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Número 150

Serie XV

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Georges Suffert: Los intelectuales en «chaise longue»

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cimiento y de la ciencia política en particular. Hay proposiciones
que
quedan un

tanto en
e!I aire por esta omisión: " ... la ra2Ón pro-
cede, como la naturaleza, de lo simple a lo complejo ... " (pág. 114);
"la política comenzará por estudiar su objeto de la manera como
cualquier ciencia especulativa ( ... ), está obligada a hacerlo, mediante
un
prore!imiento anaUtico que reduce cada «todo» complejo en
sus elementos más simples "(pág. 132).
To! vez los estrechos límites de este ensayo obscurezcan, en al­
gún

punto, el
discurso de Kéraly, como 1lll describir la causa material
de la sociedad
(págs. 99-100).
Finolmente, considero que la bibliografía utilizada adolece de un
exclusivismo muy francés, pues casi todas las obras que menciona
son de compatriotas suyos, olvidando contribuciones muy importantes
de otros nmchos autores.
Puede decirse, sin embargo, que este
libro merece

especial aten­
ción, como ya
hemos hecho

resaltar, no
sólo por la versión de Santo
Tomás, sino por el fino
análisis de H. Kéraly, muy útil para ini­
ciarse· en

la obra política del
Doctor Angélico.
JOSÉ MIGUEL GAMERA GUTIÉRBEZ.
Suffert, Georges: LOS INTELECTUALF.S EN "CHAISE
LONGUE" (1).
Las palabras inicioles de Georges Sufferr en la "Introducción"
al
•libro que comentamos,

acerca de
cuil era su intención inicial, nos
ubican,

apenas comenzada la
lectura, en cuál será la perspectiva desde
la que, a lo largo de sus siete capítulos, realizará una radiografía
profunda en
la que
no
escasean las
notas de aguda ironía de aque­
llos individuos que nuestra sociedad
ha bautizado con el nombre
de intelectuales, como si la operación de int"1ectualizar la realidad
fuese exclusiva de algunos pocos: "Lo cierto es que acabé por darme
cuenta

de que existía un formidable
malentendido. Jlstos intelectua·
les,

pese a
lo que suponían, andaban a la busca de una religi6n de
recambio. No

soportaban, sin embargo, la idea de la muerte de Dios
ni !las ex:igencias de una moral de
,la libertad, de la cual se sentían
paladines. Siendo yo, en
cambio, católico

de la especie
más vulgar,
no tenía necesidad de ningún sucedáneo de la re1igi6n. Por el lado
(1) Traducción y prólQJlO de Salvador Vallina, Madrid, Sociedad His.·
panoamericana_ de Ediciones y Distribución - Magisterio Español, 1976, 158
páginas.
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metafísico, me sentía servido. Elloo no. De doruie paradójicamente
reswtaba
esto: elloo eran los

espíritus
religi060S y yo el espíritu
laico,

en cuanto a lo que concierne a las
rosas terrenales.
Y o no le
pedía a
la política

el imposible
de que me suminisrrase una sociedad
perfecta, puesto que estimaba la sociedad eternamente inconclusa;
rampoco
le

pedía a la ciencia que me explicase
el sentido de la vida
humana, puesto

que
estimaba que era incapaz de

hacerlo, por de­
finición"
(pág. 25).
Arremete desde

esta postura que
declara inicialmente,
conrra
esa
forma cwtural que nuestro siglo ha visto aparecer con cada vez ma­
yor fuerza y que domina el
funcionamiento de loo canales de

comu­
nicación a rravés de
loo que rradicionaírnente la

generalidad
de la
gente recibía lo que se suponía eran los frutos más nuevos y fec:un­
doo de

la
inteligencia humana. Lo que Suffert analiza, en última ins­
tancia -y quizás el que no profundice lo suficiente en este meca­
nismo esencial
sea una de las carencias de su exposición- es el re­
sultado

del "vaciamiento" espiritual de los
núcleos e
instituciones
humanas de su
cualidad de

ser deposirarios de una voluntad y un
deber de

magisterio público.
Lo que se critica y desnuda implacable­
mente, es no tanto la praxis de los intelectuales de la sociedad occi­
dental, como la renuncia de las mejores conciencias a ejercer una de
las más altas manifestaciones de la caridad, que es el magisterio.
Quizás no
pueda hallarse
una forma
más rriste
y sórdida de nuestra
decadencia
cwturall que

el abandono de la
responsabilidad de la for­
mación de !os ciudadanos
a las anónimas manos de los manipwadores
de conciencias, sirvientes

del propio
egoísmo y

de
oscur06 intereses
de dominación, que son los llamados "intelectuales" de nuesrro
siglo.
La exposición de Suffert recorre una línea que consiste en una
descripción del
llamado intelectual francés, en tono ligero
y, a veces,
irónico, que a
lo largo de los capítulos va ganando en profundidad,
para

extenderse hacia una explicación del
estado actual
de
la con­
ciencia occidental
y hacia un nivel de dramatismo que hace olvidar
la amenidad y la ligereza de las primeras líneas.
¿Quién

es para el ciudadano común,
para nosorros,
el intelec­
tual? ¿Quién debería ser? ¿Qué arributos debería
reunir para

hacer­
lo
merecedor de

nuestro tiempo,
nuestra atenci6n, nuestro dinero
-a veces--, nuesrra amistad y hasta de nuesrro afecto? Veríamos
en él a quien ejerce con mayor conocimiento, responsahllidad, cari­
ño, medios materiales, etc., la capacidad de entender el mundo, que
es algo que todos
tenernos. No desearíamos a nadie que piense por
nosotros

-lo que
equivaldría a desear que

alguien viviese por
nos­
otros. Sí, esperamos la presencia de alguien en quien reronocemos
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una mayor agudeu mental que la nuestra, una mayor experiencia
en el conocimiento

de lo que apenas intuimos, una
bondad en el
servicio

al espíritu que no
tenemos por fulta de voluntad o por la
falta de condiciones.
A tal persona llamaremos intelectual.. Pero a
1n que se llama hoy por tal nombre es alguien que dista mucho de
reunir esas condiciones de responsabilidad, bondad, sentido del ser­
vicio y competencia
intelectual. Oigamos
a Sufferr:
"Los defenso­
res
del espíritu

ya no figuran en
las filas del

partido
intelectual"
(pág.

22). "El partido intelectual. se
proclama depositario

de la cul­
tura y predica la contracultura, emite sus decretos eo nombre de la
moral y pregona la decadencia de

los
valores moral.es,
reivindica la
inteligencia y se
comporta como

un papagayo" (pág. 23). "El inre­
lectual se

sale de
las categorías clásicas. No vive conio un obrero,
pero adora a la
clase obrera. Vive como un burgués, pero abomina
de
[a burguesía. No hace política, pero no habla más que de po­
lítica y

de compromiso. O
sea, que está en todos los sitios y no está
en ninguna
parre" (pág. 84).
Este
personaje tan
abundante en nuestros
días, y
que Suffert ca­
ricaturiza con mucha gracia en los retratos que hace del "Einstein
de las ciencias humanas", "el periodista de izquierdas", "el P. D. G.,
miembro del partido
inrelectual" y "la actriz conrestaria" -tras de
los cuales descubrimos los nombres de tantas "figuras" sobre las
que nos
hartan petióclicos, libros y revistas que pregonan la moda
de'! día-es

el
exponente más claro de una anemia intelectual que
parece
invadit
la cultura de nuestro siglo y de la cua,l debemos,
cueste lo que cueste, reponernos. Tras de
esa actitud

frívola ante los
deberes de

la inteligencia, hay una crisis moral que empuja a tan­
tos a fa ignorancia y a la mentira, que conduce asimismo a la va­
nidad y a la satisfacción de bajos anhelos: "O sea, que el partido
intelectual busca en conjunto, como los
demás grupos
sociales,
po­
der y gloria" (pág. 89). Este escamoteo de los verdaderos objetivos
del uso rectO de iJ.a razón ha conducido en nuestros días a crear una
forma de comercio vil de las ideas que se recubre de solemnidad,
cuyas aduanas están custodiadas por
los terroristas del inrelecto, que
santifican

de bondad
io que pertenece a
sus cenáculos y condena
por reaccionario o "facista" Jo que se oponga a sus designios. Este
intelectual que preside los tribnnales del conocimiento y la moral
nunca se airriesga, vive de la constante pirueta saltando de actitud
moral en actitud moral, contradiciéndose y justificándose en cada
cambio que da,
pasando de tema en
tema,
baiíando sus
postulados
de capas de una ideología, la cual,
inevitablemente, siempre está
apoyada en una ciencia de ocasión y en una interpretación del sen­
tido de la historia cuya paternidad
reclama en

exclusividad.
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Y lo que hace más indeseable a este quehacer es su desprecio
tota!l del ctitetio que anima a quienes serÍB!l sus escuchas. El "partido
de
los
intelectuales", como
lo
llama Suffert, vive a espaldas de quien
dice que
es el

objeto de sus
desvelos, pueblo, mayocía silenciosa, la
gente, -etc. Esos somos nosotros, que los contemplamos como estre­
llas de un citco de la itresponsabilidad y la ignorancia. Quienes pa­
gan sus caprichos no cuentan más que
para eso, para sufragar su va­
nidad
y su deseo de poder y de glonia: " •.. el grupo de !os intelec­
tuales vive cerrado en sí mismo, sin ocuparse mucho de lo. que
piensan extramuros de la ciudadela en la cual permanece de ordi­
nario" (pág. 31), " ..•
se perece por las masas, pero no las soporta.
Vive

para el pueblo, pero desprecia todos los espectáculos que tiene
la debilidad de
que le

gusten.
Se derrite con la clase obrera, pero
se niega a hablar su idioma" (pág. 128). "Canta una revolución
que no se produce sino en sus
cabezas y posrula la necesidad de

un
cambio radical que no quieren de ninguna manera los
estratos so­
ciales snrgidos del desarrollo económico" (pág. 153). Artífices de
una atmósfera atractiva
para cierto tipo de mentllliidad indigente, los
intelectuales han

creado un estilo que deben
aprender quienes deseen
su respeto público, una mord que deben acatar sin desvío: la ausen­
cia de toda mor.U, una máxima propedéutica: la ignorancia como
método.
Lo dice Suffert: "la contracultura es una de las ideas más
atrevidas que el partido intelectual ha inventado a lo largo de los
diez últimos

años. Está
basada, como
la
~r parte
de las que se
derivan de ella, en una trivialidad" (pág. 111);
",.. el partido in­
telectual

ha logrado
hacer de
la
incultura una
virtud. Quien lee de­
masiado, traiciona.
Quien duda

se
adentra en el camino
de la per­
dición . . . El intelectual a la moda de 1975
avanza sin

preocupacio­
nes, seguro de su desconocimiento hacia
el futuro que sonríe. Es un
culterano que se vanagloria de su ignorancia" (pág. 113).
El último
capíttdo de este libro ("De la revolución cu!ltural") es
singularmente interesante como diagnóstico de la sociedad
occiden­
tllli; Suffert la define como caracterizada por un deacenso del nivel
de la
cultura tradicional, una de cuyas causas ha sido la vulgariza­
cióo de las ideas (no
su difusión,
entiéndase), que ha
desarmado al
hombre

para
enfrenwse con las nuevas

situaciones con
que lo
ha
enfrentado el acelerado
desarrollo industrial

de algunos países. Ello
ha motivado lo que
el autor denomina el miedo de la bnrguesía:
miedo a
fa insegnridad cotidiana, a la acelerada y mutante situación,
miedo a
perder su

elevado nivel de vida, en el que se le ha dicho que
reside todo
el v.Uor de su condición esencial y existencial, miedo a
fa destrucción por una eventual guerra de armas absolutas. Este
miedo, dice el autor, es uno de los factores que constituyen a 'la
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sotjeda 28.lltes del partido intelectual. Este último capítulo es interesante
como
diagnóstico, pero

nos hubieta
satisfecho una
mayor profundi­
zación en 1os mecanismos y factores espirituales e históricos que ex­
plican la situaeión cu'ltural de occidente, que no se resuelve sola­
mente por
la dialéctica cultura-desarrollo.
Es triste 1,, función agorera. Pero no lo es la denuncia de las
falacias de este
siglo -<:orno la

de los "intelectuales"
y su lamenta­
ble
intelectualidad-, pues

ello está
ai servicio de

una empresa de
reinstalación del hombre
~sujeto espiritual

irreductible a sueños o
utopías más o menos div~rtidas-sobre las bases más sólidas, que
son
las de su esencia trascendente, su impetativo de caridad y su de­
ber de conducir a sus· semejantes a la reconciliación consigo mismo,
tarea que nnestros intelectuales
han abandonado, abandonándonos
a nuestra soledad,. que -en este terreno quizás sea lo más provechoso.
IGNACIO M. ZULETA.
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