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Número 353-354

Serie XXXVI

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La protección de animales y plantas y sus ocultos inspiradores

LA PROTECCIÓN DE ANIMALES Y PLANTAS
Y SUS OCULTOS INSPIRADORES
POR
MANUEL DE SANTA CRUZ
SUMARIO: Tensiones actuales.-Consideraciones cristianas: la En­
carnación, San Francisco de Asís, San Antonio Abad.-El ex­
cesivo amor a los animales.-EI siglo XIX: Messmer, los evolucio­
nistas, la medicina
experimental.-Las grandes invasiones del orien­
talismo.-El Proteccionismo en Espa:fi.a.-La afiliación bipolar.­
A las puertas del Concilio Vaticano 11.-EI Catecismo de la Iglesia
Católica de 1992.-Los ecologistas.-Últimos pensamientos anti­
cristianos.
Entre el final del invierno con campafias contra las pieles de
abrigo, y
el comienzo del verano, con campafias contra las corri­
das de toros, encontramos un momento oportuno para examinar
las ideas y las asociaciones del género de Protectoras de Animales
y Plantas.
Detrás y debajo de su primera presentación, superficial, hay
más que una actitud meramente sentimental o estética; se en­
cuentran sistemas filosóficos anticristianos, que son sus verdade­
ros y secretos promotores, y que obligan a todos, y especialmente
a los católicos, a ser cautos
en sus contactos con esos grupos. Es­
tas líneas pretenden desenmascararlos.
Verbo, núm. 353-354 (1997), 219-232 219
Fundaci\363n Speiro

MANUEL DE SANTA CRUZ
Tensiones actuales
Algo tardíamente, después de una campaña contra los abri­
gos de pieles, que viene de años atrás, al final de este invierno,
el presidente de la Federación Española de Asociaciones de Pe­
letería
ha publicado una carta (ABC de 1-3-1997) diciendo
que esa campaña contra ellos beneficia (tiene la cautela de no
decir que esté promovida) a empresas multinacionales de fi­
bras sintéticas. Es verdad, pero no
es toda la verdad. Es una
reducción del asunto que discurre, además, por otros muchos
y mayores derroteros, distintos de los estrictamente mercanti­
les, como veremos. Es posible que unos fabricantes de fibras
sintéticas ataquen a los peleteros para quitarles mercado. Pero
en algún otro caso el planteamiento es inverso, es decir, que
algunas asociaciones proteccionistas de Londres han aportado
capital para llenar con fibras sintéticas el espacio que previa y
simultáneamente trataban
de hacer perder a los peleteros.
La constelación de negocios que generan y mantienen las co­
rridas de toros
se ha defendido de los ataques de los protectores
por gestiones directas y secretas en los medios de difusión, apoya­
das en la inmensa fuerza de presión que les dan sus condiciones de
anunciantes y de suministradores de información.
Por esto,
las campañas antitaurinas, y análogamente las an­
tipeleteras, se hacen con pegatinas y carteles sobre el mobilia­
rio urbano y vallas, pero
no desde los grandes medios.
En algún momento ha despuntado en medio de estas polémi­
cas una consideración política guerrillera de defensa, nada me­
nos, que de la soberanía nacional. Los patriotas, al ver que los
protectores pretenden apoyar sus pretensiones prohibitivas en
decisiones oscuras de lejanos organismos supranacionales, repli­
can que no se trata del huevo sino del fuero, es decir, de saber
quién
manda aquí: si los españoles, tan ajenos a la mentalidad
proteccionista, o los ideólogos extranjeros, mundialistas invaso­
res. Señalan, pues, con prescisión del asunto en sí, defectos de
procedimiento. Siguiendo la moda europeizante, los antitau­
rinos, y en menor grado los antipeleteros, solicitan del público
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LA PROTECCIÓN DE ANIMALES Y PLANTAS Y SUS OCULTOS INSPIRADORES
que se dirija a organismos supranacionales para que impongan
sus ideas proteccionistas en España.
Consideraciones cristianas
Desde los albores del pensamiento, el hombre se ha inte­
rrogado acerca de la naturaleza, destino y finalidad de los ani­
males, y
por extensión de las plantas y de sus relaciones con
ellos. A pesar de tan larga insistencia, no había llegado a gran­
des ni claras conclusiones. La Biblia, como veremos en segui­
da, resuelve la cuestión de las relaciones del hombre con los
animales, informando que éstos fueron creados para aquél. Pero
no explica, independientemente de estas relaciones, cuál es la
naturaleza y último destino de los animales y plantas.
Llega la Encarnación del Verbo, de la Segunda Persona de la
Santísima Trinidad, Nuestro Señor Jesucristo, que
es el mayor
acontecimiento de la historia, e ilumina y resplandece en todas
las cosas. También en este asunto. Porque haber elegido la flatu­
raleza humana para encarnarse confiere a ésta una categoría y una
dignidad únicas, que le separa, eleva y distingue definitivamente
de todos los demás seres creados. Aclara y confirma
el rastro de
una predilección divina por el hombre, que se encuentra a lo lar­
go de todo
el Antiguo Testamento. Al humanizarse, Dios divini­
za al hombre, y crea entre éste y los animales
un abismo inmenso
e infranqueable. Pretender salvar ese abismo no tiene
una justifi­
cación seria y proporcionada, y sí que tiene algo de menosprecio,
o cuando menos de olvido, de aquella elevación cuasi divina reci­
bida
por la Encarnación del Verbo.
Si viviéramos permanentemente la presencia de Dios, y nues­
tra condición de interlocutores
y amigos de Jesucristo, nuestas
mentes
y corazones no se distraerían ni con los animales, ni con
los vegetales, ni
con nada.
San Francisco de Asís y San Antonio Abad
San Francisco de Asís aparece como el paradigma de amor
del hombre hacia los animales en cuanto que son criaturas
de
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Dios, como él mismo. Pero se movía más en un ámbito poético
y estético, que aportando una rigurosa investigación filosófica
o teológica.
Así
se pueden también enjuiciar algunas otras actitudes
cristianas, bondadosas y elementales para con los animales, como
es, todavía hoy en día, su bendición en actos populares con
motivo de la fiesta de San Antonio Abad.
Precisamente con ocasión de estas antiquísimas tradiciones,
vemos que los protectores y ecologistas tienen pensamientos
muy
distintos y no se suman francamente a ellas.
El excesivo amor a los animales
Como contrapunto de las esporádicas manifestaciones de amor
cristiano a los animales, que hemos señalado
en San Francisco de
Asís y San Antonio Abad, hay que reseñar los toques de atención
cristianos ante un excesivo amor a los animales.
En la época moderna, en el alborear de la psicología, cuando
aún era muy rudimentaria y empírica, algunos estudiosos de la
espiritualidad observaron
que las personas con excesiva afición a
los animales, y especialmente a los que después
se han llamado
animales de compañía, no suelen ser notablemente piadosas, sino
más bien frías en lo religioso. En el último extremo más exagera­
do
se ha observado que su dedicación, poco menos que obsesiva a
los animales, coincide con su desengaño de los hombres, con una
especie de huida despechada o rencorosa de ellos hacia esos ani­
males que
se utilizarían como refugios efectivos. No se han des­
entrañado analíticamente las conexiones psicológicas entre estos
dos rasgos, pero la observación subsiste y está al alcance de cual­
quiera.
Ese exagerado amor a los animales ha llevado a la construc­
ción de cementerios para ellos, raros aún en España, y no infre­
cuentes en el extranjero. Son de dudoso gusto y tienen unos sim­
bolismos y unos cortejos psicológicos oscuros y cercanos a la
heterodoxia cristiana; tanto, que son pistas para acceder a grupos
psicológicos raros. Propician la creencia de que los animales
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LA PROTECCIÓN DE ANIMALES Y PLANTAS YSUS OCULTOS INSPIRADORES
tendrían una especie de alma inmortal, que aumentaría su res­
petabilidad. Paralelamente a la evolución de las cosas humanas
se ha introducido actualmente en ellos la incineración, tam­
bién con unas ceremonias
raras.
El Catecismo de la Iglesia Católica de 1992 (párrafo 2418),
nos avaoza:
«Es indigno invertir en ellos (los animales) sumas
que deberían remediar más bien la miseria de los hombres. Se
puede amar a los animales; pero no
se puede desviar hacia ellos
el afecto debido únicamente a los seres humaoos» (2419).
El siglo XIX
Aunque, como hemos dicho al empezar, el tema es anti­
quísimo, en el siglo
XIX se producen movimientos nuevos y
poderosos a propósito de las relaciones del hombre con los
animales, los cuales
se adentrao en el siglo XX.
Empieza el siglo XIX con las hipótesis y teorías de Messmer
acerca de la existencia de un fluido cósmico que también circula­
ría
por los aoimales y los hombres, que así quedarían acercados
por ese «magnetismo animal». Pronto Messmer derivó hacia la
filosofía, la religión y la política, y abandonó el tema. Pero tuvo
epígonos que
le continuaron hasta el mismo siglo XX, donde bro­
ta con fuerza con pequeños retoques en las formas; viene en el
equipaje de las sectas posconciliares, hindúes, espiritistas y teo­
sóficas, que se apoyan notablemente en la supuesta existencia de
un fluido en
el Cosmos, la Tierra y los seres vivos, que entraría y
se distribuiría en los humaoos por unos presuntos órganos llamados
«chacras» que finalmente lo devolverían al Cosmos; distintas for­
mas de intervención en este fluido tendrían aplicaciones terapéu­
ticas, como el yoga, la acupuntura, el Reiki y la reflexoterapia.
Los evolucionistas
Más beneficios recibió la protección de animales de las teorías
de Darwin y más aún de sus epígonos, sobre la hipotética evolu­
ción de las especies animales, que otros han exagerado diciendo
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MANUEL Di SANTA CRUZ
que empieza en los metales y acaba en los ángeles; exageración
que se encuentra en no pocas sectas y religiones falsas. El evo­
lucionismo posterior ha creado una mentalidad en la que el
hombre, sujeto él mismo a la evolución (avatares y Karmas de
los hindúes), ve a los animales como si fueran predecesores
suyos o hermanos menores de una escala de evolución cósmi­
ca. Y por eso les quiere y respeta, y por su condición de recep­
tores de almas humanas en la transmigración de éstas, sin con­
tar su divinización en algunas variantes del hinduismo, como
diremos. Esta impronta evolucionista se recoge en los logoti­
pos de unas de las asociaciones protectoras que actúan
hoy en
España.
La medicina experimental
A partir del siglo XIX se desarrollao estudios de anatomía
comparada entre vertebrados, paralelamente pero con indepen­
dencia del evolucionismo.
Como todas las comparaciones, la ana­
tomía comparada
es un formidable mecanismo psicológico para
acortar distancias entre
el hombre y los aoimales.
Vienen después, a fin de siglo, la fisiología y la farmacología
experimentales. Se produce entonces una situación bifronte: de
una parte,
se somete a los animales a los sufrimientos propios de
la experimentación, que crece imparable,
y muestra la similitud
entre el hombre y los animales, que les acerca; de otra parte, sur­
gen en los países anglosajones ligas y organizaciones «anti-vivi­
sección», con ribetes pintorescos que postulan la supresión de la
experimentación animal, incluso con algaradas callejeras. La opi­
nión, seducida por los avances de la ciencia, no les hace caso;
pero ahí están, aun
hoy, como primer contacto o puerta de
entrada a las extrañas filosofías que vamos diciendo. El Cate­
cismo de la Iglesia Católica de 1992
les replica, sin nombrarles,
con estas sentencias: «Los experimentos médicos y científicos
con animales, si se mantienen en límites razonables, son prácticas
moralmente aceptables, pues contribuyen a cuidar o
a salvar
vidas humanas» (2417).
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Las grandes invasiones del orientalismo
En Occidente se han producido dos grandes invasiones de
orientalismo. La primera, en la era Victoriana; la segunda, des­
pués de la Segunda Guerra Mundial en Norteamérica, y des­
pués, del Concilio Vaticano II en Europa. En todos los casos,
prevaleciendo mayoritariamente en ellas las religiones asiáti­
cas y sus epígonos psicológicos. Son las religiones hindúes,
más que cualquier otra causa, las que
han dado el espaldarazo
más eficaz a la protección de animales y plantas.
Al final del siglo
XIX, la Queen Victory de Inglaterra abre y
consolida con los nuevos vapores y
el Canal de Suez la ruta de la
India. Pero este enlace también funciona en sentido contrario y
trae a Europa los primeros misioneros del hinduismo, del budis­
mo y de los vedas; brotan monasterios budistas en Hamburgo, en
toda Alemania y en las Islas Británicas, que irradian creencias
altamente beneficiosas para los animales y las plantas:
el panteís­
mo, el karma, o situaciones y fases de una evolución cósmica de
los hombres: la metempsicosis o transmigración de las almas hu­
manas de unos seres a otros, la reencarnación, y otras. Algunas de
estas religiones hindúes, como las del antiguo Egipto, atribuyen
a algunos animales (monos y vacas) unas condiciones divinas o
sagradas que
les hacen altamente respetables.
Especial menci6n merecen los vegetarianos, personas que se
jactan
de no comer carne. No es cuestión de gastronomía, como
algunos todavía creen, sino una aplicación práctica del respeto
cuasi religioso a los animales, apoyado en el panteismo y la me­
tempsicosis. Es un lugar geométrico donde se conectan entre sí
muy diversas y numerosas cosmovisiones. {Vid. el artículo «La
gran encrucijada de los vegetarianos», de P. Echániz, en Cruzado
Español, de 15-3-64). El horror al derramamiento de sangre no
solamente se refiere a la sangre de los animales, sino también a la
de los humanos, y por ello inspira el pacifismo, el antimilitaris­
mo, el internacionalismo o unificación del mundo, y la tolerancia.
Otros vegetarianos ven en su sistema alimenticio un proce­
dimiento de acceder a un estado superior del hombre, que es la
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finalidad del sistema del yoga y de las religiones hindúes. Estos
grupos no se relacionan directa y esencialmente con la protec­
ción de animales, pero indirectamente, a través de ideas inter­
puestas, sí, y sin militar en ella simpatizan con ella.
El Naturismo, constelación inagotable de grupos autónomos
elementales, con aficiones médicas, busca el mejoramiento de la
salud y
una supuesta redención-elevación del hombre en el desa­
rrollo de la consigna de J.
J. Rousseau: «¡Volved a la Naturale­
za!». Tienen un sabor panteista donde encajan perfectamente los
protectores de animales.
Las sociedades protectoras forman parte de aquel despliegue.
En los países latinos, que eran católicos, y más concretamente en
Espafia, donde la Iglesia cerraba el paso a la libertad de cultos,
tuvieron mucha menos aceptación.
En la segunda mitad del siglo XX se produce otra explosión
de orientalismo en Occidente. Primero, en Norteamérica, por sus
contactos militares con Asia, la guerra con el Japón en el marco
de la Segunda Guerra Mundial, y después
las guerras de Corea y
del Vietnam. Pero en seguida, en estrecha interrelación, aparece
el mismo fenómeno en Europa, debido a la influencia norteame­
ricana, pero sobre todo
por la sustitución de las dictaduras por las
democracias, y
por la libertad religiosa impuesta por el Conciclio
Vaticano II.
La gran mayoría de las religiones falsas que pueblan hoy Eu­
ropa con la denominación dulcificadora y confundidora de nue­
vos. movimientos religiosos o sectas, y sus derivaciones en es­
cuelas psicológicas mal diferenciadas de ellas mismas, son direc­
tamente. beneficiosas para los animales, e indirectamente, porque
crean un ambiente favorable a ellos. Varias sectas asiáticas han
conseguido que en Europa, hoy, tengan
un alto grado de im­
plantación las creencias en la reencarnación, tan favorable a la
protección de animales.
Despuntan actualmente creencias que atribuyen un alto gra­
do metafísico a las plantas, hasta ahora a remolque de los anima­
les.
Se les atribuyen almas inmortales y relaciones exclusivas con
espíritus que vivirían solamente entre ellas.
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LA PROTECCIÓN DE ANIMALES Y PLANTAS Y SUS OCULTOS INSPIRADORES
El proteccionismo en España
En España las sociedades protectoras de animales y plantas
aparecen con la primera constelaci6n de orientalismo como pro­
ductos importados de Europa en la época que separa los si­
glos XIX y XX. No es solamente ahora cuando Europa, con ocasión
de su unificación, nos envía regalos envenenados. Iban y venían
entonces a
Pafís, capital del mundo, personas ricas que traían las
ideas enumeradas a sus ámbitos de influencia nacional. Entre ellas,
la duquesa de Pomar, el vizconde de Torres Solanot, Viriato Díaz
Pérez,
el gallego Roso de Luna, la baronesa de Sacro Lirio y otros
que son, a la vez e inseparablemente, los pioneros en España de la
recién nacida Sociedad Teosófica (fundada
por Madame Bla­
vatski, Annie Besant y el coronel Alcott). Es el gran «boom»
del espiritismo y de la masonería de fin del siglo pasado.
Pero las sociedades protectoras de animales y plantas no cua­
jan, quizá porque los españoles tienen tendencia a no andarse por
las ramas e ir directamente
al tronco; llevan una vida precaria en
comparación con sus homólogas extranjeras
y su carga filosófica
y proselitista es mínima, directamente y por sí; pero son un
escalón de primer contacto o caja de recluta para otras organiza­
ciones similares de fuera de España, más ricas en dinero y en
filosofías anticristianas; éstas mantienen artificialmente esas
auténticas corresponsalías suyas entre nosotros.
De sus actividades antiguas merece recordarse la Fiesta del
Árbol, cuando la Segunda República, que consistía en plantar
árboles
un día señalado, con su ceremonial cuasi religioso que
suscitó reticencias entre los cristianos. Nada tenía que ver, como
algún transeúnte superficial pudiera pensar, con la repoblación
forestal,
y mucho con una ambientación popular del panteismo,
con la concesión de
un alto rango metafísico a las plantas. Todo
aquello ha sido absorbido ahora por el Ecologismo, como diremos.
La afiliación bipolar
Los protectores de animales y plantas entran en un fenó­
meno sociológico interesante, que es la militancia bipolar, o
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múltiple. Son pocos, y paradójicamente sin carácter paradig­
mático, los protectores que solamente son eso, puramente. La
mayoría, que incluye a los dirigentes, tiene
el otro pie en al­
guna otra entidad semejante de manera que forman una red.
Es frecuente descubrir que una persona gris afiliada discreta­
mente a una sociedad protectora de animales pertenece tam­
bién a una logia teosófica, a un club naturista, frecuenta un
restaurante vegetariano o estudia esperanto.
Hay una influencia recíproca; los protectores de animales se
ven potenciados por esas otras organizaciones y sus cosmovisio­
nes, y éstas afiaden un sector más a su despliegue, que así gana
en atractividad. El anhelo, muchas veces rozado, de muchas
sectas de ofrecer a los que se acercan a ellas sistemas globales
completos y cerrados es uno de sus atractivos, y se impulsa con
la conexión con los protectores de animales.
Es otra forma, no
mercantil, de «joint venture>>. En las publicaciones de unos
aparecen anuncios de los otros; en ferias y convenciones alternan
los estands de uno y de otros, de manera sorprendente para los
no versados en estos temas. (Vid.
«El País», de 3-5-79). ¡Qué
conexión puede haber entre la consigna de «¡Salvad las balle­
nas!» y
el «Aprenda usted esperanto»? Respuesta: el panteís­
mo. Esta situación fue ya observada de antiguo
en Alemania y
originó para sus protagonistas la denominación de «Verwand­
te Bestrebungen», que equivale a «tendencias afines».
A las puertas del concilio Vaticano II
El novedoso carácter aperturista de la convocatoria del Con­
cilio Vaticano II fue captado inmediatamente por todas las reli­
giones y filosofías falsas,
que vieron en él la posibilidad de
integrarse
en una gigantesca plataforma potenciadora y publici­
taria. También por un abigarrado conjunto de sociedades
protectoras de animales y plantas, que presionó para que se
incluyera
en la agenda del Concilio un estudio sobre los ani­
males y sus relaciones con los humanos. Fueron rechazados y
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LA PROTECCIÓN DE ANIMALES Y PLANTAS Y SUS OCULTOS INSPIRADORES
fracasaron. Es un suceso más de los esclarecedores de la práctica
incompatibilidad entre la
parte filos6fica del proteccionismo y
la mentalidad cat6lica. Los distintos c6digos de derechos del
animal
no son ni cristianos ni cristianizables. Aquel portazo
preconciliar
'se ha repetido en el Catecismo de 1992, como
vamos a ver. Sin embargo, siguen insistiendo con una pretensión
nueva, como partes del Ecologismo, como
en seguida diremos.
El Catecismo de la Iglesia Católica de 1992
Ha sido un tremendo mazazo a la exaltaci6n de los supues­
tos deberes del hombre
con los animales y al Ecologismo. Por
de pronto,
no sitúa el asunto en el 5.0 Mandamiento (de pro­
tección de la vida humana), sino
en el 7.0 (de la propiedad de
las cosas), con lo cual descalifica de entrada
el vocabulario que
trasladan abusivamente los proteccionistas desde las relaciones
entre humanos a las relaciones con los animales;
por ejemplo,
queda realzada la impropiedad de denominar asesinatos a la
muerte de los animales.
Nuestro amigo
don Luis María Sandoval, en su libro La
catequesis polftica de la Iglesia {Speiro), resume y ordena admirable­
mente lo que
el Catecismo aporta a la cuestión. Dice así:
La Iglesia no puede ense.fiar la intangiblidad conservacionis­
ta,
ni la equiparación de la humanidad con otras especies vivien­
tes,
por cuanto recuerda que «el hombre es la única criatura en la
Tierra a la que Dios ha amado
por sí misma» (356), en tanto cda
creación es querida por Dios como un don al hombre, como una
herencia que le
es confiada y destinada (299). Todas las criaturas
materiales están destinadas al bien del género humano (353
y 358). El hombre y la mujer están llamados a someter la Tie­
rra, (373).
Por supuesto, ese dominio no es absoluto y conoce obligacio­
nes morales (2456): debe consistir en
una buena administración,
nunca en una destrucción gratuita (373). Pero obsérvese bien que,
si existen unas exigencias morales, el límite no lo marcan unos su­
puestos
ccderechos» de los animales y seres inanimados frente al
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hombre, sino los derechos de los demás hombres: «Está regulado
por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo, incluyendo la
de las generaciones venideras» (2415 y 2456). Lo que se reprueba
mayormente
es que si se destruye o despilfarra la Creación se está
damnificando a los demás beneficiarios».
Que esto es así lo corrobora el que esta ense:fi.anza se encuen­
tra contenida en el «Séptimo Mandamiento», el que se ocupa de
las propiedades
de los hombres; de otro modo, la protección de la
vida animal y vegetal debería situarse más bien en
el «Quinto»,
junto a la vida humana.
( ... )
Por
eso, el primer principio de un ecologismo cristiano es
que «los animales, como las plantas y los seres inanimados, están
naturalmente destinados
al bien común de la humanidad, pasa­
da, presente y futura» (2415).
El caso particular de los animales, citados siempre en primer
término, refrenda cuanto llevamos dicho.
Son criaturas próximas
al
hombre (los superiores, evidentemente) a las que éste debe
«benevolencia». Pese a ello no están excusados de satisfacer a las
justas necesidades de los hombres (2457).
(
... )
...
el hombre es la cumbre de la obra de la Creación, y existe una
jerarquía entre las criaturas. Dios las ama a todas, «pero» un hom­
bre vale más que una oveja o que muchos pajarillos (342, 343),
O que
al hombre no solamente le es lícito servirse de los anima­
les como alimento (contra los vegetarianos), sino incluso para ves­
tido
(las denostadas pieles). Puede también domesticarlos, y no sólo
para que le ayuden en sus labores de supervivencia, sino también
para que contribuyan a
su ocio. E incluso sacrificarlos en pro de
razonables investigaciones científicas (2417).
Nada de todo ello se puede proscribir como inmoral, cual si
los animales poseyeran propiamente derechos. Tan es así, que si
el martirizar a los animales se considera indigno, no
es porque
vulnere la hipotética dignidad de aquéllos, sino porque cierta­
mente así se rebaja la dignidad del que así obra (2418).
Para colofón de esta materia sirvan las palabras literales del
Catecismo:
«Se puede amar a los animales; pero no se puede des­
viar hacia ellos
el afecto únicamente debido a los seres humanos)).
«Es también indigno invertir en ellos sumas que deberían más bien
remedir la miseria de los
hombres» (2418). No se piense que cales
palabras sólo están dirigidas a las personas que idolatran sus ani­
males de compafiía,
también pueden ser de aplicación, llegado el
caso, a las organizaciones filozoológicas.
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Los ecologistas
Hemos visto que las religiones asiáticas fueron la principal
fuente de promoción,y mantenimiento del proteccionismo ani­
mal a principio de este siglo XX. Cuando éste finaliza, siguen de
utilidad creciente, pero los protectores complementan los servi­
cios que les prestan con otros procedentes de un asunto nuevo
y poderoso, el Ecologismo. Después de las religiones y filosofías
orientales,
es el Ecologismo el segundo gran motor del protec­
cionismo animal. Éste, a su vez, hace importantes aportaciones
al Ecologismo. Hay un intercambio de méritos y defectos, de lo
cual resulta que el estudio de uno de los términos exige el del
otro, también en lo moral. La incompatibilidad de algunas
partes de ellos con
el Cristianismo afecta al otro como la de la
parte al roda; sobre todo, las diferencias del Ecologismo llamado
«profundo» o filosófico respecto al Cristianismo.
Al margen de las relaciones recíprocas entre las ideologías,
hay que señalar
un aspecto práctico y concreto. El tremendo acti­
vismo de los ecologistas se entrelaza con el menor y más pobre de
los proteccionistas, le asiste y potencia; juntos van, de la mano,
por nuestras calles. A los ecologistas, activos y agresivos, se invo­
lucran poderosos intereses económicos que les hacen bullir y que
no se encuentran en las religiones asiáticas. Esto complica la si­
tuación en beneficio de los protectores, pero también ofrece la
posibilidad de explotar disensiones entre ellos.
Últimos pensamientos anticristianos
Hoy florecen algunas cosmovisiones anticristianas que inclu­
yen una desmedida y alta consideración por los animales, las
plantas y de todo lo que
hay de no humano en la Creación, a la
que llaman, como siempre, naturaleza.
El antiguo evolucionismo decimonónico vuelve con nuevos
planteamientos para seguir acercando al hombre con los anima­
les. Los avances de la biología molecular han desplazado el in­
terés de los investigadores desde la célula hacia la molécula; las
células de los animales y plantas son variadísimas, y por ello
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diferenciadoras, pero las moléculas que las forman son mucho
menos distantes unas de otras y, por tanto, un lugar de encuen­
tro y de unificación. Las células no han servido mucho de punto
de partida común y emparentador; en cambio, las moléculas sí
que pueden ser
punto de partida de una común evolución para
minerales, vegetales y animales, no muy distintos inicialmen­
te y sólo diferenciados por procesos posteriores de la gran evo­
lución del Cosmos.
Florece también en Europa
una nueva visión de la Naturaleza
que
se enfrenta frontal y directamente con la Biblia, a la que acu­
sa de presentar a la especie humana como gobernadora y admi­
nistradora de la naturaleza, cuando según ellos es solamente
una parte de ella como cualesquiera otras, los animales y vegeta­
les,
y aun la misma Tierra, a los que debe reconocer y respetar
unos derechos sobre la sufrida especie humana, de los que
nace­
rían deberes de ésta. Un nuevo panteismo florece con el nombre,
propio y común a la vez, de los amigos de la Tierra, a la que
deifican. (Véase en
Verbo, núm. 311-312, 1993, págs. 115-
150, el artículo de Patricio H. Randle, «La Tierra, ¿diosa o
creación de Dios?»).
Hasta las calles de
Madrid llegó recientemente un cartel de
propaganda antitaurina, distinto de
los habituales, más abundantes
y con el tema localizado en el sentimentalismo y la compasión.
Éste tenía pretensiones de filosofías como la últimamente citada,
y decía: «Las corridas de toros ... son "una manifestación violenta
en la que
se quiere demostrar, una vez más, la superioridad del
ser humano hacia los animales.
Una falsa superioridad"». Efec­
tivamente, ahí está la cuestión. El contraste de la insistencia de
pegatinas antitaurinas sentimentales, con la fugacidad de este cartel
irrepetido, nos lleva a conjeturar graves discrepancias internas entre
los protectores superficiales y sentimentales, y los profundos o
filosóficos. Se puede ser cristiano
y protector superficial y senti­
mental a la vez, aunque
con reparos; pero no se puede ser a la
vez cristiano y protector profundo, filosófico.
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