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1971

Cristiandad y sociedad pluralista laica

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Comunidad y coexistencia (Introducción al tema general)

COMUNIDAD Y COEXISTENCIA
(Introducción al tema general)
POR
RAFAEL GAMBRA.
El tema de esta X Reunión de la Ciud,d Católica -Cristiandad y
Sociedad Pluralista
laica-sugiere la contraposición de dos conceptos
de la sociedad. Nuestra
civilizoción fue la Cristiandad hasta bien entra­
da la Edad Moderna. En
sus templos y hogares se oraba por «la paz y
concordia de los prJncipes cristianos>>, considerando a éstos como
miembros de una
comwiidad, unidad superior religiosamente defi­
nida. Y las torres que dibujan el perfil de las ciudades de la Cris­
tiandad se remataban por la Cruz, símbolo y norte de la cJvitas cris­
tiana. También comunidad podía considerarse al Islam o a cualquier
gran . civilización histórica, ya que los orígenes y principio unificador
de éstas ha.11 de buscarse siempre en una común emoción religiosa.
Hoy, la civilización a que pertenecemos se define a sí misma
como una «sociedad pluralista laica» : tal es el signo de las Naciones
Unidas
y tal «la ortodoxia pública» de casi todos los Estad.os llama­
dos occidentales, así como de la U nesco, que no puede ayudar ni
promover obra y enseñanza que tengan carácter confesional, sino
sólo aquellas que sean oficialmente laicas.
La antigua Cristiandad no brotó de una federación ni de un
pacto, sino de una unidad superior originaria. Cuando Carlomagno
consagra en
el año 800 el Sacro Imperio, annque él crea restaurar
el Imperio Romano, otorga a la cristiandad la estructura 'diárquica
(Imperio-Pontificado) acomodada a su espíritu y a las exigencias
de su
fe. Desde entonces existirá de iure la Cristiandad como comu­
nidad católico-cristiana, aunque hubiera preexistido
de facto su gé­
nesis en el más remoto medioevo. Una misma: fe, una misma lengua
( el latín)
para fa expresión de una mísma cultura, empresas comunes
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RAFAEL GAMBRA
(las Cruzadas, la Reconquista) definen a la Cristiandad como co­
munidad histórica.
No importa que la historia de la Cristiandad puede interpretarse
como una lucha multisecular entre el Imperio
y el Pontificado con
un lento desplazamiento de · predomiuio del primero hacia el segun­
do. Esto pertenece al plano de las realizaciones humanas, con
.su im.a.
perfección e historicidad. En el plano teórico y jurídico, la Cristian­
dad, con su realidad complementaria de poderes espiritual
y tem­
poral
-la cruz y la espada-, subsiste hasta las guerras de religión
del siglo
xv1-xvn. Por ella luchó Carlos V al abrazar su causa en
declaraciones tan terminantes como la que hacía en
15 21 frente a la
contumacia de Lutero y los príncipes alemanes: «Para defender la
Cristiandad he decidido empeñar todos mis reinos, dominios y amigos,
mi propio cuerpo, mi sangre, mi alma y mi vida.»
La Cristiandad pervivió de iure como orden político-religioso y
como idea-fuerza paradigmática hasta la paz de Westfalia, en 1648,
que puso fin a las guerras de religión. A partir de ese momento, la
noción de Cristiandad como
comunidad bajo una misma fe y poder
se sustituye
por la de una coexistencia de soberanías territoriales con
diversidad
religiosa, sin otra garantía ni instancia de paz que t;"l lla­
mado equilibrio europeo.
Se ha contrapuesto a menudo esta nueva estructura de coexistencia
con
el antiguo orden sacralizado en la oposición Europa-Cristiandad.
Europa sería así lo que con Westfalia sustituye a la Cristiandad me­
dieval y se prolongará en un largo proceso individualista y laicista
cuyas cotas culminantes parecen reservadas a nuestra época. Hoy la
nomenclatura es discutible, puesto que el nombre de Europa es tam­
bién muy viejo
y contiene múltiples resonancias históricas y míticas,
pero
es válida para los españoles, puesto que desde hace más de dos
siglos se nos presenta
con el nombre de etnopeísrizo o europeización
el ideal de incorporarnos a
la Europa moderna, coexistente y religiosa­
mente neutra, abandonando el sentido de nuestro pasado, fiel siem­
pre a la unidad político-religiosa 'de la catolicid•d.
Westfalia no supone, sin embargo, la desaparición de
1~ Cristian­
dad en tanto que el ideal
·de un orden restaurable, ni siquiera en
niveles
y 'reductos de petvivencia real. La Cristiandad pervive después
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de 1648 en el orden interno de las naciones que, si bien dejan de
formar parte de un cuerpo político superior, conservan su unidad
de fe en la religión del príncipe, católica en la mayoría de los
reinos, luterana, anglicana en otros. Se conserva también la cristiandad
en los corazones y en las familias de una inmensa mayoría de europeos
de la Europa meridional. Y, sobre todo, en la Iglesia Católica romana
que pervive, renovada después de ):'rento, con su credo ,religioso
íntegro y fiel al ideal político de la unidad religiosa, siempre man­
tenido como
tesis, aunque la realidad religiosa en determinados pue­
blos pudiera aconsejar, en
hipótesis, un status de pluralismo.
Un segundo acto de la europeizacJó.n laicista fue la Revolución
Francesa,
las ideas de la Ilustración que la hicieron posible y sus ·
consecuencias políticas en todos los pueblos occidentales. La Revolu­
ción destruye la unidad rdigiosa interna de las narjones -y los po­
deres en cierto grado sacralizado-- para sustituir todo ello por un
nuevo orden
constitru::ional o democrático, laicista y puramente racio­
nal o humano. A partir de este momento, el fundamento último de
las legislaciones y de los poderes
no estaba en principio religioso
alguno, ·sino en una convención o acuerdo de los hombres: en la lla­
mada Voluntad General.
Sin embargo, tampoco la Revolución ahoga .por completo los frag­
mentos vivos de la antigua Cristiandad. Pervive ésta en la aplicación
incongruente de los principios revolucionarios que -tuvieron a menudo.
que pactar con las realidades históricas (patrias, poderes, instituciones)
de origen cristiano. Tal fue el caso .d~ países como el nuestro en los
que, auo proclamada la unidad y e.l origen constitucional del Estado,
reconocieron en sus constituciones la tradicional unidad religiosa
del país y la confesionalidad del poder, así como el carácter monár­
quico de éste, otorgando a la monarquía un doble origen: Dios y
la Constitución. Lo mismo puede decirse del reconocimiento de fo­
ralidades locales por virtud de guerras defensivas del antiguo orden
cristiano, que ha mantenido para algunas zonas de España múltiples
instituciones jurídicas y políticas del antiguo régimen.
Y por supuesto, pervive en las almas, en las familias y en la
Iglesia que nuoca admitió la laicidad del Estado ni la llamada liber-
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RAFAEL GAMBRA
tad religiosa· más que como <) en países en donde no era
posible otra cosa: nunca como
«tesis» deseable y teóricamente válida.
Sin embargo, la idea democrático-laicista se va alzando por sucesi­
vos trámites a lo largo de la Edad Contemporánea, no siempre sin la
complicidad más o menos consciente de quienes deberían haberle
opuesto el valladar de sus convicciones y de su firmeza. Sus objetivos
últimos serán las dos entidades
que la Revolución había respetado por
una falta lógica interna o por necesidad táctica: la nación histórica y el
individuo humano. ¿Qué puede haber más inadmisible para una menta­
lidad racionalista que la nación, fruto de azares y tradiciones del
pasado, y la persona individual, esa creación existencial incompren­
sible e «inefable» al decir de los filósofos? La «contestación» a las
nacionalidades en el Super-Estado mundial, y las técnicas de mani­
pulación y preformación psicológica habrán de tener, andando el
tiempo, la última palabra.
No faltan resistencias históricas en pontificados santos y heroicos,
en movimientos de integridad, en esfuerzos bélicos como las guerras
de Méjico o de España, la última de
las cuales vivimos no hace to­
davía muchos años.
Sin embargo, hoy nos hallamos ya ante el final del proceso : el
espíritu del racionalismo y del laicismo, encarnizándose con lo que
su mentalidad considera
< contra los tres bastiones últimos de todo orden humano: la· noción
de patria, la institución familiar (ámbito de la conciencia de persona­
lidad individual) y el fundamento religioso institucional.
El primero de estos asaltos está representado en España por el
imperativo de libertad -o de pluralismo-religioso, entendido como
tesis
en abierta oposición con la doctrina católica de todos los tiempos.
La supresión «desde arriba» de la unidad religiosa constituye,
en el caso de España, un ataque frontal a la unidad nacional por
cuanto ésta se formó históricamente
_en empresas religiosas desde la .
Reconquista hasta las guerras antiluteranas. De modo tal que, si
tales factores se desvaloran por un laicismo de tesis1 esa base común
pierde su sentido y énfasis defensivo frente a las tendencias disgrega­
doras. La súbita virulencia de determinados separatismos
y la titulada
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«objeción de conciencia» de los pacifistas antipatriótic05 son las con­
secuencias inmediatas más visibles.
El segundo de los asaltos se dirige contra la familia y contra la
conciencia de personalidad a través precisamente de
las llamadas téc­
nicas de revolución cultural, tanto de Oriente (Mao) como de Oc­
cidente (Unesco). La enseñan.za estatal obligatoria y uniforme comple­
tada con las concentraciones escolares es la gran arma de disgregación
de la familia al transferir la educación y «colocación» de los hijos
desde
la familia al Estado y hacer a éstos extraños al ambiente y
mentalidad de sus padres. En un segundo aspecto, las revoluciones
«culturales» se valen de las técnicas de psicometría y psicotecnia para
manipular la mente del «educando» hasta adaptarlo al mecanismo
social.
El tercero, en fin, de los asaltos -el gran catalizador del preceso
en nuestros días-está representado por la gran operación «pro­
gresista» de destruir desde dentro a la Iglesia católica y sustituirla
por una nueva religión filantrópica y «social» al servicio de la Re­
volución. La importancia de este último objetivo se deduce del ca­
rácter de cimiento profundo que la fe posee para toda la civilización
humana. Un desarrollo extrema de las teorías modernistas de prin­
cipio de siglo
ha servido de arma a las nuevas técnicas marxistas de
penetración espiritual. La nueva visión de un Cristo precursor del
socialismo suplanta hoy la fe cristiana por una praxis fanática de la
subversión.
• * *
He dicho que, según una nomenclatura no demasiado conven­
cional, la Cristiandad fue una comunidad, al paso que Europa (la Euro­
pa moderna) es una coexistencia. En el lenguaje sociológico -ya
clásico-de Ferdinand Tiinnies se trata de la oposición gemeinschaft
(comunidad) -gesel/schaft (sociedad), uno y otro en su forma más
amplia.
Para el sociólogo alemán, la comunidad es voluntad orgánica en
torno a un sobre-tí comunitario (una fe, un imperativo raíz). En ella,
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el todo es antes que las partes, y el pensamiento está envuelto por
una voluntad. Ejemplo típico son la familia, la patria, la Iglesia. La
sociedad, en cambio, es voluntad reflexiva, convención y teleología
racional.
Las partes son en ella antes que el todo, y la voluntad es
consecutiva· a un pensamiento. Una sociedad mercantil o recreativa
son ejemplos de este modo de asociación. El ideal racionalista de
la
Revolución -ha consistido en sustituir la estructura comunitaria de la
sociedad, en el fondo religiosa, por la organización meramente coexis­
tente de una simple «:mciedad». Si después la técnica se ha comido
al hombre,
si la organización al organizado, se tratará de consecuen­
cias muy radicadas en la naturaleza de las cosas, pero no previsibles
para la teoría de una «razón raciocinan te».
La terminología política y religiosa actual nos induce, sin embar­
go, a una grave perplejidad, fuente de confusión y múltiples equí­
vocos. A la vez que desaparecen --o son eliminados-- los últimos
restos de sociedad comunitaria
y de comunidad cristiana (unidad
religiosa, familia, etc.),
y la misma Iglesia se «democratiza» y aun
«socializa», resuena en nuestros oídos con mayor insistencia que
mm­
ca el término comunidad (y comunitario), precisamente de labios de
los grandes desacralizadores (anti-comunitarios) de la sociedad. Pen­
semos en
la «comunidad cristiana», en la interpretación comunitaria
de los sacramentos, en la
< base», etc., etc. ¿Qué distintos sentidos se albergan
en el término
comunidad para que sea invocado por quienes desean conformar toda
la ciudad humana -incluso la eclesiástica- según el esquema so­
ciológico que hemos llamado «sociedad>> o «coexistencia», en opo­
sición a
la antigua noción comunitaria?
La palabra comunión ( de cum --<:on-y unum) significa pose­
sión de algo común, participación en
ese algo ; así se comulga ( en
la recepción de la Eucaristía) en una presencia· y vida superiores ; así
también el carlismo rechazó siempre llamarse partido ( tomar parti­
do
-mera opinión circunstancial-o facción política dentro del
supuesto democrático) para titularse
·comunión Tradicionalista, esto
es, participación en una fe y tradición superiores, previas a todá. po­
sición individual o voluntaria.
Pero el
térmirio puede tenér otro sentído, en el que también se
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emplea, al menos en su derivación comunidad. Es la acción de poseer
algo en común ( el gobierno o determinados bienes) para su disfrute
o beneficio por todos los comuneros
O miembros de la comunidad.
Así hablamos
de una comunidad de ayuntamientos o de vecinos. En
el caso de las comunida:des religiosas encontramos reunidos los dos
aspectos del mismo concepto :
la comunidad en un mismo espíritu
o anhelo de caridad y la puesta en común de bienes y modo de vida,
precisamente en orden a aquella comunión en algo superior.
Lo mismo sucede con otros conceptos ( significativos siempre de
una relación) que adquieren significados distintos según se les con­
temple en uno u otro aspecto, desde uno u. otro término de la re­
lación. Por ejemplo, con el concepto de religión. Etimológicamente
significa re-ligación,
y se aplica al lazo o vínculo que une al hombre
para con su Crea:dor, en los distintos aspectos de su ser y de su vida.
Hoy conviven dos nociones bien distintas de religión : la religión
trascendente ( sentido tradicional) y la llamada religión problemática.
La primera arranca ( como hacían los antiguos catecismos) de la
noción
de Dios y de sus derechos, para deducir los deberes del hom'
bre y, con ellos, la esperanza: de su salvación. La segunda (religión
progresista o humanista)
parte, en cambio, del Hombre ( o del Hom­
bre Moderno)
y de sus problemas en orden a su desarrollo, para
presentar las verdades de la fe como respuestas a esa problemática y
'como un < Así -volviendo al concepto de comunidad-vemos la misma
raíz en el término
comunismo, pero empleado, en su forma extrín­
seca,
al acto de poseer en común, de poner en común o c~lectivizar,
eliminando todo tuyo o mio que se apoye en el llamado i"acional
histórico (propiedad privada, vida personal privada, familias dife­
renciadas y pueblos autónomos).
De este modo, y bajo el mismo término comunidad, vemos es­
conderse dos significaciones más que distintas, antitéticas : la par­
ticipación en un wbre-ti religioso trascendente, y la entrega de cuan­
to se es y se tiene a un colectivismo que viene a ser, en el fondo,
masificaci6n.
Comunidad es as! --en el primer sentido--gemeinschqt, unidad
en una fe y . en un destino común, o -en' e1 segurido--disolución
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de todo -hasta de la misma individualidad-ea la colectividad gre­
garia, entidad manipulable por
la técnica de masas.
Hoy presenciamos en el seno de la Iglesia católica el caso más
flágraote de lo que Plinio Correa Oliveira ha llamado «transvase
ideológico inconsciente», técnica procedente del marxismo que se
aplica hoy a la mentalidad de influencia religiosa. Se trata de pasar,
insensiblemente, desde la noción
de comunidad (participación en una
fe y unos sacramentos) esencialmente religiosa, a la comunidad co­
Iectivizadora o socializante del marxismo. Esta técnica estriba en acen­
tuar las expresiones o aspectos de una doctrina cualquiera que puedan
parecerse más o meaos remotamente a lá doctrina por la que pretende
sustituirse, dejando de lado aquellos otros aspectos típicos
y diferen­
ciales de la misma, y -por supuesto--- el contexto espiritual en que
las expresiones adquirían su sentido.
Si se trata de transvasar la mentalidad católica hacia el marxismo,
el sistema consistirá en acentuar
la noción de «caridad», interpretán­
dola como entrega de todo lo propio ( fidelidad a una religión po­
sitiva inclusive) en nombre de una filantropía y paz universales; en
acentuar la noción de oración en común como ocasión de una pre­
sencia espiritual · de Cristo, hasta reducir el sacrificio de la misa y la
presencia real a una asamblea «comunitaria» ; en interpretar aspectos
de la predicación de Cristo hasta presentarlo como un precursor de
la reivindicación «social» o «socialista>>.
Al mismo tiempo se margina -sin negarlo abiertamente--la
noción de sacrificio, la transubstanciación, la oración personal, la
inmutabilidad de los dogmas, la noción de fidelidad, etc., hasta que
las nuevas generaciones identifiquen finalmente el cristianismo con
las teorías democráticas, humanitarias y pacifistas, y más tarde con el
socialismo universal. Al cabo
de este proceso, podrá presentarse la
sociedad tecnificada y la masificación de las almas como el cum­
plimiento en la tierra de las promesas del Evaogelio. La religión des­
mitificada o la fe «adulta» se identificará con la «concienciación mar­
xista». La figura de la monja o religiosa se alejará definitivamente
de su origen contemplativo para asimilarse a la moderna asistenta
social, y el sacerdote dejará su función de pastor de almas para iden­
tificarse con la figura del «comisario político», encargado en el ejér-
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cito socialista de los asuntos y tensiones psicológicos y morales: po­
licías de las almas en el gigantesco Estado policíaco de la Organi­
zación Técnica Universal.
Creo que la clara delimitacióu de estos dos conceptos de comu­
nidad ( comunidad de almas y colectivización económica) es hoy de
la mayor importancia para poner en evidencia este_ calculado «transvase
ideológico» de que se está haciendo objeto a la Iglesia y a los ca­
tólicos. Tal habrá de ser la temática central de esta X Reunión de la
Ciudad Católica que he tenido
el honor de prologar.
PATRIAS-NACIONES-ESTADOS
ACTAS DEL CONGRESO DE LAUSANNE 1970
RAICES ESPIRITUALES, INTELECTUALES, EXIS­
TENCIALES ...
DE LA PATRIA, por Juan Vallet de
Goytisolo.
EN BUSCA DE LA PATRIA PERDIDA, por Herbert
Gillessen.
COMO SE FORMA UNA PATRIA, por Félix Caru=o.
UNIDAD ESPIRITUAL Y UNIDAD SOCIAL, por Jean
Ousset.
EL ESTADO AL SERVICIO DEL BIEN COMUN EN
LA ECONOMIA, por Henri de Lovinfosse,
EL ESTADO Y EL DINAMISMO DE LA ECONOMIA,
por
M arcel de Corte.
ELITES
CMCAS Y VIDA POLITICA DE LAS NA­
CIONES, por
Jéan Beauroudro:y.
108 páginas 80 ptas.
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