la prevención del SIDA, no señalar la
vinculación entre ciertas prácticas y la transmisión, o mejor crear
falsas expectativas de desvinculación.
Pero
ni· siquiera e.s imprescindible esta explicación de la libe­
ración sexual para dar razón del proceso que venimos
analizando,
pues el antinatalismo tiene su más directa explicación en el neo­
maltbusianismo, que
es la ideología más universal a la que han
respondido las diversas agencias de las Naciones Unidas, tanto la
FAO, la UNESCO o
el UNICEF. La mentalidad neomaltbusiana,
difundida fundamentalmente
en. los países que gozan de mayor
bienestar, y desde allí impuesta a
los subdesarrollados, consiste
en definitiva en garantizar el bienestar presente a costa
de la
H:umanidad futura (
13 ). Como. toda ideólcJgía procede de la pro­
yección
de datos falsos, pero también como toda ideología no
admite ningún principio de falsabilidad. Resulta así incontestable,
sobre todo tras
su combinación con el ecologismo radical.
El
peculiar hedonismo. rehiante, que no admite la resistencia
de ningún valor; tiene en consecuencia una capacidad
corrosiva que
resulta
sorpretldente, y así desde esta perspectiva explicamos, por
(13) Este egoísmo además de estúpido y suicida es culpable. Como se
ha señalado con acierto: «La idea -motriz -de los Estados Unid'OS, que se
plasmó. también .en la Carta Fundacional de las Naciones Unidas, era que,
con el
tiempq, todos los hombres deberían alcanzar un nivel de .vida material
·similar al de los norteamericanos... Un prográma tan ambicioso no era, ni
es, fácil de porier en práctica. Existe una sola posibilidad de realizat!o: el
n:undo industrializado ha de impulsar el desarrollo del resto del mundo.
Pero si resulta que -el mundo industrializado s61o ha podido aumentar su
nivel de vida a .costa de la Naturaleza, sometiendo a la máxima. tensión sus
recursos económicos, es
difícil imaginarse puede hacerse ese mismo esfuerzo
en el Tercer Mundo ... La única solución para garantizar a la poblaci6n del
Tercer Mundo, a pesar de todo, una calidad de vida aceptable, era frenar
por todos los medios posibles la explosi6n demográfica. Así fue como desde
1950, bajo la dirección norteamericana y con ayuda de organismos interna­
cionales,
se proclam6 una especie de cruzada contra el niño. Todo para con­
seguir clavar la garra tecnocrática en lo que se defini6 como "_el peor mal
de todos los tiempos"». A.NsELM ZURFLUH, ¿Superpoblaci6n?, Rialp, Madrid~
1992, págs. 52-53.
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EL, .CA.MIN.0. DE LA M.1/ERTQ
ejemplo, la crisis de la moral tradicional,. de nuevo en palabras de
Del Noce: «Existe, pues, en la sociedad del bienestar una evidente
contradicción entre
el humanitarismo, profesado teóricamente, y
el espíritu de deshumanización, prácticamente actuado, en las
me­
didas que disminuyen -y deben necesariamente disminuir-las
reservas de valores tradicionales» (14).
Este proceso es igualmente observable en
la decisión de no
cargar con seres que imposibiliten nuestro bienestar, con la excu­
sa, intolerable, de que al garantizar nuestro bienestar realmente
lo que estamos haciendo
es garantizar el suyo. Desde esta perspec­
tiva surge el
concepto de vida que merece
la pena ser vivida,
concepto cuyo canon
es el control de calidad. Es de esta forma,
como
la eugenesia, desacreditada por sus implicaciones racistas en
la .última postguerra, vuelve
a. ser aceptada géneralmente · entre
nosotros, hasta convertirse en
el objetivo fundamental del análisis
prenatal. Es esto
Id que subyace a la generalización de la eutanasia
de quienes no cumplen por
.un lado el canon de bienesta¡ mien,
tras que por el otro pierden su papel en el proceso productivo.
Obsérvese que por la propia definición de nuestra sociedad,
quienes no
gozari o producen pierden absolutamente su sustanti­
vidad. Igualmente el
peculiar discurso que estamos .describiendo
permite dotar a este
comportamiento de una explicación humani,
taria, pues, en. definitiva, -estas acciones parecen dedicadas. a dis­
tninuir el dolor en el mundo, lo que desde el punto de vista
analizádo
es la única guía del comportamiento correcto. Aún más,
en .este discurso, y siempre que no .se ataque su argumentación de
forma radical, resulta que quien
se opone a estas prácticas es un
faoático que desde posturas de base religiosa o metafísica pretende
imponer
a· los· · demás un comportamiento que produce dolor o
malestar. Por
esa razón, son los defensores de estas posiciones los
únicos criticables en este universo donde parece que prima una
absoluta libertad de expresión.
Con ser esta explicación muy relevante no acaba desde mi
punto de vista de justificar totalmente
el proceso a que estamos
(14) AUGUSTO DEL NocE, op. cit., pág. 29.
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JOSE MIGUEL SERRA-NO RUIZ-CALDERON
asistiendo, y al que hemos denominado, parece ya que sin exage­
rar, el
camino de la muerte. En efecto, hay que explicar c6mo este
hedonismo absoluto da
paso a un proceso tan autodestructivo
como
el que -es observable en lo más profundo de la civilización
de la muerte (15).
La sociedad del bienestar
ha llevado el proceso desacralizador
al extremo de la muerte de Dios. Es más, si aceptamos la expli­
cación que venimos siguiendo de Del Noce, no sólo ha eliminado
a Dios como hicieron los ateísmos sino que también ha eliminado
a
la religi6n tras su victoria sobre el universo semirteligioso del
marxismo.
Ahora bien, en este final de nuestro siglo no sólo ha caído el
mito marxista sino también el mito que subyace a todo el pen­
samiento ilustrado, es decir, el progreso y su capacidad de rege-
( 15) Como sefíala el mismo Del Noce: «Si la Ilustración se ha vuelto a
descubrir según una· disposición negativista, no podía faltar de manera co­
herente el mayor éxito de lo que ha constituido su orientación más negativa.
Lucha, por lo tanto, contra la ética represiva en nombre de la libertad de
los
insti,ntoi;; afirmación de la c~da de todo valor absoluto; intolerancia en
nombre
de la tolerancia; negación, siguiendo a Lamettrie, hoy extrañamente
elevado a la categoría de gran ·pensador, de la diferencia cuálitativa entre
el hombre y el aninial, aún admitiendo una evolución que conducirá a un
hombre· nuevo tan superior al actual cuanto el hombre de. hoy supera la
más baja de las especies animales. Y paralelamente el inmoralismo, por" lo
cual Sade está ocupando el lugar que en la historia de la moral una vez
ocupaban Rousseau y
Kant. El fenómeno de la difusión de la pornografía
pueden también parecer irrelevante o explicable en base a
motivos mera­
mente comerciales, la emancipación de la mujer no se verificaría hoy bajo
este signo. Escribía Apollinaire: Justine es la mujer del· pasado, esclavizada,
infeliz que
ni siquiera es considerada a nivel de ser humano; Juliette, en
cambio,
repres.enta la mujer nueva que Sade entrevé, criatura todavía des­
conocida. ciue procede de la humanidad misma, que posee alas y renovará
el universo». Hemos llegado al punto central. El extremo al cual· se puede
llegar,
siguiendo esta línea de la mentalidad de la Ilustraci6n después del
marxismo, es la «muerte del .hombre», anunciada por el fil6sofo estructura~
lista Foucault, paralelamente a la.nietscWana "muerte de Dios". «Tradición e
innovación», Comunicación en la
Convención «Autoridad y libertad del de­
venir de la historia», 1969, publicado en Agonía de la sociedad opulenta~
Eunsa, Pamplona, 1979, pág. 84.
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EL CAMINO DE LA MUERTE
neración moral. El progreso tecnológico no ha mejorado al hom­
bre como ser moral, ni mejora por
si mismo a la sociedad, ni en
definitiva produce la felicidad. El agotamiento de la modernidad
como valor
se traduce en el agotamiento de la posibilidad de pro­
ducir nuevos valores, puesto en cuestión
el subyacente a todo el
proceso que analizamos. Por otro lado, como dijimos, los restos
de los valores de la civilización cristiana, agredidos por la propia
necesidad de novedad que tiene nuestra sociedad
no produce ya
el sustrato «respetable» que buena parte de los pensadores ilus­
trados parecian reclamar (16).
En definitiva, lo que alumbra nuestra sociedad es un nihilismo
antiheroico, toda vez que
el mismo discurso heroico subyacente
al nihilismo que habíamos conocido está igualmente en cuestión.
Llegados a este punto podríamos preguntarnos
si el haber
aceptado
el campo de juego del contrario no ha sido un craso
error.
En efecto, hemos jugado con los racionalistas prescindiendo
de las ventajas de
lo concreto, arma decisiva frente al racionalis­
mo. Y este abandono de lo concreto
se ha traducido en el aban­
dono de la tradicióll cristiana, «para hacernos más comprensibles»,
pero, ¿cómo hacerse más comprensible en la abstracción? Como
ha expresado Rafael Gambra: «Este espíritu revolucionario, y
el
consiguiente instinto avanzado funcional en las posiciones perso­
nales, no encuentra ya bárrera alguna en niveles superiores o en
instituciones sacralizadas dentro de nuestra sociedad: faltos de
leyes estables y de costumbres respetadas, sin la noción de un
orden natural
inml, able, sin los "hombres representativos" del
tiempo de Sócrates, los sofistas campan hoy en la cumbre misma
del orden social, entregados a
un juego implo con las creencias y
las figuras sagradas que cada
dia inmolan sacrilegamente a un
Mundo desconocedor de otros fines que su propio desarrollo
eco­
nómico. El hombre moderno, llamado a servir como todo hom­
bre,
se sirve a sí mismo en· la idolatría culminante en que el
( 16) Una renovac10n de esta postura del sustrato respetable, aun en
clave moderna aunque -agónicamente moderna; en· HANS KÜNG, Proyecto Je
una ética mundial, l.ª ed. española, Trotta, Madrid, 1991.
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/OSE MIGUEL SERRANO RUIZ-CALDERON
Hombre se hace objeto de su propia adoración» ( 17). La caracte­
rística de nuestro tiempo
es que en este proceso el hombre se
autodestruye, se minusvalora, se extingue como persona.
En definitiva,
la muerte de Dios arrastra a la muerte del hom­
bre, a la disolución de la persona privada del valor único que le
otorga el cristianismo.
En pocos ejemplos es esto tan observable
como en la crisis ecológica.
La crisis de la ciencia y de la tecno­
logía, ligada a
los efectos que la misma tiene sobre el medio am­
biente, se ha traducido en una crisis del mismo hombre represen­
tado como un agresor contra «la
Madre Naturaleza». El hombre
no es ya un ser único reinante sobre la creaci6n, es una especie
más con la peculiaridad de que además es una especie agresiva
hacia la vida planetaria, hacia una naturaleza que
es de nuevo sa­
cralizada (18). Nada bueno cabe esperar _de un proceso como el
que
se ha iniciado demasiado recientemente para que podamos
hacer un juicio con perspectiva sobre
él, pero que aparece como
el último paso de una disolución en que lo humano y cada vida
humana
se han desvalorizado. Hay algo diabólico en la acción
homicida a
la que asistimos, mucho de -crisis de una civilización
en este olvido de
los valores más elementales ..
Este olvido de los valores más elementales marca otra carac­
terística de nuestro tiempo, en nuestra civilización, la ruptura
del
orden natural. Abandonado a su suerte, vapuleado por la.s
ideologías, la misma conciencia de este se ha evaporado. De esta
forma, el mismo no sirve de apoyo
para la tarea dé nuestro tiem,
po,
la reevangelización. Es más, hay que d.edicar enormes energías
a su afirmación. ¿Cómo hablar de indisolubi1idad del vínculo en
la .Suecia de los matrimonios hdmosexuales? ¿Cómo de Trinidad
én la Europa atea? ¿ Cómo del valor del sufrimiento sin trascen­
dencia?
(17) RAFAEL GAMBRA, El silencio de Dios, Prensa Española, Madrid,
1968, pág. 193.
(18) Es un lugar común la estrecha relaci6n entre el ecologismo pro­
fundo y movimientos gnósticos como el-New' A.ge; Vé:M.e a este efecto,
STRATFORD CALDBCOTT, An approach to the New A.ge, Crux Publications
Limited, 1992, pág. 3.
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EL CAMINO DE LA MUERTE
En conclusi6n, afirmamos que los diversos aspectos en los que
esta crisis ·se manifiesta no son sino eso, síntomas de un proceso
que no cabe ignorar cuando encaremos cada uno de los problemas
que se someten a nuestra
acción ( 19).
Sin
embargo,la crisis de la sociedad del bienestar, no puede
tener más trascendencia que
el mostrarnos los efectos del camino
equivocado
y desde nuestra responsabilidad superar los riesgos
siempre repetidos a los que está sometida la especie humana. La
muerte, tantas veces
triunfante -en apariencia, es vencida por la
misericordia divina, desde aquel primer acontecimiento en Jeru­
salén. Frente a la mentira debemos recordar, nosotros más que
nadie que· «el esplendor de la verdad brilla en todas · las obras
del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado a imagen
y semejanza de Dios, pues la verdad ilumina la ·inteligencia y mo­
dela la libertad del hombre ... » (20). ·
(19) Por citar en este tema.tan trágico la última aportación delMagi:,­
terio, conviene recordar que: . «La justa: ,a'Íltoriomía .de . la razón i práctica. -sig·
nifica que el hombre posee en sl mismo la propia ley, recibida del creador.
Sin embargo,
la autonomía de la razón no puede significar la creación, por
parte de la: misma raz6n, de los valores y de las normas morales». V eritatis
Sptendor, Décima carta endclica de Su Santidad Juan Pablo U, 40, pág. 58
de la edición San Pablo, Madrid, 1993.
(20) Así se abre la Veritatis Splendor y se cierra esta conferéhcia.
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