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Número 126-127

Serie XIII

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De las relaciones entre el hombre y la sociedad según Santo Tomás de Aquino

DE LAS RELACIONES ENTRE EL HOMBRE Y LA SOCIEDAD, SEGUN SANTO TOMAS DE AQUINO
ÍPOR
Jos'É PEDRO GALVAO .DE SouSA.
Catedrático de Doctrina del Estado en la Universidad de Sao Paulo.
Sólo con la mayor veneración podemos acercarnos a la obra mo.
numental

legada a
la posteridad por el Angélico Doctor, que hace
siete siglos pasaba de ésta a mejor vida. Y a medida que meditamos
sobre sus enseñanzas, o releemos páginas ya conocidas profundizando en ellas, vamos quedando embargados por el brillo de la verdad y
descubrimos con entusiasmo, en el inagotable tesoro de los escritos
de Santo Tomás de Aquino, cosas nuevas y viejas, nova et vetera,
como las que el padre de familia·saca de su cofre, segun la compara­
ción del Evangelio (Mat. 13, 52). Si
este simil

ha sido aplicado pata
mostrar el

valor infinito de los
· propios

Libros Sagrados, no se ve
ninguna falta de respeto pata con
la palabra de Dios en extenderlo
también a una obra de la inteligencia humana. No olvidemos que el
A quina te mereció la insigne honra pósruma de que su Suma T eo·
lógica fuera colocada en el altar, junto a la Biblia, durante las sesio­
nes del Concilio de Trento. En realidad, sólo el propio Santo Tomás podría, al
fin de

su vida
terrena,
dejar de

arrebatarse por las verdades que le fue dado alcanzar
y transmitir, e incluso llegar a despreciar como paja todo cuanto
escribiera, cuando
al final de su vida terrena le fue dado muchísimo
más, esto es, la contemplación anticipada de aquello que "Dios pre­
paró para los que Le aman" ... quod oculus non vidit, nec auris au­
divit,
nec

in
co-r hominis ascendit (I Cor. 2, 9).
En cuanto .a nosotros, sus discípulos, peregrinos por
este valle
de
lágrimas, requeridos

por tantas preocupaciones
y en medio de los
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/OSE PEDRO GALV AO DE SOUSA
problemas angustiosos de la vida contemporánea, sólo nos queda
lamentarnos de no
ir con más frecuencia, diariamente, tras las hue­
llas del maestro.
¡ Cuántas veces dejamos la fuente donde corren en
abundancia aguas limpísimas y saludables, procurando, inversamente,
ir a las cirternas vaciadas por la fatuidad humana!
Es cierto que las circunstancias actuales nos obligan a una serie
de
lecruras necesarias para estar al día en las cuestiones con las que
tenemos que enfrentarnos. Además de los más variados ensayos y tra­
tados, los diccionarios y las enciclopedias a consultar, las revistas y
periódicos, los trabajos de congresos y simposios. Va corriendo el
tiempo y es preciso un gran esfuerzo para evitar la disipación del
espíritu.
Siempre interesa evocar aquellas palabras escritas por un gran
teólogo tomista de nuestro siglo,
el Padre Garrigou Lagrange, en el
prefacio de su libro,
Le réalisme du principe de finalité: "La vida es
demasiado corta,

como ha dicho un
contemplativo, para leer' y me­
ditar otros libros que los de los santos
y hombres de genio."
¿Qué decir cuando se trata de la obra de un santo y de un genio
como
Sant? Tomás,

enaltecida por los Padres Tridentinos hasta
el
punto de tenerla como de consulta diaria al lado de las Sagradas Es­
crituras? Su alcance
y sus -aplicaciones sriperan a los pensadores de
todos los tiempos. Reciben de ella luminosas aclaraciones la teología,
la metafísica, la ética, la pedagogía, la psicología, la filosofía social,
el derecho y la política. El cardenal Joaquín Peed, Arzobispo de
Perngia, que poco después de elevado a la cátedra de Pedro había
de escribir la célebre Encíclica Aeterni P atris sobre la filosofía cris­
tiana, recomendando con empeño la obra de Santo Tomás, lo decía
bien, en nombre propio
y de los demás obispos de Umbría: nada
más eficaz
para curar

los· males de nuestra época que
la doctrina del
Angélico, tanto en el orden religioso como en el civil.
Leyendo o releyendo a Santo Tomás, siempre descubrimos cosas
nuevas, o aspectos nuevos de lo que ya conocíamos. Nova et vetera.
Cuanto más se escrutan sus enseñanzas, más refulge el significado
de sus tesis, o mejor, el esplendor de
la verdad en los escritos de
aquel que lejos de todo subjetivismo, nos dejó esta magnífica adver­ tencia:
studium philosophiae non est ad hoc quod sciatur quid ho-
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RELACIONES ENTRE EL HOMBRE Y LA SOCIEDAD
mines senserint, sed qualite'f se habeat veritas rerum (De coelo, 1,
22, 8).
Doctrina espléndida, llena de objetividad, fecunda
y ubérrima
por sus aplicaciones en todos los campos del saber
y de la acci6n.
También en lo que respecta
al tema de esta breve exposición, a
saber, un tema fundamental en
la filosofía del derecho, en la teoría
del Estado y en
la sociología política: las relaciones entre el hombre
y la sociedad.
l. Individuo y persona.
En el mundo de los ángeles cada individuo es una especie. Esto
no ocurre con los hombres y los demás seres de la naturaleza. Entre
estos los individuos se distinguen por la categoría específica a que
pertenecen.
El hombre, de un modo especial, se distingue en cuanto individuo
de los seres que constituyen los géneros
y especies inferiores. Es un
individuo rac!~:mal, o sea, una persona, en la clásica definición de
Boecio: ,yationalis naturae individua ¡ubstantia.
Este

concepto de personalidad, aplicado a la individualidad ra­
cional, realza la posición del hombre en la creación, inmediatamente
debajo de los seres puramente espirituales y dominando
el unive¡so
material: 1-W.inuisti eum paulo minus ab angelis, gloria et honore
coronasti
eum. Et
constituisti
eum super opera manuum tuarum
(Ps. 8, 6-7).
Microcosmos, ser compuestos de dos factores --alma espiritual
y cuerpo material, siendo el alma la forma sustancial del cuerpo-,
el hombre reune en su organismo elementos que se encuentran en
los animales, en los vegetales y
en_ los

minerales, superándolos a todos
con la chispa de la inteligencia, por la cual se asemeja a los ángeles.
Su

naturaleza es la de un príncipe
y de un jefe, según las palabras
de Pseudo-Dionisio en el último
capítulo de
su libro sobre
la jerar­
quía celeste, haciendo ver que si los animales privados de razón tie­
nen, en cuanto a fuerza física, más poderes que los suyos, sin embargo
él los domina a todos por la extensión de su poder intelectual, por
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/OSE PEDRO GALV AO DE SOUSA
la soberanía de su saber racional o por el carácter naru.talmenre libre
de su alma. El
roseau pensant de Pascal ... El hombre, por la inte­
ligencia, según
la psicología aristotélico-tomista,. se identifica con
las cosas, pudiendo también entenderlas, gobernarlas y transformar­
las. El hombre domina la ley de la gtavedad y alcanza las esferas
celestes.
Ya los clásicos portugueses del siglo XVI distinguían en la natu­
raleza cuatro reinos, y no solamente tres, a saber: el reino mineral,
el vegetal, el animal y el humano. Lenguaje que vuelve a ser utilizado,
en nuestros días, por eminentes atltivadores de la ciencia biológica,
reconociendo la irreductibilidad del hombre al reino animal, como
si fuera el primate perfeccionado de las ilusiones transformistas o de
los alardes de la ciencia ficción.
Fue a propósito de las personas divinas, estudiando la: Santísima
Trinidad, cuando Santo Tomás analizó la definición boeciana de per­
sona: sustancia individual de naturaleza racional. En la cuestión 29
de la
Prima, en

el De
potentia y en otras partes de su obra, resulta
bien claro que entre persona e individuo no hay una distinción real.
La dignidad de la persona humana en el universo resalta de lo que
fue dicho más arriba. Entre tanto, el hombre en cuanto individuo
está subordinado a
la sociedad, de la cual es parte, porque la parte
se subordina al todo. Esto mismo también lo dice Santo Tomás
cuando· se refiere a la persona: Quaelibet auten persona singularis
comparatur ad totam communitatem.
Magna

cuestión, intrincada con confusiones
y equívocos por pen­
sadores modernos, incluso sedicentes tomistas,
y, sin embargo, en­
redados
en medio de
. una

concepción
y una terminología - que no
concuerdan con el pensamiento
y el lenguaje de Santo Tomás.
_ El mismO enmarañamiento

ocurre en algunos al interpretar la
socieda,d política, el Estado, la propiedad o la democracia en Santo
Tomás, sin tener en cuenta el sentido exacto de tales palabras en lo's
escritos del Doctor AngéHco, confrontándolo con el sentido hoy co­
rriente de los mismos voca~los, y Sin siru.ar las respectivas nocio­
nes en el conjunto de la obra del Aquinate.
El hombre, considerado en su individualidad, precisamente por­
que se trata de una individualidad racional, no es simple unidad nu-
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RELACIONES ENTRE EL HOMBRE Y LA SOCIEDAD
mer1ca en relación con el todo social del cual forma parte ------<:0mo
una piedra . en un montón de piedras-, ni sé deja absorber por el
todo como los elementos de ·un compuesto químico. En e_stos casos,
tenemos respectivamente un todo dotado de. unidad accidental
y un
todo dotado de unidad natural. La sociedad no .corresponde a una
unidad artificial --como sucede con una casa-, o meramente acciden­
tal, ni tampoco es un ser indiviso, una realidad sustancial, como un com­
puesto químico o un organismo vivo. El error de la sociología dur­
kheimiana fue no percibir con la suficiente claridad que la sociedad
es un estado de cosas y no una cosa, un modo de ser y no un ser.
Con otras. palabras, en la sociedad existe una unidad de orden
y no una unidad sustancial.
La sociedad es una unión organizada de
personas singulares con vistas a un fin o bien común a alcanzar.
2. La sociabilidad.
Precisamente por su. ~turaleza racional, el individuo humano
integra la sociedad de que forma parte mediante una cooperación
.consciente y libre. No es arrastrado a la. vida social como lo son a la
existencia gregaria ciertos animales irracionales: las a~jas, las ter­
mitas y los castores. La gregariedad, meramente instintiva, se diferen­
cia nítidamente de la sociabilidad, que fluye de la racionalidad y del
libre albedrío. De ahí la variedad de formas de las sociedades huma­
nas, a través del tiempo y del espacio, mientras que las agregaciones
animales, bajo la ley del determinismo, obedecen siempre al mismo
pa1/Ón. De ahí también el progreso y la historia, peculiares de la
vida humana social e _inexistentes en-las agregaciones ap.i,rnales, a
menos
que se trate de
la historia natural, que no se confunde. con
la historicidad propia del hombre. ·
El hombre es, en cierto modo, providencia de sí mismo. Dios, al
crearlo, lo entrega
a su propio consejo. Es una verdad -claramente
expresada y en todo momento implícita en la filosofía social de Santo
Tomás .
. Hay especialmente dos textos capitales de la Suma contra Gentiles
qµe p,.erecefi destacarse-a este respecto. Se trata de los capítulos 112
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]OSE PEDR.O GALV AO DE SOUSA
y 113 del Libro 111. Ahí se sustentan las siguientes tesis: 1) Las
criaturas racionales SOn gobernadas por sí mismas; las otras lo son
en orden a ellas. 2) La criatura racional es dirigida por Dios no sólo
en orden a la especie, sino según conviene al individuo.
Esta segunda tesis permite refutar radicalmente las premisas del
totalitarismo y de
la tecnocracia. Tanto el Estado totalitario como el
Estado tecnocrático
--que, además,
se conjugan en
la tecnocracia
totalitaria-, parten del presupuesto de una sociedad convertida, o
mejor, pervertida en masa, en la cual los individuos son considerados
como unidades anónimas, cosas para ser manipuladas por los técnicos en sus planificaciones. Es
la "administración de las cosas" en lugar
del "gobierno de los hombres". Es el desarrollo económico, por el
índice de productividad, procurado con avidez como fin en sí mismo,
sin subordinarse ' a los valores humanos que deben estar encarnados
en el bien común, para que éste sea verdaderamente
común a todos
los individuos o personas singulares que componen la sociedad po­
lítica, así como los grupos o cuerpos intermedios mediante los cuales
los individuos se insertan en esa sociedad global.
El totalitarismo y la tecnocracia niegan al hombre la capacidad
de ser, en cierto modo, providencia de sí mismo,
y erigen el Estado
en una especie de Providencia .sea.tlarizada, para procurar el bien de
la colectividad, considerada como un todo absorbente de
las partes
que
lo componen. Niegan, por tanto, la sociabilidad humana en su
sentido genuino, para transformar el hombre en un animal gregario.
Todavía queda por hacer una observación. Del
hecho de
ser la
sociabilidad una consecuencia de la razón y de la libertad, no se debe
concluir que la sociedad sea un mero producto de la voluntad .hwna­
na. Aunque no sea un producto natural, una sustancia al modo de
uff compuesto químico o un organismo vivo, la sociedad corresponde
a una inclinación natural del hombre. La Naturaleza y la libertad se
conjugan para formarla. Está muy lejos de procedet de una simple
concordancia de vo:luntades o de un contrato. Esta fue la concepción
individualista, que además negaba a su modo la sociabilidad natural
del hombre, y preparó con ello el toralirarismo.
Contra tales errores· monstruosos del pensarnienm político mo­
derno nos previene Santo Tomás de Aquino, cumpliéndose así ple-
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RELACIONES ENTRE EL HOMBRE Y LA SOCIEDAD
namente lo que de su filosofía escribió León XIII en la Aeterni
P atris: que- contiene en germen todas las verdades de orden natural
descubiertas -poco a poco a través de los tiempos,
y suministra armas
eficacísimas para combatir toda clase _de errores, antiguos y modernos,
pasados, presentes y futuros.
3. La parte y el todo.
Mucho habría que decir de las relaciones entre el hombre y la
sociedad, considerándose aquel frente a ésta como la parte delante
del todo. Una vez más_ nos basaremos aquí en un texto fundamental.
Es el que se encuentra en la la., Ilae., cuestión 21, artículo 4,
respuesta a la tercera objeción: homo non ordinatur ad communi-­
tatem politicam .recundum se totum et secundum omnia sua.
Esto quiere decir: 1) el hombre, en cuanto parte de un rodo (la
sociedad política), está ordenado a
ese rodo; 2) el hombre no está
ordenado a la sociedad política segú.ti todo sú ser y todas las cosas que
le pertenecen ( exactamente al contrario de lo que sucede con los
animales gregarios en relación con el todo de que forman parte).
Con otras palabras, el hombre
se subordina a la sociedad como
la parte al todo, pero conserva una esfera de acción, de libertad, de
autonomía, que debe ser respetada
por-la sociedad.
Tene.qtos así

dos principios de gran relieve
y amplio· alcance en
la filosofía de la sociedad y del Estado: el principio de totalidad y
el principio de subsidiariedad.
· Ambos han sido afirmados expresa­
mente en las enseñanzas pontificias y son principios que la doctrina
social católica recibió de la filosofía social enseñada por Santo To­
más de Aquino.
Numerosos pasajes de las dos Sumas podrían ser aducidos
para
demostrarlo. Para no alargarnos, nos limitaremos a estos dos de
Contra Gentiles: Bonum particulare ordinatu,r ad bonum totius .sicut
ad finem, u/ imperfectum ad perfectum (I, 86) ... Mamfestum est
partes omnes ordinari ad perfectionem totius; non autem est totum
propter partes, sed partes propter totum sunt (III, 112).
En la Suma Teologica -!Ia. IIae., q. 64, a. 5-, uno de los ar-
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]OSE PEDRO GALV AO DE SOUSA
gwnentos que da Santo Tomás para probar que el suicidio es ilícito
tiene por fundamento
el principio de totalidad. Una parte en cuanto
tal, pettenece al todo. Ahora bien, el hombre es una parte de la co­
munidad. Consecuentemente, pettenece a la comunidad. De donde
se sigue que quien se suicida comete una injusticia contra la comu­
nidad, conforme muestra patentemente Aristóteles.
En varias ocasiones Pío XII recordó el mismo principio. Así, en
.el discurso a los médicos neurólogos, el 14 de septiembre de 1952:
"El principio de totalidad afirma nada menos que lo siguiente: don­
de se verifica la relación del todo con_ la parte, y en la medida exacta
en que ella se verifica, la parte está subordinada al todo, pudiendo
éste, en su propio interés, disponer de la parte". Y aun más, en un
discurso anterior a médicos (12 de noviembre 1944): "La sociedad
no es un ser físico cuyas partes seríari los individuos, sino una sim­
ple comunidad de fin y de acción; con este título, ella puede exigir
de los que la componen y son llamados miembros suyos, todos los
servicios que el verdadero bien común exige."
No se deduce de ahí ningón totalitarismo, porque el totalitarismo
es la corrupción del principio de totalidad, y
el verdadero alcance
de este principio en sus aplica:c:iones a las relaciones sociales, bien se
puede'·medir por la concepción exacta del fin de la sociedad, como se
dirá más adelante.
En cuanto al principio de subsidiariedad, tan vivamente afirma­
do en la. Encíclica Qu«dragesimo Anno, y reiterado otra vez · en la
Mater et Magistra, se deduce precisamente de aquella esfera de ac­
ción que debe ser reconocida pata la libertad de cada persona sin­
gular, pata disponet de
sí misma

y de sus bienes, y aún más, de
cada persona colectiva (persona
moral o jurídka) correspondiente

a
los diversos cuetpos intermedios que constituyen la sociedad política. Ya Aristóteles
enseñó clara y explícitamente la formación de la
comunidad global por comunidades menores. Santo Tomás recoge la
lección del Estagirita, cuando ve " en la sociedad política no una
· suma o masa · de individuos, sino un conjunto orgánico de familias,
aldeas u otras agrupaciones, Corresponde al Estado respetar la auto­
nomía de .tales grupos, ejerciendo una acción supletiva en relación
~ los mismos cuando se muestran deficientes.
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RELACIONES ENTRE EL HOMBRE Y LA SOCIEDAD
Como partes de la sociedad política, los cuerpos intermedios y los
individuos que los componen deben subordinarse a ella (principio
de totalidad), pero por
otro lado

tienen sus derechos que a ella le
cumple reconocer
y asegurar (principio de subsidiariedad).
4. El Bien Común.
Tal expresión, generalizada en la escolástica y abandonada por
influencias del utilitarismo y del individualismo, ha vuelto en estas
últimas décadas a ganar el derecho de ciudadanía en el lenguaje so­
ciológico y jurídico. No siempre, sin embargo, ha sido empleada con
SU auténtica significación y con aquélla plenitud de sentido con que
se reviste en el vocabulario tomista.
En el De regimine principum -libro I, cap. 15-, se hace ver
que todos los bienes particulares procurados por los hombres se or­
denan al bien de la colectividad, bien se trate de riquezas, ganancias,
salud, elocuencia o erudición. Ya Aristóteles enseñaba que el hombre
busca la. vida en sociedad no solamente para vivir, sino para vivir
bien,
lo cual quiere decir llevar una vida virtuosa. En esto está la
forma de la sociedad. Igualmente, para Santo Tomás, las virtudes re­
presentan lo "formal" de
la sociedad y su bien común. De donde viene
una triple obligación que incumbe a las autoridades: 1) instaurar en
la multitud que les está sujeta una vida buena, esto es, una vida mo­
ral; 2) conservar la vida ya instaumda; 3) mejorar la vida conservada.
Para una buena vida moral se requieren dos condiciones: primera
y principal, vivir según
la virtud: además de eso, otra condición, de
carácter instrumental, a saber,
la suficiencia de bienes Corporales,
cuyo uso es necesario
al ejercicio de la virtud. Nuestro autor hace
notar, además, que en el hombre
la unidad viene de la naturaleza,
mientras que la unidad en la multitud, que se califica como paz, debe
resultar de la acción de quien la rige.
He ahí el bien común temporal intrínseco de la sociedad política.
En el capíntlo anterior de la misma obra se considera el bien co­
mún espiritual extrínseco. Hay un bien exterior al hombre, mientras
vive
la vida mortal: la eterna bienaventuranza, que le espera después
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de la muerte. Lo mismo debe tenerse en cueuta respecto del pueblo,
el cual está constituido por varios hombres. Consecuentemente, el
último fin de la multitod asociada no es vivir según la virtud, pero
sí, por la vida virtuosa, llegar -al disfrute divino.
Ahora se puede comprender mejor el sentido del principio es­
tablecido en
la. IIae., cuestión 21, artículo 4: homo non ordina tur
ad communitatem potiticam secundum se totum, et secundum om­
nia sua. Principio que se completa por esta afirmación hecha un poco
más adelante: totum quod homo est, et quod potest et quod habet,
ordinandum est ad Deum.
En la segura interpretación de C_harles de Konirick, "Santo To­
más quiere decir solamente que el hombre no está ordenado solamente
a la sociedad política, pues el bien común de ésta es un bien común
subordinado. El hombre está ordenado a esta sociedad solamente en
cuanto ciudadano. Aunque el hombre, el individuo, el ciudadano civil,
el ciudadano celestial, etc., sean el mismo sujeto, estos son formalmente
diferentes. El totalitarismo identifica la formalidad hombre y la for­
malidad ciudadano".
A estas consideraciones, el autor añade en De la primauté du bien
commun contre les personnalistes (pág. 66): el bien común "existe
para los miembros de la sociedad; no para su bien privado como tal;
existe para los miembros en cuanto bien común" (pág. 68).
Entiéndase así --como afirmación antitotalitaria y sin caer en
el error del liberalismo individualista, subordinando el bien común
al bien privado de los hombres- el principio según el cual el Es­
tado existe

para el hombre
y no el hombre para el Estado.
Principio inconcuso de la filosofía cristiana, reafirmado lapida­
riamente en
la Encíclica Divini Redemptoris: Civitas homini1 non
homo civitati.
5. Frente al inmanentismo.
Aunque pretendiendo entroncar con la tradición tomista, el per­
sonalismo de Mounier y de Maritain se desviaron de ella de forma
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RELACIONES ENTRE EL HOMBRE Y LA SOCIEDAD
aberrante, ensuciándose con los errores del totalitarismo y del in­
dividualismo.
Partiendo de una distinción entre individuo y persona que no
se encuentra en Santo Tomás, los personalistas afirman que "el indi­
viduo

existe para la sociedad, la sociedad para la persona y la per­
sona para
Dios·. Colocan la persona

encima del bien común y dejan
de ver en éste un vínculo entre las personas, que pasan a ser conce­
bidas kantianamente con
el valor de un fin en sí mismo. Ahora bie~
el

error
del totalitarismo no está en sustentar la primacía del bien
común -reivindicada en su correcta significación por Charles De
Koninck-, más en singularizar el bien común, haciéndolo objeto
de ese "monstruo de invención moderna que se llama Estado, no el
Estado como sinónimo de sociedad ciyil o de ciudad, sino el Estado
que significa una ciudad erigida en una especie de persona física"
(obra citada, pág. 75 ).
Así --concluye Charles De Koninck-, "el personalismo hace
suya la noción totalitaria del Estado". La crítica del personalismo fue hecha con profundidad entre otros
por el dominico Lachance, en el Canadá, y por el añorado sacerdote
argentino Julio Meinvielle, fallecido el año pasado.
De la misma forma que las posiciones modernas viciadas a las
que se aproxima, esta doctrina incide en el desarreglo capital del
pensamiento específico moderno:
el in.manentismo.
Aunque se
admita la

trascendencia del fin de la persona, el bien
común es reducido a objeto de un Estado cerrado sobre sí mismo, en una sociedad secularizada y pluralista en que deja de haber la
expresa subordinación del bien común temporal al bien común
uni­
versal y eterno.
La configuración mental del filósofo moderno, esbozada a partir
del siglo
XIV, va llegando en nuestros días a los extremos de liquida­
ción de
la inteligencia, entregada frenética e inconscientemente a una
tarea autodestructora. Grandes pensadores acruales Jo han percibido con agudeza
y denunciado con toda claridad, bastando recordar entre
los recientes a Marce! de Corte en L'in1elligence en péril de mort,
y a Michele Federico Sciacca en L101curamento dell'intelligenza.
Renunciando a su objeto natural, el ser, y encerrándose hermé-
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]OSE PEDRO GALV AO DE SO USA
ticamente, more cartesiano y kantiano, dentro de sí misma, la inte·
ligencia humana huye a la· trascendencia y reviste· de nuevas formas el
inrnanentismo de la gnosis. Inmanentismo que despunta en el "otoño de
la Edad Media", ins­
pirando, en filosofía política, el Defemor Pacis de Marsilio de Padua;
que está en el libre examen de Lutero y en el
cogito de Descartes;
que se manifiesta abiertamente en el naturalismo renacentista. In­
manentismo de un Nicolau de Cusa con la idea de Dios como cain­
cidentia oppositorum, y la visión pre-hegeliana de la unidad de los
contrarios; de un Giordano Bruno, cuando ve en Dios el alma del
mundo; de un Spinoza, en línea con
el mismo panteísmo, radicado
en el concepto de Deus sive natura. Inmanentismo que del derecho
natural de Grocio, separado de la ley eterna, llega a la negación del
derecho natural por el positivismo, con la valoración absoluta del
derecho positivo. Y que del antropocentrismo humanista del siglo XVI,
viene a dar en el individualismo del siglo XIX y en los totalitarismos
del siglo xx.
6. El sentido de lo trascendente.
Ciertamente, la filosofía de Santo Tomás es lo más adecuado para
curar los males de nuestra época y suministra,
segón León XIII, ar­
mas eficacísimas para anular los errores de todos los tiempos.
Ella nos preserva delAnmanentismo y de sus secuelas inevitables:
f!1 subjetivismo y el naturalismo. Indiqu~mos, para terminar, cómo
~ lo tocante a las relaciones entre el hombre .y la sociedad, el sentido
de · Jo trascendente domina todo el pensaruiento · del . Angel de las
Escuelas. Su visión del hombre no es antropocéntrica. No obstante realzar
la dignidad de la criatura humana, que participa del gobierno pro­
videncial y es el microcosmos inserto entre los ángeles
y el mundo
físico, reconoce sus flaquezas e insuficiencias. No sólo por tratarse
de una naturaleza caída -con todas las consecuencias del pecado
original-, sino considerada en sí misma y en su integridad, la na­
turaleza humana tiene una cierta escasez ontológica. De
ahí se sigue
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RELACIONES ENTRE EL HOMBRE Y LA SOCIEDAD
la inclinación del hombre para la sociedad, que le completa, y fuera
de la cual no podría vivir, a no ser, según la lección de Aristóteles,
que fuera una divinidad o un bruto.
Pero, viviendo en sociedad, el hombre es parte en relación á un
todo,
al cual, por esto mismo, se ordena. Además, quien procura el
bieo común procura su propio bien. El bien propio no puede existir
sin el bien de la
familia, de

la ciudad y de la patria. A este respecto,
se refiere Santo Tomás a lo que decía Valerio Máximo- de los antiguos
romanos, que preferían ser pobres en un imperio rico, a ser ricos
eo un imperio pobre. En el mismo lugar -IIa. Ilae., q. 47, a. 10, ad
secundum-, cita San Agustín: turpi,s est omni-s pars Juo toti non
congruens.
Por su parte, el bien común tiene un sentido trascendente. El bien
común temporal intrínseco, fin de la sociedad política, se ordena al
bien común espiritual extrínseco, que está en Dios, fin último del
hombre. De donde el principio Ci11itas homini, non homo dvitati.
Dios es personal y trascendente. La naru.raleza humana, criada
por Dios, es elevada
al orden sobrenatural, para. alcanzar su plenitud
ea 1a gloria e iniciada en la vida de la gracia. Mas eritre lo sobre­
narural y lo natural no hay ninguna continuidad. Además de esto,
es imposible
encontrar en
Santo Tomás cualquier resquicio de
ema­
natiSmo
neoplatónico

o de panteismo de
tipo spinozista y aialquier
otro. El hombre es gobernado por Dios, que lo dirige con su pro­
videncia y lo instruye con la ley, esto es, la ley eterna, la ley natural
y la ley divina positiva, sin hablar de la ley humana, emanada de una
autoridad cuyo poder se fundamenta en una ordenación divina.
Ley eterna: la razón.divina rigiendo el universo.
Ley narural: participación de la ley eterna en la criarura racional.
Ley divina positiva: la ley de la gracia.
En esa perspectiva del orden moral, Santo Tomás de Aquino in­
serta sus concepciones del derecho, de la sociedad y del Estado,
apo,
yándolas

sobre la naturaleza humana. Las partes del universo
-'-crea­
do, ordenado y regido por Dios--tienen, cada una de ellas, su pro­
pia constitución, correspondiente a una idealidad,
una esencia,
en
función de
la cual se ha de entender la actividad de los seres capaces
de
actuar. Esta actividad sigue aquella constitución:
agere Jequitflf'
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JOSE PEDRO GALV AO DE SO USA
esse. Y cada agente se ordena a una actuación específica y a un fin
propio:
omne agem agit propter finem.
En la finalidad última y trascendente del hombre encuentra la
respuesta definitiva para
todas las preguntas y todos los problemas
de la vida humana aquel que, en su infancia, como oblato benedic­
tino en Monte Cassino, estaba siempre preguntando a sus maestros:
¿quid est Deus?
,50
Vila Santa Clara - Cotia (Sáo Paulo)
10
de
mar.:zo (Mártires
de la Tradición) 1974.
Fundaci\363n Speiro