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Cristiandad y sociedad pluralista laica

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¿Y para qué queremos el socialismo?

¿Y PARA QUE QUEREMOS EL SOCIALISMO?
POR
VI.ADIMIRO LAMSDORFF-GALAGANE.
Quisiera, ante todo, manifestar la profunda satisfacción que me
produce encontrarme, una vez más, en esta entrañable reunión de
los amigos de la Ciudad Católica, así como mi profundo agradeci­
miento a los organizadores de la misma
por el voto de confianza
que han depositado en mí al confiarme_ esta ponencia, confianza que
haré
lo posible por no defraudar. Pero vaya por .delante mi agrade­
cimiento,
también; a los asistentes que tendrán la paciencia de oírme.
Me ha correspondido hablarles del socialismo, en nn congreso
cuyo tema general es la sociedad cristiana y la sociedad pluralista
laica. Y bien, este tema del socialismo podría parecer aquí
un poco
desplazado, pues
si los regímenes soci_alistas conocidos son en su ma­
yoría laicos, no son necesariamente «pluralistas>>. El sistema soviético,
por ejemplo, es muchísimo más «monolítico» que cuelquier otro ré­
gimen existente. Sin embargo, el tratar aquí del socialismo tiene su
razón de ser. En efecto, el socialismo ha nacido y se ha desarrollado
en sociedades típicamente
plurailistas y laicas, la Francia postrevolu­
cionaria
y la Inglaterra liberal, y ha constituido nna respuesta a las
contradicciones de estas sociedades.
De estas contradicciones ya se ha
hablado
lo suficien~e en las ponencias anteriores; el caso es que basar
la convivencia social en el único valor de la libertad, entendida en
abstracto
y con valor absoluto, resulta inviable. El resultado práctico
es una nueva esclavitud. Y los socialistas tuvieron el mérito ( el único
mérito) de
alzarse como liberadores frente al liberalismo democrático.
Luego el socialismo
es, en cierto senti~o, una consecuencia lógica
del pluralismo laicista. Concretamente,
es el pnnto en que las ideas
de la Revolución francesa
se transforman en sus contrarias. Pero,
notémoslo bien, sin apartarse de
la corriente general secularizadora que
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VLADIMIRO LAMSDORFF-GALAGANE
fluye desde la Baja Edad Media y del Renacimiento. El objetivo final
siguen siendo la ciudad terrestre,
la felicidad puramente temporal de
los hombres, cifrada en la abundancia económica. Pero veamos esto
un poco más en detalle.
l. Identificación del socialismo.
Hoy en día, existen muchos movimientos que pretenden llevar el
nombre de «socialista». Aunque
hayán prácticamente desaparecido
los «nacional-socialismos» de anteguerra, siguen quedando social­
demócratas, laboristas, comunistas, maoístas,
'y otros muchos. Cada
uno de ellos hace lo posible por presentarse aote el público de la
maoera más atractiva posible, lo cual
no facilita, ni mucho menos,
la clara identificación de lo
que es, en realidad, el socialismo. Pues
las autodefiniciones de los propios ·socialistas son, a menudo, dema­
siado graodilocuentes o demasiado vagas.
Se nos dice, por ejemplo, que el socialismo es el movimiento
que procura
«la liberación de los trabajactores» (1). Pero en tal
caso, lo que no hay son «antisocialistas» : todos deseamos liberar a
los trabajadores de cualquier opresión; no creo que exista nadie tan
cínico
como para pretender «esclavizarlos».
O bien
se afirma que el socialismo desea «establecer racional­
mente y con justicia las estructuras de la sociedad»
(2). Pasa lo mis­
mo: en esto estamos todos. Y cuando un término especial nos llega
a ser aplicables a todos, no hace
ya ninguna falta emplearlo.
Como hay quien defi1:1e al sociaJismo como un «humanismo».
También resulta insuficiente: ni Erasmo de Rotterdam, ni Juao Luis
Vives, ni Antonio Agustín erao socialistas.
Inversamente, ocurre
en ocasiories que adversarios del socialismo
caracterizan a éste
como la expresión máxima del ateísmo, del anti-
( 1) Así, por ejemplo, lo.S «Freres du monde>> cristiano-marxistas, en su
vol.
Socialismo y cristianfrmo, trad. J. A. Díaz, Nova T'erra, Barcelona, 1966,
pág. 19.
(2) [bid., pág. 22.
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cristianismo, o del anti-catolicismo. Desde luego, el socialismo no
es, ni mucho menos, una pía congregación, pero eso tampoco es
rasgo distintivo suyo. Ateo era Voltaire, pero socialista, ciertamente
no. Anti-cristianos, 106 hay desde Nerón y Diocleciano, y anti-cató­
licos, desde que hay no-católicos. Por otra parte, existen socialistas
que dicen ser cristianos, y cristianos que afirman que hay que «abrir­
-se» al socialismo.
Y
sin embargo, pese a toda. la confusión reinante en tomo a su
definición, el socialismo
es identificable. Cuando un no-socialista
se encuentra en presencia dé tesis, de ideas o de personas socialistas,
las suele identificar como tales aun cuando no lleven la correspon­
diente etiqueta en sitio visible. Y si
tal ocurre, es que estas tesis,
ideas o personas han de estar agrupadas alrededor de nna idea
base.
Intentaremos identificarla, haciendo algo de historia.
2.
Un poco de historia.
Dejemos, de momento, a un lado a quienes quieren ver < listas» en Platón, en Campanella o en Tomás Moro. Los orígenes
del socialismo tal como se entiende en la actualidad, prescindiendo
de figuras menores, son la línea Babeuf, Saint-Simon, Owen,
Fourier,
Blanqui, Proudhon, Marx-Engels.
El programa entero de los cuatro primeros (

o
sea, el 90 % o
más de
sus escritos) era ridículo. Hoy día, los falansterios, los para­
lelógramos cooperativos o las
Nuevas Icarias se suelen considerar más
bien desde el ángulo de lo psioopatológioo.
Una idea, sin embargo, tenían todos en común: la división
de
la sociedad en clases, una de las cuales explota y oprime a la otra.
Aún
es muy primitiva en Babeuf: el mundo se divide en ricos
y pobres, luego hay que quitarles a los ricos lo que tienen y repar­
tirlo
(3). Los socialistas lo suelen considerar «precurson>, pero rara
( 3) «Declaramos no poder sufrir más que la inmensa mayoría de los
hombres trabajen y suden al servicio y para el buen placer de una extrema
minoría. Hace demasiado tiempo que menos de un millón de individuos dis­
ponen de lo que pertenece a más de
veinte millones de sus semejantes, de sus
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VLADIMIRO LAMSDORPP-GALAGANE
vez propiamente «socialista» (4). Y hacen bien: sus afirmaciones
son todavía muy tradicionales,
y vinculadas a una tradición muy
concreta: la de los ladrones.
De Saint-Simon, la única obra que todavía se -puede leer con
cierta fruición
es su famosa Parábola. Grosso modo su sentido es
el siguiente: si repentinamente desaparecen los 3,000 primeros in­
dustriales, artesanos y labradores de Francia, ocurre una catástrofe;
pero si desaparecen monarcas, cortesanos, ministros, jueces, gen!;'rales,
obispos, etc., hasta 30.000, no pasará nada. De lo que se deduce que
existe una «clase ociosa» que explota y oprime a la «clase industrial»,
o sea, a la que está orupada en · la producción de bienes materiales
(5). Pues bien, precisamente a este Saint-Simon se Je suele consi­
derar fundador, no sólo del socialismo
(6), sino incluso de la so­
ciología científica (7).
iguales. ¡ Que cese de una vez este gran escándalo que nuestros nietos no
querrán creer! Desaparezcan de una vez estas irritantes distinciones entre ricos
y pobres, de grandes y pequeños, de runos y criados, de gobernantes y go­
bernados. Que no exista
otra diferencia entre los hombres que la de la edad
y del sexo ... Ha llegado el momento de las grandes medidas ... Han llegado
los días de la restitución general ...
>> ( ManifieJto de los lgua/eJ, cit. por la
antología Socialismo premarxista, selec. y trad. P. Bravo, Univ. Central de
Venezuela, Caracas,
1961, págs. 28-29).
(4) los marxistas lo clasifican entre los «socialistas utópicos», lo cual
equivale a lo mismo:
tan sólo admiten que «El babuvismo significó un paso
adelante en el desarrollo de las ideas socialistas» Cfr. el art. «Babuvism» en
el Filosófskiy Slovar (Diccionario filosófico), 2.ª ed., Politisdat, Moskvá,
1968,
pág. 30.
(5) No hace falta insistir demasiado en lo aberrante de todo eso.
Sencillamente no tiene pies ni cabeza. Cfr. el magistral análisis de Francisco
PUY, Btude critique de la Parabole de Saint-Simon, < Cahiers de
l'I. S. E. A.» 1971 (5/7) 719 ss.
( 6) Incluso por teóricos del socialismo del prestigio y de la seriedad
de
J. Ramsay Macdonald: «Saint-Simon fue el primero en formar un grupo
que puede ser denominado socialista»
(Socialirmo, trad. M. Sánchez Sarto,
Labor, Barcelona,
3-ª ed.-, 1931, pág. 171).
(7) Por especialistas de la talla nada menos. que de Georges Gurvitch.
Cfr.
su obra, cuyo simple título es suficientemente expresivo, LoJ fundadores
francese1 de la sociología contemporánea: Saint-Simon y Proudhon, trad. A.
Goutman & H. Sito, Galatea-Nueva Visión, Buenos Aires, 1958, págs. 9-85.
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¿Y PARA QUE QUEREMOS EL SOCIALISMO?
La culminación de 1~ idea está ·en-M$.rx-Engels: la historia viene
interpretada como lucha de clases, la cual terminará en dictadura del
proletariado que dará paso a
una sociedad sin clases ... Bueno, ¿para
qué seguir? Todo eso lo conoce ya el lector ad nattseam.
3. Las "clases sociales".
Desde entonces, la idea de «clase social» ha recorrido mucho ca­
mino.
Es ya de~ uso común en sociología, y ha sufrido las correspon­
dientes transformaciones
(8). Aparecieron nuevas < media>>, la «clase intelectual», etc. Aparecieron nuevos criterios de
distináón entre ellas : el nivel de los ingresos, la posición social, las
aspiraciones típicas, el sistema de valores profesado, incluso la opi­
nión que tiene el propio sujeto acerca de
la clase a que _pertenece.
Lo cual no contribuye precisamente a aclarar las cosas.
Pero «tomemos conciencia» por un ·momento, haciéndonos la pre­
gunta:
¿«A qué clase social pertenezco yo»? Ignoro la respuesta que
le dará el lector. Yo mismo, desde luego, pertenezco a muchas «cla­
ses», según el criterio que
se emplee para distinguirlas:
Si tal criterio es la posesión de medios de producción, per­
tenezco al proletariado.
Si es la educación, pertenezco, con mi título de doctor, a la
clase superior.
-Si es el género de actividad que desempeño, pertenezco a la
clase intelectual.
-Si es la profesión, pertenezco al funcionariado, «subclase»
de profesores adjuntos de Universidad.
-Pero si se trata de los ingresos, sólo pertenezco, desgracia­
damente, a una modesta «clase media».
-
Si es la estatura, pertenezco a la «clase alta».
(8) Puede dar una idea de sus avatares la obra de Georges GURVITCH:
El concepto de clases sociales, de Marx a n11e1tro1 días, Galatea-Nueva Visión,
Buenos Aires, 1957.
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VLADIMIRO LAMSDORFP-GALAGANB
Si es la corpulencia, pertenezco a la «da.se delgada».
Y ya si juzgamos por mi «conciencia de clase», entonces per­
tenezco, en virtud de
lo dicho, a todas estas «clases» a la vez.
4. Clases, sí, clases, no
¿Quiere esto decir que no existen las «clases sociales»? Todo lo
contrario. Existen, en un país, tantas «clases sociales» como clasifi­
caciones se quieran hacer entre sus habitantes. Pero claro está, sólo
< de razón. En la realidad, sólo existen los ciudadanos que las com­
ponen,· y sus asociaciones ( naciones, estados, ejércitos, familias, so­
ciedades, peñas, etc.).
De ahí que sea absurdo atribuir a las «clases sociales» cualquier
actividad propiá.. Decir que una «clase» explota a otra, o domina a
otra, es como decir que la especie «gato» se está comiendo a la es­
pecie «ratón». Lo más que se puede admitir es que algún individuo
concreto esté explotando o dominando a otros, lo mismo que algún
gato concreto esté comiendo ratones igualmente concretos.
Igual ocurre con la «lucha de clases». Las clases no luchan más
que
en la cabeza que las concibe. En la vida real, existen conflictos
concreto esté explotando o dominando a otros, lo mismo que algún
unos obreros concretos y su patrono, entre un comprador y un ven­
dedor, entre un casero y su inquilino, etc. Pero ninguno de estos con­
flictos es necesario o inevitable. En otros casos concretos, no se dan.
Por idéntica razón, es imposible hablar de cualquier «interés de
clase». Resulta incluso bastante peligroso hacerlo, pues en la prá<:­
tica, el «interés de clase» se suele identificar con el interés personal
de quien lo invoca. Y, además, con toda lógica: siendo las «clases
sociales» creación arbitraria de uno mismo, nada le impide a cualquier
político seleccionarse una «clase» de manera tal, que sus «intereses»
coincidan con
los propios. Y luego, ponerse «al servicio» de la misma.
Tenemos un buen ejemplo en la URSS. Es muy posible que sus
dirigentes estén convencidos, de buena fe, de estar sirviendo a los
intereses de las «clases trabajadoras» (o, como dicen desde Jruschev,
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¿Y PAlU QUE QUEREMOS EL SOCIALISMO?
de «todo el pueblo», lo cual no cambia nada al asunto). Sólo que
les sale un «pueblo» muy particular: obediente, laborioso, frugal,
sacrificado, penetrado de ideas comunistas, pero orgánicamente in­
capaz de pensar con la propia cabeza y necesitado, por tanto, de
permanente dirección y «educación» por parte del poder. Cualquier
persona concreta que no reúna alguna de estas característic~ es de­
clarada «elemento antipopular». Pero como en este caso está la in­
mensa mayoría de los rusos reales, la URSS vive en la permanente
paradoja de tener un pueblo «antipopular».
Asimismo,
es estúpido esperar el advenimiento de una «sociedad
sin clases». Admitiremos que
es posible hacer desaparecer alguno de
los criterios según los cuales se ¡>nede dividir a la gente en clases.
Pero después, surgirán «nuevas clases» con el primer teórico que ten­
ga la ocurrencia de clasificar a la gente según otro criterio.
Del mismo modo,
es inútil esperar cualquier acción real por
parte de una «clase», como «revoluciones proletarias» o
cosas por
el estilo. Una «clase» es una construcción mental, luego no puede
actuar fuera de la mente. Dé ahí que absolutamente todos los socia­
listas proclamen la necesidad de «educar» al proletariado, como con­
dición para la realizaci6n de su programa. Hablando en plata, para
que el «proletariado»
·se «libere» de las «clases explotadoras», hay
que convencerle primero de
que está explotado por ellas. No hay
«lucha de clases» si primero no se convence a los contendientes de
que tienen que luchar. Los socialistas podrán llamar a esto «educa­
ción>> tanto como quieran. Y o, lo llamo propaganda, o subversión.
Otra consecuencia es que los má.s impacientes de los socialistas,
los bolcheviques de Lenin, hayan tenido que sustituir,
en sus pro~
gramas, a la revolución hecha por una clase, la revolución hecha por
un partido, Un partido sí es algo real y tangible. Es una unión vo­
luntaria alrededor de un mismo programa, que es capaz, por tanto,
de
disciplinar.se y actuar eficazmente. Pero con ello el bolchevismo se
volvió m~ soreliano que marxista ( 9).
(9) Cfr. el agudo aná!i,is de F. ELIAS DE TEJADA, Derecho y Clase
en la actual filosofJa ¡11ridfra rumana, «Anuario de Filosofía del Derecho»
1966
(12), págs. 364 y sigs.
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No le iremos a reprochar a Leoin el haber paliado las deficieo­
cias del
marxis;,.o espigaodo a Sorel. Pero hemos de lamentarlo : de
no haberlo hecho, los europeos del Este, los rusos en primer lugar,
se habriao ahorrado muchos sinsabores. Porque estos partidos leoi­
nistas aun
están en el poder. Alguoos neomarxistas incorregibles ( el
primero, Milovan Djilas) los han, incluso, querido presentar como
una «nueva clase», contra lo cual protesto con todas mis fuerzas. Un
Partido Comunista en el poder sigue siendo lo que era antes de con­
seguirlo: una unión voluntaria alrededor de unas ideas políticas.
Sólo que ahora, las posibilidades de cargos
y honores que abre el in­
greso en él determinan la aceptación de su ideología, y no a la in­
versa.
Pero no por esto pasa a constituir una «clase», porque en general,
las clases sociales no existen en la oealidad objetiva. Y si la historia
del socialismo
es la historia de la idea de «clase», entonces es la his­
toria de un inmenso sofisma. Como ejemplo pintoresco, tuve última­
mente ocasión
de leer cómo dos sociólogos anglosajones demostraban,
en sus contribuciones a
la misma colectánea, el uno, que el poder
en Hispanoamérica está en manos de la «ciase media»,
y el otro, que
en Hispanoamérica
no existe «clase media» ( 1 O). Pero lo mej o.r del
caso es, que como utilizaban criterios distintos de «clasificación»,
¡ tenían razón los dos !
5. Sofismas sohre sofismas.
Naturalmente, al sofisma de base le siguen numerosos subsofis~
mas derivados. Por ejemplo, la tesis de que en los Estados «capitalis­
tas», el Estado y
el derecho están al exclusivo servicio de la «bur­
guesía» : el Código civil consagra la propiedad burguesa,
el Código
penal castiga
el hurto de la propiedad burguesa, una ley que rebaja
el sueldo a los obreros favorece a 1a burguesía, pues aumenta sus
beneficios, una ley que les sube el sueldo también favorece a la bur­
guesía, porque evita el descontento obrero
y las posibilidades de re-
(10) José NUN y Richard N. ADAMS, en sus respectivas contribuciones
a The Politics of Conformity in Laiin America, ed. by Claudio Veliz, Oxford
Univ. Press, New York, 2.ª ed., 1970.
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¿Y PARA QUE QUEREMOS EL SOCIALISMO?
volución, el Código de la Circulación favorece a la burgnesía que
tiene más coches que los asalariados, o si tienen más coches los asa­
lariados, porque evita: que se pierda mano de obra con J05 acciden­
tes, etc.
Los argumentos que se emplean son a menudo ingeniosos,
y pue­
den llegar a parecer convincentes. Pero, por otra parte, el sofisma es
evidente: si una ley que a mí, me sube el sueldo, beneficia a la
burguesía, pues ¡que en buena hora se beneficie!
Si tuviera tiempo y humor para ello, podría desarrollar una «teo­
ría social» sobre la base de que en España hay dos clases: los rubios
y los morenos. Y que los IDorenos dominan y explotan· a los rubios
(o viceversa). ¿Demostrar esta tesis? Es sencillísimo: tenemos un
Jefe de Estado moreno, un número N de ministros morenos. Si hay
algnno rubio, es para evitar el descontento entre éstos. Manejando
convenientemente las estadísticas, puedo demostrar que los. morenos
ganan más que los rubios ( donde no tenga datos:. claro, «los ocul­
tan»). ¿También hay morenos entre las rentas bajas? Bueno,
es que
dominan a los rubios «en cuanto dase», no individualmente. Y así
seguiría ad infinitum.
Al fin y al cabo, cosas más absurdas se han visto, por ejemplo,
cuando la «raza aria». Con un poco de trabajo, hasta me podría
quedar convincente. Tanto, que detrás de mí vendrían sabios soció­
logos, descubrirían a los castaños y me acu:arían de «olvido de la
clase media>>.
La solución de la paradoja es que, efectivamente, la mayoría de
la legislación, en Occidente, favorece a la burguesia. Y a los mo­
renos. Un legislador corriente, en una sociedad sana, suele procurar
el bien común. Y lo normal es que tenga éxito en ello. Luego., tanto
favorece a la burguesía, como a cualquier
otra «clase» que se quiera
distinguir en la sociedad.
6. Réplicas socialistas.
Ahora bien, un socialista me contestaría algo parecido a lo
si­
guiente:
--«Todo esto es muy ingenioso, pero V d. está jugando con pa-
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labras. Puede V d. ironizar cuanto qniera acerca de las «clases» : pero
esto no quita el hecho real de que
hay personas realmente explotadas,
trabajadores
realmente pobres. Y sólo el socialismo asegura ·que se
las deje de explotar, que participen en la vida de su empresa, que
sean dueños del producto de
su trabajo, etc.»
Bien, pues si
eso es lo que pretende el socialismo Jll ), resulta
que
si en alguna parte está realizado, o en vías de realizarse, es en
los países llamados «capitalistas».
Veamos qué oa;a.rre con la «explotación». Una empresa se com­
pone de sus propietarios, que compran las instalaciones, la maquina­
.ria, la materia .. prirµa, y _de sus obreros. Produce, y vende sus produc­
tOB. Sus ingresos constituyen su beneficio bruto. Este se reparte: wia
parte, la mayor, se. destina a reinversión (reposición de materias pri­
mas, de maquinaria, publicidad, etc.) ; ot,:a va a los obreros, con la
particularidad de que
se les garantiza una cantidad fija, indepen­
dientemente del éxito comercial de la empresa;
y otra, por fin, pasa
a disposición de los propietarios, en calidad
de renta producida por
su capital.
Sobre estos hechos, Marx montó una teoría complicadísima,
cuyo principal efecto
ha sido osrurecer lo sencillo. Por ejemplo, la
paga de
los obreros se llama «capital variable», por un lado, y «ca­
pital cirrulante» por otro, como para encubrir que se trata de un
reparto de ganancias (12). Pero, desde luego, una empresa· que no
haga beneficios se queda sin uno ni otro. ¿Para qué, entonces, buscar
nombres inadecuados
·a una cosa sencilla?
Lo que
sí ocurría en tiempos de Marx, en que este reparto de
los beneficios lo hacían
los patronos a su antojo y, por tanto, sí cabía
hablar de explotación. Pero ahora, los obreros, reunidos en sindica-
(11) En todo caso, eso dicen que pretenden sus partidarios. El art. «Sot­
siallism»
del Filosófskiy Slovar, cit., pág. 331, se deja resumir en los siguie11-
tes puntos: ausencia de explotación, igualdad social, unidad, desarrollo eco­
nómico, participación.
(12) Cfr.
Capital, I, págs. 150 y sigs. y II, 140 y sigs. (cit. por la trad.
de
W. Rotes, 3.!! ed., F. C. E., México, 1964-5). Para una buet1a exposición
de la teoría económica de Marx, cfr. P. D.
DOGNIN, lnitiation a Karl Marx,
Ed. du Cerf, París, 1970, págs. 281 y sigs.
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/: PARA QUE QUEREMOS EL SOCIAUSMO?
tos, han sabido conquistarse una influencia tal, que han dejado re­
ducida la parte del propietario a
un simple interés por su inversión,
justo lo suficientemente alto para que los capitales
no se escapasen
hacia las inversiones de renta fija. Es más, en determinados países
se habla
ya de una «dictadura sindical», llegando las exigencias obre­
ras . a rebasar los límites necesarios para
la reinversión, · lo cual pro­
voca quiebras o inflación.
Algo parecido ocurre con la participación.
En el reparto de ga­
nancias, los obreros ya participan.
En la organización de la empresa,
en lo que alcanza
su competencia témica, ya les hacen participar los
propios
empresarios, por la cuenta que les trae. En lo que rebasa su
competencia, su participación tendría efectos desastrosos:
si un obrero
entendiera de ingeniería o de finanzas,
ya no sería un obrero. Pero
aun así, si quieren tener la plena propiedad de su empresa, que se
unan en cooperativas. Las hay por todo Occidente, algunas incluso
rentables. Y
si se habla de participación en materia política, los obre­
ros
tienen la misma que cualquier otro ciudadano.
La objeción favorita de los socialistas a esto
es que los derechos
tj_ue en Occidente se conceden a los obreros se quedan en derechos
«formales»
(13). Nos detendremos un momento en ello. Todo de­
recho es «formal»
si su titular no dispone de fuerza, propia o pres­
tada, para hacerlo valer. Pues· precisamente los
obreros la tienen, de
ambas clases: primero, la fuerza del -Estado, que vela
por el cum­
plimiento de una amplia legislación a su favor ( seguros de enferme­
dad, de desempleo, reglamentación del despido, etc.) ; y, además, la
fuerza económica
y física que les dan sus asociaciones, que les co­
loca en situación de aprovechar, de hecho, todas las ventajas de la
libertad de contratación, de la
libertad de expresión, etc., que les ase­
guran los ordenamientos de sus países.
En todo
caso, tienen mucha más fuerza que en los países «so­
cialistas», en que la fuerza
es monopolio de los gobernantes, que
la usan, preferentemente, · en beneficio -propio.
(13) Tieoria Gosudars!va y Prava (1'eorfa del Estado y del Derecho),
dir. por N. G. ALEXANDROV, Iuridícheskaya Llitieratura, Moskvá, 1968,
págs.
131.
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VLADIMIR.O LAMSDOR.FF-GALAGANE
Desde luego, todo derecho «absoluto», «inalienable», etc, pro­
clamado en una Constitución, se· queda, en cierta medida, en una
mera abstracción. Pero esto no afecta más a los obreros que a otros
ciudadanos cualesquiera.
Otra objeción tipicamente socialista, es que todo esto se consigue
en Occidente a costa de la «explotación» del Tercer Mundo (14).
Lo cual es, simplemente, una tontería. Lo malo de los pobladores del
Tercer Mundo
es, precisamente, que no los «explota» nadie. Dedi­
cados a la agricultura, producen sólo lo necesario para la propia sub­
sistencia (a veces, ni esto siquiera), y, por consiguiente, no tienen
nada que vender. Como no venden
nada, tampoco les vende nadie
nada a ellos.
Están fuera de todo circuito económico. Cuando los
países del Tercer Mundo venden materias primas, se las pagan, en
general, al mismo precio que las producidas en países desarrollados,
y precisamente
las zonas ocupadas en su producción (la Argentina ga­
nadera, el Chile minero, o las regiones petrolíferas de Venezuela o
del Golfo Pérsico) son en
las que se vive bien ( aunque también se
haga sentir, con frecuencia, la superabundancia de mano de obra).
Por lo demás, nadie obliga a estos países a vender sus materias primas,
en vez de transformarlas ellos mismos. Si no tienen el nivel de indus­
trialización suficiente, bien suya es la culpa; al fin y al cabo, en el
siglo XVIII, estaban en el mismo nivel que Europa, a la que no ayudó
nadie a industrializarse, y, en la Edad Media, a veces por encima.
Y que no me hablen del «colonialismo». Estos países fueron co­
lonizados precisamente por no tener l,.111a base industrial, y no a la
inversa. Aparte de que el ser colonia no es ningún obstáculo para
el desarrollo, como demuestran los ejemplos de Canadá o de Aus­
tralia. Por el contrario, no hay que olvidar que los países más pobres
de Africa son Etiopía y Liberia, los únicos que no han sido coloni­
zados nunca.
En tOO.o caso, la situación de los países en vías de desarrollo es
muy lamentable, pero no por eso se hace necesario cambiar el régi­
men económico interno de los países ya desarrollados.
(14) O.tnóvuy naúchnovo kommunisma (Fundamentos de comunismo
científico), Politisdat, Moskvii, 1966, ¡,ágs. 135 y sigs.
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¿Y PARA QUE QUEREMOS EL SOCIALISMO?
7. La receta socialista.
Este régimen no es perfecto. En esto estamos de acuerdo. Y
ahora le dirigimos una última pregunta al sociaislmo: ¿cuál
es su re­
ceta para remediar nuestros males?
Pero no
les haremos esta pregunta ni a los revolucionarios me­
lenudos, ni a los dogmáticos fosilizados del marxismo-leninismo, ni
a los nuevos
teólogos, El socialismo también ha tenido expositores se­
rios, responsables y respetados, como J. Ramsay Macdonald, el grao
teórico
del laborismo inglés, o el filósofo Bertrand Russell. Nos di­
rigimos a ellos, y el respeto que les debemos nos obligará a conside­
rar
sus argiunentos con detenimiento y seriedad.
Su fórmula política se puede reducir a dos puntos esenciales:
nacionalización de
1os medios de producción, más control democrá­
tico del Estado. Hay que hacerles justicia: tanto insisten en lo
se­
gundo como en lo primero (15).
Pues bien, nuestra opinión es que confían demasiado en cosas
que han demostrado no ser tah eficientes.
Transferir
al Estado la propiedad -y la administración- de los
medios de producción equivale a ponerlos en manos
de una buro­
cracia, a la cual
se transferiría, encima de su poder político como ór­
ganos del Estado, el poder económico derivado de la gran riqueza
que pase por
sus manos. Aun suponiendo que no lo emplee en su
exclusivo provecho, disminuiría la eficiencia en la gestión.
A esto sólo contesta Macdonald que el Estado socialista, por ser
socialista, no será burocrático
(16). Es una afirmación gratuita: todos
(15) Cfr. J. R. MACDONALD, Socialismo, dt., págs. 105 y sigs. y
131 y sigs. B. RUSSELL. La. coyuntura del socialismo, en su vol. Elogio de
la ociosidad y otros enJayos, trad. J. Novella, Aguilar, Madrid, 1953, págs. 118
y sigs. Contrariamente a los marxistas, que definen el socialismo como «té·
gimen social ... fundado en la propiedad social de los medios de producción»
(art. «Sotsiallism», en Filo.rófskiy Slovar, cit.); si se habla de «democratismo»,
se le presenta como
consecuencia de lo anterior. Macdonald o Russell, en
cambio, conciben nacionalización y democracia como fenómenos distintos y
hasta cierto punto independientes.
(16) SocialiJmo, cit., pág. 119,
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VLADIMIRO LAMSDORFF-GALAGANE
los Estados conocidos actúan a través de «órganos» burocráticos. Para
las tareas civiles,
no hay otros.
En cuanto al paliativo propuesto para estos inconvenientes,
es el
control popular sobre el Estado. En teoría, es suficiente. Pero aquí
otra vez, los socialistas confían demasiado en
un_ medio -particular de
lograr dicho control, que es la «democracia inorgánica». Un autén­
tico control popular se ha de ejercer sobre todas y cada una de las
decisiones tomadas por los órganos estatales, centrales o locales.
Pero el sistema
de elecciones, lo único que asegura es la posibilidad
del cambio de
titttlaridad del poder central cada «equis» años, no
siempre por los individuos
más adecuados, ni siquiera siempre por
los que mejor reflejan el deseo popular
(17).
Donde es posible un control popular inmediato, es a escala de
comunidades menores (municipios, cooperativas).
Si el programa
socialista comprendiera una amplia descentralización,
y la concesión a
tales pequeñas comunidades de la debida autonomía,
ya tendríamos
eso menos que objetarle. Pero el socialismo clásico
es en extremo cen­
tralista y centralizador.
Apa'tte de que la democracia, en régimen socialista, corre el ries­
go de levantar «paradojas del
socialismo», paralelas a las conocidas
«paradojas de
la libertad»: sí el socialismo, en teoría, es el régimen
que más responde a
los intereses del pueblo, cualquier oposición a
este socialismo
ha de ser reputada «anti-popular». De abi a prohibir­
la, en la práctica, no hay más que
un paso. Limitada así la compe­
tencia política a partidos o grupos «socialistas»,
lá discusión entre
ellos trataría de
los medios más idóneos para la conservación, o la
mejora, del
sociálismo, con lo rual los discreparites se verían acu·
sados de proponer medios inadecuados, y por consiguiente, de «apo­
yar objetivamente a los enemigos del socialismo».
Lo cual también
(17) Aun· en el caso de elecciones limpiamente conducidas, el sistema
electoral adoptado ( mayoría
a dos vueltas, mayoría simple, representación
proporcional, etc.) influye sustancialmente en
el resultado, hasta el punto
de que con una misma· votación, la composición de una cámara variaría de
medio· a· medio al adoptarse otro sistema. Cfr. G. FERNANDEZ DE LA
MORA, Alta matemátfr-a electoral, pub!. como apéndice a su obra El crepúsculo
de las ideologías1 5.ª ed., Salvat-Alianza, Estella, 1971, págs. 165 y sigs.
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¿Y PARA QUE QUEREMOS EL SOCIALISMO?
lleva directamente a la prohibición. El resultado del proceso es la
más tiránica de
las dictaduras, por mucho que siga afirmando, de
boquilla, su inquebrantable democratismo. El ejemplo clásico
es la
UR.SS. ¿Qué régimen socialista estaría garantizado contra la repetición
del fenómeno?
8. Marcha atrás.
El
socialismo, en definitiva, no nos convence (18). Las ventajas
que pueda ofrecer no compensan sus desventajas. Y ¿qué proponemos
nosotros
·en su lugar?
Empezaremos por
el aspecto técnico. Técnicamente hablando, pro­
ponemos, en principio, el dejar de querer arreglar, de un sólo golpe,
toda
la organización de la sociedad, sino el ir resolviendo entre todos,
a medida que aparezcan, los
problemrur concreios que se vayan pre­
sentando, sea el de la miseria, sea el de la droga, sea el de la con­
taminación del
medio; Con ello, poquito a poco, se puede ir con­
siguiendo un sistema de convivencia cada vez más sensato, aunque
nunca perfecto. En una palabra, es lo que Maurras llamó el «empi­
rismo organizado:o>.
¡Ah!, y desconfiar sistemáticamente de los «defensores de los in-
( 18) Ni tampoco ha traído sustanciales ventajas a los trabajadores. La
legislación social vigente en los países occidentales ha sido obra de partidos
opuestos al· socialismo,
como, los conservadores ingleses, con mucha mayor
frecuencia que de los socialistas, los cuales
-los comunistas en particular­
se han atenido con demasiada frecuencia .a la política de «cuanto peor,. tanto
mejor». Actualmente, por cierto,
están renunciando a ella. Hasta tal punto, que
algunos partidos, como el laborista iriglés o el social-demócrata· alemán, con­
servan de «socialismo» poco más que la etiqueta. Como
es 16gico, cuanto más
se vayan apartando estos partidos de la idea de «clase», del propósito na­
cionalfaador y de la ideología centralista, tantas menos objeciones levantarán
en nosotros sus programas.
En España, desgraciadamente, no es éste el caso.
:Ñ'uestro diencia) comunista, sigué aquejado de todos los extremismos y de todos los
sofismas que
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VLADIMIRO LAMSDORJIF-GALAGANE
tereses de los trabajadores» que no sean ellos mismos trabajadores.
Encontramos mucho más económico ·y eficaz que los trabajadores de­
fiendan sus intereses ellOS mismos.
Del aspecto técnico del asunto, no hay más que decir. O se actúa
de esta forma, o se consigue lo contrario de lo que uno s·e .proponía.
Pero lo que proponemos en vez del socialismo,
más que un cam­
bio de medios, o de técnicas socio-económicas, es un cambio en los
fines a perseguir por la colectividad social. De una organización laica
se puede esperar, en el mejor de los casos, que consiga construir una
sociedad
hedonista, cuyo mayor afán sea el placer, bajo cualquiera
de
sus formas. O sea, una. sociedad insatisfecha, porque los placeres
no dan la felicidad. O sea, una sociedad permanentemente agitada
por el deseo de Carilbiar el esta guiénte, en tanto se mantenga la idea laica, irremisiblemente abocada
al soc:ialiSmo. Pero como el socialismo resulta más insatisfactorio 'to­
davía, se sigue así ad infinitum.
Lo que hay que desterrar es la propia idea laica, y sustituir la so­
ciedad hedonista por la sociedad cristiana. Un cristiano sabe que la
felicidad tés inasequible en este mundo, y que la puede conseguir en
el otro sólo si ha dedicado su vi~a terrén'a a honrar y glorificar a
Dios. Luego
una comnnidad cristiana no tiene por qué organizarse
con vistas al puro placer (llámeselo así, o llámeselo desarrollo econó­
mico, revolución industrial, progreso o como se quiera). Se tiene
que organizar con vistas a
procutar la felicidad eterna de sus com­
ponentes. Con lo cual todo ese «problema social» -que en última
instancia,
se reduce al del reparto de los bienes materiales-pasa a
un segundo plano, porque
de todas formas, el destino normal de
todos los bienes sobrantes pasa a ser el de glorificar a Dios.
Eso puede parecer imposible. Pues no lo es. Basta con quererlo.
¿ Ahora lo queremos sólo unos pocos? Pues nada, procuremos ser más.
Cuando seamos bastantes, lo haremos. Como antes lo han hecbo
nuestros mayores. Vamos a ver: ¿qué nos ha dejado la cristiandad
medieval? Esas espléndidas catedrales en que volcaron lo más fino
de su arte
y los últimos gritos de su técnica. ¿Qué nos ha dejado la
cristiandad española del Siglo de Oro? Esas iglesias, esos altares, esos
retablos barrocos con que se llenaron todas las Españas -las Españas
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¿Y PARA QUE QUEREMOS EL SOCIALISMO?
de entonces-y en que se gastó todo el oro de Indias. En cambio,
una sociedad hedonista no deja detrás más que cementerios de coches.
Un proyecto de este tipo parecerá sumamente retrógrado. Y es
que es un retroceso. El socialismo ha sido experimentado ya en varios
países, con resultados entre «malo» y «desastroso». Lo cual no es de
extrañar, pues descansa todo él
en s,imples sofismas. Todas las curas
de urgencia que
se le han intentado aplicar, como bautizarlo, o po­
nerle «rostro humano», han terminado lo mismo de mal. Pues bien,
cuando se está en un callejón sin Salida, lo único sensato es dar
marcha atrás.
En el caso del socialismo, la marcha atrás nos lleva al liberalismo
capitalista. Pero como éste resultó,
en su día, exactamente iguai de in­
deseable, es inútil volverlo a e"!'etimentar. Hay que continuar la
marcha atrás hasta salir del callejón por entero) hasta volver a un
orden social cristiano.
Desde luego, riuestro programa escandalizará a un socialista, e
incluso a todo no-creyente,
Sólo que una comunidad cristiana no
tiene razón alguna para considerar a los no-creyentes como sus miem­
bros.
Todo lo más, como huéspedes en su territorio. Lo ma:lo sería
que llegara- a escandalizar-· incluso a creyentes! cuya fe, por razón del
hedonismo ambiente, tienda a irse diluyendo. Hoy día, el caso pare­
ce cada vez más frecuente. Razón de más para actuar, cada cual en
lo que pueda, de manera a hacerlo posible
con la mayor urgencia.
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