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Número 113

Serie XII

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Poder político y poder cultural

PODER POLITIGO Y PODER CULTURAL
POR
ESTANISLAO CANTERO.
La desintegración de la sociedad en la actualidad, es un hecho
evidente, aume!}ta sin cesar. El orden social no es otra cosa que la
concurrencia armónica de las partes que integran la sociedad, para
que ésta se desenvuelva de acuerdo con su finalidad: la efectiva rea­
lización de cada hombre en orden a su fin último. El orden social, por tanto, existe cuando la sociedad cumple, in
dividua!
y comunitariamente, la voluntad del Creador.
Para que este orden sea posible,
es necesario
que cada parte de las
que forman la sociedad se desenvuelva conforme a su naturaleza,
cumpliendo sus funciones propias.
La sociedad, para serlo realmente, no basta con que esté integrada
por unos individuos sobre los cuales existe un poder político al que
deben sujetarse. Si es cierto que el poder político. es necesario, indis­
pensable, no es menos cierto que es totalmente insuficiente para la
existencia de la· sociedad si sólo existen, él de una parte,
y de otra
un amorfo conglomerado de individuos.
Poder político sin sociedad es algo inimaginable que el sentido
común
rechaza. La sociedad necesita el poder político, pero, a su vez,
el poder político
necesita una

base firma -base por
la que existe-­
en la que sustentarse. Esta base no es otra que la sociedad misma.
Si la sociedad sin poder político se disgrega en la anarquía y el
desorden,
el poder político -salvo que degenere en tiranía- no pue­
de existir sin ella
.. Y
no sólo porque entonces no hay base material
en la que sustentarse, sino porque sin sociedad, esto es, si lo que hay
es un amorfo conglomerado de individuos, no puede haber recono­
cimiento y aceptación de tal poder.
Habrá. todo lo más, sumisión a W10s dictados en virtud de una
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fuerza coactiva, pero nunca acatamiento al poder político, reconoci­miento de su autoridad, porque no existe ningún valor conforme al
cual pueda ser enjuiciado, a no ser la coacción pura y simple. Con
lo que el poder se asienta sobre la inestabilidad de la
violencia,
Para

que exista esa base del poder político -cuyo ejercicio ha
de ser en beneficio de ella- se requiere: En
primer lugar, el reconocimiento por parte de la sociedad de la
necesidad del
po de su autoridad y de su inamovilidad
(más o menos temporal), sustentada como pilar fundamental
y único
que lo legitima, en que el poder viene de Dios y va al gobernante.
En segundo lugar necesita -pues sin ello no hay sociedad- la
reunión de los súbditos en sociedades menores, naturales e infraso­
~eranas, en las que se desarrolla su vida diaria, familiar, profesional,
cultural, económica y política. Sin estas agrupaciones naturales -los
cuerpos intermedios-no existe ninguna base permanente en la que
se asiente el poder. En una sociedad de masas, el hombre masificado
por no poseer creencias y sentimientos ·dura-deros, que le ligan a
Dios, a sus semejantes, a
la tierra, a la patria, a sus gobernantes, es
materia dúctil a culquier tipo de propaganda que excite sus pasio­
nes, con lo que la inestabilidad del poder es innegable. Sólo se asien­
ta: por
abajo, en

la volubilidad,
con lo
que cambiará constantemente;
por arriba, en el totalitarismo. Esta base, que es la organización social, al mismo tiempo de fun­
damentar el poder político en sus pilares más firmes, lo limita del
modo más eficaz, evitando_ caer tanto en la anarquía y el desorden
co.mo en el totalitarismo y la arbitrariedad.
En la anarquía, porque la sociedad reconoce su autoridad y se
somete a ella; en el totalitarismo, porque encuentra en la sociedad
una verdadera resistencia organizada a
la extralimitación del poder.
Lo que, ni lo uno ni lo otro, Ocurre en
la sociedad de masas.
Cuando falta esta base, cuando no h_ay organización social, cuando
no existe verdadera sociedad, porque
,falta su

estructura natural, el
poder político en lugar de velar por la consecución del bien común
temporal -misión específica suya, única por la que tiene razón de
ser-, en el mejor de los
casos, «impone»

el bien común temporal.
Pero el bien común temporal no puede conseguirse
de modo ge-
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neral y constante por vía imperativa y coactiva. Sólo puede conse­
guirse a través de la armonía entre todas las partes que integran la
sociedad. Faltando esta armonía, prevaleciendo una o más partes sobre
las demás, se conseguirá el bien de aquéllas (lo que es, por
lo menos,
discutible), pero no el del conjunto.
Por eso, cuando el poder político -aun con sus. mejores, aunque
equivocadas, intenciones----en lugar de buscar el bien común regu­
!Mdo armónicamente,

dentro de su esfera propia, la sociedad, inten­
ta «imponerlo» constantemente con sus dictados, elaborados de acuer­
do con su solo criterio, no hace ·sino ·conculcar su verdadera labor,
renunciando a conseguir el bien común.
Lo que sucede cuando el poder politico se extralimita, cuando re­
basa el campo de sus funciones propias. El acrecentamiento de las
fuciones ajenas al
mismo, concluye

en la absorción de todos aquellos
poderes que corresponden a cada órgano del cuerpo social y se en­
cuentran distribuidos entre ellos.
Termina en

el totalitarismo.
Una de estas extralimitaciones es la que consiste en unir el poder
politico y el poder cultural. El poder politico, teniendo en cuenta lo
que en este terreno corresponde a otras sociedades infrasoberanas
como el municipio y la región, corresponden al Estado. El poder cul­
tural, en cambio, corresponde a Ja sociedad misma, a los órganos que
la integran, pero de ningún modo al Estado.
La separación del poder politico y el poder económico, necesaria
y ausente prácticamente por otra parte en la sociedad actual, es in­
suficiente para la existencia del orden· social -y, por tanto, para
garantizar la libertad-,
si por

otra parte, no hay una verdadera
división de poderes entre
el poder político y el poder cultural.
Lo que es evidente. Si la enseñanza depende absolutamente del
poder político, de nada sirve Ia anterior separación. El súbdito escola­
rizado asimilará en la época de su formación y aprendizaje todo aque­
llo que el Estado quiera imbuirle, convirtiéndose en fiel seguidor suyo
y en instrumento dócil para lo qne quiera mandarle en cualquier
campo, con lo que la esclavización del hombre será completa, puesto
que con las nuevas
técnicas, ni ~iquiera su
intimidad· personal, con·
seguida por su entendimiento, quedará fuera del poder del Estado.
Esclavitud nunca soñada que deja en juego de niños a las ante-
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riores. Quizá podrá tener un alto nivel de vida, tener a su disposición
grandes logros materiales (lo que también es discutible), pero sólo
podrá usarlos para aquello que le permita, cómo
y dónde quiera, el
Estado. Pero su capacidad de discernimiento, si no anulada totalmente,
quedará mutilada al ser deformada por la normativa estatal ejercién­
dola en el campo al que ha sido llevada por el Estado
y en la dirección
que éste estime conveniente. Con ello perderá el ejercicio real de lo
que le caracteriza y distingue como ser racional.
La unión del poder político y el poder cultural elimina toda ga­
rantía de la libertad del hombre. Porque conculca el orden social, ese
orden que no puede conseguirse más
que con

el cumplimiento de la
voluntad de Dios
y sus leyes.
Dios ha

hecho al hombre, para que alabándole
y cumpliendo su
voluntad en esta
vida, pueda

gozarle en el cielo. Porque somos
sns
criaturas, tenemos que cumpli.t su voluntad, lo que_ nos enseña tanto
la fe como la razón; no hay que cumplir, en cambio, la voluntad del
Estado, como si no existiera ninguna otra por encima de ella, en lo
que viene a parar la unión del poder cultural con el poder político.
Y no se crea, como ha defendido el liberalismo, que
c_on la
unión
del poder cultnral y el poder político es precisamente como se garan­
tiza la libertad de enseñanza.
Se podrá desbarrar en muchos campos
-sobre todo, como ha ocurrido, en lo que respecta al verdadero
orden social- pero no se podrá hacer la menor crítica al Estado o
a quien detente el poder estatal, no solo directamente, sino ni siquie~
ra mediante la exposición y enseñanza de los fundamentos del orden
social, puesto que el Estado, ya con esa absorción del poder cultural,
los está conculcando.
Esta garantía de la libertad de enseñanza que para algunos está
en que sea estatal, es como la libertad del perro que está atado por
una argolla a una cuerda en la que sus extremos están fijos. Algo
se puede mover, pero su campo de acción depende de la longitnd de
la cuerda, y ésta de su amo.
Y no se diga, tampoco, que cumpliendo la voluntad del Estado
cumplimos la voluntad de Dios. Porque esto sólo es cierto cuando
el Estado, previamente, reconoce la voluntad de Dios y la cumple.
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En aquellas normas en que no ocurre, si se le obedece, se desobedece
a Dios.
Lo que sucede con la unión del poder político y el cultural. Por­
que si en el terreno de los
hechoo, en un

momento dado puede no ad­
vertirse ese incumpimiento, en el terreno de los principios el incum­
plimiento es total. Supone reconocer que el hombre no tiene más su­
perior que el .Estado, y que su finalidad es ser servidor ( más aún,
esclavo) del mismo; lo que tanto la razón como
la Revelación des­
mienten totalmente.
El hombre, para poder alcanzar su fin último
y los demás fines
que en esta vida es posible, que siempre
ha de

buscar con la vista
fija en aquel fin supremo, necesita asociarse a los demás hombres.
Desde su nacimiento vive en el seno de una familia, célula básica de
la sociedad, desde la cual va formado otras sociedades más complejas
en
las que consigue unos fines específicos. Es
a todas
estas sociedades
menores, a los cuerpos intermedios ( aparte el derecho
sobrenatural
de

la Iglesia),
a los

que pertenece por delegación
y en cuanto dele­
gación
de las familias, en quienes
radica el

derecho a educar
a los
hijos,

el poder
culrural.
Y

les pertenece de
tal manera, que ni · siquiera

los padres pueden
renunciar a él, consintiendo en que
el Estado se haga cargo permanen­
temente

de la enseñanza. Y el Estado tampoco puede apropiarse de
unas funciones, de un poder que por ningún título le corresponde.
La dificultad mayor que existe para evitar esta unión del poder polí­
tico
y el poder cultural en nuestros días, se debe a la propaganda en
favor de tal
unión, que
es hoy masiva.
Pero si quienes detentan y desempeñan la labor dirigente en un
país en sus diversos aspectos, buscan y quieren el bien común de sus
súbditos
y el orden social, no pueden de ninguna manera suprimir
esa división natural de poderes, base de la libertad humana y de la
dignidad de
la persona, porque va contra la misma naturaleza del
hombre y de la sociedad.
Por otra parte, la debilidad de sus argumentos es tal, que los
mismos hechos acaban por volverse en contra
dé quienes

defienden
la enseñanza estatal.
Los diversos problemas
y cuestiones que indudablemente ha plan-
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teado y plantea la enseñanza, como todo aquello que tiene vida y no
es perfecto, se
han intentado resolver_ con un primer intrusismo es­
tatal. Pero los problemas no disminuyeron, sino que aumentaron. Y
se volvió a argumentar que era necesaria nueva
y mayor interven­
ción estatal para solucionarlos. Y así se
ha continuado hasta preten­
der que toda la eoseñanza pase, en todas sus modalidades y momen­ tos, a depender del Estado. Pero
cabe preguntarse, como eo

todo aquello en que el Estado
mete mano sin que le corresponda, cuál es la efectividad de las solu­
ciones estatales, cuando, lejos de solucionar los problemas, aumen­
tan sin cesar de modo considerable. Si el Estado es quien todo lo so­
luciona, ¿por qué tras sus sucesivas intervenciones, lejos de arreglar
nada, han aumentado los problemas y los conflictos?
Porque no es de su competencia el resolverlos haciéndose cargo
de esa actividad.
No es que
el poder c:ultural no corresponda al político porque no
hace las cosas bien, sino que el poder político no hace las cosas bien,
porque no le corresponde el poder rultural.
Y lo que hemos señalado para la enseñanza, esto es, escuelas, co­
legios,

universidades, no se agota con ellas.
Lo mismo cabe decir de
la prensa, el cine, la radio, la televisión, el arte, la literatura ... Tam­
poco le corresponde al Estado. Es un poder de la sodedad, de sus
ruerpos intermedios, del hombre mismo. En manos del poder po­
lítico le

esdavizan, aniquilan la libertad del hombre (los intelectuales
rusos son ejemplo de ello). Sin esa
separación, toda

la vida del hom­
bre será teledirigida; su conciencia, formada a voluntad por el Estado.
El ordeo social, que es la máxima garantía de la libertad, exige
que el poder
político y el poder rultural no estén unidos. A no ser
que tanto el orden
soda! como la

libertad dejen de
significar algo.
Pero si se llega a esta situación, lo que terminará por ocurrir si se
atrofia el entendimiento a
fuerza de
no usarlo
y de someterse a los
dictados más absurdos, como el que es someterse al poder omnímodo
del Estado,
la civilización desaparecerá.
Y desaparecerá para siempre, puesto que será de todo punto im­
posible que
aparezca la
individualidad, la personalidad,
el genio ne-
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cesario, en cualquier ámbito de la vida, que es el que a través de la
historia ha formado ·1a civilización, adquiriendo las sucesivas genera­
ciones esos conocimientos
y virtu-les a través de la herencia.
¿Pero qué genialidad será posible en una colectividad en la que
por su propia estructura queda eliminada toda posibilidad individual
y personal?
El Imperio Romano murió por
la imposición absoluta del poder
del Estado. Y si ha habido progreso en la historia se debe a que los
pueblos han ido asimilando
y conservando los principios verdaderos
de las culturas de los pueblos que les precedieron.
¿Pero cómo va a ser esto posible cuando sea el Estado el único
poder qu~ exista? ¿Cómo va a ser posible si el Estado totalitario no
puede consentir -y no consiente- que surja ningún individuo dis­
tinto, con personalidad propia, de la masa gregaria a la que dirige
y domina? ¿Cómo va a ser posible si no va a quedar ningón pueblo
que se salve de este totalitarismo, porque la tendencia a asumir el
poder político todos los demás poderes, incluido el cultural, es gene­
ral?
Por lo que, mírese la cuestión_ por donde se ht mire, es indispen­
sable -----es la misma civilización y el destino del hombre lo que está
en juego -la sep~ción absoluta entre el poder político y el poder
cultural.
Para el «insensato» de nuestros días -que tan mágníficamente
ha descrito Rafael Garnbra en su libro El silencio de Dios -con su
constante «¿por qué no?», que considera posible todo lo absurdo
y
parece complacerse en rechazar, al mismo tiempo, todo lo que no lo
sea, la vuelta a esta separación -verdadera y necesaria- sería ab­
surda y retrógrada.
Pero es el caso que, pese a su «insensatez», el mundo no será
distinto a como Dios lo quiere, ni el hombre podrá perpetuamente
desechar sus leyes. No s61o sufrirá sus errores en la otra vida aunque
no quiera, sino porque en ésta también sufrirá sus consecuencias.
Como mínimo, renunciando al máximo beneficio de que puede
difrutar: su libertad. Lo que si para él es insignificante, para el
hombre es indispensable.
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Si la esclavitud antigua impedía el ejercicio de la voluntad, por
lo menos no se metía en el terreno de la inteligencia; si esclavizó los
cuerpos, no esclavizó los entendimientos. Lo que ocurrirá con el
to~
talitarismo comunista o tecnocrático, por el lavado de cerebro que
ioevitablemeote acarreará
el sometimieoto total a un Estado absoluto
donde
poder político y poder cultural serán una misma cosa.
BREVE SINTESIS DE MOBAL SOCIAL, NATURAL
Y CRISTIANA
POR
MIGUEL IBA&EZ PElREZ
I. DOGTR.INA SOCIAL CRJJ9TIANA
II. PRINCIPIO DE NO OONTRAmCCION
III.

LIBERTAD, DIGNIDAD, RESPONSABILIDAD
IV. PROPIEDAD PRIVADA Y BIEN
(X)MUN
V. CUERPOS IN1'ERMEDIOS Y PRECEPTO MORAL

DE SUB­
SIDIARIEIDAD
VI. EL ERROR MODERNO
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