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Número 179-180

Serie XVIII

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Libertad, liberalismo y tolerancia (IV)

LIBERTAD, LIBE¡RALISMO Y TOLERANCIA
POR
MICHBL ÜlBUZBT
vm
L IGLESIA CATÓUCA Y EL LIBERAILISMO
En el Syllabus (80), Pío IX condenó la siguiente propj>Sición:
«El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el
progreso,
el
liberalismo y la civilización moderna» (81).
Y
León XIII, en la encíclica Libertas, de 20 de junio de 1888,
dijo:
«En una sociedad humana, la verdadera libertad no con­
siste en hacer el capricho penonal de cada uno; esto

provo­
carla una extrema confusión

y
una perturbación, que acab,,.
rían destruyendo, al propio Estada, sina que
consiste en q11e,
por mediv
de las leyes r:ivile1, pueda c{lda c11at fácilmente
vivir según los preceptos de la ley eterna.
»La libertad liberal no es libe.rtad; es una depravación de
la libertad y una esclavitud del alma entregada al pecado ...
»Respec/17 a la llamada libertad

de
enseñanza (82), el
j11icia que hay que dar es muy parecido. Solamente la verdad
debe penetrar en el entendimiento,... Es vidente, por tanto,
que la libertad
de que tratamos, al pretender arrogarse el de­
recho de Qn.señarlO' todo ai su caprkho, está en. contradicción
(80) «Catálogo que comprende los principales errores de nuestra. época
señalados en las

endclicas y
otras cartas apostólicas de Nuestro Santísimo
Señor
el Papa Pío IX.»
(81) Alocución Jamdud11m cemimns, 18 de mar20 de 1861.
(82) En el sentido
libetal del término.
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Fundaci\363n Speiro

MICHEL CREUZEI'
fk,grante con la rt>Zón y tiende por su propia naturtJleza a la
pet'Versión más completa de

los espíritus ...
Una libertad no
debe
ser considerad" legítima más que cuando supone un
aumento en la f;,cWdad para
vivir

según
l" virtud. Fuera de
este
ctlSo, mmctt» (83).
Desde Pío VI,
en su diiicurso al Consistorio del 11 de junio de
I 793, sus sucesores, cada uno en su momento, estigmatizaron al li­
beralismo y sus aplicacioru::o.
Tras Pío VII, Gregorio XVI, en la encíclica Mirari Vos, de 15
de
agosto de 1832,

es
particularmente claro:
« ... De esta fuente envenenada del indiferentismo se de­
riva esta máxima ftJlsa y absurda, o .más bien este delirio: que
se debe prot'llrar y garantizar a cad" 11rto la libertad de con­
ciencia; error de los más .contagiosos y al cual abre ct:Jmino
esta libertad absoluta y sin freno de las opiniones, que, para
ruina
de la Iglesia y del Estado, se va extendiertdo por todar
partes y a la que algt1rtos
hombres,

por
t1rt exceso
de impudi­
cia, no
temert presentar com1J verttajosa para k, religión.
»" ¡Qué muerte tan ft1rtesta par" ltlS alnw, la libertad del
error!", decía San Agustín. Viertdo· quitdr arí " los hombres
todo
frenu capaz de retenerles en

los sendero, de la
verdad,
at'rtlStrados como
son ya a su pérdida por una naturtJJ incli­
nación ~ mal, en verdad decimos que está abierto ese pozo
del
abi,mo de dmde San fuan vio subir tlrt humo que oscu­
recía di sal y salir saltamontes pdra devtittar a la tierra. De
ahí, en efecto, la poca estabilidad de

los
espíritus; de ahí la
corrupción siempre creciente de los jóvenes; de dhl, en el
pueblo, el desprecio a lo, derechos sagrados, a lar cosas y a lar
leyes mfts santas;
de ahí, en 11na palabr", el azote mfts funesto
(83) Se lee en esta endclica. -casi centenaria (1888), como un anuncio
de los totalitarismos modernos, a pesar de que el liberalismo de ita época
provocaba más bien la anarquía y la rebelión contra la Iglesia y el Estado.
«Los partidarios del libera!lismo, que atribuyen al Estado un pode.r des­
pótico
e _ilimitado y afirman que hemos de vivir sin tener en cuenta para nada
a Dios, rechazan totalmente esta libertad de que hablamos, y que está tan
íntima.mente unida

a
la virtud y la religión. Y califican de delito contra el
Estado todo
cuanto se

hace
para conservar esta libertad cristiana. Si fuesen
consecuentes con sus principios, el hombre estaría obligado, según ellos, a
obedecer a cualquier góbiemo, por
muy tiránico que fuese.»
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Fundaci\363n Speiro

UBERTAD, LIBERALISMO Y TOLERANCIA
que pueda asolar a los Estados; pues ... la, experiem:i" nos lo
atestigua, y la antigüedad más rem0ta nos lo enseña: para traer
la de'Strucción a
los Estados más ric'os, más poderosos, más
gloriosos y más florecientes sólo se ha necesitado esta libertad
sin freno de las opiniones, esta licencia en los discursos pú­
blicos, este ardor por ltt.s innovacioneis.
»De esto depende la libertad de prensa, libertad la más
funesta, libertad execrable, hacia la cual jamás se tendrá
bas­
tante horror y a la q11e
1 con tanto ruido, y tanta insistencia,
ciertos hombres osan solicitar y extender por todas partes ... »
Nota<án que la Iglesia no con.dena el derecho a la investigación,
ni
el derecho de expresión o de enseñanza, cuando respetan la verdad.
Condena
el derecho de extender el errcir, con el pretexto de una ab­
soluta

libertad de
pensar, escribir y decir lo que sea.
Pío

IX llegará hasta
el extremo de mencionar los resultados del
liberalismo en
la encíclica Nostis et nobiscum (8 de diciembre de
1849):
«Y en lo que a esta depravada doctrina y sistema .re re­
fiere ... , su principal punto de mira está en introducir, abusan­
do de los términos libertad e igualdad, en el pueblo esas per­
niciosas invenciones del Mmttnismo y del so'Cialismo'.»
Confesemos que si bien el lector de 1849 pudiera quedar sor­
prendido,
el de hoy lo estará bastante menos y deberá roconocer en
este texto
un tono profético.
Más próximo a

nosotros, Juan XXIII, en su primera encíclica,
Ad Petri cathedram, escribió lo siguiente:
< como un veneno} ataca a los individuo'I, a los pueblos y a las
naciones, y que, muy a menudo! trastorna lo! esfríritus, es la
ignorancia de la verdad. ¡Ay!, más que de una simple igno­
rancia, frecuentemente se trata de 11-iza actitud desconsiderada
de de1precio y de avers/6n hacia la verdad. De ahí provienen
toda clase de errores, que, penetrando en los espíritus e infH­
trándose en todas las eJtructurdS sociales, amen~an trastor­
narlo todo, con grave per¡uicio para los individuos y para /()da
la sodedad
... »
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MICHEL CREUZEr
S. S. Pablo VI, yendo al fondo del problema, acusa a
«aquel "libre examen" que ha pulverizado la unidad de la
fe en la innumerable multiplicidad de opiniones personales,
en vano o arbitrariamente, contenida e11 una "n0'1'1TJ.tt, regu­
ladd', e.s decir, en una intf?t'preta'Ción obligcarrte emanada de
la cr111111nidad, superad" también ésta posteriormente por la
inspiración s11bjetiva qtte
el Esplritu S<>rtto sugeriría al alm~
directamente.
Así, pues, la doctrina protestan/e del

libre
exa­
men o de la 1ínica autoridctd del Espíritu Santo! como autén­
tico intérprete de la Escritura, abre camina al más radical
sttbjelivismo
filosófico-religioso
... (prof.
Siro Offelli). ¿Dón­
de termtm:it'ía. el· criJ'lidnismo, y, más fllÍn, el ct#-olkismo, si
todavía hoy, bajo un engafíoso, pero inadmisible pluralismo,
se
aceptase como legítima la disgregación doctrinal

y,
por
tanto,
eclesial que puede llevar consigo?>> (84).
Limitémon05 a estas citas.
De su lectura se desprende que la Iglesia es el más decidido ad­
versario del liberalismo.
¿Cómo hablar
de

la forma de
pensar liberal sin examinar el pen­
samiento de la Iglesia en este terreno?
Los
liberales, escribe León XIII en la encíclica Sapientiae Chrir­
tit1nae> «engañados con este error, transfieren a la naturaleza humana
el primado del q11e pretenden despojar a Dios».
Según ellos, hay que pedir el principio y la regla de toda verdad
a la naturaleza.
¿Qué relaciones puede haber entre la Iglesia y el liberalismo, que
profesan teorías tan contrarias?
La ·Iglesia reivindica para ella, y s61o para ella, el depósito de la
verdad revelada
y el poder de enseñar.
«Mdr yo les diría -exclamaba Pío IX-que, ig«tJ! que
/ esús ha dicho al p11eblo que debe respetar a lo, sober<>rtos a
quienes
h a la Igle1ia y a s11.r f11!nistros: "lle do·cete omnes gentes" (Id,
(84) Audiencia general del miércoles 28 de agosto de 1974.
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UBERT AD, UBERALISMO Y TOLERANCIA
enseñad a todar las nacione.r). No, es, en· absoluto¡ ni a los
reyes, n'Í ta los emperadores, ni a ningún soberano, a quien hr:;
dirigido estas palabras; nf7, es a la Iglesia y a sus ministrus.
Es " la Iglesi" a quien ha impuesto el deber de instruir a todo,
los pueblus
... La enseñanza, repito, pertenece en propiedad a
la Iglesia»
(85).
La Iglesia promulga dogmas: «El que creyere y fuere bautizado,
Je salvará; ma, el que no creyere, será cundenado» (86).
No puede haber dos religiones verdaderas, ni dos morales, ni
dos
principios de
civilización
y de vida social.
r,·Por qué interviene la Iglesia?
Las posiciones pontificias tan claras, que acabamos de recordar,
se explican por el propio carácter de la Iglesia católica, al cual ésta
siempre
ha permanecido unida.
«IA verdadera religión, que sabemos que es la nuestra -declaraba
Pablo VI el 28 de agosto de 1974--, no puede considerarse ni legiti­
ma ni eficaz si no· es 01'lodoxa1 es decir, derivada de 1111a tJUténtica
y única relación con Dios.»
«Esposa de Jesucristo», dispensadora de las gracias divinas por
la palabra y los sarnunentos, única depositaria de la verdad revelada,
madre y maestra de verdad, la Iglesia, en estas coruliciones, no puede
admitir que
cada uno se fabrique su propia religión.
Por
eso, toda luz viene de ella y por ella.
Y por eso, el Señor. le ha confiado la custodia del orden natural,
que
no se puede
disociar del
orden sobrenatural,
pues a.mhoo son de
origen divino.
La Iglesia defiende el dominio de la razón y el bien de la hu­
manidad. Contrariamente a

las otras religiones, que no
reconocen el
derecho natural y no protegen a sus propias ovejas, la Iglesia católica,
por
su universalidad, lucha contra todo lo que ataca al hombre en
su
integridad.
(85) Alocución al Grado Literario Alemán, 12 de enero de 1873.
(86) Evangelio según San Marcos, XVI, 16.
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MICHEL CREUZET
En nuestros días lo ha demostrado, pa.rticulannente, con su hos­
tilidad
al aborto, a la contraconcepción y a la intrusión de los Es­
tados modernos en la vida y en: la muerte de las personas, mediante
una legislación de «control».
El Concilio Vaticano II ha
recordado los derechos inalienables
de la familia en la educación, y ha denunciado los monopolios del
Estado en

la
enseñanza, etc.
Estas

cuestiones no
preocupan más
que
a los
católicos. Pero
la
Igla,ia tenla que intervenir por el bien de la humanidad.
Los pueblos lo
han comprendido tau bien que, hasta ahora, la
Iglesia
ha aparecido como la más alta autoridad

moral, hasta cuando
los hombres
y las naciones impugnaban su misión sobrenatural, o in­
cluso
fa aborrecían.
El estirepitoso, fracaso de los organismos internacionales, como la
ONU, transformados en agentes de la subversión mundial y en pro­
vocadores de

revoluciones ( 87), no es como
para oscurecer el reco­
nocimiento

de los
derechos de la Iglesia.
Asimismo,
las abstenciones del catolicismo, sús culpables silen­
cios y sus connivencias con las potencias anticristianas y totalitarias
que dominan el muna{!, son juzgadas desfavorablemente, hasta por
sus adversarios.
De ellos, unos claman contra la traición de los clérigos y defien­
den, como
pueden, un

patrimonio cristiano, cuyos fundamentos no
aceptan. Tal es el caso de
esos alcaldes radicales

que protegen la
iglesia parroquial contra la iconoclastia de los vicarios de vanguardia.
Otros, que
deberían regocijarse de la «autodestrucción de la Igle-
(87) Basta recordar 1a sinJ.estra intervención de la ONU en el Congo,
los repetidos-ataques contra Portugal hasta que fue entregado al comunismo,
la
exacerbación de las oposiciones entre las .razas en Africa del Sur, el geno­
cidio mediante la esterilización ...
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UBERI AD, UBERALISA!O Y TOLERANCIA
siro> (88), no pueden imaginársela y creen que se trata de una hábil
maniobra
(89).
Y,
por consiguiente, o por la afirmativa o por la negativa, la
Iglesia no
cesa de

dar al mundo
pruebas de su autoridad universal.
En estas condiciones, su único motivo
para obrar será el bien de
las
almas.
Ahora bien, el primer bien es el don de la única Verdad. La
Iglesia, para conseguirle, deberá luchar contra las alteraciones de la
Verdad debidas

a la herejía: en su historia,
desde el Gólgota, ha
conocido cuatro de
ellas por siglo.
Deberá también crear condiciones sóciales únicamente encamina­
da, a hacer po'Sible y fácil una vida digna del hombre y del mstia­
no (90).
De ahí los dos aspectos de su acción histórica:
l. Luchar contra las herejías, denunciarlas, contener sus efectos
sociales
y castigar a los herejes.
2. Fundar una sociedad cristiana en la que
el Evangelio y las
leyes de
la Iglesia sean el fundamento del derecho, la regla de las
costumbres privadas y públicas, así como de los comportamientos in­
ternacionales.
La misión
espiritnal de
la Iglesia no se extiende solamente a los
individuos. Se
extiende también

a la
sociedad entera, desde la
fami­
lia hasta el Estado, pasando
por los cuerpos intermedios.
Pío XI lo
ha recordado,

con energía, en la encíclica
Q11as Primas:
<-0La atlloridad de nuestro, Redentor abarca " todos los
hombres; extensión bien decltJTada por nuestra predecesor, de
inmortal- memoria, León XIII, ron las
siguientes palabras, que
hacemos nue.rlrt:M: "Et poder de Cristo se extiende no· sólo
sobre los pueblos cató/iros y sobre aquellos que, por háber
recibido
el bautismo, pertenecen de der«ho a !" Iglesia, aun-
(88) Expresión del mismo Pablo VI.
{89) Reacción de la Ligue
Fran~aise de
l'Enseignement
a, la Dedaration
de
la Gommission Episcopale du Monde Ouvrier -sobre los Cristianos que han
optado por el socialismo. (90)
Pfo XII,

1 de
junio de

1941, quincuagésimo
aniversario de RPr11m
Novar11m,
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MICHEL CREUZET
que el erro, los tenga extraviados o el cisma los se¡,áre de la
caridad, sino que comprende tambMn a cuantos no participan
de la fe cristiana, de tal mane,a que bajo la potestad de fesús
se hall todo

el
génMo humano (91).
» Y en está extensión unive,sat del ¡,oder de Cristo no hay
dife,enda algund entre los individuos y

el
Estado, purque
los

hombres
están bájo ¡,. autoridad de Cristo, tanto conside­
rados individual.mente
como colectivamente en wciedád» (92).
Aunque sea bueno alabar a. monseñor Escrivá de Balaguer, cuan­
do exclama: < unida a la, responsabilidad ¡,ersonal.
La he buscado y la busco por
toda la tierra, ,orrw Di6genes buscaba un hombre» (93).
¿Acaso podemos hacerlo cuando escribe: «Nunca hablo de po­
lítica.
La m/sMn política de los cristianos no me la figuro como el
brotar de una corriente polític~religiosa,-ello seria una !octlf'a, inclu­
so aunque tNViese l'a sana intención de infundir el e.rplritu de Cristo
en todas las actividades de los hambres»?
En

el
prefacio de Es. Cristo, que pasa (94), Alvaro del Portillo
cita al fundador del Opus Dei:
«No hay dogmas en las wsas temporales. No está de
acuMdo con la dignidad de /r,s hombres lntentár fijar verda­
des absolutas en cuestiones en: donde, forzosamente, cdda uno
debe éxaminár M! cusas desde su propio· punto de vista, se­
gún ..rus intereses, sus preferencias ·culturales y s11 experiencia
particular. Pretende, im¡,oner dogmas en el planu temporal
conduce inevit4blemente a forzar lar conciencias de los otros
· y a no respetár al ¡,rój;mo.»
Jugamoo ami con el equivoco entre:
l. La J;be,tad que se deja. en el plano de los medios temporales
a poner en acción, bien entendido que con la condición de que esos
medios concuerden con

la finalidad
del hombre, que siempre ha.y
(91) Le6n XIII, encíclica Annum Sacrum, .25 de mayo de -1899.
(92) Encíclica de 11 de diciembre de 1925 sobre Cristo
Rey.
(93) Homilía de ·cristo Rey, núm. 3.
(94)

Rialp, Madrid, 1973, edición española de las
.homilías.
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UBER.T AD, UBERAUSMO Y TOLERANCIA
que buscar, tanto en el orden temporal y civil corno en el orden
personal.
Esta libertad de opción sólo puede afectar a lo que es secunda­
rio

en
lo político

y
en lo

social.
2. La ,,b/igación que tienen los hombres de procurar condicio­
nes sociales favorables al bien de sus
conciudadanos y,
particular­
mente, a su fe.
Aunque es impropio hablar de dogmas políticos en un dominio
en donde los programas, en su aspecto concreto, pueden y deben va­
riar, sí se puede hablar de una
docirina rodal fundada en dogmar
que garantizan la integridad del hombre y el carácter intangible de
su
finalidad (95).
No

hay que confundir
esos dos puntos, cosa que el liberalismo
no deja de
hacer.
Así,

el cristiano liberal podrá
ser fiel

en
su· oratorio y en su apos­
tolado
perrona!. Pero será liberal en su vida cívica, dejando a cada
cual

la
ela:ción de 1Qdar sus opciones. Nosctros conocernos bien esta
mentalidad: el cristiano liberal
y puramente «espiritual», para estar
«presente», irá a dar testimonio, -tanto entre los comunistas como
entre los ta:nócratas, los laicistas, etc. Incluso con el deseo de ilu­
minarles con miras a -transformar las instituciones r..omo tales. Pero
únicamente mediante el «testimonio personal»; dejándoles -en nom­
bre
de la libertad-el terreno nocivo en que se han instalado.
El resultado puede
comprobaxse ahora, pues desde

hace unos
veinte años el apostolado subjetivo se ha instalado entre
los cristianos.
Los más «puros espirituales» son los primeros en confundir Iglesia
y revolución, en nombre de su «libré compromiso» con ideologías
políticas,

totalmente
opuestas a la doctrina social de la Iglesia.
(95) Pío XII esoñbía el 29 de abril de 1945,
«La
primera recomendación conáerne a la -doctrina social de la Iglesia ...
Si
bien esta
doctrina. ha sido fijada definitivamente y sin equívoco en sus puntos
fundamentales, no obstante, resulta lo sufücientemente amplia para poder S€t
adaptada y aplícada a las vicisitudes variables en el tiempo, con tal de que
no
,.sea en detrimento de sus principios inmutables y permanentes. Ella es
clara
en
todos sus
aspectos y es
obligatoria¡ nadie
puede
separarse de
ella
sin peligro
para la fe y el orden moral.»
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MICHBL CRJ!UZEI
Perdonen que insistamos en el peligro difuso de este liberalismo
social

para
gentes piadosas y religiosas. Su carácter solapado creemos
que justifica
una cierta exteosi6n.
La amplitud del papel de la Iglesia y la certeza de sus afirma­
ciones explican

su hostilidad
hacia la forma de
pensar
liberal, la
más opuesta a lo que ella profesa y realiza.
Jacques Mitterrand,

antiguo
gran maestre del Gran Oriente de
Francia,
se asombra al

ver al
C.Oncilio Vaticano II atestiguar que la
Iglesia es «maestra de verdad», y escribe:
«famás, sin duda, en términ.os tan categóricos y tan de­
finitivos en su brutalidad; jt1más en un resumen tan sorpren­
dente, la
Iglesia había mostrado su voluntad imperiosa de
imponer
su dogma, ni tt1mpqco, subrayado r¡ue este dogma
era la única verdad. Es necesario, entonces, honradamente
plantearse la cuestión de saber a r¡ué puede llevar un diálogo
con un interlocutor que, en

el exordio
,!e este diálogo, de­
clara r¡ue él

es
dueño de

la
verdad, por voluntad de
Dios»
(96).
En su lógica liberal, Jacques Mitterrand no puede plantearse las
relaciones con
la Iglesia más que en términos de diálogo entre opi­
niones
sometidas siempre a discusión. Ni siquiera se le ocurre la idea
de que
la Iglesia pueda tener razón y que los dogmas c:al:ólicos pue­
dan
ser
afirmados sin

tener que deber
tlllX!a a las «sociedades de pen­
samiento»,
a los «diálogos» y a las «mesas redondas».
Lo que se le escapa, o lo que niega, es la noción misma de la
eterna e inmutable Verdad. ¿Qué razón da, particularmente, para
su
rechazo de

los dogmas?
< el porvenir» (97).
No vamos a volver de nuevo sobre el «porvenir» totalitario del
pensamiento liberal, ni sobre su
inconsistencia:: Pero
¿por qué
el
dogma es del pasado ... si es verdadero?
(96) La polilique des franc-ma,;ons, Ed. Roblo!, 1973, págs, 179-180.
(97)
Op. cit., pág. 170.
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UBER:I' AD, UBERAUSMO Y TOLERANCIA
La citada frase de Jacques Mitterrand muestra que los incrédulos
no admiten la misión divina de la
Iglesia, y que algunos se indignan
de
que lo proclame
públicamente.
Por tanto, se trata de descubrir los beneficios que ha traído a la
civilización. y al pensamiento humano, incluso si no se tiene fe.
Como es imposible entrar en detalles en unas pocas llneas, bas­
tará con un breve paralelo entre la aportación de la civilización cris­
tiana y la de la civilización liberal.
El Tribunal de la Inquisición española, según las investigaciones
de
Gams, provocó unas 4.000 condenas a muerte en trescientos treinta
años.
Y
ése fue el período más crítico de este tribunal eclesiásti­
co {98). Pues bien,
si nos
atenemos
al sórdido argumento que consiste
en juzgar dos

civilizaciones
por el «peso de los muertos», estamos
obligados

a
señalar que, según dice el historiador Taine, durante la
Revolución Francesa
120.000 pi1rtic11/ares padecieron en sus pers1J11as.
Nada más que en Lyon fueron fusilarlos 36.000 ciudadanos; en Tou­
lon, asesina-dos 14.625; en Nantes, Carrier, durante algunos meses,
ahogó a 32.924 ciudadanos; Taine da la cifra de 500.000 muertos
para los Once
departamentos del

Oeste.
En 1796, Hoche escribe al
ministro del

Interior que en
la V en­
dée

no queda más que
un. hombre

por
cada 20 de 1785.
No hablemos de las
decenas de

millones de muertos de las
re­
voluciones

de
.la URSS, de las purgas, policías especiales, etc., desde
1917 hasta nuestros días. En
Archipiélago Gulag, Soljenitsin cita
cifras elocuentes {99).
(98) Consúltese a J. Ousset: Para_ que El reine, pág. 16_3, nota 99, edi­
ción 1961.
(99) Plaza & Janés.
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MlCHBL CKEUZET
Y nos limitamos a las guerras civiles y a las ejecuciones en el
interior de un país.
No consideramos las gner de la libertad liberal, desde 1971, más o menos por todas partes en
el
munido. Jamás nn tribunal de la Iglesia, jamás los abnsos de poder
en la civilización cristiana,
jamás los excesos de los conquistadotes
cristianos, puestos en

evidencia, sin
embargo, por loo liberales, han
provocado la
más m!nima parte de loo crímenes que leg!timamente
se pueden atribuí< a los ejércitos, a los hombres pol!ticos y a los
ideólogoo de

las facciones y de
loo países

liberales.
Debemos hacer constar que

la civilización
cristiapa ha sufrido
más de sus enemigos que los males y sufrimientos que ella misma
haya provocado. El arrianismo, la
esclavitud y

las
«guerras santas» del Islam, y
más cerca

de
nosotroo, la

rebelión de
los príncipes

protestantes, las
guerras de religión que la Reforma
acarreó, han tra!do la innovación
de

las grandes matanzas
modernas.
Es necesario todavía
añadir

que, aunque haya habido inevitables
injusticias, las
Cruzadas estuvieron

plenamente justifitadas, no sólo
por la liberación del
Santo Sepulcro, sino

por la
prota:ción de
los
c~istianos amenazados ¡x>r los musulmanes (saqueos, razzia.r, reduc­
ción a la esclavitud ... , llevando hasta la apostasfa).
La Iglesia defendió

durante
más de
doce siglos la
libertad de
religión contra el fanatismo
musulmin.
Gracias

al feudalismo, la Iglesia hizo de
loo militarotes

los de­
fensores
«de 1a \"inda y del hué, e incluso monjes-soldados
que luchaban contra los infieles y cuidaban a los enfermos.
El

mismo Tribunal
de la Inquisición representó un gran progreso
en
las concepciones jurídicas del siglo XII. Como ya se sabe, la In­
quisición Pontificia

fue fundada
para evitar presiones y vengan.zas
que pod!an producirse en

el escalón local.
La libertad de la defensa, as! como la de los testimonios y la de
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UBERTAD, UBERALISMO Y TOLERANCIA
la instrucción, estaban garantizadas por el secreto y la honradez de
los
jueces. Si hubo condenas a
muerte, se explican por
la defensa
social de las
poblaciones contra

las
sectas hm-éticas, que,

como los
cáta:ros, se
opooían a la familia y hasta llegaban a asesinar a las
mujeres encinta, a matar a los sacerdotes, a saquear las iglesias
y a
fundar una especie de
sociedad contra natura. Igual ocurría con los
lolardos
y los fraticelos.
En el propio siglo xv, la seriedad de la justicia inquisitorial se
vuelve a encontrar ·en el caso de un proceso contra W105 judíos,. ~e­
sinos de un niño y sacrilegos, para quienes la 'Iglesia dio orden de
cambiar a los miembros
del jurado, recusados por los inculpados, y
empleó año y nredio en instruir escrupulosamente el proceso... Y
esto
pasaba en
España, ¡bajo
Torquemada!
Repetimos

que hubo
abusos : ¡ Santa Juana de Arco fue conde­
nada por un
tribunal eclesiástico al servicio de los ingleses, y aban­
donada por el gran inquisidor, de paso por Rou.en !
Hubo
caballeros felones,
prelados injusto6 y

ambiciosos, papas
poco santos, etc.
Pero por más que se acumulen tantoo casos semejantes como se
quieran, será necesario hacer constar que las épocas de civilización
cristiana fueron las
más justas.
¿Quién fue más allá en la protección de los pobres contra la
guerra? ¿Quién
disminuyó las posibilidades de guerra, gracias a la
«tre­
gua

de Dios»? ¿Quién roturó los
bo&¡u.es y

permitió a
las familias
de labradores establecerse, sino los monjes?
¿ Quién
abrió escuelas
( 100)
y quién fundó las leyes ci"iles en
la
trascendencia de la
au/oridad divina?
¿Y la moral, privada y
pú­
blica,

en la
obligación de

conciencia,
y en la voluntad de Dios?
Hemos visto

(101) los ensayos de nuestros
conternporánoos para
(100) El muy laico Ferdinand Buisson, en su Dic'lionn.:tire pédagogique,
señala: «Incluso las aldehuelas tenían sus maestros y su local para escuela.»
Villemanin,
ministro de Instrucción Pública en 1842, señala que en vísperas
de
la Revolución «un niño de cada tres iba al colegio, y en 184-2, solamente
uno de cada 35».
(101) Consúltese el capítulo sobre la libertad.
1211
Fundaci\363n Speiro

MICHBL CRBUZEI'
encontrar una trascendencia perdida. El sentido de orden en la so­
ciedad cristiana suplla ampliamente a las policías, cada vez más nu­
merosas, que
ha sembrado el desconcierto liberal.
El
refinamiento en las costnmbres, el respeto a la palabra dada,
el sentido del pecado, del arrepentimiento y del perdón en naciones
aún rudas y poco ant,s bárbaras son como las, flores de la civilización.
Hacia el exterior ésta se excpresaba mediante obras de arte reli­
gioso que iban desde las grandes abadías y catedrales hasta. las me­
nores
iglesias de
puei,lo, o mediante el

esplendor de los castillos y
de los
monumentos públicos, y, sobre todo, por la deslumbrante su­
cesión de estilos, dentro del respeto a la belleza. Cuanto más
aumentaba la influencia del liberalismo, tanto más
se perdía la verdadera libertad en la creación artística.
Si consideramos los capítulos de la caridad, de
la soHdaridad
social,

de
la vida doméstica, de la suerte de la mujer, etc., la com­
paración entre la civilización liberal y la civilización cristiana, aun
teniendo en cuenta los abusos, siempre es ventajosa para esta última.
Razón por la
cual los partidarios del liberalismo buscan encar­
nizadamente ensuciar

todo lo que no
pertenece a
su
· escuela.
La
verdad resulta
insostenible para ellos. No

se
trata ya, para los
libe­
rales, de olvidarla o de disolverla en la indiferencia.
Llega un mo­
mento en que las investigaciones seri~ de la historia de las civiliza.
dones obligan a los liberales a hacerse agresivos contra la Iglesia,
y especial y directamente contra ella ... , ¡ lo que va contra sus pre­
juicios eclécticos! Pero
yayamos más

lejos.
¿Se puede decir que la Iglesia haya frenado el progreso de la
inteligencia,
por la disciplina de espíritu que exige?
El mtolicúmw, modelo de pe,r,,arn,ie,ú:o libre
Charles Maurras, en La Politique religieu,e, negaba qne pudiese
haber un pensamiento
libre, cuando ya no fuese un pensamiento,
sino una volunt~, un capricho o una pasión. Un librepensador es
un hombre cuyo pensamiento pide vagabundear y flotar. Tiene horror
1212
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LIBERTAD, LIBERALISMO Y TOLERANCIA
por /qs dogmas precisos. Est05 librepensadores que se resignan a pen­
sar más o meno, sólu son

espíritus débiles.
Pretenden liberarse de
todo
y, de hecho, destruyen su inteligencia.
< ideas pueden muy bien rehusar adherirse al dogma católico,
por tal o cual razón deJermi11ada, por

ejemplo, si
110 pueden
creer en Dios; pero, todo cuanto rehúsen en. simpatía, respeto
y admiración al catolici.rmo, lo rehúsan también a la esencia
de s11 propio pensamie11lo» (102).
Testimonio tanto más revelador cuanto que Charles Maurras no
era creyente.
La admiración que él tiene por la Iglesia no procede, pues, ele
convicciones religiosas,

sino de
,Jos beneficios que ella trae para la
inteligencia
humana, mediante

el
más rígido y más exigente de sus
aspectos : el dogma católico.
«Enconwamos ahí un poder espiritual del catolicismo ...
Supo, incluso, imponer su vo,Juntad a lo_s poderes materiales,
lo que propiamente es la obra maestra de un librepensamiento.
No admitió j,m¡ás que
esos

poderes le fuesen
superiores ...
En­
carnación y apoteosis terrestre del pensamiento.»
Maurras exalta la libertad de la Iglesia católica.
La Iglesia
ortod00

(hoy, al
Partido
Comunista

de
la URSS).

En
los otros países está también ligada al
poder civil.
La Iglesia

anglicana
lo está a la reina de Inglaterra.
Maurras añadía: «La lgesia masónica, a la ¡uderfa.»
Libre, el pensamiento de la Iglesia lo está por la distinción entre
el poder temporal y el poder espiritual, que la pone por encima. de
los
exclusivismos del

poder
temporal.
Maurras

va
más lejos:
< tendemos por librepensamiento un pensamiento, libre de .lo
que no es pensamiento, y únicamente sujeto a su propia ley,
( 102) Fragmento de un estudio sobre el Congreso del Librepensamiento
en Roma, «La libre pensée catholique», Gazette de France, 29 de septiembre
de 1904.
1213
Fundaci\363n Speiro

MICHEL CREUZET
coherente y sometido a la verdad, s11 obieto, pero indepen­
diente
de todo el resto, diriamos que el librepensamiento, es
la Igk-sia, ya que la Iglesia es la única fuerza puramente es­
piritual del mundo civilizado, la única que,
al mantenerse y
desarrollarse, no recurre a ning¡¡na fuerza mtNerial, sino que
prodama siempre s11 distinción perfecta con lo que no es
espiritual.»
Se puede, como Maui'ras, no tener fe y, sin embargo, reconocer
los efectos bienhechores del , dogma católico sobre la inteligencia
humana.
Certezas,
amor a la verdad, humildad ante lo

que es,
m:titud del
pensamiento

...
, el ca.tolicismo aportó estos bienes

a la inteligencia hu­
mana, privada, hasta
antona,s, de

la iluminación
sobrenatural y de
la luz que trae

a
todos los espíritus.
Deixonne, conocido socialista y laicista, declaró en la Asamblea
Nacional
francesa (103) :
< sobrentlt11ral, introd11¡0 en el 'mundr, el principio, laico de la
distinción entre la religión y el.Estctdo. El emperadr,r rr,mano
era II pontifex maixim11s," ...
»El cristianismo ha hechr, aún más por la libertad de los
hombres. No contento con destruir los ídolo-s, emancip6 a las
muieres y a lo, esclaror, y solicitó la libre adhesión de las
conciencie,s, que no desea encadenar más que p01' los lazos
del amor.»
No serfamos honrados con Deixoone si no indicásemos su in·
tendón: la Iglesia, para él, es la madre del tolerantismo, y el < peto a las conciencias,» que ella trajo se confunde con la indiferencia
liberal hacia el
bien y el mal, y con la «nentralidad» del Estado.
Pero poco importa eso aquí. Deixonne recuerda un hecho', César
no e, ya el dueño de las .Jmas. No puede ya obligar a incensar a los
dioses, ni constreñir las conciencias.
Liberación capital que se ha pagado con la sangre de numerosos
mártires, fieles a

su fe.
Vírgenes, matronas romanas, soldados como
(103) Journal offidel, 6 de septiembre de 19:Sl.
1Z14
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UBERT AD, LlBERAUSMO Y TOLERANCIA
San Mauricio y los de la Legión Tebana, niños, hombres de todas
las
edades ...

, utilizaron su libertad
para servir
a
Dioo hasta la muerte.
Las
persecuciones continúan. La libertad de las conciencias se ma­
nifiesta siempre. Corolario de la verdadera libertad de pensamiento,
la

libertad de las conciencias
es, con la libertad de las familias, con
la
de la educación, la de la empresa y la de la propiedad personal ... ,
el bastión de nuestras últimas posibilidades, en una era de aplasta­
miento
del hombre.
Pero estas consecuencias no son las únicas. El
«librepensamiento
de

la
Iglesia» ha producido otras más directas. Ningún historiador
honesto

puede todavía hablar
de las «tinieblas de
la
Edad Media»,
pues está de
acuerdo en reconocer los gigantescos trabajos del pen­
samiento
en los diez siglos

que culminaron
con Santo Tomás

de
Aquino
y la filosofía 11aJaral del género humano, como la llamaba
Bergson.
Los estudios teológicos no sirvieron solamente en su disciplina.
Abrieron a
la filooofía, a la historia de las ideas, a la política, a la
moral y a la civiilización entera vías inmensas, a donde vuelven nue­
vamente 1-as teorías modernas, para reanudarlas o para estrellarse en
ellas.
¿Qué vemoo en frenl La realización más avanzruda de los filósofos modernos es la so­
ciedad materialista, individualista o
colectivista, donde el hombre
muere de sed.
«Desierto, del hombre>>, dirá Saint-Exupéry en la Carta
di General X.
Raymood Aaron, en su libro La Révolution intrr,uvable, nos dice
que «e'Sta civilización, hecha por creendas trarcendente.rJ. pt1trece estar
a,rrcAstrada a una. avenJura loca hacia más saber, hacia más poder, sin
fin último, sin disciplina en el juicio·... La sociedad de consumo, 01
si se prefiere, la sociedad productora, no da, en tanto que tal, razón
para vivir».
Igual eco encontramos en Louis Pauwels, en el número 1 de
Nouveau Pl@ele (104). Este autor, que no se distingue pruc su be­
nevolencia hacia la Iglesia, escribe:
(104) Julio-agosto de 1968.
1215
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MICHEL CREUZET
< pregunta sobre los fines de la civilización y !os distingue mal.
Lo'S que descubre ... , y que no carezcan por completo· de no­
bleza, no, basktn {J"1'a ensanchar el corazón. Aparece un vacío
de finalidades.»
El Papa Juan XXIII escribió en la encíclica Mater et Magistra
(párrafo 178) :
«Observamos con amargtlr'a que en las naciones econó­
micamente de.tarrolletdtas nO' son pocos lo:S seres humanos en
quienes Je ha amortiguado, apagado o invertido la concien­
cia de la ¡erarquia. de valores,' es decir, en quienes los valores
del espíritu se descuidan, o-lvidr:tn o niegan; mientras los pro­
gresrn de las ciencias y de las técnicas, el desarrollo econó­
mico, el bienestar material, se pregrman y defienden frecuen­
temente como preeminentes y aún se en1alzan como única
razón de la vida.»
¿Dórule está la ventaja para lo que hay de más humano en el
hombre,
para su felicidad en la tierra y en el más allá?
La
civilización liberal quizás no ha tenido motivo, del todo, para
felicitarse por fa nueva orientación de la inteligencia, que, renuncian­
do
a fas profundidades del alma y a los valores esenciales, se ha
vuelto hacia la cultura
enciclopédica, más preocupada por analizar
el
<
las
cosas material,s cirrundantes que el «por qué» del
destino humano (105).
El
liberalismo, de buena gana, nos hace tomar por «liberación»
a este cambio de perspectiva.
Así,

se
cree que
la Iglesia
ponía a la investigación ante una capa
de

plomo o un
montón de prohibiciones. Esto es conocer muy mal
a los siglos cristianos. Platónicos, neoplatónicos, nominalistas, «rea­
les», aristotélicos, libraban encarnizados combates. Los filósofos cris­
tionoo son

quienes han
hecho conocer

a
los árabes A vi cena y Ave­
rroes, cuyos
escritos fueron,

sobre todo, vehículo de
obras de Aris­
tóteles que Europa ignoraba. La Iglesia no intervenía más que contra
(105) Ese es el sentido de la última frase de «Candide», cuento de
Voltaire: Cultivemos nuestro iardin.
1216
Fundaci\363n Speiro

LIBERTAD, LIBERALISMO Y TOLERANCIA
las herejías declaradas y extendidas, cuando traían consigo peligros
graves
para la fe y para la salvación.
En la Sorbona, la Inquisición examinaba las tesis cuando su
fama se extendía. Y

muchas
continuaban siendo después profesadas
libremente.

Fue
examinada hasta la obra de Santo Tomás, a causa
de

la síntesis aristotélica que realizó
(106). Más tarde, Santa Teresa
de Avila
y San Juan de la Cruz fuerou interrogados por la Inqui­
sición.
Trabajo serio, examen de las teorías que pudieran perjudicar a
la sociedad
y a las almas. Pero libertad muy grande para la investi­
gación, dentro de esos
límites. ¿Quién se atreve a decir que el libe­
ralismo, con sus presiones, con la vara alta que tiene en las edito­
riales y medios de comunicación social, es más suave que la Iglesia?
Lo peor en el liberalismo es que rro ¡IIZg", pero, sin €!1lll)Ql"go, im­
pone, de hecho, su

forma de
pensar.
Es necesario consignar la amplitud de miras de la Iglesia. No
se
la encuentra en ningún país que pretenda poner limites a la anar­
quía de pensamiento.
¿No han
canonizado los

papas a doctores de teorías
tan diversas
corno Santo Tomás de Aquino, San Buenaventnra, el bienaventurado
Duns Escoto, y que
además, aproximadamente, vi'vierou en la

misma
época?
Hemos hablado del
Syllabtts, de Pío IX. Algunos ven en él la
intdlerable manifestación del
sectarismo de
la Iglesia católica,
recha,.
zando
el

diálogo con el
libelralisrno. ¿Cuántos saben que este docu­
mento,

después de
la encíclica Qui Pluribus (9 de noviembre de
1846), de Pío IX, coutiene ya la condena del socialismo
y del co­
munismo?
Distinguidos economistas de nuestros días creen, aún, que el li­
beralismo es una fuerza que se puede oponer al mancismo. Más de
cien
años antes,
el Papa había mostrado el origen
de estos errores
complementarios. Si se hubiese tenido en
cuenta el Syllahus, desde
(106) En este tiempo, los doctores eran, sobre todo, platónicos, y el
Conci{io de Orange había. condenado al aristotelismo estricto, a causa de los
peligros de materialismo que presentaba.
1217
Fundaci\363n Speiro

MlCHEL CRBUZET
su aparición, el mundo no se queja.ría de su decadencia y de su deses­
peración. Pero ¿quién quería aún escuchar a la Iglesia, en la em­
briaguez de su emancipación liberal?
«Si el "SylltÑ7ns" hubiese sido comprendido y obedecido
plenamente por los cristianos europeos -nos dice el padre
Bruckberger ( 107)-, Europa, sin duda, se hubiese ahorrado a
Hitler

y
a los fasdstas, RPsia se hubiese ahorrado a Lenin
y
a Stalin, Francia se hubiese ahorrado algunas experiencias
políticas muy mediO'cres, pero no memn indignas, y no veo
en qué la libertad del hombre se iba a encontrar peor por
ello.
»Pero esta. generación de cri.rtitmQS de Europa es una co­
lección de paquetes que se han de¡ddo cargar en un barco
cualquiera,
con · un destino ·cualquiera, En todas las aventuras
políticas

de
la Europa contemporánea, los cristianos han hecho
peso, y eso es todO'. Y en lugar de avergonzarse de si mismo·s,
llevan su tontería hasta el extremo de avergonzarse del "Syl­
labus.»
En su excelente estudio Le Syllabus est-il encvre acluel? (108),
Amedée d' Andigné cita testimonios de no católicos.
¿No es
asombro,o y hasta triste comprobar que el agnóstico Maur­
ras vio
más claramente la importancia del Syl/abus, y comprendió
mejor las condenas del Papa que muchos buenos
católicos? Todo
un
capítulo le consagra en
La PoUtique religieuse. Cada proposición está
comentada de manera muy benévola y particularmente perspicaz.
Y he aquí un protestante, Noel Vesper, que en Les Pntestanls,
la PtNrie et

l'Eglise
(1928), escribe:
«No sería imposible que el "Syl/tÑ7us", que ha contrariádo
duramente a la opinión, apareciese, en tiempos sucesivos, co­
mo el últ'imo y más alto monumento, mediante el cual Oc­
cidente intent6 domindr a la barbarie renaciente.»
Que quieran interesarse por la historia -no por la leyenda-,
(107) Histoire de Jésus-Christ, Grassei, 1965.
(108) Permanences, núm. 12, agosto-septiembre 1964, 49, rue Des Re­
naudes,
75017, París.
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LIBERTAD, LIBERALISMO Y TOLERANCIA
analizar lo que la Iglesia católica y la civilización cristiana han pro­
ducido,

tanto en el orden del espíritu como en el de
las costumbres
privadas y públicas.
Y después que
nos digan en dónde este mundo de
imperf,cciones, la

ha
realizado mejor.
Imposible

liberalismo,
decíamos, después

de haber tropezado con
los descalabros y con el totalitarismo que había producido.
La verda.crera libertad, la que se funda en la elección personal
entre bienes,
según la verdadera jerarquía del orden divino y huma.no,
¿no

se encuentra, por lógica
y por los hechos, fuera del liberalismo?
Aunque se rechace al
comienzo la
noción de un orden del mundo
y de la sociedad, nada más que mediante la comparación entre los
actos civilizadores descubrimos ese orden, al menos implícitamente.
Y con él la noción de una verdad y de un bien, la idea de que
todo no vale lo
mismo. Y

que la Iglesia, aunque
no se crea

en ella,
presenta la mejor realización de la verdad y del bieo superior que
posee y dispensa.
El espíritu de la Iglesia y la civilización cristiana, nada más que
porque
,on, traen ya, en los hechos, la prueba del imposible libera­
lismo.
O la civilización cristiana, o bien la utopía o la muerte del hombre.
Hoy,
en que

el
Hberalismo llega al término de sus consecuencias, no
hay otra elección.
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