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Número 507-508

Serie L

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Rubén Calderón Bouchet

IN MEMORIAM


Recuerdo haber leído con gusto desde antiguo los escritos de Rubén Calderón Bouchet y, en particular, su trilogía sobre la Ciudad cristiana. Como recuerdo de modo imborrable la primera vez que lo visité, todavía en su casa de la calle Salta, del centro de Mendoza, recién enviudado. Corría agosto de 1996 y era yo misacantano en el Río de la Plata. Lo he contado al final de mi ensayo dedicado al festshrift que reunimos con ocasión de su nonagésimo cumple- años y que vio la luz unos meses antes, pues la fecha (el 1 de agosto) no facilitaba la reunión festiva que deseábamos, sobre todo en el hemisferio austral, en pleno verano. Así pues, en agosto de 2007, en medio de una nevada respetable, en la bodega Weinert de La Carrodilla, cerca de la casa de su hija Elena, con cuya familia ha vivido como un patriarca hasta su muerte, presentamos A la luz de un ágape cordial, donde se me hizo el honor de ofrecerle el homenaje, que contestó con un discurso lleno de la ironía racial y benévola que constituyó siempre la marca de la casa, entre el regocijo de la gran familia y algunos buenos amigos. Faltaron entre éstos muchos, que ni siquiera llegaron a saber tempestivamente del empeño, pero quizá fuera así mejor.

Entre los textos agavillados destaca una reconstrucción de su obra y pensamiento, fiel a la letra, de la mano de Juan Fernando Segovia, a quien conocí sin haberle buscado en ese mismo ya discretamente lejano agosto de 1996, y que se ha convertido en uno de esos pocos amigos imprescindibles que la Providencia pone en el camino de la vida para mitigar las heridas con que el tiempo y la defección van cosiendo las entretelas del alma. Más modestamente, y con alguna apertura a la música sin dejar –eso sí– de lado la letra, le ubiqué si no apodíctica sí al menos probablemente –como deben ser los juicios en la filosofía práctica– en el seno del tradicionalismo hispánico. Como el texto fue vuelto a publicar en estas mismas páginas, adheridas así al justo homenaje, hago gracia de recordar su caracterización pormenorizada para dirigirme derechamente al colofón: «Tras el esbozo de lo que puede entenderse por tal, de la mano de Elías de Tejada, hemos repasado los trazos centrales de su obra y su carácter, y hemos encontrado, en primer lugar, un catolicismo acendrado y no complaciente con el mundo, tanto que le ha conducido incluso a situaciones disciplinares anómalas, lo que no quiere decir que injustificadas. En este mundo sin magisterio –me dijo en nuestra conversación de la Alameda mendocina– todos estamos a la intemperie. O a oscuras, como desgarradamente señaló Péguy, y yo le recordé: “Quand il y a une éclipse tout le monde est à l´ombre”. Por eso no ha hecho nunca bandera de sus posiciones espirituales, tan firmes, tan sostenidas. Ni ha roto con nadie por causa de ellas. Hemos hallado, a continuación, un culto a la patria, piadoso, de naturaleza afectivo-existencial, que abraza su Argentina querida con la “patria grande” de la Hispanidad. Y distante del nacionalismo, de esencia jacobina, que concibe las naciones como “protorrealidades” metafísicas, de naturaleza teórica y carácter absoluto. Por eso puede amar la historia de España, de las Españas, y comprender la naturaleza del “fuero”. Como también hemos visto. Finalmente hemos contemplado su adhesión a la monarquía tradicional y su fuerza restauradora. Pero don Rubén es un tradicionalista hispano no sólo por su pensamiento sino por sus obras. Por su señorío natural, tan criollo y popular. Por su despego del poder y los poderosos. Por su acogida de tantas buenas causas y, entre ellas, la Causa de la Tradición hispánica, el Carlismo. Un Carlismo cuyo potencial resulta tan virgen, inédito y expectante para la orilla occidental como para la oriental de nuestra común nación».

Permítaseme, para cerrar este recuerdo, que no es sino renovación del constante que permanece en mi ánimo, colacionar algunas curiosidades biográficas junto con algunos dichos memorables. Don Rubén fue ganado para el saber ya maduro por Sepich y por Guido Soaje. Hasta esos encuentros, en la Mendoza en que se radicó para siempre, desde su nacimiento en Chivilcoy, pasó por un rosario de actividades: vendedor ambulante de duraznos en Berisso –cerca de La Plata–, subteniente de reserva en la Caballería de Corrientes –que dejaron en su habla modismos regionales y equinos–, agente de policía en San Juan, hasta que su hermano Daniel, médico en Mendoza lo trae hasta ésta. Puede imaginarse así –quien no lo haya oído de sus labios– el ingente caudal de anécdotas y sucedidos que se sucedían conversando con él. Me viene a la memoria, a este propósito, el paisano de Chivilcoy que se hace el muerto, con velatorio y todo, en el que una vecina empieza con los consiguientes elogios fúnebres, trufados de algún conato de crítica inmediatamente rechazado por la indignación del simulador, que se alzó gritando: «¿Qué decís, vieja de mierda?». Una personalidad como la suya, cachazuda y coñona, atesoró igualmente innumerables dicta, que espolvoreaba en sus pláticas, ya públicas o íntimas. Permítanme recordar sólo uno de esos hallazgos: utilizar la expresión «América pre-quilombina», juego de palabras por cercanía con la de América precolombina, donde si ésta evoca a la América anterior al Descubrimiento aquélla se refiere a la posterior a la Independencia. Sólo que quilombo, en el Río de la Plata, es lupanar y, en versión benévola, caos. Buena síntesis, en la que la levedad del humor distiende la gravedad del asunto. Que también aparecía en ocasiones, como cuando, en referencia al venerable padre Sarmiento –que entre persecuciones sin cuento recorría la Pampa administrando los sacramentos y celebrando la Misa según la tradición inmemorial de la Iglesia–, me dijo: «Le sostiene la indignación». En don Rubén Calderón, como en no pocos de su estirpe (a diferencia de otras de progenie extranjerizante y paganizante), y el propio padre Sarmiento incluido, la indignación se compadecía con una gran bondad que derrochaba alegría y desconocía el celo amargo.

Descanse en paz y reciba su familia nuestra condolencia más sincera.