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Número 353-354

Serie XXXVI

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El político en el siglo XXI

EL POLÍTICO EN EL SIGLO XXI
P°'
EDUARDO IGNACIO LLORENTE
SUMARIO: l. lntroducción.-11. El «zoon politikon» deAristóteles.-III. La
Política dominada por la Etica.~IV. El «horno naturaliter christi­
anus» de Tertuliano: A) El Político Cristiano, B) El Mundo Cristia­
no.-V. La Teología, Ciencia Suprema. Importancia de la Teología
Política.-Vl. De la política sin Dios a la sociedad atea.-Vll. El
«Nuevo
Orden Mundial)), otro enemigo del Político Cristiano.
«El cristiano es sacerdote, el cristiano es rey, y está
hecho para una gloria más alta. Dios debe reinar en noso­
tros,
por nosotros, a fin de que merezcamos reinar con El.
He aquí reglas de fe que no podemos apartar de nuestros
reglamentos
de vida política,»:
Loms VEUlllOT
I
INTRODUCCIÓN
SocRATES.-Mucho reconocimiento te debo, Teodo­
ro, por haberme relacionado con T eeteto y también con el
extranjero.
TEODORO.-Y ¿quién sabe si tu deuda de reconoci­
miento no está triple cuando te hayan explicado lo que son
el político y el filósofo?
(PLATÓN. El Político o Del Reinado)
Verbo, núm. 353-354 (1997), 331-358 331
Fundaci\363n Speiro

EDUARDOIGNAOOILORENIE
Así comienza Platón su estudio sobre la naturaleza del Polí­
tico. Cuestión
no del todo fácil para resolver, aunque incapaz
de escapar a la brillante lucidez del discípulo socrático.
Ahora bien, si nuestra meta es la de tratar de proponer un
paradigma sobre «El político en el siglo XX», nada mejor que
guiarnos
por las enseñanzas de los de alguna manera llamados
< Sabemos que el que emprendemos es un trabajo difícil,
más en
un ambiente donde el político no goza de buena repu­
tación. Para ello, creemos conveniente plantear una serie de
hipótesis
de las cuales trazarán el eje de nuestra investigación,
confiando en que las mismas nos acercarán a la Verdad. Igual­
mente, cabe sefialar que nuestra investigación consistirá prin­
cipalmente en tratar de ofrecer algunos lineamientos generales
de lo que
podría llegar a ser una «política cristiana» y del
verdadero político católico. Seguramente suena esto demasiado
anacrónico para
una sociedad post-industrial que viviendo ya
su faz tecnotrónica no sólo
se ha olvidado de Dios, sino, y lo
que
es más grave aún, lo ha despreciado y apostatado, ultra­
jándolo sin cesar. Porque
el Mundo Moderno es peor que el
pagamsmo.
Los paganos eran deístas o politeístas, pero no eran ateos.
El Mundo Moderno, en cambio, es ateo, naturalista, materia­
lista
y, sobre todo, apóstata, es el «Occidens olim christianus)).
Por consiguiente, hemos propuesto como hipótesis principal
que la Política
se subordina a la Etica, y ésta a su vez a la
Teología, Ciencia Suprema.
Es así que todo político debe obrar
conforme al
orden natural y también al sobrenatural, ambos
impuestos
por Dios.
De la afirmación se deduce, pues, que existe un Orden
Católico, aplicable y aplicado de hecho en el curso de la historia.
Por último,
si logramos demostrar la verdad de las aseveraciones
anteriores, estaremos sí en condiciones de proponer el perfil
que caracterizará al Político del siglo XXI.
No somos inconscientes de que cantidad de ensayos y escri­
tos se han publicado referentes a la política y a los que ejercen
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EL POLíTICO EN EL SIGLO XXI
dicha actividad. Creemos, sin embargo, que gran cantidad de
ellos no tratan un tema central o bien se quedan a mitad
de camino. Y ese tema central del que hablamos no se puede
dejar de lado, ya que
es único y principal: la Ciudad Católica,
o como bien la llama San Agustín de Hipona,
«Civitas Dei».
II
EL «ZOON POLITIKON » DE ARISTOTELES
Si nos remitimos a la etimología de la palabra «política»
nos encontraremos que tiene su origen en diversas palabras
griegas tales como polis, politeia, politiké.
La polis hace referencia a la unidad política de la Grecia
antigua y podría llegar a traducirse como Ciudad-Estado. Para
Marce! Prelot, «la
Polis no es sólo la ciudad como planta urbana.
Atenas como ciudad-estado
es mucho más vasta que la Atenas
como recinto urbano» (1). Es interesante hacer notar que para
los griegos la polis constituía en sí misma un universo político,
o
como hemos mencionado antes, una unidad política.
Politeia apunta mas bien a la ciudadanía (como derechos de
los ciudadanos) o bien a la Constitución.
Por eso «la política es
la ciencia de la constitución y de la conducta de la ciudad­
estado» (2).
El término griego
política, como plural neutro de políticos,
designa lo concerniente a la Ciudad: las cosas cívicas, el régi­
men político, la soberanía, etc. La igualdad política, por
ejemplo, goza entre los griegos de una gran ascendencia (sobre
todo en la democracia ateniense) ya que todos los «ciudadanos»
gozan de los mismos derechos. Por ello
J ean Touchard deduce
que:
(1) PRELOT, MARCEL, La Ciencia Politica, Buenos Aires, Editorial Universi­
taria de Buenos Aires, 1991 (16a. edición), pág. 6.
(2) Id., pág. 18
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EDUARIXJIGNACTOUORENTE
(< ••• un Estado democrático es aquel donde la ley es la misma
para todos (isonomia) y donde es igual también la panicipación en
los negocios públicos (isegoria) y en el poder (isocratia)» (3).
Por último, tenemos el vocablo politiké, que hace referencia
a la política pero considerada como arte.
Tal vez ahora podríamos sí ir sumergiéndonos en el cono­
cimiento político, ya que
por lo menos tenemos una noción de
a qué nos referimos cuando hablamos
de política.
Asimismo,
es conveniente precisar ciertas nociones básicas
sobre la concepción del
hombre y de la vida que tenían los
griegos.
Para éstos, la religión jugaba un papel primordial en la
vida social y política, ya que justamente al no haber una «casta
sacerdotal» la necesidad de
honrar a los Dioses hizo nacer el
culto público y los sacrificios. La
virtud era amada y practicada,
y la que más sobresalía
en importancia era la Justicia. La Filosofía
alcanza
su esplendor en el siglo N a. C. con un exponente ejem­
plar: Aristóteles
de Estagira.
Es con Aristóteles en
que el hombre pasa a ser esencialmente
un <(animal racional» y accidentalmente «social y político».
Se dice «racional» en cuanto que posee inteligencia y voluntad,
y se apunta a los caracteres «social» y «político» en cuanto es
el único que vive insertado en la ciudad-estado o Polis.
Basta leer «La Política» para darnos cuenta de la verdad de
su aserción: El «zoon politikon», una vez constituida la familia,
pasa a integrar la tribu, luego la aldea, y
por último la Ciudad;
que
es, según él, la Constitución. Ahora bien, el hombre tiende
socialmente a reunirse con los demás para satisfacer múltiples
necesidades: labrar la tierra,
procurarse vestido y alimento,
defenderse contra agresiones, etc. Y esto se satisface plenamente
en la Ciudad (polis griega) (4). Todo esto nos indica que el
(3) ToucHARD, JEAN, Historia de las Ideas Politicas. Madrid, Editorial Tec­
nos, 1975 (4.ª reimpresión), pág. 30.
( 4) Cfr. AruSTOTELES, Polftica. Libro l.
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EL POlÍTICO EN EL SIGLO XXI
hombre persigue un determinado fin (según lo deducimos de
lo expuesto anteriormente) y que para alcanzar dicho fin debe
procurarse ciertos medios que bien se adecuen a ese fin. Y ese
fin es, según palabras de Aristóteles, el hallar la felicidad (no a
través de bienes materiales ni pasajeros) sino
por medio del
ejercicio de la virtud.
De allí que el político (aquel que tiene a cargo el deber de
dirigir
una comunidad) deba ser un hombre virtuoso por
excelencia, ya que es justamente él el que tiene que decidir
qué es lo que conviene más para «su» comunidad. Y esto sería
imposible de lograr sino por medio de una ética de valores, de
fines y no de medios (como
se quiere hoy en día). Platón ya
bien
lo decía: «¿Cómo es que puede dirigir bien a una Ciudad
si no sabe ni comportarse correctamente él mismo?».
De allí que el Político no debe buscar su propio y egoísta
interés, sino aquel que comporta
y ataiie a toda la comunidad,
sin distinciones. Y ello no es
otra cosa que el Bien Común
Natural.
III
LA POLÍTICA DOMINADA POR LA ÉTICA
Así como existe un Orden en las cosas de la naturaleza (al
que denominamos generalmente orden físico), hay también
un orden en el «hacer» y en el «obrar». Pero, podríamos llegar
a preguntarnos antes que nada a qué orden hacemos referencia
cuando hablamos de la política. Parecería que si el único capaz
de ejercer la política
es el hombre, desechamos de antemano al
orden físico. En cuanto al orden del «hacer», se dirige principal­
mente a una actividad que perfecciona directamente a algo
externo, es decir, perfecciona la obra realizada pero no al que
la realiza. Tal
es el caso del escultor o bien, el del albaiiil. Nos
queda pues,
el orden moral u orden del «obrar». Y es aquí
donde justamente viene a insertarse la política, ya que no sólo
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F.DUARDOIGNACTOILORENTE
perfecciona la obra realizada sino al que la realiza, al despertar
en él la práctica y ejercicio de las virtudes morales. Y por ello
decimos que la política es antes que nada una actividad moral.
Ahora bien, puesto
que el hombre goza de una cierta li­
bertad (o libre arbitrio, como guste llamar), otorgada por su
Creador, está sujeto a diferentes vaivenes y contradicciones; ya
que
él es el que debe elegir el camino a seguir. Y sólo hay una
elección posible. O bien uno se decide por el camino del Bien
y la práctica de las virtudes, buscando los medios apropiados
para lograr el fin último; o bien decide seguir
por el camino
del Mal y la perdición, ejerciendo innumerables vicios y repudia­
bles actos. Siempre debemos recordar
el dictado de nuestra
conciencia, grabado in principio por Dios en ella, y que no es
otra cosa que el primer principio de la ley natural: «Hay que
hacer
el bien y evitar el mal» (5).
De allí tendremos dos tipologías del Político: uno noble y
bueno moralmente; y
otro malvado y perverso y moralmente
repudiable.
No hay términos medios.
Con sus actos libres, el hombre debe aspirar a la perfección.
Pero
como bien dice Julio Meinvielle: « ... no basta que sean
libres para que
le perfeccionen; deben ser actos buenos libremen­
te ejercidos» (6). Por ello,
el hombre debe obrar conforme a un
orden preestablecido, o dicho de otra manera, debe obrar bien.
«La posibilidad de obrar mal no es propia de la perfección de
su libertad;
es más bien su debilidad, como es debilidad de su in­
teligencia
el equivocarse y errar. De ahí que sea un absurdo antihu­
mano radicar la perfección del hombre en la ilimitación de su
libertad, como
si estuviese dotado de puro autonomismo)) (7).
(5) Cfr. JOLIYET, REGIS, Curso de Filosofla, núm. 257.
( 6) MEINVIELLE, JULIO, Concepción Católica de la Política. Buenos Aires, Edi­
ciones Dictio, 1974
(4.ª edición), pág. 30. Estudio Preliminar de Fernando de
Estrada. Integra
el volumen III de la Biblioteca del Pensamiento Nacionalista
Argentino,
junto con otros dos libros más del mismo autor.
(7) Id. pág. 30.
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EL POLÍTICO EN EL SIGLO XXI
Entonces pues, que quede bien en claro que considerando
que el hombre
es un ser moral y político, sus acciones u < deben ordenarse hacia el bien; y suponiendo que esté a cargo de
una comunidad política organizada, su «política» debe ordenar­
se también al bien de esa comunidad. Y por eso el político
debe ordenar su vida conforme al fin último (la felicidad,
el ser
virtuoso); y
si puede ordenar su vida de esa forma podrá con­
ducir a toda la
comunidad a su fin último: nuevamente el Bien
Común Natural.
IV
EL «HOMO NATURALITER CHRISTIANUS» DE TERTULIANO
Hemos venido estudiando hasta aquí al hombre considerán­
dolo
«a secas», es decir, desde el plano estrictamente natural.
Pero, a decir verdad,
el hombre no es sólo Un «animal racional»,
sino que es mucho más que ello: posee una alma inmortal y
está abierto a la transcendencia.
«El alma humana es inmortal porque es espíritu, y es por
esto que se distingue esencialmente del alma animal» (8). afirma
J ean Ousset. Y es allí donde reside la importancia de la es­
piritualidad del hombre:
en lo más íntimo de su existencia, en
el alma. Por ello, nada más justas las palabras de Louis J ugnet
-un gran filósofo tomista y auténtico maestro-para describir
al alma:
«Si decimos que el alma humana es indestructible e inmortal
por naturaleza (y no por algún milagro, alguna derogación gratui­
ta de las leyes de la Creación), es precisamente porque la más obvia
introspección nos obliga a comprobar
en nosotros una actividad
"emergente" de la actividad propiamente intelectual (formación de
(8) ÜUSSET, JEAN, Introducción a la Politica, Buenos Aires, Editorial lction,
1963, pág. 79.
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EDUARDOIGNAQOILO.RENTE
concepto, juicio, razonamiento) y volitiva (que es cosa muy distin­
ta de un haz de tendencias orgánicas). Por una aplicación
tan sim­
ple como ineluctable del principio de causalidad ... llegamos a la
conclusión de que, pesto que la actividad comprobada, aunque esté
condicionada extrínsecamente por lo sensible ... , difiere no obstan­
te de modo radical y por naturaleza, debe ser el efecto de
un prin­
cipio,
de "algo" igualmente inmaterial ... , y como el alma en tanto
espirirual evidentemente no se halla afectada por ninguna composi­
ción física,
es inaccesible a toda descomposición, siendo la muerte
el atributo de lo múltiple y de lo compuesto en tanto tales».
((La inmortalidad del alma es un corolario de su espirituali­
dad, la cual
se induce muy simplemente de la observación inme­
diata de la actividad intelectual» (9).
Ahora bien, el hombre, como también todo el orden de la
creación, debe rendir gloria y alabanzas a su Creador,
es decir,
a Dios-Padre. Y justamente por algo Dios coloca
al hombre en
el primer orden de la creación. Por algo nos dice el Génesis:
«Hagamos al hombre a imagen nuestra, según nuestra seme­
janza; y domine sobre
los peces del mar y las aves del cielo, sobre las
bestias domésticas, y sobre toda la tierra y todo reptil que se mueve
sobre la tierra• (10).
Es decir, y vuelvo a repetir, el hombre está llamado a orde­
narse hacia Dios. Y él
es quien elige si quiere llegar o no a
Dios, mediante su libertad. O bien
uno se aparta de Dios y
vive para sí mismo, o bien se vuelve hacia Dios y vive para
glorificarlo y alabarlo. No hay término medio posible.
Finalmente, el «zoon politikón» aristotélico dará paso al
«horno naturaliter christianus» de Tertuliano. Fórmula ésta
que condensa
al «!mago Dei» del Génesis y que lleva implícita
toda una forma de ver
el mundo y la vida.
(9) Cit. porÜUSSET, JEAN, Introducción a /,a Polltica, Buenos Aires, Editorial
lction, 1963, págs. 81 y 82.
(1 O) Génesis 1, 26.
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EL POLÍTICO EN EL SIGLO XXI
En efecto, Tertuliano [155 (?) -220 (?)] fogoso y excelente
apologista, que:
«dotado
de un ingenio fuerte y profundo, no había dificultad
que se propusiera resolver y que no superase y conquistase con su
inteligencia aguda y poderosa» (11),
considerará al hombre no desde un punto de vista mera­
mente natural; sino que
le agregará un elemento imprescindible
en la criatura racional; su faceta espiritual. Será entonces allí
donde
el cristianismo dotará al hombre de un aspecto sobre­
natural nunca antes conocido: la vida en gracia.
Es la religión Católica -revelada por Nuestro Señor Jesu­
cristo--, la que elevará al hombre al plano de la vida sobrenatural,
por el hecho de que la vida en gracia encamina al cristiano a la
salvación eterna. Y
es justamente por ello que el político -al
ser cristiano-es el único capaz de llevar al Estado hacia una
vida justa y ordenada, o lo que
es mejor, a que se le rinda a
Dios
el debido y verdadero culto.
A) El político cristiano
Si hay verdaderamente alguien que se esfuerce en procurar
el bien de la Nación y del Estado, éste no es otro que el «Polí­
tico Cristiano». Es sólo cuando
el hombre se inclina hacia algo
superior a
él que llega a lograr cosas superiores; pues el verda­
dero político antes de serlo
es un buen cristiano. De allí que,
basándose en una cosmovisión sobrenatural, sepa orientar a
los gobernados también hacia esa visión sobrenatural. Por ello,
la principal y mejor
virtud del político cristiano es, primero,
su Fe en Dios; y segundo, su prudencia magistral. Ahora bien,
pero
¿qué es la Fe? El Catecismo Mayor nos enseña que:
(11) SAN VICENTE DE LERINS, El Conmonitcrio. Apuntes para conocer la fo verda­
dera, Madrid, Ediciones Palabra, 1976, pág. 73.
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EDUARDO!GNACTOILORENTE
<(Fe es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra
alma,
y por la cual, apoyados en la autoridad del mismo Dios, creemos
ser verdad cuanto El ha revelado y que nos propone para creer por
medio de su Iglesia» (12).
Respuesta sin
duda inigualable para aquel que quiera enten­
der
el exacto significado de la Fe.
Y he aquí lo principal. El político cristiano
es por sobre
todo
un hombre de Fe. Pues es esta virtud la que, como hemos
dicho, lo convierte en cristiano y en creyente. Basta recordar
algunos arquetipos en la historia para darnos cuenta de la verdad
de nuestra afirmación. Por ejemplo,
«Si ha existido alguien para quien la fe recibida en el bautismo
se haya vuelco el fundamento mismo de la existencia y de la persona­
lidad moral, ése es de seguro San Luis, (13).
O bien cómo
no mencionar a Felipe II de España, Caballero
de la Virgen y Soldado
al servicio de Cristo Rey, quien fue el
que puso fin a la expansión de los infieles sobre el mundo
occidental y que « ... prefirió pasar sus días y sus noches en la
ansiedad y en
el trabajo, en una especie de crucifixión sobre su
mesa de El Escorial» (14).
Todos estos ejemplos, bellísimos en
sí mismos, no hacen sino reafirmar un principio elemental toda­
vía hoy olvidado: la soberanía de Cristo Rey sobre todos los
gobernantes. Pero, como
bien nos advierte Blanc de Saint
Bonnet:
«Hoy en día dos nociones se nos escapan cada vez más, la de la
Creación y la de la Caída. La primera desaparece de la razón, y
(12) SAN Pro X, Catecismo Mayor, Buenos Aires, Cruz y Fierro Editores, 1984
(4.• edición), núm. 864, pág. 123.
( 13) SEPET, MAruus, San Luis, rey de Francia, Buenos Aires, Editorial Excelsa,
1946, pág. 57.
(14) WALSH, WILUAM T., Felipe JI, Madrid, Espasa Calpe, 1958 (5.•
edición),
pág. 770.
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la segunda de la experiencia misma. La idea de causa se debilitá en
nosotros; olvidamos que sólo el Infinito puede existir por sí mismo,
y que nuestra propia raíz está constantemente fijada en el ser. Ya no
tenemos bastante presente esta noción, que la piedad mantenía tan
viva en cada
uno de nosotros como en el espíritu del más grande
metafísico. La Fe mantenía más metafísica que los esfuerzos de
una
razón que uno aparta y que se cansa)) (15).
Y el hombre no sólo perdió la noción de Dios sino que se
perdió a sí mismo en las tinieblas. Y cuando el maligno tentó
al político cristiano con las cosas de este mundo, éste o bien
perdió la Fe renegando de Cristo y su Iglesia, o bien
se convirtió
en tirano avasallando a su pueblo.
B)
El mundo cristiano
Lo que los historiadores llaman «la Edad Media» no fue
sólo
un período histórico más, sino que constituyó la realiza­
ción más perfecta del
plan de Dios en la sociedad. La Edad
Media -o mejor dicho y más apropiadamente Cristiandad­
produjo hechos que ningún otro período histórico se le ase­
meja: produjo verdaderos Santos.
En efecto, el «Mundo Cristiano» no era otra cosa que el
Imperio de los Derechos de Dios sobre los Estados. Jamás el
hombre había alabado y glorificado tanto a Dios y a su Virgen
Madre como
en la Edad Media. Entonces allí sí se podía hablar
de «Príncipes Cristianos»
y de «Estados Cristianos». Porque
el príncipe se sometía a la potestad eclesiástica, o en otras pa­
labras,
el poder temporal se subordinaba «indefectiblemente»
al poder espiritual. El Estado está sujeto a la suprema potestad
de la Iglesia.
Tal es el significado de la Bula « Unam Santam»
del Papa Bonifacio VIII que, para un mejor entendimiento,
transcribimos a continuación sus párrafos más importantes:
(15) BLANC DE SAINT BoNNET, ADOLPHE.ANrOINE, Polltica rea/, Buenos Aires,
Editorial Iction, 1980, pág. 19.
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EDUARDO /GNAOOILORENIE
<(Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que
hay
una sola y Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y noso­
tros firmemente
la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de
ella
no hay salvación ni perdón de los pecados, como quiera que el
Esposo clama
en los cantares: Una sola es mí paloma, una sola es mí
perfecta. Unica es ella de su madre, la preferida de la que la dió a luz
[Cant. 6, 8]. Ella representa un solo cuerpo místico cuya cabeza es
Cristo, Dios. En ella hay un solo Sefior, una sola fe, un solo bautismo
[Eph. 4, 5]. Una sola, en efecto, fué el arca de Noé en tiempo del
diluvio, la cual prefiguraba a la única Iglesia, y,
con el techo en
pendiente de un codo de altura, llevaba un solo rector y gobernador,
Noé,
y fuera de ella leemos haber sido borrado cuando existía sobre
la tierra. Mas a la Iglesia la veneramos
también como única, pues
dice el Señor
en el Profeta: Arranca de la espada, oh Dios, a mí alma
y del poder de los canes a mi única [Ps. 21, 21]. Oró, en efecto, jun­
tamente por su alma, es decir, por sí mismo, que es la cabeza, y por
su cuerpo, y a este cuerpo llamó su única Iglesia, por razón de la
unidad del esposo, la fe, los sacramentos, y la caridad de la Iglesia.
Esta es aquella túnica del Señor,
inconsútil[Ioh. 19, 28], que no fue
rasgada, sino que se echó a suertes. La Iglesia, pues, que
es una y
única, tiene
un solo cuerpo, una sola cabeza, no dos, como un mons­
truo,
es decir, Cristo y d vicario de Cristo, Pedro, y su sucesor, pues­
to que dice el Señor al mismo Pedro: Apacienta a mis ovej~ [Ioh.
2], 17]. Mis ovejas, dijo, y de modo general, no éstas o aquellas en
particular; por lo que se entiende que se las encomendó todas. Si,
pues, los griegos u otros dicen
no haber sido encomendados a Pe­
dro y a sus sucesores, menester es que confiesen no ser de las ovejas
de Cristo, puesto que dice
el Señor en Juan que hay un sok rebaño y
un sok pastor [!oh. 10, 16].»
( ésta y en su potestad, hay dos espadas: la espiritual y la temporal ...
Una y otra espada, pues, está en la potestad de la Iglesia, la espiritual
y la material. Mas ésta
ha de esgrimirse en favor de la Iglesia; aquélla
por la Iglesia misma. Una por mano del sacerdote, otra por mano
del rey y de los soldados, si bien a indicación y consentimiento del
sacerdote. Pero
es menester que la espada esté bajo la espada y que
la autoridad temporal
se someta a la espiritual aventaje en dignidad
y nobleza a cualquier potestad terrena, hemos de confesarlo con tanta
más claridad,
cuanto aventaja lo espiritual a lo temporal. .. »
Hasta aquí, salta a la luz que es imprescindible que el rey y
los príncipes (Estado) se ordenen y permanezcan siempre bajo
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EL POLfrICO EN EL SIGLO XXI
la autoridad del papa y los sacerdotes (Iglesia). Que no es otra
cosa, y para repetirlo nuevamente, que la subordinación del
Estado a la Iglesia.
Pero veamos ahora las razones que aduce Bonifacio VIII
para que estas potestades se ordenen una a la otra, no en ámbitos
separados, sino en lo que es afín a cada una de ellas: el Estado
«custodio del Bien Común» y la Iglesia «depositaria de la
Verdad y salvadora de almas»:
«Porque, según atestigua la Verdad, la potestad espiritual tiene
que instruir a la temporal,
y juzgarla si no fuere buena ... Luego si
la potestad terrena
se desvía será juzgada por la potestad espiritual;
si
se desvía la espiritual menor, por su superior; más si la suprema,
por Dios solo, no por el hombre, podrá ser juzgada. Pues atestigua
el apóstol: El hombre espiritual lo juzga todo, pero él por nadie es juzga­
do [1 Cor. 2, 15]. Ahora bien, esta potestad, aunque se ha dado a un
hombre y se ejerce por un hombre, no es humana, sino antes bien
divina,
por boca divina dada a Pedro, y a él y a sus sucesores confir­
mada en Aquel mismo a quien confesó, y por ello fué piedra, cuan­
do dijo
el Sefior al mismo Pedro: Cuanto ligares etc. [Mt. 16, 19].
Quienquiera,
pues, resista a este poder ordenado por Dios, a la orde­
nación de Dios resiste [Rom. 13, 2], a no ser que, como Maniqueo,
imagine que hay dos principios, cosa que juzgamos falsa y heréti­
ca, pues atestigua Moisés no que
"en los principios", sino en el prin­
cipio creó Dios el cielo y /,a tierra [Gen. l, 1]. Ahora bien, someterse al
Romano Pontífice, lo declaramos, lo decimos, definimos y pro­
nunciamos como de toda necesidad de salvaci6n para toda humana
criatura» ( 16).
Sabias y clarísimas
palabras del Papa, las cuales explican
las razones por las cuales el Estado debe permanecer siempre
bajo
la esfera de la Iglesia.
(La Bula
« Unam Sanctam», dictada el 18 de noviembre de
1302 por Bonifacio VIII, debe tenerse por materia infalible;
pues
cumple las condiciones expresadas por el VATICANO I sobre
(16) BONIFACIO VIII: Bula ,Unan Sanctanw (18-nov-1302), D. 468 y 469.
Subrayados en el original. (D.=
DENZINGER, Enrique. Enchridion Symbolorum.
Barcelona, Editorial Herder, 1963 (3.ª reimpresión), 617 págs.).
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EDUARDOIGNACIO UORENFE
los pronunciamientos «ex cathedra» del Romano Pontífi­
ce). (17)
583 afios más tarde, León XIII, en su Encíclica «Inmortale
Dei»,
no hará otra cosa que reafirmat la Doctrina de la « Unam
Sanctam»
tal cual fue explicitada. En efecto, afirma allí el Santo
Padre que:
(( ... Dios ha distribuido el gobierno del género humano entre
dos potestades, a saber: la eclesiástica
y la civil; una está al frente de
las cosas divinas; otra al frente de las humanas. U na y otra es suprema
en su género; una y otra tienen límites determinados, en que han
de contenerse, y ésos definidos por la naturaleza y causa próxima de
cada una; de donde
se circunscribe una como esfera en que se desarro­
lla por derecho propio la acción de cada una ... » (18).
Y advierte el Papa más adelante sobre los peligros de la
Jrrupción del Estado a las cosas de la Iglesia:
«Mas querer que la Iglesia esté sujeta a la potestad civil, aun en
el desempefio de sus deberes, es no sólo grande injusticia, sino te­
meridad grande» (19).
Con esto queremos dejar bien en claro que, en el recto go­
bierno de las cosas, el político debe mirar siempre hacia Dios y
tener
muy en cuenta los principios de la Santa Madre Iglesia
en la aplicación de sus diferentes «políticas», así como tam­
bién recordar siempre -como bien enseña San Bernardo de
Claraval en su obra Liber de consideratione-, la espada ma-
(17) Cfr. CoNCIUO VATICANO: Sesión IV, Constitución dogmdtica l sobre la Igle­
sia de Cristo, cap. 4. dd magisterio infalible dd Romano Pontífice (18-jul-1870),
D. 1839.
(18) LEóN XIII: Encíclica ((Inmortale Dei» (l-nov-1885), D. 1866.
(19) Id. D. 1867.
344
Fundaci\363n Speiro

EL POLÍTICO EN EL SIGLO JC(J
terial debe empuñarse para la Iglesia y está en manos del sol­
dado, pero a las 6rdenes del sacerdote y bajo mando del empe­
rador (20).
Y ello tuvo su realizaci6n más perfecta en el «Mundo Cristia­
no»; donde
toda la sociedad vivía para Dios y Dios vivía a su
vez en ella.
V
LA TEOLOGÍA, CIENCIA SUPREMA. IMPORTANCIA
DE LA TEOLOGÍA POLÍTICA
«Aquel, decís bien, haría una obra muy buena que
probase que la verdad religiosa es también la verdad política
y la verdad social, por ser,
como es, la verdad completa.»
(DONOSO CORTES. Cana al vizconde de Latour)
El conocimiento de las cosas por sus primeras o últimas
causas constituye el ser de la «Ciencia». Frente a las diferentes
perspectivas con que puede ser abordado
un mismo objeto de
estudio, existen ciertas relaciones entre las diferentes «Cien­
cias». Esas relaciones pueden ser básicamente de dos tipos: re­
laciones de subordinación y relaciones de subalternación.
Las relaciones llamadas de subordinaci6n apuntan al obje­
to de cada ciencia específicamente hablando, es decir, se basan
en cuanto que cada ciencia versa sobre
un objeto de estudio
propio. Así la
Arquitectura posee su objeto de estudio y la
(20) Cfr. TouCHARD, jEAN, Op. cit.; VoN GIERKE, Otto, Teorías policicas de la
Edad Media, Buenos Aires, Editorial Huemul, 1963; y la obra de BÜHLER, Jo­
HANNF.S, Vida y Cultura en la Edad Media, México, Fondo de Cultura Económica,
1977 (2. ª reimpresión).
345
Fundaci\363n Speiro

EDUARDO IGNA.aOLLORENTE
Biología el suyo. Pero, ¿a qué hacemos referencia cuando ha­
blamos de subordinaci6n? Queremos significar, pues, que
una
ciencia está de alguna medida < su fin (objeto de estudio) es superior a ésta, comparativamente
hablando. Por ello, salta a la vista que la Teología entra enton­
ces en la categoría de Ciencia Suprema o Ciencia Superior, por
cuanto su fin es el más perfecto que pudiera existir: Dios. De
allí que todas las demás ciencias se ordenen y subordinen a la
Teología. Por algo
Juan Donoso Cortés -un gran fil6sofo ca­
tólico
contrarrevolucionario-decía en el siglo pasado que
la Política
se subordina a la Etica y ésta a la Teología. Por ello
sostenemos que así como
no puede haber Política sin Teolo­
gía, así no puede haber verdadera política sino guiada
por una
verdadera teología. Y ello no es otra cosa que la Política guia­
da por la Teología Católica.
Es entonces que deducimos bien
de allí que la política
se funda sobre ciertos principios verda­
deros. Y aquí entramos en la cuestión de la subalternación de
las ciencias.
Por subalternación nos referimos a las relaciones que guar­
dan las diferentes ciencias entre sí en cuanto que las conclusio­
nes de determinada ciencia son principios adoptados por las
otras. Así la política
se subalterna a la Etica puesto que el fin
de la política
es el recto gobierno de la multitud con miras al
bien común, y la Etica busca la moralidad de las acciones de la
persona así como su forma de obrar. Para explicitarnos de una
manera más clara: las conclusiones, por ejemplo, a las que lle­
ga la antropología, son principios adoptados por la Etica, puesto
que para saber
si el hombre se mueve moralmente o no lo hace,
tengo antes que averiguar qué es el hombre «a secas». En la
Teología, al soplar en ella la luz de la Revelación, nos otorga
ciertos principios y normas generales sobre los problemas más
radicales del hombre y de la vida, que en sí misma la Filosofía
no
es capaz de responder.
Así pues, queda bien claro que la Política
se ve animada en
última instancia
por la Teología (aunque esto no significa que
el político debe ser un teólogo).
346
Fundaci\363n Speiro

EL POLITICO EN EL SIGLO XXI
La Teología Política (si es posible acufiar el término) no es
otra cosa que el estudio analógico que guardan las formas de
gobierno con las diferentes concepciones e influjos teológicos
de cada religión tomada en particulat.
De allí surgen las comparaciones de, por ejemplo, monat­
quía-teísmo, democracia-deísmo y anarquía-ateísmo.
La Teología Política no es otra cosa que el estudio «de
cómo en toda gran cuestión política va envuelta siempre
una gran cuestión teológica» (21). Porque la última razón que
sustenta a un ideario es siempre su raíz religiosa, y no es pensable
un sistema político que no posea alguna ideología religiosa.
«Por tanto, cuando nosotros llegamos a una idea social o polí­
tica, aunque a nosotros
nos parezca que esa idea queda indepen­
diente,
en realidad está ligada y condicionada a las primeras verda­
des, que son
las que versan sobre el Ser Absoluto, es decir, la teología,
que
aquí se toma en un sentido tan amplio como "ciencia de Dios".
La historia social y política de los pueblos lo confirma» (22).
El Matqués de V
aldegatnas no hatá otra cosa que, con sin­
gular e inigualable genialidad, establecer la dependencia en­
tre ideas religiosas y sistemas políticos concretos. Así, pues,
tenemos (23):
(21) DONOSO CORTES, JUAN, Ensayo sobre el catolicismo, el socialismo y el libe­
ralismo, Libro 1, Capítulo Primero.
(22)
DONOSO CüRTES,JUAN, Obras completas, Madrid, BibliotecadeAutores
Cristianos, 1970 (2.
ª edición), II Tomos. Edición, Introducción y Notas de Car­
los Valverde, S. l. Tomo 1, pág. 126.
(23) Id. pág. 127, extraído sinópricamente del
,Ensayo, 1.2 c.8-1 O (1851).
347
Fundaci\363n Speiro

EDUARDO IGNAao UORENTE
ORDEN RELIGIOSO
1
Dios creó el cosmos.
Le dio leyes generales.
Después
se despreocupa
de él. El hombre
no tiene
pecado original,
es bueno.
La razón omnipotente.
Deísmo
2
¡Qué es un Dios que no
gobierna? Luego Dios no
existe. El hombre es total­
mente bueno en su raz6n,
en su voluntad y en sus
pasiones.
Ateísmo
ORDEN POLÍTICO
1
La razón es la suprema
ley y
el supremo
Poder. El Gobierno
legítimo
es el de la
razón,
el de los filóso­
fos. Por tanto, discusión,
parlamentarismo, Prensa
y
tribuna libre
Liberalismo
2
Si Dios no existe no
hay legitimidad posi­
ble.
Ni Gobierno ver­
dadero. El fin del Go­
bierno
es satisfacer los
individuos. El mal
no
existe más que por las
instituciones sociales,
que deben desaparecer.
Socialismo
Por lo tanto, sólo la Política ordenada hacia Dios y hacia el
Bien Común Natura! y aplicada de hecho a través del «prínci­
pe cristiano», pero sujeto al soberano pontífice,
es VERDADE­
RA Y REAL
POLITICA, pues mira también al BIEN COMUN
SOBRENATURAL (24).
(24) Conviene tener muy en cuenta el cuadro expuesto pues es de singular
importancia para entender el próximo capítulo que versa justamente sobre las
dos ideologías revolucionarias por excelencia: el liberalismo
y el Socialismo.
348
Fundaci\363n Speiro

EL POlÍTICO EN EL SIGLO XXI
VI
DE LA POÚTICA SIN DIOS A LA SOCIEDAD ATEA
Católico Tradicionalista:
«El catolicismo liberal, en­
gendro revolucionario por excelencia, no puede sino con­
ducir a otra cosa
que a la herejía interna y consumada,>.
Católico Liberal: «Existe Un solo catolicismo, Una sola
Iglesia,
porque hay Un solo Dios y Una sola verdad. El
catolicismo
que los retrógrados califican de "Liberal" es el
que mejor adapta su doctrina a las verdades reveladas».
«Lo que la humanidad busca en la religión y llama
dios
es a ella misma».
«Lo que el ciudadano busca en el gobierno y llama
rey,
emperador o presidente es a sí mismo también, es la
libertad». «Fuera
de la humanidad no hay dios; el concepto teo­
lógico no
tiene sentido: Fuera de la libertad no hay go­
bierno;
el concepto político carece de valor».
«La mejor forma de gobierno, como la más perfecta
de las religiones, tomada en sentido liberal, es una idea
contradictoria. El problema no está en saber cómo sere­
mos mejor gobernados, sino cómo seremos más libres».
(P.
J. Proudhon, Confesiones de un revolucionario)
Nunca antes jamás la Civitas Catholica había sido asediada
de
una forma tan implacable y cruenta como I fue en los siglos
XVIII y XIX. Sus más tenaces enemigos fueron dos engendros
privilegiados de la Revolución Francesa: el Liberalismo
y el
Socialismo. Estas dos cabezas del dragón revolucionario
conducirían a desarraigar no sólo el espíritu cristiano de las
naciones, sino que llegarían incluso a despojar y desterrar a
Dios de la sociedad. Se le negaba a Cristo la regencia sobre los
Estados.
349
Fundaci\363n Speiro

EDUARDO !GNAOOUORENTE
Con razón señala el Pbro. Carlos M. Buela que:
«En los últimos siglos, este libertinaje malsano fue plasmado
en sistema
y en doctrina por Satanás, para ruina temporal de los
pueblos
y para ruina eterna de los hombres, inficionando la sociedad,
la política, la economía, la filosofía
y la teología, con este mal llama­
do: LIBERALISMO. Sistema nefasto, el cual, condenado una y mil
veces por la Iglesia, desde Pío VI, pasando por León XIII en la en­
cíclica "Libertas" -Carta Magna contra el Liberalismo--, hasta
Pablo VI en "Octogesima adveniens" (núm. 26), cuenta con sus
pontífices
y sus sacerdotes en los masones (ver la "Humanum Genus"
de León XIII), con sus predicadores y sus púlpitos en muchos medios
de comunicación social, con su culto regular en la monocorde apolo­
gía de tanto homenaje a liberales
de quienes no se puede afirmar
que pasarán a mejor vida» (25).
Nada mejor que desenmascarar a este engendro revoluciona­
rio
por excelencia; que, considerándose como una «doctrina)),
desprecia a Cristo y niega el imperio de la Verdad y del Bien.
Como bien decía Gabriel García Moreno, presidente constitu­
cional del Ecuador, interpretando el verdadero sentido de la
libertad: «Libertad,
libertad para todo menos para el mal y sus
malhechores».
Y nada mejor también que las conocidas palabras de Mons.
Ezequiel Moreno Díaz expresadas en su testamento, allá por
1905, cuando advierte magistralmente sobre los peligros del
Liberalismo:
«Confieso, una vez más, que d liberalismo es pecado, enemigo
fatal de la Iglesia y del reinado de Jesucristo, y ruina de los pueblos
y naciones; y queriendo enseñar esto, aún después de muerto, deseo
que en
el salón donde se exponga mi cadáver, y aún en el templo
durante las exequias,
se ponga a la vista de todos un cartel grande
que diga: EL LIBERALISMO ES PECADO» (26).
(25) BUELA, CARLOS M., Presentación a: Sardá y Salvany, Félix, El Libera­
lismo es pecado, Buenos Aires, Cruz y Fierro Editores, 1977, págs. 10 y 11.
(26) Id. pág. 15.
350
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EL POLÍTICO EN EL SIGLO XXI
Justamente el golpe maestro del liberalismo fue despojar a
la política primero de su sentido teológico y trascendente; para
luego separada también de
su carácter moral y natural. Ya no
se podía hablar de «gobernantes católicos», ni siquiera cristia­
nos, pues
el liberalismo había hecho de las suyas con una nue­
va arma:
el Laicismo. Este conjunto de:
(( ... falsas y perversas opiniones son tanto más de detestar cuanto
principalmente apuntan a impedir
y eliminar aquella saludable
influencia que la Iglesia Católica,
por institución y mandamiento
de su divino Fundador, debe libremente ejercer
hasta la consumación
de los siglos [Mt. 28, 20], no menos sobre cada hombre que sobre las
naciones, los pueblos y sus príncipes supremos, y a destruir aquella
mutua unión y concordia de designios entre el sacerdocio y el im­
perio, "que fue fausta
y saludable lo mismo a la religión que al
Estado"» (27).
Y, ante esta avalancha de liberalismo, los Estados Cristianos
comenzaron a sucumbir. Finalmente, Lutero había
tomado
venganza.
De la mano del Liberalismo, aunque peleándose como her­
manos, iba el Socialismo. Peste aún peor que la anterior, pues
ésta acudía a la violencia y agitaba los estratos más bajos (y
menos educados) de la sociedad.
Si el Liberalismo había ultrajado la política convirtiéndola
en demagoga de los pueblos
y en instrumento de los hombres
más ineptos e inescrupulosos, tocaba al Socialismo destronar a
Dios del seno de la sociedad. Misión no muy fácil de llevar
a cabo, aunque no del todo imposible.
La idea de libertad también domina al socialismo,
sólo que
éste la entiende como
«liberación de la explotación». Como
bien seiíala Marce! Clément, los socialistas
(27) Pfo IX: Encíclica ,Quanta cura» (8-dic-1864), D. 1689. Subrayados
en el original.
351
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EDUARDOJGNAGOLLOREN1E
« ... pusieron la imagen de un hombre radicalmente autónomo
en su conciencia, pero definido colectivamente y esforzándose en
edificar una sociedad en la que la libertad de cada uno no destruiría
la igualdad de todos, (28).
De allí que junto a la libertad más radicalizada se pregone
una igualdad absoluta. El diabólico Proudhon «más aún que
Fourier
y Saint-Simon, inicia el camino» (29). Como el veneno
más amargo, sus ideas comenzarían a penetrar en las inteli­
gencias de algunos hombres. Entre ellos debemos contar a Karl
Marx y a su inseparable amigo, Friedrich Engels. Pero vol­
viendo a
Proudhon (conviene releer la cita al comienzo de este
capítulo),
(( ... opone Revolución a Revelación. Pero a condición de ciertas
condiciones está dispuesto a aliarse con la Iglesia.
La salvación de
ésta estará asegurada,
si acepta predicar la moral revolucionaria al
pueblo soberano en sus iglesias, si consiente en abolir todo lo que
tiene de teológico
y de eclesiástico, si entrega todos sus bienes a los
municipios, si quita los votos perpetuos a los religiosos o a los sa­
cerdotes; en una palabra, si se "desacraliza", si se "desclerifica", si
predica la Revolución» (30).
De más está decir que la Iglesia no dejó de proclamar su
doctrina cierta e infalible
contra el socialismo y las ideas proud­
honianas y marxistas. Veamos, por ejemplo, lo que dice su
Santidad Pío IX:
«Porque es así que enseñando y profesando d funestísimo error
del comunismo
y del socialismo, afirman que "la sociedad domés­
tica o familia toma toda su
raz6n de existir únicamente del derecho
(28) CLEMENT, MARCEL, Cristo y la Revolución, Buenos Aires, Cruz y Fierro
Editores, 1977, pág. 54.
(29) Id. pág. 54.
(30) !bid. pág. 55.
352
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EL POLÍTICO EN EL SIGLO XXI
civil y que, por ende, de la ley civil solamente dimanan y depen­
den todos los derechos de los padres sobre los hijos, y ante todo el
derecho de procurar su instrucción
y educación"».
«Con estas impías opiniones
y maquinaciones lo que principal­
mente pretenden estos hombres falacísimos
es eliminar totalmente
la saludable doctrina e influencia de la Iglesia Católica en la instruc­
ción y educación de la juventud, e inflicionar y depravar mísera­
mente las tiernas
y flexibles almas de los jóvenes con toda suerte de
perniciosos errores
y vicios.» (31)
Enérgicas palabras del Papa, que se harán también oír en el
Syllabus, sobre todo en las proposiciones condenadas números
15, 19
y SS., 44 y SS., etc.
Nos resta decir, pues, que el socialismo a la larga logró su
objetivo:
la sociedad ya no creía en Dios y se había convertido
en un cuerpo amorfo, indiferente y ateo.
El engendro revolucionario gobernaba las naciones.
Posteriormente
el Marxismo enclavado en la U.R.S.S. y en
numerosos países continuaría la
obra de Proudhon, aunque con
el toque mágico de su maestro: el impío Marx. Su parte haría
el Liberalismo en los Estados Unidos de América, donde se
igualaría -en nombre de la «libertad»-a la verdadera reli­
gión con
las innumerables sectas de la herejía protestante (32).
Lo cierto
es que la Civitas Catholica desaparecería como insti­
tución, reemplazándola
«la Babel Revolucionaria».
Por algo ya Pío XI advertía de los peligros revolucionarios
de las ideologías explicadas
anteriormente con estas palabras
tan ciertas:
«Peste de nuestra edad decimos ser el que llaman laicismo con
sus errores
y criminales intentos ... Se empezó por negar el imperio
de Cristo sobre todas
las naciones; se le negó a la Iglesia el derecho
que viene del derecho mismo de Cristo, de enseñar al género
hu-
(31) Pfo IX: Encíclica «Quanta cura» (8-dic-1864), D. 1694 y 1695.
(32) Verbigratia,
en la doctrina denominada «Americanismo)), condenada
por León XIII en la Encíclica «Longinqua OceaniJ), del 6-1-1895.
353
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EDUARDO IGNACIO UORENIE
mano, de dar leyes, de regir a los pueblos, en orden, ciertamente, de
su eterna felicidad. Luego, poco a poco, fué igualada la religión
de Cristo con las falsas rdigiones y puesta con absoluto indecoro
en su mismo género;
se la sometió después al poder civil y se la dejó
casi
al arbitrio de gobernantes y magistrados. Aún pasaron más allá
quienes pensaron que
la religión divina debía ser sustituida por
una religión natural, por una especie de movimiento natural del
alma. Y no
han faltado Estados que han creído podían pasar sin
Dios,
y que su religión consistía en la impiedad y en el abandono
de Dios» (33).
Elocuentes palabras
con que el Santo Padre nos describe al
pie
de la letra el proceso revolucionario que tiene al Maligno
como Guía y Maestro.
Sin embargo,
podría llegar a pensarse que la Revolución ha
triunfado ya o bien que la Santa Iglesia ha sido derrotada. Nada
más lejos de eso pensam_os nosotros, porque es verdad que,
« .. .la Iglesia Católica puede ser perseguida, pero no desruída.
Durará hasta el fin del mundo, porque hasta el fin del mundo esta­
rá con
ella Jesucristo, como El lo ha prometido» (34).
Y
por todo lo expuesto anteriormente resalta que la Santa
Madre Iglesia,
((, .. es tan perseguida porque también fue perseguido su divi­
no Fundador
y porque reprueba los vicios, combate las pasiones y
condena todas las injusticias y errores)) (35).
Además, el triunfo definitivo es de Cristo y la Virgen San­
ta y la Revolución será derrotada finalmente con todos sus se­
cuaces.
Porque justamente como dice Salvador Borrego:
«Si la Revolución Mundial marchara únicamente contra todas
las instituciones
y tracciones humanas, podría triunfar. Y quizá
(33) Pfo XI: Encíclica ,Quas primas» (11-dic-1925), D. 2197.
(34)
SAN Plo x. Op. cit., núm. 178, pág. 35.
(35) Id., núm. 179, pág. 35.
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EL POlÍTICO EN EL SIGLO XXI
podría prevalecer por largo tiempo. Pero resulta que no sólo se pro­
pone dominar a los pueblos, sino a la vez eliminar a Cristo».
« Y las palabras de El siguen anunciando que ese enemigo puede
en algún momento llegar a triunfar, pero que ciertamente no pre­
valecerá ... » (36).
VII
EL «NUEVO ORDEN MUNDIAL», OTRO ENEMIGO
DEL POLÍTICO CRISTIANO
«No se podría repetirlo demasiado, no son nunca los
hombres quienes conducen la revolución,
es la revolución
la que usa a los hombres».
GosEPH DE MAisTRE.
Consideraciones sobre Francia)
El cacareado «Nuevo Orden Mundial» pudo establecerse y
hacer como siempre de las suyas gracias a la acción pertinaz de
las fuerzas estudiadas anteriormente: el Liberalismo y el Socialis­
mo.
Por ello, este «Nuevo Orden Mundial», es revolucionario
por excelencia. En efecto, la constitución del Mundo Uno o
One World como suele decirse en inglés, ha traído aparejada
una hipocresía notable en cualquier Estado, sin excepción, ya que,
«Bajo las banderas de la paz y la concordia universal más el
respeto a los derechos del hombre se invadió de forma cruenta Pa­
namá, Granada, Haití, Somalía, Irak, etc., y actualmente se toleran
matanzas como las de
Chechenia y Bosnia ya que el desgaste que
producen esos conflictos conviene
al mundo uno y mantiene vivas
sus "hipótesis de conflicto" modernas)) (37).
(36) BoRREGO, SALVADOR, Supracapita/ismo. Contra Capital y Libertad, Capita­
lismo, término de contradi.cción. Hacia una revolución total, Buenos Aires, Editorial Nuevo
Orden, 1986,
pág. 174.
{37) VIDAL MACHADO, AGUSTfN, El Pais que perdió los sentimientos. Una
frustración salvable, Buenos AiCes, Editorial Occidente, 1995, pág. 22.
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EDUARDO!GNACTOILORF.NTE
Nada más cierto que ello, porque si bien por un lado se
proclaman los «inviolables» y «sagrados» derechos del hom­
bre, por el otro se los atropella violando así las normas más
elementales de convivencia entre naciones. Entonces, pues, nos
damos cuenta que
lo escrito es pura letra muerta.
Ahora bien, ¿podemos seguir hablando del «Político Cris­
tiano)) en un mundo dominado por los mass-media y secu­
larizado hasta el hartazgo, donde la Iglesia de Cristo perdi6 ya
su carta de ciudadanía?
Creemos que, a pesar de todo eso, todavía
se puede pensar
en
una política cristiana. Los principios han sido enunciados y
la
Doctrina permanece inc6lume; y puesto que el católico no
debe jamás perder la esperanza ni darse por vencido, lo que
nos resta es seguir librando el buen combato hasta el final. No
importa que nos hablen de la «crisis del Estado» o de la revo­
lución tecnotr6nica, o bien de que los principios cristianos
ya
han caducado. Seguiremos «combatiendo el error y edificando
en la verdad» para restablecer, cueste lo que cueste, la «Ciu­
dad de Dios».
El desafío
es nuestro, debemos enfrentarlo. Así nos lo ex­
pone Agustín Vida! Machado en su excelente libro, cuando ya
al final sostiene que nuestra
« ... generación abandonó tempranamente su inocencia, embe­
biéndose en la corrupción generalizada de todo tipo, pero atención,
no dejó de sofiar, de tener ideales elevados; y son esos ideales no tan
lejanos ni utópicos los que nos mantendrán en constante vigilia
hasta la restauración completa de
la Argentina entrañable, la que
aprendimos a
amar».
((Será esta causa la que nos elevará ante los mediocres, los cobar­
des y los extranjeros de vocación, y la que nos sostendrá inquebran­
tablemente, aunque
se nos vaya curtiendo el alma».
((Somos muchos, casi todos, la mayoría».
«Somos la Argentina» (38).
(38) Id. pág. 71.
356
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EL POLÍTICO EN EL SIGLO XXI
CONCLUSION
Hemos llegado ya al final de este trabajo y tal vez pueda
llegar a parecer al lector que todavía no
se ha dicho ni esboza­
do nada en cuanto a los presupuestos del político en
el siglo
XXI. «Es verdad» -tal vez' podría llegarnos a decir éste-«que
se ha hablado sobre el político cristiano y también, cómo no,
sobre la política cristiana>),, «Pero» -y prosigue-((nada se
ha dicho, quiero recalcar, acerca del político en el siglo en­
trante». Y nosotros tendríamos la obligación de discrepar fran­
camente con
él. Porque si es verdad que no se han expuesto
fehacientemente los aspectos valorativos en lo referente al papel
que
ha de desempeñarse por el político en un futuro no muy
distante, creemos que, al habernos explayado inteligiblemente
sobre las virtudes del político cristiano, adelantamos, de suyo,
el cómo debe ser «el político del siglo XXI».
Es decir, que consideramos, pues, que si no se retorna nue­
vamente al manantial de la sabiduría filosófica y política (Aris­
tóteles, Tertuliano y Santo
Tomás de Aquino) y a su aplica­
ción de dichos principios a la realidad (San Luis
-Rey de
Francia-, Felipe II, Gabriel García Moreno), poco se podrá
llegar a hacer en las próximas décadas. Porque justamente nues­
tro modelo del político en
el futuro no es otro que el que de
veras
ha sido ensayado: el «Político Cristiano». Y sus frutos
como «soldado
al servicio de Cristo Rey» han sido grandiosos
e innumerables.
Por ello, y aquí tal vez contestamos al lector,
no hay nada nuevo que inventar ni que decir, y proponemos la
aplicaci6n inmediata de una ((política cristiana» a través de un
verdadero «Político Cristiano». Ya bien lo decía el gran Car­
denal Pie:
«Se ha ensayado todo; ¿no habrá llegado la hora de
ensayar la verdad?». Y
es así que debemos permanecer siem­
pre fieles a la verdad y a Nuestro Señor Jesucristo. San Pío X
nos lo aconseja e indica taxativamente:
«No es necesario decirlo de nuevo enérgicamente en estos tiem­
pos de anarquía social e intelectual en los que cada uno se erige en
357
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EDUARDO !GNACTOLLORENI'E
doctor y legislador ... , no se levantará la ciudad sino como Dios la
ha levantado, no se edificará la sociedad si la Iglesia no pone los
cimientos y dirige sus trabajos. No, la civilización no está por in­
ventarse, ni la
ciudad nueva por construirse en las nubes. Ha exis­
tido, existe;
es la civilización cristiana, es la CIUDAD CATOLICA.
No se trata más que de instaurarla y restaurarla sobre sus naturales y
divinos fundamentos contra los ataques, siempre renovados de la
utopía nociva, de la rebeldía y de la impiedad: OMNIA INSTAU­
RARE
IN CHRISTO» (39).
Entonces, pues, no quede duda alguna:
«¡Hay que redimir la Política! ~ Y quién, sino el cristianismo
puede hacerlo? porque sólo él posee esa insuperable conjunción de
razón y
fe para entender y actuar en el bien común» (40).
Y he allí resumida la misión del «Político Cristiano», puesto
que:
«Lo que habéis oído desde el principio permanezca en voso­
tros. Si en vosotros permanece lo que oísteis desde
el principio, tam­
bién vosotros permaneceréis
en el Hijo y en el Padre)).
«
Y ésta es la promesa que El nos ha hecho: la vida eterna)) ( 41).
CHR!STUS VINCIT
CHRISTUS REGNAT
CHRISTUS IMPERAT
(39) SAN Pto X, Carta sobre«Le Sillon».
(40) TORTOLO, S. Emcia. Mons. Adolfo. Prólogo a: ÜUSSET,JEAN. Op. cit.,
pág. 13.
(41) 1 SAN JUAN 2.
358
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