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Número 141-142

Serie XV

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La Hispanidad, hoy

-------
LA HISPANIDAD, HOY
POR
----GoNZALO IBAABi;,. -M.
P.roíeso.r titular de Filosofía del Derecho.
Facultad de

Derecho. Universidad Católica de Chile.
(En conmemoración del nacimiento
de Ramiro de Maeztu: 1875·1975).
Es evidente, al hablar de hispanidad, la referencia implícira o
explícira a Ramiro de
Maeztu, cuyo libro "Defensa de la Hispani­
dad" marca un hito cuya validez se acrecienra día a día, razón de
sobra
para recordar a nuestro autor no sólo como un gran escritor o
un gran soñador o idealista, sino precisamente por la causa que hace
que
las tesis que él sostuvo hace ya cuarenra y un años sigan vigen­
tes y
su importancia no disminuida, es decir, por haber sido un vi­
sionario

con los pies
muy puestos

en la tierra y en la historia de
su
patria, como lo atestiguan las circunsrancias que enmarcan la apa­
rición de ·su famoso libro, y el desenlace de los acontecimientos de
esos añÓs, cuyo análisis nos pone en pista ya para averiguar lo que
queremos: en qué consiste la hispanidad, cuál ha sido su aporte al
mundo de la civilización y de la
cultura, y qué ofrece al mundo
de
hoy.
En 1934, España vivía el final de una época cuyo transcurso en­
sombrece la que, hasta su inicio, hábía sido una luminosa historia
nacional. En 1934 se vi\>ía en la Península la agonía de un ensayo
terriblemente fracasado y
que habría de desembocar en la cruentf­
sima guerra civil de 1936. Y no sé crea · que cuando hablo de agonía
de
un ensayo me refiero sólo a lo que fue la república, nitcida po­
cos -años antes con motivo de .Ja calda de Alfonso XIII, sino, y en
afanes de
rigor hist6rico, ·al que se inició en -los albores del siglo
XVIII con la venida de ·¡os Borbones franceses que,· ron ellos, traje•
ron la prerensión
de organizar España según el modelo de !á vecina
náción. No es ini interés juzgar io que para Francia ha slgnificadó la
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Fundaci\363n Speiro

GONZALO IBA1'EZ, S. M.
monarquía borbónica que, probablemente, haya sido de mucho pro­
vecho, sino el intento de enmarcar a España en uoas bases y prin­
cipios de
estructura social y política que no eran conformes con su
idiosincrasia y
tradición, que
violaban muchas veces normas de
de­
recho

namral, y que, por los fines que asignaban a España como na-
ción, provocaron un

tan
,aggdQ_c;<>crt_e en S\!_historia.-que,-a pesar d.e~--­
Jas esperanzas que se cifraron en la vict0ria del Movimiento Na-
cional en 1939, todavía no
se resuelve satisfact0riamente .
• • •
A principios del siglo mencionado, Espafia, agotada por las duras
centurias
precedentes, xvr

y
xvu, se encoentra sin fuerzas para opo­
nerse

a la
acción decidida

de unos reyes
y de unos ministros que,
incapaces
de comprender los requerimientos de su esencia nacional,
trataron de

hacer. de
eJJa una Francia de tono menor. La historia de
los siglos XVIII y XIX es la historia de las mil peripecias que sufrió
nuestra Madre Patria en estos afanes.
Por una parte, es triste la historia de la época, pues ella, al menos
en la superficie, es la sucesión de nn experimento tras otro. Parece
como si España quisiera por
todos loo medios olvidarse de su tra­
dición y partir de nuevo. No puede dejar
de verse en todo esto nn
avergo!IZlUllÍento más o menos colectivo por todo lo realizado en los
afios precedentes:

parece como si España se
pregnntara si todo
aquello por lo que tan denodadamente luchó no habrá sido un error
y si lo

que
más conviene ahora no será tomar el ril!!DO y el rumbo
de

los países que hasta ayer eran sus contricantes,
especialmente de
Francia,

que daba la nota en
el continente.
Así
se pudo

observar los
esfuerzos del despotismo ilustrado -la
tecnocracia

de hoy- encarnado
en. los primeros Barbones que pre­
tendía,

oficialmente, haciendo tabla rasa de la historia anterior,
en­
sefíar -a los espafíoles a vivir "civilizadamente", es _decir, según el
modelo francés, mientras que oficiosamente y un poco por debajo
se trataba

de
ponerlos en· contact0 con las fórmulas que para ase­
gurar una "perpetua paz y felicidad" proclamaban al otro lado de
los Pirineos los profetas del mundo moderno: Rousseau, Montes­
quien

y Voltaire.
Ernn el racionalismo y el ñuminismo profnnda-
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Fundaci\363n Speiro

LA HISPANIDAD, HOY
mente anticatólicos los que hacían mella en la clase dirigente espa­
ñola. Propia de esta época es la formulación de una ciencia política
al
estilo matemático -herencia de Descartes-que pretendía orga­
ni:rar la

vida
social de acuerdo a ciertos esquemas a priori desconec­
tados absolutamente de la realidad y, lo que es peor, a la cual pre­
tendían dar forma.
~ :ii-,,~ altera en sustancia esta sin,aciirt( sino
-. __ que le da un nuevo aspecto. Nó será ya más la ~:1011e1lr-i,:.,~,r,.a~--~-
- que oniiifriin¡ la ente ba~ deshaga en el reino sino, ahora, la
de las mayorías.
El liberalismooo-contradice esencialmente al ab­
solutismo, sino que cambia
al rey por las mayorías; al menos en el
J>tpel, porque como ya se sabe, tal Revolución no fue sino una gi­
gantesca estafa montada por la burguesía de la época para despojar
al rey y a la nobleza de su poder y quedarse con él. En este aspecto
--- -----___ cioló¡¡icos de las motivaciones y objetivos de la burguesía diecio-
chesca y decimonómica.
Pero
estas modificaciones
y alteraciones de ordfn
"institnciooal"
no

son
más que, corno apuntábamos más arriba, síntomas de -una
perturbación
mucho más profunda.
Son fruto del gran complejo que
uace y se desarrolla en muchos españoles, especialmente dentro de
la clase alta y de los
círculos intelectuales, precisamente

de
ser •..
españoles .

. . Ya no quieren serlo más, sino ingleses y, especialmente,
franceses. Son los
••afrancesados", nombre

que, si bien
denomina a
los partidarios del usurpador José Bonaparte, en buena ley puede
aplicarse a

todos aquellos que
vivían -y viven- pendientes de la
última novedad
· que

viniera del
otro lado
de los Pirineos
para po­
nerla eo práctica eo la peoínsula.
"En el cambio de ideales -escribe Maeztu-había ya un aban­
dono del
esplrim a

la sensualidad y a la
uamraleza, pero lo más
grave era la exttanjerización, la voluntad de ser lo que no éramos,
porque

querer ser
otroS es ya querer no ser, lo que explica,· en me­
dio

de los
anhelos económicos, el íntimo abandono moral que se
expresa eo ese nihilismo de tangos rijosos y resignación animal, que
es
ahora la mósica popular española" (1).
(1) Defensa. de la Hispanidad, pág. 10. Ed. San Francisco, Chile, 1936.
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GONZALO IBARBZ, S. M.
Es la época en que la "lenyenda negra" es creída por los mismí­
simos

españoles; época en que campea el desprecio por las altas
fina­
lidades de -la conquísta de América -<1ue ahora, en el XVIII, se
convierre en una
mcxlerna "colonfaación"-; el

desprecio por los
-objetivos

de las campañas del
XVI y del XVII en defensa de la cris­
ti•~dzd¿
el desp~ecio por

la
organfaació~ ~lítica :!':: ~.:;.rae· -
renzado~ hasta la muerre del~• -en el
------.raaeco~n"'oc;';crim~1enro de los cuerpos naturales, de las características de ______ _____
cada regiórrfde la

limitación del
pog__e.r..,eaJ poi el nn aí cual debe
render,
para cambiarla

en el
xix ·por otra, montada sobre la base de
los partidos políticos, cuyas luch'!s agotaron al país,
lo anarquizaron,
lo

empobrecieron
y lo hicieron pasto de las ambiciones extranjeras.
En el fondo, estos
tietnpos son reconocibles por una serie de rfo­
tas que los diferencian claramente de los que los precedieron: anti­
ca.tolicismo, más· o menos velado, pe.ro cierto; antittadicionalismo,
absolutismo y liberalismo en política, ausencia total de una ll1isión
nacional

que diera sentido y unidad a la compleja variedad de pue­
blos que forman España.
Pero, decíamos
más arriba que por una parte la historia de la
España mcxlerna es triste, peto ¿es qué hay otra parte?
Sobre ésta nos

llama
la arención Rafael Garnbra en su magnífi­
co libro "La Primera Guerra Civil de
España": La historia de Es­
paña, hasta el primer Borbón tiene una inreligibilidad bastante acen­ tuada. Después, y especialmente en el siglo
XIX y en el XX hasta
1936, ella se transforma de pronto "en una historia constitucional
y política, puramente
extrínseca y
oficial que, si algún
espíritu ocul­
ta,

es totalmente ajeno al de los siglos
precedentes".
"Aquella

sucesión de ministerios ya
olvi<Íados que
nos relatan
al llegar este período, aquellas rontroversias parlamentarias, los doc­ trinarismos de
partido y ,la alternancia de éstos en el pcxler, los mis­
mos pronunciamientos ~litares; nos resultan hoy, a pesar de su
proximidad, tan ajenos como las vicisitudes históricas de la Espa­
ña prerromana".
"¿Qué ha sucedido con nuestra historia de los últimos tiempos?
¿ Es que nuestro pueblo
-quizá por una traición al espíritu de su
pasado- se ha entregado a una vida superficial y extrínseca, sin sen-
SS
Fundaci\363n Speiro

LA HISPANIDAD, HOY
tido profundo ui continuidad, condenada a la esterilidad y al ol­
vido?".
"¿O será más bien que nuestros tratados de Historia, al llegar
a estos siglos otuiten la verdadera historia de
España que
corre por
debajo de este anuario constitucional que nos relatan?" (2).
.. _ t,,Jgo di!.~ nos natti&. G=Lü:, cu ~u libro, _-y s1gno-.1e-· que no
-------~todo era esa enloquecedora socesión ctemíiiisterios que caracteriza
a los regímenes liberales y patlamentarios, fueron no sólo es,i guerra
de 1821-1823, sino
también el alzamiento contra

Napoleón; las gue­
rras carlisras, que fueron motivadas no sólo por enredos de socesión,
sino por claros principios. doctrinales representados
m la fórmula
"Dios, Patria, Fueros, Rey" y, por
ültimo, el alzamiento de
1936
que batrió al marxismo de la península.
Todo ello,
y las intervenciones de personajes tan notables como
Menéndez y Pelayo, Donosn
Cortés, Vázquez de Mella, etc., noa
habla

de que
por debajo de la historia oficial cotrla todavía el es­
píritu que animó en su momento la Reconquista cofl.~--moros,
las guerras ·por la cristiandad contra herejes e infieles, la conquista
de
América, para alumbrar en esras latitudes un Nuevo Mundo a
la Fe
y a la Civilización.
¿Qué

es aquello que da inteligibilidad a la historia española
hasta 1700, que esporádicamente se asoma en los siglos
poateriores
y

que triunfa en 1936? ¿Qué es aquello que llamamos Hispanidad,
que constituye
el' trilsunto más

fiel del
alma: hisparia, y que fue pre­
cisamente lo más combatido dentro y fuera de la Península
por· el
pro­
testantismo en los
sigloa XVI y XVII, por el racionalismo e ilutuinis­
mo decimonónico y
por el comunismo contemporáneo?
Durante si­
glos, España mantuvo la lucha
fuera 'de sos

fronteras. En los últimos
doscientos años,
·1a ha teuidó deotro. Lo que ha constituido el eje
de esa historia
· es

la
defensa de

la
Hispánidad, que
en
el fondo vie­
ne a ser la defensa del
set nacional, la lucha por impedir que E.,.
pafia se esfume en el devenir histórico por haber dejado de set lo
que ·era y, gnicias a Dios, .todavía és.
(2) Ed. Ercelicer. Madrid, 1972, págs. 23 y sigs.
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GONZALO IBANEZ, S. M.
La esencia de la Hispanidad.
Al celebrarse, en mayo de 1881, el segundo centenario de la
muerte del

célebre dramaturgo español Pedro Calderón de la
Barca,
donJ\f;;rceJ_ino_Menéodez y_PeJJtyO pronunció en su honor Jo que la _
hisroria conoce

con
el_j!O~el brimlis d ,¡ Rc1;,,r. En su parte----______
medular dice así: "brindo por las grandes ideas que fueron alma e
inspiración de los
poemas calderonianos. En primer lugar, por la
fe católica, apostólica y romana, que en siete siglos de lucha nos hizo
reconquistar elsuelo patrio, y que en los albores del Renacimiento abrió a los
castellanos las

vírgenes selvas de América, y a los portu-
gueses los fabulosos santuarios de la India. Por la fe católica que es el
s#hstratum, la esencia y Jo más grande y lo más hermoso de
nuestra reología, de nuestra filosofía, de

nuestra literatura y de
nues-
tro arre··.
''fuindQ,___ eg segundo lugar, por la antigua y tradicional monar­
quía española, cristiana en la esencia y democrática en la
forma, que
durante

todo el siglo
XVI vivió de un modo cenobítico y auste­
ro; y brindo
por la casa de Austria, que con ser de origen extranjero
y tener intereses y tendencias contrarios a los nuestros, se convirtió
en portaestandarte de la Iglesia, en gonfaloniera de la Santa Sede
durante
toda aquella centuria."
"Brindo por la nación española, amazona de la raza latina, de
la
cual fue escudo y valladar firmísimo contra la barbarie germáni­
ca y el espíritu de disgregación y herejía que separó de nosotros a
las
razas septenttion"1es."
"Brindo

por el municipio español, hijo glorioso del municipio
romano
y expresión de la verdadera y sacrosanta libertad española,
que
Calderón sublimó hasta la altura del
arte en El Alcalde de Za­
l,,mea
y que Alejandro Herculano ha inmortalizado en la histo­
ria ..... (3). En el epllogo de una de sus obras
más famosas, "Historia de los
Heterodoxos Españoles". el mismo
Menéndez y

Pelayo nos habla
(3) Antolog/a General, Ed. BAC, Madrid, 1956, pág. 4, n6m. 10,
tomo I.
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LA HISPANIDAD, HOY
de España . . . "España, evangelizadora de la mitad del orbe; Espa­
ña, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San
Ignacio ...

,
esa es

nuestra
grande?.a y nuestra unidad; no tenernOS
otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al camonalis­
mo

de los
arévacos y de los vectones o de los reyes de Taifas" (4).
En estos dos_ m,zos, Meoéo_d_ez y Pe1.ayo, en una hora aciaga para
su paiili pasto en ése -inomenio de luchas partidistas, de ambiciones
desenfrenadas de politicastros de última especie,_~-demagogos hen­
chidos de
soberbia, de traiciones de extranjerit.ant.;.,-deJllaSQnes y
de renegados, -expresa en tan breves palabras -lo que es la auténtica -- - --­
esencia
de España, esencia de

la
cual, desde hacía siglo y medio, las
esferas oficiales y dirigentes no se cansaban de renegar.
La defensa de la fe católica y apostólica, la monarquía federati­
va y misionera, la estructura orgánica, jerárquica y funcional de la
sociedad que se inicia en la familia y eri el gremio, se continúa en
el municipio
y remata en el Imperio y en la Cristiandad toda, son
las grandes notas características de la Hispanidad y de uná tradición
histórica

de
diez siglos, que se corta -en 1700 cuando se conjuga el
hecho de

una nación que, agotada,
deshecha y empobrecida, pierde
la fe en sus ideales con el
advenimiento de la dinastía borbónica al
trono de los Reyes Católicos, que trae aJ suelo hispano las recetas
matemáticas

del palacio de V
ersalles.
• • •
C.Omo en toda forma cultural y de civilización, el eje de la his­
panidad lo
constituye lo

que
se suele deoominar una
"cosmovisión"
que en este caso es la antítesis de
la que nace de la reforma protes­
tante, adquiere mayoría de
edad con la Revolución Francesa y plena
madurez con la revolución
bolchevique de

1917.
-
La cosmovisión que caracteriza a la Hispanidad es de neto corte
teocéntrico, esto

es,
hace de
Dios el
principio; el fin y el centro de
todas las cosas,

no siendo,
p<>r lo tanto, más

que una modalidad de
la que es propia del Occidente cristiano
tradicional, caracterizada
por

su acendrado
realismo y pot su sujeción perfecta al más elemen:
(4) Id., pág. 932.
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GONZALO IBAFlEZ, S. M.
tal sentido común. Hace de Dios el centro de todas las cosas, no
porque se le
oeutta dar curso a un capricho, sino porque la razón y
la fe demuestran que esa es la verdad y que volcatse al antropooen­
ttismo, .no es más que volcarse en el error.
Y porque es la verdad, es por lo que también reconoce a la li-
____ ___h_er¡:ad =mQ_J!fiLR_r<>piedad ióhereore • la personáchwnana pero,
junto

con ella, afirma su responsabilidad. El hombre es
responsable
de

sus
actos porg_l!e no-es un fin pára sí mismo y porque su libertad
le ha-~ªª para dirigirse ordenadamente al

fin que le ha pre-
____ rijaáo su Creador .. El hombre no es, como cree Protágoras, la me­
dida de todas las cosas sino una
creatll!a más,

medida por la
ley de
su
naruraleza, a la cual tiene que sujetar su actuar libre so pena de
extraviar el camino y perder el fin que constituye su última y aca­
bada perfección.
De aquí
también que la eo:istencia sea vista no tanto como un
derecho sino como el cumplimiento de un
deber, que
en el fondo
viene a identificarse con procurar en esta tierra la gloria de Dios
para gozarlo en la otra vida. Como.dice Jorge Manrique:
Este mundo es camino para el otro
que es morada- sin pesar.
Mas cumple tener buen tino
para andar esta· jornada sin errar.
Y por eso es por lo que en
la historia de la Reconquista, de los
siglos áureos
y en la conquista de América, el bien común tiene en
España, a pesar de humanas flaquezas y de individuales claudica­
ciones, una primacía absoluta sobre
el bien individual. Tal como lo
enseña Santo. Tomás, se subordina la perfección individual a la per­
fección social, lo que no
debe entenderse
como una aniquilación de
la individualidad, sino como la búsqueda de
la perfección individual
en tanto
factor de la perfección social, pues el hombre no es sólo
artífice
de la sociedad sino parte de ella y la salud del todo, como la
del cuerpo humano, no se mantiene ni se alcanza al margen de la
salud de las partes. Enseña el Aquinate: "La parte ama el bien del
todo que le es conveoiente, pero no en tal forma que refiere a sí el
bien del todo, sino más bien refiriéndose a si misma al bien del
todo" (Summa Teologica, I
q29 a.3 ).

La primada de este
bien común
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LA HISPANIDAD, HOY
al cual se sirve en cuanto en él se refleja del modo más perfecto en
la
creación de la bondad de Dios y que,
trascendentalmente se

con­
funde
con El mismo, adquiere . en el piano político una notable rele­
vancia,
tanto por la esttuctura que ha de darse y reconocerse al cuer­
po
social, como por constituir la finalidad y límite de la acción gu­
bernativa.
En lo que a lo primero respecta, la primacía del bien común es
la base del principio de subsidiaridad. El cuerpo social ha de ser or­
gánico,
jerárquico y

funcional, pues esa es la única manera de al­
canzar eficazmente
la perfección social, y consiguieotemente la de
los individuos que forman parte de
la comunidad. De este modo, cada
hombre
y cada grupo social inferior tienen toda la libertad y los me­
dios para realizar y cumplit con sus fines específicos, quedando para
las sociedades superiores, especialmeote el Estado, las funciones de
ayudar, suplir y exigir a
las menores el cumplimiento de sus debe­
res y hacer Jo que éstas no puedan realizar.
Por

eso Menéndez y Pelayo brinda por el municipio
español, he­
rencia

del romano, porque él es una de
las piedras angulares del sis­
tema socio-político español
y porque asegura la vida virtuosa del
conjunto de familias que agrupa.
Lo, mismo puede decirse de la fa­
milia, de la asociación profesional o gremial, de la región. Estos cuer­
pos intermedios forman
la esttuctura vital de !lilll nación, pues junro
con procurar la perfección . de

sus.
asociados y así, en la medida de
sus fuerzas,
la del todo social, sirven de cauce representativo para
que sus súbditos dejen oir su voz frente al
poder. político
al cual,
además, frenan,

cuando
· como la historia se encarga de demosttarlo
en múltiples
oportuuidades; éste
ttata de
abusar de
su fuerza.
En tal sentido, la autoridad,. cualquiera que sea la forma que re­
vista -en el caso español monarquía hereditaria y absoluta (no ab­
solutista)- tiene por finalidad precisamente
la consecución del bien
común, organizando racionalmente
-es decir, de acuerdo a la ley
de nuestra naturaleza y
las circuostaneias históricas-la actividad
libre de
los súbditos y de sus asociaciones particulares. Por eso, la
autoridad no
está para hacer lo que quiera, ni lo que quieran otros,
sino para servir de
cabeza, de
inteligencia común,
·de modo
que
to­
dos, ordenadamente, alcancen el bien común y en él, el suyo propio.
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GONZALO IBAFIEZ, S. M.
Todo lo demás es tiranía, anarquía o ineficacia, i<> que da lugar al
detecho
a la rebelión

o mejor
,!icho al deber de rebelión, pues como
hemos
visto, cada uno en Jo suyo, tanto gobetnanres como gobet­
nados, están todos moralmente obligados
a procurar el bien común.
Es así

como en esos años se formuló en la
teoría, y
se exigió en la
práctica,
la doctrina de las dos

legitimidades que
afectan a
toda auto­
ridad: legitimidad de ejetcicio, como
la fuodamental, y de origen,
como secundaria,
y cuya aplicación concreta hemos visto llevarse fe..
lizmente a cabo en nuestra Patria el 11 de septiembre de 1973.
Ya
San Isidoro de Sevilla, en tiempos harto pretéritos, había con­
densado esra vetdad política en una breve fórmula:
Rex eris si
recte facies, si
non facies non eris, y sobre esra base, a principios
del XVII, los jesuitas Francisco Suilrez y Robetto Belarmino se en­
frenraron con
la pretensión absolutizadora

del poder político que
preconizaba y practicaba Jacobo I de Inglaterra, con su teoría del
derecho divino

de los reyes, en
virtud de la cual
éstos podían
hacer
lo

que se les daba
la real gana.
Toda la fii<>sofía del derecho, contenida en los voluminosos tomos
"De Iure

et de Iustiria" y
otrOS sobre temas afines escritos por los
teólogo-juristas. españoles

de
los Siglos de Oro, tales como Soto,
Vá7.q_uez de Menéhaca, Vitoria, Suárez, Cano, etc., se basa en esta
concepción de la ley como ordenación racional destinada a procutat
el bien común, y en el papel de la autoridad no como intérprete de
ninguna voluntad,

sino como
inteligencia· rectota que manda y orde­
na con vistas a ese bien común y que,
por lo ranto, es delegada dé
Dios para. llevar a · cabo la labor de perfeccionar al milxim.o la crea­
ción en el ámbito
correspondiente a

una determinada nación.
Pero
España sabe

que ella es parte de otra unidad más grande
a cuyo bien común se debe y de cuya consecución depende el suyo
propio. Esra unidad mayor es la comunidad de pueblos occidentales
que surgieron del desmembramiento del Imperio Romano de Occi­
dente y que
tienen una

tradición común, unos mismos ideales de
vida y unos
mismos principios de

orgaoización. Y, porque se sabe
parre de esa unidad, es por lo que España sale en su defensa cuaodo
en el siglo XVI amenaza ruptura por el avance de las teologías protes­
ranres
que, al
proyectarse sobre

la
· ciencia política, sobre
el derecho y
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LA HISPANIDAD,-HOY
la economía, cambian radicalmente el esquema de organización so­
cial ya descrito y que, en mayor o menor medida, era similar en
todos
esoo pueblos.
Pero

esto no es todo.
Como sabemos, sobre la acción española del
siglo XVI y sobre
la conquista de
América, se

ha
fraguado toda una impresionante le­
yenda negra, en la cua,1 se narran los "horrores" de la Inquisición y
de los conquistadores.
La moderna investigación histórica se ha en­
cargado, en buena
parte de señalar la verdad al respecto, destruyen­
do la mayoría de
las calumnias y errores que dicha leyenda contenía,
dejando a la vez en evidencia que
la razón de su propalación no
radicó
en un sincero cuidado de lo que hoy llamaríamos los "dere­
chos humanos", sino en la rabia que causó y causa en los
enemigos
de la Iglesia ver cómo un país rompe con la inercia y es capaz de
sobreponerse y permanecer fiel
a Crisro cualesquiera sean las cir­
cunstancias, y la rabia de ver que por la acción decidida de España,
no fue quebrada definitivamente la Cristiandad ni
la Iglesia Cató­
lica ahogada.
Hacer caso de la lenyenda negra es como creer lo que la Unión
Soviética y sus satélites propalan acerca de Chile. Es evidente que los derechos humanos tienen muy sin
cuidado, a

los comunistas, que
los violan a más y mejor -tal como en su tiempo, los enemigos de
España y de
la Iglesia Católica tenían sus propias inquisiciones,
tanto
más atroees que la españnla, y a los indíg~ de sus colonias
los trataban
peor que a animales o cosas-sino impedir que nues,­
tra
actitud

sea ejemplo
para otros países y así se constituya un dique
fuerte y vigoroso contra
las pretensiones marxistas.
Es que,
siendo fundamental
asignar a toda
la filosofía que ins­
piraba a España en su acción histórica el lugar que en justicia se
merece, tal acción sería ininteligible si no se
la mira desde un án­
gulo snperior al estrictamente filosófico: el ángulo te0lógico.
Sin duda que en esos períodos muchas veces hubo
oficia/,mente
fines que no fueron la gloria de Dios, aunque no la contradijeran y
es un hecho que hubo españnles y
grupos de tales que no la bus­
caron en ningón momenro,
pero no puede ponerse en duda que si
bien es cierro lo

anterior no lo es menos que el fin
fundamental con-
Fundaci\363n Speiro

GONZALO IB4/ sistió en la búsqueda y acrecentamiento de esa gloria; es decir, todo
lo que España
hizo en esas gestas tuvo como razón básica el cum­
plimiento de un deber, en este caso, para con Dios, por cuyos fue.
ros se carupeó y batalló sin descanso, hasta que la nación cayó ex­
tenuada.
Como
reitetadaruente lo exponen Menéndez y Pelayo y otto gran
nómero de autores y,
pot lo demás lo corrobora la misma Historia,
la catolicidad constituye la forma de la hispanidad, es decir, lo que
la hace set Jo que es y Jo que la diferencia de todas las demás cos­
movisiones que dearubulan por el mundo.
Toda la historia de
España, basta el siglo XVII inclusive, está
empapada de este
afáu misionero, evangelizador y de defensa de la
Fe. Por eso, España no lucha por una simple organización más o
menos
imperial, sino

por la Cristiandad. Por
eso es pot Jo que, junto
a
los conquistadores, en América aparecieron los misioneros que no
sólo venían a bautizar y
enseñar la palabra de Cristo sino también
a preocuparse de que no
se violaran sus leyes. Es por eso por lo que
en muchos países de esta América las poblaciones indígenas
pur,is
son superiores en nómeto a· las blancas, y para qué hablar de las
mestizas. Esto fue posible porque el español vio en el indígena una
creatura de Dios, tan libre y racional como él, menos culta pero
capaz de salvarse, y no lo vio como un set esencialmente inferior
apto sólo
para la esclavitud o para el patíbulo.
Y por eso es por lo que, junto a las batallas militares, España no
petdió nunca de vista la colosal batalla docttinal que se libraba en toda Europa, cuyo más· álgido momento se vivió en el Concilio
de Trento, donde los teólogos españoles,
encabezados por Báñez,
Láinez y ottos, dieron resuelto combate contta las tesis fatalistas de
Luteto y Calvino que habían inficionado
las mentes de muchos ca­
tólicos; y de esa época data asimismo toda la soberbia producción de
los teólogo-juristas a que ya hicimos
menció!L Especial preocupación
de la
Corona fue

la reforma de
las Ordenes religiosas y la oportuna
corrección

de los
abusos eclesiásticos que,

en
alguna medida, dieron
origen

a
la reforma protestante y a las terribles guerras de religión
que
asolaron por más de nn siglo el resto del continente y de las cua­
les ella se vio libre.
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Fundaci\363n Speiro

LA HISPANIDAD, HOY
Toda esta visión sobrenatural de las cosas explica razonablemen­
te la historia española, de modo principal la de los siglos áureos,
en

que un pueblo se identificó con la causa de Cristo
-que no
es
puramente religiosa-
y capitaneado por la casa de Austria, en es­
pecial por Carlos V
y Felipe II, se entregó a la ardua lucha para
hacerla triunfar. Todo el arte, toda la literatura, la pintura, la arqui­
tectura de esa
época están totalmente traspasados por ese espíritu
que florece además en
la más alta cumbre de la vida cristiana, como
es
la vida mística, con San Juan de la
Cruz, Santa Teresa de Jesós
y todo el conejo de sus seguidores.
Contra esto se podrá alegar lo que se quiera: los españoles no
son ni eran ángeles,
eran y son tan pecadores como lo sdemás pero,
por lo menos en los tiempos que comentamos, no pretendían encu­
brir sus pecados en teologías
y doctrinas hechas ad hoc para justifi­
carlos,
· sino

que
virilmente los

reconocían como tales
y los conresa­
ban como lo manda la Iglesia católica. A ningón español se le pasó
por la cabeza excusarse alegando el fatalismo y el determinismo lu­
terano o
ca:lvinista. La afirmación de la libertad humana coollevó
siempre
la de responsabilidad con todo lo que significa e impliai.
Todo este espíritu fue el que España, junto con las formas ju­
rídicas,
políticas
y morales, trasmitió a los pueblos que salieron de
su seno, y por eso, como lo recuerda reiteradamente Maeztu en su
obra, la Hispanidad no es una realidad geográfica que se agota en la
Peníosula ni
tan sólo en los límites del Imperio español, sino que
es una cultura, un modo de vida, una cosmovisión, en resumen, una
verdadera
paideia, seg6n el significado que W erner Saeger asigua
al término (5), capaz de ser vivida no sólo por españoles, hispano­
americanos

o filipinos, sino por cualquiera que con sentido común,
sensatez, inteligencia y sin complejos quiera ver las cosas como son
y no pretenda fabricarse mundos de fantasía donde dar rienda suel­
ta a su imaginaci6n, o· sacrificar su destino eterno a efímeros triun-
(5) Véase WEGNER }AEGBR: «Paideia o los ideales de la cultuta gíiega»,
Fondo de Cultura Er:on&mica, México, 1967, y «Cristianismo primitivo y
Paideia griega», Fondo de Cu/111,a Económica, México, 1965.
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Fundaci\363n Speiro

GONZALO IBAÑEZ, S. M.
fos inmediatos, es decir, que de algún modo tenga presente el sano
consejo

de Jesús:
"De qué vale ganar todo el mundo, si al final
pierde
el alma".
La Hi"Panidad, hoy.
Como decíamos más
arriba, la
Hispanidad no es más que una
modalidad del espíritu que animaba a todo el Occidente Cristiano
hasta que sobrevino la tajante ruptura de
la reforma protestante, y
que como tal modalidad se caracteriza por una mayor acentuación
de los rasgos básicos de ese espíritu, acritud típica de los pueblos
que viven en ·tierra de fronteras, constantemente con el arni.a-al
brazo.
Como señala Francisco Elías ·de Tejada, en su obra "La Monar­
quía

Tradicional", durante los siglos
XVI y XVII "La Cristiandad
muere
pata nacer Europa cuando ese perfecto· organismo se rompe
desde 1517 hasta 1648 en cinco rupturas sucesivas, cinco horas de
parto y crianza de Europa, cinco

puñales en
la carne histórica de la
Cristiandad. A saber: la ruptura religiosa del protestantismo lute­rano, la ruptura ética con Maquiavelo, la ruptura política por mano
de Bndin,
la ruptura jurídica en Grocio y en Hobbes, y la ruptura
definitiva del cuerpo místico cristiano en los
tratados de

W estfalia.
Desde 1517 hasta
1648 Europa

nace y crece,
y a medida que nace
y crece Europa,
la Cristiandad fallece y muere" (6).
Cuando los tratados de W estfalia vienen a poner, en 1648,
tér­
mino a la guerra de los Treinta Años que asoló sin compasión a toda
Europa, se consuma con ellos
la destrucción de la Cristiandad oc­
cidental. Pero sería
equivocarse el
creer que tales
tratados fueron la
causa de la división que, desde esa fecha, presenta nuestro Occiden­
te. Esos tratados no son más que la consecuencia jurídica de un he­
cho moral que subyace en la raíz de las cinco rupturas de que nos
habla
el profesor Ellas de Tejada: ya desde el siglo XV -el ocaso
de la Edad Media- un principio venía perdiendo terreno -y con él todas
las bases de la organización social- dejando lugar al que
( 6) Ed. Rialp, Madrid, 19,4, págs. 37-38.
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Fundaci\363n Speiro

LA HISPANIDAD, HOY
constituye su antítesis. Es el principio del bien .común que deja de
ser el
fin último de la acción· social y personal, para ceder la prima­
da a la
consecución de

un pretendido bien individual, buscándose
el
común -- para
alcaoz.ar a aquél. Es decir, del· amor a Dios por sobre todas las
cosas, el eje cambió al amor ·del individuo a sí mismo, de manera
que el egoísmo se hizo el
hábito característico
de
la nueva sociedad
nacida en
esos años. ¿Qué de raro, entonces, que perdido el fin co­
mún, que es el principio vital de las naciones, la Cristiandad primero,
y las naciones después, entraran en proceso de acelerada disolución,
proceso

que se
radicaliza en la Revolución francesa -matrona de
todas las revoluciones que deshacen
Europa durante el XIX-, y que
llega al punto
más grave con la revolución bolchevique de 1917?
Si uno analiza todas las revoluciones contemporáneas, especial­
mente estas dos últimas, cabe
destacar, como muy bien lo indica
Donoso
Cortés en sus múl ter netamente antropocéntrico que las lleva a hacer del hombre el
centro de todas las cosas, relegando a Dios a un lugar secundario u
olvidándolo en el ateísmo
radical. El problema reside en que siendo
muchos los hombres
y perdida la norma moral objetiva que signi­
fica la ley natural, que es ley de subordinación a Dios, el pandero
Jo llevará el más fuerte, el capaz de imponer a
fo; demás su voluntad.
Y

la historia de Occidente desde principios del
XVII no ha sido más
que
eso, hasta llegar al punto en que nos encontrarnos hoy, en que
un nuevo amo asoma por el horizonte del futuro para desplazar a
los
antiguos
y quedarse con el botín.
A

partir
de Westfalia, la paz dejó de ser la tranquilidad en el
orden, para
convertirse en

un equilibrio
mecanicista, basado

en el
terror mutuo a la común destrucción, desprovisto
aboolutamente de
razone, que lo sustentaran y que hicieran moralmente obligatoria su
observancia. Es de aquí de donde se genera el famoso principio de
la negociación para resolver los conflictos internacionales,
y que no
es más que la
ponderación de

las fuerzas contrarias
y según eso llegar
• precarias soluciones, violables una vez que cambia el equilibrio de
fuerzas.
La aplicación de esta política que hoy hacen los comunistas no
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GONZALO IBAFIBZ, S. M.
es más~ entonees, que el refinamiento sumado a una decisión satá~
nica, de lo que ha sido característico en las relaciones intemaeionales
entre las "civilizadas" potencias de Occidente durante los últimos
doscientos cincuenta años.
No es del caso
hacer aquí

un
an,llisis de la situación mundial,
pero a poco que se
la observe en sus raíces podrán verse los prin­
cipios
contra los

cuales denodadamente luchó
España durante dos
siglos. Con seguridad, en su tiempo no se apreció la gravedad que
encerraban
peto, como enseña Santo Tomás, un error pequeño en
los principios es gigantesco en las consecuencias, y eso es lo que la
historia se
encarga de demostrar en forma trágica

en los
días que
corren.
Por. eso, cuando nos preguntamos pot la vigencia de la herencia
hispánica
en

el mundo contemporáneo, nos
estamOs preguntando
por
la vigencia no de figuras
exteriores de

organización política que,
probablemente
jamils vuelvan ni falta que hace, peto sí por unos
principios de

vida, de organización
social, por una visión de la vida
y del universo que siendo sustancialmente verdadera, es capaz de set
aplicada de modo analógico en nuestrOS días, a pesar de la infantil
opinión de
. Maritain
que la
consideraba absolutamente
inviable.
La
historia, juez implacable. de doctrinas e ideologías, se ha encargado
de demostrar cuán lejos se encontraba Maritain de la razón en todos
sus planteamientos socio-políticos.
Aunque
parezca pretencioso decirlo, la actnalidad de la Hispani­
dad es la misma que la
actnalidad de la verdad: mientras no reco­
nozcamos

a Dios como
principio, fin

y centro de todo cuanto
exis­
te; al bien común, como el primero y más importante fin en cada
orden social; y a la ley de nuestra naturaleza como la única regla
mota!
vfüda y
objetiva, seguiremos dando
tumbos, pues con ello
rechazamos los

únicos principios razonables de organización
social
tanto en el plano interno de las naciones corno en el intemacional.
De aquí la tremenda acrnalidad de la obra de Maeztu. Escrita en
horas
duras, mantiene toda su vigencia
cuarenta años después, y lo
que fue
cletto pata

España en 1936,
y para Chile en 1973 lo es
también pata el resto del mundo de hoy,
y quizás mils. Dios quieta
sea
así comprendido.
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