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1971

Cristiandad y sociedad pluralista laica

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Comunidad hispánica y Cristiandad

COMUNIDAD HISPANICA Y CRISTIANOAD
POR
Jos:é PEDRO GALváo DE SOUSA
l. La Comunidad Hispánica de Naciones.
2. Concepto de Cristiandad.
3. La Cristiandad de las Españas: a) las institnciones.
4. La Cristiandad de las Españas: b) la etnarquia.
5. Acción civilizadora y misionera.
6. Quaerite primum regnum Dei.
l. La expansión de la Fe y del Imperio, cantada por Camoens (1 ),
fue la gran obra realizada por españoles y portngueses, precisamente
cuando la unidad religiosa
y política de la sociedad medioeval se
rompía, al otro lado de los Pirineos. Gigantesca epopeya misionera,
al decir del Papa Pío XII, refiriéndose a la acción civilizadora em­
prendida en el continente americano por los súbditos de los muy
católicos monarcas peninsulares (2).
Después del grito de revuelta de Lutero, la Cristiandad vio res­
tringirse
sus límites, dejando paso a la Europa de las potencias ri­
vales con su
status definido en el año de 1648 en Westfalia. Sin em­
bargo, en España y Portngal, ella continuaba unida y gracias a los
descubrimientos seguidos de la ocupación de un mundo nuevo,
esa
misma Cristiandad tenía los horizontes ampliados en la inmensidad
de las Américas, en el continente negro y en las tierras asiáticas hasta
los confines de las Filipinas.
Entre los pueblos
beneficiarios de ese precioso legado de la civi-
(1) Os Lusiadas, Canto 1, v. 2.
(2) Cfr. P. Juan Terradas Soler C. P. C. R., Una epopeya miJionera. La
conquista y colonización de América vista desde Roma, E. P. E. S. A., Ma­
drid, 1962.
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lización cristiana:, las naciones hispanoamericanas suscitan hoy en
día la atención de todo el mundo alrededor suyo. Van tomando con­
ciencia de sus responsabilidades históricas y
de un papel decisivo a
cumplir frente a la crisis universal. Delante de la encrucijada, estári
solicitadas de una parte por las fuerzas de la Revolución y de otra
advertidas por la voz de una conciencia de siglos, llamándolas a la
fidelidad a
la vocación recibida.
En el siglo pasado, tales naciones, después de la independencia,
pasaron a sufrir
el yngo económico del capitalismo yanki y las in­
fluencias culturales de procedencia europea que se hacían sentir sobre
las élites. Relativamente aisladas, eran piezas inexpresivas en el ta­
blero de ajedrez de la política internacional.
Hoy, sin
embargo, su significado aumenta de día en día. Al ter­
minar la primera guerra mundial el imperialismo soviético, ·que en­
tonces se iniciaba, volvía sus ojos hacia el mundo hispanoamericano,
comprendiendo todo el alcance de una penetración entre sus pueblos.
A partir
de 1945, después de la nueva conflagración, la problemática
de los países situados entre
el Río Grande y el Estrecho de Maga­
llanes fue plenamente insertada en
el contexto de la guerra revolu­
cion~ia promovida por las huestes enemigas de la civilización cris­
tiana.
Al mismo tiempo la potencialidad de sus pueblos va creciendo,
y
hay quien afirma, _por ejemplo, la futura hegemonía brasileña:
Brasil, la gran potencia del siglo XXI (3).
Naéionalismo, desarrollo económico, integración en ·el < Mundo», sotl cuestiones candentes, suscitadas a cada momento en los
debates sobre aquella problemática. Y la búsqueda de un nuevo «mo-.
delo», según el cual_ r~_hacer las estructuras sociales, coloca frecuen­
temente a las naciones hispánicas dé Américi en la' inminencia de
Una ruptura tOtal con las tradiciones de la Cristiandad en la que fue­
ron criadas y ennoblecidas. Este peligro, del que Cuba y Chi]e no
consiguieron escapar, implica una destrucción de todo un mundo
cultural. Así como la Europa protestante, racionalista y liberal, y
(3) Es el título de 1;1D. libro· de José Meijide Pardo (Porto y Cía., S. A.,
Santiago de Compostela).
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totalitaria, se sobrepuso a la Cristiandad de antaño, la Comunidad
Hispánica en
las Américas, heredera de la Cristiandad medioeval,
cedería el lugar a una América enteramente sovietizada, bien a través
de procesos revolucionarios --como ocurre con los· regímenes de Fidel
Castro y Allende-, bien mediante transformaciones graduales, de
sabor tecnocrático, llevadas a término por gobiernos· inconscientes.
2. Para definir la Cristiandad de las Españas, extendida por el
mundo gracias a la epopeya misionera de los navegantes, conquista­
dores y pobladores, conviene, antes que nada, proceder a una dis­
tinción de conceptos.
La cristiandad no debe confundirse con el Cristianismo, la
Iglesia o
el Sacro Imperio. El Cristianismo es la religión de Cristo,
revelada en el Nu~o Testamento y doctrina compendiada en 1~
Evangelios. La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, es la sociedad de
todos los fieles que profesan la misma
Fe, reciben los mismos s~­
cramentos y están unidos por la obédiencia a los pastores legítimos;
E:n cuanto al Sacro Imperio, fue· una organización política -surgida
para, en base a reminiscencias del Imperio Romano, dar una estrut ·
tura unificadora a los reinos éristianos· de la Edad Media en un té·
gimen de Monarquía Universal, en la que el Emperador fuese la
suma autoridad sobre lo temporal, como lo era el ·Papa en el orden
espiritual.
¿ Y la Cristiandad?
Por esta palabra
-thristianitas-, se vino a designar un doble
concepto:
l.• el orden temporal de las sociedades impregnado por los
prindpios del Cristianismo; · 2.º la unión de las diversas sociedades
polítkas cristianas (los reinos medioevales, que precedieron a los
Estados· nacipnales :í:nodernos) en una comunidad mayor, una especie
de sociedad de naciones o, para usar la expresión de Taparelli d'Aze­
glio, una «etnarquia>> ( 4). En este segundo sentido la Cristiandad
era
lo mismo que la res publica christiana,' constlturda por los pueblos
medioevales,
antes de la reestructuración de Europa en Estados so­
beranos concebidos al estilo de la «rázón dé Estado>) maquiavélica o
( 4) P. Luigi Taparelli, D. C. G. D., Saggio teore,tir:o _de p;;.;110 Í'JaJt1·
raie apoggiaJo su/ fatto, núms. 1.363·1.368. · ·-· , -
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de la idea bodiniana de «soberanía». En el primer sentido, Cristian­
dad quería decir la encarnación de
los prindpios cristianos en las
instituciones
socio-pol!ticas de cada pueblo.
Otro problema que podría suscitarse, pero que dejamos de lado
para no-extendernos demasiado y no salirnos· del tema que necesita
ser centrado, es el de las relaciones de la Iglesia y los Estados com­
ponentes de la Cristiandad ---0, en el lenguaje y en la realidad medio­
eval, los reinos-, más particularmente entre el poder eclesiástico y
el poder civil. Asunto palpitante y motivo de polémicas doctrinales
y de conflictos pol!ticos, a lo largo de los tiempos medioevales. Desde
su formulación por el Papa
San Gelasio, en el siglo v, hasta las en­
señanzas inequívocas y las actitudes luminosas de San Gregario VII,
Inocencia III y Bonifacio VIII, pasando por las consideraciones teo­
lógicas de
San Bernardo o San Buenaventura y llegando hasta las
reivindicaciones empleadas por los adeptos a la
plenitudo postestatis
a favor del Papa o del Emperador.
A este respecto recordemos apenas que la autoridad del Romano
Pontífice -suprema e indiscutible _en el orden espiritual-, era re­
conocida también por los reinos de la Cristiandad, el poder indirecto
sobre
los asuntos de orden temporal, dada la imposibilidad de una
separación de ambas, 'lue sería casi lo mismo que una separación
entre el alma y el cuerpo. Con esto se convierte el Pontífice ·en .la
autoridad máxima de la reJ publica christiana, árbitro en:tre los diver­
sos soberanos y juez en última instancia en las querellas entre los
pueblos.
Dicho esto, pasemos a cOntinuación a la caracterización de la
Cri.stiandad de las Españas, esto es: la Cristiandad, tal como sobrevi­
-yió en la Península Ibérica mientras se fragmentaba en Europa, y no
solamente sobrevivió, sino que se multiplicó por entre las gentes de
los vastos imperios que Portugal
y España edificaban en las Indias
Orientales
y Occidentales. Fue esta la tarea magnífica de «fazer cris­
tiandades», según se decía en el lenguaje de la época.
3. En los dos sentidos arriba indicados, vemos a la Cristiandad
plenamente realizada entre los pueblos hispánicos.
Primeramente en cuanto _a la penetración de los principios cris­
tianos en el orden temporal.
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Constituidos a lo largo de ocho siglos de lucha contra los secua­
ces de la media luna, los reinos cristianos de la península ibérica no
se empeñaron en las gestas de Ja Reconquista solamente para recu­
perar el territorio ocupado por el iovasor, sino principalme11te en
defensa de la Fe católica frente a la propagación del islamismo.
No es de admirar, pu~s, que siendo así, aquellos reinos se fuesen
estructurando en torno de valores esencialmente inspirados en
el ca­
tolicismo, resultando de ahí instituciones poHticas qú.e seguían ade­
más la misma línea de flllldamentación jurídico-filosófica que ha­
bla sido el norte de la legislación del Imperio visigótico,
orillll los Concilíos de Toledo.
Al ser los reioos españoles llllificados por Femando e Isabel
-los «Reyes Católicos»--, a una epopeya va a su cederle otra: la
Reconquista llega a su epilogo y Colón descorre la cortina del Nue­
vo Mundo, ioiciándose la obra de
la conquista y de la colonización ( 5).
Vemos, entonces, reproducido en tierras americanas bañada! por
el Atlántico o por el Pacifico, de los Caribes a la Tierra del Fuego,
en
las márgenes del Mississipi y del Amazonas, de San Francisco o
del Río de la Plata, aquel mismo sistema de organización politica de
las Madres Patrias, que modelaron a su imagen
y semejanza a -1as
comunidades a las que dieran el ser. Fundiéndose étu..icamente, sin
prejuicios
racistas, con los pueblos conquistados, llev,ó·m a éstos el
don precioso de
la Fe y las instituciones políticas propias de socie­
dades libres, que solamente" la mala fe o el desconocimiento de la
historia pueden ioducir a alguien
a identificar con el colonialismo
explotador.
De esta forma los pueblos conquistados pasaban .-integrarse en
los reinos conquistadores._ Lejos de ser e~iminados y brutalmente ex-
(5) Del gran poeta brasileño Castro Alves:
Cansado
de otros esbozos
Dice un día Jehová:
«Ven Colón, abre la cortina,
De mi etemoa ·oficina
Saca a América de ella.»
(Espunias fluctuantes)
14,
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tirpados ---cortJ.o ocurrió en el norte del continente con los pieles
rojas, _sin resistencia ante el invasor inglés-, fueron tales pueblos
poco a poco siendo educados para un tipo de vida que los elevaba
moral
y cívicamente.
Era verdaderamente la «propagación de la Fe
y del Imperio» del
verso de Camoens.
La razón de ser de la gran obra de la conquista y
de la colonización,
y su finalidad misionera, están bien patentes en
estas palabras del testamento
de Isabel la Católica: «Nuestra pricipal
intención fue
la de procurar atraer a los pueblos y convertirlos a
nuestra Santa Fe Católica». Y
el primer Gobernador General del
Brasil recomendaba al
Rey don Juan III de Portugal, en aquel fa.
moso Regimiento del cual abora se dice que ha sido la primera Cons­
titución política brasileña:
«El principal hecho por el que se manda
poblar el Brasil
es la reducción del gentío a la Fe católica. Este asun­
to debe el Gobernador practicarlo mucho con los demás capitanes.
Cumple que los gentíos sean bien tratados,
y que en el caso de que
se les haga daño o molestia se les dé toda reparación castigando a
los delincnentes.»
¿Y cómo no recordar
las disposiciones de las ,Leyes de Indias pro­
tectoras
de la vida y de la libertad de los habitantes de la selva, en
un desmentido irrefutable a las calumnias acnmuladas por la
leyenda
negra contra la obra superior de colonización llevada a cabo por las
Españas? Colonización que en verdad estuvo muy lejos de ser una
explotación opresora
y mercantilista, al estilo de las potencias euro­
peas que mutilaban indios, rechazaban a los negros siri reconocerles
los derechos naturales
y distribuían opio a los poblaciones sujetas
a su imperialismo.
Bendita colonización la de los españoles ·Y portugueses, forjadora
de hombres cristianos
y pueblos libres, que colonización puede ser
llamada en el sentido rigurosamente etimológico de la palabra
-de
colere, cultivar, de donde «culturá»--:-, o sea: _tarea superior de ele­
vación
cultural y humana sin dominación imperialista, sin exclusivis­
mo racial, sin
privilegios, de casta, nación o dinero.
«Las indias no fueron cqlon_ias», e'séribió, · con abundante docu­
mentación y firme apoyo en k verdad de los hechos el historiador
argentino Ricardo Levene. Razón por
la cnal los altos oficiales de
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la Corona Portuguesa nunca usaron aquella expresión, que se presta
a un sentido peyorativo, mas siempre se refirieron . al «Estado del
Brasib>. Estado elevado a Reino Unido con Portugal y Algarves por
Don Jnan VI en
1815, siéndole dada entonces Carta-patente de 13
de mayo de 1825, donde se disponía: «Los naturales del reino de
Portugal y
sus do.minios serán considerados en el Imperio como bra­
sileños, y
los naturales del Imperio en el reino de Portugal y sus
dominios, como portugueses.>> Lo cual no era más que el reconoci­
miento jurídico de una situación de hecho, existente mucho antes.
Al llegar a San Vicente -célula mater de la nacionalidad brasi­
leña-en el año de 1530, Martim Alfonso de Sonsa imponía allí
las Ordenanzas del Reino como ley según la cual fundaba . el primer
municipio brasileño. Incluso antes de instituidas
las Capitanías here­
ditarias --en un régimen semi feudal de efímera duración-, y antes,
por tanto, del Gobierno general, que sucedió al de las Capitanías,
ya las libertades locales de los concejos o municipios portugueses eran
conocidas en el Brasil, gracias a la fundación vicentina, que sería
después reproducida en· otras comunas establecidas a lo largo de la
costa y en el interior más próximo.
Dígase de paso que las Ordenaciones Filipinas -procedentes de
Felipe II y reuniendo las Ordenanzas anteriores (Alfonsinas y Ma­
nuelinas) y las leyes dispersas-, se implantaron vigorosamente en
el Brasil en lo concerniente al derecho civil, hasta 1916, habiendo
sido la principal fuente del Código entonces promulgado.
Ni era otra la práctica observada en los Vice Reinados españoles.
Instituciones regionales y
locales con poder legislativo, leyes particu­
lares aplicables a circunstancias diferentes, reconocimiento
de las li­
bertades concretas, todo esto robustecía en encuadramiento
jurídico
de aquellas sociedades cuya gerencia llevaba el sello fecundo de Cas­
tilla, Madre de pueblos. Y para completar el cuadro, las escuelas y
universidades se multipliéaban y «colonizaban» a los indígenas, no
para. hacerlos .colonos esclavos, sino hombres cultos y civilizados.
Estudiábase el latin, la literatura clásica, el derecho roma110, sin
hablar del
catecismo dado a las criaturas, a veces en la lengua de los
naturales del país, como hacia el canario . Padre Anchieta, enseñando
a los «curumins» de San Pablo de Piratininga y escribiendo para ellos
14)
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una gramática de la lengua tupi. Y en las aulas de teología llegaban
a los bancos universitarios las grandes l~ciones de los maestros de
Sa]amanca, Alcalá y Coimbra.
Bien significativas son las denominaciones dadas por los españo­
les a las regiones ocupadas por ellos, en las cuales hacían revivir el
mismo régimen de la Metrópoli, aplicar
las mismas leyes y vivir la
misma Fe: Nueva España, Nueva Granada, Nueva Extremadura, Nue­
va Andalucía, Nueva Toledo ... Y por todas ellas las normas ema­
nadas del Consejo de Indias asegur,ban el sentido superior de la
acción civilizadora. Y por todas circulaban las gramáticas, los diccio­
narios; las Doctrinas, los Sermonarios.
Preservadas en la unidad de la Fe ~y la guerra de los brasileños
contra los holandeses invasores era, ;tl mismo tiempo, una guerra re­
ligiosa en defensa de la Fe católica, y el despertar de la conciencia na­
cional~, las poblaciones de los grandes imperios azteca o incaico y
de las tribus errantes, una vez convertidas, se integraban en la Cris­
tiandad de las Españas. Para compensar· las defecciones de las nacio­
nes europeas, que sufrían los efectos disgregadores del
protemntis­
mo, -los conquistadores hispánicos triplicaban el reino de Cristo so­
bre
la tierra, abriendo las puertas para que los misioneros evangeli­
zaran. De todos ellos se puede decir lo que Ernest Hello escribió res­
pecto de Cristóbal Colón : su estilo fue la señal de la cruz trazada en
la niebla por la punta de la espada (6).
4. El otro sentido de Cristiandad es la etnarquía cristiana. Poi
etnarquía entiende Taparelli la sociedad universal de naciones, dis­
tinta de las confederaciones y alianzas particulares creadas por la libre
voluntad de
las partes contratantes. Es cierto que España y Portugal
no llegaron a integrar, en la Civita.r Maxima de sus imperios, la
universalización de los pueblos. Europa, diezmada por el protestan­
tismo, y _gran parte de las tierras todavía en las tinieblas de ia gen­
tilidad, estaban fuera de esa comunidad formada por las «cristianda­
des» portuguesas
y españolas. Entre tanto, en la inmensidad de los
(6) Ernesto Hello, L'Homme, libro III (último capítulo): Le .rtyle de
Cbrt!tophe Colomb, e' e.rt le signe de la croix, trace dan.r le brouillard par la
pointe de .ron epée.
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espacios ocupa sol, la comprensión existente entre las dos monarquías peninsulares,
al servicio de la propagación de la Fe Católica, dio origen a un es­
bozo de etnarquía, esbozado· desde las bulas de Alejandro VI resol­
viendo pacíficamete la división de los q.uevos mundos entre las dos
coronas hispánicas.
La etnarquía, como toda sociedad, debe poseer una autoridad.
Y sin autoridad internacional, ¿cómo concebir efectivamente un de­
recho internacional? El nuevo derecho
inter gentes tenía sus orígenes
jurídicos y filosóficos en la obra de los teólogos de la escuela espa­
ñola que renovaban la escolástica. Fray Francisco de Vitoria disertaba,
en la cátedra de Salamanca, sobre los indios, teniendo delante de sí
la realidad de la Cristiandad de las Españas en las Américas. Y cuan­
do, en 1625, se publicaba el De htsto imperio Ltuitanorum Asiatico,
de Fray Serafín de Freitas, el dominio de los mares reivindicado por
los portugueses y justificado por el autor se oponía a la tesis graciana
del mare liberum que en el futuro tanto iría a servir a los designios
del imperialismo británico. Uno y otro, Vitoria y Serafín de Freita,,
discurrían dentro de los presupuestos de la etnarquía luso-española,
en contraposición
al Voluntarismo individualista consagrado en la
Europa de los tratados de Westfalia.
Transformadas las condiciones del mundo cristiano en la política
internacional moderna, vuelven a entenderse los componentes de aquel
esbozo etnárquico, ahora, sin embargo, en diferente situación.
La bula
inter Cetera y el Tratado de Tordesillas habían establecido el. área
de
acción de los navegantes y pobladores de Portugal y de España.
Unidas bajo Felipe II
las dos Coronas, el meridiano divisor trazado
por Alejandro VI, y dislocado por el acuerdo de Tordesillas,
ya no
tenía más razón de ser. Esto fue lo que hizo posible que los con­
quistadores paulistas
se adentraran por el interior del Brasil, trans­
poniendo aquella línea divisoria sin encontrar oposición que
los de­
tuviese. Ensanchadas así
las fronteras de la América portuguesa, ca­
bía discutir el asunto después de 1640, cuando de ,p.uevo se separaban -
las dos coronas. Se fue aplazando la solución preparada durante mu­
chos años hasta que la habilidad diplomática y la argumentación ju­
rídica de Alexandre de Gusmao prevaleció a1 ser firmado el Tra­
tado de Madrid
en 1750. Por este acuerdo, seguido del Tratado de
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San Ildefonso, el Brasil era favorecido, mediante la aplicación del
principio de uti possidetis conservando las tierras ocupadas·. España
reconocía los derechos de Portugal sin el espíritu de apetito y beli­
cosidad que hacía precarios a los acuerdos contractuales de los Es­
tados Europeos en busca de un jamás alcanzado «equilibrio de po­
tencias». Aún eran reminiscencias caballerosas de la etnarquía Luso­
espaiiola de los tiempos de la expansión marítima y de las conquistas.
5. Un autor del siglo XVIII, refiriéndose a ciertas tradiciones de
los antiguos mejicanos, que serían ·más tarde recogidas por Alejandro
de Humboldt, nos cuenta lo siguiente: «Todos los americanos espe­
raban del lado de Oriente, que se podría llamar el polo de la espe­
ranza de todas las naciones, la venida de los hijos del sol. Y partiru­
larmente los mejicanos esperaban uno de sus antiguos reyes, que
debería volver a ellos por el lado de la aurora, después de haber
dado la vuelta
al mundo» (7).
¿Quién no verá ahí un símbolo de la llegada de Cristóbal Colón
a América?
Los hijos del sol eran los conquistadores españoles, tra­
yendo a
la luz de la Fe a los pueblos inmersos en la noche de la
gentilidad, haciendo en
las tinieblas la señal de la cruz con la punta
de
sus espadas y liberando a los naturales del país de la idolatría, de
los sacrificios humanos y de la antropofagia canibalesca.
A
su vez, Rohrbacher, en su «Historia Universal de la Iglesia»,
comentando
las proclamaciones de los conquistadores a los · pueblos
con que
se encaraban, y especialmente la de Alonso de Ojeda, en
1509, concluye apuntando en esos dorumentos tres ideas principales,
inspiradoras de la obra que había de realizarse, a saber:
1) Dios, Rey supremo de cielos y tierra.
2)
El Papa, recibiendo de Jesucristo todas las naciones para con­
vertir y regir.
3)
El rey de España, recibiendo del Papa la misión de auxiliar
con su poder la propagación de la Fe y de la civilización
cristiana
(8). ·
(7) Boulanger, Recherches sur le Despotisme oriental, sec. ·10.
(8) Rohrbacher, _Histoire universelle de l'Eglise-Catholique, 9.ª ed.,.
tomo XI, págs. 396·397.
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De ahí la Cristiandad, que, siendo una consecuencia del Cris­
tianismo en el orden temporal, se vuelve también instrumento de pro,
pagación
del Cristiánismo y de la realización efectiva de la civiliza­
ción cristiana, entendiéndose por
civilización la perfección social (9).
Para que esta sea completa no basta la acción sobre las inteligencias y
los corazones, es preciso también que las instituciones la corroboren y
favorezcan. Pues así como hay instituciones que corrompen a los
hombres (10), hay iambién otras que contribuyen a su elevación y
perfección.
El sentido civilizador
y misionero de la empresa de conquista y
población llevada a cabo por portugueses y españoles, ha sido cons­
tantemente recordada, reconocida y exaltada por los Papas, siendo de
notar especialmente las numerosísimas referencias de Pío XII
-que
fue, por esto mismo, llamado «el Papa de la Hispanidad»-, en tantos
de
sus discursos (11). En el radio mensaje dirigido a los españoles
al finalizar la Guerra de Liberación, Pío XII, el 16 de abril de 1939,
proclamaba a España < principal de la evangelización del Nuevo Mundo y como ciudadela
inexpugnable de la
Fe Católica». El 6 de marzo de 1940, en el dis­
curso a la Misión Naval Española, el mismo Pontífice evocaba «las
providenciales carabelas de la España misionera, verdaderas auxiliares
de la barca de Pedro», gracias a las cuales «inmensos continentes re­
cibieron la sublime y verdadera civilización de las almas» ( 12).
(9) Godefroid Kurlh: Les origines de Ja civilisation moderne,. intro­
ducción.
(10) Ernest Du Menil: Les imtitutions ont corrompu les hommes, Ed.i­
tions du Conquistador, París, 1953. En Vers un ordre sotial chretien de La
Tour du Pin (6a. eci., pág. 253) leemos: «i.es institutions ont corrompu les
hommes»
ha dicho, a raiz de un escándalp aún no apagado, una gran verdad.
(11) P. J. Terradas Soler, C. P. C. R., op. cit., págs. 141-336.
( 12) Pío XII apuntó, en las carabi;las, unos auxiliares de la Barca de
Pedro,
León XIII las compara al Arca de Noé, guardando el_ depósito de la
Fe y ·de la Revelación y transportándolos por las aguas:
«Quapropter, sicut arca Noetica exudantes supergtessa fluctus, semen vehebat
Israeliticum
cum reliquiis generis hu.maní, eodem modo, comissae oceano co­
lumbianae rates, et prindpum magnarum civitatum et primordia catholici
nominis transmarinis orís invescere» ( Carta al episcopado de los Estados
Unidos, 6-1-1894).
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Por otro lado, los Papas han denunciado también la obra destruc­
tora
y anticristiana del iluminismo, de las sociedades secretas y de la
revoluci6n de 1789 como las otras que siguen sus huellas y llegan tam­
bién hasta nuestros días.
En palabras de Benedicto XV, la Revoluci6n
«destruy6
las bases cristianas de la sociedad, no sólo en Francia, sino
paulatinamente en todas
las naciones» ( 13).
La América hispánica es actualmente el blanco principal de la
Revolución, que intenta a toda costa impedir en
sus países la restau­
ración de la Cristiandad, cuya construcción allí forcejea por arruinar
l.a desaparici6n de los últimos resquicios.
6. Toda una antología formada de páginas sobre la Cristiandad
de las
Españas puede componerse recogiendo en ella textos pontificios
altamente expresivos, y deposiciones copiosísimas de extranjeros, des­
de el alemán Alexandre von Humboldt hasta el americano Charles
Fletcher Lummis, y finalmente, encomios de pensadores, historia­
dores
y letrados hispánicos de todas las procedencias, hoy casi uná­
nimes
en repetir las falsas versiones de la leyenda negra forjada por
los enemigos del catolicismo y consecuentemente, de España.
Para concluir, detengámonos un poco con este pasaje de un dis­
curso de Restrepo Mexia, en la Academia Colombiana de
la Historia:
«Recordemos ahora la manera cómo colonizaron. Dueños
ya de la
tierra americana, no la consideraron como simple campo de explota­
ción, sino como patria adoptiva, en donde habían de dejar su
des­
cendencia y sus huesos. No colonizaron como lo han hecho otras na­
cioties, barriendo de nativos el suelo conquistado, recluyéndoles en
regiones remotas, o donde esto
no ha sido posible, limitándose a apro­
vechar sus servicios con absoluto desprecio de las personas,
y a ex­
plotar sus necesidades para el consumo y cambio de productos, aban­
donándolos por lo demás a su suerte; sino que se mezclaron con los
naturales, considerándolos dignos de la comunidad humana, traba­
jando
por ponerlos a su nivel intelectual y moral, y los prepararon
así para la vida política de la civilización cristiana. La sangre indígena
que llevamos en nuestras venas y
la raza pura, que de esa sangre
subsiste, bendice la colonización española. Sobre los horrores de la
(13) Discurso proferido el 7-11-1917.
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conquista, porque toda guerra los produce, hubo una acción -piadosa,
conciliadora, cristiana. Mezcláronse las dos
razas, y resultó la hispa­
noamericana, prueba irrefutable del humanitario concepto con que
estas tierras fueron colonizadas». Palabras dichas en aquella Acade­
mia
el 12 de octubre de 1930.
En
su ensayo de interpretación El conquistador español del si­
glo XVI, Blanco-Fonbona aquiesce en que «la conquista resulta obra
de piedad»
y «tiene algo de Cruzada» (14).
El mestizaje de sangre español o portugués con
el indígena, y
aun con el negro y con los numerosos y variados elementos étnicos
provenientes de
la inmigración, va constituyendo en el continente
americano
--o mejor, en los países hispánicos de América-, con­
forme al título de un libro de José V asconcelos, la «raza cósmica»,
en la cual el ilustre pensador mejicano ve la raza dominante del
futuro. En un plano superior
al de las combinaciones étnicas, la Cris­
tiadad de las Españas es también entre los pueblos imericanos, la
«síntesis viviente» del pequeño y admirable volumen escrito con ese
título por el peruano Víctor Andrés Belaunde. Síntesis que el bra­
sileño Gilberto Freyre en varias de
sus obras enfoca bajo el aspecto
luso-tropical, realzando
el valor del «luso-cristianismo» como elemen­
to aglutinador de pueblos.
Síntesis resultante de la asimilación
institucio11al de los pueblos
colonizados, o más bien civilizados por españoles
y portugueses, asi­
milación ésta operada en el plano jurídico y político; de la asimila­
ción racial o étnica; de la asimilación cultural, facilitada por
la unidad lingüística (
caso notable el del Brasil, con sus ocho millo­
nes y medio de kilómetros cuadrados y la lengua portuguesa hablada
de norte a sur, de este a oeste, sin
la menor modificación dialectal) ;
de la asimilación· moral
y religiosa, en fin, por la «conversión del
gentio a la Fe católica», punto
ru.lminante y objetivo supremo de la
tarea de «fazer cristiandades» y elemento valorativo a informar· toda
aquella síntesis.
( 14) R. Blanco Fombona: El conquistador Español del siglo XVI, ed.i­
torial Mundo Latino, Madrid, 1928, págs. 210-211.
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JOSE PEDRO GALV AO DE SOUSA
De este elemento resulta la esencia de la civilización hispanoame­
ricana. El testamento de Isabel la Católica y el Regimiento dado por
Don Juan III al primer Goberador General del Brasil no dejan duda
en cuanto a la finalidad que movió a
los Monarcas de la Cristiandad
peninsular a dirigir la obra gigantesca
de la expansión marítima y de
la población de
los nuevos mundos.
Una palabra la resume.
La palabra del Evangelio: «Procurad pri­
mero el reino de Dios y su justicia, y todo lo-demás se os dará por
añadidura» (15).
Exactamente lo contrario de lo que hacen
hoy los que preconizan
reformas de estructuras en América Latina para levantar el nivel de
vida de los pueblos subdesarrollados, inspirados en criterios marxis­
tas y subordinando todo a los objetivos del desenvolvimiento eco­
nómico. No satisfechos con las asambleas de Medellín y otras, llegan
a reunirse a la sombra de El Escorial de Felipe II,
en refinada pro­
fanación. Demoledores de la Cristiandad de
las Españas, se confun­
den con
los que promueven la «autodestrucción» de la Iglesia, 'Segón
palabra de Pablo VI.
El mejor medio de hacerles frente, de defender
la Cristiandad si­
tiada por sus enemigos y minada interiormente por los que la trai­
cionan, en una palabra, de restaurarla en su plenitud, será antes que
nada seguir el ejemplo de los reyes católicos, de los misioneros y de
los conquistadores que
también fueron misioneros: Qttaerite primum
regnum Dei ...
(15) Luc. XII, 31,
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