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Número 150

Serie XV

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Hacia el paro obrero por vía de la inflación

HACIA EL PARO OBRERO POR VIA
DE LA INFLACION
POR
F. v. HAYECK.
Premio Nobel de Economía.
Lamentable, ciertamente, resulta tener que admitir que somos
nosotros,
los economistas, o, al menos, aquella mayoría de compa­
ñeros míos que un día entregru,anse en los bta2os keynesiaoos, los
responsables direcros de k presente inflación de carácter mundial.
Nuestros actuales sinsabores ron COllS de
ks ensefianzas de Lon:I Keynes. Aconsejados y, aun impulsados
por sus seguidores, fos gobernantes, desde hace tiempo han venido
financiando el gasto público, en proporción cada vez mayor, me­
diante ]s_ creaci6n mooen,,,ia, manipulación ésta que forzosamente
había

de
provocar k gigantesca inflación que hoy padecemos, como
hubiera predicho cualquier economista medianamente . informado de
la
época prekeynesiana. Actuó así k clase política, convencida de
que
sólo por
tal camino cabfa ofrecer a ks gentes empleo pleno y
permanente.
Gustosos, desde luego, prohijaron los

dirigentes una
teoría que
les

atraía por
el hedto de asegurar que [os incrementados medios de
pago, mientras

hubiera desempleo, resultaban no
sólo inocuos, sino
incluso

beneficiosos.
Los keynesianos, en efecto, invariablemente pro­
clamaban que el incremento del gastO, si servía para ampliar el nú­
mero de puestos de trabajo, jamás podía provocar efectos inflacioni>.­
rios. Pero cuando, últimamente, k inoa:dt:d,Je subida de ios precios
ha

venido
a demostrar la vacuidad de la tesis, sus defensores, va­
riando de postura, argumentan que una inflación moderada no cons­
tituye más que mero pecadillo, fácilmente exooerable ame el logro
del pleno empleo. El
Canciller alemán, en ta!l sentido, no ha mu-
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cho dijo que "es preferible un 5 % de iafllación a un 5 % de des­
empleo".
Aseveraciones de este tipo tranquilizan la mente de quienes no
se percamn de los graves daños que la inflación lleva siempre apa­
rejados
ronsigo. Afírmase, ron el beneplácito de no pocos economis­
tas, que aquélla, en definitiva, lo úniro que hace es provocar una
cierra redistribución de rentas, de manera que lo que unos pierden,
otros Jo
ganan; el

desempleo, en
cambio -- total del sistema.
Quedan, por ta!! cauce, enmascarados los perjuicios mayores que
la
inflación irroga, es decir, las distorsiones y los desequilibrios eco­
nómicos que, al final, han de dar lugar a desemplro superior toda­
vía a aquel que se
pretendió remediar.
Esto sucede
porque los nue­
vos medios de

pago crean
unos puesros de trabajo que sólo pueden
perviv~r mientras se mantenga y en muchos casos únicamente si
se incrementa la inflación. El sistema padece de una inestabilidad
creciente; una porción cada vez mayor del empleo depende de la
prosecución
y aun de la ampliación de la creación monetaria. Cual­
quier

reducción de la
misma da Jugar a un grado de desempleo que
autoridad

pública alguna
puede hoy soportar, por Jo que los go­
bernantes vense obligados a reforzar las previas medidas inflacio­
nistas, lejos de suprimirlas.
Por

otra parte, también
conocemos actualmente eso

que
ahota
llaman
estagflaci6n, o sea aquella situación en que la inflación ptae­
ticada no bosta para asegutar el pleno empleo. Difícilmente osan,
los gobernantes, dejar de impulsar mayores infJaciones.
Pero

la actividad
inflacionaria no puede ser indefinidamente pro­
seguida, pues
la acelerada creación de medios de pago provoca, ron
el

tiempo,
la desintegtaeión completa del oo:len monetario y del
sistema económico. Tan desastroso final, desde luego, no se evita
recurriendo a

la
tasación de precios y salarios, toda vea que la per­
vivencia

de aquellos puestOS de
trabajo que

la inflación engendra
exige permanentemente alza de los primeros, apareciendo el paro
en cuanto [os mismos dejan de subir. Las inflaciones reprimidas,
aparte de provocar mayor distorsión económica que ,las abiertas, no
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HACIA EL PARO OBRERO POR VIA DE LA INFLAGION
pueden ni siquiera manlJeller el nivel de empleo que éstas, al prin­
cipio, consiguen.
Hallámonos en una posición verdaderamente angustiosa. Los po­
líticos, todos, repiten una y otra vez que van a yugular la infla­
ción
man1Je11iendo, al mismo tiempo, el pleno empleo. Pero ambos
objetivos, a la par, no pueden, evidentemente, a:k:anza,jlos. Y, cuanto
mayor tiempo procuren mantener el nivel de empleo a base de in­
flación,
superior
será al final el paro. No hay, por desgracia, mágico
trneo alguno que pueda milagrosamente sacarnos de la dramática
disyuntiva en que nosotros mismos nos
hemos colocado.
No oocesitamos pasar, pese a k> anterior, por un período de des­
empleo simi:lar al padecido durantre loo años treinta. Tal situación
debióse a una efectiva
rest!ricción de

la
demanda que no IJellía por
qué haber sido producida. Fort.OSO, sin embargo, resulta •econocer
que

la
terminación o, incluso, :la mera minoración de la actual

in­
flación, forzosamente ha de dar paro a sustancial desempleo. A na­
die, desde luego, tal efecto agrada; pero no cabe ya evitarlo y, cuan­
to más pospongamos el remedio, mayor será el desempleo último,
como anterioomente se decía.
Existe, no hay duda, una alternativa que, por desgracia, es po­
sible prevalezca: la implootación de un régimen económico coac­
tivo, bajo
el cwd, a cada uno será asignado su respectivo puesto de
trabajo. Desaparecería, por tal vía, el pato declarado; pero la suer­
te de la inmensa mayoría laboral resu[raría, entonoes, todavía peor
que la que un cierto grado de desempleo correspendería.
No

debe
atribuirse a la mecánica del mercado libre (ni al sistema
capit"1ista)
la desgraciada situación en que nos hallamos; es ésta,
por el contrario, fruto exclusivo de las erróneas prácticas monetarias
y financieras universalmente aceptadas. Hemos desatado, pero ahora
a
escila colosal,

las mismas causas que
provocaron los anteriores
auges y
las subsiguientes dep.esiones. Nuestra tan dilatada infla­
ción
actual
ha impulsado el factor trabajo, así como otrOS múltiples
medios

de producción, a inversiones que,
hoy por hoy, son improce­
dentes, inversiones que
sólo pueden pervivir

en
tantn la creación
de

dinero sobrepase
las especulaciones del póblico. El viejo orden
monetario impedía que
Eil auge inflacionista perdurase; nosotros, en
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F. v. HAYBCK
cambio, hemos conseguido estructurar un sisooma que ha permiti­
do prosiguiera la inflacionaria creación de medios de pago durante
dos décadas largas.
Cuanto más pretendamos prolongar la situación, como tantas ve­
ces digo, peores serán las consecuencias últimas. Podemos aún im­
pedir muchos futuros dolores, pero, a pesar de ello, es preciso nos
percatemos de que resulta vana ilusión el pensar que cabe alimentar
indefinidamente el auge; dediquémonos, en cambio, de un modo
serio, a
procurar mitiga: los sufrimientos ineludibles, evitando que
la
recesión desemboque en

la
temida espiral deflacionaria. Olvide­
tnos la inútil pretensión de mantener puestos de trabajo artificial­
mente creados, . poniendo, por el contrario, los medios necesarios
para quienes hayan de perder sus presentes empleos, bailen otros per­
manentes o transitorios.
No podemos, por más tiempo, eludir el proJ,!ema; la política
del
avestruz de nada nos servici. Es cierto que pueden producirse
disturbios
sociales graves,

cuando
las gentes, engañadas durante tan­
to

tiempo, comprueben que el gobierno no
tiene ca,pecidad para
evitar el paro, contrariamente a lo que siempte se les había dicho.
Pero,
si por
desgracia, tales conmociones llegan a producirse, la ver­
dad rerá que nosotros mismos bien nos las .habremos buscado.
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