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Número 141-142

Serie XV

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Intemperancia del espíritu

INTEMPERANCIA DEL ESPIRITU
aunque la misericordia divina es infinita, el mismo Dios. Estás ya,
Gabriel, en una región sin humo
y sin grietas. El sol radiante de tus
amada, Canarias era pálido reflejo del que hoy te calienta y te ilu­
mina. Lo que querían arrancarte y no lo consiguieron, aunque en
ello se te fue
el corazón, es hoy ya para ti actualidad y vigencia
perpetua:
el Amor, la Verdad, la Fidelidad. Ya estás con tus ami­
gos. Con Tomás
y con Ignacio. Con Teresa. Con Donoso. Con Arin­
tero. Con Pildain. Y con Pedro. Con tu Pedro reencarnado y reen­
contrado en cada Papa. Bueno o malo. Santo o pecador. Quienes
so­
mos hombres de poca fe y tal vez tengamos un sentidomenos pro­
videncial
de la existencia que el que tu tenías, jamás olvidaremos
cómo ante nuestras indignaciones y ante las indignidades, cantabas,
gritabas
el Tu es Petrus, aunque a veoes nos pareciese que te lloraba
el
alma. Con el Tu es Pelrtn habrás llegado a las puertas del cielo
y a sus ecos se
habrán abierto de par en par. Desde. allí pide a
Dios
por nosotras. Pide a Dios por la Iglesia. Pide a Dios por Es­
paña". ¡~én!
JUAN V ALLBT DB GoYTISOLO,
INTEMPERANCIA DEL ESPIJUTU
POR
GABRIEL DB Ali Gabriel de Arm41 deió, en su mesa de trahajo, inacabado, el discurso que
P,eparaha para la cl@s11ra de la XW Reunión de amigos de la Ciudad Ca~
tólica. Decimos inacahado porq11e j1171to al texto man11strito, Je IN p11ño y
l'etra,. pul&ramente, sin 1achad11ras, y con- limpios interlineados, también dejó
él un eSfJ.Netna que a continuación transcribimos:
Cómo definía Bossuet la intemperancia del espíritu -Coincidencia con
Bossuet de Diderot desde otro punto
de vista.-San Pablo nos previene con­
tra ella_ (EpJJt. R.omanos).-La. intemperancia es subjetivismo orgulloso. que
rompe con la verdad objetiva.~La intemperancia !lega a oscurecer la inteli­
gencia:
Sciacca, Danielou y Donoso C.Ortés lo habían formulado: extremo
de la inteligencia.-Niet:rtcb.e = Zaratrusta, Jouvés.-Sartre, La teologia a
cuenta de Dio1.;_El progresismo, que quiere conciliar lo inconciliable (2.º Bre­
viario de S. lgnae-io).-El partitivo de la palabra_ .... Tras los sofistas los ver­
dugos .... -No ha habido revoiución que no haya comenzado por el común de­
nominador de las ideas briUantes. Diatriba contra el pasado y: Revolución
francesa: Monsieur Gourme. Revolución rusa: el obispo? Revolución espa­
ñola:
Como puede 11er1e, dllRtJlle lo eurito resulta redondo y perfecto, .rin em-
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GABRJBL DE ARMAS MEDINA
bargo, según el e.squema del propio· autor, estaba inacabado, no lleiaba 1ino
escasamente a la mitad de lo proyectado. Incluso el último epígrafe escrito,
«Revolución española», concluía eón do¡ puntos (:). Con él .re llevó lo que
en-.la mente tenía y le quedaba por escribir, No obstante, lo escrilo con1titu­
ye una bellisima introducción a un tema muy actual, a la vez q11e ilna per­
fecta
conclusi6n de

los
temas objeto

de
'estudio en nuestra

XIV
Reunión;
Por eso.,_ con emoción, publicamos el «Discur.¡o -inacabado» de Gabriel.
El vanidoso, ha escrito alguien, con razón, es como un gallo que
se imaginase que el sol salía para oirlo cmtar. El mundo vive hoy
en una fase de intensa proliferación de estos gallos
imaginarios e
imaginativos.

Convencidos, con Zaratrusta, de la muerte inevitable
del viejo Dios, disparadas hacia el fututo todas las
fuerzas prodigio­
sas

de una voluntad desmesurada de poder, la virtud
de· la tempe­
rancia, al significar un estorbo a cualquier opuesto, ha sido asesi~
nada alevosamente en lo profundo de las almas. La temperancia es
moderación, sobriedad,
comedimiento, límite. y contorno. Opuesto
a la
ambición, a

la vanidad, a
la envidia,· al orgullo, contra ella, vir­
tud roquera
y ancestral de santos, se estrellaban las fuerzas de las tres
concupiscencias que constituyen el entramado del
pecado. La tem­
perancia es

fruto del temor
de Dios, principio de la sabiduría:
"Initium sapientiae timor Domini", afirma el Libro de los
Salmos
(110, 10). Ante el convencimiento de que este Dios, a cuya sombra
transcurriera nuestra vida, ha dejado de existir, la temperancia como
virtud ha pasado a ser tenida por simple frustración psicológica y se
han abierto, consecúentemente, como en desplegado abanico, todas
las compuertas de
los bajos fondos humanos,
-• ..
El 9 de agosto de 1685, hace, pues, doscientos noventa años, casi
tres siglos justos,
Bossuet (1627-1704), en la oración fúnebre de la
princesa palatina
Ana de Gonzaga de deves, pronunciaba estas pa­
labras dignas de su talento
y elocuencia: "No creáis que arrebate
solamente al hombre la intemperancia de los sentidos. No es me­
nos
engañosa la

intemperancia del
espíritu. Como
aquélla, se for­
ma de placeres ocultos
y se irrita por la . prohibición. El soberbio
cree levantarse sobre todos·
y hasta sobre sí mismo, cuando se eleva,
según le parece, sobre la religión, que por mucho tiempo
ha reve­
renciado; colócase en el rango de las gentes desesgañadas; en su
00-
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INTBMPBRANCIA DBL BSPIRJTU
razón insulta a los espíritus débiles, que no hacen más que seguir
a
los otros sin descubrir nada por sí mismos; y, convertido en ob­
jero únioo de

sus oomplacencias, él mismo se hace su Dios"
(Ora­
oiones fúnebres, pág. 133).
Estas profundas palabras -repito-fueron pronunciadas por
el obispo de Meaux en el año 1685. En 1713 nacía en Francia Dio­
nisia Diderot,
alma de la Enciclopedia y lazo de unión entre Vol­
taire y Rousseau_ Bossuer, oomo acusador de la intemperancia del
espíritu,
y Diderot, oomo defensor de ella, utilizan los mismos con­
ceptos y

casi hasta las mismas
palabras desde
puntos de vista dife­
rentes, para configurar

su definición. Véase, a
tal efecto, cómo des­
cribe al edéctioo el famoso enciclopista: "es un hombre que
des­
preciando las preocupaciones, la tradiciÓ'¾ la antigüedad, el consen­
timiento universal, la .autoridad, en
.una palabra, todo cuanto sub­
yuga

y abate
el espíritu, osa pensar por si mismo, remontarse a los
principios

generales más
claros, examinarlos,

discutirlos,
y no admi­
tir
oosa alguna

sino bajo
el testimonio de su experiencia y de su
razó'¾ y sin respeto ni parcialidad por ninguna füosof ía de las que
ha analizado, fórmase una propia
y peculiar de todas ellas" (V ent.
Raulica, 126).
Pues bien; esta intemperancia espiritual, que "se irrita con la
prohibición" y "se forma de placeres ocultos" tuvo ya su inicial ma­
nifestación humana en
el momento en que la primera pareja dió
oídos
a
la serpiente: "Et eritii sicut Dei" (Gen., III, 5). Desde en­
tonces,
el pecado de soberbia intelecroal ha trabajado ininterrum­
pidamente por
la destrucción de la obra de Dios. Hoy, la mayor
tragedia de nuestra sociedad
radica en la extensión y profundidad
de
la intemperancia del espíritu, que amenaza con raer el propio
basamento de la inteligencia humana.
La advertencia de San Pablo
a
los romanos oobra nuevo

vigor en el
opaoo mundo
de nuestros
días: " ... os exhorto a todos
vosotroS en

virtud del ministerio que
por gracia se me ha dado: A que en vuestro saber (o pensar) no os
levantéis
más alto de lo que debéis, sino que os contengáis dentro
de
lÓS límites
de
la moderación" (Rom., XII, 3).
¡Moderación
y límites! En una palabra: temperancia. Aunque
es más

fácil,
naturalmente, lisonjear
al pensamiento
para que
se ex-
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GABRIEL DE ARMAS MEDINA
ttalimite. Adular inmoderada(nente al intelectual para que él abra
la ruta. Corromper la inteligencia para tranquilidad del oorazón.
Obnubilar
el pensamiento para que las pasiones ttOten a su antojo.
Poner cendales de estupidez a
la mente para evitat remordimientos.
Creat una filosofla que dé pábulo y calor a
las más apestosas sucie­
dades.
Y hasta formulat un catecismo, donde Dios y el pecado vi­
van
aromodadamente sin

recíprocas inferencias. Por encima de la
sabiduría divina,

gritan al unísono los
ooreadores de Z.arattusta:
"...

el bien y el mal que fueron imperecederos...
¡ no existen!- Y
quien quiera ser creador en
el bien y en el mal, debetá oomenzar
por destruir y

por romper los valores.
Así, la mayor malignidad for­
ma parte de la mayor benignidad. Pero esra benignidad es la be­
nignidad del creador"' (pág. 107).
Si
nuestra sabiduría se

afirma en la moderación, en el
oontorno
de nuestras propias

limitaciones,
romo afirma
San Pablo, habrá que
concluir que la humanidad
actual, masivamente, mal ronducida por
la intemperancia del espíritu, ha sufrido, en su intelectO, un grave
trauma. Dice Sertillages: "La ra7.Ón no lo puede todo. Su última ges­
tión, según Pascal, ronsiste en comprobar sus límites"' (La vida m­
telectual, pág. 17). "El primer deber del filósofo, dice Gabriel Ma­
rul, es estat al tanro de los límites de su saber y reconocer que hay
dominios donde su incompetencia es
absoluta;' (Los homlwes .•• , pá­
gina 88). Pues bien; en nuestro mundo actual es el filósofo, es el pen­
sador, es el intelectual, es el profesor, es el escritor, el que tiene en sus
manos los medios audiovisnales, pertenecientes todos a la "élite" de
las minorías
enseñantes y
educadoras, los máximos responsables de
esra coherencia colectiva en
la confusión y de esta indiferencia y
como plácido descanso en el absurdo.
No

deja de ser significativa
la ooincidencia en temas y títulos
de dos obras importantes publicadas en nuestros días, por dos
emi­
nentes pensadores de relevancia universal. Una de ellas. "La crisis
de la inteligencia hoy"', del llorado
Cardenal Danielou. La otra, "El
oscurecimiento de la inteligencia,., de la que es autor nuestro en­
trañable amigo y compañero de jornadas, Michele Federico Sciacca,
quien

se nos
marchó apresuradamente a la eternidad, cuando tanto
cabía
esperar de su capacidad de saber y de su señorial
maestría para
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INTEMPERANCIA DEL ESPIRJTU
comunicar saberes. &iacca, como San Pablo, nos vuelve a hablar del
límite y afirma que "es el constitutivo ontológico de todo ser'" (pá­
gina 19). ""Donde está el límite, allí está el signo de la inteligencia;
donde el límite es negado,
está el signo de la estupidez; del lado de
la inteligencia están la
cultura y los sentimientos más altos; · del otro,
la incultura y las pasiones más bajas: propia de la estupidez es la
"ttacotama"" o el "ultra cogitate, el ir más allá de los límites del
pensamiento y de la volunmd"" (pág. 34).
Danielou, por su
parte, denuncia
que el
drama del
mundo ac­
tual es una crisis radical y profunda de la inteligencia. Sólo la inte­
ligencia

auténticamente científica es la que sabe
aplicar a cada ob­
jeto el método que le conviene: "" •.. como se equivocaría ---11rgu­
ye-un filósofo que quisiera aplicar el método de la filosofía a la
física, así

también se
equivocaría un físico que

quisiera
aplicar los
métodos de

la
física a la teología. Se equivocaría empleando un ins­
trumento que no está hecho
para eso"" (págs. 57-58). No olvidemos
que '"método'" es

un
vOQlblo de

origen
griego equivalente
a cami­
no. El camino es contorno,
límite y medida. Quien abandona el ca­
mino, por deseo o por equivocación,
por ambición o por prisa, por
pereza o negligencia, se pierde y no llega. Se extravía, porque marcha
fuera de la vía. ¿Qué es, si no, lo que sucede a nuestro mundo?
En la vorágine de la vida actual, la intemperancia del espíritu
ha querido borrar maliciosamente todos los caminos. La verdad ob­
jetiva y sus valores no son objeto de investigación, porque no · inte­
resan.

Nos encontramos a
cada paso con estacadas. Aristóteles es ig­
norado y Santo Tomás despreciativamente sonreído. Definir es casi
de
mala educación: pero, sin embargo, es la mala educación la que
está definiendo. El orgullo intelectual
ha accedido a las más airas
cimas de
la idiotez y nos está alimentando de falacias.
Son
para meditar las siguientes palabras de Gustavo Thibon,
llenas de vigorosa causticidad:
"Hay dos zonas infinitas en el hom­
bre: su orgullo y su miseria, que mantienen una lucha inéesante. La
miseria, plenamente reconocida y acepmda, es capaz de sofocar el
orgullo, pero el orgullo
nunca podtá sofocar la miseria. S610 podtá
disimularla, permitiendo que surja un nuevo infinito, que tratará
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GABRJEL DE ARMAS MEDINA
de conciliar ilusoriamente a los otros dos: el infinito de la incen­
tiva"
(N11Bslra mi,-tJda, pág. 288).
La

miseria reconocida y
aceptada nos conduce a la humildad, que
es
andar en

verdad
(Santa Teresa, pág. 641), porque nos señala pre­
cisamente el sentido exacto de nuestras limitaciones. Bien está el
ansia moderada de comprender; pero anre todo ,hemos de preparar­
nos para ver, para contemplar las cosas, con ojos limpios, para acep­
tarlas en su realidad objetiva,
bajo el

resplandor divino que puso en
ellos su inefable destello.
La palabra es la gran creadora. Por la pa­
labra, en labios de
espíritus intemperantes, sin embargo, se esrá des­
truyendo la creación.
La subversión, el crimen por el crimen, el te­
rrorismo, que asolan hoy a comarcas, na~ones y al mundo entero
naéional son la óltima consecuencia de las ideas que se forjaron las
mentes de los conductores de masas. Tenía razón Vasconcelos cuan­
do escribió: "La
bala, la piedra, el

cañón, todos son potencias sub­
alternas del concepto"
(Pesimismo alegre, pág. 30). ¿Qué conexión
histótica de signo
revolucionario, ha dejado de estar precedida y
presidida por aquellos que primariamente la arroparon en sus in­
temperantes meditaciC)nes?
He

aquí un
pensamiento que

se presenta nítida y
transparente
en

Donoso
Cortés. En su polémica con la prensa española (16 de
julio de 1849), expone: "Detrás de los sofistas vienen siempre los
bárbaros, enviados

por Dios para
cortar con

su espada el hilo del
argumento'" (pág.

213).
En El Ensayo (1851) vuelve a repetir, con
frase aún más acerrada: "...
para aquellas
sociedades que abandonan
el culto austero de la
verdad por

la idolatría del ingenio, no hay es­
peranza ninguna. En pos de los sofismas vienen las revoluciones,
y
en pos de los sofistas los verdugos" (pág. 349).
• La intemperancia del espíritu ha prostituido la palabra, el signo
más inequívoco de nuestra sociabilidad. No es
extraño, pues,
que
en vez de
servir de

aglutinante sea hoy factor de disposición
y de
odios irreconciliables. El abuso indiscriminado de la palabra está
convirtiendo al. mundo

en un campo irremediable de luchas fratri­
cidas. El don de la palabra
.se nos ororgó para servir de

vehículo
ex­
presivo

a la verdad y Jo hemos convertido en el más potente cata­
lizador de
mentiras.
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