Índice de contenidos
Número 150
Serie XV
- Textos Pontificios
- Actas
-
Estudios
-
Ante la muerte de Mao Tse-Tung. Consideraciones sobre el comunismo chino y el soviético
-
El monismo en el pensamiento actual
-
Charles Maurras y Cataluña. (Algunos textos de «Vers l'Espagne de Franco»)
-
La libertad religiosa oprimida en la URSS
-
Hacia el paro obrero por vía de la inflación
-
Responsabilidad-Reflexiones sobre los servomecanismos
-
El progresismo religioso. (Orígenes, desarrollo y crítica) (II)
-
- Congresos
- Información bibliográfica
- Ilustraciones con recortes de periódicos
- Noticias
Autores
1976
Hacia el paro obrero por vía de la inflación
HACIA EL PARO OBRERO POR VIA
DE LA INFLACION
POR
F. v. HAYECK.
Premio Nobel de Economía.
Lamentable, ciertamente, resulta tener que admitir que somos
nosotros,
los economistas, o, al menos, aquella mayoría de compa
ñeros míos que un día entregru,anse en los bta2os keynesiaoos, los
responsables direcros de k presente inflación de carácter mundial.
Nuestros actuales sinsabores ron COllS
de
ks ensefianzas de Lon:I Keynes. Aconsejados y, aun impulsados
por sus seguidores, fos gobernantes, desde hace tiempo han venido
financiando el gasto público, en proporción cada vez mayor, me
diante ]s_ creaci6n mooen,,,ia, manipulación ésta que forzosamente
había
de
provocar k gigantesca inflación que hoy padecemos, como
hubiera predicho cualquier economista medianamente . informado de
la
época prekeynesiana. Actuó así k clase política, convencida de
que
sólo por
tal camino cabfa ofrecer a ks gentes empleo pleno y
permanente.
Gustosos, desde luego, prohijaron los
dirigentes una
teoría que
les
atraía por
el hedto de asegurar que [os incrementados medios de
pago, mientras
hubiera desempleo, resultaban no
sólo inocuos, sino
incluso
beneficiosos.
Los keynesianos, en efecto, invariablemente pro
clamaban que el incremento del gastO, si servía para ampliar el nú
mero de puestos de trabajo, jamás podía provocar efectos inflacioni>.
rios. Pero cuando, últimamente, k inoa:dt:d,Je subida de ios precios
ha
venido
a demostrar la vacuidad de la tesis, sus defensores, va
riando de postura, argumentan que una inflación moderada no cons
tituye más que mero pecadillo, fácilmente exooerable ame el logro
del pleno empleo. El
Canciller alemán, en ta!l sentido, no ha mu-
1423
Fundaci\363n Speiro
F. v. HAYECK
cho dijo que "es preferible un 5 % de iafllación a un 5 % de des
empleo".
Aseveraciones de este tipo tranquilizan la mente de quienes no
se percamn de los graves daños que la inflación lleva siempre apa
rejados
ronsigo. Afírmase, ron el beneplácito de no pocos economis
tas, que aquélla, en definitiva, lo úniro que hace es provocar una
cierra redistribución de rentas, de manera que lo que unos pierden,
otros Jo
ganan; el
desempleo, en
cambio -- total del sistema.
Quedan, por ta!! cauce, enmascarados los perjuicios mayores que
la
inflación irroga, es decir, las distorsiones y los desequilibrios eco
nómicos que, al final, han de dar lugar a desemplro superior toda
vía a aquel que se
pretendió remediar.
Esto sucede
porque los nue
vos medios de
pago crean
unos puesros de trabajo que sólo pueden
perviv~r mientras se mantenga y en muchos casos únicamente si
se incrementa la inflación. El sistema padece de una inestabilidad
creciente; una porción cada vez mayor del empleo depende de la
prosecución
y aun de la ampliación de la creación monetaria. Cual
quier
reducción de la
misma da Jugar a un grado de desempleo que
autoridad
pública alguna
puede hoy soportar, por Jo que los go
bernantes vense obligados a reforzar las previas medidas inflacio
nistas, lejos de suprimirlas.
Por
otra parte, también
conocemos actualmente eso
que
ahota
llaman
estagflaci6n, o sea aquella situación en que la inflación ptae
ticada no bosta para asegutar el pleno empleo. Difícilmente osan,
los gobernantes, dejar de impulsar mayores infJaciones.
Pero
la actividad
inflacionaria no puede ser indefinidamente pro
seguida, pues
la acelerada creación de medios de pago provoca, ron
el
tiempo,
la desintegtaeión completa del oo:len monetario y del
sistema económico. Tan desastroso final, desde luego, no se evita
recurriendo a
la
tasación de precios y salarios, toda vea que la per
vivencia
de aquellos puestOS de
trabajo que
la inflación engendra
exige permanentemente alza de los primeros, apareciendo el paro
en cuanto [os mismos dejan de subir. Las inflaciones reprimidas,
aparte de provocar mayor distorsión económica que ,las abiertas, no
1424
Fundaci\363n Speiro
HACIA EL PARO OBRERO POR VIA DE LA INFLAGION
pueden ni siquiera manlJeller el nivel de empleo que éstas, al prin
cipio, consiguen.
Hallámonos en una posición verdaderamente angustiosa. Los po
líticos, todos, repiten una y otra vez que van a yugular la infla
ción
man1Je11iendo, al mismo tiempo, el pleno empleo. Pero ambos
objetivos, a la par, no pueden, evidentemente, a:k:anza,jlos. Y, cuanto
mayor tiempo procuren mantener el nivel de empleo a base de in
flación,
superior
será al final el paro. No hay, por desgracia, mágico
trneo alguno que pueda milagrosamente sacarnos de la dramática
disyuntiva en que nosotros mismos nos
hemos colocado.
No oocesitamos pasar, pese a k> anterior, por un período de des
empleo simi:lar al padecido durantre loo años treinta. Tal situación
debióse a una efectiva
rest!ricción de
la
demanda que no IJellía por
qué haber sido producida. Fort.OSO, sin embargo, resulta •econocer
que
la
terminación o, incluso, :la mera minoración de la actual
in
flación, forzosamente ha de dar paro a sustancial desempleo. A na
die, desde luego, tal efecto agrada; pero no cabe ya evitarlo y, cuan
to más pospongamos el remedio, mayor será el desempleo último,
como anterioomente se decía.
Existe, no hay duda, una alternativa que, por desgracia, es po
sible prevalezca: la implootación de un régimen económico coac
tivo, bajo
el cwd, a cada uno será asignado su respectivo puesto de
trabajo. Desaparecería, por tal vía, el pato declarado; pero la suer
te de la inmensa mayoría laboral resu[raría, entonoes, todavía peor
que la que un cierto grado de desempleo correspendería.
No
debe
atribuirse a la mecánica del mercado libre (ni al sistema
capit"1ista)
la desgraciada situación en que nos hallamos; es ésta,
por el contrario, fruto exclusivo de las erróneas prácticas monetarias
y financieras universalmente aceptadas. Hemos desatado, pero ahora
a
escila colosal,
las mismas causas que
provocaron los anteriores
auges y
las subsiguientes dep.esiones. Nuestra tan dilatada infla
ción
actual
ha impulsado el factor trabajo, así como otrOS múltiples
medios
de producción, a inversiones que,
hoy por hoy, son improce
dentes, inversiones que
sólo pueden pervivir
en
tantn la creación
de
dinero sobrepase
las especulaciones del póblico. El viejo orden
monetario impedía que
Eil auge inflacionista perdurase; nosotros, en
1425
Fundaci\363n Speiro
F. v. HAYBCK
cambio, hemos conseguido estructurar un sisooma que ha permiti
do prosiguiera la inflacionaria creación de medios de pago durante
dos décadas largas.
Cuanto más pretendamos prolongar la situación, como tantas ve
ces digo, peores serán las consecuencias últimas. Podemos aún im
pedir muchos futuros dolores, pero, a pesar de ello, es preciso nos
percatemos de que resulta vana ilusión el pensar que cabe alimentar
indefinidamente el auge; dediquémonos, en cambio, de un modo
serio, a
procurar mitiga: los sufrimientos ineludibles, evitando que
la
recesión desemboque en
la
temida espiral deflacionaria. Olvide
tnos la inútil pretensión de mantener puestos de trabajo artificial
mente creados, . poniendo, por el contrario, los medios necesarios
para quienes hayan de perder sus presentes empleos, bailen otros per
manentes o transitorios.
No podemos, por más tiempo, eludir el proJ,!ema; la política
del
avestruz de nada nos servici. Es cierto que pueden producirse
disturbios
sociales graves,
cuando
las gentes, engañadas durante tan
to
tiempo, comprueben que el gobierno no
tiene ca,pecidad para
evitar el paro, contrariamente a lo que siempte se les había dicho.
Pero,
si por
desgracia, tales conmociones llegan a producirse, la ver
dad rerá que nosotros mismos bien nos las .habremos buscado.
1426
Fundaci\363n Speiro
DE LA INFLACION
POR
F. v. HAYECK.
Premio Nobel de Economía.
Lamentable, ciertamente, resulta tener que admitir que somos
nosotros,
los economistas, o, al menos, aquella mayoría de compa
ñeros míos que un día entregru,anse en los bta2os keynesiaoos, los
responsables direcros de k presente inflación de carácter mundial.
Nuestros actuales sinsabores ron COllS
ks ensefianzas de Lon:I Keynes. Aconsejados y, aun impulsados
por sus seguidores, fos gobernantes, desde hace tiempo han venido
financiando el gasto público, en proporción cada vez mayor, me
diante ]s_ creaci6n mooen,,,ia, manipulación ésta que forzosamente
había
de
provocar k gigantesca inflación que hoy padecemos, como
hubiera predicho cualquier economista medianamente . informado de
la
época prekeynesiana. Actuó así k clase política, convencida de
que
sólo por
tal camino cabfa ofrecer a ks gentes empleo pleno y
permanente.
Gustosos, desde luego, prohijaron los
dirigentes una
teoría que
les
atraía por
el hedto de asegurar que [os incrementados medios de
pago, mientras
hubiera desempleo, resultaban no
sólo inocuos, sino
incluso
beneficiosos.
Los keynesianos, en efecto, invariablemente pro
clamaban que el incremento del gastO, si servía para ampliar el nú
mero de puestos de trabajo, jamás podía provocar efectos inflacioni>.
rios. Pero cuando, últimamente, k inoa:dt:d,Je subida de ios precios
ha
venido
a demostrar la vacuidad de la tesis, sus defensores, va
riando de postura, argumentan que una inflación moderada no cons
tituye más que mero pecadillo, fácilmente exooerable ame el logro
del pleno empleo. El
Canciller alemán, en ta!l sentido, no ha mu-
1423
Fundaci\363n Speiro
F. v. HAYECK
cho dijo que "es preferible un 5 % de iafllación a un 5 % de des
empleo".
Aseveraciones de este tipo tranquilizan la mente de quienes no
se percamn de los graves daños que la inflación lleva siempre apa
rejados
ronsigo. Afírmase, ron el beneplácito de no pocos economis
tas, que aquélla, en definitiva, lo úniro que hace es provocar una
cierra redistribución de rentas, de manera que lo que unos pierden,
otros Jo
ganan; el
desempleo, en
cambio -- total del sistema.
Quedan, por ta!! cauce, enmascarados los perjuicios mayores que
la
inflación irroga, es decir, las distorsiones y los desequilibrios eco
nómicos que, al final, han de dar lugar a desemplro superior toda
vía a aquel que se
pretendió remediar.
Esto sucede
porque los nue
vos medios de
pago crean
unos puesros de trabajo que sólo pueden
perviv~r mientras se mantenga y en muchos casos únicamente si
se incrementa la inflación. El sistema padece de una inestabilidad
creciente; una porción cada vez mayor del empleo depende de la
prosecución
y aun de la ampliación de la creación monetaria. Cual
quier
reducción de la
misma da Jugar a un grado de desempleo que
autoridad
pública alguna
puede hoy soportar, por Jo que los go
bernantes vense obligados a reforzar las previas medidas inflacio
nistas, lejos de suprimirlas.
Por
otra parte, también
conocemos actualmente eso
que
ahota
llaman
estagflaci6n, o sea aquella situación en que la inflación ptae
ticada no bosta para asegutar el pleno empleo. Difícilmente osan,
los gobernantes, dejar de impulsar mayores infJaciones.
Pero
la actividad
inflacionaria no puede ser indefinidamente pro
seguida, pues
la acelerada creación de medios de pago provoca, ron
el
tiempo,
la desintegtaeión completa del oo:len monetario y del
sistema económico. Tan desastroso final, desde luego, no se evita
recurriendo a
la
tasación de precios y salarios, toda vea que la per
vivencia
de aquellos puestOS de
trabajo que
la inflación engendra
exige permanentemente alza de los primeros, apareciendo el paro
en cuanto [os mismos dejan de subir. Las inflaciones reprimidas,
aparte de provocar mayor distorsión económica que ,las abiertas, no
1424
Fundaci\363n Speiro
HACIA EL PARO OBRERO POR VIA DE LA INFLAGION
pueden ni siquiera manlJeller el nivel de empleo que éstas, al prin
cipio, consiguen.
Hallámonos en una posición verdaderamente angustiosa. Los po
líticos, todos, repiten una y otra vez que van a yugular la infla
ción
man1Je11iendo, al mismo tiempo, el pleno empleo. Pero ambos
objetivos, a la par, no pueden, evidentemente, a:k:anza,jlos. Y, cuanto
mayor tiempo procuren mantener el nivel de empleo a base de in
flación,
superior
será al final el paro. No hay, por desgracia, mágico
trneo alguno que pueda milagrosamente sacarnos de la dramática
disyuntiva en que nosotros mismos nos
hemos colocado.
No oocesitamos pasar, pese a k> anterior, por un período de des
empleo simi:lar al padecido durantre loo años treinta. Tal situación
debióse a una efectiva
rest!ricción de
la
demanda que no IJellía por
qué haber sido producida. Fort.OSO, sin embargo, resulta •econocer
que
la
terminación o, incluso, :la mera minoración de la actual
in
flación, forzosamente ha de dar paro a sustancial desempleo. A na
die, desde luego, tal efecto agrada; pero no cabe ya evitarlo y, cuan
to más pospongamos el remedio, mayor será el desempleo último,
como anterioomente se decía.
Existe, no hay duda, una alternativa que, por desgracia, es po
sible prevalezca: la implootación de un régimen económico coac
tivo, bajo
el cwd, a cada uno será asignado su respectivo puesto de
trabajo. Desaparecería, por tal vía, el pato declarado; pero la suer
te de la inmensa mayoría laboral resu[raría, entonoes, todavía peor
que la que un cierto grado de desempleo correspendería.
No
debe
atribuirse a la mecánica del mercado libre (ni al sistema
capit"1ista)
la desgraciada situación en que nos hallamos; es ésta,
por el contrario, fruto exclusivo de las erróneas prácticas monetarias
y financieras universalmente aceptadas. Hemos desatado, pero ahora
a
escila colosal,
las mismas causas que
provocaron los anteriores
auges y
las subsiguientes dep.esiones. Nuestra tan dilatada infla
ción
actual
ha impulsado el factor trabajo, así como otrOS múltiples
medios
de producción, a inversiones que,
hoy por hoy, son improce
dentes, inversiones que
sólo pueden pervivir
en
tantn la creación
de
dinero sobrepase
las especulaciones del póblico. El viejo orden
monetario impedía que
Eil auge inflacionista perdurase; nosotros, en
1425
Fundaci\363n Speiro
F. v. HAYBCK
cambio, hemos conseguido estructurar un sisooma que ha permiti
do prosiguiera la inflacionaria creación de medios de pago durante
dos décadas largas.
Cuanto más pretendamos prolongar la situación, como tantas ve
ces digo, peores serán las consecuencias últimas. Podemos aún im
pedir muchos futuros dolores, pero, a pesar de ello, es preciso nos
percatemos de que resulta vana ilusión el pensar que cabe alimentar
indefinidamente el auge; dediquémonos, en cambio, de un modo
serio, a
procurar mitiga: los sufrimientos ineludibles, evitando que
la
recesión desemboque en
la
temida espiral deflacionaria. Olvide
tnos la inútil pretensión de mantener puestos de trabajo artificial
mente creados, . poniendo, por el contrario, los medios necesarios
para quienes hayan de perder sus presentes empleos, bailen otros per
manentes o transitorios.
No podemos, por más tiempo, eludir el proJ,!ema; la política
del
avestruz de nada nos servici. Es cierto que pueden producirse
disturbios
sociales graves,
cuando
las gentes, engañadas durante tan
to
tiempo, comprueben que el gobierno no
tiene ca,pecidad para
evitar el paro, contrariamente a lo que siempte se les había dicho.
Pero,
si por
desgracia, tales conmociones llegan a producirse, la ver
dad rerá que nosotros mismos bien nos las .habremos buscado.
1426
Fundaci\363n Speiro